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Edición a cargo de

JOSÉ MIGUEL MARINAS


CRISTINA SAN'Í AMARINA

LA HISTORIA ORAL
MÉTODOS Y EXPERIENCIAS

DEBATE
Ilustración de portada: Familia italiana desembarcando
en Ellis Island, 1905, Lewis Hiñes.

Primera edición: octubre 1993

Versión castellana de
JOSÉ MIGUEL MARINAS y CRISTINA SANTAMARIA

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita


de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas
en las leyes, la re, ' ¿ducción total o parcial de esta obra por
cualquier medio o procedimiento, comprendidas la reprografía
y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de
ella, mediante alquiler o préstamo públicos.

© De la Introducción y la traducción, José Miguel Marinas


y Cristina Santamarina
© De la versión castellana. Editorial Debate, S. A.,
Gabriela Mistral, 2, 28035 Madrid

I.S.B.N.: 84-7444-723-2
Depósito legal: M. 22.174-1993
Impreso en Unigraf, Arroyomolinos, Móstoles (Madrid)
Impreso en España
é

DE LA PERSPECTIVA DE LA HISTORIA DE VIDA


A LA TRANSFORMACIÓN DE LA PRÁCTICA SOCIOLÓGICA*

Daniel Bertaux

Por un tiempo yo fui positivista. Pensaba que la sociología podía ser


una verdadera ciencia y estaba dispuesto a convertirla en más científica.
^ Pensaba que «cuanto más cuantifique uno, mejor». Pensaba: ya basta de
filosofía social, se acabó la teorización abstracta. ¡Vayamos a los hechos!
Yo he sido educado en matemáticas, física, electrónica y computación.
Trabajé durante cinco años como investigador científico en teoría de feed-
back de sistemas y sus aplicaciones y en inteligencia artificial. Pensaba que
sabía de qué iba la ciencia...
Francia es diferente: aquí la mayor parte de los sociólogos de prestigio
se han formado en la filosofía. Cuando se orientan hacia la sociología,
conservan su gusto inicial por las ideas universales. Cuando yo llegué a la
sociología me enseñaron muchísimo. Pero lo que realmente me sacó de mi
sueño positivista fue un terremoto histórico: mayo del 68. Se trata de una
larga historia y no voy a contarla aquí. Será suficiente decir que la repen­
tina irrupción de la praxis social en la quieta escena de la sociedad de
consumo de masas fue una ruptura mortal de mi cientificismo. Es algo que
no sucedió de una sola vez. Se fue desarrollando lentamente en mi interior
a lo largo de años, como la silenciosa explosión de una nebulosa. Durante
todos estos años desde aquella primavera dorada del 68 me dediqué a mis
* a

estudios empíricos sobre la movilidad social; desarrollé las ideas de la


«movilidad estructural» y de la «contramovilidad» y las apliqué a los exce­
lentes datos estadísticos que estaban disponibles en Francia; comencé a
pasar por especialista. Pero no me sentía a gusto.
De hecho, ¿qué sabía yo acerca de las sociedades reales? ¿Acerca, di­
gámoslo, de la sociedad francesa? Tenía titulación sociológica, leía Le
Monde de cada día, muy a menudo el New York Times, el Time y The
Observer. Pero nunca había puesto los pies en una fábrica; y nunca había
trabajado con mis propias manos; nunca había tenido que buscar un tra­
bajo para vivir. Nunca había trabajado tampoco en una empresa privada.

* «From the Life-History Approach to the Transformation of Sociological Practice»,


Daniel Bertaux, Biography and Society, Sage Publications Inc., 2.a ed., 1983, California.

19
Por mis lecturas sociológicas sabía muchas cosas acerca de la «sociedad»;
pero lo que yo sabía era, de todas maneras, irrelevante para las sociedades
reales. Comencé a hacerme consciente de mi propia ignorancia.
Por lo que respecta a mis colegas, la situación era incluso peor. Al fin
y al cabo yo había trabajado en un centro de investigación en ingeniería,
con tareas precisas, con metas definidas, con plazos, relaciones jerárqui­
cas, autoridad y arbitrariedad. De aquí me escapé y me dediqué a viajar
alrededor del mundo, principalmente por las regiones del llamado «Tercer
mundo» (léase: pobres); y esto también había sido una gran experiencia.
Pero mis colegas habían luchado desde el final del bachillerato hasta la
universidad, realizando tesis o investigación universitaria o desempeñando
un trabajo como enseñantes. Nunca habían estado fuera del sistema aca­
démico. Nunca habían catado el peso de la vida social, y la vida social no
les había golpeado nunca. ¿Qué podían saber ellos de eso?
Poco a poco comencé a darme cuenta de la verdad de mi situación y
—con la ayuda de la obra C. W. Mills La imaginación sociológica— de la
verdad sobre la sociología; una verdad que no se puede suponer que sea
conocida. Me daba cuenta, y no sólo a causa de los pocos amigos que
también se planteaban cuestiones, de que la cientificidad de la sociología
es un mito. Si existe algo como el conocimiento sociológico, la vía para
lograrlo no es la metodología cuantitativa. Y el obstáculo principal al res- «
pecto es, precisamente, la creencia en la sociología como ciencia. En una
palabra: el positivismo.
A lo largo de todos esos años sentí la necesidad de desarrollar otra
perspectiva para la investigación empírica. Bajo la influencia de Oscar
Lewis y su obra Los hijos de Sánchez, y de C. W. Mills, comencé a reco­
ger historias de vida. Esta parte de mi trabajo habría de seguir siendo ^
marginal durante largo tiempo, a causa de los severos juicios que recibía
por parte de mis sucesivos directores de investigación. Pero la experimen­
tación con esta nueva perspectiva era muy excitante, y poco a poco llegué
a ganar confianza en la validez de este punto de vista.
El descubrimiento más interesante fue que la recogida de las historias
de vida significa no sólo una práctica empírica nueva, sino también una
redefinición paso por paso de la totalidad de nuestras aproximaciones a la
práctica sociológica. Esto cuestiona todas las ideas recibidas: no sólo las
que derivan de la tradición positivista de la sociología empírica, sino tam­
bién aquellas que provienen de las corrientes filosóficas hegemónicas en
Francia, principalmente el marxismo y el estructuralismo.
Lo que yo quería hacer aquí era mostrar que existe otra vía para la
práctica sociológica. Otro camino para hacer observaciones. Otra forma
de analizarlas. Otra forma de escribir. Y, hablando en general, otra forma .
de definir la relación entre sociología y sociedad.
El presente documento está explícitamente dedicado a los «positivis-

20
tas», es decir a la gente honesta que cree en la sociología como conoci­
miento, pero que utiliza (o es utilizada por) un marco conceptual que he
llegado a considerar erróneo o, al menos, enormemente limitado: el positi­
vismo. Basándome, por mi parte, en el ejemplo de la perspectiva de las
historias de vida, quisiera decirles que su preocupación por la representa-
tividad de las muestras, por el análisis de datos, por la prueba... puede
encontrarse también en esta perspectiva considerada como «cualitativa», y
que esta perspectiva ofrece algo más: un acceso directo al nivel de las
relaciones sociales que constituyen, después de todo, la verdadera sustan­
cia del conocimiento sociológico.
Existen algunos indicios de que los positivistas se están abriendo a
otras formas de investigación. Uno de los mejores positivistas contempo­
ráneos, el sociólogo británico John Goldthorpe, defiende la idea de desa­
rrollar su investigación acerca de la movilidad social en Gran Bretaña
(N = 10.309 hombres) con reentrevistas a una submuestra de algunos cien­
tos de ellos. Esas reentrevistas adoptan la forma de historias de vida pro­
fesionales, siguiendo la carrera de los hombres entrevistados año tras año
(mientras que en la encuesta misma sólo han sido analizados unos pocos
momentos de la carrera global, como es habitual en las encuestas amplias
sobre movilidad social). Así, era él capaz de comparar la imagen de las
„ carreras reales, obtenida a través de la encuesta cuantitativa, con la ima­
gen proporcionada por las historias de vida. Esta es una de sus conclu­
siones:

Podemos destacar, en primer lugar, cómo un asunto del máximo interés


metodológico, como es adoptar una perspectiva diacrónica o biográfica
acerca de la movilidad, produce un retrato muy diferente del que deriva de
* la perspectiva sincrónica, de variables cruzadas de un cuadro convencional
de movilidad '.
v
%>

Estas palabras: «un retrato muy diferente» son una señal (para mí) de

1 John Goldthorpe, en colaboración con Catriona Llewelyn y Clive Payne, Social Mobi-
lity and Class Slructure in Modern Britain, Oxford, Clarendon Press, 1980, pp. 139-140. En
este libro, que considero con mucho el mejor sobre este tema, hay un capítulo que trata de
«La experiencia de la movilidad social»; está basado en las notas autobiográficas escritas
por una submuestra de 247 hombres, miembros todos de una muestra original de 10.309
encuestados. En el animado debate que tuvo lugar en Uppsala entre John Goldthorpe,
Franco Ferrarotti y unos pocos sociólogos más, John Goldthorpe mencionó que su posición
fundamental estaba próxima a la desarrollada por Karl Popper —una posición que decidi­
damente poco tiene que ver con el «positivismo craso»—. En este trabajo estoy empleando
el término «positivismo» para referirme a la filosofía espontánea de la mayoría de los cuan-
titativistas; una filosofía que ha sido severamente criticada por Jürgen Habermas o An­
thony Giddens, entre otros. Los trabajos de John Goldthorpe, llenos siempre de intuición
sociológica, son una prueba de lo desafortunado que sería etiquetarlos como «positivistas» y
reducirlos a eso.

I 21
r

algo muy importante, de algo equivalente a un primer peldaño hacia una


nueva aproximación a la sociología empírica (yo soy el que asume la res­
ponsabilidad total de esta interpretación del texto de J. G.).
¿Por qué estoy dirigiendo este trabajo a un público específico? Porque
estoy convencido de que el desarrollo de esta nueva perspectiva únicamen­
te tendrá lugar con la ayuda de (antiguos) positivistas. Porque ellos creen
en una ética de la validez científica, porque son «materialistas» espontá­
neos, y porque son ampliamente honestos, están preparados para cambiar
sus métodos y perspectivas cuando se presentan nuevos métodos y pers­
pectivas que «funcionan mejor»; mientras que los teóricos puros, y espe­
cialmente los sociólogos de formación filosófica, son espontáneamente
idealistas, están perdidos para la causa de la sociología concreta, espe­
cialmente si han empleado su vida en los círculos académicos y en sus
universos discursivos. Por ello pienso que es inútil tratar de convencerlos.
Comencemos con la idea convencional de lo que una investigación
científicamente dirigida debería ser. Tal investigación procedería a través
de diferentes estadios, desde una clara selección de una cuestión sustanti­
vas la formulación de hipótesis y el diseño de la investigación, la elección
de la población, la muestra, la recopilación de datos, la codificación, el
análisis de datos, la validación de hipótesis, hasta el informe final y la
publicación. Esta es claramente la concepción positivista. Pero permítase­
nos conservarla tal cual y señalar que falta un estadio, el último. Éste no
sería exactamente la «publicación», sino la lectura. Este estadio es preci-
* sámente el que hace de la sociología una práctica social, y no una práctica •
meramente intelectual. Su omisión sistemática en los manuales de metodo­
logía significa que estos libros presentan una imagen mutilada del entorno
sociológico —¡la sociología como una pura ciencia desprovista de cual­
quier significación social!—. El único punto válido en esta omisión siste­
mática del estadio de «lectura» es que, para ser claros, la sociología no es
muy leída en estos días. Y esto es una paradoja. Si la sociología fuera una
ciencia especializada, como por ejemplo la bioquímica o la electrónica, se
podría entender que nadie salvo los especialistas leyera algo en publica­
ciones especializadas. Pero la sociología no es eso. Su estatuto radica en
que tiene que ver con instituciones, culturas, formas de vida social, rela­
ciones sociales, en otras palabras con la textura real de la vida social tal
como la gente la vive. Y parece que esta gente real que estaría interesada
de forma espontánea en escuchar lo que tenemos que decir acerca de sus
sociedades se vuelve más bien hacia la lectura de la historia, de la antropo­
logía, no sólo porque es algo dépaysant (exótico), sino también porque el
discurso de estas disciplinas se convierte muy a menudo en una lectura
agradable. ¿Qué es lo que está equivocado en las formas contemporáneas .
del discurso sociológico que hace que la gente se aparte de él? Retomare­
mos luego esta cuestión.

i
22
4

Volviendo ahora a la organización general de un proyecto de investi­


gación sociológica (como antes lo esbocé), podemos verlo ya de una ma­
nera diferente[Si tenemos en mente que la meta de la investigación no ha
de ser producir «resultados científicos» —que añaden piedras al monu­
mento mítico de la sociología como ciencia— sino, en un nivel más humil­
de, adquirir conocimiento acerca de determinados procesos sociales; si te­
nemos esto en mente, puesto que, al fin y al cabo, vivimos en sociedades
en donde todos los procesos sociales implican alguna forma de domina­
ción (de los ricos sobre los pobres, de los poderosos sobre los que no
tienen poder, de los varones sobre las mujeres, de los adultos sobre los
más jóvenes, del norte sobre el sur, etc...), y que nuestra búsqueda de la
verdad se transforma inmediatamente en una lucha contra la falsedad de
las ideologías que acompañan la dominación social (el «orden social»), y
queja disfrazan de necesidades técnicas o naturales (el «orden de las co-
sas»y si tenemos en mente aún que la sociología fenece en el punto y hora
en que se despoja de su contenido humanístico, podremos conferir un di­
ferente significado a cada uno de los estadios en el boceto general descrito
más arriba, y a sus relaciones con otros. Tomemos ahora cada uno de
estos estadios para demostrar lo que esto significa en concreto.

1. La elección del tema

Cuando quien investiga elige un tema, él o ella comienza a buscar


también el significado social de su práctica sociológica —es decir, hablan­
do prácticamente, el significado de su vida profesional—. ¿Para quién voy
a trabajar? Esta cuestión no puede ser pasada por alto, incluso si no tene­
mos una respuesta clara para ella en un principio. Si hemos dejado de
creer en la sociologia como ciencia en sí misma, uno tiémfqúe enfrentarse
a4a-euestión de quién está Interesado en los elementos del conocimiento
.4 social que uno intenta producir. Saber de qué parte están estas personas
querrá decir, también, de qué parte estamos nosotros mismos. Con seguri­
dad, una posición dogmática a priori que dé respuestas en lugar de formu­
lar preguntas no puede ayudarnos en esto, pero tampoco se ignora a sí
misma. Esta cuestión (la del significado social de la investigación como un
tópico determinado) se puede plantear, no para segregar un número de­
terminado de áreas de investigación, sino para asegurar que el fin de la
investigación está presente desde el mismo inicio.
Actualmente, en Francia al menos, cualquiera que haya hecho trabajo
de campo se ha visto confrontado con esta pregunta: «¿por qué está usted
haciendo este proyecto de investigación?» Si uno es capaz, práctica y mo­
ralmente, de pasar por algo más que un sociólogo, digamos un periodista,
o un escritor, o un historiador, entonces tiene una respuesta. Pero si uno

23
f

quiere ser sincero, si tiene que admitir una intención sociológica, entonces
la respuesta no es fácil —y el sociólogo se siente incómodo—. De hecho, el
gran éxito de lo que C. W. Mills llamaba «la división burocrática del
trabajo» podía deberse, en parte, a lo que les ofrece a los sociólogos en
términos de protección frente al trabajo de campo y sus situaciones emba­
razosas. A la pregunta «¿por qué?», un estudiante puede responder: «para
mi carrera académica^, y un colaborador a sueldo: «por el dinero». Un
académico, responsable de la elección de su tema, no puede proceder tan
fácilmente. Pero, con la encuesta, no tiene que encontrarse físicamente con
los «objetos» de su estudio.

2. Hipótesis

El positivismo concibe las hipótesis como relaciones supuestas entre


variables. Esta es precisamente la razón por la que existe una distancia tan
amplia entre una teorización genuina y los hechos empíricos. Los teóricos
(por ejemplo Durkheim, Parsons, Lévi-Strauss o Bourdieu) saben que su
pensamiento podría ser orientado a través del nivel de las relaciones socia­
les (les rapports sociaux), lo que equivale no a las relaciones interpersona­
les, sino a las socioestructurales o institucionalizadas —tal como surgen de
un orden social establecido—. Si los pensadores sociales poseen también
un sentido de la historia, como Marx, Weber, Touraine, Poulantzas o
Michel Foucault, saben que cualquier pauta de relaciones socioestructura­
les está experimentando continuas transformaciones y que el objeto real
del pensamiento sociológico no son sólo las «socioestructuras», sino tam­
bién su movimiento histórico.
El conflicto con el positivismo reside en que ha olvidado esta cuestión
hace tiempo. Como las encuestas (y también las estadísticas) solamente
pueden registrar actitudes, comportamientos y características sociales de
individuos, el positivismo les dio a éstos el noble título de «variables», y
esto les permitió redefínir la teoría sociológica como «un sistema de pro^
posiciones acerca de relaciones entre variables». Una analogía muy super­
ficial con las ciencias físicas, que ya he criticado en otra parte2, ha sido
desarrollada para establecer el carácter «científico» de este punto de vista,
que es epistemológicamente falso y prácticamente estéril.
Dado que las redes (ahora de escala mundial) de las relaciones socioes­
tructurales son siempre cambiantes, y dado que su movimiento es el resul­
tado de luchas sociales tanto nacionales como de escala mundial cuyos
resultados no están predeterminados (por ejemplo guerras, conflictos so­
ciales, golpes de estado), y debido a que no se sigue el curso prefijado de

2 «Pour sortir de l’omiere néopositiviste», Sociologie el Sociétés 8 (2), 1976.

24
las así llamadas leyes sociales, la sociología nunca será una ciencia en el
sentido de la física, la química, la astrofísica o la biología. El único cono-
cimiento que-podemos esperar^alcan/ar es de carácter históricoT nuestro
presente es historia. El conocimiento-sociológico.es.el conocimiento de
tma^Wúctura de relaciones sociales históricamente dada: el conocimiento
de las condiciones de las luchas~socialesT pero no el conocimiento de su
re'suTtado. Si esto es cierto, entonces la idea de la sociología como ciencia
ncTayúda al desarrollo del conocimiento social; por el contrario, lo impi­
de, y si se la toma demasiado en serio, puede incluso bloquear su adquisi­
ción.
En la perspectiva que se propone aquí, el pensamiento sociológico es­
taría presente a lo largo de todo el proceso de investigación, pero las hipó­
tesis deberían ser formuladas sólo hacia el final. Extraña proposición, qui­
zá, pero coherente con lo que a continuación veremos.

3. El diseño de la investigación: la elección


de las técnicas de observación

¿Cómo pueden ser observadas las relaciones socioestructurales? De la


respuesta a esta cuestión podría surgir la selección de determinadas técni­
cas de observación.
A lo largo de la historia del positivismo se ha tratado del otro camino.
En los años 30, Samuel Stouffer desarrolló la técnica de la encuesta, que
tomó prestada no de los científicos sino de los estadísticos que trabajaban
para los bancos y las compañías de seguros \ Fue únicamente durante los
40 y 50 cuando se desarrolló un discurso epistemológico (por parte de
Cohén, Nagel y otros) que trató de conferirle legitimidad a la investigación
por el procedimiento de encuesta como un asunto científico. Este discurso
no intentó poner en relación la teoría sociológica con las técnicas de ob­
servación, como podría haberlo hecho; por el contrario, intentó justificar
el uso de las técnicas cuantitativas en sociología con referencia a... la teo­
ría física o ¡la biometría! Pero, por lo que yo sé, cuando los físicos selec­
cionan sus técnicas de observación no las refieren a la teoría sociológica.
Saben, y nosotros podríamos saberlo también, que la cuestión de la selec­
ción de técnica no es una cuestión técnica. Si por el término «relaciones
sociales» entendemos «relaciones entre variables»,’seleccionaremos la téc­
nica de encuesta (en la actualidad, al usar el concepto de variable en el
nivel teórico ya hemos elegido la perspectiva de la encuesta: o más bien,
ella nos ha elegido a nosotros). Si por «relaciones sociales» queremos sig-3

3 Véase este desarrollo en H. Blumer, An Appraisal o f Thomas and Znaniecki's «The


Polish Peasant in Europe and America», Nueva York, SSCR, 1939.


25
niñear lo que los mejores teóricos han entendido, desde Marx a Parsons,
desde Durkheim a Malinowsky y Lévi-Strauss, desde Weber al estruc-
turalismo francés y a Goffman, entonces deberemos pensar las cosas un
poco más.
El trabajo histórico es una respuesta: una buena historia nos muestra
el movimientólíe las relaciones sociales como relaciones de clase (véase los
trabajos de Marx y de Weber). La observación, la observación participan-
te, es otra distinta (véase la antropología, A. Strauss, E.7 Góffittari'o Ci-
courel). La intervención es una tercera técnica; es una perspectiva desarro­
llada por Touraine, quien argumenta que Tá única cosa que un sociólogo
puede observar realmente es el efecto de su propia intervención práctica
sobre una realidad social determinada (en este caso, un movimiento so­
cial4). Por mi parte, creo que podemos también utilizar las historias de
vida o, mejor” los relatos de vida (life stories).
Tenemos la experiencia del estudio de un conjunto particular de rela­
ciones sociales —aquellas que constituyen la estructura de la panadería
artesanal en Francia, y que son la base de su increíble vitalidad—. Reco­
ger las historias de vida de los panaderos, de las mujeres de los panaderos,
de los trabajadores de la panadería nos ha permitido descubrir pautas de
prácticas vitales de estos hombres y mujeres. Pensamos que estas prácticas
recurrentes, que son observables aún hoy en día en la panadería de Fran­
cia, constituyen un excelente desencadenante de las relaciones socioestruc-
turales subyacentes. ¿Qué más podríamos pedir a una técnica de observa­
ción en sociología?5

4. El diseño de la investigación: la elección de la población

De nuevo se plantea una cuestión teórica: ¿qué significa observar «un


determinado tipo de relaciones sociales»? Siguiendo a Marx y a Max We­
ber, las relaciones sociales contemporáneas son relaciones de clase. Por lo
que sabemos del mundo en que vivimos, esta perspectiva es realmente muy
correcta. ConTodój creo que cuando uno tiene que investigar «un conjun­
to de relaciones sociales» en la totalidad social, lo puede hacer siguiendo
un conjunto particular de relaciones socioestructuralés de clase (es decir de
relaciones institucionalizadas de dominación y explotación). Los «propie­
tarios panaderos» podrían no ser una buena elección; uno debería tomar el
conjunto del sector de la producción, incluyendo los empleados de pana­
dería y algunas otras categorías subordinadas. Los «trabajadores del
automóvil» es una elección no demasiado buena; el objeto sociológico se-

4 Alain Touraine, La Voix et le Regará, París, Le Seuil, 1979.


5 Véase en este volumen «Historias dé vida en el oficio de panadero», pp. 199-230.

26
rían aquí las relaciones entre capital y trabajo (relaciones estructurales, no
relaciones «humanas»), y el campo de observación debería incluir los nive­
les de gestión e inversión. Los «votantes» no es una buena elección; úni­
camente la relación entre la corporación política y el electorado es socio­
lógicamente relevante. Las «mujeres» no representan una buena elección;
en nada se apoya el hacer un estudio sociológico exclusivamente de «muje­
res» (¿por qué no de «hombres»?); la sociología se concentraría sobre las
relaciones sociales definidas entre sexos. Y así sucesivamente. Este princi­
pio es muy simple, pero raramente es aplicado por causa del divorcio exis­
tente entre los niveles teorético y empírico de la sociología, del que el
positivismo es responsable.

5. Muestra y representatividad •

El aspecto más válido del positivismo es la teoría de la muestra. Las


encuestas y las investigaciones de voto se han beneficiado ampliamente de
este elemento teórico. Pero, si hemos de volver a poner en relación el
pensamiento teórico y la observación empírica, necesitaremos una concep­
ción más amplia de lo que es la representatividad.
’TTn nuestro estudio sobre las agrupaciones de panaderos, nos enfren­
tamos con una población de aproximadamente 160.000 personas (90.000
propietarios de panaderías y sus mujeres, 60.000 trabajadores de panade­
rías). Nunca se había establecido «muestra representativa» al respecto. Re­
cogimos historias de vida siguiendo lo que pomposamente se ha llamado
una «estrategia de bola de nieve». En concreto, recogimos aproximada­
mente 30 historias de vida de los empleados de panadería. La primera
historia de vida nos enseñó una enorme cantidad de cosas; y lo mismo
ocurrió con la segunda y la tercera. Al llegar a la entrevista número quince
comenzamos a comprender las pautas de relaciones socioestructurales que
organizan la vida de un empleado de panadería. Pero a la entrevista nú­
mero 25, además del conocimiento que teníamos de las historias de vida
de los propietarios de panadería nos dimos cuenta de que teníamos esto:
un retrato claro de la pauta estructural de sus transformaciones recientes.
Las nuevas historias de vida únicamente confirmaban lo que ya habíamos
comprendido, añadiendo ligeras variaciones individuales. Nos detuvimos
en la entrevista número 30: no hacía falta continuar más adelante. Ya
sabíamos en ese momento lo que queríamos saber. „
A partir de aquí alcanzamos un proceso de saturación de conocimien- j
to. Este proceso confiere a la idea de «representatividad» un significado
cSTnpletamente diferente. En^síntesis, podemos, decir que nuestra muestra
es representativa, no en un nivel morfológico (en el nivel de la descripción
superficial), sino en el nivel sociológico;, en el nivel de las relaciones so-

* 27
y cioestructurales (rapports sociaux). Estos dos niveles no deben ser con­
fundidos. Si, por ejemplo, uno pretende saber cómo va a votar una pobla­
ción determinada en las próximas elecciones, el primer nivel es el nivel
correcto. Pero si uno quiere comprender qué alcance tiene la práctica de
voto y de elección para aquellos que votan, entonces es el segundo nivel el
relevante (a este respecto, la exclusión de fa d o de los partidos de la autén­
tica clase trabajadora respecto del proceso «democrático» es más relevante
que las influencias psicosociales que determinan la victoria de un partido
de clase media sobre otro).
Un ejemplo preciso de cómo la investigación sociológica de corte posi­
tivista puede, de modo congruente, pasar por alto los aspectos más impor­
tantes de un problema nos lo proporciona la encuesta de 30 años de dura­
ción acerca de la movilidad social. El punto clave, para un sociólogo
estructuralista al menos, es, obviamente, la herencia de capital. Decir,
como me han dicho algunos especialistas muy conocidos, que la herencia
de capital es estadísticamente irrelevante es como decir que en el sistema
político de Estados Unidos la función presidencial es irrelevante porque
implica sólo a una persona de entre 200 millones. Con este tipo de razo­
namientos no se puede ir muy lejos6.

6. Recogida de datos

En la investigación por encuesta se presupone que lo que cada in­


dividuo tiene que decir es en sí mismo insignificante. Y de hecho, cada
cuestionario particular que se rellena proporciona de por sí un significado
reducido(j^I sociólogo le compete conferir significado a datos insignifican­
tes: ¡una responsabilidad realmente recompensada! Esto lleva a los soció­
logos, y a la sociología en su conjunto, a la posición de conferir significa­
do al caos insignificante de las apariencias —una tarea que ha sido
históricamente la de las ciencias naturales.
Aquí existe, con todo, una leve diferencia entre las ciencias naturales y
las ciencias «sociales»: los objetos que la sociología examina hablan. Inclu­
so piensan. Y el sociólogo es sólo uno de ellos, uno entre muchos, un ser
humano entre seres humanos. Así pues, para que él pueda hablar no como
simple ser humano sino como «científico», no tiene otro camino que em­
pezar por reducir a aquéllos al silencio.
Si se da una oportunidad para hablar libremente, resulta que la gente

6 He defendido el papel crucial de la herencia de capital en el proceso global de distribu­


ción de la gente por ocupaciones en «An Assessment of Garnier and Hazelrigg’s Paper on
Intergenerational Mobility in France», American Journal o f Sociology 82 (2), septiembre,
1976, y, especialmente en Destins personnels et struclure de classe, París, Presses Universi-
taires de France, 1977, capítulo 2.

28
sabe mucho acerca de lo que ocurre; mucho más, a veces, que los so­
ciólogos. Recordemos Los hijos de Sánchez y cómo Oscar Lewis ha te­
nido muy poco que añadir a lo que ellos decían. Recordemos Working
de Studs Terkel, que nos presenta una buena comprensión de las relacio­
nes sociales que operan como relaciones de clase (posiblemente subraya­
das por la elección de las entrevistas que Terkel realizó 7). Se pueden apor­
tar otros ejemplos. En aras de la concisión, permítasenos decir que una
buena entrevista, y más aún, una buena historia de vida es aquella en la
que el entrevistado desborda el control de la situación de entrevista y ha­
bla libremente. Durante los años 20, cuando Clifford Shaw pedía a los
jóvenes delincuentes que escribiesen sus propias historias siguiendo sus
datos policiales como guía, obtuvo realmente resultados pobres. Sólo
aquellos jóvenes que se saltaban la ficha y comenzaban a escribir su pro­
pia historia lograban expresar algo verdadero, algo real, algo interesante.
La teoría sociológica de la delincuencia tiene una profunda deuda con
ellos.
Evidentemente es algo usual tener un guión de entrevista en la cabeza.
Ayuda cuando los entrevistados son reacios a despegar respecto del con­
trol de la entrevista. Pero, aunque constituye una síntesis de lo que «se ha
aprendido antes», debe ser modificado de una entrevista a otra, según el
progreso hecho en la comprensión de las relaciones socioestructurales
subyacentes. Una concepción de este tipo transforma completamente el
problema del análisis de datos.

7. El análisis de datos

Se ha dicho que la perspectiva de las historias de vida ha tropezado


con este problema. En cierto sentido es verdad; las singulares, las «gran­
des» historias de vida que han sido publicadas (por Thomas y Znaniecki,
Clifford Shaw, Sutherland, Oscar Lewis, Leo W. Simmons, etc.) han he­
cho análisis completamente irrelevantes. Son trabajos que se sostienen por
sí mismos. Por otro lado, cuando se han recopilado docenas de historias
de vida en una población concreta, se han obtenido pocos resultados de
ellas 8.
Todos estos proyectos de investigación tienen, sin embargo, una caren-

7 Una excelente fuente para los estudios de Terkel es Ron Grele (ed.), Envelopes o f
Sound. Six Practicioners discuss the Method, Theory and Practice o f Oral History and Oral
Testimony, Chicago, Precedent Publishing, 1975.
8 Véase el trabajo de Angelí en Gottschalk y otros, The Use o f Personal Documents in
History, Anthropology and Sociology, Nueva York, Social Science Reserach Council, 1945.
En su seguimiento más reciente de la cuestión, Norman K. Denzin tiene una visión más
optimista; véase el capítulo 10 de su Research Act, Chicago, Aldine, 1970.

29
r

cia básica: aóoleeeir de falta de comprensión de la teoría sociológica, de lo


que significan las «relaciones sociales». Esto puede verse en sus hipótesis, y
especialmente en su diseño de investigación (por ejemplo, estudiar a los
delincuentes en lugar de las relaciones sociales entre los jóvenes de familias
de clase trabajadora y las instituciones policiales y judiciales).
Cuando se utilizan dentro de un marco realmente sociológico, las his­
Í torias de vida son una de las mejores herramientas con las que propiciar la
expresión de lo que lá gente ya sabe acerca de la vida social. Resulta
fructífero a veces para nuestro estatuto como «científicos sociales» darnos
cuenta de lo amplio y sutil que es el conocimiento popular. ¿Qué más
tenemos que decir que ellos no hayan ya dicho y comprendido? Éste es,
pienso yo, el verdadero reto.
La sociología tiene ciertamente algo que decir. Cada persona tiene, de
todos modos, un campo limitado de percepción. Incluso si la gente se da
cuenta de las reglas del juego local de la sociedad que le rodea, normal­
mente no puede acceder a un conocimiento del conjunto, y mucho menos
a una comprensión del movimiento histórico del todo. La gente aprende a
través de la práctica, y rara vez su práctica les pone en contacto con una
amplia variedad de áreas sociales. Nuestra tarea como intelectuales consis­
te en conjugar estos elementos de conocimiento que pueden ser encontra­
dos en cualquier lugar (por ejemplo entre la gente analfabeta más joven de
la ciudad de México, como Oscar Lewis nos enseñó a descubrir), y cons­
truir un retrato del conjunto de estos movimientos. Este es el verdadero
significado del estadio llamado «análisis» —que pide, a su vez, otro si­
guiente estadio, la síntesis.
■; La síntesis no debe ser un estadio separado que viene después de la
recopilación de datos. Ni los historiadores ni los antropólogos trabajan de
esa manera. Debería ser un proceso continuo de concentración sobre las
relaciones sociales invisibles pero siempre presentes. Cada historia de vida,
pero también cada estadística, cada prueba empírica debería servir a la
comprensión de una red determinada de relaciones sociales. Cuando esta
red es comprendida claramente, el análisis está completo.

8. Confirmación/refutación de hipótesis.
El momento de la prueba
Este es otro punto fuerte del positivismo. Las técnicas han sido desa­
rrolladas para establecer si una determinada relación entre variables se
sostiene o no —y hasta qué punto uno puede estar seguro de que se sos­
tiene—. Por otra parte, se dice que las historias de vida y otros_datos
«cualitativos» resultan útiles para la formulación inicial de hipótesis, pero
completamente inútiles a la hora de probar o refutar aquellas hipótesis.
Aquí se suscita el problema de la objetividad. En un trabajo brillante

30
reproducido en este volumen, Franco Ferrarotti argumenta que, debido a
la naturaleza específica de la realidad social, cuanto más íntimamente sub­
jetivo sea el conocimiento sociológico, más profundo y objetivo resulta9.
Aunque no estoy totalmente de acuerdo con él (todavía no, puede ser),
saludo calurosamente este reto al positivismo que proviene de una voz tan
autorizada.
En primer lugar, afrontémoslo: ni la sociología ni la economía, la his­
toria o la antropología serán nunca ciencias como las ciencias naturales.
La vida social surge de conflictos cuyos resultados son impredecibles. No
existen «leyes sociales» como las leyes físicas, es decir eternas, totalmente
establecidas, operando sobre cualquier elemento del universo. Nuestras I
«leyes» son creadas y borradas por la historia humana, y actualmente la
humanidad ha adquirido los medios incluso para erradicarse a sí misma de,
la tierra. ¿Sucederá esto? Ninguna «ley» puede predecirlo. Pero si ocurrej
el universo seguirá como antes, y sus leyes serán inmutables.
Si la ciencia social no es posible, esto no significa que el conocimiento
social sea una ilusión. Por el contrario, el mito de la posibilidad de la
ciencia social es responsable hoy del bloqueo del progreso del conocimien­
to social auténtico (tras haberlo apoyado contra la religión). La tarea del
pensamiento sociológico no sería encontrar «leyes sociales» (¿SET tiene c o -
nocTmTento de alguna?)”, sino acompañar el desarrollo de la tendencia ha­
cia una elucidación progresiva del movimiento histórico de las relaciones
sociales. Por ello necesitamos más un pensamiento crítico que un pensa­
miento positivo (aunque también lo necesitemos). Necesitamos el método
de pensamiento de Marx tanto como la crítica del marxismo institucional.
Necesitamos un pensamiento sociológico y necesitamos la crítica de la so­
ciología establecida como una institución aparte. Necesitamos cualquier
cosa que podamos utilizar incluyendo lo que el capital financiero sabe (y
no revela), lo que sabe la gente (y no puede revelar), lo que los intelectua­
les saben (si es que saben algo).
Necesitamos este tipo de ideas y la libertad de palabra, no el secretismo
de la ciencia y el dogmatismo académico.
La sociología empírica ha sido sobrecargada y esterilizada con el peso
de la prueba. Quitémoslo, simplemente. O desviémoslo hacia aquellos que
están en posición de decidir si las descripciones de las relaciones sociales
que proponemos son realistas, o si son meras proyecciones de nuestra
imaginación o de nuestros propios intereses. Nuestra tarea, primordial­
mente, no es probar; sólo la práctica social —su otro nombre es la histo­
ria— puede, a fin de cuentas, probar algo. Nuestra tarea es comprender el
movimiento de las sociedades —pero no «explicarlo» (para ello necesita-

9 Véase en este volumen: Franco Ferrarotti, «Sobre la autonomía del método biográfi­
co», pp. 121-128.
riamos leyes sociales)— y describirlo en profundidad, utilizando los con­
ceptos teóricos si es preciso. Necesitamos la teoría en la medida en que la
ideología ambiente, incorporada como está en el lenguaje del sentido co­
mún, no nos proporciona palabras para expresar los procesos que ocurren
en las relaciones sociales. Si nuestros conceptos tienen sentido, tarde o
temprano serán incorporados al conocimiento popular; formarán parte de
la cultura.

9. Escribir y publicar
Éste es el último paso que nos concierne. Pero es el que prepararía el
camino para la que es en realidad la última etapa, la que determina si
nuestro trabajo ha tenido éxito o no: el estadio de la lectura.
Aquí los problemas son tan grandes que dudo por mi parte poder
pormenorizarlos en un espacio tan reducido. Por lo demás, hemos dado
grandes saltos acerca de la necesidad y ejemplos concretos de este fenóme­
no; con todo, este último salto resultará ser el más grande.
Situémonos en esta dirección. En los últimos 30 años se ha producido
un enorme incremento del número de instituciones de sociología y de su
producción escrita. Pero este incremento ha sido cuantitativo, no cualita­
tivo; ha sido extensivo, no intensivo.
De resultas de ello, numerosos escritores que tienen que ver con la
sociología son leídos voluntariamente por relativamente pocas personas
(por el público estudiante cautivo, cuya lectura es compulsiva). Mucha
gente parece saber, o al menos sentir que su curiosidad acerca de la vida
social no se verá satisfecha por la sociología; por eso se dirigen a otras
fuentes.
Podemos reconocer este fenómeno de masas y ser interpelados por él.
¿Acaso no es cierto que la curiosidad acerca del siglo XIX en Francia
puede encontrar mayor sustancia en la literatura de Balzac o de Zola que
en los trabajos de Comte o de Durkheim, o incluso en los escritos socioló­
gicos de Le Play? ¿No podemos estar de acuerdo con Charles Reich cuan­
do plantea en The Greening o f America (1970): que «la intuición más pro­
funda de la sociedad americana estaba en el arte popular de los años 30,
en las películas de gangsters y en las novelas de detectives... Las inolvida­
bles novelas de Raymond Chandler, de James M. Cain y de Dashiell
Hammett, ¿no están más próximas de la verdad que la mayor parte de la
literatura de las ciencias sociales? Y podríamos reconocer, con nuestro
colega Norman Birnbaum —¡que no es ningún marginal!— que «los ci­
neastas hacen más por la comprensión de la sociedad contemporánea que
cualquier otro l0».
10 Véase Norman Birnbaun, «An End to Sociology?», en Tom Bottomore (ed.), Crisis
and Contention in Sociology, Londres, Sage, 1975.

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Evidentemente se podrá argumentar que la tarea de la sociología es
teórica, no descriptiva (ésta es, si la entiendo correctamente, la opinión del
profesor Birnbaum). Tal como se presenta, este punto de vista que separa
la sociografía de la sociología y la descripción de la explicación, implica
todo un sistema de creencias, una epistemología subyacente o una «filoso­
fía de la ciencia». La explicación, como algo separado de la descripción
(como en los trabajos de Parsons o de Durkheim, pero no en los de
Marx), implica la creencia en una sociología como una ciencia (potencial),
en la evolución del pensamiento sociológico hacia la cientificidad y el des­
cubrimiento de las leyes sociales.
En realidad es más confortable volver la espalda al sol negro de la
verdad, pero esto no previene respecto a sus quemaduras. Dios ha muerto,
el hombre ha muerto y las ciencias sociales nunca han vivido. Con todo,
la esperanza de alcanzar a través del conocimiento «las leyes que gobier­
nan la sociedad», y utilizar esta ciencia para dirigir la historia humana
hacia una felicidad universal, aparece ahora como un mero sueño (que en
algunos casos deriva hacia las pesadillas).
Sabemos, aunque sea de forma subconsciente, que estamos solos en el
universo y divididos entre nosotros mismos. No existe nada por encima de
la sociedad, ni siquiera la ciencia social.
La gente siente que es dirigida por el ciego fluir de la historia. Que
podrían ejercer alguna influencia sobre él, pero que no pueden ver dónde
presionar, y aplicar esta influencia. Necesitan el conocimiento social; pero
los políticos que, como iniciados, ciertamente «conocen el percal», mienten
a la gente; y los sociólogos hablan sólo para ellos mismos.
Puede que la sociología haya degenerado, hasta el punto de no darse
cuenta incluso de su propia decrepitud. Una cosa es, al fin y al cabo,
cierta: si la sociología no puede referirse a la gente, si no puede proporcio­
nar conocimiento social a la sociedad, si no es capaz de ampliar la con­
ciencia social (no como una «conciencia de estatus», por supuesto, sino
como una conciencia históricosocial) resulta un fiasco. Como C. Wright
Mills, un «alma gemela» si puedo usar esta expresión, yo creo en la orien­
tación de la imaginación sociológica fuera de una pseudocientificidad, en
el conocimiento crítico de la historia social en el mundo de hoy; una tarea
que implica la participación de millones de personas a través de la lectura
y la escucha, así como del debate, de la investigación y la reflexión. En
otro trabajo 11 intenté mostrar que las dos formas á través de las cuales la
sociología se expresa en la actualidad, principalmente la «científica» que
adopta invariablemente el discurso empírico cuantitativo, y la forma filo­
sófica o el discurso teórico abstracto, están ambas obsoletas. Son respon-1

11 «Écrire la sociologie», Information sur les Sciences Sociales/Social Science Informa­


tion 18 (1), 1979.

I 33
sables de la deserción de lo público, tanto más cuanto que constituyen
nuestro estilo rutinario y habitual de escribir. He llegado a la conclusión
de que deberíamos intentar desarrollar una forma diferente de discurso,
principalmente la narración.
Esta es la forma que tanto los novelistas como los historiadores y al­
gunos antropólogos emplean. También es utilizada en algunos libros so­
ciológicos que son leídos por el público: los trabajos de Oscar Lewis,
Street Comer Societv de Whyte, Tristes trópicos de Lévi-Strauss, los tra­
bajos históricos de Marx o la saga de Castañeda. O incluso ese gran clási­
co de la dialéctica que es Fan-Shen de William Hinton. La narración no
tiene por qué ser ateórica, sino que impulsa al teórico a teorizar sobre algo
concreto. Si su forma es simple, puede ser utilizada para difundir conteni­
dos altamente complejos (véase Marx: El 18 Brumario, o el Fan-Shen de
Hinton) y nos fuerza a trascender el estadio analítico, en el que nos que­
damos demasiado a menudo, y a movernos hacia la síntesis.
Recoger historias de vida proporciona un sentido a la narración. Es un
sentido que hemos olvidado (pero que aún tiene gran vivacidad en las
culturas orales) y que tenemos que aprender de nuevo. Más aún, todo el
mundo puede leer las historias de vida y apropiarse de los elementos de
conocimiento que cada una de ellas contiene. A través de las historias de
vida —no precisamente de cualquiera, en bruto, puesto que lleva un gran
trabajo ponerlas en forma legible, y esto plantea muchas cuestiones intere­
santes— la gente es capaz de comunicarse con otros, por mediación de la
sociología.
Esta mediación no debería de ser una mera transmisión. Como intelec­
tuales, tenemos algo que añadir (la descripción en profundidad de las pau­
tas de las relaciones sociales, sus contradicciones, su movimiento históri­
co). Pero esto puede también adoptar una forma narrativa. Deberemos
contar historias; no sólo historias de vida de gentes diversas, sino también
la historia de cada una de las pautas de relación social, la historia de una
cultura, de una institución, de un grupo social. Y también nuestra propia
historia como personas que trabajan en la investigación. Hablando más en
general, debemos descubrir las formas del discurso a través de las cuales
los elementos de conocimiento de los procesos sociohistóricos podrán en­
contrar su camino en las culturas vividas y, a partir de ahí, llegar a la vida
pública y convertirse finalmente en conocimiento común.

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