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declararle la guerra a la muerte porque la considera un premio tan valioso que bien
valdría odiar, por la misma consciencia de que tarde o temprano llegará. Han perdido el
miedo; ahora la ven con el odio que se le tiene a una mujer ausente. En cambio la gente
única que podría ser feliz, pero de igual manera no lo sería, por la propia consciencia de
ser los únicos que podrían serlo, intentando arreglar todo esto en altruismos baratos y
peleas perdidas desde el principio en las que ellos realmente no arriesgan nada, o no eran
felices por la falta de retos en una vida ya resuelta. Entonces, ¿a qué se limitaba su
ensayo? Tal vez era otro de esos tontos que cree que hay algo nuevo que pueda ser creado
con la simple erudición y el análisis minucioso. Era posible. Sin embargo una frase que
mera calificación inútil que sólo atribuye una cualidad estéril a los seres humanos que
ociosamente se hacen llamar estudiantes. “El mundo de las satisfacciones es tan pequeño
que temo sea sólo tangible para los insectos.” Era una frase estúpida. No podía esperarse
más de un hombre que fumaba más de cuatro porros al día y que vivía gracias a que sus
padres habían heredado una gran cantidad de dinero proveniente de su abuelo materno,
único verdadero matrimonio después de haber desaparecido por años. Y aunque en las
películas vean que la gente se niega por rencor, ofensa o simple capricho, ellos tomaron
acto de redención pero el olor a marihuana siempre le pareció molesto. Si habría de ser
un parasito sería bajos sus propias condiciones. Comenzó a vivir solo un par de meses
atrás.
Aquella frase suelta, casi balbuceada, le dio a Augusto un leve grado de auto-consciencia
que no le permitió continuar con su trabajo. ¿Cuál sería su felicidad? Cierto era que jamás
fue una persona que se complicara meditando sobre las cuestiones de la existencia. Haber
caído en el estudio de esos temas había sido un mero accidente con el que no contaba.
Seleccionó filosofía como segunda opción con la confianza de que sería admitido en su
tiempo y que tienen la misma valía que un consejo, un aplauso, o un último aliento antes
de morir. La megalomanía con que se consentían todos aquellos que sentían encontrarían
un lugar entre los sabios, terminaba más que molestándolo, simplemente aburriéndole.
Los chistes académicos siempre le han resultado la forma más petulante del sentido del
alguna medida lo hacía obtener buenos resultados académicos. Mezclar las emociones era
visto como algo malo para muchos filósofos. Era verdad con un grado tenue de
seguridad. Las emociones erradican todo gesto de sensatez y sucumben ante la pereza de
imaginación: recuerdos que en realidad son sólo historias de las que no tenemos
seguridad de que en realidad hayan existido, o no del modo en que las proyectamos en
nuestro interior, y ambiciones que se agolpan con las del resto de los mortales, dejando
sólo frustraciones en el paraíso de la realización. Saber que son contadas las excepciones
le atribuía cierta belleza a ese reconocimiento de aquellos que han logrado encontrarse,
en el curso natural de su existencia, ausentes del resto; los incompletos, los inacabados y
los perezosos.
apetecía nada. Si bien el resto de los que se frustran solucionan su ineptitud con alcohol, a
él no le apetecía en lo más mínimo. Consideraba que esa clase de evasiones son naturales
en los hombres extremadamente pensantes pero que aún conservan un atisbo de las viejas
ansias naturales de morir, tener sexo, o pelear. El alcohol ha sido la mejor evasiva del
miedo, y siendo una especie con constantes delirios de pacifismo, que incesantemente
arcaico y lo brutal, el resto de los hombres que aún conservan una cantidad plausible de
que la bebida para no dejar desperdiciar el poco contacto que tenemos con nuestro yo
natural. Augusto estaba brutalmente distante de ese particular racimo emocional, pero
Leía sin pasión, y miraba una película sin noción de si le interesaba el verla o el que
relación con las mujeres y la escritura. Sabía que no era primordialmente una persona
estricta consigo mismo. En realidad el ocio era lo único que producía una clase de
inspiración que aparecía en destellos breves aunque seguros. La verdad era que sólo se
exhibía como un ser arrogante aunque la mayor parte del tiempo sintiera una angustiosa
incomprensión de si mismo, porque después de un tiempo odiaba esa atención que tanto
pensamiento; para él eran algo más que una colección, o un simple divertimento, pero no
eran mucho más que un ser humano que se siente solo, que añora y que en realidad se
contenta con muy poco para ser humildemente feliz en una sociedad infestada de
hombres que las observan como instrumentos sexuales, mientras que él se limitaba a
mirarlas como un espécimen bello que alguna vez pudo ser lo mejor que ha creado la
tierra. Y aunque en realidad podría considerarse como buen amante no era así porque en
verdad lo deseara; para él un par de senos no eran más que costales de grasa que hemos
glorificado por la primitiva noción de seguridad; eso era todo. En ese sentido siempre se
está ausente. La consumación de todo eso era a fin de cuentas, una fechoría cándida y
silenciosa que sólo podría ser reconfortante si había amor de por medio. Eso era algo que
hasta el momento desconocía.
Ni la escritura, ni el sexo, ni el alcohol; las piezas claves de la cultura moderna con esa
mismo se limitó soltar un poco de aire, como si se le escapase el alma. Se levantó, cogió
Miraba a las personas con un aire de desgana, y sintió cierta pena de si mismo. Supo que
jamás sabría que era esperar a tener un hijo con verdadera ansiedad, o con
arrepentimiento. Tampoco sabría lo que era esperar a una novia con impaciencia,
tal grado? Tantas historias de amor han creado un paradigma nocivo que nos impide amar
como uno solo puede hacerlo, sin atavíos, ni ornamentas bochornosas, sin televisión, ni
capaz de amar? O ¿es sólo que estamos hastiados de saber que las cosas no duran y
deben perecer, y que las nociones biológicas manoseadas por páginas de Internet hechas
para crear un interés falso y una identificación menguante, ahora son leyes que han
determinado de forma excesiva nuestra propia voluntad? Al caminar por el parque, justo
cuando la luz del sol perecía, miró a un grupo de patos en un lago lleno de colorante azul.
movimiento evolutivo ha tenido una profunda purga de los animales no aptos, creando un
boom de natalidad que se ve en constante lucha con los cambios climáticos que se
presentan en dicho movimiento, ahora, dado que los climas no sólo son climas naturales
sino también políticos y sociales, los hombres (en el sentido de especie) han modificado
la dirección de lucha, y tal vez la apatía o la forma fría de ver las cosas era o la evolución
predilecta o tan sólo una de tantas variantes que perecerán en el camino del progreso.
Recordó de pronto la relación que guarda el darwinismo en “El origen de las especies”
con la consciencia de lo aztecas en el mito los cinco soles, cuyos códices ordenados de
forma correcta guardan una perfecta ilustración del agua, la tierra y el fuego como
elementos que se sucedieron para que la existencia arquetípica del hombre llegara hasta
ahora, y como esto tenía una relación evidente con la concepción del súper hombre de
Nietzsche. Era una visón de estudioso la que le daba un cierto confort. Se miró a sí
mismo como una pieza más del engranaje; simple, diminuta, carente de expresión
individual; supo que todo lo que hacía era inducido no sólo por su naturaleza sino por un
instintivo miedo que se transformaba en “comunicación.” Que todo lo que hacemos tiene
como sello distintivo una clase de grito desesperado para compartirnos entre nosotros los
leves descubrimientos de nuestras vidas. Y que ante las necesidades que ya no nos
preocupan porque han sido resueltas y enlatadas, nos hemos hecho cómplices de una
nueva necesidad: la de permanecer y que haya quien sepa que hemos existido, pero ante
todo la necesidad de alguien para existir, sin importar quién; sólo alguien que nos lea, nos
escuche, o nos quiera. Ese era su papel en el mundo, y en la escritura buscaba ese motor;
hojas de otoño rodar por la avenida, alumbradas instantáneamente por los automóviles
que avanzaban rápidamente en una fría noche de noviembre. Comprendió que no hay
nada más atemorizante que la soledad. Había olvidado el ensayo. Por primera vez en todo
el día, o el resto de su vida, se sintió a gusto consigo mismo y con la suerte que le había
deparado el destino. Se sentía tranquilo, y casi podría decir que feliz. Si el mundo de las
satisfacciones es tan pequeño que sólo es tangible para los insectos, en ese momento le