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LA HISTORIA ORAL
MÉTODOS Y EXPERIENCIAS
DEBATE
Ilustración de portada: Familia italiana desembarcando
en Ellis Island, 1905, Lewis Hiñes.
Versión castellana de
JOSÉ MIGUEL MARINAS y CRISTINA SANTAMARIA
I.S.B.N.: 84-7444-723-2
Depósito legal: M. 22.174-1993
Impreso en Unigraf, Arroyomolinos, Móstoles (Madrid)
Impreso en España
é
Daniel Bertaux
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Por mis lecturas sociológicas sabía muchas cosas acerca de la «sociedad»;
pero lo que yo sabía era, de todas maneras, irrelevante para las sociedades
reales. Comencé a hacerme consciente de mi propia ignorancia.
Por lo que respecta a mis colegas, la situación era incluso peor. Al fin
y al cabo yo había trabajado en un centro de investigación en ingeniería,
con tareas precisas, con metas definidas, con plazos, relaciones jerárqui
cas, autoridad y arbitrariedad. De aquí me escapé y me dediqué a viajar
alrededor del mundo, principalmente por las regiones del llamado «Tercer
mundo» (léase: pobres); y esto también había sido una gran experiencia.
Pero mis colegas habían luchado desde el final del bachillerato hasta la
universidad, realizando tesis o investigación universitaria o desempeñando
un trabajo como enseñantes. Nunca habían estado fuera del sistema aca
démico. Nunca habían catado el peso de la vida social, y la vida social no
les había golpeado nunca. ¿Qué podían saber ellos de eso?
Poco a poco comencé a darme cuenta de la verdad de mi situación y
—con la ayuda de la obra C. W. Mills La imaginación sociológica— de la
verdad sobre la sociología; una verdad que no se puede suponer que sea
conocida. Me daba cuenta, y no sólo a causa de los pocos amigos que
también se planteaban cuestiones, de que la cientificidad de la sociología
es un mito. Si existe algo como el conocimiento sociológico, la vía para
lograrlo no es la metodología cuantitativa. Y el obstáculo principal al res- «
pecto es, precisamente, la creencia en la sociología como ciencia. En una
palabra: el positivismo.
A lo largo de todos esos años sentí la necesidad de desarrollar otra
perspectiva para la investigación empírica. Bajo la influencia de Oscar
Lewis y su obra Los hijos de Sánchez, y de C. W. Mills, comencé a reco
ger historias de vida. Esta parte de mi trabajo habría de seguir siendo ^
marginal durante largo tiempo, a causa de los severos juicios que recibía
por parte de mis sucesivos directores de investigación. Pero la experimen
tación con esta nueva perspectiva era muy excitante, y poco a poco llegué
a ganar confianza en la validez de este punto de vista.
El descubrimiento más interesante fue que la recogida de las historias
de vida significa no sólo una práctica empírica nueva, sino también una
redefinición paso por paso de la totalidad de nuestras aproximaciones a la
práctica sociológica. Esto cuestiona todas las ideas recibidas: no sólo las
que derivan de la tradición positivista de la sociología empírica, sino tam
bién aquellas que provienen de las corrientes filosóficas hegemónicas en
Francia, principalmente el marxismo y el estructuralismo.
Lo que yo quería hacer aquí era mostrar que existe otra vía para la
práctica sociológica. Otro camino para hacer observaciones. Otra forma
de analizarlas. Otra forma de escribir. Y, hablando en general, otra forma .
de definir la relación entre sociología y sociedad.
El presente documento está explícitamente dedicado a los «positivis-
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tas», es decir a la gente honesta que cree en la sociología como conoci
miento, pero que utiliza (o es utilizada por) un marco conceptual que he
llegado a considerar erróneo o, al menos, enormemente limitado: el positi
vismo. Basándome, por mi parte, en el ejemplo de la perspectiva de las
historias de vida, quisiera decirles que su preocupación por la representa-
tividad de las muestras, por el análisis de datos, por la prueba... puede
encontrarse también en esta perspectiva considerada como «cualitativa», y
que esta perspectiva ofrece algo más: un acceso directo al nivel de las
relaciones sociales que constituyen, después de todo, la verdadera sustan
cia del conocimiento sociológico.
Existen algunos indicios de que los positivistas se están abriendo a
otras formas de investigación. Uno de los mejores positivistas contempo
ráneos, el sociólogo británico John Goldthorpe, defiende la idea de desa
rrollar su investigación acerca de la movilidad social en Gran Bretaña
(N = 10.309 hombres) con reentrevistas a una submuestra de algunos cien
tos de ellos. Esas reentrevistas adoptan la forma de historias de vida pro
fesionales, siguiendo la carrera de los hombres entrevistados año tras año
(mientras que en la encuesta misma sólo han sido analizados unos pocos
momentos de la carrera global, como es habitual en las encuestas amplias
sobre movilidad social). Así, era él capaz de comparar la imagen de las
„ carreras reales, obtenida a través de la encuesta cuantitativa, con la ima
gen proporcionada por las historias de vida. Esta es una de sus conclu
siones:
Estas palabras: «un retrato muy diferente» son una señal (para mí) de
1 John Goldthorpe, en colaboración con Catriona Llewelyn y Clive Payne, Social Mobi-
lity and Class Slructure in Modern Britain, Oxford, Clarendon Press, 1980, pp. 139-140. En
este libro, que considero con mucho el mejor sobre este tema, hay un capítulo que trata de
«La experiencia de la movilidad social»; está basado en las notas autobiográficas escritas
por una submuestra de 247 hombres, miembros todos de una muestra original de 10.309
encuestados. En el animado debate que tuvo lugar en Uppsala entre John Goldthorpe,
Franco Ferrarotti y unos pocos sociólogos más, John Goldthorpe mencionó que su posición
fundamental estaba próxima a la desarrollada por Karl Popper —una posición que decidi
damente poco tiene que ver con el «positivismo craso»—. En este trabajo estoy empleando
el término «positivismo» para referirme a la filosofía espontánea de la mayoría de los cuan-
titativistas; una filosofía que ha sido severamente criticada por Jürgen Habermas o An
thony Giddens, entre otros. Los trabajos de John Goldthorpe, llenos siempre de intuición
sociológica, son una prueba de lo desafortunado que sería etiquetarlos como «positivistas» y
reducirlos a eso.
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quiere ser sincero, si tiene que admitir una intención sociológica, entonces
la respuesta no es fácil —y el sociólogo se siente incómodo—. De hecho, el
gran éxito de lo que C. W. Mills llamaba «la división burocrática del
trabajo» podía deberse, en parte, a lo que les ofrece a los sociólogos en
términos de protección frente al trabajo de campo y sus situaciones emba
razosas. A la pregunta «¿por qué?», un estudiante puede responder: «para
mi carrera académica^, y un colaborador a sueldo: «por el dinero». Un
académico, responsable de la elección de su tema, no puede proceder tan
fácilmente. Pero, con la encuesta, no tiene que encontrarse físicamente con
los «objetos» de su estudio.
2. Hipótesis
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las así llamadas leyes sociales, la sociología nunca será una ciencia en el
sentido de la física, la química, la astrofísica o la biología. El único cono-
cimiento que-podemos esperar^alcan/ar es de carácter históricoT nuestro
presente es historia. El conocimiento-sociológico.es.el conocimiento de
tma^Wúctura de relaciones sociales históricamente dada: el conocimiento
de las condiciones de las luchas~socialesT pero no el conocimiento de su
re'suTtado. Si esto es cierto, entonces la idea de la sociología como ciencia
ncTayúda al desarrollo del conocimiento social; por el contrario, lo impi
de, y si se la toma demasiado en serio, puede incluso bloquear su adquisi
ción.
En la perspectiva que se propone aquí, el pensamiento sociológico es
taría presente a lo largo de todo el proceso de investigación, pero las hipó
tesis deberían ser formuladas sólo hacia el final. Extraña proposición, qui
zá, pero coherente con lo que a continuación veremos.
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niñear lo que los mejores teóricos han entendido, desde Marx a Parsons,
desde Durkheim a Malinowsky y Lévi-Strauss, desde Weber al estruc-
turalismo francés y a Goffman, entonces deberemos pensar las cosas un
poco más.
El trabajo histórico es una respuesta: una buena historia nos muestra
el movimientólíe las relaciones sociales como relaciones de clase (véase los
trabajos de Marx y de Weber). La observación, la observación participan-
te, es otra distinta (véase la antropología, A. Strauss, E.7 Góffittari'o Ci-
courel). La intervención es una tercera técnica; es una perspectiva desarro
llada por Touraine, quien argumenta que Tá única cosa que un sociólogo
puede observar realmente es el efecto de su propia intervención práctica
sobre una realidad social determinada (en este caso, un movimiento so
cial4). Por mi parte, creo que podemos también utilizar las historias de
vida o, mejor” los relatos de vida (life stories).
Tenemos la experiencia del estudio de un conjunto particular de rela
ciones sociales —aquellas que constituyen la estructura de la panadería
artesanal en Francia, y que son la base de su increíble vitalidad—. Reco
ger las historias de vida de los panaderos, de las mujeres de los panaderos,
de los trabajadores de la panadería nos ha permitido descubrir pautas de
prácticas vitales de estos hombres y mujeres. Pensamos que estas prácticas
recurrentes, que son observables aún hoy en día en la panadería de Fran
cia, constituyen un excelente desencadenante de las relaciones socioestruc-
turales subyacentes. ¿Qué más podríamos pedir a una técnica de observa
ción en sociología?5
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rían aquí las relaciones entre capital y trabajo (relaciones estructurales, no
relaciones «humanas»), y el campo de observación debería incluir los nive
les de gestión e inversión. Los «votantes» no es una buena elección; úni
camente la relación entre la corporación política y el electorado es socio
lógicamente relevante. Las «mujeres» no representan una buena elección;
en nada se apoya el hacer un estudio sociológico exclusivamente de «muje
res» (¿por qué no de «hombres»?); la sociología se concentraría sobre las
relaciones sociales definidas entre sexos. Y así sucesivamente. Este princi
pio es muy simple, pero raramente es aplicado por causa del divorcio exis
tente entre los niveles teorético y empírico de la sociología, del que el
positivismo es responsable.
5. Muestra y representatividad •
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y cioestructurales (rapports sociaux). Estos dos niveles no deben ser con
fundidos. Si, por ejemplo, uno pretende saber cómo va a votar una pobla
ción determinada en las próximas elecciones, el primer nivel es el nivel
correcto. Pero si uno quiere comprender qué alcance tiene la práctica de
voto y de elección para aquellos que votan, entonces es el segundo nivel el
relevante (a este respecto, la exclusión de fa d o de los partidos de la autén
tica clase trabajadora respecto del proceso «democrático» es más relevante
que las influencias psicosociales que determinan la victoria de un partido
de clase media sobre otro).
Un ejemplo preciso de cómo la investigación sociológica de corte posi
tivista puede, de modo congruente, pasar por alto los aspectos más impor
tantes de un problema nos lo proporciona la encuesta de 30 años de dura
ción acerca de la movilidad social. El punto clave, para un sociólogo
estructuralista al menos, es, obviamente, la herencia de capital. Decir,
como me han dicho algunos especialistas muy conocidos, que la herencia
de capital es estadísticamente irrelevante es como decir que en el sistema
político de Estados Unidos la función presidencial es irrelevante porque
implica sólo a una persona de entre 200 millones. Con este tipo de razo
namientos no se puede ir muy lejos6.
6. Recogida de datos
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sabe mucho acerca de lo que ocurre; mucho más, a veces, que los so
ciólogos. Recordemos Los hijos de Sánchez y cómo Oscar Lewis ha te
nido muy poco que añadir a lo que ellos decían. Recordemos Working
de Studs Terkel, que nos presenta una buena comprensión de las relacio
nes sociales que operan como relaciones de clase (posiblemente subraya
das por la elección de las entrevistas que Terkel realizó 7). Se pueden apor
tar otros ejemplos. En aras de la concisión, permítasenos decir que una
buena entrevista, y más aún, una buena historia de vida es aquella en la
que el entrevistado desborda el control de la situación de entrevista y ha
bla libremente. Durante los años 20, cuando Clifford Shaw pedía a los
jóvenes delincuentes que escribiesen sus propias historias siguiendo sus
datos policiales como guía, obtuvo realmente resultados pobres. Sólo
aquellos jóvenes que se saltaban la ficha y comenzaban a escribir su pro
pia historia lograban expresar algo verdadero, algo real, algo interesante.
La teoría sociológica de la delincuencia tiene una profunda deuda con
ellos.
Evidentemente es algo usual tener un guión de entrevista en la cabeza.
Ayuda cuando los entrevistados son reacios a despegar respecto del con
trol de la entrevista. Pero, aunque constituye una síntesis de lo que «se ha
aprendido antes», debe ser modificado de una entrevista a otra, según el
progreso hecho en la comprensión de las relaciones socioestructurales
subyacentes. Una concepción de este tipo transforma completamente el
problema del análisis de datos.
7. El análisis de datos
7 Una excelente fuente para los estudios de Terkel es Ron Grele (ed.), Envelopes o f
Sound. Six Practicioners discuss the Method, Theory and Practice o f Oral History and Oral
Testimony, Chicago, Precedent Publishing, 1975.
8 Véase el trabajo de Angelí en Gottschalk y otros, The Use o f Personal Documents in
History, Anthropology and Sociology, Nueva York, Social Science Reserach Council, 1945.
En su seguimiento más reciente de la cuestión, Norman K. Denzin tiene una visión más
optimista; véase el capítulo 10 de su Research Act, Chicago, Aldine, 1970.
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8. Confirmación/refutación de hipótesis.
El momento de la prueba
Este es otro punto fuerte del positivismo. Las técnicas han sido desa
rrolladas para establecer si una determinada relación entre variables se
sostiene o no —y hasta qué punto uno puede estar seguro de que se sos
tiene—. Por otra parte, se dice que las historias de vida y otros_datos
«cualitativos» resultan útiles para la formulación inicial de hipótesis, pero
completamente inútiles a la hora de probar o refutar aquellas hipótesis.
Aquí se suscita el problema de la objetividad. En un trabajo brillante
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reproducido en este volumen, Franco Ferrarotti argumenta que, debido a
la naturaleza específica de la realidad social, cuanto más íntimamente sub
jetivo sea el conocimiento sociológico, más profundo y objetivo resulta9.
Aunque no estoy totalmente de acuerdo con él (todavía no, puede ser),
saludo calurosamente este reto al positivismo que proviene de una voz tan
autorizada.
En primer lugar, afrontémoslo: ni la sociología ni la economía, la his
toria o la antropología serán nunca ciencias como las ciencias naturales.
La vida social surge de conflictos cuyos resultados son impredecibles. No
existen «leyes sociales» como las leyes físicas, es decir eternas, totalmente
establecidas, operando sobre cualquier elemento del universo. Nuestras I
«leyes» son creadas y borradas por la historia humana, y actualmente la
humanidad ha adquirido los medios incluso para erradicarse a sí misma de,
la tierra. ¿Sucederá esto? Ninguna «ley» puede predecirlo. Pero si ocurrej
el universo seguirá como antes, y sus leyes serán inmutables.
Si la ciencia social no es posible, esto no significa que el conocimiento
social sea una ilusión. Por el contrario, el mito de la posibilidad de la
ciencia social es responsable hoy del bloqueo del progreso del conocimien
to social auténtico (tras haberlo apoyado contra la religión). La tarea del
pensamiento sociológico no sería encontrar «leyes sociales» (¿SET tiene c o -
nocTmTento de alguna?)”, sino acompañar el desarrollo de la tendencia ha
cia una elucidación progresiva del movimiento histórico de las relaciones
sociales. Por ello necesitamos más un pensamiento crítico que un pensa
miento positivo (aunque también lo necesitemos). Necesitamos el método
de pensamiento de Marx tanto como la crítica del marxismo institucional.
Necesitamos un pensamiento sociológico y necesitamos la crítica de la so
ciología establecida como una institución aparte. Necesitamos cualquier
cosa que podamos utilizar incluyendo lo que el capital financiero sabe (y
no revela), lo que sabe la gente (y no puede revelar), lo que los intelectua
les saben (si es que saben algo).
Necesitamos este tipo de ideas y la libertad de palabra, no el secretismo
de la ciencia y el dogmatismo académico.
La sociología empírica ha sido sobrecargada y esterilizada con el peso
de la prueba. Quitémoslo, simplemente. O desviémoslo hacia aquellos que
están en posición de decidir si las descripciones de las relaciones sociales
que proponemos son realistas, o si son meras proyecciones de nuestra
imaginación o de nuestros propios intereses. Nuestra tarea, primordial
mente, no es probar; sólo la práctica social —su otro nombre es la histo
ria— puede, a fin de cuentas, probar algo. Nuestra tarea es comprender el
movimiento de las sociedades —pero no «explicarlo» (para ello necesita-
9 Véase en este volumen: Franco Ferrarotti, «Sobre la autonomía del método biográfi
co», pp. 121-128.
riamos leyes sociales)— y describirlo en profundidad, utilizando los con
ceptos teóricos si es preciso. Necesitamos la teoría en la medida en que la
ideología ambiente, incorporada como está en el lenguaje del sentido co
mún, no nos proporciona palabras para expresar los procesos que ocurren
en las relaciones sociales. Si nuestros conceptos tienen sentido, tarde o
temprano serán incorporados al conocimiento popular; formarán parte de
la cultura.
9. Escribir y publicar
Éste es el último paso que nos concierne. Pero es el que prepararía el
camino para la que es en realidad la última etapa, la que determina si
nuestro trabajo ha tenido éxito o no: el estadio de la lectura.
Aquí los problemas son tan grandes que dudo por mi parte poder
pormenorizarlos en un espacio tan reducido. Por lo demás, hemos dado
grandes saltos acerca de la necesidad y ejemplos concretos de este fenóme
no; con todo, este último salto resultará ser el más grande.
Situémonos en esta dirección. En los últimos 30 años se ha producido
un enorme incremento del número de instituciones de sociología y de su
producción escrita. Pero este incremento ha sido cuantitativo, no cualita
tivo; ha sido extensivo, no intensivo.
De resultas de ello, numerosos escritores que tienen que ver con la
sociología son leídos voluntariamente por relativamente pocas personas
(por el público estudiante cautivo, cuya lectura es compulsiva). Mucha
gente parece saber, o al menos sentir que su curiosidad acerca de la vida
social no se verá satisfecha por la sociología; por eso se dirigen a otras
fuentes.
Podemos reconocer este fenómeno de masas y ser interpelados por él.
¿Acaso no es cierto que la curiosidad acerca del siglo XIX en Francia
puede encontrar mayor sustancia en la literatura de Balzac o de Zola que
en los trabajos de Comte o de Durkheim, o incluso en los escritos socioló
gicos de Le Play? ¿No podemos estar de acuerdo con Charles Reich cuan
do plantea en The Greening o f America (1970): que «la intuición más pro
funda de la sociedad americana estaba en el arte popular de los años 30,
en las películas de gangsters y en las novelas de detectives... Las inolvida
bles novelas de Raymond Chandler, de James M. Cain y de Dashiell
Hammett, ¿no están más próximas de la verdad que la mayor parte de la
literatura de las ciencias sociales? Y podríamos reconocer, con nuestro
colega Norman Birnbaum —¡que no es ningún marginal!— que «los ci
neastas hacen más por la comprensión de la sociedad contemporánea que
cualquier otro l0».
10 Véase Norman Birnbaun, «An End to Sociology?», en Tom Bottomore (ed.), Crisis
and Contention in Sociology, Londres, Sage, 1975.
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Evidentemente se podrá argumentar que la tarea de la sociología es
teórica, no descriptiva (ésta es, si la entiendo correctamente, la opinión del
profesor Birnbaum). Tal como se presenta, este punto de vista que separa
la sociografía de la sociología y la descripción de la explicación, implica
todo un sistema de creencias, una epistemología subyacente o una «filoso
fía de la ciencia». La explicación, como algo separado de la descripción
(como en los trabajos de Parsons o de Durkheim, pero no en los de
Marx), implica la creencia en una sociología como una ciencia (potencial),
en la evolución del pensamiento sociológico hacia la cientificidad y el des
cubrimiento de las leyes sociales.
En realidad es más confortable volver la espalda al sol negro de la
verdad, pero esto no previene respecto a sus quemaduras. Dios ha muerto,
el hombre ha muerto y las ciencias sociales nunca han vivido. Con todo,
la esperanza de alcanzar a través del conocimiento «las leyes que gobier
nan la sociedad», y utilizar esta ciencia para dirigir la historia humana
hacia una felicidad universal, aparece ahora como un mero sueño (que en
algunos casos deriva hacia las pesadillas).
Sabemos, aunque sea de forma subconsciente, que estamos solos en el
universo y divididos entre nosotros mismos. No existe nada por encima de
la sociedad, ni siquiera la ciencia social.
La gente siente que es dirigida por el ciego fluir de la historia. Que
podrían ejercer alguna influencia sobre él, pero que no pueden ver dónde
presionar, y aplicar esta influencia. Necesitan el conocimiento social; pero
los políticos que, como iniciados, ciertamente «conocen el percal», mienten
a la gente; y los sociólogos hablan sólo para ellos mismos.
Puede que la sociología haya degenerado, hasta el punto de no darse
cuenta incluso de su propia decrepitud. Una cosa es, al fin y al cabo,
cierta: si la sociología no puede referirse a la gente, si no puede proporcio
nar conocimiento social a la sociedad, si no es capaz de ampliar la con
ciencia social (no como una «conciencia de estatus», por supuesto, sino
como una conciencia históricosocial) resulta un fiasco. Como C. Wright
Mills, un «alma gemela» si puedo usar esta expresión, yo creo en la orien
tación de la imaginación sociológica fuera de una pseudocientificidad, en
el conocimiento crítico de la historia social en el mundo de hoy; una tarea
que implica la participación de millones de personas a través de la lectura
y la escucha, así como del debate, de la investigación y la reflexión. En
otro trabajo 11 intenté mostrar que las dos formas á través de las cuales la
sociología se expresa en la actualidad, principalmente la «científica» que
adopta invariablemente el discurso empírico cuantitativo, y la forma filo
sófica o el discurso teórico abstracto, están ambas obsoletas. Son respon-1
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sables de la deserción de lo público, tanto más cuanto que constituyen
nuestro estilo rutinario y habitual de escribir. He llegado a la conclusión
de que deberíamos intentar desarrollar una forma diferente de discurso,
principalmente la narración.
Esta es la forma que tanto los novelistas como los historiadores y al
gunos antropólogos emplean. También es utilizada en algunos libros so
ciológicos que son leídos por el público: los trabajos de Oscar Lewis,
Street Comer Societv de Whyte, Tristes trópicos de Lévi-Strauss, los tra
bajos históricos de Marx o la saga de Castañeda. O incluso ese gran clási
co de la dialéctica que es Fan-Shen de William Hinton. La narración no
tiene por qué ser ateórica, sino que impulsa al teórico a teorizar sobre algo
concreto. Si su forma es simple, puede ser utilizada para difundir conteni
dos altamente complejos (véase Marx: El 18 Brumario, o el Fan-Shen de
Hinton) y nos fuerza a trascender el estadio analítico, en el que nos que
damos demasiado a menudo, y a movernos hacia la síntesis.
Recoger historias de vida proporciona un sentido a la narración. Es un
sentido que hemos olvidado (pero que aún tiene gran vivacidad en las
culturas orales) y que tenemos que aprender de nuevo. Más aún, todo el
mundo puede leer las historias de vida y apropiarse de los elementos de
conocimiento que cada una de ellas contiene. A través de las historias de
vida —no precisamente de cualquiera, en bruto, puesto que lleva un gran
trabajo ponerlas en forma legible, y esto plantea muchas cuestiones intere
santes— la gente es capaz de comunicarse con otros, por mediación de la
sociología.
Esta mediación no debería de ser una mera transmisión. Como intelec
tuales, tenemos algo que añadir (la descripción en profundidad de las pau
tas de las relaciones sociales, sus contradicciones, su movimiento históri
co). Pero esto puede también adoptar una forma narrativa. Deberemos
contar historias; no sólo historias de vida de gentes diversas, sino también
la historia de cada una de las pautas de relación social, la historia de una
cultura, de una institución, de un grupo social. Y también nuestra propia
historia como personas que trabajan en la investigación. Hablando más en
general, debemos descubrir las formas del discurso a través de las cuales
los elementos de conocimiento de los procesos sociohistóricos podrán en
contrar su camino en las culturas vividas y, a partir de ahí, llegar a la vida
pública y convertirse finalmente en conocimiento común.
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