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HISTORIA PRAGMÁTICA O DEL REENCUENTRO ENTRE HISTORIA

SOCIAL E HISTORIA CULTURAL*

Simona Cerutti

En este artículo, me gustaría reflexionar sobre la relación entre historia social e


historia cultural, sobre las razones del antagonismo que las separó durante mucho
tiempo, así como sobre aquellas que hoy explican una nueva convergencia entre ellas1.
Dirigiré esta reflexión desde un campo particular que me es familiar, el de la
microstoria: es decir, una de las pocas corrientes historiográficas del siglo XX que vio
la coexistencia dentro de sí misma de orientaciones direccionadas por un lado, a
reconstruir una contextualización social de objetos históricos y, por otro lado, a inscribir
esos mismos objetos en los contextos culturales de los que fueron expresión mientras
paralelamente ayudaban a esclarecerlos2. Según muchos comentaristas, la existencia de
un “alma social” y de un “alma cultural” de la microstoria habría sido evidente desde el
principio, pero no habría sido suficientemente explicada. Más allá de la opción común
de reducir la escala de análisis, las dos corrientes habrían perseguido, de hecho,
diferentes métodos y objetivos. Los “investigadores analíticos” y los “narrativos” –los
investigadores de las explicaciones (la versión “social” de la microstoria) y los
investigadores de las interpretaciones (su versión “cultural”)3- habrían cohabitado sin
interrogarse demasiado acerca de sus respectivos enfoques.
La insuficiente reflexión sobre la relación entre ambas orientaciones habría
tenido serias consecuencias para la microstoria; en particular, habría estado el origen de
su menor dominio en el campo historiográfico italiano4. Pero más allá de este campo en
particular, las relaciones entre la historia social y la historia cultural merecen ser
analizadas más de cerca, especialmente porque en los últimos años, ha surgido una
nueva convergencia y nuevas reconciliaciones entre ambas que tornan viable el
intercambio. Para retomar el caso de la microstoria, el problema de la contextualización
cultural se ha manifestado, a partir de los años noventa, entre los historiadores
“sociales” (continuaré usando esta etiqueta por convención) con una nueva urgencia,
como lo testimonia el renovado interés en la historia intelectual. Esta tendencia es
evidente en la orientación de la revista Quaderni Storici, que recientemente dedicó un

*
Simona Cerutti, “Histoire pragmatique, ou de la rencontre entre histoire sociale et histoire culturelle” en
Tracés. Revue de Sciences humaines, 15 | 2008, pp. 147-168. Traducido del francés por Miguel Ángel
Ochoa.
1
Este es un primer paso en una investigación en curso que he seguido en los últimos años acerca de la
naturaleza de la documentación histórica. Aprovecho esta oportunidad para expresar mi gran deuda
intelectual con Giovanni Levi y Carlo Ginzburg, y honrar la memoria de Edoardo Grendi.
2
Según Alberto Banti (el primer autor que yo conozca, que lo ha señalado explícitamente), la existencia
de estos dos “almas” se habrían manifestado claramente en la publicación de un ensayo de Carlo
Ginzburg publicado a fines de los años de 1970; véase también Grendi. Alberto Banti, “Storie e
microstorie: L’histoire sociale contemporaine en Italie” en Genèses, Nro. 3, mars, 1991, pp. 134-147;
Carlo Ginzburg, “Spie. Radici di un paradigma indiziario” en Gargani, Aldo (a cura di) Crisi della
ragione. Nuovi modelli nel rapporto tras apere e attivittà umane, Torino, Einaudi, 1979, pp. 1-30;
Edoardo Grendi, “Ripensare la microstoria?” en Quaderni Storici, Vol. 29 (2), Nro. 86, 1994, pp. 530-
549; Jacques Revel, “Micro-analisi e costruzione del sociale” en Quaderni Storici, vol. 29 (2), Nro. 86,
1994, pp. 539-549.
3
Alberto Banti, “Storie e microstorie: L’histoire sociale contemporaine en Italie” en ob. cit. La distinción
entre “investigadores analíticos” y “narrativos” proviene del célebre ensayo de Stone. Lawrence Stone,
“The revival of narrative: reflections on a new old history” en Past and Present, Nro. 85, 1979, pp. 3-24.
Hay traducción del último texto: Lawrence Stone, El pasado el presente, México, Fondo de Cultura
Económica, 1965, pp. 95-120. [N. del T.]
4
Alberto Banti, ob. cit.
gran espacio a la cultura jurídica del Antiguo Régimen, así como a las “culturas” del
mercado y el intercambio. Al trabajar en el camino seguido por la microstoria,
propongo cuestionar más generalmente las razones de la distancia así como las
condiciones del encuentro entre historia social e historia cultural.

Análisis “sociales” y análisis “culturales”

Permítanme comenzar por delucidar algunos elementos de fondo. Claramente,


las diferencias entre contextualización social y contextualización cultural como
prácticas de investigación en la microstoria no reflejaban intereses analíticos
divergentes. Ninguna de las dos posiciones que he mencionado pensaba en seguir una
vía disciplinaria centrada en las ideas o los comportamientos (cabeza o vientre, por así
decirlo) en sí mismos. Por el contrario, ambas persiguieron los mismos objetivos. La
decisión de limitar el campo de observación y buscar meticulosamente a los
protagonistas individuales de los procesos históricos fue una reacción contra la
arrogancia del sentido común histórico que dictaba, desde el exterior, cronologías,
marcos de referencia, categorías analíticas, creando así, a menudo, grandes
anacronismos.
El “nombre” y el “cómo” (“il nome e il come”) fueron un punto de partida
esencial para las dos alas de la microstoria5. Una fuerte convicción regía esos análisis:
el hecho de que las relaciones y vínculos proporcionaban acceso no sólo al contexto de
los intercambios más inmediatos (de bienes o de información), sino también a los
contextos normativos y culturales. Normas y modelos culturales fueron producidos a
través de la red de obligaciones, de expectativas, de reciprocidades, de recursos que
presentaban el horizonte de los actores. El recorrido biográfico era considerado como un
contexto “pertinente” (es decir, no anacrónico), tanto social como cultural. Además,
para el investigador, aquello constituía un banco de pruebas y de control de su propia
manera de proceder que debía preservarlo de algunas tentaciones peligrosas:
especialmente aquella de separar, en el análisis, las acciones de las culturas
(expresadas, por caso, en las creencias); cambiar de escala de análisis o de método
realizando ese cambio tan frecuente, de lo singular de las acciones –ese contrato, ese
matrimonio- al plural indefinido de las “culturas” (la idea de mercado ampliado a
mediados del siglo XVIII, procedentes de obras contemporáneas). Existió una
desconfianza explícita hacia una reconstrucción de la “cultura” a partir del
conocimiento del investigador, por lo tanto que a partir de ideas de manera abusiva en el
contexto analizado para evocar un “aire de tiempo” plausible. En comparación a estas
maneras de hacer la microstoria “social” se había construido como una práctica
empírica y analítica.
Quisiera señalar aquí un punto (por razones que aparecerán claramente más
adelante): la idea de mantener un punto de vista egocéntrado implicaba definir un marco
de análisis apropiado, que no estaba desvinculado de los conocimientos del investigador
sobre aquello que pensaba que era el mundo de la época, pero anterior a la experiencia
de los propios actores (tal como el investigador había podido reconstruirla). Sin
embargo, lo que no fue considerado como inherente al método era el punto de vista de
los jugadores en su propia experiencia, su “versión de hechos”. De hecho, el análisis de
los modelos sociales, económicos y culturales que permitiera, en este caso, corregir las
declaraciones que los propios actores daban de su experiencia. La acción de los actores

5
Carlo Ginzburg - Carlo Poni, “Il nome e il come: scambio ineguale e mercato storiografico” en
Quaderni Storici, Nro. 40, 1979, pp. 181-190. Hay traducción al español: Carlo Ginzburg, Tentativas,
Rosario, 2004, pp. 57-67 [N. del T.]
–su libertad- era esencialmente individualizada en el manejo de las normas sociales6.
Fue quizá esa idea de manipulación que legitimaba la desconfianza del investigador en
cuanto a las declaraciones de los actores sociales. La reconstrucción objetiva de los
recursos o bien de las restricciones impuestas a las estrategias de los actores ha acotado
el trabajo del historiador al de supervisor crítico de su propia versión de los hechos.
Es alrededor de este vínculo establecido entre comportamientos y culturas, entre
trayectorias sociales y recursos culturales, que una distancia se ha clausurado al interior
del campo de la microstoria. Las críticas dirigidas por la corriente “social” a los trabajos
de Carlo Ginzburg sobre la cultura popular se sustentan precisamente en esos
argumentos. Como lo remarcaba Edoardo Grendi7, el desciframiento de las creencias de
Menocchio [el molinero de El queso y los gusanos] y de I Benandanti [Los caminantes]
se realizaba principalmente en el terreno de la elaboración intelectual. Los avatares
biográficos de Menocchio (aquellos que el historiador estuvo en condiciones
reconstruir) eran sólo “trampolines” a partir de los cuales el análisis pudo partir para
reconstruir una compleja cosmología. Un trampolín: ha sido un punto de partida ya
superado. En consecuencia me parece que no es correcto hablar de un “alma cultural” y
un “alma social” de la microstoria. Creo que las diferencias no se resumen a la cuestión
del campo disciplinar, ni siquiera la del objeto de estudio seleccionado. Ellas rodean el
estatus acordado a los comportamientos y a las relaciones sociales en la reconstitución
del contexto de análisis de los modelos culturales.

Contextualizaciones

¿El enfoque “social” ha logrado mantener su promesa? ¿Ha logrado construir


contextualizaciones “puntuales”, es decir, no anacrónicas? ¿Estas contextualizaciones
han podido restituir los complejos lazos entre relaciones sociales y modelos culturales?
Por último, en esta concepción de lo que es cultura, ¿se hace lugar a la producción
intelectual o ella ha sido considerada como externa al análisis de los comportamientos
sociales? El debate sobre estas cuestiones ha tenido lugar no solamente entre los micro-
historiadores, sino también fuera de ese círculo restringido, generalmente entre los
historiadores sociales. Ensayemos seguir tomando el camino trazado por uno de los
historiadores más importantes del siglo XX, Edward P. Thompson, quien ha ejercido
una gran influencia sobre los micro-historiadores8.
La relación entre pueblo y cultura, entre acción social y modelos culturales y
entre ideas e historia de la conducta ha sido abordado por Thompson en una manera que
ahora parece sintomático de las tensiones que en la historia social se han presentado,
evitando completar todas sus promesas. Paradójicamente, estos límites fueron el
resultado de una concepción reduccionista del sentido de la acción social, que ha
afectado a la calidad de las preguntas concernientes a las relaciones entre acción y
modelos intelectuales y culturales.
La “cultura” como centro de atención para Thompson era, sobre todo, la cultura
jurídica que se había manifestado en una pluralidad de diferentes ámbitos por la clase
trabajadora inglesa y que había sido objeto de graves conflictos en la Inglaterra del siglo

6
Simona Cerrutti, “Normes et pratiques, ou de la légitimité de leur opposition” en Bernand Lepetit, Les
formes de l’expérience. Une autre histoire sociale, Paris, Albin Michel, 1995, pp. 127-149.
7
Edoardo Grendi, “E. P. Thompson e la ‘cultura plebea’” en Quaderni Storici, Vol. 29 (1), Nro. 85, 1994,
pp. 235-248.
8
Edward P. Thompson, “Anthropology and the discipline of historical context” en Midland History, Nro.
1, 1972, pp. 41-55. Una colección de ensayos de Thompson fue publicado por Grendi en 1981 y
publicada como uno de los primeros volúmenes de la serie Microstorie de Einaudi.
XVIII. El proyecto de Thompson es bien conocido y de extraordinaria importancia. Se
trata de sustraer las diversas costumbres “populares” del proceso, paternalista, de
folklorización; de tomar las acciones (desde los disturbios de la venta de pan hasta la
venta de esposas; a partir de cartas anónimas a las incursiones de caza furtiva), el
significado y las reivindicaciones que habían sido el motor, pero que habían sido
olvidados y negados. Thompson sondea los sistemas de significado en los que subyacen
diversas formas de acción, afines para cuestionar la “estructura cognitiva alborotadora”
o de autores de cartas anónimas. Se trata de descubrir estas “premisas esenciales” que
guiaban a la gente en el siglo XVIII. Estas premisas esenciales sugiere Thompson,
podrían ser “expresadas en simples términos bíblicos de ‘amor’ y ‘caridad’” o bien en
términos “que podrían no tener mucho que ver con la educación cristiana, sino que
surgirían de cambios elementales de la vida material”9.
Esta última frase revela esta particular concepción de la cultura a la que me he
referido: una cultura arraigada en la práctica de los intercambios, donde el peso de la
tradición puede estar presente, pero también puede ser muy distante y en última
instancia, fuente de malentendido para el historiador. De estas premisas nació este
proyecto de “excavación” histórica que hace la extraordinaria originalidad del trabajo de
Thompson10 y que procede de la búsqueda de testimonios lo más “directos posibles” de
los intercambios sociales. Los plebeyos portan una cultura legal cuyas raíces no se
derivan de los textos de la “alta cultura” sino más bien de las transacciones sociales. La
tarea de los historiadores es revelar esta cultura y por lo tanto, buscar las expresiones
más puras. Por lo tanto las hipótesis implícitas son que existe una cultura popular como
también existen las fuentes en las que se expresa esa cultura popular, a las que el
historiador debe identificar para poder interpretarlas a continuación.
La idea de fuentes «directas» es ciertamente interesante y rica. Ella es originaria
de la misma fascinación que el trabajo de Thompson ha ejercido sobre Edoardo Grendi.
No es una coincidencia que los dos historiadores hayan trabajado en un tipo de fuente
que parece cumplir con este criterio: cartas anónimas (por un lado, las publicadas por la
London Gazette [Gaceta de Londres] en el siglo XVIII; por otra parte, aquellas enviadas
a los oficiales genoveses del siglo XVII), que se presentan como una fuente directa, no
contaminada. Como el propio Grendi señala, la tradición en la cual esta investigación se
inscribe remite a las concepciones populares de justicia de Vico y de Blake y en
especial, por supuesto, en Karl Marx11; y por lo tanto –es útil recordar a Savigny y a los
hermanos Grimm. Esta es la tradición de la escuela del derecho histórico, que se aplica
para resucitar las raíces populares del derecho –la primera fuente de inspiración de
Thompson es el Marx estudioso de Savigny12. De esta tradición intelectual, Thompson
adopta una presuposición fundamental, el carácter popular de las culturas “subalternas”;
es decir, la existencia de un vínculo entre la plebe (el conjunto de grupos excluidos del
poder) y de las concepciones del derecho que son “otras” que aquellas legitimadas por
los textos.
Es evidente que la adopción de este punto de vista viene a reducir el interés del
historiador por la “alta cultura”. Al trabajar en las concepciones populares de la
economía moral del siglo XVIII, Thompson ha sido, sin lugar a dudas quien se
preguntara acerca de la existencia de la formalización de una idea de mercado en el

9
Edward Thompson, Customs in Common, London, Merlin Press, 1991, p. 350. El subrayado me
pertenece. Hay traducción al español: Edward Thompson, Costumbres en común, Barcelona, Crítica,
1995. [N. del T]
10
Ibídem, pp. vii-xxxvi.
11
Edoardo Grendi, “E. P. Thompson e la ‘cultura plebea’” en ob. cit., p. 241.
12
Louis Assier-Andrieu, Le droit dans les sociétés humaines, Paris, Nathan, 1996, pp. 188 y ss.
pensamiento económico contemporáneo. Pero el problema no se ha ensanchando
profundamente; el marco de interpretación es aquel de una forma de intercambio social
dominado por controles paternalistas y moderados por una presión hacia abajo. En este
enfoque, se comprende por qué la referencia a una tradición académica sería
“potencialmente tramposa”. No hay ninguna razón para que los historiadores sociales se
sienten afectados por las teorías científicas del mercado. Al ser confrontados con los
disturbios y otras expresiones de la cultura popular, esas manifestaciones quedan en los
archivos afínes para rastrear la red de relaciones sociales y los vínculos de poder, por lo
que dejan las bibliotecas a los historiadores de las ideas.
Un presupuesto subyacente a este enfoque: las conductas no serían más que
traducciones de las experiencias e intereses de grupos específicos; ellos no serían de ese
modo más que el reflejo de la estructura social (clase), en tanto los vehículos de la
cultura del grupo. Esta concepción de la experiencia y esta lectura de las conductas en
Thompson han suscitado recientemente críticas reflexivas. A pesar de su intención
declarada de no aprehender los grupos como “cosas” sino antes bien considerar el
proceso de formación, Thompson remite en realidad a una concepción de la experiencia
que es reductiva. Aquella se construyó esencialmente sobre las relaciones de producción
y la jerarquía social consiguiente. La acción popular, que está en el centro de su análisis,
es precisamente la expresión de una estructura de poder objetivo y por lo tanto de una
experiencia de dominación compartida. Las acciones refieren a esa estructura social;
que atraviesan los a los actores para plegarse a la sociedad. El contexto de la
interpretación de Thompson es así estrictamente social; y la cultura toma en cuenta la
cultura de la subordinación13.
Uno podría pensar que precisamente en estos puntos, la distancia entre los
análisis “microhistóricos” y la investigación llevada a cabo por Thompson sería mayor.
Después de todo, una de las preguntas que estaba originalmente en varios estudios de
microhistoriadores se refería a la composición de los grupos sociales (la clase obrera a
principios del siglo XX o los gremios de los siglos XVII y XVIII14. El análisis
minucioso de las opciones y estrategias individuales discutía la existencia de
identidades y afiliaciones automáticas. La reconstitución del espacio social a partir de
trayectorias individuales advertía contra el deslizamiento entre individuos y grupos
sociales. Se trataba de producir categorías que fueran auténticamente pertinentes y no
anacrónicas.
Sin embargo, este objetivo no ha sido atendido más que parcialmente. No me
refiero simplemente a que una investigación particular o una reconstrucción
determinada tuvo más éxito que otra: el problema me parece más radical. El contexto no
tuvo en cuenta que estos análisis de microhistoria eran inadecuados. Este contexto
restaba importancia a la experiencia de los actores. El hecho de reconstruir biografías
individuales no conforma, en sí mismo, ninguna garantía en cuanto a la capacidad de
realizar un análisis “interno”. Estas reconstrucciones históricas estaban organizadas en

13
Harvey Kaye J. and Keith McClelland (eds.), E. P. Thompson. Critical Perspectives, Philadelphie,
Temple University Press, 1990; William H. Sewell Jr., “How classes are made: critical reflections on E.
P. Thompson’s theory of working class formation” en Harvey Kaye J. and Keith McClelland (eds.), ob.
cit., pp. 50-77; Simona Cerutti, “Processus et expérience: individus, groupes et identités à Turin au XVIIe
siècle” en Jacques Revel (ed.), Jeux d’échelles. La micro-analyse à l’expérience, Paris, Gallimard, 1996,
pp. 161-186. De este último libro hay traducción al español: Jacques Revel (dir.), Juegos de escala.
Experiencias de microanálisis, Buenos Aires, Universidad Nacional de General San Martín, 2015. [N. del
T.]
14
Maurizio Gribaudi, Itinéraires ouvriers. Espaces et groupes sociaux à Turin au début du XX e siècle,
Paris, EHESS, 1987; Simona Cerutti, La ville et les métiers. Naissance d’un langage corporatif (Turin,
XVIIe-XVIIIe siècles), Paris, EHESS, 1990.
torno al concepto de “estrategia”, un término pesadamente cargado de un contenido
híper-racionalista, que tiende a reducir la conducta a investigaciones que maximizan
ganancias.
Frecuentemente en los últimos años los micro-historiadores han revelado los
efectos anacrónicos del concepto. En otras palabras, una herramienta metodológica que
había sido introducida para rastrear los contextos pertinentes “a partir de la perspectiva
de los actores” está paradójicamente sumergida en significados que son probablemente
completamente ajenas a la mentalidad contemporánea. Por otra parte, el concepto de
estrategia motiva a los historiadores a situar sus análisis en un plan que es a la vez
exterior y superior a la “versión de los hechos” propios de los actores. El diseño de las
redes, el mapeo de los lazos –muchos procedimientos prestados de los análisis
sociológicos- invitan a concebir la investigación como una operación de “revelación” de
los actores a las restricciones que limitan o permiten sus acciones, más allá de sus
propias declaraciones y más allá de su propia conciencia15.
Por otra parte, la dirección de estas mismas acciones ya está pre-determinadas
por el “marco estratégico” que dicta operaciones de manipulación de las normas
sociales, cuya característica es ser contradictorias entre sí. Normas y comportamientos,
cultura y acción se encuentran, después de todo, en ámbitos diferentes16.

Normas y prácticas

En lo que a mí respecta, es precisamente mi insatisfacción con el concepto de


estrategia, con la idea de maximización que presupone y con la relación que crea entre
el investigador y su objeto de investigación- que me ha llevado a repensar lo que
realmente era un análisis “interno” (emic) basado en el lenguaje y la lógica de los
propios actores17. Este viaje crítico queda esclarecido una vez que, durante la
investigación, he confirmado una nueva concepción de lo que constituía mi unidad de
análisis -es decir los comportamientos, las acciones de los individuos. Mi campo de
investigación estaba constituido por las formas de justicia de la época moderna
“menor”, un tema capilar en la historia social y en particular en E. P. Thompson, con la
que mi investigación está tan profundamente en deuda. Sin embargo, es precisamente
sobre este terreno que las grandes diferencias se han ampliado. Lo que me pareció
emerger de los casos judiciales que analicé (casos civiles menores, la mayoría de las
veces vinculados a créditos o intercambios de bienes), fue que los comportamientos
registrados en las fuentes no podían interpretarse como expresiones de la estructura
social. Estas acciones no revelaron determinaciones objetivas, sino que expresaron
demandas, intenciones y propuestas. Las revueltas y disturbios, pero también los
contratos, las ventas y los conflictos que llenaron las fuentes judiciales no podían

15
En relación al método véase: Simona Cerutti, La ville et les métiers..., ob. cit.
16
Simana Cerutti, “Normes et pratiques, ou de la légitimité de leur opposition” en Bernand Lepetit, ob.
cit.
17
La distinción emic/etic fue establecida por el lingüista Kenneth Pike a partir de los sufijos de las
palabras fonéticas y fonémicas. En el debate antropológico, esta distinción designa dos estrategias de
análisis diferentes: el enfoque emic se basa en las categorías y el lenguaje de los actores; el enfoque etic,
sobre las categorías del investigador. Kenneth L. Pike, Language in Relation to a Unified Theory of the
Structure of Human Behavior, Glendale, Summer Institute of Linguistic, 1954-1960. Ginzburg fue el
primero en llamar mi atención sobre esta distinción. Sobre el debate antropológico, ver Marvin Harris,
“History and significance of the emic/etic distinction” en Annual Review of Anthropology, Nro. 5, 1976,
pp. 329-350 pero también Jean-Pierre Olivier de Sardan, “Emique” en L’Homme, Nro. 147, 1998, pp.
151-166.
interpretarse como meras reproducciones de las relaciones de dominación. Estas
acciones diversas fueron tanto demandas activas de derechos como demandas de
legitimación de esos derechos. En resumen, era menos la estructura de la sociedad que
se manifestaba en las fuentes como las interpretaciones en cuanto a la forma que debería
haber tomado la estructura social; tentativas para llegar a un acuerdo sobre estas
interpretaciones; estrategias para legitimarlas.
Este carácter creativo de la acción fue alimentado, en la sociedad del Antiguo
Régimen, por una cultura particular -la cultura de la jurisdicción, que otorga a la acción
la capacidad de transformar las condiciones jurídicas, de asignar roles y derechos 18. En
estas sociedades, más que la titularidad de la propiedad, lo que cuenta es la situación de
facto: la familiaridad con el objeto, el hecho de usufructuar cotidianamente de él. Más
que haber sido designado formalmente para un cargo o una posición, es el hecho de
“haber actuado en...” lo que afecta el estatus de alguien. En este sentido, las acciones no
son “la cara visible de una razón latente”19, ni el espejo de edificios sociales construidos
en otros lugares, ni el reflejo de normas externas. Las acciones son modalidades de
construcción de estos edificios sociales, de estas razones, de estas lógicas y de estas
normas. Ellas incorporan una actividad interpretativa de las posibilidades de
movimiento, así como de su legitimación. Visto de esta manera, la relación entre
prácticas y normas cambia profundamente.
Este encuentro entre la cultura jurídica de las sociedades del Antiguo Régimen y
las teorías de acción presentadas por una parte de la sociología y la etnometodología20,
aunque paradójico -o quizá en la misma razón de esta paradoja- es muy fructífera. Es
una perspectiva que ha dado a algunos historiadores la capacidad de realizar
contribuciones significativas al debate general en las humanidades sobre la relación
entre las normas y las prácticas, así como la idoneidad de concebir comportamientos en
términos de conformidad no refleja una regla21. Por encima de todo, tener en cuenta el
carácter creador de la acción desalienta cualquier asociación mecánica e irreflexiva
entre estructura social, acción y cultura. Para permanecer en el ámbito del derecho, está
claro que cualquier grupo social era atravesado por una pluralidad de ideas de justicia;
por caso, las ideas del derecho natural y del derecho positivo podrían ser invocadas por
comerciantes, abogados y trabajadores en diversas situaciones. No fue tanto la
condición social de las personas que determinaron el recurso a uno u otro de estos
sistemas de legitimación como las posiciones particulares que ocuparon en un momento
preciso (su lugar de residencia, su estabilidad o movilidad en el territorio, su posición en
el mercado). En otras palabras, cada cultura jurídica no correspondía a un grupo social
con sus propios intereses y experiencias sino que una cultura jurídica que podía ser

18
Pietro Costa, Iurisdictio. Semantica del potere politico nella pubblicistica medievale (1100-1433),
Milan, Giuffre, 1969; Paolo Grossi, L’ordine giuridico medievale, Bari, Laterza, 2000; Angelo Torre, Il
consumo di devozioni. Religione e comunità nelle campagne di Ancien Régime, Venise, Marsiglio, 1995.
19
Albert Ogien, “Décrire ou expliquer: notes sur une mauvaise querelle de méthode” en Nathan W.
Ackerman et. al., Décrire: un impératif? Description, explication, interprétation en sciences sociales,
Paris, EHESS, 1985, T. 1, pp. 78-100.
20
Harold Garfinkel and Harvey Sacks, “On formal structures of practical actions” en John McKinney and
Edward Tyriakin (ed.), Theoretical Sociology, New York, Appleton Century Crofts, 1970.
21
Sobre el debate de lo que significa “seguir una regla” ver: Alain Cottereau, “Justice et injustice
ordinaire sur les lieux de travail d’apres les audiences prud’hommales” en Le Mouvement social, Nro.
141, 1987, pp. 25-59 ; Alain Cottereau, “Théories de l’action et notion de travail. Notes sur quelques
difficultés et quelques perspectives” en Sociologie du travail, Nro. 94, 1994, pp. 73-89. Asimismo ver: La
economía de los convenios, el número especial de la Revue économique, Nro. 40 (2), 1989; Los
convenios, el número especial de Réseaux, Nro. 62, noviembre-diciembre de 1993. Ver también varios
volúmenes de la colección Raisons pratiques (EHESS), que se han dedicado a las relaciones entre acción
y legitimación, en particular el Nro. 1, 1990 (Las formas de acción) y Nro. 3, 1992 (Poder y legitimidad).
movilizada por diferentes individuos, unidos por objetivos comunes. Al tomar un caso
(como ha demostrado Renata Ago en un análisis cercano al de la economía moral de
Thompson), cuando actuaron como consumidores, los campesinos del siglo XVIII en la
región del Lazio podrían usar el lenguaje de los economía moral y del derecho natural;
pero estos mismos campesinos pudieron utilizar el lenguaje en su beneficio cuando
vendían sus productos en el mercado22. No hay nada automático o irreflexivo en las
acciones ni en las estrategias utilizadas para legitimarlas. El mundo social, -es decir el
mundo de las acciones- es un mundo interpretativo. La acción y la interpretación no
pueden ser separadas.
Esto implica que para reconstruir la pluralidad de las concepciones de la justicia
que coexisten en la sociedad del Antiguo Régimen, no es necesario –e incluso quizá
pertinente- buscar fuentes “directas”, es decir, fuentes que están relativamente no
contaminadas o no institucionalizadas. Como cualquier acción, las fuentes que el
historiador utiliza frecuentemente son (aunque no siempre) documentos que afirman
algo (en lugar de describirlo). Las actas notariales, las peticiones, los juicios, los mapas
e incluso las fuentes aparentemente neutrales como los documentos demográficos,
constituyen en realidad reivindicaciones jurídicas23. La fuente, por lo tanto, habla de su
objeto y es al mismo tiempo un texto narrativo24. Sin embargo, esto no es simplemente
cierto en el sentido de que cualquier fuente está escrita en un género literario definido.
La “narrativa” incorpora afirmaciones de verdad y legitimidad y por lo tanto un trabajo
intelectual de interpretación de las ideas de “justo” y “legítimo” así como operaciones
de construcción de legitimidad que no se reducen a técnicas retóricas pero que se nutren
de intercambios, relaciones, objetos (lo sabemos bien, la construcción de la legitimidad
no es solo una cuestión de palabras).
Pero en esta visión de las fuentes, las preguntas que debemos formularles: ¿qué
reivindicaciones de legitimidad expresan? ¿A quién se dirigen estos reclamos? ¿De qué
manera? se descubren igualmente pertinentes tanto como fuentes “directas” como
aquellas que nos parecen estar (y probablemente están) más “contaminadas”.
Esta dimensión de la legitimación tal como la defiendo es, me parece,
completamente ajena al ala social de la microhistoria (como lo representa Grendi). Este
enfoque implica, en relación con el objeto de estudio, una distancia diferente a la
tradicionalmente adoptada por los microhistoriadores “sociales”. Permite, como dice
Boltanski, “no renunciar a las ilusiones de los actores”. El análisis no es una
“corrección” de la versión de los hechos de los actores o una revelación a los actores de
una realidad que se presume que no es consciente para ellos (especialmente en cuanto a
las restricciones objetivas que determinan sus acciones). La cuestión es más bien
reconstituir su capacidad para hacer aprehensibles, aceptables y legítimos sus propias
acciones y sus propios argumentos. Para usar nuevamente las palabras de Boltanski, la

22
Renata Ago, “Popolo e papi. La crisi del sistema annonario” en Renata Ago, Subalterni in tempo di
modernizzazione. Nove studi sulla società romana nell’Ottocento, Milan, Franco Angeli, 1985, pp. 17-47.
23
Carmen Beatriz Loza, “De la classification des Indiens a la refutation en justice (Yucay, Andes
peruviennes, 1493-1574)” en Histoire et mesure, vol. XII (3/4), 1997, pp. 361-386; sobre las fuentes y su
demanda de legitimidad ver: Enrico Artifoni e Angelo Torre (ed.), “Erudizione e fonti. Storiografi e della
rivendicazione” en Quaderni Storici, Vol. 31 (3), Nro. 93, 1996; Angelo Torreo, Il consumo di
devozioni..., ob. cit.
24
Como Bloch lo ha señalado. Marc Bloch, Apologie pour l’histoire ou le Métier d’historien, Paris,
Armand Colin, 1993. Hay traducción al español: Marc Bloch, Apología para la historia o el oficio del
historiador, México, Fondo de Cultura económica – Instituto Nacional de Historia y Antropología, 1996.
[N. del T.]
pregunta es “tomar a las personas en serio”; tener en cuenta, en el análisis, tanto sus
acciones como sus intenciones25.
Es esta perspectiva la que ha llevado a varios historiadores sociales (incluida yo
misma) a prestar un nuevo interés a esta dimensión cultural e intelectual que habían
descuidado anteriormente. La actividad de legitimación de los argumentos y acciones
requiere que los actores sociales movilicen un bagaje de conocimientos e
interpretaciones, recursos culturales y materiales así como la capacidad de manipularlos.
En esta perspectiva, la biblioteca ya no es únicamente un recurso para el historiador
social, que permanece fuera del campo de análisis. Ella se convierte en un elemento
constitutivo del análisis social, de la misma manera que las estrategias, los objetos, las
elecciones económicas, las elecciones matrimoniales. Entonces, les guste o no, los
investigadores analíticos y los narrativistas, historiadores sociales e historiadores de las
ideas deben unir fuerzas.
La idea que surge de esta perspectiva es la de una cultura “operativa”, para usar
los términos de Renata Ago26; una cultura “pragmática”, podríamos decir. Es decir, una
cultura cuyos términos y referencias doctrinales a menudo permanecen en las sombras,
mientras que se encuentra inscrita en las acciones que los archivos registran. “Mujeres
mercantes y cultura escolástica”27, “Magistrados y baconianos”28, son todos títulos
provocativos pero sinceros (es decir intentos reveladores de lecturas
multidimensionales, sociales y culturales) que aparecen en los números recientes de
Quaderni Storici dedicados a un tema que tradicionalmente mantenía la microhistoria
en sospecha: el derecho29. De hecho, en los últimos años, la revista ha publicado varias
monografías dedicadas a diferentes aspectos de la cultura jurídica. Los títulos de la
revista son significativos: derechos de propiedad, ciudadanía, procedimientos de
justicia. La idea detrás de estas elecciones es que el derecho es una gramática contextual
ampliamente compartida por los hombres y mujeres de las sociedades modernas; una
especie de “antropología de la Europa moderna” como se ha descrito30. Estos números
de la revista (más exitosos en algunos casos que en otros) tienen un doble propósito.
Primero, se trata de explorar la cultura del derecho (por lo tanto, de un sistema
normativo altamente formalizado en trabajos académicos) en su uso contextual, situado,
"local"; es decir, en el uso que los hombres y las mujeres hicieron de ella, también,
explícitamente, en sus demandas como, más generalmente, en sus interacciones
cotidianas con las cosas, las personas y los bienes. Esto implica que traemos a la luz
procesos de selección -o combinación, de tradiciones legales que se han realizado en un
lugar y en un momento específico (¿Por qué? ¿Cómo? ¿Por quién?). En segundo lugar,
el hecho de tener en cuenta las relaciones recíprocas existentes entre las normas
formales y las prácticas sociales implica que abandonemos la concepción del patrimonio
jurídico como un recurso “dado”, fijado en los textos legales (aunque a veces sea objeto

25
Luc Boltanski, L’Amour et la Justice comme compétences, Paris, Metailie, 1990; ver también Isabelle
Thireau et Wang Hanssheng (ed.), Disputes au village chinois. Formes du juste et recompositions locales
des espaces normatifs, Paris, MSH, 2001.
26
Renata Ago, “Ruoli familiari e statuto giuridico” en Quaderni Storici, vol. 30 (1), Nro. 88, 1995, pp.
111-133.
27
Ibídem.
28
Simona Cerutti, Procedura sommaria. Pratiche e ideali di giustizia in una società di Ancien Régime
(Torino, XVIII secolo), Milan, Feltrinelli, 2003.
29
Ver Quaderni Storici, Nro. 88 (1), abril 1995; Nro. 89 (2), agosto 1995; Nro. 101 (2), 1999.
30
Bartolome Clavero, “Historia y antropología. Por una epistemología del derecho moderno” en Jordi
Cerda Ruiz-Funes - Pablo Salvador-Coderch (ed.), Seminario e historia del derecho y derecho privado.
Nuevas técnicas de investigación, Barcelona, Universidad Autónoma de Barcelona, 1985; Antonio M.
Hespahna, Panorama historico da cultura juridica europea, Lisbonne, Cosmos, 1999.
de manipulación). Las prescripciones existen en el “reclamo de las prácticas mismas
para ser aceptadas como legítimas”; en las operaciones locales (situadas) de
“construcción de sentido”. En esta dirección, el análisis de las normas forma parte del
análisis de los vínculos sociales31 (Quéré, 1992). La relación entre normas y prácticas es
una relación de reciprocidad, cada una influye en la otra. El campo de la legitimidad es
más amplio que el campo de la legalidad; a menudo, el primero alimenta al segundo. La
circularidad de esta relación tiene implicaciones políticas e intelectuales de gran
importancia.

El punto de vista de los actores

Estas proposiciones interactúan de manera implícita con otras posturas


metodológicas. La capacidad de las prácticas sociales para constituir “precedentes” –y
así, bajo ciertos sistemas legales, en las normas- es una respuesta, me parece, a estos
análisis que, muy atentos a los procesos de legitimación, sin embargo, los consideran
esencialmente como operaciones de bricolaje entre tradiciones culturales aprendidas.
Pienso en particular en el trabajo de Luc Boltanski, con quien, además, mi deuda
intelectual es grande32. Las gramáticas utilizadas por los individuos para legitimar sus
propios argumentos se basan en un repertorio limitado de textos fundamentales
identificados por Boltanski como la base del vínculo social (en este sentido, Boltanski
establece un puente original entre la sociología y la historia de las ideas). En otras
palabras, el contexto de legitimación es externo a la acción: las fuentes son las
autoridades externas. Desde esta perspectiva, me parece que reproduce una idea
impersonal, imprecisa y en última instancia, consensuada del horizonte cultural.
Claramente, por el contrario, la esfera de legitimidad no es un asunto consensual sino un
ámbito donde la competencia y el conflicto son frecuentemente feroces. Sistemas
culturales enteros han desaparecido de la memoria y han sido deslegitimados. Con el fin
de no reducir la actividad de los actores a simples ejercicios de bricolaje y de cuestionar
las formas múltiples y cambiantes de los sistemas de legitimidad, debemos enfocarnos
en el proceso mediante el cual se construyen tanto las normas como los sistemas y
explorar cómo interactúan ambos.
También es necesario examinar los procesos de selección a los que se someten
las tradiciones intelectuales en lugares particulares y en momentos específicos.
“Procesos de selección” en los que la historia cultural a menudo lucha por prestar la
atención necesaria. Estoy pensando, en particular, en procedimientos muy refinados de
contextualización cultural, que son extremadamente sensibles a la pluralidad de
tradiciones culturales, que son conscientes del problema de la selección entre diferentes
tradiciones pero que, en mi opinión, no prestan suficiente atención al cómo se opera esta
selección. Carlo Ginzburg, en particular, ha seguido con gran coherencia un método de
análisis que ha presentado tanto en sus propias investigaciones sobre las relaciones entre
culturas como en sus escritos metodológicos e historiográficos33. En el siguiente párrafo,

31
Louis Queré, “Le tournant descriptif en sociologie” en Current Sociology, vol. 40, Nro 1, 1992, pp.
139-165.
32
Simona Cerutti, “Pragmatique et histoire. Ce dont les sociologues sont capables” en Annales ESC,
Année 46, Nro. 6, 1991, pp. 1437-1445.
33
Carlo Ginzburg, Storia notturna. Una decifrazione del sabba, Turin, Einaudi, 1989; Carlo Ginzburg,
« Microstoria: due o tre cose che so di lei» en Quaderni Storici, Nro. 86 (2), 1994, pp. 511-539 ; Carlo
Ginzburg, 1998, Occhiacci di legno. Nove riflessioni sulla distanza, Milan, Feltrinelli. Entre sus trabajos
más recientes véase: Carlo Ginzburg, Rapporti di forza. Storia, retorica, prova, Milan, Feltrinelli, 2000 ;
Carlo Ginzburg, No Island is an Island. Four Glances at English Literature in a World Perspective, New
York, Columbia University Press, 2000; Carlo Ginzburg, “‘Your country needs you’: a case study in
analizaré algunas presupuestos que me parecen estar en la base de su último trabajo y
sugeriré que la separación entre análisis social y análisis cultural (que nunca había sido
realmente apropiado, incluso en el pasado) sigue siendo completamente inadecuado
para describir las diferencias entre los métodos de análisis que aún persisten hoy en la
microstoria, a pesar del nuevo potencial de convergencia. Estas diferencias se refieren a
la relación que los investigadores adoptan con su objeto de investigación, dependen del
lugar donde los investigadores sitúan su autoridad en relación con los actores sociales y
de donde extraen sus categorías de análisis. En otras palabras, el problema es la relación
entre un análisis emic y un análisis etic.
La cuestión no es establecer la legitimidad de una de estas perspectivas en contra
de la otra, ni oponerse a las ortodoxias analíticas (la ética como la única dimensión
legítima). El problema es más radical y lo diría de esta manera: ¿qué es un método de
análisis "interno" y dónde se puede aplicar? ¿El hecho de tener en cuenta el punto de
vista de los actores tiene que detenerse en el contexto inmediato de su comportamiento,
o puede este método (si se moviliza) cuando el objeto de análisis es más amplio e
incluye? ¿Los modelos culturales y normativos que los inspiran y expresan? En otras
palabras, son dos procedimientos analíticos emic y éticos, como creo, o son dos
contextos (uno de ellos es el contexto más inmediato en el que surgen los
comportamientos y donde los actores ¿Activar modelos culturales, los otros más lejanos
y profundos, donde se construyen modelos culturales?
Creo que esta segunda concepción domina los procedimientos analíticos
utilizados por Carlo Ginzburg en la mayoría de sus investigaciones recientes. Estos
regularmente giran en torno a una serie de presuposiciones. En primer lugar: el análisis
de cualquier fenómeno social requiere la movilización de una pluralidad de contextos,
porque cada objeto está compuesto de una serie de capas, es decir, de una cantidad de
elementos que tienen sus raíces en cronologías de diferentes profundidades. En segundo
lugar: el trabajo de exploración de estas variadas cronologías se pone al servicio de la
reconstrucción de “experiencias” vividas; las cuales, según Ginzburg, “no se agotan ni
en la experiencia consciente ni en lo que ha dejado huellas en la documentación” sino
que también se componen de una dimensión inconsciente que debe tenerse en cuenta 34.
Finalmente y en relación con este último punto, es necesario llevar a cabo “juegos de
escala”, es decir, las variaciones del ángulo de análisis, que permiten al investigador
tener una distancia crítica. Ello conjuntamente posibilita la visibilización de lo que no
estaba presente en la conciencia de los actores pero que, sin embargo, fue constitutivo
de sus experiencias35. Estos tres puntos cardinales constituyen, en el trabajo de Carlo
Ginzburg, una “cadena documental”, es decir, un camino que, a partir del documento,
identifica progresivamente los contextos en los que registrar su análisis. Esta

political iconography” en History Workshop Journal, automne, 2001, pp. 1-22. Hay traducción al español
de: Carlo Ginzburg, Relaciones de fuerza. Historia, retórica, prueba, México, Contrahistorias, 2000;
Carlo Ginzburg, “‘Tu país te necesita’: un estudio sobre iconografía política” en Prohistoria, Año VII,
Nro. 7, 2003, pp. 11-36. [N. del T.]
34
“En la evidencia etnográfica -directa o reelaborada- de rituales de transgresión funeraria, la distinción
entre estos niveles de interpretación está lejos de ser clara”. Al mismo tiempo, el papel de la comparación
se vuelve esencial: “A través de la comparación, se hace posible, en principio, reconstruir un significado
que no es menos auténtico que el encarnado en la experiencia vivida. Esto último no se reduce a la
experiencia consciente ni a lo que dejó rastros en los documentos”. Carlo Ginzburg, “Saccheggi rituali.
Premessa a una ricerca in corso” en Quaderni Storici, Nro. 65 (2), 1987, p. 630.
35
Las diferentes concepciones de la experiencia constituyen un importante campo de confrontación. He
encontrado en V. Turner y E. Bruner reflexiones muy ricas de las posiciones expresadas por W. Dilthey.
Lo discutí en un trabajo mío. Victor W. Turner and Edward M. Bruner (ed.), The Anthropology of
Experience, Urbana, University of Illinois Press, 1986; Simona Cerutti, “Le ‘linguistic turn’ en
Angleterre. Notes sur un débat et ses censures” en Enquête, Nro. 5, 1997, p. 125-140.
identificación procede de una manera que podemos llamar concéntrica –pasando
gradualmente del sentido que los actores dieron al fenómeno en cuestión al sentido más
remoto e insospechado que escapó a su comprensión consciente y que se construye
mediante comparaciones. No a pesar de la distancia sino gracias a ella36.
Una función central es atribuida a este último nivel de análisis, porque aquí es
donde radica el significado último de las acciones y creencias; como Perry Anderson ha
argumentado -con razón, creo- para Ginzburg, cuanto más profundo es algo, más
significativo es37. Ginzburg ha seguido esta estrategia de análisis con una coherencia
cada vez mayor en los últimos años, desde su investigación del sabbat hasta el trabajo
más reciente sobre iconografía política. Esta estrategia apunta, en el análisis final, a
aprovechar las potencialidades heurísticas que se incluyen en la condición de
expatriación; el asombro de los sistemas de significado y contextos que están
resueltamente fuera de la conciencia (el de los actores, el del investigador y el del lector
que está invitado a compartir esta experiencia de descubrimiento)38. Lo más profundo e
impensado del pasado se encuentra entre nosotros, un invitado de piedra, sentado,
invisible, en nuestra mesa.

Distancia y comparación

Lo que me parece problemático en este enfoque, no es la distancia


explícitamente tomada por el investigador en relación con su objeto. Si hay un punto al
que los análisis de Carlo Ginzburg me han modificado definitivamente, es el de la
efectividad de esta distancia que se expresa a través de la extraordinaria riqueza de la
mirada comparativa. Me parece que en este enfoque no ha sido lo suficientemente claro
qué reglas presiden esta operación de distanciamiento. Es al mismo tiempo una cuestión
de procedimientos de análisis y de concepción de lo que es la cadena documental.
Una vez que se ha completado el primer círculo de contextualización, las
acciones y creencias se proyectadas en un contexto cultural cuya relevancia está
destinada enteramente por el conocimiento del investigador. Por lo tanto, la cadena
documental se detiene en el momento en que solo el investigador decide. Nada en el
objeto de estudio (una vez que se completa la etapa inicial de análisis del contexto
inmediato) puede establecer límites al investigador o instituir controles sobre sus
elecciones. Por caso, la reconciliación entre el famoso póster en el que Lord Kitchener
exhorta a los jóvenes británicos a alistarse en 1914 y el pasaje de la Historia Natural de
Plinio el Viejo con respecto a las representaciones de Minerva y Alejandro Magno,
sigue un camino completamente trazado por el autor (en este caso, a través de un
diálogo abierto con Aby Warburg)39. Los materiales que crean el cambio de escenario y
provocan, por segunda vez, estos procedimientos de “revelación” de paréntesis
inesperados entre diferentes objetos, han sido introducidos en el campo y fueron
36
Carlo Ginzburg, Rapporti di forza… ob. cit.
37
Para justificar esta afirmación, Anderson se refiere a una cita de Celine encontrada al comienzo de El
queso y los gusanos: “Todo lo que es interesante está sucediendo en las sombras”. (Anderson, 1992: 223)
La primera versión de este ensayo se publicó en italiano en la revista Micromega (1991), con una
respuesta de Ginzburg que simplemente confirma la interpretación de Anderson, refiriéndose al
proverbio: "El significado de las cosas nunca está en su superficie”. Perry Anderson, “Nocturnal enquiry:
Carlo Ginzburg” en Perry Anderson, A Zone of Engagement, Londres, Verso, 1992, pp. 207-229; Carlo
Ginzburg, “Buone vecchie cose o cattive cose nuove” en Micromega, Nro. 3, 1991, pp. 225-229. Perry
Anderson, Campos de batalla, Barcelona, Anagrama, 1998, pp. 295-326.
38
Al respecto leer el prefacio de Carlo Ginzburg, Rapporti di forza… ob. cit.
39
Carlo Ginzburg, No Island is an Island…. ob. cit.
seleccionados por el investigador. En resumen, el objeto utiliza al autor para buscar su
lectura más auténtica (o al menos la más profunda) pero no puede detener o contradecir
su análisis. Lo mismo es cierto, me parece, para el lector.
Lo que es problemático en este enfoque no es, repito, la distancia establecida
entre el investigador y su objeto de estudio, y mucho menos el uso de la comparación
(la dimensión que podríamos llamar etic). Es más bien una concepción que me parece
reductiva del análisis contextual y social. Esto se considera revelador solo para usos en
que los actores crean imágenes y creencias; mientras que el problema del “carácter
original” de estas mismas imágenes y creencias se transfiere a otro nivel de análisis, a
un plan que trasciende a los actores en términos de lugar, período histórico, etc. La
separación entre estos dos momentos del análisis está marcada y preconcebida40. Y, sin
embargo, el momento de descubrimiento, asombro y “desorientación”, cargado de
implicaciones hermenéuticas, también podría tener lugar en el contexto inmediato, si
solo el investigador prestara atención a este trabajo intenso de selección en el que se
involucran los actores y determinar la supervivencia, por caso, de una imagen o creencia
particular en lugar de otra; lo que explica el por qué y el cómo de esta transmisión así
como las transformaciones experimentadas en el tiempo. El enfoque que sugiero implica
“tener en cuenta la ilusión de los actores”41; lo que significa atender a su actividad de
elección y selección entre las tradiciones culturales, lo que posibilita la supervivencia de
algunos y condena a otros al olvido. Esta actividad de selección traza un contexto
cultural que está “controlado”; no en el sentido de que está limitado en su alcance
cronológico (un enfoque como el que defiendo permite el uso de las tradiciones
culturales más antiguas) sino en el sentido de que su relevancia no está simplemente
determinada por el conocimiento del investigador, sino más bien por los itinerarios
seguidos por los actores. La cadena documental, en este enfoque, no es circular y
centrífuga (surge de los actores y se aleja cada vez más, a lo largo de caminos que
dependen del campo de competencia del investigador). Este campo está construido
sobre la base de las relaciones que los actores han establecido con la tradición, con el
texto, con la creencia en cuestión; dado que la cultura no se reduce a una herencia,
también está hecha de creaciones contemporáneas. En otras palabras, la cadena
documental en la que estoy pensando es emic, construida desde el punto de vista de los
actores. Emic es un método de análisis, no el contexto inmediato de comportamiento.
Me parece que esta es la diferencia más significativa entre los análisis “sociales” y
“culturales”.

Culturas situadas

Un método de análisis es también un procedimiento para controlar posibles


interpretaciones. Como cualquier procedimiento de control, pauta límites a la
exploración de contextos que están muy alejados y no están comunicados. El sacrificio
de estos contextos, sin embargo, ofrece ventajas que me parecen importantes. La
primera es romper un círculo lógico que tiende a limitar el análisis. El procedimiento de
"desvelamiento" del significado oculto presupone, por supuesto, que consideremos que
los actores no son conscientes de las raíces profundas de su experiencia. Esta ignorancia
solo la supone el investigador que, al no haber intentado rastrear el trabajo de selección
creativa realizado por los actores, no se ha dado ninguna forma de confirmarla o
refutarla. Sin embargo, en esta supuesta ignorancia, una consecuencia importante se

40
¿Corresponde al “demonio de los orígenes” o a la “obsesión embriogénica”? Para usar los propios
términos de Marc Bloch.
41
Luc Boltanski Luc et Laurent Thevenot, Les économies de la grandeur, Paris, PUF, 1987.
establece: nuestro pasado actúa más allá de la memoria y la intención. Los mitos nos
piensan42. Dado el procedimiento de análisis, este es inevitablemente el caso.
La segunda ventaja de reconstituir contextos culturales a partir de la actividad de
selección de los actores es que permite al historiador descubrir nuevos objetos,
“manufacturas” que se han producido en diferentes momentos y lugares específicos. Y
así, descubrir tradiciones culturales que no están construidas sobre textos, antiguos o
modernos y cuya génesis solamente puede entenderse mediante la reconstitución de las
relaciones entre acción y legitimación, entre culturas y comportamientos; entre cabezas
y vientres. Como he dicho, esto tiene que ver con la cuestión de la posibilidad de “ser
sorprendido” en lugar de “sorprender” a los actores en su revelación en lo que ellos
suponen que desconocen.
Recientemente, me he enfrentado a un caso de creación de una tradición cultural
que surgía de procesos de elección y selección que eran “locales”, es decir, bien
ubicados en el tiempo y el espacio. Fueron comprensibles solo después de un análisis de
las acciones (no solo discursos o escritos) realizados por hombres y mujeres en los
tribunales civiles de una ciudad del Antiguo Régimen43. El procedimiento sumario que
se había sido adoptado en varios tribunales fue relativamente poco costoso y en su
mayoría informal. La presencia de abogados estaba prohibida, al igual que sus alegatos,
mientras que la sentencia se basaba únicamente en las declaraciones de las partes en la
controversia. Estos últimos presentaron sus propias razones al exponer con el mayor
detalle sus acciones -la venta, la compra, el préstamo, etc.- cuya legitimidad no
dependía de su conformidad a una regla sino del hecho de haber tenido lugar en un
contexto general de consenso, “sin conflicto”. Era un procedimiento que legitimaba las
prácticas sociales como fuentes del derecho: una forma de justicia supralocal que
permitía a los comerciantes y otras personas itinerantes (pero también figuras
legalmente débiles, como viudas y menores de edad) de tener acceso a un juicio justo
basado en la legitimidad acordada a sus meras acciones (antes que a su saber local de la
ley y de las costumbres). Este procedimiento y sus principios tienen sus raíces en una
tradición muy antigua, que se remonta al jusnaturalismo escolástico y a la concepción
de la “razón práctica” teorizada en sus obras de Tomás de Aquino. Para comprender el
funcionamiento de esta ley así como la concepción de la justicia expresada por tantos
hombres y mujeres durante gran parte de la época moderna, fue necesario volver a esta
tradición. Sin embargo, esta referencia estaba lejos de ser suficiente. Esta tradición fue
evocada como fuente de legitimación de acciones y demandas de justicia; al mismo
tiempo, estas mismas acciones y demandas construyeron un contexto en el cual la
tradición fue reformulada, recreada y transformada.
El análisis detallado del funcionamiento de los procesos, así como la
reconstitución de los intereses (no solo económicos) de los diversos protagonistas
involucrados (el público de la corte, así como los abogados y magistrados), han sido
operaciones esenciales para comprender no únicamente el uso que se hace de una
tradición cultural, sino también la forma en que se recrea. De hecho, durante esos años,
el jus-naturalismo escolástico se entrelazó con otras tradiciones culturales, cuyo
acercamiento parece altamente improbable para el historiador de las ideas. El contexto
en el que el procedimiento sumario había podido disfrutar de un nuevo éxito fue el de
una crítica al formalismo del procedimiento judicial, que se torna extremadamente
virulento en el Piamonte en la primera mitad del siglo XVIII.
La tradición del derecho natural había sido movilizada de ese modo en oposición
a la formalidad legal y el abuso de poder de los abogados. Al mismo tiempo, sin
42
Carlo Ginzburg, “‘Your country needs you’: a case study in political iconography” en ob. cit.
43
Simona Cerutti, Procedura sommaria..., ob. cit.
embargo, la referencia se hace constante a una tradición aparentemente diferente o
incompatible con la primera, aquella del empirismo de Bacon que se manifestaba, en el
ámbito jurídico, en el rechazo a priori de las doctrinas jurídicas a favor de la
investigación empírica sobre las características de cada caso particular. Así, e
inesperadamente, el pensamiento escolástico y el empirismo baconiano coexistieron
creando una “tradición cultural” que no habría encontrado ningún rastro en la historia
del pensamiento jurídico. Un contexto político y social particular (compuesto por la
voluntad de un gran número de hombres y mujeres para presentar su propio caso en la
corte y para resolver sus disputas “brevemente", “sin ruido” de los abogados, así como
por luchas internas en la comunidad de abogados) había dado lugar a la creación de una
tradición cultural específica. En este caso, no nos hemos encontrado ante una forma de
manipulación de los recursos culturales existentes, ni a las operaciones de mero
bricolaje de las deas pensadas por otros. El entrelazamiento de la acción y de las
legitimaciones había producido una forma cultural genuinamente original.
Veo en esta investigación una contribución al proyecto microhistórico de
construcción de una historia cultural e intelectual que, finalmente, es singular y
localizada. Una historia donde la distancia entre la cabeza y el vientre no se establece a
priori, y donde lo que prevalece es lo “maravilloso” despertado en el investigador por
las extraordinarias habilidades creativas de las personas que constituyen sus objetos de
análisis.

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