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Título original: Objectivity, relativism, and truth. Philosophical papers.
Volunte I
Publicado en inglés por Cambridge University Press, Cambridge
Traducción de Jorge Vigil Rubio
Cubierta de Mario Eskenazi
¿SOLIDARIDAD U OBJETIVIDAD?
4. Ibíd., pág. x. -
5. Ibíd., pág. 114.
6. Ibíd., pág. 119. Véase el artículo de Davidson «On the very idea of a conceptual
scheme», en sus Inquines into truth and interpretation (Oxford, Oxford University
Press, 1984) para una presentación más completa y sistemática de esta idea.
7. Putnam, pág. 113.
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vistas». Una razón por la que estas personas son pragmatistas es pre-
cisamente porque comparten la desconfianza de Putnam hacia la idea
positivista de que la racionalidad consiste en aplicar criterios.
Semejante desconfianza es común, por ejemplo, a Kuhn, Mary
Hesse, Wittgenstein, Michael Polanyi, y a Michael Oakeshott. Sólo al-
guien que concibiese de este modo la racionalidad soñaría con suge-
rir que «verdadero» significa algo diferente en sociedades diferen-
tes. Pues sólo una persona semejante podría imaginar que puede
elegirse algo ante lo cual puede considerarse relativo el término «ver-
dadero». Sólo si se comparte la idea de los positivistas lógicos de que
todos somos portadores de cosas llamadas «reglas del lenguaje», que
regulan qué y cuándo decimos lo que decimos, se afirmará que no
hay forma de desvincularse de nuestra cultura.
En la parte más original y poderosa de su libro, Putnam afirma
que la noción de que «la racionalidad;., se define por normas cultu-
rales locales» es meramente la contrapartida demoníaca del positi-
vismo. Se trata —afirma— de «una teoría cientifista inspirada por
la antropología, igual que el positivismo era una teoría científica ins-
pirada por las ciencias exactas». Putnam entiende por «cientifismo»
la idea de que la racionalidad consiste en la aplicación de criterios.8
Supongamos que desechamos esta noción y aceptamos la imagen qui-
neana de la indagación del propio Putnam como el continuo retejer
una red de creencias en vez de como la aplicación de criterios a ca-
sos. Entonces perderá su aspecto ofensivamente partidista la noción
de «normas culturales locales». Pues decir ahora que debemos ope-
rar de acuerdo con nuestras luces, que debemos ser etnocéntricos,
no es más que decir que deben contrastarse las creencias sugeridas
por otra cultura intentando tejerlas con las creencias que ya tene-
mos. Una consecuencia de esta concepción holista del conocimiento,
una concepción que comparten Putnam y aquellos a quienes tacha
de «relativistas», es que no ha de considerarse a las culturas alter-
nativas según el modelo de las geometrías alternativas. Las geome-
trías alternativas son irreconciliables porque tienen estructuras axio-
máticas y axiomas contradictorios. Están diseñadas para que sean
irreconciliables. Las culturas no están diseñadas de ese modo, y no
tienen estructuras axiomáticas. Decir que tienen «normas institucio-
nalizadas» es decir tan solo, con Foucault, que el conocimiento es
inseparable del poder —que si uno tiene determinadas creencias en
determinadas épocas y lugares, es probable que sufra por ello—.
Pero este respaldo institucional de las creencias adopta la forma de
yecto parece mal definido —tanto por él como por sus críticos— al
designarlo con el término «relativismo».10
Quienes siguen a Feyerabend en esta dirección a menudo son con-
siderados necesariamente enemigos de la Ilustración, personas que
se unen al coro de quienes afirman que las autodefiniciónes tradi-
cionales de las democracias occidentales están en quiebra, que se
ha demostrado que son «insuficientes» o «autoengañosas». Parte de
la resistencia instintiva a los intentos de marxistas, sartreanos, oakes-
hottianos, gadamerianos y foucaultianos por reducir la objetividad
a solidaridad está en el temor a que nuestros hábitos y esperanzas
liberales tradicionales no sobrevivan a semejante reducción. Estos
sentimientos se aprecian, por ejemplo, en la crítica de Habermas a
la posición de Gadamer como una posición relativista y potencial-
mente represiva, en la sospecha de que los ataques de Heidegger al
realismo estén vinculados de algún modo al nazismo, en la impre-
sión de que los intentos marxistas de interpretar los valores en tér-
minos de intereses de clase suelen ser sólo apologías de la revolu-
ción leninista, y en la sugerencia de que el escepticismo de Oakeshott
sobre el racionalismo en política no es más que una apología del sta-
tus quo.
Creo que plantear la cuestión en estos términos morales y políti-
cos, en vez de en términos epistemológicos o metafilosóficos, deja
ver más claramente lo que está en juego. Por ahora, la cuestión no
es cómo definir términos como «verdad», «racionalidad», «conoci-
miento» o «filosofía», sino qué autoimagen debería tener nuestra so-
ciedad de sí misma. La invocación ritual de la «necesidad de evitar
el relativismo» puede comprenderse mejor como expresión de la ne-
cesidad de mantener ciertos hábitos de la vida europea contemporá-
nea. Éstos son los hábitos alimentados por la Ilustración, y justifi-
cados por ésta en términos de apelación a la Razón, concebida como
capacidad humana transcultural de correspondencia con la realidad,
una facultad cuya posesión y uso vienen demostrados por la obedien-
10. Véase, por ejemplo, Paul Feyerabend, Science in a free society (Londres, New
Left Books, 1978), pág. 9, donde Feyerabend identifica su propia concepción con el'
«relativismo (en el antiguo y sencillo sentido de Protágoras)». Esta identificación va
unida a la afirmación de que «"objetivamente" no hay mucho que elegir entre anti-
semitismo y humanitarismo». Creo que Feyerabend habría servido mejor a su argu-
mento diciendo que el uso del término «objetivamente» —que se nombra con horror—
debería descartarse sin más, junto a las distinciones filosóficas tradicionales que re-
fuerzan la distinción objetivo-subjetivo, que diciendo que podemos conservar el tér-
mino y utilizarlo para decir cosas como las que dijo Protágoras. Contra lo que en
realidad se pronuncia Feyerabend es contra la teoría correspondentista de la verdad,
y no contra la idea de que algunas concepciones tienen más coherencia que otras.
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cia a criterios explícitos. Así, la verdadera cuestión sobre el relati-
vismo es la de si estos mismos hábitos de la vida intelectual, social
y política pueden justificarse mediante una concepción de la racio-
nalidad como un ensayismo sin criterio, y por una concepción prag-
mática de lá verdad.
Creo que la respuesta a esta cuestión es que el pragmatista no
puede justificar estos hábitos sin circularidad, pero tampoco puede
hacerlo el realista. La justificación que hace el pragmatista de la to-
lerancia, la libre indagación y la búsqueda de una comunicación no
distorsionada sólo puede asumir la forma de una comparación en-
tre sociedades que ilustran estos hábitos y sociedades que no, lo que
lleva a la sugerencia de que nadie que haya conocido ambas puede
preferir las últimas. Está ilustrada por la defensa de la democracia
de Winston Churchill como la peor forma de gobierno imaginable,
a excepción de todas las que se han ensayado hasta el momento. Esta
justificación no lo es por referencia a un criterio, sino por referencia
a diversas ventajas prácticas concretas. Sólo es circular por cuanto
los términos de elogio utilizados para describir a las sociedades li-
berales se inspiran en el vocabulario de las propias sociedades libe-
rales. Después de todo, este elogio tiene que hacerse en un vocabulario
y los términos de elogio corrientes en las sociedades primitivas, teo-
cráticas o totalitarias no producirán el resultado deseado. Así pues,
el pragmatista admite que no tiene un punto de vista ahistórico des-
de el que suscribir los hábitos de las democracias modernas que de-
sea elogiar. Estas consecuencias son precisamente las que esperan
los partidarios de la solidaridad. Pero entre los partidarios de la ob-
jetividad surgen, de nuevo, temores al dilema compuesto por el et-
nocentrismo, por un lado, y el relativismo, por otro. U otorgamos un
privilegio especial a nuestra propia comunidad, o pretendemos una
tolerancia imposible para todos los demás grupos.
He venido argumentando que los pragmatistas deberíamos coger
el cuerno etnocéntrico de este dilema. Tendríamos que decir que, en
la práctica, debemos privilegiar a nuestro propio grupo, aun cuando
puede no haber una justificación no circular para hacerlo. Hemos
de insistir en que el hecho de que no haya nada inmune a esta crítica
no significa que tengamos la obligación de justificarlo todo. Noso-
tros los intelectuales liberales norteamericanos deberíamos aceptar
el hecho de que tenemos que partir de donde estamos, y que esto sig-
nifica que hay numerosas perspectivas que simplemente no podemos
tomar en serio. Por utilizar la conocida analogía de Neurath, pode-
mos comprender la idea revolucionaria de que no se puede hacer un
barco que pueda navegar a partir de las tablas que componen el nues-
tro, y de que simplemente hemos de abandonar el barco. Pero no po-
50 OBJETIVIDAD, RELATIVISMO Y VERDAD
es más que un señuelo. Una vez más, el realista está proyectando sus
propios hábitos de pensamiento al pragmatista cuando le acusa de
relativismo. Pues el realista piensa que todo el objeto del pensamiento
filosófico consiste en distanciarse de cualquier comunidad dada y
contemplarla desde un punto de vista más universal. Cuando oye al
pragmatista rechazar el deseo de semejante punto de vista no se lo
puede creer. Piensa que todos, en nuestro fuero interno, debemos de-
sear semejante distanciamiento. Así, atribuye al pragmatista una for-
ma perversa de su propio intento de distanciamiento, y le concibe
como un esteta irónico e insolente que se niega a tomarse en serio
la elección entre comunidades, un mero «relativista». Pero el prag-
matista, dominado por el deseo de solidaridad, sólo puede ser criti-
cado por tomarse demasiado en serio su propia comunidad. Sólo pue-
de ser criticado de etnocentrismo, no de relativismo. Ser etnocéntrico
es dividir la especie humana en las personas ante las que debemos
justificar nuestras creencias y las demás. El primer grupo —nuestro
ethnos— abarca a aquellos que comparten lo suficiente nuestras
creencias como para hacer posible una conversación provechosa. En
este sentido, todo el mundo es etnocéntrico cuando participa en el
debate cultural, por mucha que sea la retórica realista sobre la obje-
tividad que genere en su estudio.13