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Aquel día en que el Ejército volvió al terrorismo de Estado

El 23 de enero de 1989 un grupo de 42 militantes del MTP (Movimiento Todos por la Patria) tomó la
decisión de ocupar por asalto el cuartel militar del Tercer Regimiento de Infantería Mecanizada de La
Tablada, provincia de Buenos Aires. La decisión respondió a una información sobre un supuesto e
inminente golpe de Estado que estarían gestando militares carapintadas, y -según su interpretación-
encontraban su justificación en el articulo 21 de la Constitución Nacional, que establece la obligación de
los ciudadanos a armarse en defensa de los derechos constitucionales. Los militantes lograron ingresar al
cuartel, pero tuvieron que enfrentarse durante 30 horas a 3.600 efectivos de la policía y el ejército que
rodearon la unidad. El Ejercito recurrió a la utilización de blindados y al bombardeo del lugar con fósforo
blanco, prohibido por la Convención de Ginebra. Los civiles caídos fueron 28 y hubo 3 desaparecidos. La
policía y el Ejército tuvieron 11 muertos, la mayor parte a consecuencia de sus propios bombardeos. Las
personas capturadas -según testimonios posteriores- fueron brutalmente torturadas. La Cámara Nacional
de Casación Penal condenó a los atacantes a distintas penas, basándose en la Ley de Defensa de la
Democracia, mediante la cual los procesados fueron despojados del derecho a apelación.

Por Rodolfo Yanzón. Abogado de DD.HH.*

El 23 de enero de 1989, integrantes del Movimiento Todos por la Patria (MTP) intentó copar el
Regimiento de Infantería del Ejército, en La Tablada.
Los motivos tuvieron que ver con las presiones de las Fuerzas Armadas para lograr impunidad por sus
crímenes en la dictadura y un reconocimiento institucional a la represión. En ese contexto, el MTP
denunció días antes un pacto entre militares, dirigentes del PJ y burócratas sindicales. A 20 años de ello,
quienes hoy insisten en el cese de los juicios contra los genocidas, recuerdan el ataque a La Tablada para
reivindicar su accionar. Conviene entonces establecer la abismal diferencia entre un enfrentamiento
militar y el sistema de centros de exterminio, donde la tortura sistemática y la degradación de la persona
humana fueron la metodología aplicada.

Tal diferencia quedó clara con la intervención de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
(Cidh) de la OEA, ante la que familiares de las víctimas civiles denunciaron al Estado argentino. La Cidh
dijo que un enfrentamiento militar, incluso de orden doméstico, se rige por las Convenciones
Internacionales de Ginebra, que establecen la obligatoriedad de los Estados y/o grupos beligerantes de
respetar el Derecho Internacional Humanitario, esencialmente en lo que atañe al trato a los prisioneros.
En ese contexto se enmarcó el ataque a La Tablada, como también otros acaecidos durante los ’70 por
parte de organizaciones armadas. Los caídos o heridos en el curso de un enfrentamiento son, por lo
tanto, previsibles. Sin embargo, cuando uno de los dos bandos decide no ceñir sus actos a las
Convenciones Internacionales, incluso aquellas que hacen a la protección de los derechos humanos, el
enfrentamiento se desnaturaliza y deja lugar a un sinnúmero de crímenes de carácter internacional que
deben ser investigados y juzgados sus responsables.

Es lo que sucedió en La Tablada en 1989, cuando el Ejército irrumpió en la zona con miles de efectivos
para aniquilar al grupo de hombres y mujeres que habían ingresado al cuartel. Lo que sucedió en esos
episodios fue, ni más ni menos, que la repetición de métodos usados por la dictadura: desapariciones,
ejecuciones ilegales y torturas a los detenidos. El poder militar, ya en 1968 –antes del surgimiento de las
organizaciones armadas y como política que se estaba instalando en toda la región, bajo supervisación y
control del Departamento de Estado norteamericano–, establecía la aplicación del terror, interrogatorios
bajo tortura y secuestros, en su reglamento de operaciones psicológicas. O o el reglamento operacional
contra fuerzas irregulares, que preveía la eliminación y destrucción de los miembros de esos grupos. Es
decir, las Fuerzas Armadas se arrogaron la facultad de tener una normativa secreta que dio por tierra no
sólo con las Convenciones Internacionales, sino también con nuestro Derecho nacional.

Esos reglamentos fueron destruídos y perdieron vigencia en enero de 1998. Como antecedente, podemos
citar el ataque al cuartel del Ejército de Monte Chingolo en diciembre de 1975, por parte del ERP. En esa
ocasión, el Ejército no sólo se dedicó a recuperar el cuartel, sino, esencialmente, a ultimar a los atacantes
que habían sido apresados con vida. Varios fueron previamente torturados, y se hizo aparecer en el
cuartel cuerpos de personas que habían sido secuestradas en los días previos. No hubo juez civil que
investigase los episodios.

En 1989 en La Tablada se repitió la historia. Los atacantes, superados en número y capacidad de fuego,
no pudieron rendirse ante agentes estatales que sólo buscaron la eliminación total del oponente. Varios
atacantes fueron desarmados y detenidos con vida. En ese momento debió aplicárseles el trato que
prevén las Convenciones de Ginebra para detenidos en enfrentamientos armados. Sucedió lo contrario,
como fue el caso de Iván Ruiz y de José Díaz, quienes fueron muertos en total estado de indefensión.
Cuando los disparos cesaron dentro del cuartel, el grupo de atacantes que sobrevivió (unos veinte) se
entregó desarmado. Algunos de ellos, reconocidos por los militares, fueron ultimados con posterioridad,
como Francisco Provenzano, cuyo cuerpo apareció calcinado. Otros, como Carlos Samojedny, fueron
retirados del cuartel y continúan en calidad de desaparecidos.

Los fiscales y el juez federal Gerardo Larrambebere, que debió investigar los sucesos se limitaron a
aceptar la versión militar y a juzgar a los incursores sobrevivientes, que infructuosamente pretendieron
denunciar las torturas y las muertes de sus compañeros.

Los muertos fueron inhumados dentro de bolsas de basura, previa depostación de sus partes blandas,
con autorización del juez, para impedir toda investigación sobre las causas de sus muertes.
Debió conocerse el informe de la Cidh en 1997, en el que se asentaron las torturas y las ejecuciones
extrajudiciales, además del trato ilegal dado a los cadáveres, para que se dispusieran órdenes judiciales
distintas. Se levantaron las capturas de los muertos, se exhumaron los restos para identificar a los
fallecidos –trabajo aún no finalizado– y hace poco más de un año, el actual juez federal Germán Castelli
dispuso iniciar una investigación sobre los crímenes cometidos por militares y policías.
Hace 20 años que se reprodujeron los sangrientos y aberrantes métodos de la última dictadura militar. Es
decir, 20 años en que jueces y fiscales de la democracia fueron alevosos cómplices de la barbarie.

* El autor fue defensor de los presos de La Tablada.

La Tablada veinte años después: la Justicia en la mira


20-10-2008 /
Dos fiscales y un juez federal que 20 años atrás acusaron e instruyeron, respectivamente, el copamiento
del R3 de La Tablada quedarán al descubierto. Torturas, desapariciones y asesinatos a mansalva en
aquella sangrienta y tórrida jornada del 23 de enero de 1989. Gerardo Larrambebere, Raúl Plée y Pablo
Quiroga en el centro de la escena. Hoy la Argentina puede separar el injustificable ataque a un cuartel en
plena democracia de los métodos criminales de militares en actividad y del ocultamiento y complicidad de
funcionarios del Poder Judicial

Por Eduardo Anguita | Miradas al Sur


eanguita@miradasalsur.com

La presidenta Cristina Fernández firmó, días atrás, el decreto 1578 que autoriza al juez federal de Morón
Germán Castelli el ingreso irrestricto a los archivos de inteligencia del Estado, de la Policía Federal y del
Ejército relacionados con la desaparición de cinco ciudadanos a manos de los militares y policía que
redujeron al grupo que intentó copar el R3 de La Tablada el 23 de enero de 1989. Esos archivos
permitirán conocer también la cantidad de irregularidades cometidas por los fiscales y el juez que
instruyó la causa. El decreto instruye a los organismos de inteligencia que envíen de modo inmediato los
documentos relacionados con el hecho.

Fue crucial la intervención de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos con sede en


Washington, a la cual apelaron los abogados y familiares de los desaparecidos para que se haga justicia.
La Corte, con las pruebas aportadas, consideró que hubo innumerables abusos y recomendó al Estado
argentino poner en marcha los mecanismos y garantías para realizar una investigación independiente,
completa e imparcial.

Roberto Felicetti fue uno de los detenidos tras el cruento intento de copamiento aquel 23 de enero de
1989. En el momento que se entregó junto a algunos de sus compañeros, lo desnudaron, lo tiraron al
piso y luego lo torturaron de modo salvaje. Somos Dios, gritaban desaforados algunos de los uniformados
que los custodiaban en el Casino de Suboficiales. Al cabo de unos días le tocó declarar frente al juez
Federal de Morón, Gerardo Larrambebere. "Doctor, me torturaron salvajemente, vea, tengo los dos
brazos fracturados", le dijo al juez y le pidió, al igual que sus abogados defensores, que se iniciara una
investigación sobre apremios ilegales. Larrambebere miró a Felicetti con desprecio y no hizo
absolutamente nada. Ese juez, tras una instrucción desastrosa, fue ascendido a juez del Tribunal Oral en
lo Criminal Nº 3. Como tal, y más allá de la consideración del ex juez Juan José Galeano, actuó como
tribunal de alzada en la causa Amia y cuestionó con fiereza la instrucción por irregularidades que no
involucraban desapariciones, ni asesinatos ni torturas como las sucedidas en la causa de La Tablada.
Porque las torturas a Felicetti no fueron ni por asomo el motivo principal de las cosas que ocultó el
entonces joven juez Larrambebere.

Fiscales en acción. Al momento de la instrucción, el fiscal Federal de Morón era Santiago Blanco
Bermúdez, pero en esos días estaba de licencia. Llegaron entonces al lugar de los hechos, en el mismo
momento que el cuartel permanecía tomado, el entonces fiscal de la Cámara Federal de San Martín Raúl
Plée y el entonces defensor oficial del juzgado Federal de San Isidro Pablo Quiroga. Éste último, producto
de la presión de la corporación militar –especialmente de Inteligencia del Ejército– fue nombrado fiscal
subrogante, a partir de lo cual abandonó la función de defensor oficial. Quiroga y Plée formaron un
equipo que no le daba espacio a Blanco Bermúdez, no sólo porque no tenían simpatías hacia él, sino
porque no querían que se integrara a las reuniones con los agentes de inteligencia (tanto de la Side como
del Ejército) que inspiraban su accionar.

De las primeras páginas de la causa (escritas cuando todavía se sentía olor a pólvora en el interior del
cuartel y sólo en los periódicos salía que los atacantes pertenecían al Movimiento Todos por la Patria)
surge que los fiscales Plée y Quiroga pidieron al juez una cantidad de allanamientos en una serie de
domicilios, dando detalles de barrios, calles en distintos puntos del Gran Buenos Aires. En esos pedidos
no aparece el origen de la información a la que habían accedido los fiscales, ni siquiera cómo los habían
obtenido. La posterior investigación determinó que esos lugares habían sido utilizados por los atacantes y
que en ellos se habrían encontrado planos y anotaciones relacionados con el ataque.

Esa documentación –de origen desconocido– fue la base de la acusación contra los 13 miembros del MTP
detenidos que sobrevivieron al combate y a los asesinatos posteriores. Pero nada decía sobre cómo
habían muerto 28 de los atacantes –la mayoría de ellos con los cuerpos destrozados tal como lo
muestran las fotos de la causa–. Ni qué pasó con algunos de ellos que primero fueron dados por
detenidos, otros como desaparecidos e incluso alguno que fue reconocido como muerto días después.
Tales los casos de Francisco Provenzano, Carlos Samojedny, Carlos Burgos, Iván Ruiz y José Díaz que
estaban entre los detenidos aquel día en el interior del cuartel.

A Samojedny lo tenían al lado mío –recuerda Felicetti– y uno de los oficiales le pidió que se identificara y
cuando dijo su nombre y apellido, le dijo: ‘Hijo de puta, a vos te conozco la carrera, te salvaste una vez.
Vas a ver lo que es el infierno’. Samojedny había sido detenido en 1974 en los montes tucumanos y entre
los tormentos de aquella vez lo paseaban por el aire con los pies atados, cabeza abajo, desde un
helicóptero.

En el caso de Provenzano, los militares empezaron a golpear brutalmente a todos al grito de ¡¿Quién es
Pancho, carajo!. Era evidente que la inteligencia militar tenía el dato de que, por detrás de Enrique
Gorriarán Merlo, un tal Pancho estaba entre los responsables de la acción. ¡Yo soy Pancho! gritó
Provenzano para que dejaran de golpear al resto. Lo llevaron aparte. A la familia le negaron que
estuviera detenido. Decidieron buscar entre los restos humanos para localizar, quizá, algún resto de su
cuerpo. La determinación de su hermano Sergio, médico cirujano, hizo que dieran con una vértebra que
reconoció porque él mismo lo había operado de una hernia lumbar 15 años atrás. El cuerpo de Francisco
Provenzano había sido volado con explosivos no sólo para mostrar que los métodos usados en la
dictadura estaban a la orden del día, sino también para que nadie pudiera reconocerlo.

En el caso de otros detenidos en el cuartel, como Carlos Burgos, Iván Ruiz y José Díaz, durante años los
antropólogos forenses debieron trabajar sobre restos humanos para tratar de determinar si están o no
desaparecidos como Samojedny. Como prueba del descuartizamiento de otros detenidos, los
antropólogos dieron con un pedazo de fémur que, casi con seguridad, pertenece a Burgos.

Los fiscales Plée y Quiroga nada hicieron entonces. Su lealtad no era con la verdad, sino con el grupo de
oficiales que usó métodos propios del Terrorismo de Estado. Sin embargo, casi 20 años después, Plée es
fiscal de la Cámara de Casación Penal y titular de la Unidad Fiscal para la Investigación de Delitos de
Lavado de Dinero y Financiamiento del Terrorismo. Quiroga es fiscal Federal de la Cámara de Apelaciones
de San Martín. Ambos ascendieron en su carrera judicial.

Cabe preguntarse, estos fiscales, ¿obtuvieron la información por vías lícitas en aquel verano de 1989?
¿Por qué no consta en las actuaciones quiénes y de qué manera les dieron datos precisos? ¿Por qué no
instruyeron las denuncias sobre torturas y evadieron la investigación sobre las personas desaparecidas?
¿Es posible que durante horas y horas se torturara sin que la fiscalía y el juzgado que instruían las
pruebas estuvieran en el limbo?

Rodolfo Yanzón, abogado defensor de las víctimas de La Tablada mantuvo, en el año 2000, una
conversación reveladora con el entonces procurador de la Nación Carlos Becerra que tiene a su cargo el
Ministerio Público, o sea los fiscales federales de todo el país. Yanzón le planteó las irregularidades de la
causa y Becerra lo cortó, con toda franqueza: Mire Yanzón, hay tres fiscales que trabajan directamente
para el Ejército, dos de ellos son Plée y Quiroga.

Fuente: Miradas al Sur, 20/10/08


2004 - Un militar denuncia la represión en La Tablada
Fue una ejecución sumaria - José Almada es un sargento retirado. Participó en la recuperación
del regimiento de La Tablada. Ayer (18/02/04) denunció feroces violaciones de derechos
humanos en ese operativo. Y acudió a la Justicia. José Almada junto a Gorriarán Merlo, en el
Café Tortoni. Dieron una conferencia de prensa.

Por Santiago Rodríguez | Página/12

Aquí he capturado dos oponentes, solicito temperamento a seguir. OK, recibido. ¿Se encuentra en el
lugar personal civil o periodista? Negativo. OK, recibido. Póngalos fuera de combate. El sargento retirado
José Almada afirma que durante la recuperación del regimiento de La Tablada fue testigo de ese diálogo
entre otros dos militares que intervinieron en aquella operación encabezada por el Ejército y está
convencido de que no deja lugar a dudas: Tuve la seguridad de que se trataba de una ejecución sumaria,
denunció ayer ante la Justicia, donde también aseguró que aquel 23 de enero de 1989 vio con vida a
varios integrantes del Movimiento Todos por la Patria (MTP) que coparon ese cuartel que más tarde
aparecieron muertos.
Almada presentó su denuncia ante el juzgado federal de Morón, donde se tramitan las diversas causas
por las violaciones a los derechos humanos que los mismos procesados por el copamiento y los familiares
de los muertos afirman que cometieron el Ejército y las fuerzas de seguridad durante la recuperación del
regimiento de La Tablada. Hice la denuncia porque el dolor no tiene bandos, explicó después el militar
retirado en una conferencia de prensa que ofreció junto con el líder del MTP, Enrique Gorriarán Merlo.
También dijo que tomó la decisión de hacerlo porque juré lealtad y soy fiel a ese juramento. Con esto he
cumplido con la nobleza que un soldado debe tener.
En su presentación ante la Justicia, Almada recordó que participé activamente en el combate por la
recuperación del regimiento de La Tablada y precisó que mi puesto de combate fue como operador de
comunicaciones del Comando Táctico de la 10ª Brigada de Infantería Mecanizada. Fue cumpliendo esa
misión y en plena tarea de transmitir las órdenes a la jefatura de comando táctico que el militar retirado
asegura haber escuchado el diálogo en el que uno de sus camaradas ordenaba a otro poner fuera de
combate a dos miembros del MTP capturados con vida dentro del cuartel.
Ese no fue el único elemento que Almada aportó a la Justicia. El sargento retirado también afirmó que
entre las 10 y las 11 de la mañana de aquel 23 de enero presenció la captura de dos integrantes de esa
organización. Eran dos: uno delgado, más alto, con pantalón y camisa y de tez blanca, el otro más bajo,
con el torso desnudo y con una camisa o camiseta que cubría su cabeza hasta la frente, de tez morena –
relató–. Se los tiró sobre el pasto, boca arriba, estaban heridos, conscientes, se los interrogaba sobre sus
identidades y sobre la organización atacante y se los golpeaba en cuerpo y extremidades. Yo estaba allí y
vi y escuché cuando los oficiales de inteligencia los interrogaban y cuando eran golpeados y allí ellos
manifestaron: ‘Me llamo Iván’ y el otro decía: ‘Me llamo José’ y me acuerdo perfectamente que en ese
duro trance en que ellos era atormentados y flagelados imploraban por sus vidas. Uno de ellos decía: ‘Por
favor señor, regáleme la vida, estoy arrepentido’.
Según la versión de Almada, ambos prisioneros fueron torturados después en otro lugar del cuartel y más
tarde subidos a un Ford Falcon color blanco conducido por militares de civil en el cual los sacaron del
regimiento. Lo cierto y que me consta es que Iván Ruiz y José Díaz estaban heridos pero con vida y
conscientes, señaló Almada y añadió que la conclusión es directa: se les aplicó ejecución sumaria.
Además, desmintió que Ruiz y Díaz hayan sido quienes mataron al también sargento Ricardo Esquivel en
un intento por fugarse, como consignó el Ejército.
Gorriarán Merlo –condenado a reclusión perpetua por la toma del cuartel e indultado después por
Eduardo Duhalde– destacó que la declaración de Almada aporta precisiones sobre las muertes de Ruiz y
Díaz y de otros miembros del MTP.
Almada también sostuvo en su presentación judicial que Berta Calvo, Francisco Provenzano y Carlos
Samojedny fueron detenidos con vida y consideró llamativo lo que ocurrió con ellos durante la mañana
del 24 deenero. Ya al mediodía –explicó– Calvo está muerta. Samojedny y Provenzano ya no están entre
los detenidos sobrevivientes y se ha identificado sólo el cadáver de Provenzano.
Otro caso denunciado por Almada es el de Claudia Deleis: el militar recordó que la joven intentó rendirse
y a pesar de ello se ordenó fuego libre y fue acribillada.
Almada contó que en su momento puso en conocimiento de sus superiores los hechos que denunció ante
la Justicia, pero no sólo no tuvo éxito sino que a partir de entonces comenzó una persecución en su
contra que terminó en su retiro del Ejército.

Fuente: Página/12, 19/02/04


Almada, el militar que se arrepintió

"Mi verdad sobre La Tablada es irrefutable"

El retirado sargento cuenta cómo escuchó las órdenes para matar a dos detenidos, cómo
torturaron a otros dos que luego fueron asesinados y a otra guerrillera. Dijo que denunció el
hecho ante sus superiores, entre otros, Balza y Ricardo Brinzoni.

Por Santiago Rodríguez | Página/12

Casi nadie que lo haya visto ayer sentado a la mesa del bar de Aeroparque, en el que concedió un
reportaje a Página/12, debe haber imaginado que se trataba de un militar retirado porque tiene más bien
el aspecto de profesor de educación especial que es hoy. Pero antes de adoptar esa profesión y de
empezar a estudiar Ciencias de la Educación, José Almada era sargento del Ejército y como tal participó
en la recuperación del cuartel de La Tablada. Allí, asegura haber sido testigo de graves violaciones a los
derechos humanos que acaba de denunciar en la Justicia. Almada explicó que lo hizo ahora, quince años
después de la toma del cuartel por parte de miembros del Movimiento Todos por la Patria, porque en
todo este tiempo planteó el tema a sus superiores y no sólo no obtuvo respuestas, sino que además
sufrió una persecución que incluyó su pase a retiro. Mi verdad es irrefutable, sostiene, y advierte que la
conducción del Ejército debe admitir lo que ocurrió por el bien de la institución.
–¿Qué fue lo que pasó en La Tablada?
–En primera instancia, denuncié haber observado a dos personas que fueron rescatadas de la guardia
cuando comenzó a incendiarse. Estas personas fueron entregadas al personal responsable y trasladadas
al fondo del cuartel. Ahí comenzaron a ser interrogadas y a sufrir una sesión de torturas. Estas personas
no representaban una amenaza, ya estaban doblegadas.
–¿Esas personas eran Iván Ruiz y José Díaz?
–Exactamente. Uno de ellos decía soy Iván, y el otro, soy José; eso lo recuerdo perfectamente.
–¿Quiénes eran los responsables a los que se refiere y qué le respondieron?
–No los conocía porque era personal vestido con ropa de diario y no eran orgánicos de nuestra brigada,
pero eran dos oficiales superiores, un mayor y un teniente coronel, y presumo que de Inteligencia. No los
reconocí entonces, pero sí a uno de ellos por una presentación que se hizo en un canal de televisión de
que podía ser el jefe de seguridad del banco HSBC durante los hechos del 20 de diciembre.
–¿Quién, Jorge Varando?
–Sí, ésa era una de las personas que los interrogaba.
–¿Qué otra irregularidad vio durante la recuperación del cuartel?
–Cuando miro el informe de la OEA, encuentro que Varando y el general Arrillaga, que era la máxima
autoridad militar, manifiestan que estas personas fueron subidas a una ambulancia y que quedaron en
custodia del suboficial Esquivel. El sargento ayudante Esquivel fue a recuperar a su hermano que estaba
prisionero. Esquivel estaba conmigo; en un momento que ve salir a su hermano, sale corriendo para
recuperarlo y recibe un impacto y se nos muere ahí a nosotros. Es decir, cargan la responsabilidad sobre
estas personas para aliviar lo que ellos hicieron. Es gravísimo cómo lastiman la honorabilidad de un
hombre que murió combatiendo en defensa de las instituciones. También escuché por radio el diálogo
que denuncié, en el que se ordenó poner fuera de combate a dos personas que habían sido capturadas. Y
vi a una chica, que después me enteré que se llamaba Claudia Deleis, que levantaba los brazos en una
clara señal de rendición y contra la que abrieron fuego.
–Todo eso ocurrió en 1989. ¿Qué pasó desde entonces?
–La primera vez que di la novedad de todo esto fue el 9 de julio de 1989. Ese día desfilé con el
presidente (Carlos) Menem y había organizaciones de derechos humanos que pedían aparición con vida
de estas personas. Entonces me dirigí a un alto jefe militar que estaba en el lugar.
–¿A quién se lo dijo?
–Al general (Martín) Balza, que era el jefe de tropa ese día. Pero en la confusión que había ese día,
presumo que no se dio cuenta de lo que le quise decir por la forma en que se ha manejado con respecto
al tema de los crímenes de lesa humanidad. Después le di la novedad al jefe máximo del Ejército, que era
el general Bonifacio Cáceres, y le dije que tenía miedo de lo que podía ocurrir porque en el lugar en el
que vivía cerca de La Plata me cargaban y me decían ustedes los militares hicieron desaparecer chicos y
yo decía la pucha, en qué estamos. Lo que me dijo fue que el tema estaba en manos de la Justicia pero
que lo iba a tratar. Eso fue en octubre del ‘89, y cuando se retiró el general Cáceres me llamó a su carpa
el segundo comandante, que era el coronel Gasquet, y me reprimió violentamente. Me dijo que me iba a
poner 45 días de arresto. Esa sanción nunca se me aplicó, pero sí me pusieron dos días de arresto por
tener barba y llamativamente me dieron el pase a Paraná. Después me fui a Croacia, pero esto siempre
me daba vueltas en la cabeza porque en la televisión española veía imágenes de estas personas
caminando.
–¿Por qué no recurrió entonces a la Justicia?
–Porque usted debe comprender, señor, que no puedo pasar por sobre mis superiores; el Ejército es una
institución jerárquica en la que debo respetar lo que dicen mis superiores. Mi función es la que dice el
artículo 194 del Código de Justicia Militar, que establece que todo personal militar que conozca de un
hecho en el que se viola la ley debe presentarse a sus superiores; el superior ya sabe lo que debe hacer y
entonces no puedo hacer otra cosa. Al encontrar silencio, esto que parece una complicidad encubierta,
uno también tiene un poco de temor. Ahora ya para el ‘95 recuerdo que hice en el cuartel una
manifestación muy fuerte con respecto a lo que había pasado en Río Tercero y dije que era una cosa
armada que lastimaba las instituciones. Entonces me empezaron a dar conceptos de que no acompañaba
el criterio político de la fuerza. En el ‘97 una voluntaria me da la novedad de que está embarazada y el
jefe de la unidad la intima y le dice que para poder mantener su puesto de trabajo, usted ya sabe lo que
debe hacer. Esta chica se negó, y la obligó a pedir la baja. Esta chica fue abandonada por el Ejército y
eso lastimó profundamente su conciencia, teniendo presente que a mí se me viene a la mente el recuerdo
de las chicas que estaban prisioneras en La Tablada.
–¿Volvió a hablar del tema con Balza después de aquel desfile?
–No, tuve la intención de hablar con él y cuando fue a visitar un día la ciudad de Paraná pedí autorización
para hablar con él, pero llamativamente me pusieron de guardia y no pude.
–En la denuncia que hizo ante la Justicia, usted aseguró haberle informado del tema al también ex jefe
del Ejército Ricardo Brinzoni.
–Sí, envié dos expedientes en los que dejé establecidas cuáles fueron las violaciones que se cometieron.
–¿Qué le respondieron?
–Que los hechos por mí denunciados no serían materia de investigación. A esa altura ya me habían
creado una falsa acusación, estuve privado ilegítimamente de mi libertad durante casi 24 horas dentro de
un cuartel, tuve 30 días de arresto, fui confinado a la ciudad de Crespo y finalmente me pasaron a retiro.
Después, estando retirado, recibí varias intimaciones por desobediencia y hasta el día de hoy sigue la
persecución: en este momento el Ejército tiene un juicio contra mí para desalojarme; no reconocen que
el Estado me llevó a Paraná y que me abandonaron a mí y a mi familia. Yo estoy aislado con mis hijas
porque todo esto me costó la separación y un montón de cosas.
–¿Por qué ahora se decidió a hacer pública su denuncia?
–No es ahora. Cuando Brinzoni me da su respuesta, me presenté al juez federal de Paraná Juan Adolfo
Godoy y le hice la denuncia, pero no me llamó. Entonces, lo comenté en la Universidad de Paraná, se
hace eco un periodista y me lleva a un canal de televisión el 10 de julio del año pasado, pero se produce
toda una censura y no se difunde. En ese momento me enteré de que el Comando de Brigada le ordena
al servicio de Inteligencia la grabación del programa. Nunca jamás imaginé tener miedo amis superiores
por decir una verdad, pero estaba asustado y empecé a manejarme por Internet y me comuniqué con
organizaciones de derechos humanos y la OEA, y es así que una organización toma contacto conmigo.
–¿Qué organización?
–No sé cómo se llama. A mí me contactó el doctor (Carlos) Orzoacoa.
–¿Cómo llegó a reunirse con Enrique Gorriarán Merlo?
–Ellos me dijeron si accedería a tener un encuentro con él y dije que sí, porque eran otras épocas. Antes
de la conferencia tuve una reunión con Gorriarán Merlo y le dije que si estaba dispuesto a pelear por un
país plural y democrático, estaba de acuerdo en estar con él. Consideré que más allá de las diferencias,
no tenía por qué tener prejuicios.
–¿Qué espera que ocurra a partir de su denuncia?
–Que la fuerza diga la verdad y que se cierren las cicatrices. Vine a decirles la verdad a las familias que
perdieron sus chicos y que están desaparecidos para que encuentren una cristiana resignación.
–¿Qué supone que va a hacer el Ejército?
–Tiene la obligación de aplicarme una sanción y la quiero cumplir; me corresponde como soldado y la voy
a afrontar como un hombre de bien.
–Me refería al tema de fondo, a lo que ocurrió en La Tablada.
–Creo que las autoridades van a tener una actitud de honestidad intelectual. Si yo dije la verdad, deben
tener conmigo un gesto de honestidad por el bien de la institución. Mi verdad es irrefutable.

Fuente: Página/12, 20/02/04

Fuente: http://www.elortiba.org/tablada.html#La_Tablada_veinte_años_después

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