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problema del cambio climático. Este fenómeno está asociado a la variación de las condiciones
del clima provocada por las emisiones de gases de efecto invernadero (como el dióxido de
carbono) derivadas de las actividades humanas, la deforestación acelerada de los bosques por
la tala indiscriminada, la acidificación de los mares, la reducción de la biodiversidad y la erosión
de los suelos.
El término edificio sostenible se ha convertido en el concepto de moda entre los arquitectos. Pero
para la mayoría de nosotros, que vivimos en casas construidas ya hace décadas, la realidad dista
mucho de los diseños futuristas: nuestras casas engullen la energía y a menudo la despilfarran y
resultan poco eficientes. Sin embargo, quizá estemos a punto de presenciar grandes cambios en ese
aspecto: tanto las empresas como los académicos se han unido para intentar forjar un nuevo paisaje
urbano en el que los edificios se conviertan en las centrales eléctricas del futuro.
Si les pedimos a los científicos pioneros de la tecnología medioambiental de última generación que
nos describan la casa del futuro, nos llevarán a un mundo fascinante en el que la ciencia biológica y
la ciencia de los materiales trabajan en armonía para crear un entorno constructivo vivo.
La mayoría de estas recientes innovaciones derivan de la amenaza que plantea el cambio climático.
Según investigaciones del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, una
construcción más inteligente de los edificios nos ofrece una oportunidad única y extraordinaria para
lograr recortar de forma rentable las perjudiciales emisiones de gases de efecto invernadero. En
general, los edificios consumen el 40 % de nuestros recursos energéticos y emiten un tercio de
los gases de efecto invernadero del planeta, una cifra que se prevé que ascienda a medida que más
poblaciones consumidoras de energía vayan emigrando a las ciudades.
Pero esto podría estar a punto de cambiar. Y el catalizador de ese cambio es una revolución
silenciosa que se ha ido desarrollando en las salas de juntas de las grandes empresas y en los
laboratorios de las instituciones académicas. La gente está comprendiendo que, por mucho que no
falten innovaciones brillantes en el sector del diseño de edificios, lo cierto es que no se ha dedicado
suficiente esfuerzo a hacer llegar esas nuevas tecnologías al mercado general. Comprender este
hecho ha llevado a algunas de las mentes más prodigiosas del mundo a dirigir su atención no al
pensamiento teórico sino al reto tecnológico de producir a mayor escala. La cuestión es cómo lograr
que esas tecnologías, además de ser asequibles y rentables, también puedan producirse a una escala
suficiente para que realmente supongan un cambio real.
Según afirma, la necesidad actual de encajar las casas en el escaso espacio urbano que nos queda
libre implica que cada edificio tenga que diseñarse de forma independiente. Esto, claro está, no
permite de ninguna manera desarrollar el tipo de innovación que se asocia a la producción en masa.
“Si pensamos en el tipo habitual de casa que puede tener aparcado delante un Mercedes Clase E,
vemos que es un edificio que, en comparación con ese coche, no es muy refinado”, explica el
profesor Keeffe. “Creo que necesitamos un producto más industrializado, producido en masa pero
personalizado, pero de momento eso está fuera de nuestro alcance, porque los edificios se diseñan de
modo muy distinto a los coches. Si sumamos todas las horas dedicadas por distintas personas a
diseñar cada elemento de un coche, tendremos una inversión de centenares de años, mientras que el
tiempo dedicado a cada elemento de un edificio es claramente inferior, porque cada edificio es una
entidad distinta”.
Por ejemplo, la Gran Hidráulica (>10 MW) se trata de una fuente de energía
renovable y limpia, pero el importante impacto que causa en su entorno fluvial
impide que se la pueda calificar de verde.