Вы находитесь на странице: 1из 5

SÁBADO, 26 DE JULIO DE 2008

Post a favor de las series sin rating

Una vez más quiero hablar de cosas sin que me asista ninguna prueba más que
la que sale de un juicio basado en la intuición. Esto que voy a escribir no es
nuevo en ninguno de los sentidos, pero creo que es el momento de ponerlo en
debate.
Creo que ninguna creación artística tiene que estar condicionada en su
valoración estética por su éxito de público. Quiero decir sencillamente que al
público le guste algo no significa nada. No por cuál sea el nivel de consumo
cultural del público, si más alto o más bajo, se le agrega valor a una obra.
Tampoco creo en ciertos pseudo paradigmas nacidos de los arrabales de la
Escuela de Frankfurt que pontifican con lo contrario, es decir: que el público
confluya en una obra determinada indica el nulo o muy bajo valor estético de
una obra.
Es un tema delicado porque siempre se presta a malos entendidos y a lecturas
erróneas. Sobre todo porque todo lo que involucra la valoración externa a una
obra, sea hecha por la gente común o por los críticos, suele llamar a engaño.
No necesariamente un crítico o grupo de críticos puede consagrar una
creación, pero claramente no la consagra la fe del público. Tanto unos como
otros sufren recurrentemente por los espejismos con los que se cruzan. En el
crítico pesa la autoridad del docto y cierta sobreelaboración intelectual que
parece descubrir grandes valores donde quizás no los hay.
Traigo a colación el debate de Tim Burton cuando filmó Ed Wood. Burton lo
definía como un artista; los críticos, aplicando criterios de eficacia estética,
lo declaraban poco menos que un tarado y un simplón. El peor director de la
peor película de la historia. Ya de por sí en esta afirmación hay una trampa
intelectual. No se puede sostener un juicio de este tipo sin falsear. ¿Con
cuántos otros malos directores se compararon los films de Ed Wood?
La miopía crítica es solo equivalente a la hipermetropía del público. Los
primeros ven mal de lejos, pero en la cercanía y en zonas acotadas suelen
tener muy buen ojo, pero su campo de visión es limitado y todo lo que entra
en él parece ser lo único. Digamos que el primer traspié por el que se
descalifica a Ed Wood es por haber caído en el territorio mezquino de la
crítica. Mezquino por la actitud y mezquino por el estrecho terreno desde el
que se mide.
¿Soy enemigo de los críticos? Para nada. Creo que la crítica es uno de los
ejercicios más saludables del mundo, ahora que también creo en el vicio
crítico. O por lo menos de muchos críticos profesionales que se sintetizan en:
a) formar bandas, y claro que hay bandas y bandas, pero suelen elevar su
código de banda a código estético. No digo que esos códigos carezcan de valor
pero a veces están muy relacionados con elementos distorsionantes como el
hecho de servir más a una ideología que a una obra, o más al que paga o
subvenciona que a convicciones, o a modas, o a favores debidos, o a debilidad
de carácter. El bandolerismo crítico empieza en los suburbios de los medios
de comunicación que ponen a los críticos con sueldos mensuales y salvo raras
excepciones todos ordenan sus juicios a través de las promociones de las
películas (pagadas por las distribuidoras) o a través de cierto ejercicio
repelente alentado desde fuera para convertir al crítico en un payaso útil. El
que da la idea de que sabe cuando ni siquiera tiene idea de lo que está
diciendo.
También sumémosle la explosión de medios con Internet donde se requiere
mucha mano de obra porque hay que llenar espacios infinitos. Esto ha llevado
a que cualquiera pueda pergeñar un comentario sobre lo que sea. Internet y
los realities y hasta cierto aggiornamiento de los periódicos han llevado a que
crítico sea el que el jefe de redacción denomina como tal. Y, todo hay que
decirlo, también hay jefes y jefes de redacción.
La crítica es un mar agitado, pero un mar al fin. Hay quienes pueden
mantenerse a flote y quienes pueden hundirse en él.
Creo que cuando Tim Burton defendió a Ed Wood realizó una doble operación:
desafió la estrechez de mira de los críticos y les dijo claramente miopes.
Miopes de actitud y miopes prácticos. Lo que Burton leyó en Wood fue su
pasión y su imaginación, pero su pasión por encima de todo. Porque de una
forma u otra Wood abordó lo que quería. Sus temas y sus historias y se
convirtió en un creador completo. Se otorgó a sí mismo una libertad que otros
creadores se cercenarían en pos de un ideal de perfección. Y perfección y
pericia no definen tampoco al arte. Ambas son virtudes del artesano pero no
agotan jamás el valor de una obra.
No quiero aquí entrar en una valoración más profunda de Ed Wood pero sí
abordar que el ejercicio crítico realizado bajo la luz eterna de la obra
maestra es de tan poca utilidad como medir las obras a través del vox pópuli.
Ambas actitudes veneran a dioses bastante caprichosos y estoy seguro que en
mundo del arte hay mucho más que eso.
Vuelvo a por qué el título del post. Creo que hasta no hace tanto, hasta que
reingresamos en esta segunda edad de oro de las series el valor absoluto de la
existencia de un producto serial estaba basado en el éxito de público y en su
competencia en cadena. Este telón ha caído de la misma manera que un día
cualquiera nos amanecimos con que se había caído el invencible Muro de
Berlín. Series buenas, mediocres y malas subsistieron y coexistieron en otros
tiempos impulsadas por el rating. La competencia era feroz y el único criterio
de valor aplicable era que una serie pudiera sobrevivir varias temporadas
porque el público la había favorecido. Esto llevó a que perduraran las más
aptas. No digo que ese sea un camino falso, sino que simplemente fue un paso
de maduración. El producto serie ha ido madurando desde sus comienzos, en
los aspectos temáticos, narrativos y de producción. Ha ido evolucionando y
esto ha permitido que pudiera haber más variedad. La primera señal la dio
HBO con sus series fuera del "abierto" y es algo que aún perdura. HBO trabaja
sobre criterios que no implican la competencia con otra cadena. En todo caso
se compite en las preferencias de los seguidores de las series que es un nuevo
corpus crítico que se ha ido creando y que está empezando a generar sus
propios códigos.
Este post, en sí mismo, es parte de lo que genera el segundo advenimiento de
las series.
Quiero decir con todo esto que es un signo de madurez de un producto el
hecho de que su existencia empiece a depender cada vez menos de su
competencia primitiva en el mundo de las cadenas que emiten en abierto.
Salimos de cierto barbarismo en la producción para entrar en un mundo más
recogido, más reflexivo. Una serie puede arriesgar una fórmula como "la
historia de una familia de funebreros" que es lo que ha sido "A dos metros bajo
tierra". Puede arriesgar otras, por supuesto, y seguro que con mejores
resultados, pero lo importante es que ya una serie puede empezar a
considerarse como una obra que se rige por condicionantes menos bastos que
los del pasado. Cosas como: un entretenimiento para toda la familia, en el
que papámamáhijosabuelos pueden ver el mismo programa porque hay una
trama pensada para cada uno.
Una pista para todos los que miran tele abierta: ya las producciones se han
partido en dos, las que generan sus códigos y las que siguen optando por la
representación de las minorías en las tramas. Llámense negros, gays, mujeres,
niños, ancianos, inmigrantes, etc., etc. La TV "democrática" suele ser un
panfleto barato de poquísimo vuelo creativo. Hay quienes lo han sabido
renovar, pero también hay que ver lo poco que tiene que ofrecer.
Lo mismo que la multiplicación de las tramas que, bien entendidas, enlazan
con el espíritu de la serie y, mal entendidas, diversifican. Concentrado o con
fugas es la alternativa de un producto. O lo que se escribe vuelve y
realimenta la historia troncal, o la distrae. Se aleja del centro. Cada trama es
un mundo ajeno. Ese ser ajenos hace que el producto serie se convierta en
una máquina expendedora de tramas en un ambiente dado y nada más.
Fórmula plena y no obra.
Está claro que muchas series no aspiran a ser obras, pero también sería de
derecho que no aspiraran a ser consideradas "series" (que lo son, claro)
modernas. Hoy esto se define también a partir del éxito comercial de las
temporadas, que es lo que anima a los productores a crearlas, pero no pueden
ser valoradas en cuanto a fenómeno de producción. La pregunta del millón
sería aquí cuántas series dentro del boom han aportado algo nuevo y cuáles
son sólo una readaptación de los códigos. Podría haber, y las hay
seguramente, series que al reformular los viejos códigos han dado un salto a
nuevas formas de plantear la narración televisiva. Esta batalla se da sobre
todo en abierto, pero es el terreno clave. Digamos el Stalingrado del
momento, sólo como analogía territorial.
Pero lo importante de todo esto es que es la primera vez en que se puede
empezar a pensar en una serie que sea reconocida más allá de su
perdurabilidad. Es cierto que esto existió en el pasado, pero surgió al
revalorarse un producto. Difícilmente ese juicio se pudo hacer in situ en el
presente de la emisión.
Cuantas más series se produzcan fuera del circuito y accedan a Internet o a
cualquier tipo de soporte que les permita ser distribuidas, más evolucionará
todo, pero hay que entender que ha llegado la hora de arriesgar y olvidarse de
complacer al público, al productor, al guionista, a mamá, a papá o a las
novias. Independencia y madurez están pidiendo las series. No sólo de
producción. Si así fuera tendrían razón los que criticaban a Ed Wood por
impericia y la pasión a la hora de crear quedaría aplastada. Y no sé sobre qué
bases se puede afirmar, críticamente, que la pericia artística es superior a la
pasión del creador. Por aceptar este paradigma nos hemos tragado millones
de obras insoportables, de escaso aliento, más dignas de mausoleos que de
intervenir en nuestra vida. Pasión y pericia conviven en un Van Gogh, o en un
Gauguin, y no todo el mundo es ni Van Gogh ni Gauguin, pero en nuestras
retinas se impregna la pasión de un Van Gogh. Nos deslumbra un Vermeer,
pero si todo el arte fuera precisión, entonces nos dedicaríamos a la relojería y
a contemplar el funcionamiento de los relojes.
Hay otras cosas en el mundo por las que las máquinas registradoras no pueden
cobrar y porque ellas existen nos atrevemos a pedir más.
P U B L I CADO P OR G U STAV O P AL AC I OS E N 12: 48

Вам также может понравиться