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V

VIDA, PASIÓN Y MUERTE DE


I D A , P A S I Ó N Y M U E R T E D E

E U
EUGENIO FRANCISCO XAVIER DE
G E N I O F R A N C I S C O X A V I E R D E

SANTA CRUZ Y ESPEJO


S A N T A C R U Z Y E S P E J O
Paco Moncayo Gallegos.
Alcalde Metropolitano de Quito.

Carlos Pallares Sevilla.


Director Ejecutivo del Fondo de Salvamento del Patrimonio Cultura l .

VIDA, PASIÓN Y MUERTE DE


EUGENIO FRANCISCO XAVIER DE
SANTA CRUZ Y ESPEJO

Autor: Marco Chiriboga Villaquirán

FONSAL 2005
Fondo de Salvamento del Patrimonio Cultura l .

Coordinador General de la Edición


Alfonso Ortíz Crespo

Copyright © Marco Chiriboga Villaquirán

ISBN-9978-92-397-7

Realización
TRAMA ediciones.
Dirección de Arte: Arq. Rómulo Moya Peralta
Diagramación: Diego Enríquez
Preprensa: Ing. Juan Moya Peralta

Dirección: Eloy Alfaro N34–85, Edif. Marinoar PB, Quito-Ecuador.


Te l f s : (593 2) 2 246 315 / 2 243 317
E-mail: editor@trama.ec
info@trama.ec
www.trama.ec

Impresión: Imprenta Mariscal.


Hecho en Ecuador por TRAMA.
V
VIDA, PASIÓN Y MUERTE DE
I D A , P A S I Ó N Y M U E R T E D E

E U
EUGENIO FRANCISCO XAVIER DE
G E N I O F R A N C I S C O X A V I E R D E

SANTA CRUZ Y ESPEJO


S A N T A C R U Z Y E S P E J O

Marco Chiriboga Villaquirán

Homenaje de la ciudad de Quito al Precursor de la Independencia


en el CCX aniversario de su muerte

2005
Marco Chiriboga Villaquirán 7

NOTA N O
DEL
T A D E
AUTOR
L A U T O R

E STA OBRA ES UNA VERSIÓN ABREVIADA DE“VIDA


EUGENIO ESPEJO” TRABAJO QUE
PASIÓN Y MUERTE DE
OBTUVO EL SEGUNDO PUESTO EN EL CONCURSO NACIONAL DE
BIOGRAFÍAS PROMOVIDO POR EL CONSEJO NACIONAL DE CULTURA
EN EL AÑO 2001.

En el libro original, se encuentra completa la correspondencia


de Espejo al Rey, a las autoridades y la que dirige a sus amigos. En la
presente edición se han abreviado ciertos pasajes de su vida y las sem-
blanzas de los personajes con los que mantuvo relaciones, tanto apolo-
gistas como detractores. Ejemplo, la trayectoria médica del padre de
Espejo, la procedencia española de la familia de Catalina Aldaz
Larrancair, su madre, sus años de estudiante, su graduación y penurias
a las que se le sometió para obtener el título de médico, las cartas de
Eugenio al padre Joseph del Rosario, los términos del juicio que inicia
María Chiriboga contra Espejo y otros detalles minuciosos que constan
en la versión original. Se han omitido algunos capítulos como la expul-
sión de los jesuitas, la Rebelión de las Alcabalas, levantamientos indíge-
nas, etc., que sucedieron en el tiempo de vida de Espejo y pudieron
haber influenciado en su pensamiento, que si bien son importantes
desde le punto histórico, no menoscaban de ninguna manera la unidad
narrativa que ha pretendido el autor.

Es decir, lo sustancial de esta biografía novelada de Francisco


Xavier Eugenio de Santa Cruz y Espejo, escrita por Marco Chiriboga
Villaquirán, se mantiene intacta y está basada en documentos históricos
absolutamente verificables.
Marco Chiriboga Villaquirán 9

CONTENIDO C O N T E N I D O

Nota del Autor............................................................................. 7


Contenido.................................................................................... 9
Prólogo........................................................................................ 11
Leer a Espejo................................................................................ 13
Los últimos días........................................................................... 19
La casa en la calle del Mesón........................................................ 27
Espejo bachiller: los primeros años............................................... 35
Espejo médico.............................................................................. 43
Las campanas de Santo Domingo repican a muerte,
¡María Catalina Aldaz Larraincar!............................................... 49
Breve historia de una infamia........................................................ 57
Juan Pablo de la Santa Cruz y Espejo: otro bachiller
enla familia.................................................................................. 61
La voz de Luis de la Santa Cruz y Espejo ya no se
escuchará en la casa de la calle del Mesón................................... 65
Primera prisión............................................................................. 69
Segunda prisión............................................................................ 85
Camino a Nueva Granada............................................................ 125
El regreso a casa........................................................................... 137
El principio del final: tercera prisión............................................. 147
Camino a la libertad..................................................................... 171
Bibliografía.................................................................................. 173
Marco Chiriboga Villaquirán 11

PRÓLOGO P R Ó L O G O

E STA ES LA HISTORIA DE UN HOMBRE Y SU FAMILIA.

La historia de un médico que contribuyó con su talento y


sacrificio para que su patria y su gente surjan del terrible yugo de la
ignorancia al que se le había sometido.

La historia de una familia, que olvidando sus propias ambi-


ciones individuales, aunó esfuerzos y valor para servirle de soporte en
su lucha imposible.

Es la historia de un indio de nombre Luis Chusig, que luego


quiso llamarse Luis Benítez y finalmente Luis de la Santa Cruz y Espejo,
quien superó su condición de paje de los frailes del Hospital de la
Misericordia para convertirse en uno de los más importantes cirujanos de
la Real Audiencia de Quito, y su heroico esfuerzo para educar a sus hijos.

Es la historia de María Manuela, la hermana ilustrada y


valiente que a la muerte de su madre, asume su papel, conduce a sus
hermanos mayores Eugenio y Pablo hacia el camino de la gloria y con-
trae matrimonio con José Mejía Lequerica, otro de los grandes hombres
que produjo el mestizaje en nuestro país.

Es la historia de Juan Pablo, el niño que se convierte en cura,


algo díscolo en su vida privada, pero que enarbola en su corazón la ban-
dera de la libertad con la que sueña su hermano mayor.

Esta es la historia de Francisco Xavier Eugenio de Santa Cruz


y Espejo, primogénito de Luis Chusig, Luis Benítez, Luis de la Santa
Cruz y Espejo y María Catalina Aldaz Larraincar y la casa que éste
compró en la calle del Mesón, para que sus hijos fueran felices.
Marco Chiriboga Villaquirán 13

LEER
L E E R
A
A
ESPEJO
E S P E J O

E STUDIAR AEUGENIO ESPEJO


NOS CONDUCE AL ASOMBRO.
ES UNA AVENTURA QUE

El cúmulo de conocimientos que posee es tan vasto, abarca


prácticamente todos los campos del saber que se nos hace difícil imagi-
nar que una persona, en su plena juventud, en un medio totalmente ale-
jado de los centros de desarrollo económico y científico, en una época
en que el acceso a la educación estaba prohibida a los indios y mestizos
-Espejo fue mestizo-, hubiese podido llegar a tan encumbrado punto de
la ilustración. Este hecho, sumado al profundo sentido patriótico que
fue su fuerza motriz, lo llevaron a formular la simple ecuación por la
que rigió su vida y fue, al mismo tiempo, la paradoja que le condujo a
encontrar la muerte.

Para Francisco Xavier Eugenio de Santa Cruz y Espejo,


Cultura fue sinónimo de Felicidad. Un pueblo educado era un pueblo
feliz. Esta dicha, según su óptica, le conduciría al progreso y una vez
alcanzada esa cima, tenía derecho a reclamar su libertad. Un pueblo al
que sus gobernantes no le permiten incorporarse a las corrientes del
saber, sufre la más cruel de las esclavitudes. La mayor opresión está sim-
bolizada en la ignorancia.

Con afanoso empeño, algunos historiadores han buscado la


manera de ubicar la frase, el momento, el hecho contundente en su com-
pleja biografía, para entresacarlo y convertir a Espejo en el paladín de
nuestra libertad. Otros, por la magia de sus propios conocimientos lo
han encontrado filósofo, teólogo, bibliotecario, periodista, pedagogo,
salubrista, economista, biólogo, epidemiólogo, en fin. Sin embargo, juz-
gamos que este anhelo de determinarlo en un espacio del saber o de la
especialidad, ha quedado y quedará a medio camino, entre el ser y no
ser. A la opinión personal, a la inclinación del estudioso de turno, a la
14

sensación que causó en el ocasional observador de este inmenso hom-


bre –en el sentido cabal de la palabra– que fue Espejo.

Nosotros creemos que la libertad pregonada por Espejo fue la


del espíritu y no la de las fronteras terrenales. Su Patria era la Ciencia.
Su único anhelo, encontrar la Verdad y, a través de ella, la Justicia.

En este ensayo biográfico, en el que las reflexiones del autor


no cuentan, hemos dejado a un lado, en lo posible, la parcialidad y nos
hemos limitado a seguir de una manera lineal y estrictamente documen-
tada, por supuesto, su doloroso transcurso por la vida. Se anotan
hechos y circunstancias que pudieron haber afectado de una u otra
manera su espíritu y formado su pensamiento. Nada más.

Existen autores que lo han ensalzado hasta el borde de la


cursilería y, críticos que lo han vilipendiado sin haber estudiado en
conjunto la magnitud de su obra; sin comprender la complicada época
en la que vivió y las extremas condiciones en las que tuvo que desen-
volverse. Mas, insistimos, no se ha tratado de encontrarlo en su ver-
dadera dimensión: la de un niño que sufrió la injusticia de la discrimi-
nación, la de un joven de un talento portentoso, limitado por la
mediocridad de sus maestros; la de un hombre apasionado que sufrió
en carne propia el oprobio y la humillación de pertenecer al lado de
los vencidos y, por ello, a pesar del tiempo transcurrido, de los libros
escritos, sigue siendo hasta hoy, para los ecuatorianos y para el
mundo, ese famoso desconocido.

El yugo del que realmente quiso librarnos fue el de la ignoran-


cia, consciente que de conseguirlo, se iniciaría el proceso natural que con-
duce a la emancipación, a la libertad a la que aspiran todos los hombres
cultos. La libertad que él gozó a pesar de sus penurias. La libertad por la
que él vivió y murió. Francisco Xavier Eugenio de Santa Cruz y Espejo,
en ese sentido es nuestro Libert a d o r, a pesar que no empuñó las arm a s
para sacarnos a fuego y sangre de una serv i d u m b re que se había torn a d o
Marco Chiriboga Villaquirán 15

insostenible. ¡Él solamente habló del hombre que se emancipa de su pro-


pia pequeñez y su libertad se convierte en una fuerza incontenible!

Espejo murió la más dura de las muertes: la que causa la bar-


barie. Murió el mismo día que pronunció su inconmensurable Discurso
a los quiteños, previo a la publicación del primer periódico que apare-
ciera en la época de la Colonia, Primicias de la Cultura. Espejo murió
el día que dio a luz con su anticipada Acta de Defunción su sueño más
grande, La Escuela de la Concordia, institución destinada a fomentar el
progreso cultural y científico de los habitantes de la Real Audiencia de
Quito a la que tanto amó.

Espejo fue –si lo estudiamos desde un punto de vista objetivo-


su propio ejército. Su única arma fue la verdad. Sus municiones, los
innumerables libros con los que nutrió su ávida inteligencia. Su campo
de batalla se extendió a todos los rincones donde sufría un habitante de
la patria; todos aquellos antros que creó la Conquista y donde se había
anidado la ignorancia. Su bandera, la cultura. Su enemigo, la mediocri-
dad que como medio de opresión había impuesto el conquistador a sus
conquistados. Su triunfo, cada uno de sus dolorosos días, cada uno de
sus pensamientos, cada uno de sus libros, cada uno de sus sueños, cada
una de sus prisiones. ¡Su misma muerte!

Espejo murió diciendo:

Quiteños, sed felices. Quiteños, levantad la frente a vuestro


futuro. Quiteños, sed los dispensadores del buen gusto, de las
artes y las ciencias...

Nos han movido dos razones para llevar a cabo este trabajo:
la de fondo, contribuir a que se conozca a un extraordinario ser huma-
no, en toda la magnitud de su pensamiento y los principios morales que
intentó legarnos. La formal, nuestro idioma ha evolucionado y al lector
actual le resulta un tanto engorroso leer los textos en sus originales que
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abundan en términos que han caído en desuso y es necesario actualizar-


los. -Esperamos haberlo conseguido-.

Nos hemos permitido realizar una traducción libre de algu-


nos textos para facilitar su comprensión y el traductor ha completado
algún pensamiento para organizar ciertos conceptos, con el único fin de
dar fluidez a la lectura. Espejo, en su maravillosa y a veces desatada
euforia intelectual, salta de un pensamiento a otro; viaja por el sendero
de una materia para embarcarse, sin previo aviso y en mitad del cami-
no, en otra diferente, o se refiere a un personaje que nada tiene que ver
con el asunto que estaba tratando, como quien hace una nota para vol-
ver a ella en una oportunidad cercana.

Esta breve semblanza de Xavier Eugenio de Santa Cruz y


Espejo está basada en su totalidad en extractos de documentos que
constan en la bibliografía inserta. Los diálogos son producto del narra-
dor, pero sustentados siempre en hechos históricos.

El autor ha pensado necesario ubicar, en lo posible, las cir-


cunstancias en las que vivió el personaje: el ambiente social, económico
y moral de la Real Audiencia de Quito. Por esta razón se detiene, en
ocasiones, en hechos en los que Espejo no estuvo involucrado directa-
mente, o no participó en forma activa, pero que indudablemente afec-
taron su espíritu, su manera de pensar y consolidaron finalmente su
manera de ser.

Nos hemos permitido incluir en esta biografía, textos parcia-


les o completos de documentos que han ido apareciendo en los archivos
de la Academia Nacional de Historia y en el Archivo Nacional –algu-
nos que no han sido publicados hasta el presente-. Nos hemos aprove-
chado del trabajo investigativo de otros autores que tuvieron acceso a
archivos a los que nosotros no hemos podido llegar por falta de tiempo
o recursos; se ha leído con detenimiento tantos y cuantos libros se han
publicado sobre Espejo hasta la fecha en la que se realiza esta publica-
Marco Chiriboga Villaquirán 17

ción; de igual manera hemos tomado nota de aquellos trabajos y mono-


grafías que se han ido sucediéndose conforme el interés que nuestro
personaje va suscitando en los estudiosos. Otras veces hemos recurrido
a los mismos textos y correspondencia de Espejo, actualizando en algu-
nas partes la redacción para hacerla más comprensible al lector y según
lo exigía la necesidad narrativa, hasta tratar de encontrar al hombre que
realmente fue.

De tal manera, que esta Vida, pasión y muerte de Francisco


Xavier Eugenio de Santa Cruz y Espejo es, en resumen, un libro escrito
en colectivo. El que firma ha actuado de Secretario ad-hoc y así es como
se entrega al lector este trabajo.

Marco Chiriboga Villaquirán

Quito, diciembre de 2005


Retrato auténtico de Eugenio Espejo en un lienzo del Hospital San Juan de Dios
Marco Chiriboga Villaquirán 19

LOS L O
Ú LT I M O S D Í A S
S Ú L T I M O S D Í A S

-N O TODO ES AMARGURA, HERMANA.


HA SIDO UN FRACASO!- PRONUNCIÓ CON DIFI-
CULTAD EL MORIBUNDO. CON SU TONO DE VOZ CEREMONIOSO, CON EL
¡NO TODO

ACENTO CASTIZO QUE SIEMPRE CULTIVÓ Y ERA PARTE DE SU IDENTIDAD.

- Soy un hombre libre, después de todo, Manuela. Este es un


milagro por el cual debemos dar gracias a Dios. Soy libre.

Hizo intención de acercar a sus ojos la Biblia que sostenía en


las manos, pero no le fue posible. Se encontraba demasiado débil.
Entonces preguntó por el Notario.

- Vendrá pronto Eugenio Xavier. Llegará enseguida. No com-


prendo el porqué de un testamento, si te vas a poner bien- mintió
Manuela.

- Me entristece que Juan Pablo no pueda estar con nosotros.


Los dos han sido tan buenos conmigo. Más que hermano, fue un buen
amigo. Pobre de él, también preso. Y tú, Manuela, soportando mis
locuras, alimentando mis sueños. No recuerdo a mamá, se nos fue tan
pronto. Sin embargo tú, Manuela. Tú siempre Manuela. ¡Tú siempre...!

La mujer se sentó junto a su hermano y le acarició la frente.

- No hables, se te ve cansado. Te siento tan triste. José Mejía


está con nosotros. Fue a buscar unos medicamentos. Debes pensar en
otras cosas. Te queda tanto por hacer. Tantos libros por escribir.
20

- No estés enfadada con Juan Pablo, Manuela, no tiene culpa.


El Presidente iba a condenarme de todas maneras y ese asunto con
Francisca Navarrete fue forjado para causarnos daño.

- Tú sabes que es bueno y ha estado conmigo en todos los


trances-. La fiebre iba en aumento y el enfermo se esforzaba por dar
sentido a sus ideas. Los últimos meses en la cárcel acabaron con su frá-
gil salud.

Entonces llegó José Mejía Lequerica, el joven amigo de la


familia. Se detuvo en la puerta hasta que sus ojos se acostumbraron a la
penumbra. En un rincón la cama y en ella, su maestro Eugenio, a su
lado, Manuela. Sobre la mesita de noche un crucifijo y la vela de sebo
cuyas tenues lenguas de fuego colaboraban a poner un toque tétrico a
la habitación. En el regazo una Biblia y su orden de libertad, más allá,
una silla de mimbre y unos libros.

- Eso es todo lo que queda de su vida iluminada- caviló José


Mejía. - Eso y nosotros, eso y su soledad. Eso y nada más...

El joven se acercó y colocó sus manos sobre los hombros de


Manuela. La extraordinaria mujer de quien estaba enamorado a pesar
de que le doblaba en edad. Esa maravillosa persona a la que admiró
desde que tuvo el privilegio de entrar a casa de los Santa Cruz y Espejo,
en la calle del Mesón, más arriba de la suya, donde vivía con su madre;
a unos cuantos pasos de la cruz de piedra de la iglesia de Santo
Domingo. La veía desmoronarse junto a su hermano. Esa mujer que
impresionaba por su fuerza de voluntad, se había transformado en una
frágil criatura.

José Mejía tomó el pulso al enfermo. Eugenio le enseñó cómo


hacerlo en esas increíbles tardes en las que dejando sus propias lecturas
le dedicaba tiempo para ilustrarlo con su sabiduría.
Marco Chiriboga Villaquirán 21

No pudo evitar estremecerse. La muerte estaba cerca. El cora-


zón latía con dificultad. La respiración entrecortada y el estado febril de
su maestro le preocupaban. Iba a morir.

- Como a Jesucristo- murmuró. - Como a Nuestro Señor


Jesucristo- mordió las palabras. - Unos inconscientes lo han condenado
a muerte: García Pizarro, Villalengua, Muñoz de Guzmán, Joseph del
Rosario, un egoísta que nunca pudo perdonar la superioridad intelec-
tual de los Espejo. Vallejo, Rengifo, Mazorra, en fin...

Mariano Mestanza, el Notario, regresó con el testamento


pasado a limpio. Lo acompañaban Agustín López y Sosa, Antonio
Jaramillo y Francisco Villalobos, que servirían como testigos.

Eugenio sintió su presencia y solicitó que diera lectura al con-


tenido de su última voluntad. - Quiero que todo esté en orden,
Manuela. Que nada se me olvide. Ponme cómodo y aumenta un poco
de grasa al mechero para que Dn. Mariano y sus amigos no sufran inco-
modidades-. Los testigos, cohibidos ante la presencia del formidable
doctor Espejo, que aún moribundo imponía respeto, se ubicaron alrede-
dor de la cama. El notario inició la lectura:

En San Francisco de Quito, en 23 de diciembre de 1795. En


el nombre de Dios todo poderoso. Sepan que este es mi testa -
mento último y postrimera voluntad, y vieren, cómo, yo, el
Dr. Francisco Xavier Eugenio de Santa Cruz y Espejo, médi -
co de profesión; natural y vecino de esta ciudad, hijo legítimo
y de legítimo matrimonio de Dn. Luis Santa Cruz y Espejo y
de Dña. María Catalina Aldaz Larraincar ya difuntos, vecinos
que fueron de esta dicha ciudad:

Como el morir es cosa muy natural a toda criatura viviente y


la hora es incierta, deseando por esto, dejar arregladas todas
las cosas tocantes al descargo de mi conciencia, hago y orde -
22

no este, mi Testamento, última y final voluntad, de la manera


siguiente:

Primeramente, encomiendo mi alma a Dios, dejando las


demás exequias funerales a disposición de mi Albacea, por ser
esta mi voluntad.

Ítem, mando a las mandas acostumbradas, a un real a cada


una de ellas, con inclusión de la venerable sierva de Dios
Mariana de Jesús, y dos reales a la Casa Santa de Jerusalén,
que todo lo separo de mis bienes...

Ítem, declaro que no he sido casado, ni velado en ningún


tiempo y me he mantenido en estado de celibato hasta el día
presente

Ítem, d e c l a ro que habiendo percibido las porciones legítimas


p a t e rnas y materna de mi hermana, Dña. Manuela, las he gas -
tado en varios asuntos de gravedad y honor que he tenido, por
lo que no teniendo cómo satisfacerle, sino en lo que tengo ven -
cido de mi renta en la Biblioteca en virtud del título que se me
confirió por el Superior Gobierno de esta Real Audiencia, quie -
ro y es mi voluntad, que mis albaceas cobren en el modo posi -
ble dicha Renta y se la entreguen a la dicha mi hermana, para
que con ella y con la corta ropa blanca y de color que dejo, se
haga pago en parte de lo que tengo que satisfacerle, y lo que
re s u l t a re de descubierto, me lo perdone por amor de Dios.

Ítem, declaro que en poder del cura boticario, Fray Antonio


de Jesús, tengo empeñado un par de hebillas de oro en la can -
tidad de setenta pesos. Es mi voluntad que mis albaceas satis -
fagan dicho importe y entreguen dichas hebillas a mi herma -
na Manuela, por ser suyas propias, y que sólo me las prestó
para dicho efecto.
Marco Chiriboga Villaquirán 23

Ítem, declaro que así mismo, tengo empeñada una cadena de


o ro de dicha mi hermana, en poder de Dña. Ascencia Coleti,
en la cantidad de treinta pesos, los que quiero se le paguen
y recauden dicha cadena, y se le entregue a la referida mi
h e rm a n a .

Ítem, declaro que debo por una obligación simple, a Dn.


Francisco Camacho, vecino de Buga, cien pesos, con el inte -
rés de un seis por ciento, los que quiero se le paguen en caso
de resultar a mi favor algunos bienes.

Ítem, declaro que debo cincuenta pesos a Dña. María Jacinta


de Herrera, los que quiero se le paguen.

Ítem, declaro que debo veinte pesos al Convento de la


Recolección de la Merced por el importe de unos libros que
tomé, los que quiero se le paguen de mis bienes.

Ítem, declaro que debo cuatro pesos al Doctor Dn. José


Miguel Vallejo, vecino de Riobamba por un libro que le tomé,
los que quiero se le paguen.

Ítem, declaro que no me acuerdo deber a otra persona más, ni


que me deban; y acaso, de resultar en pro o en contra, justifi -
cado que sea en forma provante, quiero que se cobre y pague
de mis bienes.

Y para cumplir y pagar este, mi Testamento, sus mandas y


legajos en el contenido, nombro por mis albaceas y Tenedores
de bienes, al Doctor Dn. Juan Pablo y Dña. Manuela Santa
Cruz y Espejo, mis hermanos legítimos.

Y cumplido y pagado, este, mi Testamento, elijo y nombro


por única y universal heredera a la dicha mi hermana, Dña.
24

Manuela Santa Cruz y Espejo, para que en el remanente que


quedare y fincare de todos mis bienes, lo haya, lo goce y here -
de con la bendición de Dios, y la mía, en atención a no tener,
como no tengo, herederos forzosos, ascendientes ni descen -
dientes y ser esta mi determinada voluntad.

Y yo, el presente Escribano, doy fe..., en presencia de los tes -


tigos que fueron rogados y llamados para dicho efecto, que lo
fueron Dn. Agustín López, Dn. Antonio Jaramillo y Dn.
Francisco Villalobos.

(f) Dr. Francisco Xavier Eugenio de Santa Cruz y Espejo

Ante mi. (f) Mariano Mestanza, Escribano Público.

Manuela, la imperturbable, no pudo contener su angustia y


por un momento volvió a ser la fuerza arrolladora de siempre. Se levan-
tó y empezó a dar vueltas por la habitación - El accidente que Dios me
ha dado- parafraseó - ¡El accidente que Dios me ha dado!- repitió. - Mi
hermano está muriendo debido a la envidia de unos incapaces. ¡Mi her-
mano nunca fue un hombre libre! Los Espejo jamás lo fuimos.

Los testigos y el Notario se retiraron hacia un rincón. Los


Espejo eran temidos por su temperamento. - ¡Mi hermano se muere en
la miseria!- exclamó buscando la mirada de Mejía Lequerica. - Si nues-
tro padre nos pudiera ver. Si él estuviese aquí, José, puedes estar seguro
que no lo hubiese consentido. Mi hermano asesinado. Él no está
muriendo de enfermedad. Tú lo sabes; Uds. lo saben, señores. Todos en
Quito lo saben- se dirigió al Notario y a los testigos que se miraban
unos a otros aterrados. – A Xavier Eugenio lo envenenaron en la cár-
cel. Tú lo sabes José Mejía, eres médico y puedes comprobarlo. ¡A mi
Eugenio lo envenenaron esos malditos!
Marco Chiriboga Villaquirán 25

Al escuchar el nombre de su padre, Eugenio que luchaba por


mantenerse lúcido, no pudo evitar que las lágrimas brotaran de sus
ojos. Nunca antes había llorado, ni cuando era niño y los hijos de los
chapetones se burlaban llamándole indio... gritándole mestizo, escon-
diendo o manchando sus cuadernos en el colegio.

De pronto la imagen de su adorado padre Luis Chusig apare-


ció ante él, mirándolo con ternura. Con esa sonrisa que jamás llegaba a
concretarse, pero que siempre estaba allí; con esa severidad que más
bien era una muestra de bondad; con esa paciencia con la que escucha-
ba y contestaba las preguntas sobre lo que él no comprendía. Se vio
transportado a esa radiante mañana del 6 de septiembre de 1758. Un
día permanente en su memoria.
La Calle del Mesón hacia 1870
Marco Chiriboga Villaquirán 27

L A
LA
C A S
CASA EN LA CALLE DEL
A E N L A C A L L E D E L M E S Ó N

MESÓN
L UISESPEJO
TUMBRE.
SE LEVANTÓ MÁS TEMPRANO QUE DE COS-

- ¡Catalina! María Catalina, necesito mi mejor traje. Tengo que


salir. Esta mañana será importante para nosotros. Iré a la Plaza Mayor-
decía mientras daba vueltas por la habitación. -Todo debe estar listo- re p e-
tía intranquilo, alzando papeles, acercándose impaciente a la puerta que
daba al patio del Hospital San Juan de Dios, lugar que fue su hogar desde
que llegó de Cajamarca en calidad de paje de fray Joseph del Rosario.

- Es muy temprano- respondió Catalina, mientras atizaba el


fogón. - No hace falta que levante la voz. Los niños duermen-. Eugenio
escuchaba desde su aposento el ir y venir de su padre. Estaba al tanto
del por qué ese día significaba tanto para él. Su hermano Juan Pablo
reposaba tranquilo y Manuela, de un año de edad, en la cuna, no daba
señales de vida.

Entonces decidió levantarse. Eran las cuatro de la mañana y


salió a la pieza que hacía de comedor, sala y estudio. Encontró a su
padre sentado a la mesa y con el rostro entre las manos. Se acercó y
haciendo una genuflexión le tomó y beso la mano pidiéndole, como era
su costumbre, la bendición.

- Dios te bendiga, hijo. Dios nos bendiga a todos- respondió


Luis mirándolo con dulzura.

- Te agradezco que hayas guardado nuestro secreto- susurró a


su oído. - Por favor, alcánzame el cofre que está guardado atrás del
librero de tu cuarto. Tú sabes a cuál me refiero.

- Como ordene su merced- respondió el niño y se dirigió a


cumplir el mandato.
28

Luis Santa Cruz y Espejo, nombre y apellidos por los cuales


se decidió después de haber prescindido el de Chusig (lechuza) con el
que le llamaron sus padres, continuando una costumbre incaica por la
cual se escogía el nombre de un animal que re p resentase simbólica-
mente los atributos que se deseaban para el niño, hasta que en la
pubertad o en la madurez decidía por sí mismo su nombre definitivo
y el “Benítez” que utilizó por algún tiempo en homenaje a su padrino
de bautizo, el Obispo Benítez en Cajamarca; abrió el cofre y sacó las
monedas que había venido ahorrando como resultado de su trabajo y
consultas médicas, hasta que sumaron algo más de mil quinientos
pesos. Se puso a la tarea de contarlas y pidió con un gesto a Eugenio
para que le ayudase.

Dos, tres veces repitieron la operación. Mil quinientas en


total.

- Mil quinientas- repitió Eugenio.

- Mil quinientas- reafirmó Luis.

Catalina entró a la habitación y se detuvo mirando a sus dos


hombres ensimismados en la tarea. - Nuestro Señor, su merced. ¡Tanto
dinero! ¿De dónde tiene tanto dinero?

Luis no contestó. La miró largamente y le ofreció la primera


sonrisa del día. - Hoy recibirás una sorpresa que te hará muy feliz- mur-
muró enigmático. - Eso es todo lo que tienes que saber, mujer.

Luis se encaminó hacia la puerta. El sol derramaba sus prime-


ros rayos y el hospital comenzaba a dar signos de vida. Vestía su mejor
traje. Era el momento de salir.

Al llegar a la Plaza Mayor, constataron que un regular núme-


ro de personas circundaba la mesa que, para estas ocasiones, solía
poner el rematador de la ciudad frente a la Casa del Cabildo. A su arri-
bo se iniciaron los rumores. Su padre le había enseñado que no debía
prestar atención y así lo hizo. Se aferró a su mano y sintió orgullo por
Marco Chiriboga Villaquirán 29

la expectativa que producía en cualquier lugar al que llegaba. ¡Cómo lo


quería! ¡Cuánto le gustaba escuchar que le llamasen doctor Espejo!

Con tres golpes de martillo, Mariano de Arboleda, Alcalde de


la ciudad, anunció que se daba inicio al remate público: en San
Francisco de Quito, en 6 de septiembre de 1758, se rematan las casas
que abajo se expresan. Y pasó a leer las actas correspondientes.

Al llegar el turno a la casa que ofrecía Isabel Vinueza y


Armendáriz, sintió que su padre le apretaba la mano. A pesar de su apa-
rente compostura, Luis estaba nervioso. Asustado. Una y otra vez dirigía
la mano libre a la cartera que contenía los mil quinientos pesos de oro .

El pregonero alzó su voz atiplada y gritó:

- ¡A continuación se oferta una casa ubicada en la calle del


Mesón, propiedad de Doña Isabel Vinueza y Armendáriz, viuda de
Pedro Martín Barriga...! ¿Quién hace la primera oferta…?

Se levantó una mano y el pregonero interpretó la postura... -


600 pesos. - ¿Quién da más…?- Se alzó otra. - Setecientos pesos... para
el señor del Campo. - Ochocientos... novecientos pesos... novecientos
pesos ofrece don Luis Narváez. - Novecientos pesos a la una... nove-
cientos pesos a las dos- se apresuraba el pregonero probablemente paga-
do por el interesado para que no hubiese otra posibilidad de ofertas.

- ¡Novecientos pesos a las...!

- ¡MIL CIEN PESOS!- le interrumpió una voz de acento grave


que salía desde la multitud. - ¡MIL CIEN PESOS...!- Volvió a repetir la
misma voz. Las miradas de la concurrencia se volvieron hacia el rostro
imperturbable de Luis Espejo. Este, a su vez, tenía los ojos fijos en los
del Alcalde, quien, nervioso, trataba de esquivarlos dirigiendo los suyos
al pregonero.

- Don Luis Espejo ofrece mil cien pesos. ¿Quién da más? Mil
cien pesos... - y se mantuvo en silencio. - Mil cien pesos a la una-.
30

Eugenio tuvo que morderse los labios para no lanzar un alarido por el
apretón que su padre dio sobre su pequeña mano. - Mil cien pesos a las
dos... ¿No hay quién ofrezca más por esta casa situada en la calle del
Mesón? Mil cien pesos a las dos. Todavía tienen una oportunidad... Lo
que le faltaba decir era: ¡Cómo vamos a permitir que este indio compre
una casa...! Eugenio sintió que se desvanecía. La gente lo empujaba.
Buscó los ojos de su padre, pero éste miraba al frente. Como que no
hubiese nadie más en la plaza. - Mil cien pesos a las dos, repitió el pre-
gonero. Mil cien pesos a la una... Mil cien pesos a las dos... Mil cien
pesos... a la tercera.

- La casa del Mesón es de Don Luis Santa Cruz y Espejo- casi


maldijo el pregonero... -¡Qué buena, qué buena le pide que haga... con
lo cual queda hecho y celebrado el dicho remate en el citado Luis de la
Cruz Espejo...!

Eugenio logró deshacerse del garfio en el que se convirtió la


mano de su padre y se abrazó a sus piernas. Entonces sintió que su pro-
genitor se inclinaba al tiempo que le acariciaba el rostro y le decía tem-
bloroso:

- Tenemos que comunicar la buena nueva a Catalina.

Luis, con su paso digno y haciendo caso omiso a las miradas


incisivas que le dirigían, se acercó a la mesa abriéndose paso entre la
multitud y descolgando el bolso que colgaba del cuello, extrajo las
monedas y las depositó parsimoniosamente ante el Alcalde. Los testigos
Joseph Montenegro, Mariano Barreiro y Antonio de Vera, se encarga-
ron de comprobar la cantidad. - Todo en orden y el dinero está comple-
to- aseguró Montenegro.

- Todo en orden. Mil cien pesos- repitió Barreiro.

- Entonces- anunció de mala gana el Alcalde -Luis Espejo,


usted es el nuevo propietario de la casa de Doña Isabel Vinueza de
Armendáriz. En un par de días puede acercarse al Notario para que le
sean entregados los documentos.
Marco Chiriboga Villaquirán 31

El camino de regreso lo hicieron en silencio. Luis sostenía la


mano de su hijo y éste, a cada paso levantaba la mirada, tratando de
adivinar lo que su padre pensaba. Al llegar al Arco de la Reina, a pocos
pasos de la entrada del hospital, Luis se detuvo y le tomó por los hom-
bros - Gracias. Eres un gran compañero y estoy orgulloso de que seas
mi hijo- balbuceó. Entonces permitió que dos lágrimas rodaran por sus
mejillas. - Tú serás un gran médico Xavier Eugenio. Tú serás lo que yo
no pude ser. Prométemelo.

Eugenio se adelantó y entró gritando al hospital.

- ¡Madre! ¡Madre...!

Joseph del Rosario, el temible fraile médico y director del hos-


pital, que salía, lo detuvo, sorprendido por el inusual alboroto de ese
indiecito al que nunca había escuchado levantar la voz en once años,
desde el día que nació en esos mismos claustros. Le llamó la atención.

- ¿Qué pasa Eugenio? ¿Qué noticias traes?

Pero la alegría del niño era demasiado grande para detenerse


y se dirigió por los corredores hacia el patio trasero donde tenían sus
habitaciones los Espejo.

Catalina salió con Manuela en los brazos y Juan Pablo colgado


de sus faldas sin comprender el júbilo de su hijo. - ¡Nuestro padre ha com-
prado una casa!- le informó el muchacho. Ha comprado una casa para
n o s o t ros. Nos iremos del hospital. Yo tendré un cuarto para mis libros-.
La mujer no sabía qué decir. ¡Xavier Eugenio estaba perdido la razón!

Luis tampoco pudo evitar el encuentro con Joseph del


Rosario. El fraile aún se encontraba estupefacto mirando en dirección
al punto por donde había desaparecido el niño. - ¡Por el amor de Dios,
Luis. Debes controlar a tu hijo. Ni siquiera me ha saludado...!- reclamó.

- Su merced, perdone- respondió Luis Espejo, mientras besaba la


mano que le había extendido el fraile. - Su merced perdone nuestra alegría.
32

A Joseph del Rosario no le sentó bien la noticia. Le molestó


que su sirviente hubiese reunido el dinero para comprar vivienda pro-
pia y según las razones que le habían dado los vecinos, no era de adobe
y paja como la mayoría de las que se construían en Quito. Se trataba de
una casa de altos, de teja y con patio. Ni más ni menos.

- ¡Casa de teja para este indio! ¡Bien guardado se lo tenía este


condenado Chusig!

Aunque trataba de disimularlo, sentía un profundo rencor


hacia los Chusig. En su mente, Luis seguía siendo su paje y no el doctor
Espejo como lo llamaba la gente. Su empeño por que Xavier Eugenio
estudie, a pesar de la prohibición que los mestizos o indios ingresaren a
los colegios destinados exclusivamente a los hijos de los españoles, le
causaba serios problemas. Era conocido que Luis era su protegido.

- ¡De sirviente a cirujano... y todo por mi bondad!- se acusó


el fraile. - Yo tengo la culpa por haberle dado tantos privilegios. Debí
haberle dejado de sirviente. A Eugenio debieron haberle enseñado un
oficio. Hacerlo picapedrero como fue su abuelo. ¡Los indios no sirven
para otra cosa!

Luis aprendió el oficio de cirujano en el hospital que regenta-


ban los frailes betlemitas y gracias a su empeño, largas horas de traba-
jo y estudio, llegó a superar a sus mismos maestros. Tanto progresó que
aun las familias consideradas nobles lo buscaban para que les practica-
se las sangrías que curaban casi todas las enfermedades o para que les
prescribiese las medicinas cuya efectividad dominaba.

El lunes 25 de septiembre de 1758, la familia abandonó el


hospital. Días antes, su madre había hecho la limpieza de la nueva casa
y llevó sus pocas posesiones. La carga mayor eran los libros de Eugenio
y éstos los trasladó él mismo. Cada viaje requería dos paradas. La una,
para rezar frente a la capilla del hospital y la otra, para santiguarse ante
la cruz de Santo Domingo.
Marco Chiriboga Villaquirán 33

Esa mañana, Manuel Capilla, Alguacil Mayor, el Escribano y


el Alcalde Mariano de Arboleda, a los que se sumaron los testigos
Joseph Montenegro y Morales, Juan Calderón y Bernardo Montenegro,
procedieron a efectuar la entrega formal de la casa a la familia Santa
Cruz y Espejo.

Eugenio guardaba memoria de cada detalle. El Alguacil y el


Escribano, tomaron las manos de su padre y lo condujeron caminando
ceremoniosamente por los pasillos; y, al entrar en cada una de las habi-
taciones, repetían en voz alta:

- ¡Que de esta fecha en adelante, Luis Espejo es el dueño de


esta casa!

Luego lo bajaron al patio e hicieron que tomara con sus


manos algunos terrones del suelo y los arrojara en dirección a los cua-
tro puntos cardinales. Finalmente -y esto era lo que más le divertía- le
pidieron que se acueste en mitad del patio y que se revuelque mientras
el Escribano decía:

- ¡Que sepan todos, que para eso tenemos testigos, que de esta
fecha en adelante, Luis Espejo es dueño de esta tierra y de esta casa!

Lo recordaba porque fue la primera vez que vio reír a su


padre. Después, volvería a su seriedad habitual. Su madre Catalina, con
Manuela en los brazos, no podía disimular la dicha que le causaba ver
a su esposo dando vueltas sobre sí mismo, llenándose de polvo, jugan-
do con la tierra como si fuera un niño.

¡Era la casa que Luis Chusig, Luis Benítez, Luis de Santa Cruz
y Espejo había comprado para que sus hijos fueran felices!
Plano de Quito de inicios del siglo XVIII
Marco Chiriboga Villaquirán 35

E S P E J O
ESPEJO
BACHILLER:
B A C H I L L E R : L O S P R I M E R O S A Ñ O S

LOS PRIMEROS AÑOS

E UGENIO, A PESAR QUE AMABA EL ESTUDIO, NO ERA


FELIZ EN EL COLEGIO SAN LUIS DE LOS JESUITAS, EN
EL QUE GRACIAS A LAS GESTIONES Y PRESTIGIO DE SU PADRE HABÍA
LOGRADO INGRESAR. PREFERÍA HACERLO EN SU CASA, EN SU HABITA-
CIÓN. DISFRUTABA LAS CHARLAS DE SU PADRE Y LA ATENCIÓN CON
QUE LE ESCUCHABA SU MADRE CUANDO LEÍA EN VOZ ALTA LOS INMEN-
SOS LIBROS QUE A DURAS PENAS LOGRABA SOSTENER EN LAS MANOS.

- Comprendo hijo, que no tienes particular interés en asistir al


colegio por causa de tus compañeros. Sin embargo, es la única manera
de estudiar con sistema y obtener un título- le reconfortaba Luis al verlo
desanimado después de las horas de clase.

Cuando Luis solicitó al fraile Joseph del Rosario, su Superior


en el hospital una recomendación para que Eugenio fuese aceptado en
el colegio de los jesuitas, este se sorprendió; y, con el tono peyorativo
con el que solía dirigirse a sus inferiores, le aconsejó:

- Es digno de encomio y me alegra que desees que tu indieci-


to vaya a la escuela, Luis. Sin embargo te recomiendo que lo envíes a
cualquiera de los talleres artesanales. Ya me han comentado que le han
enseñado a leer y escribir. Si no quieres que sea picapedrero o artesano,
bien podría convertirse en calígrafo o secretario de los juzgados.
Siempre hay trabajo para los indiecitos que saben algo de letras en las
escribanías o en los conventos copiando manuscritos sagrados o encua-
dernando libros.

- No, Vuestra Reverencia. Con todo el respeto que usted se


merece, pero mi aspiración es que Eugenio llegue más alto. Mi hijo
Pedro Mariano, al que llaman Luis ha heredado las dotes de su abuelo
36

y se inclina hacia la mecánica. Eugenio..., en cambio Reverencia,


Eugenio... sus dotes son superiores y creo que está preparado para
mejores destinos.

- ¿Porqué no haces que el indiecito ingrese a una escuela de cari-


dad? En Quito hay tres y estoy seguro que no tendrás dificultad en con-
seguirle una plaza y no necesitarás ninguna recomendación de nadie.

Luis escuchó al fraile sin responder palabra, sin demostrarle


el dolor que le causaba sus malas maneras y falta de caridad hacia él y
sus hijos. Conocía las escuelas de caridad. Allí los niños eran tratados
como animalitos domésticos y sentados en los patios de tierra les ense-
ñaban a escribir utilizando como pizarra el mismo suelo.

- Reverencia, he trabajado mucho y he ahorrado algún dinero


para solventar la educación de Eugenio y mi intención es que ingrese al
Colegio de San Luis. Está preparado para rendir cualquier prueba acadé-
mica; y, además, por parte de su madre es blanco, con lo que cualquier
impedimento en ese sentido estaría superado. Algunos de los señores a
quienes atiendo con mi medicina y son funcionarios del gobierno me han
o t o rgado las recomendaciones necesarias y me gustaría obtener la suya.

Joseph del Rosario se vio acorralado ante la insistencia de


Luis Chusig. Todas las mañanas le abordaba con el mismo tema, hasta
que, contra su voluntad, accedió a firmar la recomendación solicitada.

Luis, había contratado tutores para que completasen la edu-


cación primaria de Eugenio y, los profesores, sorprendidos por la facili-
dad que demostraba en el aprendizaje de cualquier materia, entusiasma-
dos, añadían horas de su propio tiempo para averiguar hasta donde
podía llegar la capacidad de asimilación de ese niño sorprendente.

Las castas en la Colonia estaban claramente definidas. Los


gobernantes recibían a los blancos en un salón y a los indios y personas
de sangre mezclada, en otro. Por otro lado, la Ley establecía que única-
mente los hijos de españoles tenían derecho de asistir a las escuelas,
Marco Chiriboga Villaquirán 37

mientras que a los naturales se les limitaba a aprender el dogma cristia-


no oralmente en las escuelas que se denominaban de los doctrineros.
Los mestizos, por su parte, gozaban de algún privilegio, pero estaban
supeditados a las posibilidades económicas de sus padres. De allí la
común tendencia a cambiarse de apellidos o rebuscar antepasados en
España con alguna raíz que mejorase su situación social en la rígida
estructura clasista que se había establecido en las Colonias.

El prestigio de Luis Chusig o Luis Espejo había rebasado las


paredes del Hospital de la Misericordia. Las noticias de sus curaciones
y conocimientos farmacológicos eran de dominio público. Los jesuitas,
a pesar de su marcada indiferencia hacia los indios, a los que conside-
raban mano de obra barata o artesanos útiles y nada más, no dudaban
en llamarlo para que atendiese a alguno de sus hermanos o sacerdotes
cuando enfermaban. De tal manera que cuando Luis se presentó con la
solicitud de ingreso para su hijo al colegio, sumada a las recomendacio-
nes de distinguidos quiteños y sacerdotes de otras Órdenes, esta fue
aceptada:

¡Xavier Eugenio estaba en camino a ser lo que su padre no


había alcanzado!

El Rector del colegio apreciaba a Luis Espejo. Conocía su tra-


yectoria y leyó en sus ojos el anhelo que sentía por ver a su hijo inicia-
do en el camino del conocimiento. Por los comentarios recibidos por
algunos maestros que habían tratado con Eugenio, también estaba al
tanto de sus progresos y capacidad intelectual.

- ¡Habla latín y recita de memoria todas las conjugaciones!


¡Está muy adelantado en el francés! ¡Escribe a la perfección y no hay
materia sobre la que no tenga nociones bien fundamentadas...!

- Luis- pronunció el Rector haciendo acopio de la mayor deli-


cadeza que le fue posible. - Al aceptar a tu hijo en el colegio cumplo con
un deber de justicia. El merece estar aquí por sus propios méritos. Sin
embargo, debo advertirte que su estancia no será fácil. Los jóvenes son
38

crueles y temo que Eugenio sufrirá sus embates. Me siento en la obliga-


ción de hacerte conocer lo que pasará.

- Dios le pague por su bondad- respondió Luis con la mirada


perdida en el cielo raso. - Gracias por decirme lo que ya sé. Vuestra
Reverencia me ha visto luchar por mis hijos. Cuántas tardes y noches
me ha visto estudiando en la biblioteca del colegio. Yo sé lo que sufrirá
mi hijo, pero también sé que saldrá adelante con su clara inteligencia y
capacidad. Para sus lágrimas cuenta con el amor de María Catalina,
para sus momentos de flaqueza estaré yo. Para aliviar su espíritu tiene
a Dios y para enriquecer su inteligencia a Vuestras Reverencias.

¡El sacerdote no supo qué responder a Luis Chusig, Luis


Benítez, Luis de la Santa Cruz y Espejo! ¡Era un hombre formidable!

Luis, siendo un hombre maduro, aprendió a leer y escribir pri-


mero, para luego adentrarse en el estudio de otras materias que le ser-
virían para comprender los libros de medicina que tanto le interesaban.
Algunos frailes betlemitas apreciaban su deseo de educarse y lo ayuda-
ron en sus propósitos y por eso, él se sentía agradecido y les servía de la
mejor manera. Joseph del Rosario nunca dejó de tratarlo con desdén,
sin embargo, de él aprendió los rudimentos de la medicina.

En efecto, las primeras semanas de asistencia al Colegio de San


Luis de los jesuitas se convirt i e ron en una cruel experiencia para Eugenio,
y más aún por estar acostumbrado a la solicitud y permanentes mimos
que le ofrecía María Catalina, su madre y a la palabra de aliento siempre
o p o rtuna de su padre cuando necesitaba algo o no lograba comprender
alguna definición. Luis le había enseñado las primeras letras. Luis y
Eugenio solían caminar de un lado a otro por los corredores del hospital
y practicaban la gramática y las conjugaciones latinas de palabras que
extractaban de los libros de medicina o de los devocionarios.

¡Cuánto disfrutaban los dos esas horas de compañerismo!

- Los niños me molestan, padre. No me permiten jugar con


ellos. Dicen que soy indio y no pertenezco al colegio- se quejaba.
Marco Chiriboga Villaquirán 39

-Esconden mis cuadernos. Los manchan. No sabes, lo bien que me sien-


to cuando terminan las clases y es hora de regresar a casa.

María Catalina se esmeraba en tener sus ropas limpias y bien


planchadas. Luis, por su parte andaba en busca de libros que traían los
contrabandistas de Pasto o Guayaquil y llenaba los anaqueles del gran
librero que había construido en la habitación de Eugenio cuyos venta-
nales daban a la calle del Mesón.

Por las noches padre e hijo platicaban. María Catalina senta-


da cerca del fogón contemplaba a sus dos hombres en sus enredadas
conversaciones sobre lógica y teología. Mis dos hombres gustaba lla-
marlos y repetirlo constantemente. Cuando faltaba el uno, preguntaba
por el otro. Luis, el hijo mayor era de carácter independiente. Sus otros
hijos, Manuela, María Ignacia y Juan Pablo, si bien eran amados por
igual, no llenaban su espíritu de la manera como lo hacía Eugenio.

Conforme avanzaba en los estudios, las diferencias con sus


compañeros fueron haciéndose más profundas. La mayor parte de ellos
asistía a clases para cumplir lo que consideraban capricho de sus
padres. Sin embargo, aprendió a vivir con su soledad. En los patios
empedrados del colegio daba vueltas leyendo mientras los demás jóve-
nes jugaban y hacían sus travesuras.

Los estudiantes se distinguían en colegiales y manteístas; los


primeros recibían una ayuda del colegio, y vestían una prenda distin-
tiva denominada beca. De allí la expresión ¡beca o asistencia! Los
m a n t e í s t a s, vestían como uniforme el traje talar (una toga de lino que
les llegaba hasta los talones) y sobre este, el manteo (una capa larg a
con cuello), vivían en casas part i c u l a res; y, en pensiones, los que vení-
an de provincias o de las poblaciones cercanas a la ciudad. Los man-
teístas pagaban por sus estudios. Eugenio pertenecía a este segundo
grupo. ¡Luis Espejo siempre pagó puntualmente el costo de los estu-
dios de su hijo!

- Debes estar preparado para emprender largos viajes dentro


de tu espíritu, hijo, le aconsejaba su padre. Serán jornadas en las que
40

nadie te acompañará, ni yo, ni María Catalina. Estarás solo contigo


mismo y tu fuerza de voluntad.

¡Los mestizos deben estudiar para que nos sirvan...! le morti-


ficaban los jóvenes que sabían su futuro asegurado. Estaba previsto que
sus padres adquirirían un título académico para que pudiesen exhibirlo
en las reuniones sociales o para justificar un empleo público que tam-
bién estaba programado. ¡El estudio, el trabajo estaba destinado para
gente de bajo origen, como Eugenio Espejo!

- Parece que aprender es un pecado mortal. Me ven como a


un enemigo porque hago preguntas y me intereso en lo que dicen los
maestros- se quejaba.

Uno de sus primeros encuentros con la discriminación social


a la que se vería sometido en todo el transcurso de su vida y sería el pro-
bable origen de su espíritu conflictivo, se dio con oportunidad de una
de las sabatinas públicas. Luis de la Santacruz y Espejo estaría con
María Catalina y los demás padres de familia. Se trataba de un evento
académico importante.

Al corresponder el turno a Eugenio, se hizo un silencio abso-


luto en el salón de actos. La mayor parte de los padres desconocían que
el hijo de Luis Chusig, el cirujano del Hospital de la Misericordia a
quien tanto vilipendiaban había sido matriculado en el colegio y era
compañero de sus hijos. Lo creyeron impertinente y los más engreídos,
indignados, hicieron el intento de abandonar el recinto. Sin embargo, la
curiosidad por conocer los alcances de quien consideraban el hijo de un
indio atrevido pudo más y se quedaron a escuchar su intervención, en
la seguridad de que iba a ser un fracaso.

Al iniciarse el examen, cada pregunta obtenía una respuesta


exacta de parte de Eugenio.

Los profesores, motivados, buscaron nuevos temas para apro-


vechar la brillante exposición que estaban escuchando y pensaron que
Marco Chiriboga Villaquirán 41

se beneficiarían de ella para que los padres de familia conociesen la alta


calidad de enseñanzas que impartían a los alumnos.

¡La concurrencia quedó estupefacta! Eugenio representaba


todo lo que un maestro aspiraba de un estudiante. Sin embargo, el efec-
to buscado causó el efecto contrario. Los conocimientos de Eugenio sir-
vieron para establecer la gran diferencia en su preparación personal en
relación a la de sus compañeros.

Al concluir su examen, los profesores y autoridades del cole-


gio movidos por el entusiasmo se pusieron de pie para aplaudirlo. El
público, por su parte, se quedó en absoluto silencio. Únicamente el fuer-
te batir de palmas de Luis Espejo se dejaba escuchar en el fondo de la
sala, mientras María Catalina se deshacía en lágrimas de orgullo.

En el Libro de Registro de Grados de la Universidad Real y


Pontificia de San Gregorio, consta que el día jueves 8 de junio de 1764,
Francisco Eugenio de la Santa Cruz y Espejo, obtuvo con cinco aes, las
más altas calificaciones, el título de Maestro en Filosofía.

El siguiente paso en su carrera era obtener el título de Doctor


en Medicina. ¡Se lo había prometido a su padre!

El sábado 10 de junio de 1764, Luis Espejo reunió a un grupo


de los pocos amigos íntimos que tenía para celebrar el logro de Eugenio.
María Catalina había preparado lo mejor que pudo los manjares con
los que atenderían a las visitas.

Estaba radiante y vestía su ajuar más elegante. El cirujano Luis


Espejo no podía disimular el orgullo que le invadía y, contra sus principios,
también brindó con una copa de mistela por el triunfo de su familia.

¡Fue un día grande en la casa que Luis Chusig, Luis Benítez,


Luis de la Santa Cruz y Espejo había comprado en la calle del Mesón
para que sus hijos fueran felices!
Hospital San Juan de Dios
Marco Chiriboga Villaquirán 43

ESPEJO
E S P E J O
MÉDICO
M É D I C O

LARON A LA
E L AÑO QUE OBTUVO SU BACHILLERATO, EN
PRESENTÓ UNA DE LAS MÚLTIPLES EPIDEMIAS QUE ASO-
AUDIENCIA DE QUITO. EN EL HOSPITAL DE LA
1764, SE

MISERICORDIA NO SE DABAN ABASTO PARA ATENDER A LOS AFECTA-


DOS. LUIS, ACOMPAÑADO DE SU HIJO, ATENDIÓ A CUANTOS LLEGABAN
BUSCANDO ALIVIO PARA EL TERRIBLE MAL AL QUE ESPEJO LLAMÓ MAL
DE MANCHAS POR LAS MARCAS QUE PRESENTABAN LAS VÍCTIMAS EN
LA PIEL. LOS MÉDICOS NO SUPIERON CÓMO COMBATIR LA PLAGA.
EUGENIO HABÍA SUGERIDO A LOS BETLEMITAS QUE LOS AFECTADOS
DEBÍAN SER AISLADOS, PUESTO QUE HABÍA NOTADO QUE ALGUNAS PER-
SONAS SANAS QUE LLEGABAN A BUSCAR A SUS FAMILIARES, INMEDIATA-
MENTE CONTRAÍAN LA ENFERMEDAD, SE INICIABAN LAS FIEBRES Y
VÓMITOS Y AL POCO TIEMPO MORÍAN; EN TANTO QUE OTRAS, A PESAR
DE HABER ESTADO EN CONTACTO CON LOS ENFERMOS, NO PRESENTA-
BAN SIGNOS DE HABERSE CONTAGIADO.

- Padre, es una enfermedad muy contagiosa. Afecta a unos sí


y a otros no. Unos son inmunes otros no. No sé porqué, pero está suce-
diendo. Parecería que se trata de alguna variedad de la viruela.
Debemos pedir a las autoridades que se aíslen a los enfermos.
Recogerlos en las calles o donde se encuentren y llevarlos fuera de la
ciudad para que no se siga propagando la peste.

Luis intentó comunicar el mensaje con el diagnóstico de su


hijo a las autoridades. ¡Nadie prestó atención! ¡Todos estaban asusta-
dos! Se había solicitado al Obispo para que consintiera trasladar a la
Virgen del Quinche. Una procesión para pedirle que interceda con su
Santísimo Hijo fue la solución final.

- Padre, si se lleva a cabo una procesión en estas circunstan-


cias, más personas morirán.

¡Entre los miles de fallecidos por causa de la epidemia, se


encontraba Luis, su hermano mayor!
44

¡Esa noche Luis Chusig, Luis Benítez, Luis de la Santacruz y


Espejo, deambulando a solas por los corredores de su casa, en la calle
del Mesón, lamentó lo poco o nada que había hecho por su hijo mayor,
Luis. ¡Eugenio tenía 17 años!

En 1752 la corona española dispuso que en las universidades


de América no se registren a quienes no estuviesen en capacidad de cer-
tificar la legitimidad y limpieza de sangre. Por su parte, las universida-
des controladas por los religiosos prohibían el ingreso de quienes se
hubiesen desempeñado en oficios viles y mecánicos; a quienes no dibu-
jaran un árbol genealógico para probar que el aspirante, sus padres,
abuelos, etc. eran hijos legítimos; a quienes no probaran que en varias
generaciones sean reputados por limpios, cristianos, sin mezcla de
judío, moro o converso...

Para cumplir con los requisitos, a más de su título de Bachiller


y otros documentos necesarios, Eugenio presentó una copia certificada
de su partida de bautismo.

Yo el Doctor Don Juan Ignacio de Aguilar Abogado de la


Real Audiencia. Cura Rector de esta Santa Iglesia Catedral, y
Examinador Sinodal del Obispado: Certifico a los Señores y
de mas personas que la presente vieren, que registrando un
libro donde se hallan sentadas las Partidas de Bautismos de
Españoles, el que empezó a correr en veinte de Junio del año
pasado de mil setecientos cuarenta y cinco, y acabó en el de
mil, setecientos cincuenta, y tres, he hallado dos, la una a
fojas 7 (primera en orden), y la otra a fojas 288 vuelta (cuar -
ta en orden) ambas del tenor siguiente

Primera Partida.
Francisco Xavier Eugenio

En Quito en veinte y uno de febrero de mil setecientos cua -


renta y siete: De lisentia Parochi Baptise puse el Santísimo
Oleo y Crisma a Eugenio Francisco Xavier hijo legítimo de
Marco Chiriboga Villaquirán 45

Luis de la Cruz y Espejo, y de Catalina Aldaz. Fue su Madrina


Doña Nicolasa Gutiérrez Pinto a quien advertí el parentesco,
y obligación que tenía, por que conste lo firmo. Pedro
Valverde.

Era el año de 1765.

Francisco Xavier Eugenio de la Cruz y Espejo era hijo legíti-


mo y su madre, Doña María Catalina Aldaz y Larraincar estaba inscri-
ta como española por la Iglesia y así constaba en sus registros. Caso
contrario no lo hubiesen aceptado como alumno en el Colegio de San
Fernando de la universidad dominicana de Santo Tomás de Aquino.
Además, un hermano de su madre María Catalina, llamado Ventura
Aldaz, inscrito también en el libro de los blancos, servía de secretario al
ex jesuita padre Pedro José Milanesio, conocido orador sagrado.

El plan de estudios para la Facultad de Medicina se dictaba en


latín y estaba distribuido en las siguientes materias que se aprendían en
los aproximadamente cuatro años que tomaba completar la carrera: 1.
Fisiología que trata de la naturaleza del cuerpo humano; 2. Patología
que trata de la enfermedad en su género; de la enfermedad en esencia y
de los síntomas; 3. Semiótica que trata de los signos considerados de
manera genérica y específica para que la parte afectada sea conocida y
se discierna si padece por trastornos propios de la pasión o por los sen-
tidos; si la enfermedad es grave o pasajera, si es maligna, contagiosa o
benigna. 4. Anatomía.

En los dos primeros años se leía a Boerhaave y los


Comentarios de Haller; en el tercer año “De cognoscendis el curandis
moribus” por los libros de Haller y los Aforismos de Piquer, y en el
cuarto, la Anatomía de Heyster. En la parte práctica, los estudiantes
aprendían a tomar el pulso y diagnosticar enfermedades.

Padre e hijo revisaron los requerimientos académicos y les


parecieron deficientes. Eugenio había sobrepasado casi todos los temas
y eso que aún no había ingresado al primer curso. De tal manera que
46

Luis decidió buscar tutores para que completasen los vacíos que eviden-
temente se iban a dar en su preparación.

- Quiero que seas un médico de verdad y no un improvisado


como los doctorcitos que andan por allí- comentó y dejó a Eugenio
sumido en sus pensamientos.

El día lunes 10 de julio de 1767, después de sortear todas las


dificultades que se le pusieron, Eugenio termina su ciclo de aprendizaje
en la Universidad de Santo Tomás de Aquino y egresa de la Facultad de
Medicina, obteniendo las notas más altas que se podían otorgar a un
estudiante.

En un emocionante acto en el que están presentes su padre,


Luis, su madre María Catalina, Juan Pablo y Manuela sus hermanos
menores, recibe de manos del Rector de la Universidad de Santo Tomás
de Aquino, padre Nicolás García, el título de Doctor en Medicina, cum-
pliendo de esta manera uno de los grandes anhelos de su padre, Luis
Chusig, Luis Benítez o Luis de Santa Cruz y Espejo, quien quiso para su
hijo el título que él nunca pudo alcanzar.

Al colocarle el anillo que simbolizaba el logro alcanzado, el


Rector, pronunció las siguientes palabras ceremoniales: Este es el sím -
bolo de tu matrimonio con la sabiduría, la que de hoy en adelante será
tu esposa carísima.

El pergamino con el título se lo entregarían doce días después,


e1 22 de julio de 1767. El siguiente paso una vez obtenido el título, obli-
gaba a los recién graduados a realizar dos años de práctica en el
Hospital de la Misericordia antes de obtener el permiso para ejercer.

Eugenio había cumplido veinte años de edad.

Sin embargo, el joven doctor decide iniciar dos carreras uni-


versitarias simultáneamente y así lo discute con sus padre, que sorpren-
dido no comprende este deseo.
Marco Chiriboga Villaquirán 47

- Mientras realizo mis prácticas en el hospital, puedo iniciar-


me en las Facultades de Teología y Leyes- explica Eugenio. - Un buen
médico debe ser además una persona culta en todas las ciencias. La
sociedad siempre espera algo más de un facultativo y quiero estar pre-
parado. Quizás me demore un poquito más en obtener el permiso para
ejercer, pero me sentiré más satisfecho si cumplo con este propósito.

Luis meditó por un momento en el contenido de las aspiracio-


nes de su hijo; analizó los convenientes e inconvenientes y finalmente,
con una sonrisa de satisfacción decidió que si debía trabajar más para
que su hijo lograse sus metas, entonces debía hacerlo.

- Ahora debo comprar libros de teología y de leyes- dijo resig-


nado. - ¡Qué muchacho este!

- Eugenio no sólo quiere ser doctor en Medicina, sino conver-


tirse en doctor en Teología y en Leyes, comentó Luis con María
Catalina esa noche mientras ésta le servía una taza de chocolate.

- Además, Eugenio me ha mencionado que desea ser escritor-


aumentó María Catalina que sentía un especial orgullo cada vez que
pronunciaba el nombre de su hijo.

- ¡Ese es el hijo que vuestra merced me ha dado, Doña María


Catalina Aldaz y Larraincar! ¡Qué Dios le pague por ello! ¡Que Dios
se lo pague!

Dicho esto, salió a caminar por los corredores de la casa,


como era su costumbre y pensó que la dicha estaba con su familia.

Una vez más las luces se habían encendido en la casa que Luis
Chusig, Luis Benítez, Luis de la Santa Cruz y Espejo había comprado en
la calle del Mesón para que sus hijos fueran felices.
Iglesia de Santo Domingo
Marco Chiriboga Villaquirán 49

L A S
LAS
C A M PA N A S D E S A N T O
C A M P A N A S D E S A N T O D O M I N G O R E P I C A N A M U E R T E

D OMINGO REPICAN A MUERTE ¡ M A R Í A C A T A L I N A A L D A Z L A R R A I N C A R !

¡MARÍA CATALINA A LDAZ


LARRAINCAR !

¡N UNCA LE PREGUNTÓ SI ERA INDIO, MESTIZO O


ZAMBO! ¡SIMPLEMENTE LO AMÓ! ¡ELLA TENÍA UNA
HIJA NATURAL Y ÉL NO SE PREOCUPÓ NI DE QUIÉN NI POR QUÉ!
A LUIS
SOLAMENTE LE INTERESÓ SU NOMBRE, PARA PODER LLAMARLA, PARA
PRONUNCIARLO EN SUS HORAS DE SOLEDAD. MARÍA CATALINA, SUSU-
RRÓ ELLA Y ÉL REPITIÓ MARÍA CATALINA Y DESDE ENTONCES CAMI-
NARON JUNTOS.

- Es la única vez que me ha faltado al respeto, María Catalina


Aldaz Larraincar- la recriminó en tono dulce pero solemne. - Yo le había
dicho que debo partir antes que vuestra merced-. Y, abrazado al cuerpo
inerte de su esposa, por primera vez en su vida, Luis Santa Cruz y
Espejo, lloró.

El 14 de octubre de 1771 María Catalina había decidido


hacer su testamento. Luis se molestó con ella. No encontraba la razón
para un acto de esa naturaleza. Su amor sería suficiente para que mejo-
re su estado. Estaba seguro. Ni siquiera lo dudó un instante. ¡María
Catalina no podía dejarlo! Sin embargo, ella insistió.
50

- Así serán mejor las cosas. Usted mismo me ha enseñado que


la vida y la muerte deben ser manejadas con orden y así lo voy a hacer-
insistió. - Si mañana me pongo bien como es el deseo de vuestra mer-
ced, ya tendremos dado un paso adelante.

El Notario José Enríquez Osorio se encargó de los detalles:

Dejaba en dinero 4.525 pesos. La mitad para su esposo Luis


y la otra, para sus tres hijos.

A Francisco Xavier Eugenio, el mayor, los siguientes bienes:


109 pesos en plata usual con otros 45 pesos en dinero, a más de su parte
correspondiente en el reparto general que sumaba a 1.810 pesos.

Objetos: Una mesa; un poncho; un baúl forrado; dos rosea-


dores de cristal; dos cucharas, un tenedor, un plato y un jarro de plata;
una silla de cabalgar chapeada de plata con estribera de cobre; una paila
de cobre, Patrimonio Seráfico de Cicerón de oficio; cuatro sillas y dos
mesas; un cuadro de la Sagrada Familia; un bulto de San Antonio; cua-
dros de San Cayetano y San Antonio; bulto de Nuestra Señora de
Dolores; un crucifico en bulto con Nuestra Señora de los Dolores al pie;
cuadro del Nacimiento de Nuestro Señor; cuadro del Ecce Homo; bulto
de San José y Nuestra Señora: bulto de San Nicolás; un par de espejos
con molduras; un biombo y escritorio; olleta de cobre; un par de tijeras
papeleras; un sable con arnés de plata; dos estantes de madera; una pal-
matoria y descabezaderas de hierro; una espada; un estuche de carey
con seis lanzetas; una ampolleta; un coco de unicornio y un coco negro;
un plato de peltre, tenedor de hierro; palangana de madera, un par de
servilletas, un paño de mano; candado, freno y jáquima; un estante; un
farol de talco; colgador de capa y sombrero; una pieza de bretaña; un
vestido de carro de oro con chupín, volante y calzón; una chupa de ter-
cio en pelo negro; un vaso de cristal;
Marco Chiriboga Villaquirán 51

Libros: Siete tomos de Hoffaman comprados en Lima; siete


tomos de Huerabe, de Carlos Musitano, Morton y Ubilis; Biblioteca
Anatómica de Verein; Castro de Muliers; Anatomía de Heyster; tres
Tomos de la Práctica Mester; Lucas Torsi; Farmacopea de Leochis;
Idioma de la Naturaleza; Calepino de Salas; Thomas de Sydenham;
Farmacopea de Minchig; Farmacopea en lengua italiana; Obras de
Hipócrates; Combate Espiritual; un tomo Baglibio; Biblia; Filosofía del
Padre Lozada; Lógica de Piquer; Epístola de Cicerón; Doctor Gazola;
Elementos de Matemáticas; El Conde de Tesauro; Opúsculo Teológico
del Padre Ruiz; Instituto de Leyes y Comercio de Pérez; Memorias
Sagradas de Osuna; Historia Sagrada de Palafox; Historia de México;
Epístolas de San Jerónimo en dos tomos; Robledo; Flor Santorum de
Patriarcas; Tratado de Morbáloco; Curso químico manuscrito; Vida de
Nuestra Señora, por Oviedo; cuatro tomos de Feijoo; tres tomos de
Filosofía; Diccionario de Francés.

Manuela recibió: tres rebozos; un faldellín; un par de zarci-


llos de oro, esmeraldas y perlas; un collar de tres filas de perlas menu-
das y filas gruesas con cruz de oro y esmeraldas; una sortija de oro
con tres esmeraldas; 26 libros, entre ellos la Medicina y Cirugía de
Lorenzo Heinster, además del dinero correspondiente y los bienes de
la casa del Mesón.

Juan Pablo recibió 39 tomos del Dr. Rivera; la Anatomía y


Medicina de Beomonte; el Florilegio Medicinal; 73 libros espirituales;
más de 30 cuadros de imágenes espirituales; un estuche de cirugía
manual; un par de hebillas de plata: un capote de carro de oro con vuel-
tas de terciopelo ajardinado y muchos otros objetos valiosos.

Las campanas de la iglesia de Santo Domingo habían comen-


zado a redoblar a difunto. Luis había hecho la noche anterior los arre-
glos para que la sepultasen a pocos pasos de su casa, para tenerla cerca,
52

para poder conversar con ella después que los niños se hubiesen ido a
dormir.

- Quizá fui yo quien causó su enfermedad y su muerte- se


acusó Luis. - Un descuido mío al atender a algún enfermo y traje el mal
a mi propia casa. ¡Perdóneme María Catalina! ¡Yo que pude aliviar a
tanta gente, no supe como aliviar sus males y vuestra merced, enojada
conmigo, decidió ir a curarse donde Nuestro Señor!

Luis no aceptó la compañía de nadie. ¿Por qué? ¿Para qué?


Siempre fuimos ella y yo. Nadie más. Ella con sus ternuras, yo con mis
sueños. Yo con mi palabrería, ella con su silencio. Luis se sentó al borde
de la cama y contempló largamente el rostro pálido de María Catalina.

- Mañana la voy a adornar con las flores más hermosas que


pueda encontrar en la Plaza de los Marchantes, le dijo. -Voy a traer a
los indiecitos músicos de San Francisco para que le canten las melodías
que a vuestra merced le gustan. Y estaré a su lado, como usted estuvo
siempre al lado mío. Manuela, Juan Pablo y Eugenio estarán conmigo
hasta que yo termine de arreglar algunos asuntos pendientes y entonces
iré a buscarla, porque yo no entendería cómo se puede vivir sin vuestra
merced.

¡Las campanas de Santo Domingo repican a muerte, María


Catalina Aldaz Larraincar!

La gente se ensañó con la vida de María Catalina. Nunca


comprendieron cómo una mujer blanca, bonita y de alguna posición
económica pudo haberse enamorado de un indio de Cajamarca. Ni
sus padres ni sus hermanos pudieron disuadirla cuando tomó la deci-
sión de casarse el día 26 de septiembre de 1746. Ella había cumplido
30 años y él 31.
Marco Chiriboga Villaquirán 53

En el tomo segundo de matrimonios de 1739 a 1793, en la


parroquia de San Sebastián, folio 12 vuelta consta el documento que
solemnizó el acto:

En veintiséis de septiembre de setecientos y cuarenta y seis años


casé y velé según orden de la Santa Madre, habiendo corrido las
tres amonestaciones a Luis Benites con Cathalina Aldaz; fuero n
testigos Don Benito Lisardo Pasmiño y Doña Thomasa
Caraballo y por ser verdad.

(Firma: Joseph de Herrera)

Ocasionalmente a Juan Aldaz, padre de María Catalina le


invadían ciertos arrestos de nobleza y gustaba pregonar a quien lo escu-
chara que era el Señor de Cia, o de Zía o de Apéstegui de los de
Larraincar de Navarra, dueños de las casas de Perochena, Sanchorena y
Oyanederra; hidalgos por decreto del 31 de julio de 1603 del Rey Felipe
de España; y, Eugenio, el nieto preferido lo escuchaba y anotaba los
exóticos nombres y títulos en su cabecita soñadora.

- ¿Qué importa dónde o cómo nacen las personas, mujer?


Nadie escoge ni el lugar ni el momento. Dios nos ordena y venimos a su
llamado- le había dicho Luis muchas veces cuando encontraba llorando
a su mujer porque a alguno de sus hijos le habían insultado gritándole
en la calle, mestizo o indio.

- Yo nací con vuestra merced y vuestra merced nació conmi-


go. El mismo día. El mismo instante y nuestros hijos nacieron de nos-
otros y ellos serán lo que nosotros hicimos de ellos, lo que usted hizo de
ellos, María Catalina.
54

Luis pidió al prior de la iglesia de Santo Domingo, misa can-


tada con tres sacerdotes y muchos cirios para que la iglesia estuviese ilu-
minada para recibir a María Catalina.

Al terminar la ceremonia, Luis, circunspecto, ordenó a sus


hijos que se adelantasen a casa. El quería caminar a solas por las calles
de Quito. Juan Pablo, Manuela y Eugenio comprendieron y no pusieron
reparo al pedido de su padre. María Ignacia, la hermana de madre se
retiró con su esposo Francisco Alácano de Gamboa y sus dos hijos
Mariano Francisco y Anselmo.

Después de vagar por un par de horas por las polvorientas


calles de la ciudad pensando en sus hijos muertos: Mariano Felipe,
María Juana y Pedro Mariano Espejo, a quien todos llamaban Luis, que
murió en 1764 víctima de las viruelas... Abrumado por los recuerdos se
detuvo en la esquina de la iglesia de Santo Domingo, bajo la cruz de pie-
dra. Desistió entrar al templo aunque le quedaban muchas cosas por
decir a María Catalina.

- Se las diré luego; pronto estaré con vuestra merced, mas no


porque usted me necesite, sino porque yo la necesito. Hoy debe
descansar.

- ¡Trabajó tanto! ¡Dio tanto de su maravillosa existencia...!


¡Qué Dios se lo pague, María Catalina!

En el libro en el que se asientan las partidas de los españoles


muertos, tomo cinco, en el Archivo del Sagrario de Quito, la partida de
defunción de María Catalina Aldaz dice simplemente:
Marco Chiriboga Villaquirán 55

En primero de noviembre de mil setecientos y setenta y uno


acompañó hasta el convento de Santo Domingo la Cruz desta
Iglesia el cadáver de Cathalina Aldaz, que fue esposa de Luis
Espejo. Murió sacramentada: de que doy fe.

(f) Doctor Don Cecilio Julián de Socueva

¡Las campanas de Santo Domingo repican a muerte, María


Catalina Aldaz Larraincar!
Marco Chiriboga Villaquirán 57

B R E V E H I S T O R I
B REVE
A D E
HISTORIA
U N A I N F A M I A

D E U N A I N FA M I A

E
DERECHO. LOS DOS AÑOS
N
EN
1770 EUGENIO OBTIENE EL TÍTULO DE LICENCIADO
SUS DOS NUEVAS CARRERAS: T EOLOGÍA Y
SIGUIENTES LOS DEDICA CON AHÍNCO A LA
PRÁCTICA MÉDICA QUE HABÍA POSPUESTO PARA ENTREGARSE A LOS
ESTUDIOS QUE ÉL CREÍA LE SERVIRÍAN PARA SER UN HOMBRE SABIO
COMO SU PADRE.

El 14 de agosto de 1772 cumplida su práctica médica, adjun-


ta los certificados concedidos por los betlemitas fray Teodoro San
Francisco y fray Santiago de las Ánimas, que confirman que ha realiza-
do las prácticas reglamentarias en el hospital y solicita al Cabildo se le
asigne un Tribunal Examinador y señale día para rendir el examen
requerido por la Ley. La fecha señalada es el 17 de noviembre de 1772
y para el Tribunal se designa a los doctores Bernardo Delgado, José
Villavicencio y Miguel Morán.

- ¡Lo único que nos faltaba!- exclamó Luis Espejo cuando


Eugenio le comunicó sobre quienes estarían conformando el Tribunal. -
¡Lo que nos faltaba!- De los tres, solamente Bernardo Delgado, su ene-
migo personal, era médico y a quien Eugenio había criticado duramen-
te por su fracasada gestión durante la epidemia de 1764. Los otros dos,
Josef Villavicencio y Miguel Morán, nunca habían pisado un aula de
Medicina y obtuvieron su título de la manera como se acostumbraba
entonces:
58

- ¡Comprándolo!

La prueba que Eugenio debía rendir ese día era exclusivamen-


te práctica conforme a las reglamentaciones. La prueba teórica ya la
había rendido cuando concluyó sus estudios en la Universidad y por lo
cual había recibido el respectivo diploma de egresamiento.

En primer lugar, se le preguntó sobre generalidades de la


medicina; y los examinadores, al escuchar las respuestas, no estuvieron
en capacidad de entenderlas, debido a que no tenían ciencia alguna para
rebatirlas.

Uno de los examinadores preguntó si había regla cierta y evi-


dente para conocer el pulso, a lo que el examinado respondió que no, y
pasó a exponer las razones en las que se basaba para dar su respuesta.
El examinador se mostró sorprendido y la venerable concurrencia reac-
cionó escandalizada. Se creyó que el que padecía el examen había pro-
ferido una herejía filosófica.

El mismo examinador preguntó si el hombre podía vivir sin


respiración. El aspirante respondió que no. Eugenio replicó con los efec-
tos del feto y los buzos, pero el otro, trayendo a cuenta la mecánica de
la respiración y el principal objeto de ésta, deseó dar a conocer su uso
y por consiguiente, demostrar que ningún hombre podía vivir sin la res-
piración. Pero todo pareció tanto a los oyentes como al examinador, un
cúmulo de desatinos.

En el caso de Espejo no se siguieron las normas usuales y al


no encontrar la manera de salir del ridículo en el que les había sumido
el examinado, no tuvieron más alternativa que aprobar el examen y
concederle el Permiso de Práctica. Sin embargo, y para dejar constancia
de su pequeñez, lograron que se añada en el texto del Permiso, que el
Doctor Espejo debía realizar un año adicional de práctica.
Marco Chiriboga Villaquirán 59

Eugenio se acercó a su padre y le dijo:

- ¡Ya soy doctor, como Vuestra Merced... Doctor Luis de la


Santa Cruz y Espejo!

¡Fue otro día importante en la casa que Luis Chusig, Luis


Benítez, Luis de la Santa Cruz y Espejo había comprado en la calle del
Mesón para que sus hijos fueran felices!
Marco Chiriboga Villaquirán 61

JUAN PABLO DE LA SANTA


J U A N P A B L O D E L A S A N T A C R U Z Y

E S P E J O ,
CRUZ Y ESPEJO, OTRO
O T R O B A C H I L L E R E N L A F A M I L I A

B A C H I L L E R E N L A FA M I L I A

L UIS ESPEJO,
LO CONOCÍAN EN
SOBRIO EN SUS ACTITUDES, SERIO COMO
QUITO, NO PODÍA ESTA VEZ DISIMU-
LAR SU ALEGRÍA Y UNA SONRISA ORGULLOSA ILUMINABA SU ROSTRO
BRONCEADO. EL PEQUEÑO Y TRAVIESO JUAN PABLO, EL QUE NO PODÍA
SENTARSE QUIETO POR MÁS DE UN MINUTO Y OBLIGABA A MARÍA
CATALINA A PERSEGUIRLO POR TODA LA CASA PARA VESTIRLO. EL QUE
FASTIDIABA A SU HERMANA A LA MENOR OPORTUNIDAD ESTABA ALLÍ,
ERGUIDO EN EL ESTRADO, RECIBIENDO SU DIPLOMA DE BACHILLER EN
FILOSOFÍA, AL IGUAL QUE UNOS AÑOS ATRÁS LO HABÍA OBTENIDO
EUGENIO.

Manteísta como su hermano mayor, Luis había costeado cen-


tavo a centavo la educación de Juan Pablo en el Colegio Máximo de los
jesuitas y luego en el Colegio de San Fernando donde tuvo como maes-
t ro principal al Reverendo Padre Antonio Celi de la Orden de
Predicadores quien le dictó principalmente clases de Filosofía.

Luis contemplaba a Juan Pablo ¡Era su día! Sin embargo no


podía evitar dirigirse hacia el lugar desde donde Eugenio con Manuela
asistían a la ceremonia de graduación. A su memoria acudía la imagen
de Eugenio en una banca de piedra tallada del patio explicando las
materias que no entendía Juan Pablo. Pronunciando una y otra vez las
palabras en latín que se le dificultaban a su hermano menor.
Explicándole los prefijos y los sufijos, las conjugaciones. Actuando
62

siempre como el maestro bondadoso que quiere realizarse a través de su


alumno.

Y... Manuela, pendiente siempre de sus hermanos. Los cuida-


ba y atendía imitando la sutileza que había heredado de su madre,
María Catalina. Manuela también con sus cuadernos y sus libros de
apuntes. ¡Qué lástima pensó Luis: ¡Si las niñas pudiesen ir a los cole-
gios, Manuela también sería doctora !

- Hay mucho por qué darle gracias a Dios, suspiró Luis.


-¡Solamente me faltas tú, María Catalina! ¡Sólo me falta vuestra mer-
ced! Unos meses antes, su amiga, su compañera había muerto. ¡Sólo me
faltas tú, María Catalina Aldaz Larraincar!

Al llegar a casa los esperaban los pocos amigos de la familia.


Eugenio hablaba en un rincón con Juan Pablo. Aconsejándolo. Feliz del
triunfo de su hermano. Manuela, convertida en dueña de casa desde la
muerte de María Catalina preparaba los manjares para los convidados.

Luis llamó a un lado a Eugenio, preocupado por el largo tiem-


po que se habían separado del grupo los dos hermanos y preguntó:

-¿Qué pasa hijo, que novedades ensombrecen tu rostro? ¿Qué


pasa con Juan Pablo?

Eugenio respondió:

- Padre, no sé si la noticia que voy a dar a vuestra merced es


buena o mala. No lo sé. ¡Juan Pablo me conversa que ha decidido seguir
la carrera eclesiástica! Yo hubiese preferido que estudie Derecho. Que
se convierta en Abogado. Tiene todas las hechuras para la profesión.
Marco Chiriboga Villaquirán 63

Luis meditó por un momento:

- ¡Un presbítero en la familia Santa Cruz y Espejo! No está


mal Eugenio. No está mal. Somos una familia cristiana y si eso es lo que
Juan Pablo ha decidido, entonces debemos ayudarlo. ¡Ahora tendré que
comprar libros de Teología y devocionarios! ¡Diablo de muchachos!
¡Me van a llevar a la ruina!- Dijo en tono festivo.

Certifico en la manera que puedo, como el año de mil sete -


cientos setenta y ocho, entre los discípulos del reverendo
Rector Fray Antonio Celi, que en dicho año se graduaron de
bachilleres, uno de ellos fue Dn. Juan Pablo de Santa Cruz y
Espejo, estudiante manteista de dicho curso, a quien como
rector que fui de la Real Universidad de Santo Tomás, confe -
rí el mencionado grado de Bachiller en Filosofía. Y, para los
efectos que convengan, doy este pedimento verbal de la parte.

(Firma Fray Nicolás García)

- ¡Solo faltas tú, María Catalina! ¡Solo falta vuestra merced!-


suspiró Luis.

¡Ese fue un día de risas y lágrimas en la casa que Luis Chusig,


Luis Benítez, Luis de la Santa Cruz y Espejo había comprado en la calle
del Mesón para que sus hijos fueran felices!
Marco Chiriboga Villaquirán 65

LA
L A
V O Z D E L U I S D E L A SA N TA
V O Z D E L U I S D E L A S A N T A C R U Z Y E S P E J O

CRUZ Y ESPEJO YA NO SE
Y A N O S E E S C U C H A R Á E N L A C A S A D E

ESCUCHARÁ EN LA CASA DE LA L A C A L L E D E L M E S Ó N

CALLE DEL MESÓN

D ESPUÉS DE VISITAR A UN NOVICIO QUE SE ENCONTRA-


BA ENFERMO EN EL CONVENTO DE LA MERCED,
LU I S ES P E J O S E D I R I G I Ó A L A S ES C R I B A N Í A S B U S C A N D O A U N
NOTARIO, PUESTO QUE QUERÍA PONER ALGUNAS COSAS EN ORDEN Y
SE DIRIGIÓ LUEGO HACIA LA PLAZA DE LOS MARCHANTES. ALLÍ SE
DETUVO A COMPRAR ALGUNAS COSAS PARA LLEVAR A MANUELA. SE
SENTÍA MAL. UN DOLOR INTENSO EN EL PECHO LO AGOBIABA.

En la tarde del 9 de noviembre llegó a buscarle el Notario que


había visto el día anterior y, sin decir nada a Manuela que era la única
de sus hijos que estaba en casa, lo llevó a su pequeña oficina en el segun-
do piso.

- El alma ha decidido abandonar a este viejo cuerpo, confió


Luis al Notario que se sorprendió del comentario. Conocía a Luis de
tiempo atrás y no sumaban veinte las frases sobre asuntos personales
que le había escuchado pronunciar.

- Quiero que vuestra merced ponga en orden mis asuntos


legales, que no son muchos y, sobre todo hágalo con la mayor discre-
ción. Prefiero que mis hijos no sepan que voy a morir.
66

El Notario lo miró en silencio. Estaba frente a uno de los


hombres más extraordinarios que había conocido en su vida y no supo
qué responder. Sintió un escalofrío y se limitó a abrir la cartera que
había llevado y comenzó a tomar notas.

- Por favor adjunte a mi Testamento una copia de la Escritura


de esta casa; es lo único que tengo a mi nombre y la dejo a mis hijos.
Mis libros de medicina e instrumentos de trabajo que los reciba
Eugenio, a quien nombro albacea. El listado de otros libros de lectura
y oración los dispongo para Juan Pablo; y todo lo que haya en casa,
para Manuela. Que ella cobre mensualmente los intereses del tres por
ciento de los mil pesos que deposité con los padres jesuitas, para que
corra con los gastos de casa. Ese dinero está administrado ahora por las
Temporalidades. ¡Eso es todo! ¡No me queda más!

Desde el lunes 9 de noviembre de 1778 que había comenzado


a sentirse mal no salió a la calle. Manuela, Juan Pablo y Eugenio pasa-
ron cada minuto a su lado. Luis sabía que iba a morir. ¡Era médico, des-
pués de todo y no podía engañarse a sí mismo!

Además, la ausencia de María Catalina, su adorada mujer, le


había dejado un vacío inmenso en su vida a pesar de la alegría que
representaban para él sus hijos.

- ¡Los tres son maravillosos! ¡Me han hecho inmensamente


feliz y me han llenado de satisfacciones!- Sin embargo se encontraba
cansado.

Había sido un largo camino el recorrido desde Cajamarca a


Quito. Descalzo y a pie, recordó con nostalgia. El hospital, las largas
noches junto al fogón leyendo sus libros. La mirada tierna de María
Catalina en su propio rincón. Las humillaciones a las que le sometía el
hermano Joseph del Rosario. Los enfermos que extendían sus manos
solicitando ayuda, pidiendo consuelo.
Marco Chiriboga Villaquirán 67

Descalzo y a pie. Evocó sus días de niño. Como una sombra


distante divisó a su padre picando las piedras para darles forma, allá en
su tierra, en Cajamarca. - Igual que mi abuelo, susurró.

La pesadumbre de Eugenio al regresar del colegio, las trave-


suras de Juan Pablo, la intrepidez de Manuela; y, Luis, su amado hijo
muerto en una calle de Quito, como un animalito, solitario como siem-
pre quiso ser. Todos los sucesos que formaron la historia de su vida iban
apareciendo y desapareciendo de su memoria.

Manuela, Juan Pablo y Eugenio lloraban sentados al lado de


su padre, al que había vestido como fue su pedido, con el hábito de los
padres franciscanos, luego de obtener su permiso.

- ¡Que Dios le pague por los hijos que me ha dado, doña


María Catalina! ¡Que Dios le pague por haberme amado!- pronunció y
cerró los ojos para siempre.

¡La noche del domingo 22 de noviembre de 1778, no se


encendieron los cirios en la casa que Luis Chusig, Luis Benítez, Luis de
la Santa Cruz y Espejo había comprado en la calle del Mesón para que
sus hijos fueran felices!
Marco Chiriboga Villaquirán 69

PRIMERA
P R I M E R A
PRISIÓN
P R I S I Ó N

L A MAÑANA DEL SÁBADO 20 DE MARZO DE 1779 TEN-


DRÍA UNA ESPECIAL SIGNIFICACIÓN EN LA VIDA DE
FRANCISCO XAVIER EUGENIO SANTA CRUZ Y ESPEJO. DESDE QUE
DE
OBTUVO SU TÍTULO DE MÉDICO Y EL CABILDO LE CONCEDIÓ EL PER-
MISO PARA EJERCER EL 28 DE NOVIEMBRE DE 1772, NO HABÍA HECHO
MÁS QUE VEGETAR. BERNARDO DELGADO, TENIENTE DE PROTOMÉDI-
CO DE LA AUDIENCIA Y QUIENES GIRABAN ALREDEDOR DE SUS FAVO-
RES, SE ENCARGARON DE LIMITAR SUS POSIBILIDADES PROFESIONALES.
ATENDÍA UNO QUE OTRO PACIENTE Y LEÍA. LA AMISTAD CON EL PRES-
BÍTERO LUIS DE ANDRAMUÑO , S ECRETARIO DE LA S AGRADA
INQUISICIÓN EN QUITO, LE SERVÍAN DE ACCESO A LIBROS QUE NO
ESTABAN A DISPOSICIÓN DEL PÚBLICO.

Cumplió con la promesa hecha a su padre y se convirtió en


médico, pero en su mente germinaban otras inquietudes.

La mañana del sábado 20 de marzo de 1779 sería determi-


nante en la vida de Eugenio.

Asistió a la misa que se celebraba en la Catedral. El sermón


de Dolores iba a ser predicado por Don Sancho Escobar y Mendoza,
cura de Zámbiza. Era la Cuaresma. Fue la gota que derramó su angus-
tia contenida. ¡No podía soportar la ignorancia de quienes fungían
como grandes sabios y educadores del pueblo! El famoso sermón era un
insulto a la inteligencia de quien lo escuchaba. Su perorata, una inter-
minable y vacía cadena de palabras y lugares comunes.

Era necesario hacer algo al respecto. Su vasta cultura no pudo


más y pensó que el mayor peligro de un pueblo era verse obligado a
recibir estas dosis de ignorancia a través de quienes estaban supuestos a
educarlos.
70

La evidente mediocridad de los oradores; la falta de profundi-


dad en los conceptos; la carencia de originalidad y hasta las estupideces
que se pasaban como verdades, contribuían a ahondar el atraso cultu-
ral del pueblo.

Disgustado, llegó a casa y desbordó sus inquietudes. El resul-


tado fue el libro El Nuevo Luciano.

Los protagonistas, el Dr. Luis Mera, un ex-jesuita ambateño


y el Dr. Miguel Morillo y Loma, un médico quiteño. Eugenio habla a
través del Dr. Mera. El jesuita, un hombre culto; y, el médico, un ejem-
plo exacto de la mediocridad disfrazada de sabiduría a la que quería
combatir.

El miércoles 23 de junio de 1779, en forma manuscrita y con


una dedicatoria al entonces Presidente de la Real Audiencia de Quito,
José Diguja, comenzó a circular El nuevo Luciano o Despertador de los
ingenios quiteños en nueve conversaciones eruditas para el estímulo de
la literatura.

Lo firmaba Javier de Cía Apéstigue y Perochena.

Escobar predica muy mal. Escobar no es tonto. ¿Por qué pre -


dica tan mal? Sin duda porque su formación literaria y cientí -
fica ha sido errada. Escobar se formó en la Compañía, luego,
el método de los jesuitas es malo, hace decir al Dr. Mera.

El libro compuesto de nueve conversaciones, abarcaba dife-


rentes tópicos: Conversación primera: Motivos y objeto de esta obra;
Conversación Segunda: En la que acabado el Sermón se trata de la lati-
nidad en la misma iglesia; Conversación tercera: La retórica y la poesía;
Conversación cuarta: Criterio del buen gusto; Conversación quinta: De
la filosofía; Conversación sexta: De la teología escolástica;
Conversación Séptima: Reflexiones para un mejorado Plan de Estudios
Marco Chiriboga Villaquirán 71

Teológicos; Conversación Octava: Teología moral jesuítica;


Conversación novena: La Oratoria cristiana

El resultado fue una dura crítica a la falta de preparación de los


maestros, de los oradores sagrados y de los profesionales en general, quie-
nes, según el autor, estaban obligados a superar su nivel de conocimien-
tos en beneficio del vulgo. En uno de los diálogos, encontramos al Dr.
Mera refiriéndose abiertamente al predicador Sancho de Escobar, a quien
el autor utiliza como símbolo de todos los defectos que intenta corre g i r :

Ni la sotana conciliaba a la voluntad del deseo de saber, ni el


cíngulo daba aquella paz y quietud que requiere la profesión
de las letras; ni el ropón ponía perspicaces los sentidos para la
adquisición de noticias científicas; ni el golete del cuello daba
al cerebro mayor robustez para una seria aplicación a los
libros; ni el bonete aumentaba e ilustraba el entendimiento...

La obra fue motivo de escándalo. No era solamente Sancho


de Escobar el afectado, sino los curas, abogados, médicos, y quienes se
consideraban cultos. Espejo había iniciado su cruzada contra la igno-
rancia; y, los ignorantes, la suya para destruirlo.

El 23 de noviembre de 1792, José García León Pizarro se


posesiona de la Presidencia. A su llegada, la situación económica de
Quito y sus territorios era desastrosa. El comercio de tejidos con Perú,
su principal fuente de ingresos, reducido de una forma radical desde que
se abriera la ruta marítima del Cabo de Hornos, vía que acortaba la dis-
tancia del Virreinato con Madrid, reduciendo los costos del transporte
y facilitando su frecuencia, hecho que sirvió para incentivar en Lima la
importación a menor costo y mejor calidad de los productos que antes
adquirían a los comerciantes quiteños.

A esto, debían sumarse las pestes que diezmaron la población


y las desgracias naturales que afectaron a todo el territorio con las erup-
72

ciones del Cotopaxi y el Tungurahua. Sin embargo, el nuevo Presidente


era un hombre emprendedor y ambicioso y se puso a la tarea de recons-
truir el desastre; y, es así como, en los cuatro años que duró su manda-
to, logró enviar a la Corona, la para entonces inmensa cantidad de un
millón diecisiete mil trescientos cincuenta y tres pesos en calidad de tri-
butos y amasó para sí mismo, una fortuna calculada en más de dos
millones de pesos.

García Pizarro ejerció con despotismo el poder que España


depositó en su persona y sin contemplaciones demandó de los terrate-
nientes, de los curas y en especial de los indios, las mayores contribu-
ciones posibles. El pueblo se sintió oprimido ante las muchas exigencias
y a lo poco o nada que recibía a cambio. A los pocos meses de iniciado
su gobierno, apareció un pasquín en la cruz de piedra que aún se
encuentra en el atrio de la iglesia de Santo Domingo, en el que se denun-
ciaba en términos poco comedidos, lo que la gente pensaba de sus méto-
dos de explotación.

Mientras tanto, los múltiples enemigos que Espejo había


logrado crear con la publicación del Nuevo Luciano y sus cáusticas
intervenciones públicas criticando la mediocridad de sus contemporáne-
os, logran que el fraile Joseph del Rosario, mentor de su padre y con
quien convivió toda su niñez, se disguste gravemente con él.

- El Nuevo Luciano también se refiere a vuestra merced- le


diría Sancho de Escobar. - Nos insulta a todos y sobre todo, ha puesto
en pública duda su capacidad como médico- le miente Bernardo
Delgado.

El 3 de marzo de 1780, Eugenio, enterado del problema por


el comentario de un sirviente, se apresura a escribir una respetuosa
carta a quien consideraba amigo y maestro de su padre, desvirtuando
ser el autor de las ofensas supuestamente inflingidas a su persona. El
fraile, hombre rencoroso no lo acepta así y, al contrario, se torna en su
Marco Chiriboga Villaquirán 73

enemigo implacable y se llena de un enojo que duraría para el resto de


su vida.

Si bien la ruptura con Joseph del Rosario entristece a Eugenio,


este hecho no le impide seguir escribiendo. En 1780 publica Marco
Porcio Catón, bajo el seudónimo de Moisés Blancardo. En este ensayo
adopta la actitud de crítico de su propio libro, El Nuevo Luciano y
aprovecha la oportunidad para satirizar una alabanza al sermón fúne-
bre de Ramón Yépez, pronunciado el 15 de junio de 1780 en memoria
de Don Manuel Pérez Minayo, escrita por el mercedario Juan Arauz,
quien lo había acusado de ignorante y envidioso.

La guerra estaba declarada.

Juan de Arauz contraataca mediante sermones y comentarios


y Eugenio responde con un ensayo al que titula La ciencia Blancardina,
trabajo que divide en siete diálogos y lo firma bajo el seudónimo del Dr.
Javier Apéstegui y Perochena. Para completar el sarcasmo, lo dedica al
Clero de Quito, precisamente contra quien arremete en sus críticas. En
este libro, cuestiona la madurez intelectual de Arauz, lo descalifica
como censor; y, al igual que lo hiciera con Sancho de Escobar, lo toma
como ejemplo de la incapacidad generalizada de quienes se creen cultos.
Ahonda sus críticas a los sistemas de educación que imparten los reli-
giosos y a la falta de atención de los gobernantes por mejorar las con-
diciones de vida del pueblo.

Por esos días, circula en la Audiencia un libelo titulado La


Golilla, en el que se criticaba la ineptitud de Felipe III y sobre todo, a
su Ministro de Indias, el Conde de Sonora.

Eugenio, al igual que muchos otros, lee el libro, lo comenta


con sus amigos y olvida el asunto. Nunca imaginó que años más tarde
este simple hecho, el de haber leído el panfleto, le acarrearía terribles
consecuencias. La aparición del libelo coincide con la rebelión de Túpac
74

Amaru (el Inca José Gabriel Condorcanqui) en el Perú. Movimiento


indígena que fue reprimido ferozmente por el gobierno español, pero
que tuvo serias repercusiones en Lima, Quito y Santa Fe, puesto que las
inquietudes libertarias iban tomando forma.

Curiosamente, en marzo o abril de 1782, Sancho de Escobar


y Mendoza, uno de los implacables enemigos de Espejo, lo requiere en
su calidad de médico para que preste atención a un sobrino suyo, pres-
bítero como él, quien se encontraba enfermo de gravedad. Su deber de
médico estaba más allá de sus rencillas personales y no tiene inconve-
niente en atender al paciente. A pesar de sus esfuerzos, el joven muere.
Al pasar la cuenta por sus servicios, se enfrenta ante la violenta negati-
va de Sancho de Escobar, quien rehúsa pagar sus honorarios aduciendo
que Espejo había matado al paciente debido a su impericia. Ofendido,
Eugenio inicia un juicio contra el cura de Zámbiza.

Por su condición de religioso, Sancho de Escobar gozaba de


fuero y el caso se ventila ante el Vicario. Al ser citado a responder la
demanda y tratándose de una audiencia pública, aprovecha la oportu-
nidad para tomar represalias, utilizando no sólo su propio repertorio de
insultos, sino los que le había provisto fray Joseph del Rosario y así en
su testimonio indagatorio, dice:

... El declarante juzga con sobrados fundamentos, que el dicho


Eugenio le ocasionó él mismo la muerte, no tanto por erro r,
sino por el ánimo deliberado de matarlo, y lo que antes re p a -
ra, es que el doctor Eugenio, apellidado Espejo, para presen -
tarse ante el Sr. Pro v i s o r, no haya sido con re p roducción del Sr.
Protector General de los Naturales del Distrito de esta Real
Audiencia, respecto a ser indio natural del lugar de Cajamarc a ;
pues es constante que su padre Luis Chusig por apellido, y
mudado en el de Espejo, fue indio oriundo y nativo de dicha
comarca; que vino sirviendo de paje de cámara del padre Fray
Joseph del Rosario, descalzo de pie y pierna, abrigado con
Marco Chiriboga Villaquirán 75

cotón de bayeta azul y un calzón de marinero de la misma tela


y por parte de su madre fulana de Aldaz, aunque es dudosa su
naturaleza, pero toda la duda recae en si es india o mulata...

Espejo ha puesto todo su anhelo en formar papeles satíricos


contra las personas de mayor respeto, creyendo por este
medio aparentarse persona instruida en muchas facultades,
cuando todo era oropel... Por cuyo conocimiento se esforz ó
el declarante en despedirlo de su casa, porque le pareció, no
médico que curaba, sino aceite corrupto que ocasionaba un
mortal contagio en el alma, además del sonrojo inevitable en
el comercio con un individuo de tan baja extracción y
origen...

La reacción de Eugenio fue digna de su temperamento. Se


sentía un ser superior. Su educación, la firmeza de sus convicciones y
la innegable pequeñez de su contendor en este juicio, no lograron
inmutarlo. Como el fin de los insultos proferidos eran lograr que la
ciudadanía se enterara de su descendencia indígena -grave insulto
entonces- se encargó de hacer copias manuscritas del alegato y las
envió a sus enemigos: Dr. Bernardo Delgado, Mariano Monteserrín,
Yépez, etc., anticipándose a sus comentarios. Para completar su iro-
nía, a las copias que salen con fecha 25 de mayo de 1782, adjunta una
carta explicatoria:

Sabiendo que muchas personas desean leer la modestísima


declaración del Dr. Sancho de Escobar, algunas de ellas para
centuplicarlas, otras para reírse, y muy pocas para verla con
indiferencia, he querido ponerla en manos de V.M., no porque
le cuente en el número de éstas, sino porque me pareció que
siendo ella producida por motivo de los intereses de nuestra
facultad, era bien que al que hace dignamente de protomédi -
co de esta, le haga ver el fruto que comúnmente reporta nues -
tro ejercicio.
76

… En lo demás, atento a satisfacer a los que ardientemente


desean, para complacerse y relamerse de gusto de las injurias,
la dicha declaración no dudo darla y difundirla de mi misma
letra, como va la que le incluyo, para que satisfagan y sacien
su maligna complacencia; y que si habían de solicitar copias
menos fieles, logren las más legales y exactas.

Este era el carácter de Eugenio Espejo.

El Presidente prefirió mantenerse alejado de los embrollos que


se formaban cada vez que Espejo daba a luz un nuevo escrito, pero había
comenzado a fastidiarle la aparición de pasquines tildándole de explota-
dor. Joseph del Rosario, patriarca de la intelectualidad quiteña, infiltrado
en el círculo de amistades de García Pizarro, poco a poco le fue inducien-
do a sospechar que Eugenio era el autor de los pasquines subversivos.

- Excelencia, un individuo capaz de producir libros guiados


exclusivamente a ofender a las personas más notables de la Audiencia,
es capaz de todo- señaló alguna vez. -Debo confesarle que Eugenio, hijo
de un paje mío a quien tomé bajo mi protección, me confesó ser el autor
de un pasquín que apareció colgado en la cruz de piedra del atrio de la
iglesia de Santo Domingo, a los pocos meses que Vuestra Merced llegó
a Quito- deslizó en el oído del Presidente en otra ocasión.

García Pizarro, susceptible a las críticas a su gobierno,


comenzó a inquietarse. - Quizá deba deshacerme de este mestizo-
comentó.

- ¿No le parece una extraña coincidencia que la residencia de


Espejo, quede precisamente a pocos pasos de la cruz de Santo
Domingo...?- insinuó más tarde el fraile.

Las quejas de Sancho de Escobar, a quien se le sentenció a


pagar los honorarios exigidos por Espejo, sumadas a las presiones ejer-
Marco Chiriboga Villaquirán 77

cidas por Yépez, Arauz, Delgado y la sospecha de que era quien mante-
nía informada a la Corona acerca de sus dudosos negocios personales,
exigían medidas urgentes para protegerse. La Real Audiencia comenza-
ba a rendirle importantes beneficios ¡Era necesario alejar a Espejo de su
vida... y mejor aún, desaparecerlo!

Entonces se le ocurrió una idea: había recibido una carta de


Francisco de Requena, Comisionado Regio desde octubre de 1791 para
resolver el problema de límites entre las posesiones españolas y portu-
guesas. En ella le solicitaba asistencia en pertrechos, municiones y la
necesidad de que sus soldados contasen con un médico que los atendie-
se de las plagas y enfermedades a las que estaban expuestos en las sel-
vas del Marañón en donde prestaban sus servicios. García Pizarro pensó
que la mejor y más rápida manera de librarse de la presencia inquisido-
ra de Espejo, era nombrarle médico de la maltrecha tropa española esta-
cionada en la población de Teguel.

- Doctor, lo he mandado llamar preocupado por su situación-


inició su discurso el Presidente. - Buenos amigos suyos lo han recomen-
dado y deseo ayudarlo. Conozco los inconvenientes que le han causado
sus escritos- prosiguió.

- Quiero que sepa que a mi no me incomodan esos asuntos, ni


hago caso a las continuas quejas que recibo de parte de los que se sien-
ten ofendidos, pero he llegado a la conclusión de que sus admirables
talentos podrían ser mejor utilizados en el Marañón- mintió, tratando
de disimular el triunfo que anticipaba a la genial solución. - Allí se
encuentra nuestro Comisionado, Francisco de Requena con sus tropas
y éstas requieren de un médico de su indudable capacidad, para que
atienda sus necesidades. Creo que Vuestra Merced será feliz en esos
lugares... después de todo, Ud. es médico y alejarse por una temporada
de la tormenta en la que vive ahora, no le vendrá del todo mal- finalizó
esperando la reacción de agradecimiento de su súbdito.
78

Pero, la respuesta de Eugenio no fue la que tenía prevista.

- Estoy agradecido a lo que considero un auténtico interés


del señor Presidente por mi bienestar, pero este nombramiento que
propone, bueno... excelencia, quisiera meditarlo. Tengo bajo mi re s-
ponsabilidad una casa, unos hermanos y muchos pacientes que depen-
den de mis servicios. Le pediría se sirva concederme unos días para
darle mi contestación.

García Pizarro se sintió molesto con la evasiva, pero conside-


ró que no le era conveniente dar a conocer sus sentimientos. - Está bien,
doctor Espejo. Tómese su tiempo y venga a verme en cuanto esté listo
para partir a su destino.

Eugenio llegó a casa preocupado. El interés de García


Pizarro por enviarlo a aquellas lejanas e inhóspitas regiones despert ó
sus sospechas.

Su hermano Juan Pablo, sirvió en calidad de párroco en


Mainas, en el pueblo de Muniche por algo más de tres años y se vio for-
zado a regresar a Quito porque no pudo soportar ni el clima, ni las
enfermedades a las que estaban sometidos quienes se aventuraban por
esos lugares.

- Te nos mueres. ¿No te das cuenta que es una treta de tus ene-
migos que han envenenado el alma del Presidente?- comentó Juan
Pablo.

- Yo estuve con Requena. Esa gente está acabándose.


Precisamente tengo una carta que me escribió el padre Mariano Bravo
desde Omaguas el 11 de septiembre de 1780 y quiero que la leas. Te
hará llorar. Aquí está otra que me envió el mismo Requena el 6 de
febre ro de 1781 desde Teguel- insistió, - ¡No puedes aceptar semejan-
te comisión...!
Marco Chiriboga Villaquirán 79

Manuela escuchaba la conversación de sus hermanos e inter-


vino. - Esta es una hechura de las que acostumbran tus enemigos. Ellos
saben que eres una persona enferma, que tus pulmones son débiles,
Xavier Eugenio. ¡Te están condenando a muerte...!

García Pizarro, no aceptó la respuesta que le trajo Eugenio.

- He decidido que Ud. vaya a unirse a las tropas de Requena


y eso significa que usted sale inmediatamente- exclamó indignado. - No
me importan ni sus supuestas enfermedades, ni las falsas ocupaciones
que reclama tener. El que se lo haya pedido en forma comedida, no sig-
nifica que le he ofrecido una alternativa, doctor. Yo le he dado una
orden. ¡Esa es mi decisión!

- A Francisco Xavier Eugenio de Santa Cruz y Espejo, hijo de


Luis Chusig, ¡nadie le da órdenes!- fue la respuesta y decidió marchar-
se de Quito.

En alguna tertulia a las que acostumbraba asistir en Quito,


Eugenio conoció a José Miguel Vallejo. Este confesó ser su admirador
y buscó su amistad invitándole a visitarlo en Riobamba, donde tenía
negocios y familia. Eugenio re c o rdó este detalle y le escribió comen-
tándole su problema. La respuesta no se hizo esperar. Vallejo ofrecía
s e rvirlo en cuanto le fuese posible, incluyendo albergarlo en su casa.
Lo único que requería era conocer la fecha de su arribo para estar
preparado.

Al salir de Quito, Eugenio comunicó a sus amigos su inten-


ción de dirigirse a Lima y la oferta de Vallejo. Alguien le previno acer-
ca de su reputación. - ¡Ten cuidado! Ese hombre es capaz de vender su
alma al diablo por ganar alguna ventaja-. En la Audiencia se conocía
que era un esbirro del Presidente y que lo servía en calidad de colector
de las coimas que le producían sus chantajes a los funcionarios y curas
de Riobamba.
80

García Pizarro, informado por sus espías que Eugenio se diri-


gía a Lima, calculó la inconveniencia de que lograra su cometido.

Estaba seguro que Espejo aprovecharía la oportunidad para


crearle problemas ante el Virrey, denunciando sus negocios turbios, de
tal manera que envía requisitorias a las autoridades de las ciudades y
pueblos por donde podía pasar en su viaje al Perú, ordenando a sus sub-
alternos que lo detengan a la vista, bajo el cargo de haberse revelado a
su autoridad.

Es decir, lo acusaba de haber cometido un delito de Estado, y


con el fin de facilitar su captura, adjunta a las requisitorias, una descrip-
ción física del prófugo:

El enunciado Espejo tiene estatura regular, largo de cara,


nariz larga, color moreno, y en el lado izquierdo del rostro, un hoyo
bien visible...

A pesar de las recomendaciones en contra, Eugenio comunica


a Vallejo la posible fecha de su arribo a Riobamba sin presentir que éste
se encontraba en permanente comunicación con García Pizarro.

Un cura de Riobamba, antiguo amigo de su padre, lo recibe


en su casa.

Vallejo lo descubre sin mayor dificultad y lo visita fingiendo


disgusto por que no había aceptado su hospitalidad. - En casa tenemos
todo preparado para su comodidad, doctor Espejo- se queja. - Nos ha
privado del honor de servirlo.

En la conversación que hábilmente inicia, menciona que un


amigo suyo necesitaba ayuda médica inmediata y con esto logra que su
víctima salga a la calle sin sospechar que el traidor tenía esperando al
Regidor de Riobamba, Manuel Pontón con un grupo de guardias. A
Marco Chiriboga Villaquirán 81

una indicación disimulada de Vallejo que lo identifica por encontrarse


otras personas en el grupo, estos proceden a capturarlo.

La orden de García Pizarro era que se tratase a Espejo como


a un delincuente común. Engrillado y maltrecho por las torturas a las
que fue sometido, se lo traslada a Quito, deteniéndose en todas las
poblaciones y anunciando con fanfarrias, que a quien se lleva como reo
de Estado, es al doctor Eugenio Espejo. Al arribar a Quito, se lo encie-
rra en un calabozo del Cuartel de Infantería.

José Miguel Vallejo cumplido su encargo y cobrada su recom-


pensa, desapareció.

Sin ninguna razón más que su capricho y sin que hubiera pre-
sentado a los Tribunales cargos o iniciado sumario alguno y después de
mantenerlo encarcelado por más de tres meses, un buen día el
Presidente ordena que se lo ponga en libertad, condicionando su excar-
celación, a que preste atención médica a su hija Doña Josefa, quien se
encontraba afectada de una extraña dolencia.

Eugenio, más por curiosidad que por obediencia, la visita


para descubrir que nunca estuvo enferma. La joven, en complicidad con
su madre, fingía una dolencia con el propósito de convertirse en el cen-
tro de atención de los serviles que giraban alrededor de su padre; reci-
bía los costosos regalos que por compromiso se obligaban a llevar las
visitas y captaba la atención del apuesto Fiscal de la Audiencia, Juan
José Villalengua y Marfil, escogido en junta familiar para que se convir-
tiera en esposo de la niña de casa.

García Pizarro, confiaba en Villalengua. Lo servía con sutil


empeño y cubría con inteligencia sus asuntos personales. El negocio era
simple: a cambio de que tomase a su complicada hija como esposa, le
dejaba a cargo de los rentables negocios iniciados en la Audiencia y le
convertía en heredero de su lugar en la Presidencia.
82

¿Por qué García Pizarro escogió a Espejo para que atendiera


a su hija...? Por los antecedentes de esta peculiar familia, se deduce que
fue una decisión premeditada. La gente comenzaba a sospechar de los
espectaculares síntomas con las que se manifestaba la supuesta enferme-
dad de Josefa.

El Presidente pensó en su enemigo, para disipar los rumores,


asumiendo que por temor o agradecimiento al haberle concedido la
libertad, Espejo se pronunciaría en los términos por él esperados.

Sin embargo, la trama se vino al suelo. Eugenio, fiel a sus


principios, no encuentra justificación médica a los síntomas que aparen-
taba la paciente y denuncia el engaño.

Este episodio, -tanto el de su libertad así como el de la enfer-


medad de Doña Josefa- lo encontramos narrado con lujo de detalles en
una carta que Espejo escribe a Carlos III, el 3 de noviembre de 1787.

...le sacó libre, (Se refiere a sí mismo) dándole por toda satis -
facción el que frecuentara su casa, a título de médico de una
hija suya enferma en la ocasión del mal de ficciones, a fin de
casarla con el actual Presidente; en cuyo hecho se puede ver
una serie de maldades. Este pues, es innegable y por lo mismo
de estar fundado en contorsiones violentas, gesticulaciones
ridículas, ademanes impetuosos, convulsiones estudiadas y
risas descompasadas, expulsiones de pelos, de víboras y otros
materiales extrañísimos, con todo lo que el mismo Consejero
Pizarro, su diestra y artificiosísima mujer e hija asombraban
al vulgo, le imponían y querían hacerle creer que la enferme -
dad era hechizo o vejación del Demonio que la poseía (a su
modo de entender, de hablar y persuadir), por los encantos y
prestigios de las mujeres quiteñas; se conoce cual era de falso,
despreciable y propio del genio impostor de toda esta familia
jugadora de manos...
Marco Chiriboga Villaquirán 83

¡La familia del Presidente se convirtió en el hazmerreír de los


quiteños! La oportuna denuncia fue remedio instantáneo para que
Doña Josefa se curara de sus males y su recuperación fue tan milagrosa
y rápida, que al poco tiempo contrae nupcias con el Fiscal Juan José
Villalengua y Marfil.

De acuerdo al pacto, el flamante esposo pasa a suceder al sue-


gro, tanto en la Presidencia de la Real Audiencia, así como en la perse-
cución implacable a Espejo.

Eugenio, mientras tanto, se retira a su casa en la calle del


Mesón, ¡la que su padre Luis Chusig, Luis Benítez, Luis de Santa Cruz
y Espejo compró para que sus hijos fueran felices!
Marco Chiriboga Villaquirán 85

SEGUNDAS E G U N D A
PRISIÓN
P R I S I Ó N

DE
E L NOMBRAMIENTO DE
12
VILLALENGUA, ANUNCIADO EL
1783, SE CONCRETÓ EL 4 DE MAYO
DE JULIO DE
1784. - ¡LO QUE NOS FALTABA!- EXCLAMÓ EUGENIO. - ¡SALIMOS
DE UN MALDITO Y NOS DEJA DE HERENCIA UNO MÁS REFINADO!

El nuevo Presidente no necesitaba noticias sobre Espejo. Lo


aborrecía. Ridiculizó a su esposa y cuestionó con dureza la gestión
administrativa de su suegro.

La situación de Eugenio se tornó aún más incómoda, de tal


manera que decide retirarse por una temporada a Riobamba. Desde
Punín escribe a su confidente Luis Andramuño con fecha 5 de junio de
1785, quejándose de su situación.

Mi querido amigo:

Juzgando que volvía en breve excusé el escribirte y parece que


aún voy a la larga. No te parezca que es mucho o muy obli -
gatorio lo que tengo que hacer para acá, sino que no voy a
Quito a propósito de cierto objeto molestosísimo.

Mi Marqués se ha vuelto mudo y yo le he escrito las veces que


he podido. De Lequerica, se dio noticia que había vuelto a sus
antiguas costumbres y que habiendo tomado voluntariamen -
te “guantug”, había experimentado sus efectos. Avísame qué
hay en esto, que me duele si es verdad tan funesto accidente y
si es mentira, por ver el conato de algunas gentes que quieran
arruinar su nombre y reputación de talentos, tal vez porque
está de opositor.
86

A Villegas le llevan un cajón de libros. Procura saber qué


obras son. Si está bueno Lequerica, ninguno más a propósito
para dar idea de ellas.

(f)Eugenio.

En septiembre de 1785, la población de Quito es afectada por


una epidemia de viruela. Más de tres mil muertos confirman la grave-
dad de la peste. La ciudad tenía entonces 28.451 habitantes. Espejo
regresa de Riobamba. El día 6, el Cabildo, decide que se traslade a la
ciudad la imagen de la Virgen del Quinche, se organicen procesiones y
se le pida que interceda ante su Hijo para que alivie a la Audiencia de
su Ira Divina. Eugenio sugiere que se eviten las aglomeraciones.

- El sarampión se reproduce por contagio- afirma.

- Es un apóstata- vociferan los curas.

- El Señor castigará su ignorancia- dicen los médicos.

- Las autoridades deben tomar medidas sanitarias. El aseo de


la ciudad y de las personas harán por el pueblo mucho más que las ora-
ciones- insiste, y como siempre que Eugenio intervenía y vertía sus opi-
niones, se armó el revuelo.

La situación era inquietante.

El jueves 8 de septiembre el Cabildo ordena que las boticas


despachen los medicamentos a mitad de precio y dicta una Ordenanza
dirigida a los médicos:

En los barrios la gente pobre está en un total desamparo por -


que los médicos, olvidados de la obligación que como tales
tienen de visitar a los enfermos que les llaman, sólo asisten a
los ricos y los infelices pobres sufren el mayor desconsuelo. Se
Marco Chiriboga Villaquirán 87

manda comparecer a los médicos para intimarles que desde


hoy, cada uno debe destinar tres horas en el día para visitar
en el barrio que se les asigne a los enfermos que les llamaren,
sin demandar a los pobres cosa alguna... Se les señalará por
cada visita el honorario de cuatro reales, bajo el apercibimien -
to de que de excederse, se procederá contra ellos con la seve -
ridad correspondiente...

A Eugenio se le asigna a su propio barrio, el de San Sebastián.


Cada barrio tenía un Regidor, a él le correspondió trabajar con José
Guarderas.

El día 17, el Cabildo solicita un préstamo de 500 pesos para


cubrir los costos de la campaña. La sugerencia de asear la ciudad hecha
por Espejo es aceptada y el martes 27 se cita a los principales médicos
para que se reúnan en Junta con fray Joseph del Rosario, en el conven-
to de San Agustín y elaboren un plan emergente. Al betlemita se le comi-
siona para que redacte un manual de higiene básico, escrito en términos
comunes para que pueda ser comprendido por el pueblo.

En sesión del 7 de octubre, alguien menciona que en los pri-


meros días de abril de ese año se recibió de la Corte, un manual escri-
to por el doctor Francisco Gil, de la Real Academia de Madrid, sugi-
riendo varios métodos para controlar las pestes. El Cabildo decide
evaluar el estudio y averiguar si es aplicable. Después de agrias discu-
siones, se acuerda encargar la elaboración del informe al doctor
Eugenio Espejo y a Juan Pío Montúfar, Alcalde de segundo voto, para
que se lo comunique.

- ¿Estás seguro…? ¿Bern a rdo Delgado no se opuso...?-


Eugenio no podía creer que se le hubiese asignado la misión.

- Por supuesto que hubo oposición: Villavicencio, Morán,


todos hicieron partido con Delgado, pero en el Cabildo sabemos que
ninguno tiene capacidad para emprender un trabajo de esta magnitud.
88

Los mediocres no tuvieron más remedio que aceptarlo ¡Manos a la


obra... demuéstrales de lo que eres capaz!- Dicho esto, Montúfar salió
dejando a Eugenio sumido en el asombro.

- El Cabildo me nombra para que presente un informe, padre-


dijo entre dientes y elevando la mirada al cielo - ¿Qué te parece doctor
Luis Espejo...? Bien... El Cabildo recibirá un informe de tu hijo
Eugenio... pronunció en voz alta y se puso a trabajar.

En la seguridad de que sus colegas colaborarían en un asunto


tan grave, les dirige una petición solicitando información acerca del
número de casos que han atendido, lugar donde se encuentran ubicados
los afectados, síntomas que presentan, etc.

Muy Señor mío:

Para verificar el papel que el M.I. Cabildo se sirvió mandar -


me ayer que hiciera, me es indispensable saber hoy mismo,
cuántos virulentos y leprosos se hallan en el barrio al que Ud.
ha sido destinado, el nombre de la calle, el número que corres -
ponde a las casas, quiénes son los dueños de éstas, el sexo de
los contagiados y las demás circunstancias que Ud. juzgase
conveniente comunicarme.

En lo que creo se halla motivo de cooperar a las intenciones


del Rey y hará Ud. un favor a su atento servidor.

8 de Octubre de 1785
(f.) Dr. Eugenio Espejo.

¡Los médicos quiteños no respondieron!

- El indio Chusig no puede estar sobre ustedes.- comentó


Joseph del Rosario a quienes se acercaron a consultarle qué hacer con
Marco Chiriboga Villaquirán 89

la comunicación recibida. -Es un curandero al igual que fue su padre,


mi paje- recalcó el fraile. -Yo no le daría contestación alguna.

A pesar del poco tiempo del que dispone entre atender a sus
propios pacientes y cumplir con los enfermos del barrio de San
Sebastián, redacta con ímpetu febril el informe. El viernes 11 de
noviembre de 1785 lo presenta al Cabildo:

Reflexiones sobre la utilidad, importancia y conveniencias


que propone Dn. Francisco Gil, Cirujano del Real Monasterio
de San Lorenzo, y su sitio, e individuo de la Real Academia
de Madrid, en su disertación físico médica, acerca de un méto -
do seguro para preservar a los pueblos de las Viruelas.

(f) Dr. Francisco Xavier Eugenio de Santa Cruz y Espejo.

El Cabildo reunido, ordena al Secretario que de lectura al


documento. Las conclusiones a las que llega el informe de Espejo los
toma por sorpresa: resume el estado de la ciudad de Quito en cuanto a
las condiciones de higiene en la que viven sus habitantes y convierte a
sus Reflexiones en una estudio a fondo acerca de la decadencia econó-
mica, intelectual y espiritual en la que se encuentra la Audiencia.

Basado en las teorías de Juan Bautista Aguirre, quien fuera su


maestro, llega a sus propias conclusiones:

Existe un mundo diminuto que sobrepasa el poder de nuestra


vista, pero que actúa en el ser humano: son gérmenes, que no
sólo viven en el agua y los alimentos, sino también en el aire,
y con el aire que se respira penetran en el organismo y ocasio -
nan enfermedades. Ese es el origen de los contagios y las pes -
tes. El gobierno debe actuar en beneficio del pueblo, obligan -
do a los médicos a brindar atención gratuita a los pobres y
debe asignar un presupuesto para mantener una campaña per -
90

manente para erradicar la peste. Así el pueblo creerá que hay


realmente un Gobierno.

La ignorancia en la que se encuentra sumido el pueblo, es la


principal causa para la propagación de las epidemias. El gobier -
no jamás se ha preocupado de atender las necesidades de sus
g o b e rnados y estos territorios no re p resentan más que fuentes
de ingreso personales para los agraciados con una posición o
g r a n e rospara nutrir las necesidades de la Corte española.

Nada se hace en materia de salud e higiene: Acá, los azotes


nuestros parece que están en la persuasión de que es un azote
del cielo, que envía a la tierra Dios en el tiempo de su indig -
nación. Por lo mismo, haciéndose fatalistas en línea de un
conocimiento, creen que no lo pueden evitar por la fuga, y
que es preciso contraerlo o padecerlo como la infección del
pecado original...

Es necesario que se dicten normas de higiene urbana: como la


instalación de retretes en cada casa quiteña, que no se arroje basura en
las puertas de las casas, que el agua servida no corra por las calles, que
no se críen puercos en las casas.

Advierte los daños a la salud que provocan el aguardiente y la


chicha y pide una intervención contra los centros de expendio de estos
productos.

Señala que la distribución ecuánime de la riqueza; el mejorar


las condiciones de vida de la población y crear fuentes de trabajo bien
remunerado, deben ser preocupaciones fundamentales del Gobierno:

Entretanto el hacendado va haciendo su bolsa a costa de la


miseria y hambre del pueblo. Y mientras mayores son éstas,
más encarece su trigo, vende el más malo y carga sus grane -
ros del bueno.
Marco Chiriboga Villaquirán 91

La gente de alguna comodidad, come con abundancia: la rica


puede presentar en su mesa sin mucha diligencia, afán ni
costo, manjares muy exquisitos y capaces de lisonjear la gula
de los mismos que se jactan de haber comido con esplendidez
en Europa. Pero la “gentalla”, esta que parece tener alma de
lodo por inopia, no se atreve a gastar al infeliz medio real que
coge en pan, sino por hacerle más durable su socorro, le
expende en harina de cebada. De esta desigualdad de condi -
ciones resultan estas monstruosidades de parecer una tierra
fértil, y al mismo tiempo estéril.

Critica a los administradores municipales, a aquellos que le


solicitaron que elabore el estudio. Los acusa de permitir la libre elabo-
ración de licores espirituosos; la especulación en el precio de los víveres;
su indolencia en atender la limpieza de las calles. Arremete contra la
pobre atención que se da a los enfermos, principalmente en el hospital
San Juan de Dios, administrado por los padres betlemitas, entre los que
se encuentra Joseph del Rosario, considerado la máxima autoridad
médica de la época.

¡El escándalo que se produjo una vez terminada la lectura fue


mayúsculo! Joseph del Rosario, perdido la compostura gritaba: - ¡Me
las pagarás Chusig!- y dirigiéndose a los consternados miembros del
Cabildo: - ¡Cómo han permitido que un indio nos insulte...!

Bernardo Delgado y varios Regidores tuvieron que intervenir


para apaciguarlo. El rumor corrió por toda la ciudad. - ¡El doctor
Francisco Xavier Eugenio de Santa Cruz y Espejo ha vuelto a sus anda-
das!- era el comentario - ¡Que Dios le tenga compasión...!

Juan Pío Montúfar recibe una de las primeras copias manus-


critas de Reflexiones y la envía a un primo suyo en Madrid el 18 de
noviembre de 1785.
92

A Dn. N. Montoya, en Madrid

Amadísimo Primo:

Te escribo porque se me hace necesario hacerte conocer el dis -


tinguido talento de un joven, íntimo amigo mío. A éste le
mandó el Cabildo de esta ciudad hiciera el papel que adjunto
y en tres semanas, sin faltar a sus visitas, ni dejar de recibir -
las, lo acabó y presentó a dicho Cabildo.

Por mi sugestión, y por particular inclinación que él tiene al


Sr. Ministro Gálvez, se lo ha dedicado y remitido un ejemplar
manuscrito. Hazme el gusto de presentárselo a mi nombre y
de mi amigo el Dr. Espejo.

Dile que tendrá sus faltas, es un americano el que lo ha hecho;


y que no haga caso de los yerros de ortografía, que son indis -
pensables aquí, y no hay como hallar escribientes hábiles y
que por otra parte, la prisa no ha dado lugar ni a correccio -
nes ni a otra cosa mayor. Como dije, admite a tu estimación
y amistad a este mi amigo, por quien puedo decirte que me
muero, y haz que el Sr. Ministro no lo olvide porque a la ver -
dad, mi paisano tiene grandes miras, no de ambición, sino de
servir a la Patria como filósofo.

(f) Juan Pío Montúfar.

Transcurrió un mes desde que presentara sus Reflexiones y


continuaban los enfrentamientos entre los aludidos y los miembros del
Cabildo que recomendaron su nombre para que fuese el autor de lo que
calificaban de libelo ponzoñoso. Finalmente, en sesión del 13 de diciem-
bre, para poner punto final al asunto, se decide hacer algunas recomen-
daciones a Espejo:

Que habiéndose acordado en este Cabildo los arbitrios que se


podrán tomar para que se pusiese en efecto la Casa del Campo
Marco Chiriboga Villaquirán 93

que sirviese de hospitalidad para precaver el contagio del mal de


v i ruelas y otros igualmente epidemiales, se esté a la providencia
dictada en el Expediente que se sigue sobre el particular...

Y respecto a que en este mismo Cabildo ha tenido atención al


papel que de común acuerdo con los Médicos se mandó al
Doctor Espejo que hiciera, adoptando el proyecto de Dn.
Francisco Gil, dijeron que no es dudable el empeño de dicho
doctor Espejo a la confianza que se le cometió, tampoco lo
a p reciable de los arbitrios políticos que ha propuesto para segu -
ridad de la salud pública, habiéndose hecho por todo digno de
que se le den las gracias, teniéndose presente su mérito.

Pero, habiéndose advertido por los escritos que han presenta -


do tanto los religiosos Bethlémicos del Hospital de la
Caridad, como los médicos, Dn. Bernardo Delgado y Dn.
Miguel Morán, que varias de las expresiones contenidas en
dicho papel, se han querido glosar de satíricas e injuriosas:
para que quitado del medio este inconveniente y los más que
pudieran seguirse si no se cortase la inteligencia que se ha pre -
tendido dar, corra dicho papel en lo provechoso y útil, para
que considerado se medite sobre su adopción.

Acordaron que el Asesor del Ayuntamiento advierta a Espejo


lo que se ha tratado y conferido, a efecto de que se separe del
expresado papel todas las expresiones que puedan tener que -
rellosas por interpretaciones que se le den y corregido que sea,
se pase al Sr. Presidente...

Montúfar, al terminar la asamblea, se dirigió a la casa de su


amigo. Debía entregar a Eugenio el oficio del Cabildo. Estaba contrariado.
-Son unos imbéciles... No logran o no quieren comprender que las cosas tie-
nen que cambiar. Que lo que has dicho en tus Reflexiones es cierto.

- ¡Ya lo esperaba!- respondió Eugenio después de leer el acta


que le alcanzó Juan Pío. - Lo que se traduce de la lectura de este mise-
94

rable papel, a pesar de la sutileza de redacción que emplean, es que mi


trabajo no ha sido aceptado. ¿Sabes lo que haré con las recomendacio-
nes que insinúan los señores del Cabildo...? ¡Nada! ¡No cambiaré una
sola palabra...! ¡Así lo escribí y así se queda...!

Los ofendidos se hicieron presentes en el despacho de


Villalengua.

- Señor Presidente, es hora de que Ud. intervenga. Ni Vuestra


Merced ni nosotros podemos seguir soportando las insolencias de
Espejo.

¡El impacto causado por las Reflexiones no era un asunto que


olvidarían fácilmente!

Villalengua quiso resolver el asunto en la brevedad posible y


lo mandó a comparecer en su despacho.

- Doctor Espejo, tenemos un problema que estoy seguro me


ayudará a resolver- comenzó, - Unos cuantos ciudadanos se encuentran
ofendidos por sus escritos y han venido a solicitarme que razone con
usted, quiero que se retracte de las observaciones que se ha permitido emi-
tir acerca de los frailes betlemitas, el doctor Delgado, algunos honorables
m i e m b ros del Cabildo y varios de nuestros comerciantes y comuneros y
créame- insistió -si accede a este simple pedido, todos viviremos en paz-.
El Presidente tomó un respiro y siguió -Se me ha dicho que las afirm a c i o-
nes que hace en R e f l e x i o n e s carecen de sustento científico, de tal manera
que no le costará trabajo aceptar que se equivocó. Se me ocurre- sugirió
-que podría alegar que fueron escritas en muy poco tiempo, y que debido
a esa premura, cometió erro res de los que ahora se arrepiente.

Eugenio sintió que la sangre le hervía y apretó los puños para


contener la indignación que sentía.

- Confié que su mandato representaría un adelanto y no una


concesión miserable a la mediocridad en la que hemos vivido todo este
tiempo, señor Presidente. Es posible- añadió -que yo pueda estar equi-
Marco Chiriboga Villaquirán 95

vocado en mis conceptos filosóficos puesto que son el producto de una


decisión del espíritu. Pero- exclamó - ¡La ciencia es un hecho concreto!
La estupidez no puede ser ni galardonada ni perdonada. Vuestra
Excelencia sabe que el doctor Delgado es un pobre hombre, digno de
lástima, si quiere, pero un pobre hombre al fin y, Vuestra Excelencia,
está consciente que el Hospital de la Misericordia es una desgracia
pública, en donde los enfermos son tratados vilmente.

- A pesar de los esfuerzos de su administración por dotar a la


ciudad de una Alameda, empedrar las calles y pintar las casas con cal,
esta sigue siendo un gigantesco chiquero. Pero en todo caso- concedió
Eugenio al comprender que era inútil cualquier alegato -si en mi afán
por conseguir la felicidad y bienestar del pueblo al que me pertenezco y
al que me debo, me he convertido en un estorbo para su gobierno y para
los que usufructúan de esta miseria, me iré a vivir en Lima.

Villalengua no supo qué responder. La arrogancia de Espejo


debía ser castigada, y controlando su ira, acertó a replicar -Puede hacer
lo que mejor le convenga, doctor Espejo. Usted sabe que en Quito tiene
muchos enemigos y es posible que en Lima pueda difundir sin dificul-
tad y oposiciones las luces que usted dice poseer.

Limitado y sin posibilidades, Eugenio comunicó a sus herma-


nos la necesidad de ausentarse:

- Es conveniente salir por un tiempo. En Lima tengo amigos;


podré ejercer la profesión y escribir sin problemas. ¡Mira a Juan Pablo!
Manuela, por mi causa no le conceden una parroquia digna de su talen-
to-. Ella sabía que el viaje estaba decidido y se ocupó de empacar lo
necesario.

Eugenio y Manuela adelantaron viaje y el 25 de octubre,


Juan Pablo los alcanza en Guaranda llevando noticias de Quito y
carta de Andramuño. - Se ha publicado el trabajo de Joseph del
Rosario. Se titula Instrucciones al pueblo sobre el modo sencillo y
fácil de curar el sarampión- le informa -Tiene fecha 1 de octubre de
1786, pero recién sale a circulación. El fraile está feliz-. Eugenio reci-
96

bió la noticia con evidente molestia y, disgustado, escribe a Luis de


Andramuño:

Amadísimo Lucho:

Los zambillos que matan y cortan, parece que andan forman -


do chorizos y ensaladas con motivo de la Orden Real sobre
que describan el método curativo observado en el sarampión.
Ellos que apenas saben aparejar mulas de coche... Que den
gracias al cielo que me hallo ausente y no me acuerdo de ellos
sino para reírme un rato contigo. Pero por esto mismo, busca
el papelote que hayan escrito y trata de remitírmelo; reiré más
a costa de estos salvajes. El frailito (sic) siempre fue de plomo,
Morán lo es menos.

(f) Eugenio.

- Te imaginas, Manuela ¡El fraile ignorante autor de un


manual para curar las viruelas! Los que sigan sus instrucciones morirán
con la lectura- y añadió -Descansaremos unos días y seguiremos a
Riobamba. Conseguiré algunos pacientes para ganar unos centavos que
nos ayuden a continuar el viaje.

Su arribo a Riobamba no pasó desapercibido. A la entrada de


la ciudad lo esperaba una comisión de los curas de la localidad y sor-
prendido pidió razón para el extraño recibimiento. Por regla general los
religiosos procuraban mantenerse alejados de su contacto. La explica-
ción que le dieron fue que querían contratar su asesoría legal para res-
ponder a una denuncia que el Alcalde y Comisionado de la Real Colecta
de Tributos, Ignacio Barreto, había presentado a la Audiencia en Quito.

- Se trata de un ofensivo informe en el que con malicia se nos


acusa de que las alcabalas que se recogen en la provincia han dismi-
nuido, debido a las extorsiones con las que sometemos a los indios-
insistieron. - La verdad de los hechos- doctor Espejo - Es que entre el
Marco Chiriboga Villaquirán 97

Alcalde y el licenciado José Miguel Vallejo roban al Tesoro Real y


para cubrir su delito, pretenden convert i rnos en culpables de sus pro-
pios desmanes.

- El mismo Villalengua, cuando se desempeñaba como Fiscal


y Juez Visitador de Indios, al no recibir el porcentaje de las contribucio-
nes que nos exigía a nombre del entonces presidente García Pizarro,
emitió un escrito parecido, se enemistó con nosotros y ahora que es el
jefe, ha encontrado la manera de vengarse imponiéndonos multas impo-
sibles de pagar- y continuaron - Lucas Muñoz Cubero actúa como Juez
del Tribunal y él no es más que la voz obediente del Presidente y como
era de su conveniencia, sentenció en nuestro perjuicio.

Al escuchar el nombre de Vallejo, Eugenio se puso en estado


cómo de alerta. Guardaba memoria de la vil manera como lo traicionó
fingiendo ser su amigo y lo delató para que lo tomaran preso allí
mismo, en Riobamba, por orden del presidente García Pizarro.

- ¡Así que José Miguel Vallejo está involucrado en este asun-


to!- comentó.

- Así es- respondieron los eclesiásticos. - El redactó el


Informe. Todos conocen que Barreto es incapaz. Entre Vallejo y un tal
Darquea que conocen sus debilidades, lo manipulan para cometer sus
delitos. Tenemos una copia del informe para que Vuestra Merced lo
estudie. Confiamos que decida ayudarnos- rogaron y pusieron en sus
manos el legajo de papeles.

Eugenio conocía la historia de Barreto. A más de ser un juga-


dor consumado, fue enjuiciado por estafa en Lima y era público que
derrochó con prostitutas el importante patrimonio que Ramona
Vicuña, su esposa, le dejó al morir. De sus romances, los más escanda-
losos fueron los que mantuvo con Micaela Cosío y ahora... nada menos
que con María Chiriboga de Villavicencio, mujer casada como la ante-
rior y con quien no tenía inconveniente de exhibirse a cielo abierto.
98

- Linda pareja- exclamó Eugenio -¡Vallejo y Barreto!

Vallejo también tenía su historia. Fue criado por Beatriz


Marín, una conocida prostituta, que eventualmente se convirtió en
amante de un cura. Para graduarse de abogado falsificó documentos y
se presentó como hijo de nobles. Luego a través de negocios turbios
logró situarse socialmente en Riobamba. Vivió en concubinato con
Beatriz Yépez con la que tuvo dos hijos, a la que abandonó por María
Benavides, esposa de un empleado suyo.

- Linda pareja- volvió a exclamar -¡Vallejo y Barreto!

Pasados unos días, Eugenio había llegado a una conclusión.

- Esta infamia titulada Informe fue escrita por Vallejo. No me


caben dudas, Juan Pablo. A pesar de ser un hombre de bajos instintos,
no se le puede negar un cierto nivel de cultura. Yo mismo le debo por
unos libros que me interesé de su biblioteca y me los vendió en mi
memorable viaje anterior a Riobamba; en cuanto tengamos unos dine-
ros me lo recuerdas para remitírselos. ¡No quiero asuntos pendientes
con este mal hombre!

- He estudiado el papel y estoy perplejo. La manera cómo


trata a los indios me ha indignado. ¡Es inaudito!

- Me haré cargo de este asunto, lo haré y no por los curas, que


son otros sinvergüenzas. Lo haré porque es una injusticia permitir que
en la Corte se tenga este ruin y falso concepto de nuestros hermanos-
manifestó indignado. - Escucha esto- se dirigió a su hermano y dio lec-
tura a los textos subrayados:

Las introducciones supersticiosas que se experimentan en


aquellos actos principalmente en los días de la conmemora -
ción de los difuntos, día horrible, en el que se ve un espectá -
culo semejante al de una fábula del barquero de Aqueronte,
porque no se permite entrar en las iglesias de las aldeas al
Marco Chiriboga Villaquirán 99

indio que no paga una moneda o dos de plata; y dentro de la


Iglesia, con el pretexto de rezar algunas oraciones vocales, los
Presbíteros y los Párrocos concurrentes recogen el dinero de
los indios, aves, pan y otras especies comestibles. La suma
indecencia y desaseo de este día, es intolerable para un lugar
tan santo y sagrado...

A más de estar propagada en los indios la superstición y vana


tradición de que las ánimas comen lo que por vía de ofrenda
se les pone; y lo que jamás han procurado los Ministros des -
arraigar a los indios, y antes sí, los han dejado en su ignoran -
cia carísima y la hacen tolerar los curas y sus coadjutores por
el interés que se les sigue... estos son regularmente los que
tiranizan a los demás tributarios, les cobran el doble o triple
del tributo, les estafan cuanto pueden, volviendo odioso el
nombre del Rey, le hacen temer como a una fiera que bebe y
tiene sed de su sangre...

- ¡La situación es clara!- reflexionó -Aquí tenemos a dos


ladrones: los curas que roban a los indios en el nombre de Dios y
Barreto y Vallejo que lo hacen a su propio nombre y para justificar que
la parte que le corresponde a su socio Villalengua no es la que él espe-
ra, acusan a los curas de extorsionar a los indios hasta dejarles sin dine-
ro para tributar.

Conmovido ante la maligna intención del Informe, decide que


es su obligación refutar el contenido del mismo y que era imperativo
hacerlo llegar directamente al Rey, explicando la verdad y poniendo en
su conocimiento los atropellos a los que eran sometidos los indios,
tanto por las autoridades eclesiásticas, así como por las civiles.

Inicia la redacción de la Defensa o Representación de los


curas del Distrito de Riobamba, hecha en la Real Audiencia de Quito,
para impedir la fe que se había dado a un informe que contra ellos pro-
dujo Dn. Ignacio Barreto.
100

¿... Por qué los indios han de merecer, que pensemos siniestra -
mente de todas sus prácticas e intenciones? Ellos son raciona -
les, como todos los hombres; cristianos como todos los que
abrazan el Evangelio; hermanos nuestros, como lo son entre
sí todos los hijos de Adán y, por lo mismo, dignos de que los
tratemos con caridad...

La imbecilidad de los indios, no es imbecilidad de razón, es


imbecilidad política, nacida de su abatimiento y pobreza, así,
lo que tienen es timidez, cobardía, apocamiento, consecuen -
cias ordinarias en las naciones conquistadas. Y así, más es el
horror que tienen a un mandón, a un cacique o cobrador de
tributos...

Redacta. Su alma se vuelca en describir las injusticias y el


dolor de sus hermanos.

El 12 de enero de 1787, llega el nombramiento que Juan


Pablo esperaba de Quito. Lo destinaban al curato de Balzar. - Es una
parroquia importante, hermano- le convence Eugenio. - Creo que debes
ir. No te preocupes por nosotros. Manuela cuida de mí y tu debes
demostrar tus talentos. No te preocupes, estaremos bien.

Vallejo y Barreto, informados que Espejo ha decidido tomar


bajo su responsabilidad la defensa de los curas, se alarman. Su preocu-
pación es mayor, puesto que ha dejado saber que la haría llegar directa-
mente a España.

- Estoy seguro que involucrará a Villalengua y García Pizarro-


reflexiona Vallejo.

- Debemos informar al Presidente.

Mientras tanto, Eugenio empapado de la vida en la ciudad,


recibe detalles del romance que viven Barreto y María Chiriboga, hija
Marco Chiriboga Villaquirán 101

del doctor José Chiriboga y esposa del Capitán de Milicias, Ciro de


Vida y Torres, comprueba otras inmoralidades cometidas por el grupo
y decide prolongar su estadía en Riobamba.

A partir del 7 de marzo de 1787, publica una serie de diez art í-


culos titulados Cartas Riobambenses. En ellas denuncia los desmanes
cometidos por Vallejo, Barreto y la relación que éste mantiene con María
Chiriboga y a pesar de que disfraza con nombres ficticios a los personajes
que aparecen en las Cart a s, todos comprenden sin dificultad a quienes se
re f i e re: Va rgas es Barreto; Cabrera es Vallejo; Cepeda es Darquea; Pedro
Monteverde es José Chiriboga; Madamita Monteverde, su hija María.

¡El escándalo que se forma en Riobamba es mayúsculo...!

Vallejo convoca a Barreto y éste se presenta con su amante.

- Tenemos que callarlo- se lamenta María Chiriboga y


Villavicencio. - ¡Mi padre, mi familia, Ciro...! ¡Todos están enterados!-
Vallejo permite que sus compinches desahoguen sus disgustos y les
comunica:

- Iré a Quito. Voy a ofrecer al Presidente un plan que le per-


mitirá deshacerse de Espejo y esta vez... para siempre. Confíen en mí.

María Chiriboga, exasperada, asegura que iniciará un juicio


penal contra Espejo y que para dar mayor fuerza a su acusación, se val-
dría no sólo de las influencias de su padre, sino de la amistad que man-
tiene con el fraile Joseph del Rosario.

Villalengua recibió a Vallejo. Estaba de mal humor. Las noti-


cias que tenía de Riobamba no eran halagadoras. En Madrid, según su
suegro, existían graves denuncias contra su gobierno. Por otra parte,
Celestino Mutis, considerado la máxima autoridad científica de la
época y persona mimada por la Corona, requería su cooperación para
dar inicio a la expedición científica que por orden del Rey se encontra-
102

ba preparando, y tenía como fin, realizar un estudio exhaustivo de la


flora y fauna del Virreinato de Nueva Granada, incluyendo los territo-
rios de la Real Audiencia de Quito.

En su comunicación, Mutis le menciona que está al tanto de


los problemas de Espejo y le pide, a manera de favor personal, que
interponga sus buenos oficios para que estos se superen, puesto que era
su deseo incluirlo en el proyecto.

- Tengo a Espejo en Riobamba... su sombra anda vagando por


los pasillos de la Corte en Madrid... su firma está en cada pasquín que
aparece en Quito... Los curas me presentan quejas... Los médicos me
piden que cancele su licencia... Los abogados no lo quieren en los
Tribunales... y ahora le aparece un benefactor en Nueva Granada...

¡No sé qué voy a hacer con esta maldición que se apellida


Espejo!

Para lo que tenía en mente, la situación emocional en la que


encontró al Presidente le vino de maravillas. Vallejo conocía al detalle
los pecados de García Pizarro y Villalengua. Sabía los hilos que tenía
que mover dentro de su sensibilidad para decidirlo a actuar.

- Vuestra Merced tiene mil razones para estar disgustado. En


Quito aún se comenta el ridículo en el que expuso a su digna esposa- le
recordó. - Esa es razón suficiente para que Vuestra Excelencia tome
represalias. Luego, no olvide que insultó a su señor suegro, tanto que lo
tuvo en prisión por casi tres meses- sugirió. - Y ahora, con esta Defensa
de los curas, es a usted a quien quiere causar daño, Barreto y yo no
somos más que comparsas...- y para rematar, tocó un punto muy sensi-
tivo en la vanidad del Presidente: - Fue Espejo quien negó la autoriza-
ción para que Vuestra Excelencia ejerza una cátedra en la Universidad
de Santo Tomás. Por otra parte- le informó - Doña María Chiriboga,
una dama de la alta sociedad de Riobamba ha sido acusada de vivir en
pecado con nuestro querido señor Barreto- exclamó fingiendo indigna-
Marco Chiriboga Villaquirán 103

ción - Si Vuestra Excelencia no lo detiene ahora, ¡A qué extremos vamos


a llegar!

Villalengua captó el mensaje.

- Vallejo es un farsante- recapacitó. - Odia a Espejo y eso me


conviene. Lo del romance de María Chiriboga y Barreto es cierto. José
Rengifo, mi ayudante me lo ha comentado, pero el asunto puede ser
útil. Definitivamente, es un infeliz al que puedo utilizar en mi beneficio.
Además, es preciso actuar o el mestizo acabará con todos nosotros y la
carta de Celestino Mutis, se convierte en un instrumento útil.

¡La persecución contra Espejo había sido decretada! El plan


de Vallejo presentaba muy buenas perspectivas:

1.- Se acusaría a Espejo de ser autor del libelo subversivo titu-


lado La Golilla en el que se menoscaba la dignidad del Rey. Vallejo ase-
guraba contar con testigos idóneos y tener pruebas fehacientes sobre
este particular. Se trataba de un acto de sedición castigado duramente
por las leyes españolas.

2.- Era necesario atraerlo a Quito para tenerlo vigilado. Las


cartas de Celestino Mutis a la Presidencia y a Juan Pío Montúfar para
que se incorpore a su expedición científica, eran buen argumento.

3.- María Chiriboga presentaría su demanda y Joseph del


Rosario, comprometido a servir de testigo, aprovecharía la oportunidad
para aportar pruebas que demostrarían que era el autor de los pasqui-
nes subversivos que aparecían pegados en las paredes de la ciudad.

¡El plan era perfecto!

Sin embargo, a Villalengua le preocupaba que la aparición del


libelo La Golilla, en el que supuestamente Espejo insultaba al Rey, lla-
mándolo entre otras cosas Rey de barajas y se mofaba del Marqués de
104

Sonora, Secretario del Despacho Universal de Indias, había ocurrido en


1780, esto era siete años atrás y las autoridades jamás pudieron obte-
ner una copia del folleto.

- Espejo tiene en Riobamba copia del original escrito de su


puño y letra. Yo lo he visto- mintió Vallejo. - Él lo tiene, Excelencia y
además los delitos de subversión no prescriben...

Ante la seguridad que le ofrecía Vallejo de obtener las prue-


bas materiales, se dejó convencer y solamente dijo: - ¡Procedamos!

El correo de los rumores era más rápido que el ordinario, de tal


manera que Eugenio, enterado de la reunión entre Vallejo y Villalengua,
sospecha su contenido y envía una nota en términos comedidos al
P residente, poniéndole al tanto de su proyectado viaje a Lima. El 8 de mayo
de 1787, escribe a Andramuño y le expresa que desea regresar a Quito.

Primero, se siente enfermo; segundo, no tiene dinero para


continuar el viaje y tercero, le preocupan los manejos de Vallejo. El 5 de
junio vuelve a insistir a su amigo sobre su necesidad de llegar a Quito.
Las cosas iban tomando un cariz peligroso y preocupado por la seguri-
dad de su hermana, el 19 de julio se dirige al Virrey de Nueva Granada,
Antonio Caballero y Góngora, le expone su situación y solicita permi-
so para trasladarse a España.

Con el fin de atemorizarlo, Vallejo hace correr el rumor que


Villalengua está indignado y que José Rengifo, el rufián que se encarga-
ba de los trabajos sucios del Presidente se encontraba en Riobamba
para asesinarlo.

El 14 de agosto, Eugenio escribe a Andramuño. Su situación


es desesperada.

Mientras tanto, Villalengua consulta el plan con Joseph del


Rosario y le hace conocer sus dudas acerca de que Espejo guarde una
copia de La Golilla.
Marco Chiriboga Villaquirán 105

- Si Espejo la tiene en su poder como asegura Vallejo, enton-


ces se hace necesario capturarlo inmediatamente en Riobamba y requi-
sar ese y cualquier documento subversivo que estoy seguro guarda con
él- aconseja. - Traerlo a Quito para tenerlo bajo vigilancia, sería correr
el riesgo de que desaparezca ¡Sobre todo en la noche! No olvide Vuestra
Merced que Chusig en el idioma de ellos, los indios, significa lechuza.
De la misma manera, el fraile sugiere que el Presidente se entreviste con
Juan Pío Montúfar para obtener de él una copia de la carta de Celestino
Mutis.

El Presidente sigue al pie de la letra las sugerencias y cita al


Marqués en su despacho.

- Necesito su ayuda, señor Marqués- le dice - El doctor Espejo


y yo hemos tenido diferencias que deben ser superadas. Su naturaleza le
hace reaccionar contra mi persona y estimo que por el bien de la
Ciencia, debemos incorporarlo a una empresa tan noble como la que
propone el doctor Mutis. Sé que Vuestra Merced ha recibido una comu-
nicación al igual que yo, en el sentido de que convenzamos a nuestro
admirado rebelde para que preste su contingente en la misión en la que
se encuentra empeñado.

A Montúfar no le sorprendió que el Presidente estuviese en


conocimiento de su correspondencia personal, puesto que él mismo
comentó públicamente la invitación de Mutis a Espejo. Al contrario,
se sintió feliz con la propuesta que le hacía Villalengua. Su afecto por
Eugenio estaba sobre todas las sospechas y aceptó prestar su cart a
para que fuese incluida en la invitación que el Presidente estaba a
punto de enviar a Espejo, pensando ingenuamente que estaba colabo-
rando para que su querido amigo no abrigase ningún recelo en volver
a Quito.

Con estos documentos en su poder, Villalengua escribe a


Espejo el 24 de agosto de 1787; y, a su propia carta, adjunta las copias
de las enviadas por Mutis a Pío Montúfar y a él mismo.
106

Sr. Dr. Dn. Eugenio de Santa Cruz y Espejo

...Porque la demora que se advierte en el viaje que resolvió


Ud. emprender para el Perú me persuade a que tal vez no lo
continúe, o por lo menos que no le insta mucho el verificarlo
con prontitud, caso que así sea, espero que se presencie Ud.
en esta ciudad cuando tenga proporción para ello por conve -
nir su venida a diferentes asuntos interesantes al público.

Dios guarde a V. M.

(f) Juan José Villalengua.

Adj. Carta de Celestino Mutis al Presidente

...Me adelanto también a implorar la protección de V.S. a


favor de Espejo. Tengo largas noticias de este joven. Quiero
amoldarlo a mi modo de pensar y en ello pienso no tener
mucho que trabajar por la buena disposición de la materia.
Espejo sabrá corresponder a la generosa protección de V.S. y
dejará desempeñadas completamente todas mis ideas.

(f) Celestino Mutis.

Adj. Carta de Celestino Mutis a Montúfar

Señor Dn. Juan Pío Montúfar

¿Tendría Ud. corazón para haberme privado del grande gusto


que he tenido con la lectura del arrogante papel de nuestro
Espejo? ¿Y también quiso usted hacérmelo leer tan de carre -
ra? Lo he leído de la cruz a la fecha, con igual gusto al acabar
que al comenzar, y creo tenerlo no menor cuando consiga el
impreso. (Se refería a Reflexiones)
Marco Chiriboga Villaquirán 107

Se haría increíble, si Espejo no hubiera dado un testimonio


auténtico; es extraordinario que un joven sin maestros, sin
libros en abundancia y sin compañeros con quienes pudiera
pulir sus conocimientos, esto es, en el centro de la rusticidad
y barbarie de la bella literatura, se haya podido templar al
buen gusto. Con razón se le hizo la justicia en Europa a este
papel, donde abundan los buenos conocedores. Ya no descon -
fío de adelantar mis proyectos en aquella provincia teniendo
allí a un hombre de tan superiores talentos. ¡Oh, si con la
ayuda de Espejo pudiéramos formar la flora de Quito! ¡Dios
me conceda este gusto!

Mariquita, 26 de julio de 1778(f) J. C. Mutis.

Espejo recibe la invitación de Villalengua y a pesar de su des-


confianza, las cartas de Mutis que vienen adjuntas, vencen sus resisten-
cias. Manuela no está convencida

- Presiento que se trata de un engaño. ¡De pronto tanta bon-


dad... creo que debemos seguir viaje a Lima!

Receloso aún, escribe el 29 de agosto a Andramuño. Su vani-


dad se encuentra motivada por las invitaciones del presidente
Villalengua y Mutis, avalizadas por su amigo Juan Pío... Manuela insis-
te – Xavier Eugenio... ¡No debemos ir!

El día lunes 17 de septiembre, Eugenio toma una decisión y


escribe a Villalengua:

Hállome favorecido con la que V.S. se ha dignado escribirme.


Dirigiéndose a decirme que me presencie en esa ciudad. Me
trata sobre mi mérito con las atenciones y afectos de su parti -
cular benevolencia; pero por lo mismo, me pone en la necesi -
dad de escuchar y obedecer esta insinuación como un precep -
to superior muy positivo...
108

Reconocido, desde luego, trato de presenciarme en ésa en la


siguiente semana, deseoso de cooperar a los altos designios
que tiene V.S. de beneficiar a esta Provincia y al público con
el sacrificio perenne de mis cortas luces...

(f) Eugenio Espejo.

Desde Quito, Villalengua continuaba su estrategia. Escribe a


uno de sus más fieles esbirros, Baltazar Carriedo Arce a Latacunga, en
donde se desempeñaba como Corregidor y al que apodaban Mazorra
por su fama de hombre violento, ordenándole que se trasladase a
Riobamba. Las instrucciones que le envía son precisas:

Cualquier indicio de que Espejo sea autor de “La Golilla”, la


insinuación de un sólo testigo, será suficiente para que lo
tome preso, requise todos los documentos que tenga en su
poder y lo traslada a Quito en calidad de reo de Estado...

Mazorra arriba a Riobamba. Vallejo le tenía preparada una


lista de los falsos testigos a los que debía citar para dar aspecto legal a
lo que ya estaba sentenciado: Vicente Zambrano, Manuel Villarroel,
Ignacio Barreto, Juan de la Rea Villavicencio y por supuesto, él mismo.
El 17 de septiembre, esto es el mismo día que Eugenio escribe a
Villalengua agradeciendo y aceptando su invitación para trasladarse a
Quito, Mazorra inicia las interrogaciones y el primero en declarar es
Ignacio Barreto, quien afirma: - He oído decir a Miguel Vallejo que
Espejo es el autor del libelo titulado La Golilla. ¡Era suficiente!

Con este testimonio como prueba el 19 de septiembre proce-


de a detenerlo. Se violenta su vivienda; se requisan todos los papeles y
libros, pero no hallan la copia de La Golilla que Vallejo aseguró se
encontraba entre sus pertenencias.

Mazorra, en su afán por humillarlo, ordena que Espejo sea


expuesto a la curiosidad pública en la plaza principal de Riobamba.
Marco Chiriboga Villaquirán 109

Manuela, desesperada, implora a los guardias que liberen a su


hermano. Este trata de calmarla - No te preocupes, nada tienen contra
mi. ¡Absolutamente nada! Comunícate con Juan Pablo y dile lo que ha
acontecido.

Entonces es trasladado a Quito y por segunda vez, al atrave-


sar Ambato, Latacunga y las poblaciones de paso, los guardias que lo
conducen se encargan de anunciar que a quien llevan detenido es al doc-
tor Francisco Xavier Eugenio de Santa Cruz y Espejo, un reo de Estado.

El domingo 23 de septiembre llegan a Quito.

Cinco días duró el calvario vivido a manos de Mazorra y José


Rengifo, quien se unió a la infame caravana como enviado de
Villalengua, para vigilar que todo marchase de acuerdo a lo planifica-
do. Asegurándose que era la hora de mayor concurrencia en la Plaza
Mayor, centro obligado de reunión y paseo dominguero de los quiteños,
Espejo es conducido a la Cárcel de Corte. Era la una de la tarde.

Villalengua esperaba impaciente la noticia. Finalmente recibe


de manos del verdugo el trofeo tanto tiempo deseado: Eugenio Espejo
estaba en su poder.

Feliz con su triunfo, obsequia a Mazorra y Rengifo un caba-


llo a cada uno: ¡Dos caballos por Espejo... ¡El Presidente pensó haber
hecho un buen negocio!

La Cárcel de Corte, era un edificio situado a espaldas del


Palacio de la Audiencia, en lo que es hoy la Vicepresidencia de la
República y antes fue el Correo. Una entrada con tres puertas daba
acceso al edificio de la calle Angosta, hoy calle Benalcázar. En el patio
y en uno de los claustros bajos existía un pilón con agua corriente. El
piso inferior estaba ocupado por los calabozos, el infiernillo y la sala
de torm e n t o s. Cada calabozo contaba con un cepo y sus respectivos
mástiles para asegurar a los reos. El cepo del infiernillo era de una
110

construcción más sólida y tenía una cadena de hierro empotrada en


las piedras del pavimento. En la sala de tormentos estaba el potro con
sus aparejos y poleas y el poste usado por el verdugo para aplicar el
g a rrote a los reos.

¡En una de estas celdas fue encerrado Francisco Xavier


Eugenio de Santa Cruz y Espejo...!

Villalengua comisiona entonces a Luis Muñoz Cubero,


Presidente del Tribunal para que continúe con las diligencias. José
Miguel Vallejo nervioso porque su cálculo de que Eugenio tendría con-
sigo una copia de La Golilla resultó fallido, contrata a nuevos testafe-
rros para que actúen en calidad de testigos. Manuel Villarroel, calígra-
fo, afirma que tiempo atrás hizo unas copias del ejemplar por encargo
de José Miguel Vallejo, quien le manifestó al entregárselo, que se trata-
ba de una obra escrita por el doctor Eugenio Espejo y añade en su tes-
timonio, que se permitió hacer una copia adicional del escrito y que lo
conservaba en su poder.

El 23 de septiembre, comparece José Miguel Vallejo y confir-


ma lo dicho por Villarroel y explica: - Mi propio ejemplar lo presté a
Agustín Vallejo Carrión en Quito.

Luis Muñoz Cubero, tranquilo ante la perspectiva de que


finalmente iba a aparecer el manuscrito, exige a Villarroel que entregue
el ejemplar que dice poseer, pero este responde: - Lo tengo encargado a
una tía y ella se encuentra de viaje. A su regreso se lo pediré y lo pon-
dré en manos del señor Presidente del Tribunal.

El 27 de septiembre, Villalengua contrariado porque los testi-


gos en resumen no aportan ninguna prueba concreta, ordena a Muñoz
Cubero, Presidente de la Corte para que los vuelva a convocar y le reco-
mienda que obtenga de Agustín Vallejo Carrión o Manuel Villarroel la
copia de La Golilla.
Marco Chiriboga Villaquirán 111

- ¡Sin ella estamos en un atolladero!- manifiesta - ¡Sin ella no


tenemos un argumento legal contra Espejo! ¡El mestizo se va a burlar de
mí!

Agustín Vallejo Carrión se presenta a la convocatoria y mani-


fiesta que efectivamente José Miguel Vallejo le prestó la copia del libe-
lo elaborado por el calígrafo Manuel Villarroel y se compromete a bus-
carla en su biblioteca y ponerla a disposición del señor Muñoz Cubero.
Sin embargo y transcurridos unos días, Agustín Vallejo Carrión vuelve
a presentarse al Tribunal, pero esta vez lo hace con un escrito de su abo-
gado en el que indica que en su primera declaración cometió un error y
que La Golilla que le prestó Vallejo, no fue copiada por Villarroel, sino
por un servidor suyo, de nombre Luis Bravo y que lamentablemente no
la puede entregar, puesto que ¡la ha perdido! Por su parte, Manuel
Villarroel también se presenta con un escrito, señalando que su tía, al
regresar de viaje, le ha informado que la copia de La Golilla que le tenía
encargada se quemó, razón por la cual era imposible presentar la evi-
dencia prometida al Tribunal.

¡Villalengua se sintió perdido! ¡José Miguel Vallejo le había


engañado...!

Juan Pablo Espejo, al enterarse de la situación de su hermano


por carta de Manuela, renuncia a la parroquia de Balzar el día 20 de
octubre, aduciendo que se encontraba enfermo y se traslada a Quito.
Mientras tanto, Eugenio, indignado con el grotesco resultado de las
simuladas investigaciones realizadas por Muñoz Cubero, desde su celda
escribe a Villalengua el 21 de octubre:

El aparato ignominioso con que se me arrestó en claro día; las


circunstancias que acompañaron a mi prisión; los grillos, secuestro de
todo papel y finalmente, todo el estrépito que se puede usar con un faci -
neroso, dieron en Riobamba, Ambato, Latacunga y Quito, la idea de
que yo era un reo de Estado y que como tal se me venía a ejecutar...
112

El 27 de octubre, el Tribunal, presidido por Muñoz Cubero,


traslada a Espejo a la Sala de Audiencias a fin de formalizar la acusa-
ción. Por tratarse de un acto público y tratándose de Espejo, se reúne
un gran número de curiosos. Agustín Carrión, Nicolás Carrión, Manuel
Villavicencio, Marcos León y otros, instruidos en lo que debían decla-
rar, el momento en que se enteran que los testimonios que están a punto
de rendir son bajo juramento, tratan de retractarse y ante la insistencia
de Muñoz Cubero, sólo aciertan a decir que llegaron a saber por terce-
ras personas, a las que no pudieron identificar, que Espejo había tenido
el libro, lo había leído y lo había emprestado, pero que se trataba de un
hecho que nunca pudieron constatar personalmente. Es decir, no apor-
taron ninguna evidencia.

Terminada la Audiencia, se lo traslada por el corredor que


comunicaba la Casa Real con la Cárcel de Corte para devolverlo a su
celda. Muñoz Cubero, avergonzado por el ridículo en el que se había
convertido el acto en el que supuestamente se acabaría para siempre con
Espejo, se dirige cabizbajo al despacho de Villalengua.

- ¡Todo ha resultado un fiasco! Ese farsante de Vallejo y sus


estúpidos testigos sólo han logrado poner en evidencia que no tene-
mos argumentos legales para acusarlo y menos para mantenerlo
detenido- manifestó.

- Señor Cubero, quiero recordarle que fue usted quien me ase-


guró que tenía las cosas bajo control. Fueron usted y Vallejo quienes me
juraron que los testigos estaban perfectamente instruidos- explotó el
Presidente enfurecido - ¿Donde está La Golilla...? ¿Quién diablos tiene
la maldita Golilla...? ¡Usted y Vallejo me han metido en este asunto y
ahora me sacan de él...!

Muñoz Cubero, intimidado, prefirió callar esperando que el


Presidente se calmara. Transcurridos unos instantes se atrevió a decir:
- He conversado con los fiscales y ellos sugieren una solución al
problema.
Marco Chiriboga Villaquirán 113

Villalengua estaba fuera de sí - ¿Qué nueva y brillante idea


tiene Oidor?

- Ellos... lo señores fiscales sugieren- recalcó Cubero, - que se


llegue a un acuerdo con Espejo. A pesar de su arrogancia, se encuentra
enfermo y asustado. Le ofreceremos su inmediata libertad a condición
de que abandone la Audiencia por un tiempo prudencial...

- Déjeme pensarlo, Cubero. Déjeme pensarlo- respondió irri-


tado - Y hágame un favor, ¡Desaparezca de mi vista!

De vuelta a su celda, la misma noche del 27 de octubre, Espejo


escribe a Villalengua demandando que ordene su libertad y aprovecha la
o p o rtunidad para ridiculizarlo por la clase de individuos que ha escogido
como asesores para cometer su injusticia: Vallejo, Barreto, Darquea...

Lo que más me desalienta es ver que el Sr. Cubero no es


imparcial; que ha tomado a su cargo el aire y triunfo de mis
enemigos... No son comparables a Espejo todos sus enemigos
juntos...” dice y firma

(f) Dr. Eugenio Espejo.

El mismo sábado 27 de octubre y mientras se realizaba la


Audiencia en el Tribunal, en otra sala, María Chiriboga cumple calla-
damente su parte en el plan y presenta una demanda acusando a Espejo
de haber proferido graves injurias contra su honor.

Espejo no llega a conocer esta demanda sino meses más tarde,


preocupado como estaba por obtener su libertad.

A pesar de sus reclamos, la orden de libertad no es emitida y


el Tribunal no tramita las providencias que solicita a través de su abo-
gado Juan Boniche, que se ha hecho presente para ayudarlo. Entonces
con su minuciosidad característica y desde la cárcel, se arregla para
114

escribir y enviar el 3 de noviembre dos cartas: una al Rey y otra al


Conde de Florida Blanca, Secretario de Estado del Consejo de Indias,
denunciando las vejaciones que sufre y pidiendo protección Real.

He de esperar que por efecto de la Regia Protección se pida,


pesquise y determine el resarcimiento de los perjuicios que ha
recibido el informante.
Su fiel vasallo.

(f) Dr. Eugenio Espejo.

El martes 6 de noviembre, Eugenio es sorprendido por la visi-


ta de Mateo Aizpuro, Abogado Relator del Tribunal.

- Su situación es grave, doctor Espejo, pero como en todas las


cosas, existe una solución- le comenta. - José Miguel Vallejo ha desapa-
recido y el Presidente ha castigado a Barreto, esto debe satisfacerle.
–Además, dice Aizpuru, los Fiscales han recomendado al Presidente que
llegue a un acuerdo amigable con Vuestra Merced, y añadió: - Lo que
he venido a comunicarle en forma muy reservada, es que Villalengua ha
accedido. La única condición que impone para ordenar su inmediata
libertad, es que usted se aleje del territorio de la Audiencia por un perí-
odo de dos años y se comprometa, por escrito, a no presentar ninguna
acción posterior que afecte a su persona o al Tribunal.

Al día siguiente, miércoles 7 y después de meditar en el men-


saje de Aizpuru, Eugenio decide escribirle agradeciendo su gestión y le
manifiesta: ...esto de ir en calidad de penado me sería muy gravoso y
conciliaría a mi nombre una eterna infamia y no lo puedo aceptar. No
en las condiciones que el presidente propone...

El jueves 8, Villalengua, decide transar personalmente con su


prisionero.

- Doctor Espejo- miente -vistas las evidencias, el Tribunal


encuentra que usted es culpable de los delitos que se le imputan. Sin
Marco Chiriboga Villaquirán 115

embargo, he decidido ponerlo en libertad, pero quiero que comprenda


que si lo hago, se debe a la bondad de mi corazón. Me han conmovido
las súplicas de su hermano Juan Pablo, quien me ha comentado el aban-
dono en que se encuentra su hermana Manuela y porque sé que usted
se encuentra enfermo- enfatizó, ante la mirada impenetrable de Espejo.
- Solamente le impondré dos condiciones, porque que creo redundarán
en su beneficio: primero, usted sale exiliado hacia Lima y no vuelve a la
Real Audiencia en dos años y segundo, firma un documento en el que
se compromete a no presentar alegación alguna contra mi persona o el
Tribunal. De esta manera, suavizó la voz, usted y yo salimos ganando.

- Yo también tengo honor, mi conducta ha sido justificada.


No quiero que después me anden con cascabeles. Usted conoce su país;
habrá quien hable y escriba a la Corte. Si permito que usted salga libre,
se burlarán de mí. Dirán que he hecho un pastel. Pero con tal de irse o
por Guayaquil o por Cuenca para pasar a Lima, no pierde usted su
reputación, pues le verá todo el mundo que va libre por sus propios
pasos y sin escolta...

- Su bondad no tiene límites, Excelencia- respondió Eugenio


con tono mordaz, - pero su propuesta presenta un insalvable inconve-
niente: ¡Yo no dejaré de luchar porque se restituya mi honor! !Yo no le
propongo, le demando a que disponga hoy mismo mi libertad y le
garantizo que con todas las fuerzas que tengo, continuaré mi defensa:
en Quito, en Santa Fe o en la misma Corte en Madrid...!

- ¡La familia Espejo ni mendiga, ni se doblega ante nadie,


señor Presidente...!

Villalengua no esperaba esta respuesta y reaccionó amenazan-


te. - Le voy a repetir lo que dije a su hermano- pronunció - los Fiscales
y los Ministros harán lo que yo les diga y usted irá a la cárcel de por
vida. Y no trate de apelar a Madrid. Tendrá que vérselas con mi suegro,
José García de León Pizarro. ¡De tal manera que escoja lo que le sea más
conveniente. Es su vida la que está en juego y no la mía!- Dicho esto,
ordenó a los guardias que lo trasladasen a su celda.
116

Eran las ocho de la noche. En su soledad, Eugenio debate con-


sigo mismo. Se siente enfermo. - Manuela abandonada en Riobamba y
Juan Pablo sin medios para subsistir- suspira.

Reconstruye el enfrentamiento de esa tarde con Villalengua:


por un lado, la libertad está a su alcance. Todo lo que tiene que hacer
es aceptar la propuesta del Presidente. Por otro, su honor, su nombre...
- ¿Qué hubieras hecho padre...? ¿Qué hubieras hecho en esta circuns-
tancia...?- pregunta exasperado al espíritu de Luis Chusig que le acom-
paña en su dolor. - ¡Villalengua tiene el poder y yo la verdad! ¿Quién es
más fuerte...?- De pronto, como si una enorme dosis de fuerza le hubie-
se invadido, se levanta y exclama:

- ¡Tienes razón, padre!- y repite - ¡Tienes razón, Luis Chusig,


Luis Benítez, Luis Santa Cruz y Espejo! ¡Jamás permitiré que el nombre
que con amor nos diste sea mancillado!- Entonces, toma la pluma y
escribe:

Señor Presidente
Cárcel de Corte, viernes 9 de noviembre 1787

Señor mío:

En medio de una revolución espantosa de ideas funestas que


se barajaron en mi espíritu, vi cómo todas a tropel ocurrían a
pintarme con los colores más negros y horribles mi partida a
distinta provincia de ésta, ya que como V.S. me dijo, ahora
estaba en mano de su Superior arbitrio tener íntegra la causa,
no darla curso y aún abolir su recuerdo.

Pero a pesar mío, veo que no estamos en estado de hacer uso


de ésta que pareció y era una feliz coyuntura, porque con
motivo de experimentar las amenazas y efectos de la persecu -
ción de mis enemigos, escribí al Excmo. Señor Arzobispo
Virrey poniéndole al tanto de la situación y pidiéndole inter -
Marco Chiriboga Villaquirán 117

venga en mi causa. He decidido que el honor es la prenda más


alta con la que cuento y bajo estas condiciones, no estoy dis -
puesto a transigir con la propuesta que V.E. me ha ofrecido.
Exijo que ordene mi libertad.

(f) Eugenio Espejo.

Juan Pablo lleva la carta al Presidente y al terminar la lectura,


éste brama indignado:

- Veo que su hermano no ha querido mis composiciones. Por


su bien se las hacía. Ahora está en mi arbitrio el remedio. Voy a soltar
la causa a los Fiscales y entonces, nulla est redemptio. Que no pida
entonces algún favor. Dígale Ud. así...

Al día siguiente, sábado 10 de noviembre, Mateo Aizpuro lo


vuelve a visitar en su celda.

- El Presidente quiere saber su respuesta definitiva- le dice, a


lo que Eugenio reacciona con vehemencia:

- ¡Por el amor de Dios, señor Aizpuro, ya se la he dado!


Prefiero ir al cadalso que salir libre gracias a su infame propuesta. Se lo
he dicho de palabra y se lo he puesto por escrito. Dígale, doctor
Aizpuro, que Francisco Xavier Eugenio de Santa Cruz y Espejo se
muere en su celda pero no se rinde ante la iniquidad con la que se le
quiere perder.

El domingo 11 escribe a Villalengua:

Señor Presidente:

Que desde el día sábado 27 del mes de Octubre se me tomó


confesión, y no pudiendo resultar de ésta, ni de la Sumaria
que la ocasionó, pena alguna considerada corporis aflictiva,
118

es tiempo que las leyes me concedan el uso de mi libertad. De


esta causa ocurre la necesidad de defender con todo el vigor
posible mi honor lastimado y mi reputación perdida, en cuya
defensa, desde esta prisión no puedo actuar las diligencias que
en derecho se requieren. Por estas causas se ha de servir la jus -
tificación de V.S., en méritos de justicia, mandar que se me dé
la libertad que solicito.

(f) Eugenio Espejo.

La opinión pública, el permanente asedio de Juan Pablo y las


cartas de Eugenio amenazándolo con enviar sus quejas a la Corte, man-
tenían a Villalengua en permanente sobresalto.

El martes 13 de noviembre, cita a los Fiscales y les da lectura


a la acusación que finalmente ha sido redactada con la ayuda del
Escribano Juan Azcaray y Muñoz Cubero. Los Fiscales, sorprendidos,
se miran entre sí.

La acusación original no sólo estaba alterada en lo substan-


cial, sino que se habían retirado y mutilado documentos e incluido otros
que no correspondían al caso: aparecía una copia de la demanda de
María Chiriboga y un testimonio de Joseph del Rosario; el juicio de
Sancho de Escobar sin la sentencia favorable a Espejo, pero con el ofen-
sivo alegato del fraile y una copia de El Nuevo Luciano, acompañado
de varios testimonios contrarios a Espejo.

- Como Vuestras Señorías pueden deducir-, insinúa


Villalengua, - Las evidencias que presento demuestran de una manera
fehaciente que estamos juzgando a un individuo que representa un peli-
gro a la seguridad del Estado y las personas. ¡El dictamen de vuestro
ilustrado criterio no puede ser otro que el de culpabilidad y la pena...
bueno, la pena! ¡Que se lo confine de por vida!
Marco Chiriboga Villaquirán 119

Benito Quiroga y José Merchante de Contreras, Fiscales de lo


Civil y Penal, ante el absurdo legal que se les proponía y tratando de no
exteriorizar su disgusto, responden:

- Con el respeto que V.E. se merece, de ninguna manera


podemos estar de acuerdo con lo que nos propone. De lo que han
a p o rtado los testigos y de los documentos requisados a Espejo, no se
encuentra motivo para acusarlo de delito alguno y menos de mante-
nerlo en prisión.

Al contrario, si interpretamos fielmente las declaraciones de


José Miguel Vallejo y los demás testigos, la conclusión a la que se llega
es que quienes han cometido los delitos que se trata de imputar a
Espejo, son precisamente ellos... Han confesado de voluntad propia
haber tenido el libelo en sus manos, haberlo copiado y distribuido
¡Mantener detenido al doctor Espejo es un acto ilegal, señor Presidente!

- Por otra parte, señor Presidente, no se puede alterar el curso


de un proceso legal. Los documentos añadidos en esta nueva acusación
son extemporáneos y no los podemos incluir a costa de que cometamos
el delito de prevaricato. El doctor Espejo ha solicitado y tiene en su
poder una copia del proceso original. ¡Ni V.E. ni nosotros, ni nadie
tiene un caso contra el doctor Espejo! Más bien, él tiene uno, y bien sus-
tentado contra V.E. y contra nosotros.

- Ahora bien- atinó a decir Quiroga en tono conciliador -


N u e s t roafán es ayudarlo y ayudarnos a salir del embrollo legal que se ha
f o rmado y que puede traernos graves consecuencias si se llegan a fiscali-
zar nuestras actuaciones y, nos permitimos sugerir que el señor Presidente
llegue a una transacción amigable con Espejo. Que se le ofrezca archivar
el caso y se lo ponga inmediatamente en libertad. Manifestadas sus opi-
niones, Quiroga y Marchante se retiraron del despacho del Presidente.
Dos días después, el 15 de noviembre de 1787, los Fiscales devuelven el
expediente a Villalengua, al que adjuntan sus observ a c i o n e s .
120

El sábado 17 de noviembre, Eugenio escribe nuevamente al


Rey. - ¡Una de mis peticiones llegará a su atención!- se consuela.

El día domingo 18, Villalengua agobiado, pide a Juan de


Azcaray que se ponga en contacto con el hermano de Espejo y lo cite a
su despacho. Juan Pablo lo visita el lunes 19 de noviembre.

- Presbítero- reclama conciliador el Presidente - He tratado de


razonar con su hermano ofreciéndole una solución digna al problema y
no quiere aceptar mi propuesta. Conozco la situación por la que atra-
viesan usted y su hermana y la única manera como yo puedo ayudarlos
es poniendo punto final a este asunto.

El martes 20, se presenta en la celda en la que Eugenio está


confinado, el alguacil Vicente Enríquez acompañado de Eduardo
Aguilar, Director de la Cárcel y es conducido al despacho presidencial.
En uno de los corredores aguardaba el Escribano Juan de Azcaray.
Villalengua estaba inquieto.

- Doctor Espejo- comenzó sin rodeos, -Hemos llegado a un


acuerdo con los miembros del Tribunal. Usted sale en libertad y se va
de la Audiencia por dos años. Yo firmaré su excarcelación y doy por ter-
minado el incidente.

Eugenio no tuvo tiempo para reaccionar y se quedó estático


junto a Juan Azcaray viendo cómo el Presidente salía apresuradamente
hacia otra habitación sin esperar su respuesta.

- Esto es inaudito, señor Azcaray- reclamó Eugenio tan pron-


to como pudo reaccionar y dirigiéndose al también sorprendido
Notario. - Se me sentencia y condena al exilio sin darme siquiera la
posibilidad de replicar al dictamen. ¡Esto es incalificable! Yo le suplico
encarecidamente que se sirva ayudarme- rogó al Notario. - Ud. debe
hacer conocer al Tribunal que tengo el derecho a la defensa. Que la mer-
Marco Chiriboga Villaquirán 121

ced del Rey y las leyes me conceden algunos derechos, como es el de la


defensa de mi honor- Dicho esto y todavía asombrado, pidió que lo
regresen a su celda.

¡Villalengua había logrado convencer a los Fiscales para que


lo sentenciasen de acuerdo a su voluntad y conveniencia...!

El miércoles 21, el alguacil Enríquez se presentó en su celda.


- Usted saldrá sin dilación acompañado de dos guardias a atender una
emergencia. La esposa de Juan Francisco Angulo, Doña Josefa Martínez
Sierra está enferma y han solicitado su presencia. El señor Presidente les
ha concedido la gracia.

¡Eugenio escuchó la orden y se quedó estupefacto! - Después


de lo que aconteció anoche, el Presidente me ordena que atienda una
enferma, tal y como se dispone de los servicios de un paje... Intenta
doblegarme, pero no lo conseguirá- pensó. Por distraerse y tomar aire
fresco, decidió atender a la enferma. A su regreso a la cárcel, Juan de
Azcaray lo esperaba en la puerta de entrada:

- Los Fiscales atenderán su pedido- le comunicó en tono apre-


surado y se perdió entre los corredores.

Las sorpresas se sucedían una tras otra, ¡El mayor esbirro de


Villalengua llevó, después de todo, su mensaje al Tribunal y los Fiscales
lo escucharían!

Por la calle Angosta, Eugenio se dirigió al edificio del


Tribunal, seguido de cerca por los sorprendidos guardias y al entrar se
encuentra que en mitad de las gradas lo esperaba un desafiante
Villalengua, advertido de la audiencia que se le había concedido.

- ¿Con que ha venido a hacer uso de las conversaciones priva-


das que hemos tenido? ¿Si usted quiso que el Tribunal lo supiese, por
122

qué no me lo advirtió, que yo mismo se lo hubiese participado como


ahora lo he hecho...?- El presidente estaba descompuesto.

Sin perder la compostura, Eugenio respondió:

- Me pareció conveniente para la manifestación de mi justicia,


sacarlas al conocimiento de su Alteza, y como las tengo transparentes,
por un efecto de mi feliz memoria, las retengo para exponerlas todas
ante la Majestad del Rey, a cuya sagrada persona determino informar
todo lo acaecido.

- Yo también lo he de hacer...- respondió amenazador


Villalengua, al tiempo que se alejaba. Espejo lo contempló separarse.
-Me inspira lástima- comentó en voz baja y se dirigió a la sala donde le
esperaban los magistrados y empezó su alegato:

- Mi nombre es Francisco Xavier Eugenio de Santa Cruz y


Espejo y estoy aquí para defender mi causa y mi honor...

A pesar de la coherencia de sus argumentos, el Tribunal man-


tuvo la sentencia. Espejo debía abandonar la ciudad con dirección a
Lima por un período de dos años. Se le concedía el derecho a continuar
su defensa y se le permitía permanecer en Quito por un breve lapso para
que restableciera su salud ¡Esas eran sus únicas concesiones! Con esto
daban por archivado el proceso y se le volvió a su celda.
Marco Chiriboga Villaquirán 123

El día 26 de noviembre de 1787, Villalengua firmó la orden


de libertad.

En la puerta de la cárcel lo esperaban Juan Pablo y Manuela.


- ¡Estás libre! ¡Estás libre! Eugenio miró con dulzura a sus hermanos y
al mismo tiempo sintió que todo el orgullo de su padre le invadía.

- El Presidente ha ordenado que nos traslademos a Guápulo-


mencionó Juan Pablo y Manuela ha hecho los arreglos necesarios. - No
iremos a Guápulo, Juan Pablo. Iremos a Sangolquí- respondió Eugenio.
- ¿Supongo que tampoco irás a Lima...? preguntó Manuela que presen-
tía la respuesta. - Tienes razón, hermana... iremos a Santa Fe: ¡Los
Chusig tenemos un asunto que arreglar con el Virrey de Nueva
Granada!
Marco Chiriboga Villaquirán 125

CAMINO C A M
A
I N
NUEVA GRANADA
O A N U E V A G R A N A D A

NES DE
L OS ESPEJO ENCONTRARON VIVIENDA EN SANGOLQUÍ Y
SE INSTALARON HACIENDO CASO OMISO DE LAS ÓRDE-
VILLALENGUA QUE EXIGÍAN QUE PA RT I E S E N A LIMA.
MANUELA SE ENCARGABA DE CORRER A LOS GUARDIAS

- Está enfermo. No puede viajar.

Restablecida su salud y con la idea obsesiva de llegar a Santa


Fe, parte en los primeros días de julio de 1788, ocho meses después de
haber sido puesto en libertad. Lo acompañan Juan Pablo y Luis de
Andramuño, quien los encamina hasta Ibarra. El viaje es penoso y los
limitados recursos económicos los obligan a detenerse en cualquier
población donde encuentran un enfermo que Eugenio pueda atender.
Llegan a Popayán el 23 de septiembre. Allí lo esperaban Juan Boniche
y Juan Pío Montúfar que iba de paso a Santa Fe. El 28 de octubre, escri-
be a Luis de Andramuño:

Lucho de mi alma:

Me quedaste debiendo la correspondencia desde Ibarra y no


te has dignado escribirme. Te participo como me dieron gran
prisa para que me acercara a estos países. Mutis era uno de
los que me calentaron; el Marqués otro. Queríase y así se
quiere que pase a España. Llegué acá el 23 del pasado mes.

Me ha visitado todo el mundo. Piensan detenerme con 2.000


pesos anuales. Las cátedras de Teología y de Filosofía se han
puesto a mi elección...

(f) Eugenio
126

El 18 de julio de 1788 y mientras los hermanos hacían viaje


de Quito a Popayán, Antonio Porlier, Ministro de la Corte en Madrid,
comunica al Virrey Francisco Gil Lemos, nombrado en reemplazo de
Antonio Caballero y Góngora, que el Rey ha dispuesto que se haga
cargo, con carácter inmediato del proceso iniciado contra Espejo en
Quito y adjunta a este pedido, una Orden Real Reservada. ¡Las cartas
escritas por Eugenio al Rey desde la cárcel, habían dado resultado...!

Francisco Gil Lemos

Excmo. Señor:

El Dr. Espejo ha ocurrido al Rey con representaciones de 1, 3


y 10 de noviembre del año pasado quejándose de las vejacio -
nes que ha padecido en la cárcel de Quito, irrogadas por el
Presidente de aquella Audiencia, queriéndole hacer autor de
una Sátira intitulada La Golilla; con cuyo motivo ha intenta -
do sacarle de aquella capital desterrado sin oír sus defensas y
prevaleciendo sobre los Ministros de la Audiencia para que no
diesen lugar a ella.

Su Majestad me manda pasarlas a V. E., para que avoque la


causa o nombre persona de su confianza que la sustancie y se
la remita a V. E. para su determinación. Igualmente, quiere su
Majestad, averigüe V.E., con la conveniente reserva, los he -
chos que se enuncian contra el propio Presidente, avisándome
las resultas que produzca esta diligencia.

Madrid, 18 de julio de 1778

(f) Antonio Porlier.

El 14 de noviembre de 1788, muere Carlos III, noticia que


entristece profundamente a Eugenio, puesto que el Monarca atendió sus
Marco Chiriboga Villaquirán 127

quejas y se preocupó auténticamente por su situación. Con fecha 26 de


diciembre, recibe carta de Celestino Mutis, en la que le explica los por-
menores de la expedición científica que dirige y le agradece que haya
aceptado incorporarse a la misma.

Quedo complacido con la respuesta de V.M. prometiéndose


con tal elección el desempeño de mi Comisión en las
Provincias que le tocarán en suerte.

Francisco Gil Lemos, un militar que ostentaba el título de


Teniente General de la Real Armada fue nombrado por Carlos III,
Virrey de Nueva Granada, en reemplazo del Obispo Antonio Caballero
y Góngora. Se posesiona el 10 de enero de 1789, y entre los asuntos que
debe resolver con urgencia, se encuentra con las comunicaciones del
Ministro Portier, con fechas 18 de julio de 1788 y 25 de enero de 1789.

- Dos peticiones. El asunto debe ser grave- comenta y ordena


a José de Villalengua que envíe a Santa Fe el proceso. Las instrucciones
son terminantes:

Sin pérdida de correo, pase a mis manos la actuación que se


haya formado contra Dn. Eugenio de Santa Cruz y Espejo...
dará V.S. las más eficaces providencias para que se le entregue
y tenga efecto mi resolución, sin que por pretexto alguno de
sacar testigos u otra excusa semejante, se frustre lo mandado,
pues así conviene al servicio de Su Majestad.

Cartagena de Indias, 26 de enero de 1789

(f) Gil Lemos.

Villalengua recibe con desagrado la orden del Virrey. Pensó


que la sombra de Espejo no volvería más, sin embargo, estaba allí. Esta
vez para molestarlo desde Santa Fe y con el Virrey como Juez. Demora
128

cuanto le es posible el envío de los documentos; y, finalmente, al hacer-


lo con fecha 18 de marzo de 1789, adjunta una larga carta explicatoria:

Exmo. Sr. Dn. Francisco Gil y Lemos

Tenía de antemano noticias de las producciones del Dr.


Espejo, por lo común ofensivas al honor de algún honrado
ciudadano; de su genio propenso a la sátira y de su carácter
soberbio, impetuoso y osado hasta lo sumo. Mas no llegué a
conocerlo de cerca, hasta que sus compañeros de Arte Médica
me informaran con repetidas quejas a las que se sumaron las
de los Religiosos Betlemitas, acerca de un Papel satírico y
escandaloso que había forjado contra los referidos frailes en
ocasión de la angustia que aquí padecíamos con la funesta
epidemia de sarampión y al que Espejo tituló Reflexiones
sobre las viruelas. Usando de la equidad que me es caracterís -
tica, me contenté con llamar a Espejo, reprenderlo seriamen -
te, y visto el papel que en realidad justificaba la queja, devol -
vérselo, mandándolo que lo rompiera.

Pasados algunos meses y porque Espejo conoció que observa -


ba sus pasos, trató de retirarse de esta capital divulgando que
pasaba a Lima. Se despidió y le ofrecí recomendarlo a aque -
lla ciudad, y prometiéndome más tranquilidad con la ausen -
cia de un hombre que me era sospechoso, a poco tiempo
conocí que era un ardid y que sólo trataba de engañarme,
pues se mantenía vagueando en diversos pueblos de la provin -
cia; y por tenerlo a vista, le pasé una orden para que viniese a
esta ciudad, con el fin y designio sincero de darle ocupación
en que se mantuviera honestamente.

En esta situación, recibí una denuncia de que Espejo era el


autor de la infernal sátira titulada La Golilla, y no pudiendo
dejar de avocar conocimiento en asunto de tanto peso, comi -
Marco Chiriboga Villaquirán 129

sioné para la averiguación al Corregidor de Latacunga,


Baltazar Carriedo, sujeto de la mayor probidad, honor, y con -
ducta....

Hago llegar con el expediente, la atroz, sangrienta, y sedicio -


sa Sátira y un Testimonio del juicio iniciado por Dña. María
Chiriboga, por lo que éste puede influir en la causa que de
Oficio se ha seguido contra Espejo.

Cualquiera Tribunal de Europa lo tendría por bastante para


encerrarlo en un castillo de por vida. Adjunto una copia de El
Nuevo Luciano, obra de la que se jacta ser autor. Si lo exami -
na V.E. con cuidado, hallará ser un plagio de escritores muy
conocidos, de los cuales tomó solo la osadía y atrevimiento
con que increpan a Nuestra Nación, enfatizando sus sátiras a
sujetos aquí muy conocidos y de clase muy diferente a la de
Espejo...

El no haberlo ya ejecutado, sin embargo que la justicia así lo


exigía, ha sido porque habiendo de salir reos forzosamente en
la causa muchos sujetos de clase distinguida, que son amigos
y confidentes de Espejo, ocasionaría semejante procedimiento
en esta Provincia, un incendio difícil de apagar.

Tengo satisfacción de que este negocio se ponga en manos de


V.E., pues su mayor autoridad y prudencia acordará la reso -
lución más acertada, supliendo en obsequio de la justicia y
pública vindicta lo que esta Audiencia dejó de ejecutar. Por lo
que llevo expuesto y porque siendo verosímil el que el resen -
tido Espejo haya iniciado algún famoso libelo contra mi
honor, o contra otros ministros y empleados, ruego lo despre -
cie o se sirva pedirme un informe, cualquiera que sea, y verá
entonces puesta en claro la verdad y un nuevo cargo contra el
delincuente Espejo.
130

Dios Guarde a V.E.


Quito 18 de marzo de 1789

(f) Juan José Villalengua.

Mientras esto ocurría en Nueva Granada, Carlos IV inicia su


reinado. Uno de los aciertos de la reestructuración de su gobierno,
había sido nombrar el 1 de agosto de 1789, a José de Ezpeleta, Mariscal
de Campo, en calidad de Virrey de Nueva Granada y trasladar a Gil
Lemos al Virreinato del Perú.

Ezpeleta y su esposa, quien tuvo fama de ser una de las muje-


res más hermosas que hubieran llegado a Nueva Granada, se captaron
desde el primer momento la simpatía de todas las clases sociales santa-
fereñas..., como gobernante, obtuvo el cariño y respeto de sus súbditos.
Los trataba con amor y prudencia, oyendo sus demandas con agrado,
haciéndoles justicia...

La estadía de Eugenio y Juan Pablo en Popayán, se prolonga


hasta noviembre de 1788. Entonces se dirige a la capital del Virreinato
y se incorpora a la vida intelectual de Santa Fe, gracias a su fama y a las
recomendaciones de Celestino Mutis. Frecuenta los centros culturales
donde conoce a Antonio Nariño y Leopoldo Zea. Con ellos se desarro-
llan y reafirman sus inquietudes libertarias y comienza a madurar la
idea de establecer en Quito una Sociedad Patriótica a la que llamaría
Escuela de la Concordia y cuya finalidad sería promover el desarrollo
literario, científico y comercial de la Audiencia de Quito.

A finales de junio de 1789 Eugenio recibe copia del juicio que


María Chiriboga de Villavicencio iniciara en su contra y lee el texto del
testimonio rendido por Joseph del Rosario el 2 de diciembre de 1787 y
en el que el fraile aprovecha la oportunidad para verter en frases crue-
les, el odio contenido que guardaba hacia su padre y hacia él. El 22 de
julio escribe a Joseph del Rosario, intensamente acongojado por las
expresiones que ha tenido para su padre:
Marco Chiriboga Villaquirán 131

...Cuando yo le mereciese todo su desprecio, y todo su favor, la


memoria de mi padre difunto le obligaría a que se la honrase,
p o rque así como un padre puesto en el patíbulo por sus excesos,
no daña a la nobleza del hijo; así, un hijo díscolo y vicioso no
perjudica a la del padre, especialmente si ese se portó con buena
conducta y dio la correspondiente educación a su familia...

...No sé en toda esta grande e ilustre provincia, se hallen dos


del celo, amor, severidad y costumbres de padre y ciudadano
como Luis Espejo. Pero ese mismo hijo ilustre de Cajamarc a ,
por su virtud, por su modestia, por sus modales, por la ciencia
de su empleo, y lo que es más, por su ejemplar austeridad, es
vendido y es lacerado en la declaración de Vuesa Patern i d a d .
¿Dónde está la religiosa piedad para con los difuntos...?

El nuevo Virrey, puesto al día por Gil Lemos sobre los asun-
tos que debía resolver, asume el caso de Espejo y estudia el proceso. Sin
dificultad se percata de las irregularidades cometidas y la injusticia que
se intentaba contra el médico quiteño y solicita al Regidor Estanislao
Andino, para que emita su dictamen fiscal. Su asesor, el cubano José del
Socorro Rodríguez, con quien Eugenio hizo amistad, le da las mejores
referencias y Celestino Mutis solo tenía palabras de elogio para él.

Estudiados los documentos, Estanislao Andino emite su dicta-


men y lo somete a consideración de la Corte y del Virrey:

Excmo. Señor:

Que reconocidos lo autos formados en el Gobierno de Quito


contra el Dr. Espejo, es preciso recalcar que los procedimientos
que contienen, no están conformes a las Leyes ni al mérito que
éstas producen.

Es cierto que las circunstancias algunas veces obligan a alte -


rar los procedimientos, sobre todo si se trata de un asunto que
132

tiene que ver con la tranquilidad pública, sin embargo, estos


deben ser rectificados en la brevedad posible para que cum -
plan con las normas de procedimiento establecidas por la Ley,
cosa que no se ha hecho.

Si esta observación puede decirse del primer procedimiento,


encontramos que en la Resolución tomada por el Tribunal de
Quito se cometen los mismos defectos. Está bien que se
hubiese considerado conveniente cortar el asunto en el estado
sumario, sin embargo no se debió calificar a Espejo como
autor del exceso que se le imputaba.

No había razón para penarle por el solo hecho de haber leído


la sátira, que era lo que él confesaba, ya que otros también lo
hicieron y se les concede indulgencia.

Con respeto, a todas las circunstancias, es de sentir del Fiscal


que se corte el asunto en el estado en que se halla; y que si así
lo estimare V.E. por conforme, se sirva, desaprobando los
procedimientos de los Autos, declarar a Espejo su libertad,
concediéndole salvo conducto para que sin embarazo pueda
restituirse a su Patria y cualquiera otra parte... previniéndole
se comporte con moderación y no dé lugar con sus escritos a
que sea necesario tomarse otra Providencia por esta
Superioridad...

Santa Fe, 2 de octubre de 1789

(f) Joaquín Andino.

Villalengua, informado por sus espías en Santa Fe y contraria-


do por el dictamen favorable a Espejo, solicita al Virrey le envíe copia
de la defensa presentada.
Marco Chiriboga Villaquirán 133

Sr. Dn. Josef Ezpeleta

Excmo. Señor.

Mi más estimado Jefe:

Acompaño a V.E. la adjunta, confiado que la generosidad de


V.E. me dispensará el favor que le suplico y que arbitre V.E.
con su capacidad algún medio honesto con qué acallar a ese
genio inquieto y maligno que es el de Eugenio Espejo, hecho
cargo V.E. de lo que padece el nombre y conducta de un
magistrado, si se le pone en la necesidad de replicar en juicio
con hombres de ese carácter.

Besa la mano de V.E.

Juan José Villalengua.

Ezpeleta, aliviado por que el asunto de Espejo llegaba a un


final justo, dicta el Auto de Sobreseimiento:

Santa Fe y Noviembre 11, 1789

Sin embargo de lo mandado por el Señor Presidente de la Real


Audiencia de Quito, en decreto de 21 de octubre de 1787 y
del voto consultivo de la misma Real Audiencia del 22 de
dicho mes, se concede licencia al Dr. Dn. Eugenio Espejo para
que pueda pasar a la ciudad de Quito y residir en ella, sin que
se le ponga embarazo ni impedimento alguno.

Se le previene se abstenga de sátiras y libelos incómodos, para


cual da bastante mérito lo que resulta de los autos y su última
alegación.

Désele certificación con inserción del decreto del Señor


P residente, voto consultivo de la Audiencia, Real Orden para la
134

avocación de la causa, respuesta del señor Fiscal y esta determ i -


nación y, resérvese el proceso en el Archivo Secreto con las
Reales Órdenes y Representaciones remitidas por el Ministerio.

f) Domingo Caycedo.

f) Estanislao J. Andino

f) Eugenio Espejo.

Con sus problemas en vías de solución, Eugenio recibe a Juan


Pío Montúfar que llega a Santa Fe por razones de negocio. Con él
comenta sobre sus nuevas amistades, los proyectos que ha iniciado y la
posibilidad de crear en Quito la Sociedad Patriótica y le da a conocer su
Discurso a los quiteños. El Marqués, entusiasmado lo apoya totalmen-
te y decide financiar la publicación del discurso. Años más tarde, cuan-
do se captura a Antonio Nariño por sus actividades sediciosas, se
encuentra una copia del Discurso de Espejo entre sus documentos.

Concluidos los trámites legales acostumbrados, Ezpeleta


acepta el dictamen fiscal, absuelve a Espejo de los cargos hechos por
Villalengua y le concede permiso para regresar a Quito y comunica el 2
de diciembre al Presidente de la Audiencia de Quito:

Sr. Presidente:

En vista de los autos seguidos en este Gobierno contra el Dr.


Dn. Francisco Xavier Eugenio de Santa Cruz y Espejo, sobre
el libelo infamatorio del que se le creía autor, con lo que en su
defensa e indemnización ha alegado: he resuelto cortar el
asunto en el estado en que se halla, por varias razones que
para ello he tenido presentes...

En cuya virtud queda Espejo en libertad para pasar a esa


Provincia y residir en Quito, o donde le acomode sin embara -
zo alguno; y prevenido al mismo tiempo de lo conveniente
Marco Chiriboga Villaquirán 135

para lo sucesivo, en los términos que reconocerá V.S. del


adjunto testimonio que le dirijo para su inteligencia y cumpli -
miento en la parte que le corresponde.

f) Josef Ezpeleta.

Villalengua no recibía aún la disposición del Virrey, fechada 2


de diciembre de 1789, sin embargo se apresura a escribirle el 18 de
diciembre de 1789:

Excmo. Señor Dn. Josef Ezpeleta

Doy gracias a V.E. por la final determinación que ha dado en


el asunto del buen Dr. Espejo, de que se ha divulgado noticia
en este correo, quedándome la satisfacción de que se halle
impuesto ya V.E. del carácter y genio de tal hombre; sin
embargo de que la bondad de V.E. le permita volver a esta
ciudad, donde siempre será perjudicial por sus libertades y
natural maledicencia.

Besa la mano de V.E.

Juan José Villalengua y Marfil.

Ha terminado el año 1789. Eugenio se despide y reafirma sus


compromisos con todos los amigos que ha hecho en Santa Fe. Entonces
llama a Juan Pablo y le dice en tono confidencial:

- Hermano, el apellido de nuestro padre ha sido reivindicado.


Es hora de que regresemos a Quito.

Y volvieron a la casa que Luis Chusig, Luis Benítez, Luis de


Santa Cruz y Espejo, había comprado para que sus hijos, sean felices...
Marco Chiriboga Villaquirán 137

EL REGRESO A CASA
E L R E G R E S O A C A S A

E XONERADO DE TODA ACUSACIÓN, EUGENIO REGRESA


QUITO. UN NUEVO ENTUSIASMO LE EMBARGA: FOR-
A
MAR UNA SOCIEDAD PATRIÓTICA SIMILAR A LAS QUE EXISTÍAN EN
ESPAÑA Y QUE EN LAS COLONIAS ENCONTRARON AMPLIA ACOGIDA.
EN MANILA FUNCIONABA UNA DESDE 1781 Y EN CUBA OTRA DESDE
1783. LA RELACIÓN CON NARIÑO Y MANUEL DEL SOCORRO
RODRÍGUEZ, FUE ENRIQUECEDORA. CON ESTE ÚLTIMO APRENDIÓ LOS
RUDIMENTOS DE LA PRODUCCIÓN DE PUBLICACIONES. RODRÍGUEZ
PREPARABA LA EDICIÓN DE UNA REVISTA QUE SE LLAMARÍA EL PAPEL
PERIÓDICO DE SANTA FE, DESTINADO A PROMOVER LAS ACTIVIDADES
CULTURALES DEL VIRREINATO.

Calladamente, se instaló en su casa de la calle del Mesón.


Manuela feliz de tenerlo, se prodigaba en atenciones. Eugenio sabía que
el gobierno de Villalengua estaba a punto de concluir y evitó cualquier
confrontación. En todo caso, sus amigos se encargaron de propagar la
noticia. A pesar de las amarguras vividas, el vencedor en la contienda
de principios fue Francisco Xavier Eugenio de Santa Cruz y Espejo.

El 19 de abril de 1790, se posesionó el Presidente Interino de


la Real Audiencia, Juan Antonio Mon y Velarde y partió Villalengua. Se
encargaría del gobierno mientras llegaba el titular, el marino Luis
Antonio Muñoz de Guzmán. Como asesor de Mon y Velarde, llega Juan
de Dios Morales, hombre de exquisita cultura, con quien Espejo traba
estrecha amistad.

A más de la noticia que le proporciona el Oidor Pedro


Celestino Salazar, de la positiva recepción que tuvo su trabajo
Reflexiones en Madrid y de los comentarios elogiosos del autor de la
obra original del Dr. Francisco Gil, en la que se basó para elaborarla, su
vida transcurre tranquila.
138

- ¡Tanta crítica! Tanto revuelo que se formó en el Cabildo por


decir la verdad y ahora, Manuela- sonrió alcanzándole el papel - ¡Cómo
son las cosas! El doctor Gil, a quien critiqué duramente en algunos de
los capítulos, considera con nobleza que mi trabajo tiene los méritos
suficientes para ser publicado en España. ¡Aquí ya hubieran hecho que
se me lleve al patíbulo!

Y, como que el asunto no tenía importancia, murmuró - Ojalá


viniera a visitarnos Juan Pío Montúfar. Nos tiene olvidados. Debo
comunicarle esta noticia; sé que le alegrará-. Dicho esto, volvió a ocu-
parse de la redacción del Opúsculo Teológico, trabajo que le había soli-
citado el franciscano Joaquín Lagraña, amigo suyo, con el fin de definir
el significado de las indulgencias.

La llegada el 26 de febre ro de 1791 del Obispo José Pérez


Calama y la del nuevo Presidente de la Audiencia, Luis Muñoz de
Guzmán, son las noticias trascendentales en la Real Audiencia de esos días.

Pérez Calama, sacerdote de vasta educación, encuentra en


Quito un grave atraso cultural en relación a las capitales de otras colo-
nias. En agosto, entrega a las autoridades civiles un Edicto exhortato -
rio sobre la execución del auto de buen gobierno político y buen
Gobierno ensayo en el que sugiere sistemas para mejorar la situación
del pueblo y una manera eficiente para lograrlo.
Preocupado de la pobreza del currículo exigido en las univer-
sidades, propone un Apéndice al plan de estudios para la Real
Universidad de Quito y dona a la de Santo Tomás 560 volúmenes y
otros 20 para el Colegio de San Fernando.

El 11 de noviembre de 1790, Espejo es nombrado Director de


la Biblioteca que se planifica establecer en Quito con los libros requisados
a los jesuitas al ser expulsados de la Real Audiencia el 20 de agosto de
1767 por orden de Carlos III. Se trataba de una colección importante. Del
Colegio Máximo quedaron 13.472 volúmenes y del Colegio de San Luis
2.718 libros, aparte de 394 manuscritos y otros documentos.
Marco Chiriboga Villaquirán 139

Las condiciones para dar vida a la Sociedad Patriótica de


Amigos del País estaban dadas: un Obispo culto, un Presidente que
daba señales de interesarse por el bien del pueblo, una imprenta a su
disposición y un impresor, Raimundo Salazar, quien aprendió el oficio
desde que los jesuitas trajeron la primera prensa a Ambato en 1754 y se
encontraba instalada en Quito. ¡Eugenio estaba feliz! Desde su regreso
de Santa Fe, sostuvo conversaciones con las personas de mayor presti-
gio en la Audiencia promoviendo su idea.

El 30 de noviembre de 1791 y a pesar de no haberse obteni-


do la aprobación oficial del Rey, en un acto solemne, realizado en los
salones de la antigua universidad de los jesuitas, se dio por inaugurada
la Sociedad Patriótica de Amigos del País. Asistieron el Presidente Luis
Muñoz de Guzmán y su esposa, Doña. María Luisa Esterripa, el Obispo
José Pérez Calama, a quien se nombró Director de la Sociedad, Joaquín
Estanislao Andino, Regente del Tribunal, Antonio Ramón de Aspiazu,
Ramón Gómez y naturalmente, Eugenio Espejo, designado al cargo de
Secretario.

Los otros miembros eran, José Boniche, Nicolás Carrión,


Ramón de Yépez, Joaquín Lagraña, Sancho Escobar, Francisco Javier
Salazar, Ramón Argote, Gabriel Álvarez, Jacinto Bejarano, José Cuero
y Caicedo, Magdalena Dávalos. El Marqués de Selva Alegre, Pío
Montúfar, el Marqués de Villa Orellana, Lucas Muñoz Cubero, Juan
Moreno y Avendaño, Bernardo Delgado y Guzmán, Juan Larrea, José
Rafael Ascázubi, Mariano Maldonado, Joaquín Arteta, José Aguirre,
Miguel de Unda y Martín de Blas. También se incluyeron en el grupo a
los neogranadinos Antonio Nariño y Francisco Antonio Zea.

La idea de una Sociedad Patriótica, conformada por un grupo


selecto de personas de un nivel superior de cultura, solvencia moral y
económica que promoviera el desarrollo de las artes, las ciencias y al
mismo tiempo el desarrollo de la industria, la agricultura y la capacita-
ción del pueblo en todos los niveles, nació en la mente de Eugenio en
1786 como consecuencia de sus experiencias al haber escrito las
140

Representaciones de los Curas de Riobamba, y basado en las ya existen-


tes en España primero y en otras colonias americanas. Para la sesión
inaugural, se convocaron a los personajes más destacados de la
Audiencia. Las señoras aprovecharon para lucir sus mejores galas.
Manuela se encargó de acicalar a su hermano.

- Estoy orgullosa de ti, Xavier Eugenio- suspiró. - Si nuestro


padre pudiera verte…

Juan Pablo, nervioso quería que todo comience.

- Tienes que acabar con ellos. Tienes que despedazarlos-


exclamaba gesticulando. - No se trata de eso, Juan Pablo, por el amor
de Dios. No se trata de destruir sino de construir- replicó Eugenio. - La
Patria es más grande que nuestros intereses o íntimos rencores.

Concluidas las presentaciones, Pérez Calama, que tanta admi-


ración y afectos se ganó desde su llegada a Quito, pronunció el discur-
so inaugural.

Sus palabras fueron serenas y esperanzadoras. El objetivo de


la Sociedad Patriótica es adquirir y propagar conocimientos agrarios,
fabriles y artísticos y entrar así por el camino de la civilización expuso.
Los concurrentes esperaban un discurso de mayor profundidad, dados
los conocimientos que poseía el Prelado y el acto perdió su emotividad.
Entonces, correspondió tomar la palabra a Espejo, mentalizador del
proyecto. Este, con el porte y gesto arrogante que molestaba a sus riva-
les, creyó conveniente pronunciar el Discurso a los Quiteños, en el que
resumía una declaración de principios de lo que intentaba ser la
Sociedad Patriótica:

Señores:

Al hablar de un establecimiento que tanto dignifica a la razón,


no será mi lánguida voz la que se oiga. Será aquella majestuo -
Marco Chiriboga Villaquirán 141

sa (la vuestra digo), articulada con los acentos de la humani -


dad. Si es así, señores, permitid que hoy hable yo. Que sin
manifestar mi nombre, coloque el vuestro en los fastos de la
gloria quitense y le consagre a la inmortalidad. Que sea yo el
órgano por donde fluyan al común de nuestros patricios, las
noticias preciosas de nuestra próxima felicidad.

Sí, señores, este mismo permiso hará ver todo lo que el resto
del mundo no se atreve todavía a creer de vosotros, esto es,
que haya sublimidad en vuestros genios, nobleza en vuestros
talentos, sentimientos en vuestro corazón y heroicidad en
vuestros hechos...

Vais, señores, a formar una Sociedad Literaria y Económica.


Vais a reunir en un sólo punto las luces y los talentos. Vais a
contribuir al bien de la Patria con los socorros del espíritu y
del corazón. En una palabra, vais a sacrificar a la grandeza
del Estado, al servicio del Rey, a la utilidad pública y vuestra,
aquellas facultades con que en todos sentidos os enriqueció la
providencia.

Vuestra sociedad admite varios objetos. Quiero decir, que


vosotros, por diversos caminos, sois capaces de llenar aquellas
funciones a que os inclinare el gusto u os arrastre el talento:
Las ciencias y las artes, la agricultura y el comercio, la econo -
mía y la política no han de estar lejos de la esfera de vuestros
conocimientos. Al contrario, cada una, lo diré así, ha de ser la
que sirva de materia a vuestras indagaciones y cada una de
ellas exige su mejor constitución del esmero con que os apli -
quéis a su prosperidad y aumento.

El genio quiteño lo abraza todo, todo lo penetra, a todo


alcanza. ¿Veis señores, aquellos infelices artesanos que ago -
biados con el peso de su miseria se congregan las tardes en las
“cuatro esquinas” a vender los efectos de su industria y su
142

labor? Pues allí, el pintor y el farolero; el herrero y el sombre -


rero; el frangero y el escultor; el latonero y el zapatero; el
omniscio y universal artista presentan a vuestros ojos precio -
sidades, o ¿la frecuencia de verlas nos induce a la injusticia de
no admirarlas? Familiarizados con la hermosura y delicadeza
de sus artefactos no nos dignamos siquiera a prestar un tibio
elogio a la energía de sus manos, al numen de invención que
preside en sus espíritus, a la abundancia de genio que encien -
de y anima su fantasía. Todos y cada uno de ellos, sin lápiz,
sin buril, sin compás, en una palabra, sin sus respectivos ins -
trumentos, iguala sin saberlo y a veces aventaja al europeo
industrioso de Roma, Milán, Bruselas, Dublín, Ámsterdam,
Venecia, París y Londres.

Lejos del aparato en su línea magnífico de un taller bien equi -


pado, de una oficina bien proveída, de un obrador ostentoso
que mantiene el flamenco, el francés y el italiano... el quiteño,
en el ángulo estrecho y casi cegado a la luz de una mala tien -
da, perfecciona sus obras en silencio y, como el formarlas ha
costado poco a la valentía de su imaginación y a la docilidad
y destreza de sus manos, no hace vanidad de haberlas hecho...

Este es el quiteño nacido en la oscuridad, educado en la des -


dicha y destinado a vivir de su trabajo. ¿Qué será el quiteño
de nacimiento, de comodidad, educación, costumbres y de
letras...?

Los días de la razón, de la monarquía y del evangelio han


venido a rayar en este horizonte...

Quiteños, sed felices ¡Quiteños, lograd vuestra frente a vues -


tro turno! Quiteños, sed los dispensadores del buen gusto, de
las Artes y de las Ciencias.

Los concurrentes quedaron en silencio. Extasiados. El


Presidente regresó a ver al Obispo y éste dirigió su mirada al Regente.
Marco Chiriboga Villaquirán 143

Montúfar que hizo grupo con Joaquín Lagraña, Juan Boniche y Luis
Andramuño, no podían ocultar su orgullo. ¡Eugenio era su amigo!
¡Espejo era la Patria...! El modesto discurso de Calama se borró instan-
táneamente de la memoria de los presentes. Juan Pablo y Manuela, en
el fondo del salón se abrazaban felices.

¡El momento de Francisco Xavier Eugenio de Santa Cruz y


Espejo había llegado...!

Bernardo Delgado, el protomédico y el abogado Ramón de


Yépez, frustrado al no haber sido ser nombrado Secretario de la
Sociedad, no lucían satisfechos con el éxito obtenido por Espejo. Joseph
del Rosario los había enviado para que le informasen sobre lo que con-
sideraba iba a ser una plataforma para las insolencias del hijo del indio
Chusig. Sancho de Escobar, exteriorizaba su disgusto por los aplausos
conseguidos por su enemigo. No podía perdonar que lo hubiese ridicu-
lizado en su libro El Nuevo Luciano. El cura Araúz, otra de las víctimas
de la pluma de Espejo, elevaba al cielo sus oraciones.

Los siguientes días fueron de una actividad febril. Primicias


debía circular en los primeros días de Enero de 1792.

El periódico sería el portavoz de las realizaciones de la


Sociedad. Adicionalmente, Pérez Calama, en su calidad de Director, le
comisionó para que redactara los Estatutos de la Sociedad, en una terna
con el abogado Ramón de Yépez, su recién adquirido enemigo y Andrés
Salvador.

En noviembre publica un folleto titulado Instrucción Previa a


manera de un avance de lo que se debía esperar de las Primicias. La
intención era despertar expectativa entre los ciudadanos y motivarlos a
que se suscriban. Se anuncia su costo: real y medio de plata por cada
pliego completo.

El trabajo era inmenso. Hacía contactos con los posibles sus-


criptores para asegurar la supervivencia de la publicación. De casa en
144

casa, de despacho en despacho iba obteniendo promesas. Don Antonio


Andrade, comerciante de la ciudad, se comprometió a vender desde su
almacén los números sueltos del periódico. Pío Montúfar y los demás
miembros de la Sociedad, comprometieron sus aportes económicos.

Días antes de salir el periódico, Eugenio llega excitado a la


imprenta y comunica a Juan Pablo

- ¡El Sr. Miguel de Unda, Secretario de la Curia me ha comu-


nicado en forma confidencial que el Venerable Cabildo Eclesiástico se
suscribirá a las Primicias! ¿Te imaginas el importante respaldo que sig-
nifica este hecho?

Juan Pablo miró a su hermano con gesto compasivo y comentó:

- ¿En verdad crees eso? ¿Piensas que los curas te han perdo-
nado después de lo que escribiste en El Nuevo Luciano o en la Ciencia
Blancardina?

- Permíteme que te vuelva a la realidad- recalcó mientras lim-


piaba la tinta de sus manos.

-¡Ellos no te ayudarán! ¿Crees que Joseph del Rosario no


intervendrá? Ese fraile nos odia. Ese fraile causó daño a nuestro padre
y lo hizo poner en prisión- enfatizó -estoy convencido que fue él quien
presentó la denuncia contra él el 29 de mayo de 1765. Nunca pudo per-
donar que fuera más inteligente que él y ese odio lo ha demostrado mil
veces, Xavier Eugenio. Ese odio lo ha transferido a tu persona, a nues-
tra familia, mira la forma cómo te ha tratado en el juicio de la
Chiriboga. ¿Olvidaste las cartas que te escribió humillándote, humillán-
donos...? Los curas no nos ayudarán. Busca la ayuda Divina, pero no la
de sus representantes en la Tierra... ¡Ellos te la negarán!

Los quiteños estaban pendientes de la aparición del periódico.


¡De Eugenio Espejo todo se podía esperar! Recordaban divertidos los
Marco Chiriboga Villaquirán 145

berrinches que causó a los presidentes García Pizarro y Villalengua. Ya


los sobresaltó en más de una ocasión con sus publicaciones.
C o n s e rvaban memoria del escándalo que causó la aparición de
Reflexiones. En la nómina de la Sociedad Patriótica están sus peores
enemigos, comentaban y algún gracioso añadió: - Sólo falta Joseph del
Rosario para que la felicidad del Doctor sea completa.

La gente llegó a apostar que el periódico de Eugenio -como lo


bautizaron- nunca saldría a la luz pública.

Sin embargo, la mañana del jueves 5 de enero de 1792 Quito


amanecería con una novedad:

El periódico Primicias de la Cultura de Quito irrumpió en la


vida cultural de sus habitantes. Era la primera publicación de este géne-
ro en la Real Audiencia. En Lima y Santa Fe, ya se gozaba de este
privilegio.

Sin embargo, las decepciones, componentes inevitables de su


diario vivir, no se harían esperar. Los suscriptores no cumplieron. El res-
paldo de los amigos no llegó jamás y el sueño que dio a luz el 5 de enero
de 1792, murió el 29 de marzo del mismo año. Siete números de
Primicias llegaron a publicarse. El sueño de incorporar a la sociedad
quiteña al mundo del conocimiento nació con su respectiva Acta de
Defunción.

Para completar sus decepciones, el 11 de noviembre, una


Cédula Real firmada por Carlos IV, dirigida en fuertes términos al
Presidente, puso punto final a la Escuela de la Concordia y enervó los
ánimos de Muñoz de Guzmán. Este asumió el asunto como una toma-
dura de pelo de Espejo, a quien culpó de haberlo inducido a autorizar
el nacimiento de la Sociedad Patriótica.

Eugenio se retiró a seguir soñando imposibles en la casa que


su padre Luis Chusig, Luis Benítez, Luis de Santa Cruz y Espejo había
comprado en la calle del Mesón, para que sus hijos fueran felices.
Marco Chiriboga Villaquirán 147

E L
EL
P R I N C I P I O
PRINCIPIO DEL FINAL:
D E L F I N A L T E R C E R A P R I S I Ó N

TERCERA PRISIÓN

LO ERAN
L A VIDA DE
TOS DE
EUGENIO SE IBA RÁPIDAMENTE. LOS INTEN-
MANUELA Y MEJÍA LEQUERICA POR ALIVIAR-
VANOS. LA DISENTERÍA DESTROZÓ SU ORGANISMO.

- Mis libros. Quiero que los recuperes. Cuando vayas a cobrar


lo que se me adeuda en la Biblioteca los reclamas. Tengo que reponerte
los gastos que has hecho Manuela y por favor, envía a José Vallejo esos
centavos que le debo; hazle saber que lo perdono y que espero que
Nuestro Señor también lo haga. No quiero irme con esa deuda. Todas
mis cosas quedaron en la Biblioteca- repetía en su delirio. - La tarde que
me capturaron, el Presidente llegó acompañado de Jerónimo Pizarro y
unos cuantos soldados. Revisaron mis papeles. El debe saber qué hicie-
ron con mis manuscritos. Buscaban los banderines. ¡Cuánta ingenui-
dad, Manuela...!- intentó sonreír -Como si los hubiese ido a guardar allí
precisamente...

El martes 21 de octubre de 1794, las paredes de Quito ama-


necieron empapeladas con pasquines y en las cruces de piedra de los
atrios de las iglesias de Santo Domingo, San Francisco, la Merced y la
mismísima Catedral colgaban banderas de color rojo, en las que en un
lado se leía la inscripción Liberto esto felicitatem et gloriam conssecu -
to y al otro Salva cruce.

Todos los edificios del gobierno tenían colgada su respectiva


banderita escrita con la misteriosa leyenda: Liberto esto felicitatem et
gloriam conssecuto.

La población se conmocionó. No era día de fiesta. ¿Porqué


entonces las banderas de color rojo y escritas en latín, idioma incom-
148

prensible para el pueblo...? La mayor parte de la gente era analfabeta y


los que no lo eran, no entendían lo que significaba la inscripción escri-
ta en latín y se preguntaban unos a otros. Finalmente apareció un pres-
bítero y tradujo el significado: Sed libres y conseguid la felicidad y al
otro lado La gloria bajo el amparo de la cruz. El cura se santiguó y se
alejó apresuradamente.

Algo estaba pasando o algo malo estaba a punto de acontecer.

Los esbirros del Presidente corrieron a despertarlo con la


novedad. Este se vistió a prisa y salió a las calles para comprobar la
noticia. - !Maldito¡- exclamó Muñoz de Guzmán en cuanto vio los car-
teles - ¡Ese doctorcito Espejo ha colmado mi paciencia!-. Hizo que lla-
maran al Jefe de la Guardia y ordenó que se investigara la procedencia
de los pasquines.

- El primer sospechoso es Espejo- enfatizó. -¡Que lo vigilen!

El miércoles 20 de agosto de ese mismo año habían aparecido


pasquines subversivos en Santa Fe de Bogotá. El movimiento libertario
iba tomando forma y la Corona se encontraba preocupada. La Corte de
Madrid impartió órdenes para que las autoridades castigasen cualquier
intento subversivo. La Revolución Francesa tenía seguidores en las
Colonias. En Nueva Granada se sospechaba que Antonio Nariño era
uno de los cabecillas. Se conocía que tradujo Los Derechos del hombre
y que en 1789 fundó una sociedad literaria llamada Arcano de la
Filantropía, a la que llegaban los intelectuales interesados en fomentar
la idea libertaria. Durante su estadía en Santa Fe, Espejo se convirtió en
asiduo de esas reuniones.

Muñoz de Guzmán conocía estos antecedentes. Desde su pri-


mer día en Quito, estuvo informado acerca de lo peligroso que era
Espejo, de tal manera que no dudó quién podía ser el autor de los ban-
derines con el Salva Cruce.
Marco Chiriboga Villaquirán 149

Las primeras investigaciones no le trajeron la respuesta que


esperaba. Espejo trabajaba desde el 24 de mayo de 1792 en la
Biblioteca; y, después de la fallida aventura de las Primicias de la
Cultura de Quito, desapareció de la vida pública.

- Algo debe estar tramando- insinuó Joseph del Rosario, con-


vertido en asiduo visitante del Presidente. - Algo estará urdiendo.
Imagínese, V.E., que se ha mudado a vivir en una pieza contigua a la
Biblioteca teniendo casa propia. ¡Este Chusig no es de los que se que-
dan quietos!

Nadie pudo obtener pruebas de que Espejo hubiese tenido


algo que ver con la aparición de los banderines. Era uno de los pocos
ciudadanos seculares que hablaba y escribía el latín, pero ese hecho no
constituía prueba alguna. Muñoz de Guzmán recordó que el Escribano
Mariano Mestanza le informó que el 2 de marzo de 1794, Espejo había
dictado un poder dirigido a Luis Pietro de San Martín, prestigioso abo-
gado madrileño, solicitándole que tratase de conseguirle a través de sus
relaciones en la Corte, un empleo de cualquier índole en una de las ciu-
dades de la Colonia y se refería además a ciertas instrucciones secretas
que le había anticipado.

- Debe estar buscando un lugar para refugiarse después de


crearme problemas- sentenció el Presidente. - Este indio quiere escapar.
Ya veremos si lo logra.

Desde la aparición del Salva Cruce, Quito se convirtió en la


capital de los rumores. La población estaba inquieta. Muñoz de
Guzmán escribe al Virrey Ezpeleta y le comenta que los pasquines apa-
recieron colocados en las puertas del Cabildo secular y en otros parajes
diversos... dirigidos a alucinar a la plebe, procurando su sublevación.
150

¡Era necesario encontrar un culpable!

A pesar de que se había redoblado la vigilancia, continuaban


apareciendo pasquines con mensajes sediciosos. Los quiteños, amigos
de las bromas comenzaron a burlarse de la autoridad del Presidente.
Este, contrariado, ordena que capturen a Marcelino Pérez, maestro de
escuela y ayudante de Espejo, quien a pesar de las torturas, no aportó
indicio alguno, luego se detiene a Vicente Peñaherrera, un intelectual,
amigo de Eugenio. El círculo a su alrededor se iba cerrando.

- No puede ser otro- decidió Muñoz de Guzmán.

El complot fue planificado inteligentemente. Eugenio presu-


puso que las primeras indagaciones se harían en la Biblioteca.

La casa de Montúfar era el sitio ideal para fabricar los pasqui-


nes. Aunque se sospechara de él, nadie se atrevería a requisar las pro-
piedades del Marqués. Juan Pío era demasiado importante y sus relacio-
nes en la Corte llegaban hasta los círculos cercanos al Monarca. Se tra-
bajó en estricto secreto. El tafetán para fabricar los banderines fue tra-
ído desde Nueva Granada. Mariano Villalobos, otro de los cómplices se
encargaría de colocarlas en los sitios escogidos.

Juan Pablo Espejo era el de los mayores afanes. Se había tras-


ladado a Quito desde su parroquia en Tanicuchí, cerca de Latacunga
donde había sido asignado y Eugenio le ruega que se mantenga alejado.

- Bien sabes que es una aventura muy peligrosa, hermano. Y


también conoces que no somos santos de la devoción del Presidente. Tú
y yo hemos cumplido con nuestra parte- recalcó.

Juan Pablo hizo caso omiso al consejo de su hermano mayor


y la noche del lunes 20 de octubre se dirigió al lugar donde debían reu-
nirse los confabulados. Estos al verlo, se sorprendieron pero no tuvie-
ron más opción que aceptarlo. Se dirigieron a los lugares seleccionados.
Unos vigilaban el paso de los rondas, otros pegaban los pasquines y los
demás colgaban las banderas.
Marco Chiriboga Villaquirán 151

Concluida la tarea, el grupo se dispersó. Juan Pablo decide


entonces visitar a Francisca Navarrete, una criolla de vida aireada con
la que mantenía relaciones amorosas. La mujer, acostumbrada a las fur-
tivas visitas del cura no se sorprendió por la hora de su llegada y por
inercia, decidió reprocharlo.

- ¡Qué horas de llegar son estas! Por Dios, me asustas. Y mira


cómo vienes, todo descompuesto- le riñó mientras se apresuraba a
cerrar la puerta.

- Esta es una noche importante, Francisca- exclamó el cura


recostándose en el lecho. - La hora de la libertad ha llegado.

La mujer no comprendía nada. Se deshizo del abrazo de su


amante y se dirigió al fogón para encender la lumbre.

- Mañana sabrán esos chapetones que su tiempo ha termina-


do. Seremos libres, ¡Los sueños de Eugenio se harán realidad!

En su euforia, no se detuvo a pensar en las graves consecuen-


cias que traería su conversación con la ingenua Francisca Navarrete. La
mujer, asustada por las cosas que escuchaba de boca de Juan Pablo,
pensó que debía confesarse. Hablar mal del Rey era como hablar mal
de Dios. Así le enseñaron.

Los esbirros del Presidente, enterados de la relación de la


Navarrete y el odio que Vicente, fraile de la orden franciscana y her-
mano de Francisca sentía por Juan Pablo Espejo, comenzaron a ase-
diarlo.

- Es su oportunidad para vengarse- le decían - Un sacerdote


igual que usted ha hecho caer en pecado a su hermana. En Quito se bur-
lan de su familia.

Vicente Navarrete accedió finalmente a hablar con su madre


y entre los dos convencieron a Francisca para que denunciara a las auto-
ridades lo que escuchó decir al presbítero Juan Pablo Espejo.
152

Muñoz de Guzmán no cabía en sí de la felicidad cuando le


comunicaron el particular.

- Yo sabía que algo tenían que ver el diablo del cura y el doc -
torcito- exclamó satisfecho. - Al marquesito lo dejaré en paz por ahora,
a no ser que pretenda interferir. Boniche, Andramuño y los demás cae-
rán a su tiempo- siguió en tono triunfal.

Ordenó entonces que compareciera Jerónimo Pizarro, con un


oficial y cuatro soldados para que le acompañasen a capturar a Espejo.

Su secretario fue a citar al Escribano Juan de Azcaray para


que sirviera de testigo. Alguien debía tomar nota de los documentos
subversivos que estaba seguro encontraría en su posesión. Entonces se
dirigió a buscar a Espejo.

El día viernes 30 de enero de 1795 entrada la tarde, la comi-


tiva se presentó en la Biblioteca. Eugenio trabajaba en su escritorio.

- ¡Señor Presidente!- exclamó fingiendo sorpresa. - Es un


honor tenerlo por aquí. ¿Hay algo en lo que yo pueda servirle?- acertó
a pronunciar poniéndose de pie. Por un momento pensó que la visita
podía deberse a una solicitud de aumento de sueldo que envió al Rey el
26 de septiembre del año anterior, sin tomar en cuenta al Presidente.

Pero -reflexionó- la razón debía ser el asunto de los pasquines.


- Señor de Azcaray, gusto en saludarlo- murmuró dirigiéndose al
Escribano. Este esquivó la mirada inquisidora de Espejo y se dedicó a
examinar los anaqueles.

- He venido a detenerlo en nombre de la Corona- impuso con


autoridad el Presidente. - Lo acuso de haber cometido actos sediciosos.
Le responsabilizo de atentar contra la Majestad del Rey y faltar a mi
autoridad-. Dicho esto, se dirigió a Pizarro y sus soldados indicando
que lo aprehendieran.
Marco Chiriboga Villaquirán 153

Espejo se quedó inmóvil.

- No sé de qué está usted hablando, V.E. por el amor de Dios.


¿De qué acto sedicioso me está acusando usted?

- Proceded a revisar la Biblioteca y la habitación contigua-


ordenó Muñoz de Guzmán, ignorando el reclamo. - Sargento, vigile al
prisionero y usted Notario, elabore un listado de los documentos sub-
versivos conforme aparezcan-. Azcaray se dirigió al escritorio.

- Pero, excelencia...- intentó protestar Eugenio, comprendien-


do lo inútil de cualquier reclamo. Era mejor dejarles. No encontrarían
nada comprometedor. Se tranquilizó. Los soldados hurgaron en todas
partes; luego pasaron a la habitación que le servía de dormitorio sin
hallar rastro de las evidencias que se les aseguró encontrarían escondi-
dos en algún rincón. El Presidente revisó los anaqueles, abrió cajones,
buscó escritos, leyó las notas que se encontraban entre las páginas de
los libros sin ubicar nada que podría servirle para sus propósitos.

- Le conmino, doctor Espejo, a que confiese que usted es autor


de los pasquines que andan pegando en las paredes de la ciudad y me
diga quiénes fueron sus cómplices- bramó Muñoz de Guzmán levantan-
do un puño en dirección al lugar desde el que Eugenio miraba entre
divertido y disgustado el desorden que se iba formando. - El diablo de
su hermano ya está detenido y jura que no hizo más que seguir sus ins-
trucciones- mintió en su afán por debilitar la despectiva actitud de
Espejo.

- Francisca Navarrete y su hermano han aportado pruebas


irrefutables para condenarlo, doctor. Usted no podrá jugar conmigo
como lo hizo con García Pizarro o Villalengua-, pronunció arrastrando
las palabras. - Ya no podrá andar por ahí ofendiendo a la gente con sus
mamotretos- explotó lanzando por los aires varios libros que atenaza-
ba en sus manos.
154

- ¿Debo entender que estoy bajo sospecha de haber cometido


alguna clase de delito...?- inquirió Espejo, adoptando un gesto de ino-
cencia. - Debo recordarle, señor Presidente, que para requisar mis docu-
mentos o habitaciones privadas, se debe proceder con una orden del
Juez y con todo respeto, no me ha presentado ningún documento en ese
sentido- manifestó en actitud defensiva.

- Su soldadesca ha destruido mi habitación; han desordenado


la Biblioteca y no han encontrado nada que me incrimine. ¡Exijo saber
el porqué se me atropella de esta manera!- protestó clavando su mirada
desafiante en los ojos de Muñoz de Guzmán. - Estoy harto de que se me
injurie y moleste cada vez que pasa algo en esta ciudad. ¿Soy acaso el
único habitante de Quito...? Jamás he escuchado hablar de Francisca
Navarrete y en cuanto a mi hermano, lo que tenga o haya tenido con
esa dama, no es asunto de mi jurisdicción. ¡De tal manera que agrade-
cería a su excelencia que se me deje en paz...!

A pesar de estar acostumbrado al mando, Muñoz de Guzmán


se sintió acorralado. La imponente presencia de Espejo le intimidaba.
Cometió el error de llevar como testigo a Juan de Azcaray, a quien no
conocía, como para pedirle que mintiera y atestiguara afirmando que se
encontró algún documento incriminatorio en poder de Espejo.

- Yo no tengo porqué darle explicaciones a usted ni a nadie-


replicó y añadió -Desde este momento usted queda detenido- y diciendo
esto, con un ademán indicó a Azcaray que lo acompañase en la retirada.

- Usted, Pizarro, queda encargado de mantener detenido al


señor Espejo. Por disposición mía, no puede salir de la Biblioteca y está
prohibido que alguien entre en este establecimiento.

Dicho esto, salió en dirección a su despacho. Espejo tenía


razón. Necesitaba una orden de captura y la iba a conseguir. El jueves
5 de febrero fue trasladado a la cárcel. Muñoz de Guzmán cree conve-
Marco Chiriboga Villaquirán 155

niente comunicar al Virreinato el incidente y escribe un informe confi-


dencial a Ezpeleta, con fecha 6 de febrero, indicando las razones que le
motivan a proceder contra Espejo y que se fundaban en la denuncia que
una mujer hizo contra el presbítero Dn. Juan Pablo Espejo, de haber
vertido en sus conversaciones especies poco conformes a los derechos de
S.M. el Rey y que favorecían las ideas de libertad que contaminan en el
día todos los países.

Efectivamente, Juan Pablo fue detenido y trasladado a la


Vicaría, pero, con la arrogancia característica de los Espejo, negó los
cargos que se le imputaban. La noticia de la detención circuló rápida-
mente. El cura Joaquín Lagraña, uno de los fieles amigos de Eugenio, al
enterarse del incidente, se apresuró a visitar al Presidente.

- Es posible que Juan Pablo haya tenido relaciones con esa


mujer y es un pecado imperdonable por el cual debe ser castigado seve-
ramente. Pero de allí a que esté envuelto en un movimiento subversivo,
hay un gran trecho. En cuanto a su hermano, el doctor Espejo, quien es
la razón por la que he venido, puedo garantizar, V.E. que desde su regre-
so de Santa Fe, su tiempo estuvo dedicado al proyecto de publicar las
Primicias y establecer la Escuela de la Concordia. Luego se ha entrega-
do en cuerpo y alma a su trabajo en la Biblioteca- intercedió ante la fría
mirada de Muñoz de Guzmán. - Le recuerdo además, que al conformar-
se la Sociedad Patriótica, fue él quien sugirió que V.E. fuese su Protector
y que usted vio complacido el trabajo que intentó realizar en beneficio
de Quito.

- Usted, yo y todos en la Audiencia sabemos que Eugenio


Espejo es un incitador por naturaleza- le interrumpió el Presidente. - Su
presencia, sus críticas, sus libros, sus actitudes molestan a todos... y per-
sonas como usted y el Marqués de Selva Alegre, han permitido que este
indio haya llegado a pensar que pertenece al nivel de los blancos, ¡Y eso
no voy ha permitirlo! estalló.
156

- En cuanto a la Escuela de la Concordia, lo único que sé es


que Espejo se aprovechó de mi ingenuidad para ubicar a sus amigos
como miembros de la misma. ¿Se ha olvidado el conflicto que se formó
en los medios universitarios por causa de ese papelucho llamado
Primicias...? ¿Ya olvidó que el Rey suprimió la Sociedad Patriótica y me
llamó la atención por haberme dejado engañar por Espejo y sus secua-
ces urgiéndome a aprobar sus Estatutos? No tenemos ningún otro asun-
to de que hablar- dijo y se retiró como acostumbraba cuando no quería
discutir más sobre un asunto.

El Presidente estaba decidido a finiquitar el problema que


representaba Espejo para su prestigio, y así se lo comunicó al fiscal
Antonio Rubianes.

- Usted inicia un proceso contra Espejo y lo acusa de subver-


sivo a como dé lugar, señor Rubianes- ordenó.

Pero, el funcionario que simpatizaba con los hermanos


Espejo, con quienes hizo amistad en Santa Fe, no encontró méritos en
la acusación.

- No se puede encarcelar a una persona por una mera suposi-


ción, señoría. No existen evidencias que sea el autor material de los libe-
los. Las suposiciones no hacen prueba. El doctor Espejo debe ser pues-
to en libertad inmediatamente.

El día viernes 27 de marzo de 1795, los hermanos Espejo fue-


ron puestos en libertad. Sin embargo, al día siguiente, los soldados vol-
vieron a irrumpir en la Biblioteca en la que se encontraba ordenando el
caos causado cuando su detención en enero y que nadie se preocupó de
arreglar. Esta vez no hubo diálogos. Lo engrillaron sin contemplaciones
y se lo trasladó a la cárcel. Eugenio, desconcertado, no lograba com-
prender qué pudo haber pasado en esas horas.

Muñoz de Guzmán, disgustado con la orden del Fiscal que en


Marco Chiriboga Villaquirán 157

forma evidente menoscababa su imagen pública, hizo que comparecie-


ran a su despacho los esbirros que le informaron acerca de la relación
de Juan Pablo con Francisca Navarrete y les ordenó:

- Es imperativo que esa mujerzuela nos de por escrito una


declaración incriminando a los hermanos Espejo. Esta misma tarde
redactan un papel lo suficientemente comprometedor y le hacen firmar.
No debe ser demasiado formal, para que sea creíble. Su hermano
Vicente Navarrete o su madre pueden hacerlo o servir de testigos.
¡Necesito ese documento hoy mismo...!

La denuncia estuvo lista inmediatamente. Francisca, atemori-


zada puso una cruz en el papel que le presentaron. Su hermano la apo-
yaba y su madre hacía lo que ordenaba el hijo fraile. Con este documen-
to, el Presidente se presentó en la oficina del Fiscal increpándole:

- ¿Usted pedía pruebas señor Rubianes...? ¡Pues bien... aquí


las tiene! ¿Usted dudaba de la palabra del Presidente...? ¡Lea lo que dice
el diablo del presbítero! ¡Entérese la clase de subversivo que es Espejo...!

Rubianes, atemorizado y a pesar de que la prueba presentada


no justificaba legalmente lo que se le pedía, firmó la orden de detención.
Juan Pablo pasaría a órdenes del Vicario para ser juzgado, puesto que
su condición eclesiástica lo exigía así, mientras que Eugenio iría a la
Cárcel de Corte hasta que fuera juzgado.

Semanas después de la detención, Lizardo Suasnavas que


hacía de amanuense de Espejo y a quien se le concedió licencia para visi-
tarlo ocasionalmente en la cárcel, acierta a pasar por la oficina del
Fiscal y aprovecha la oportunidad para cuestionar a Rubianes.

- ¿Y porqué no trata de ayudarlo, su merced? Usted siempre


fue su amigo- insinuó Lizardo al Fiscal.

- ¡Ah! si pudiera tenerlos fuera, pero cuanto puedo hacer en


158

mi oficio es cumplir con mi obligación- respondió. - Con el mayor dolor


del corazón, en cada mojada de tinta que cogía para poner en contra del
Dr. Espejo, me costaba la sangre de mis venas. Me vi obligado a poner
la orden de captura- se quejó Rubianes. - ¿Cómo pudo Juan Pablo
haber dicho las barbaridades que dijo? ¡No lo comprendo!- Hablaba
para sí mismo mientras daba vueltas por el despacho. - Si ya lo puse en
libertad. El Dr. Espejo es inocente. Todos lo sabemos. ¡Inclusive el
Presidente comenzó a tener dudas, él mismo me lo confesó! Lo suyo se
ha convertido en un asunto de capricho y solamente buscaba una excu-
sa para humillarlo. Y fue su mismo hermano quien le brindó la oportu-
nidad de hacerlo-. Esta vez se dirigió hacia Suasnavas que escuchaba
con atención cada palabra.

- Ya no puedo hacer nada Lizardo, absolutamente nada.

Eugenio fue encarcelado con orden de que se lo mantuviese


incomunicado, con guardias de vista las veinte y cuatro horas y bajo las
condiciones más espantosas. No fue sino hasta el 21 de mayo que a
Suasnavas le fue posible entrar a la húmeda celda. Allí se dio maneras
para comentarle lo que escuchó decir al Fiscal.

La fama de Espejo como médico era grande y a pesar de


encontrarse preso, importantes señores requerían de sus servicios. En
estos casos el Presidente se veía presionado a permitirle salir -estrecha-
mente vigilado- y en cuanto terminaba las consultas, lo regresaban a la
cárcel. En muchos casos, era Manuela con la colaboración de algún per-
sonaje de influencia que se fingía enfermo, quien organizaba sus salidas
para ponerse en contacto con su hermano.

Coincidió que al día siguiente de la visita de Suasnavas, el


viernes 22, ocurrió una de estas oportunidades, ocasión que aprovechó
para escribir una carta a su abogado, el doctor Juan Boniche. La carta
decía:
Marco Chiriboga Villaquirán 159

De una de las casas de mis enfermos

Señor Dr. Juan Boniche

Mi muy caro amigo:

Ayer se me ha dicho que el Fiscal ha asegurado que puso una


“vista” pidiendo que se me diera libertad, respecto de estar
evacuadas todas las diligencias que pendían y debían practi -
carse. Pero que el Presidente le devolvió el expediente, hacién -
dole el cargo de que la causa de mi hermano no se encontra -
ba concluida y que debía acusarme de complicidad con éste;
añadiendo que le dolía muchísimo, (al fiscal) por la amistad
que me profesa. Que él no hace otra cosa que lo que se le
mandaba de la presidencia.

Que con esta ciencia escribía a Dn. Luis Prieto San Martín, su
apoderado y mío en Madrid, para que me atendiese favora -
blemente, en virtud de constarle a él mi inocencia. Que últi -
mamente lo que hacía a su pesar le costaba sangre de su cora -
zón; pero que este negocio de mi hermano retardaba mi liber -
tad. En este estado, es obligación de Ud. como lo sería mía,
poner un pedimento que haga ver todo lo expuesto en uso del
derecho que me asiste.

Dios guarde a V.M.

f) Doctor Espejo.

Boniche, hombre impulsivo, recibió el mensaje y se apresuró


a redactar un alegato. Las palabras dichas por el Fiscal eran importan-
tes y tenerlo de su parte podía significar la libertad de Eugenio. Llevó el
escrito al Tribunal e hizo que el Abogado de Pobres, Tomás García y
Sierra firmara la recepción.
160

Ramón de Yépez, enemigo acérrimo de Espejo se encontraba


por casualidad en el juzgado; y, en cuanto Boniche salió del despacho,
solicitó a Tomás García que le permitiese leer el escrito y ante la resis-
tencia del Abogado de Pobres, arguyó: - Se trata de un instrumento
público.

Tal y como lo imaginó, los términos del escrito eran descome-


didos contra el Presidente. Ramón de Yépez vio entonces una oportuni-
dad para tomar represalias contra Eugenio y ganarse la voluntad de
Muñoz de Guzmán y se apresuró a ponerle al tanto del contenido.

El Presidente reaccionó de mala manera. Mandó a llamar a


García Sierra, el Abogado de Pobres y lo increpó.

- ¿Cómo se atreve a autenticar semejante documento? -¿No


está usted para salvaguardar el honor del Presidente?- le amonestó.

- ¿No sabe leer? ¿No ve que se me acusa de obrar arbitraria-


mente y sin razón contra Espejo?- se mostró amenazante mientras blan-
día el documento. -¡Y este Boniche...! ¿Quién es, sino otro reacciona-
rio? Usted será castigado y comunique a su amigo Boniche que pediré a
Don Estanislao Andino, Regente del Virreinato para que cancele su
licencia de abogado.

García quedó de una pieza. Sabía del temperamento de


Muñoz de Guzmán, pero era la primera vez que lo sufría en carne
propia.

- ¡Espejo me las pagará...! vociferó el Presidente, al tiempo


que salía de la oficina del secretario y se dirigía a su propio despacho
seguido de cerca por el traidor Ramón de Yépez.

Recobrada la calma, el Presidente se dirigió a Yépez.


Marco Chiriboga Villaquirán 161

- El problema, es que no tengo pruebas reales para acusar a


Espejo. Es más, hay momentos en que me invaden serias dudas de que
haya tenido algo que ver en el asunto. El Fiscal Rubianes está en mi con-
tra. Lo único que tengo es la confesión de la tal Navarrete y Ud. como
abogado, sabe que ese documento no representa ninguna fuerza legal.
Tengo que aceptar que los malditos hicieron bien las cosas. ¡No dejaron
huellas! ¡Espejo está limpio!- lamentó y se quedó absorto en sus elucu-
braciones, momento que Yépez aprovechó para expresar sus propias
ideas respecto a lo que se debía hacer.

- V.E., ya es demasiado tarde para que acepte que se ha come-


tido un error. Espejo se aprovecharía para abochonarlo públicamente.
Me permito sugerir que para reforzar la causa, es conveniente enfatizar
la conflictiva trayectoria de Espejo.

- Desde su época de estudiante creó problemas a los profeso-


res con sus impertinencias. El presidente García Pizarro lo tuvo en la
cárcel por desacato. Villalengua, se vio obligado a ponerlo en prisión.
El asunto de La Golilla nunca fue aclarado. Yo y muchas personas esta-
mos seguros que él fue el autor del libelo. Doña María Chiriboga tiene
un juicio iniciado contra Espejo por haberla injuriado en las Cartas
Riobambenses, en fin, señor Presidente... Y luego, vuestra merced-
subrayó - por si le quedase alguna duda, tiene la palabra de nuestro
santo fraile Joseph del Rosario. El asegura que Espejo es el autor de los
libelos que aparecen en esta ciudad... y que lo viene haciendo desde hace
mucho tiempo... ¡Y qué decir del problema que le causó al Cabildo en
1786 con la publicación de las Reflexiones sobre las viruelas, en el que
casi acaba con todas las autoridades. Y lo del padre Arauz con La cien-
cia Blancardina... y lo del doctor Bernardo Delgado... y lo del doctor
Sancho de Escobar...

Muñoz de Guzmán escuchaba con atención. - Siga Yépez. Me


interesa, usted me está informando algunos detalles que no conocía de
nuestro doctorcito- e invitó a que el abogado continuara.
162

- Además, si las pruebas no existen... ¡simplemente las hare-


mos aparecer...!- se atrevió a insinuar Yépez.

¡El trabajo estaba hecho! Muñoz de Guzmán escuchó exacta-


mente lo que necesitaba para darse fuerzas.

¡Definitivamente tenía que deshacerse de Espejo...! ¡Dejarlo


libre era aceptar que estaba equivocado...! Delgado tenía razón. Debía
obrar con inteligencia. Lo primero era tomar re p resalias contra
Boniche. Desprestigiando al abogado se debilitaría la defensa del
acusado.

Después, lo conveniente era darle largas al proceso. Además


ya lo tenía bajo rejas y muy enfermo, según le comunicaron. - ¡Con un
poco de suerte hasta se muere en la cárcel!- se consoló. Inmediatamente
dirige una queja al Regente, acusando a Juan Boniche de desacato a su
Autoridad.

Sr. Regente

Dn. Estanislao Andino

El adjunto expediente instruye la injusticia, irrespeto y desver -


güenza con que el abogado Dn. Juan José Boniche, y el pro -
curador Tomás García, han calumniado mis procedimientos
en la causa que se ha seguido en este Gobierno, contra el Dr.
Dn. Eugenio Espejo.

Y habiéndome abstenido de providenciar en el particular la


correspondiente satisfacción, por el mismo caso de advertir
irrogadas las injurias a mi persona y empleo, y remitido el
conocimiento del asunto al tribunal a efecto de que se pro -
nuncie aquella como sea de justicia: Se servirá Vuestra Señoría
Marco Chiriboga Villaquirán 163

hacerlo presente a la Sala al expuesto fin, comunicándoseme


las resultas.

Dios guarde a V. S.

Luis Muñoz de Guzmán.

La queja obtuvo resultado. El Regente, que tenía noticias de


las permanentes actitudes de desacato y soberbia del abogado Boniche
en todas sus actuaciones en el Tribunal, y decidió aprovechar la opor-
tunidad que se le presentaba para ponerlo en su sitio. Respaldó la soli-
citud de Muñoz de Guzmán y decidió sancionarlo. Se le comunicó la
providencia, en la que además de multarle con 300 pesos, se le suspen-
día en la práctica de su oficio por un año.

- Esto es inaudito- reclamó Boniche al recibir la notificación y


apeló el fallo; éste fue confirmado, obligándolo a ofrecer satisfacciones
al Presidente y a retirar del expediente, todo lo que se considerara ofen-
sivo a la autoridad de Muñoz de Guzmán.

Con el triunfo obtenido sobre Boniche, la situación del prisio-


nero se complica. Muñoz de Guzmán, asesorado por Yépez, se ensaña
con el reo, aislándolo totalmente con una guardia permanente y se
encontraba maquinando el siguiente paso, esto era conseguir del
Tribunal una sentencia condenatoria, cuando es requerido por el Virrey
Ezpeleta, a quien habían llegado nuevas y alarmantes noticias acerca de
la situación de Espejo. El Virrey le ordena enviar a Santa Fe un informe
detallado del proceso. La carta estaba fechada 1 de junio, pero llega a
Quito pocos días después de que recibiera el dictamen contra Boniche.

El 12 de junio el presidente escribe al Virrey de Nueva


Granada:
164

Habiéndose denunciado en este Gobierno que el clérigo Don.


Juan Pablo Espejo había producido en las actuales críticas cir -
cunstancias, ciertas proposiciones sediciosas y perjudiciales a la
quietud del Estado, formalicé el correspondiente expediente.

Ezpeleta leyó con detenimiento la carta y comenta a su conse-


jero Manuel del Socorro Rodríguez - Parecería que nuestro incorregible
amigo Espejo se encuentra en graves dificultades. Ordenaré que se nos
despache todo el expediente, puesto que la carta explicatoria que nos ha
enviado Muñoz de Guzmán deja serias interrogantes acerca de los argu-
mentos jurídicos que se aplican en la acusación que se le formula.

- En todo caso, de la lectura de este documento que coincide


plenamente con otro que me envió tan pronto Espejo fue detenido, de
existir culpabilidad, ésta recaería en el presbítero Juan Pablo Espejo-
reflexionó - A pesar de que la evidencia contra él es meramente testimo-
nial y proviene de una mujer aparentemente resentida-. Sentenció el
Virrey. - Además- añadió en forma de broma - quiero resolver este asun-
to, pues temo enfrentarme a las Representaciones que sin duda y muy
pronto nos hará llegar el doctor Espejo.

Ezpeleta, hombre culto, admirador del intelecto ajeno, tuvo


oportunidad de conocer y juzgar a Espejo en el caso de la autoría del
libelo titulado La Golilla en la que intervino Villalengua como acusador,
asunto que desechó por absurdo, puesto que tenía conocimiento de que
el libro apareció primero en España y posteriormente en las Colonias,
lo que hacía imposible que el acusado hubiese sido su autor, pidió al
Regente que se preocupase del asunto. Muñoz de Guzmán, contrariado,
tuvo que obedecer la nueva orden del Virrey e hizo llegar el proceso a
Santa Fe en julio de 1795.

Eugenio, desesperado, enfermo y sin abogado que continuara


su defensa al haber separado a Boniche de su caso y con la furia del
Presidente Guzmán transmitida diariamente por los verdugos que le
Marco Chiriboga Villaquirán 165

asignaron como guardianes, veía pasar los días encerrado en una sucia
y húmeda celda.

Finalmente, logra escribir al Virrey una extensa carta en la


que le conversa sus miserias:

Cárcel de Quito, Septiembre, 4 de 1795

Excelentísimo Señor:

A pesar de una centinela de vista armada y de espías que me


custodian; de un calabozo oscuro y húmedo en que muero
encerrado; a pesar de todo esto y mucho más que hacen vio -
lentísima mi opresión, me permito postrarme a los pies de
V.E. con mis representaciones.

Pasados dos meses, resolví elevar mis quejas a esa misma


Majestad, a quien se suponía, falsa y calumniosamente, he
ofendido. Soy hasta ahora tratado con todo el aparato de reo
de Estado. Se forma esta acusación a sugestión del abogado
Dn. Ramón de Yépez, al ver que el Sr. Presidente iba a resol -
ver mi libertad. Le detuvo intimidándole con los mismos
sagrados objetos que debe respetar, pues tomando las cosas al
revés, le persuadió:

Primeramente que era una legítima razón de estado tratarme


como a un delincuente. En segundo lugar, que la Majestad del
Rey sería agradecida a la muerte del inocente al que se quería
tratar de rebelde. En tercer lugar, que era una ignominia de la
p residencia decretar una libertad, aceptando que se había
cometido un error legal. Últimamente, que el Dr. Espejo daría
al Rey las quejas de su atropellamiento y de la miseria a la que
se le redujo, lo cual causaría serios problemas al pre s i d e n t e .
166

Aparta por algunos días la centinela de vista; admite una peti -


ción en la que solicito mi libertad en virtud de que nada resul -
taba de lo actuado. Se me saca de la prisión y sin embargo, al
siguiente día, se me vuelve a encarcelar, a las 24 horas de que
se hizo creer que estaba libre. En esta segunda vez que se me
detiene, se agrava la opresión; aparecen nuevamente los cen -
tinelas; no se me permite por todo alivio más que un pajecito
que apenas puede traer y cargar un ligero plato de sopa.

Desde entonces todo es furor. Se hacen resucitar especies fal -


sas, papeles olvidados, sentencias ejecutoriadas. Con la malig -
na esperanza de hallarme ó de volverme criminoso, no se per -
donan las más crueles diligencias. En estos últimos días se me
ha permitido que visite enfermos. Si antes iba a verlos dentro
de una silla de mano escoltada de dos hombres, ahora es con
la adición de un sargento que ha de examinar aun las recetas.
Ni éste, ni aquellos dejan de detestar la injusticia desencade -
nada sobre mi persona y me permiten este desahogo natural,
que es de escribir a V.E. lo que ha ocurrido.

El Tribunal parece atado solo a esperar también la justa reso -


lución de V.E. y por lo mismo me ha parecido muy obligato -
rio postrarme a los pies de V.E., manifestarle mi miseria y
retratarle mis muchas muertes y todos los momentos tristes de
mi aflicción, que espero la remedie la piedad muy notoria de
V.E.

f) Dr. Espejo.

Ezpeleta leyó la carta con deleite. Se había acostumbrado a


sus largas y detalladas Representaciones como se llamaban los escritos
dirigidos a las autoridades. - Te dije que recibiríamos noticias de Espejo-
Marco Chiriboga Villaquirán 167

comentó a Manuel del Socorro Rodríguez. - Mi intuición no falla-. El 6


de octubre, el Virrey recibe un oficio reservado de Muñoz de Guzmán
en el que le manifiesta:

Habiéndose hecho a este Gobierno denuncia contra el presbí -


tero Juan Pablo Espejo acusándole de causante o sabedor al menos de
los rumores de inquietud que hubo en esta ciudad, se procedió a jurídi -
ca averiguación, y como este vivía con su hermano Eugenio, y se supo -
nía bajo su tutela, se procedió por el Gobierno contra éste por suponér -
sele cómplice...

El Virrey se sintió molesto. El informe era una aberración


legal y dejaba entrever que no se trataba de un acto de justicia, sino de
un insaciable resentimiento de los enemigos de Espejo que encontraron
en Muñoz de Guzmán, un nuevo medio para obtener su revancha, indu-
ciéndolo a cometer graves errores legales.

- No puedo creer- exclamó. - No puedo concebir que sea esta


la manera cómo se aplica la justicia en Quito. Imagínese usted señor
Fiscal- dice dirigiéndose al Regente al que ha mandado a llamar para
entregarle los documentos. - Alguien supone que un individuo ha come-
tido un delito y hasta averiguar si el supuesto tiene fundamento, se
encarcela a toda su familia. En este caso y por la información que nos
envía, se deduce que las acusaciones y sospechas recaen sobre Juan
Pablo, y como éste vive en casa de su hermano Eugenio, el Presidente
decide que hay que encarcelar al dueño de casa...- concluye molesto.
-Le ruego señor Fiscal que se haga cargo y emita el criterio que le parez-
ca más adecuado.

Realizados los trámites, el Fiscal de Nueva Granada acepta el


dictamen emitido por su similar en Quito, Antonio Rubianes y lo pone
en conocimiento del Virrey para que dicte la sentencia definitiva. El 25
168

de octubre, Ezpeleta ordena que se archive el caso contra Espejo y


comunica a Muñoz de Guzmán su decisión.

Eugenio recibe en la cárcel la noticia de que el Virrey le ha


absuelto, y enfatiza en que no hay mérito alguno en la acusación hecha
por el Presidente Muñoz de Guzmán. Agradecido, escribe una vez más
al Virrey:

Quito, 21 de noviembre de 1795

Excmo. Señor Dn. José Ezpeleta

Recibo en esta hora de cuatro de la tarde los efectos de la jus -


ticia y clemencia con que V.E. ha honrado mi pequeñez, librando la pro -
videncia de mi libertad.

Me ha notificado el Sr. Presidente por medio del escribano, y


de mi posada hago esta brevísima insinuación de mi reconocimiento a
V.E. y de que en V.E. reconozco cuál es el poder absoluto e independien -
te del Rey N.S., pues que V.E., poniendo en uso el que S.M. le ha con -
fiado, me da la vida que ya me iba faltando.

Nuestro Señor guarde a V.E.

f) Eugenio Espejo.

La alegría de Eugenio no se concreta. Muñoz de Guzmán,


humillado ante la derrota que significaba la orden de libertad que llegó
de Nueva Granada y por consejo de Ramón de Yépez y arguyendo pro-
Marco Chiriboga Villaquirán 169

cedimientos legales, lo mantiene en prisión hasta el 23 de diciembre de


1795, día en que le comunicaron que Espejo se encuentra gravemente
enfermo y se ve obligado a ordenar que lo trasladen a su hogar:

A la casa que su padre, Luis Chusig, Luis Benítez, Luis de


Santa Cruz y Espejo había comprado para que sus hijos fueran felices
en la calle del Mesón.
Marco Chiriboga Villaquirán 171

CAMINO C A M I N
A L A L I B E RTA D
O A L A L I B E R T A D

M ANUELA SALIÓ DE LA IGLESIA SANTIGUÁNDOSE Y


CON UN GESTO DE AUTORIDAD SE DIRIGIÓ AL
GRUPO DE INDIOS QUE SE ENCONTRABAN SENTADOS EN EL PRETIL. LOS
DÍAS DE ANGUSTIA JUNTO AL LECHO DE SU HERMANO HICIERON
MELLA EN SU APARIENCIA. ESTABA CANSADA.

- Necesito que me hagan una caridad, por el amor de Dios- les


solicitó. - Debemos llevar el cadáver de mi hermano hasta la ermita de
San José en la recolección de El Tejar-. Unas pocas beatas habían for-
mado un grupo en las gradas de la iglesia y cuchicheaban entre sí.

- Dizque se ha muerto el Dr. Eugenio. ¡Dizque se ha muerto,


no!- repetían.

Manuela no les prestó atención e ingresó a la iglesia seguida


de cuatro indios. Se arrodilló brevemente y se dirigió hacia el altar
mayor. Sobre una mesa larga y con cuatro velas, una en cada esquina
del anda de madera rústica, estaba el cadáver de Xavier Eugenio. José
Mejía se acercó solícito y los indios cargaron el cadáver. Manuela miró
al rededor. No había nadie más que ellos. Ni siquiera el sacerdote que
ofició la misa se quedó para acompañarlos.

De esta manera salió el cortejo fúnebre. Cuatro indios carga-


ban el anda y atrás de ellos caminaban Manuela y José Mejía Lequerica.
Al tomar la calle que los llevaría hacia el cementerio de El Tejar, llegó
Joaquín Lagraña, quien se encargó de ir a la iglesia de El Sagrario a soli-
citar el certificado de defunción. Se lo entregó a Manuela.
172

- Gracias. Su merced ha sido el único amigo que nos ha acom-


pañado. Que Dios se lo pague. ¿Dónde están Andramuño y Boniche?
¿Dónde el Marquesito...?- Se refería a Juan Pío Montúfar.

- José Mejía, usted, yo y nadie más...- Y no pudo contener el


llanto.

El padre Joaquín Lagraña la abrazó y continuó el cortejo. Una


llovizna helada empezaba a caer. José Mejía Lequerica tomó el
Certificado que Manuela apretaba entre las manos y lo leyó en voz baja:

Libro de Muertos donde se asientan los Mestizos,


Montañeses, Indios, Negros y Mulatos: En veintiocho de Diciembre
año de mil setecientos noventa y cinco: El Dr. Joaquín Lagraña, trasla -
dó el cadáver del Dr. Eugenio a la recolección de la Merced.

Murió socorrido de todos los Santos Sacramentos y para que


conste, lo firma.

Mariano Parra.

Todo había concluido.

Manuela volvería sola a la casa que su padre Luis Chusig,


Luis Benítez, Luis de Santa Cruz y Espejo compró en la calle del Mesón
para que sus hijos fueran felices.

FIN
B IBLIOGRAFÍA
174

BIBLIOGRAFÍA*
B I B L I O G R A F Í A 1

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www.trama.ec

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