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“George is coming”. Casi espera uno oír una fanfarria tras el anuncio y ver aparecer a
George R. R. Martin (Bayonne, New Jersey, EE UU, 1948) acompañado por lanceros de
Dorne, la Guardia Real, un destacamento de Inmaculados, unos cuantos dothraki y un
puñado de broncos hermanos de la Guardia de la Noche (los dragones no hubieran
cabido en el ascensor). Pero el autor de las novelas de Canción de hielo y fuego –90
millones de ejemplares vendidos en 47 idiomas–, en las que se basa la serie Juego de
tronos (el título de la primera), llega solo y toma asiento no en el Trono de Hierro erizado
de espadas, derecho que nadie podría negarle, sino en una silla corriente.
Los ventanales de la sala arrojan vistas de la avenida Broadway y de un Nueva York en el
que sopla un viento helado que anuncia la proximidad del invierno. Martin, al que se le ve
algo agobiado por todo el lío alrededor de su exitosísima creación —con la serie
televisiva adelantando a las novelas en que está basada, fans exigiendo que salgan las
novelas que faltan, rumores de nuevos desarrollos y proyectos y la presión de seguir en
la cima— ha reunido a un puñado de periodistas en su editorial con motivo del
lanzamiento mundial de su nuevo libro, Fuego y sangre (Penguin Random House), una
precuela de 800 páginas de Canción de hielo y fuego que transcurre 300 años antes y
narra la historia del reinado de la casa de los Targaryen (17 reyes), la dinastía criadora y
amaestradora de dragones que ha sido depuesta cuando empiezan el famoso ciclo de
novelas y la serie televisiva y a la que pertenece uno de sus personajes centrales,
Daenerys Targaryen.
Lo que si comparten y Martin lo reconoció enseguida al leer por primera vez El Señor de
los Anillos es una atracción melancólica por los reinos que se desvanecen. La idea triste
de la decadencia —con un punto personal: su familia había ido a menos— está presente,
como la de la redención, en toda la obra de Martin, desde su maravillosa primera gran
novela Muerte de la luz, uno de los libros más hermosos y desesperanzados que jamás
se hayan escrito (y que pudo acabar, por cierto, gracias a un préstamo de dinero que le
hizo Roger Zelazny), pasando por los vampiros y la conmovedora amistad de Sueño del
Fevre o por Una canción por Lya, hasta el mundo de Poniente.
Arranca con la conquista de los Siete Reinos de Poniente (el mundo de Martin) por parte
de Aegon I el Conquistador, el primer rey de la dinastía, que para mantener su pureza de
sangre se desposa con sus dos hermanas, una vieja tradición valyria. Curiosamente,
Martin también tiene dos hermanas. Los tres Targaryen reinan y cabalgan, además de
entre ellos (hay mucho sexo en el libro), a sus dragones (el rey monta la gran y afamada
bestia llamada Balerion, el Terror Negro), con el aliento ígneo de los cuales destruyen los
ejércitos y las ciudades de sus enemigos.
Martin dice que en cuanto a sus personajes no hace distinción alguna de género. “No
pienso si son hombres o mujeres sino en ellos como individuos. Una de las grandes
cosas de mis obras es que tienen un reparto muy amplio. Tengo hasta 17 grandes
personajes en la serie que son mujeres y son todas muy diferentes entre sí. Mis
personajes son gente real, capaces de odiar, de amar, de cometer equivocaciones,
realizar acciones loables y actos terribles. En Fuego y sangre es lo mismo, hay Targaryen
nobles y villanos y algunos son a la vez las dos cosas. Creo que todos tenemos esa
dualidad”.
Fuego y sangre, que incluye 75 ilustraciones en blanco y negro del dibujante Doug
Wheatley, narra escenas sensacionales como el derribo de un dragón con una catapulta
y su caída sobre una torre, la lucha entre dos dragones montados por dos hermanos
pretendientes al trono, funerales de reyes cuyos cadáveres se incineran con el fuego de
las míticas criaturas, una boda sangrienta (!) en la que violan a la novia y castran al novio
y otra en que las novias son tres y todas viudas, y un rey que muere en el Trono de
Hierro empalado misteriosamente por las espadas que lo forman (el recopilador Gildayn
nos ofrece varias versiones de este hecho).
Salen un montón de dragones (una feliz proliferación como la de los jedis en la precuela
de La Guerra de las Galaxias): Balerion, Azogue, Fuegoensueño (“una dragona esbelta de
color azul claro con vetas plateadas”), Ala de Plata, Vermithor (“bronce y canela”),
Vhagar… Los dragones tienen algo de “arma total, definitiva”, reconoce Martin, que los
aproxima a metáforas de las armas nucleares. “Son fuerzas destructivas muy
poderosas. Su empleo es una opción tremenda. Gobernar es otra cosa”.
Señala que Fuego y sangre es en cierta manera más fácil de escribir que la serie Canción
de hielo y fuego, con la que siente además que se ha puesto el listón muy alto. ”Fuego y
sangre es más recta, más simple, vas siguiendo una cronología, no hay una
simultaneidad de acciones en diferentes lugares”. Recalca que escribir “es trabajo, es
duro y cuando lo acabo me produce una gran satisfacción”. En la situación actual se
siente presionado. “Acabo de publicar un libro de ochocientas páginas y hay gente que
lo que hace es preguntarme cuándo saldrá el próximo”. Pero no se queja del éxito. “Sería
hipócrita decir que me gustaría volver al relativo anonimato y a recuperar la privacidad
de antes. ¿Qué si me gusta ser rico y famoso?, no voy a mentir, soy muy feliz por cómo
han ido las cosas. Los aspectos positivos superan con mucho a los negativos”. Tras más
de una hora de charla, Martin, ese hombre complejo que describe con deleite las batallas
más tremendas pero se hizo objetor para no ir a Vietnam y que no tiene hijos pero ha
alumbrado millares de personajes, se deja fotografiar con paciencia, firma libros y se
marcha musitando un “thanks for coming” que queda flotando en el aire con todas las
incertidumbres del invierno.
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