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PIURA – PERU
2016-I
MEGA TENDENCIAS DEL MUNDO DE HOY, LA PRESENCIA DE LAS IDEAS ORREGIANAS, Y
EXPONER SUS RESULTADOS.
(Fuente: Robles Ortiz, Elmer (2011). Cátedra Antenor Orrego. Trujillo: Inversiones Gráficas G&M
SAC. pp. 1-246.)
Antenor Orrego
INTEGRACIONISMO LATINOAMERICANO
América Latina
A la América que fuera colonia de España, se la ha dado diversas nombres, como
Indias que fue durante siglos, la denominación oficial utilizada por España. De allí también
el nombre de Nuevo Mundo porque Europa y Asia se consideraban el Viejo Mundo.
América del Sur o América Meridional hace referencia a la posición geográfica en este
hemisferio.
La fase genética de América Latina, como idea, nombre y grupo de pueblos distintos a
la América Sajona, se registra entre las décadas de 1830 y 1850. Es por aquellos años
cuando aparece la idea de latinidad aplicada a la América del Sur, en escritores franceses
que comienzan a diferenciar en nuestro continente las dos grandes porciones
determinadas por las etnias sajonas y latina, que desde allende de los mares
trasplantaron sus instituciones y modos de vida a nuestras altitudes. La idea es recogida
luego por intelectuales de esta parte del mundo residentes en Europa. Se piensa
entonces en una América “latina”
En el origen y difusión del nombre de América latina, siempre se vio al Caribe como parte
de ella, no aparte, como sucede en los últimos tiempos en las reuniones internacionales.
A esta porción del continente, Orrego la denomina indistintamente Indoamérica y
América Latina. También usa la expresión “nuestra América” para referirse a ella. En
verdad, en el ideario orreguiano, el centro de su pensamiento americanista es América
Latina. Vale decir, su americanismo es propiamente latino o indoamericanismo. A la otra
América, a la del norte, representada por Estados Unidos, la llama América Sajona. Con
su pensamiento puesto en nuestras tierras, con una filosofía de la identidad, escribe el
amauta: “Toda cultura, para ser ella misma, precisa entrañarse en sus ingénitas raíces
vitales. Un pueblo o una raza no llega a ser órgano de expresión histórico, mientras no
penetra, con ojo buído, en la intimidad secreta de su propio ser. Intimidad que, por serlo,
no puede prestarse a otro y que es inalienable en absoluto”. Entonces, América debe ir
hacia su americanización, ser ella misma, no la copia de realidades ajenas, terminar con
el espíritu extranjerizante, con el plagio y el mimo extraño a nuestro ser. Orrego sostiene,
la necesidad de educar para la toma de conciencia de la americanización. Sólo mediante
este proceso formativo, el pueblo será él y no otro, podrá penetrar en sus raíces vitales,
en la entraña de su ser, llegar a distinguir la ficción de la realidad, señalar sus diferencias
respecto a los demás, expresarse con sentido original, exteriorizar su identidad. Y como
nuestro país es parte de América, la americanización lo incluye; así, en términos
específicos se dirá que en el pensamiento orreguiano está presente la peruanización del
Perú
Integración política
Según Orrego, América es síntesis de razas y culturas, el nudo o centro donde se han
cruzado, confluido y conectado todas las sangres. América ha desempeñado la función
de osario o pudridero de todas las progenies para convertirse en una macrocósmica
entraña del porvenir. Aquí, primero, se ha producido la descomposición biológica del
indio, del europeo, del africano y del asiático, con su vuelta al caos primordial, al humus
original, y luego se fundieron en este gigantesco crisol telúrico. Valúa al mestizaje como
el camino de los pueblos, más no lo estima transicional, un puente hacia un nuevo
hombre, una forma biológica estable. En América, muere y se descompone el indio y el
europeo para que aparezca una nueva estructuración orgánica y espiritual, el hombre
americano. Si se considerase la pureza de sus razas, en América no tiene porvenir ni el
indio, ni el europeo, ni el africano, ni el asiático; ellos son factores complementarios de
una nueva conformación física y mental en proceso de afinación, en el cual no importa el
color de la piel, sino el nuevo juego de fuerzas que se estructuran en el continente como
un todo unitario y que será el instrumento de una nueva expresión del espíritu universal.
Leamos sus palabras: Razas “Desde hace cuatro siglos todas las razas están derritiéndose
en la hoguera de América. Para ayer, necesaria fusión disgregativa; proceso de
integramiento y de reconstitución, para mañana. Nuestro filósofo usa el término
integración en el sentido orgánico o racial, primero, y de allí se traslada al campo social y
cultural; todo lo cual, en su pensamiento tiene correlato de carácter político y económico.
A la integración de América Latina le antecede pues, paradójicamente, la desintegración
producida en las entrañas del inmenso osario continental. En su libro Pueblo-Continente,
Orrego – como antes José Vasconcelos – le da a la palabra integración el temprano
significado que ha adquirido en las relaciones internacionales y de interdependencia del
mundo de hoy. Y utiliza indistintamente los vocablos “integración” y “unificación” o
“unidad”, con el mismo sentido. Los latinoamericanos – afirma – debemos elaborar una
doctrina política y económica, de acuerdo con nuestras realidades y posibilidades, lejos
de pensar en un mesianismo que nos conducirá al desastre, como tantas veces ha
sucedido en nuestra historia
Orrego hizo la disección del continente, lugar o crisol de todas las razas y culturas del
mundo donde se dieron cita fraterna y se fundieron recíprocamente. La integración de
los pueblos y culturas, que convergieron en América otorgan sentido cósmico al hombre
de nuestro continente. Y este hombre, síntesis de todas las razas y culturas, es el que
debe elaborar un mensaje cultural nuevo de profunda orientación humanista y
ecuménica. La fusión de los elementos culturales autóctonos con los europeos está
tomando una nueva dimensión que hará visible en el futuro la nueva expresión cultural
de América Latina en un conjunto homogéneo y unitario; cultura que no la lograremos
copiando el aporte del pasado, ni tampoco imitando como los simios los ademanes
ajenos, sino que será el alumbramiento original de nuestro propio ser. Respecto a la
copia del pasado, el maestro sostiene que el mensaje de América Latina para el mundo
será una expresión hacia adelante, obra de creación y no de copia regresiva. El estudio
y la comprensión del pasado han de servir únicamente como alumbramiento del
porvenir, como basamento del futuro. Y en relación a la copia foránea dice: “Europa nos
ha educado y tiene aún que educarnos, pero, nosotros tenemos la responsabilidad de
rebasar sus limitaciones inherentes alumbrando, clarificando y definiendo nuestra
misión histórica y humana. No es por el camino de la imitación simiesca que la
cumpliremos, sino por el camino de la diferenciación y de la creación original”. (Orrego,
1995: I, 165). La tarea de América consiste en producir un nuevo tipo de hombre capaz
de crear sus propios medios de expresión para revelarse ante el mundo y superar las
realizaciones precedentes.
Los procesos integracionistas han existido desde tiempos lejanos. Unos fueron exitosos,
otros no. En la antigua Grecia, los representantes de las ciudades-estado se reunían en
una anfictionía o confederación para tratar asuntos de interés común. Ahora se usa el
término “cumbre” para designar el evento internacional en la cual los dignatarios de
diversos países abordan problemas políticos, económicos y de otra índole, incluidas las
cuestiones de su unificación. En América Latina, el evento precursor de las cumbres de
hoy fue el Congreso de Panamá (1824), convocado desde Lima por el Libertador Simón
Bolívar y su Ministro José Faustino Sánchez Carrión, mediante el cual se intentó aglutinar
a los países del continente que luchaban contra el dominio colonial de Europa. En
nuestra época, la integración y la interdependencia de pueblos son megatendencias
planetarias. Ocurren no sólo en América Latina sino en diversos lugares de la tierra. Y
paralelamente han surgido organismos multinacionales de financiamiento, tales como
el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco
Interamericano de Desarrollo (BID). Antenor Orrego aportó a la integración
latinoamericana con una consistente fundamentación filosófica, antropológica,
sociológica y política, dentro de un sólido marco 2015 Carreras para gente que trabaja -
UPAO 47 histórico. Su teoría de los pueblos-continente, es el trasfondo c0nceptual de
los procesos integracionistas en curso en América Latina y, por extensión, en todo el
mundo. Y es aplicada con más éxito en otros espacios, particularmente en Europa, que
en el nuestro. Ciertamente Orrego no es el único precursor de este proceso; junto a él
figuran preclaros pensadores de diversos países: Andrés Bello, Domingo Faustino
Sarmiento, José Martí, Eugenio María de Hostos, José Enrique Rodó, José Ingenieros,
Ricardo Rojas, José Vasconcelos, Gabriela Mistral, Pedro Henríquez Ureña, Gabriel del
Mazo, Germán Arciniegas y muchos más. Pero la concepción latinoamericana más
sólida, coherente y políticamente estructurada salió del Perú desde la década del 20 del
siglo pasado. Esta conformación doctrinaria del integracionismo latinoamericano,
puesta de manifiesto en diversos proyectos u organismos con mirada hacia el futuro, es
principalmente aporte de Víctor Raúl Haya de la Torre y Antenor Orrego, como lo
evidencian la producción intelectual y la acción históricamente registrada de ambos
personajes surgidos del Grupo Norte de Trujillo. Con tono profético, anota el autor de
esta teoría: “Los pueblos latinoamericanos no llegarán al encuentro profundo de sí
mismos sino a través de una grande y poderosa unidad en que reside la plenitud de su
futuro. Hacia allí nos impulsa, también, como a los otros pueblos, el imperativo
dialéctico de la historia”. (Orrego, 1995: IV, 173).
Procesos de integración en América Latina
El desgarrón histórico
Para América, la conquista europea fue una catástrofe, una tragedia de proporciones
cósmicas, ya que ella significó no solo el hundimiento y el eclipse de una raza que había
llegado a un estadio resplandeciente de civilización, sino, también la inserción de un
alma extraña que vino, a su vez, a trizarse o, cuando menos, a deformarse dentro de las
poderosas fuerzas geobiológicas que actuaban en la tierra continental como un
disolvente, como una energía letal y corrosiva. De este choque salieron moribundas y
cadaverizadas, como sombras espectrales, el antigua alma indígena y el alma invasora
de Europa. En la historia del mundo, América es un gran desgarrón. El desgarrón de una
raza vigorosa por obra de la conquista y la violencia de la barbarie occidental. Esta raza
cumple un ciclo de vida de cultura superior, sin el concurso ni la aportación de las otras
razas. Caso único en que se abre el seno de un Continente como un hipogeo cósmico,
para que viniera a cadaverizarse y podrirse todos los pueblos de la tierra, dejando un
humus humano, rico en elementos fecundantes y en posibilidades inauditas. Por eso,
América ha vivido sin su propia experiencia. Toda su vida histórica, es decir, toda aquella
parte de su vida que se inserta en el acontecer del mundo, ha sido un abismarse de
Europa en ella, una fusión de todas las razas en sus tórridas entrañas. Caso en que una
prehistoria es superior, es más que la historia, porque lo que conocemos del Imperio
Incaico era, ya desde hacía mucho tiempo, una decadencia, y porque Europa, que en el
sentido vital de la palabra, no ha creado todavía nada en América, no ha hecho sino
repetirse mal, y repetirse destruyendo lo que había de vivo, orgánico y fuerte en esta
parte del mundo. Y éste es el desgarrón de América. Un desgarrón que se cumple hasta
en el hecho simbólico de que un navegante sale en busca de una cosa y, de súbito, se
encuentra con otra. América es, pues, la aventura. El gran tropezón histórico de Colón
y, por eso, en cierto sentido, la hija de lo fortuito y de lo inesperado. América constituye
el recomienzo de una vida nueva para la cual no sirven, en su significado concreto y
particular, ni la experiencia, ni las leyes, ni las normas que ensayaron el hombre europeo
y el hombre oriental a través de los siglos, América es una nueva posibilidad humana.
(Pueblo-Continente, en Obras completas, 1995: I, 147-148).
Creemos […] que el impacto que sufrió América con la invasión de Europa, significo una
tremenda catástrofe para la subsistencia integral de ambas culturas en el ámbito del
Nuevo Mundo. Las dos se desintegraron con el choque – la europea continúa aún
desintegrándose – y de esa doble desintegración está surgiendo la nueva expresión
cultural de América que, desde luego, será en su culminación futura, una expresión
superior a las anteriores expresiones aisladas de sus progenitores. ¿Qué es lo que muere
y se destruye con el tremendo impacto cultural de los dos mundos y qué es lo que
sobrevive y persiste en el nuevo complexo-cultural americano? La teoría de los
gérmenes históricos viene precisamente a llenar esta función iluminadora y, por lo
tanto, a clarificar y precisar la respuesta que buscamos. En una cultura hay que distinguir
cuidadosamente dos factores: uno, morfológico, material, palpable, temporal, que nos
da el inmediato semblante, la fisonomía, digamos, visible de dicha cultura, que se
evidencia en los productos culturales realizados: arquitectura, puntura, música, obras
tecnológicas, filosofía, literatura, usos ceremoniales, costumbres y ritual religioso. Y
otro, interno, íntimo, ingrávido, que se expresa y se revela a través del primero y que
constituye el espíritu, el centro creador del conjunto de valores estéticos, religiosos,
etc.; en potencia; en una palabra, la esencia invisible e imponderable del proceso
cultural, su sentido espiritual último. El primero se extingue con la desaparición o
desintegración de la cultura que lo creó. El segundo es intemporal, resiste a la melladura
corrosiva del tiempo una vez realizado desde cualquier circunstancia, perdura, es
inmortal, cualquiera que sea el destino adverso o afortunado, de la cultura en la que se
encarnó, y está destinado a incorporarse en cualquier época o circunstancia propia a su
alumbramiento y durante el desenvolvimiento histórico del hombre. Estas esencias
culturales constituyen los gérmenes históricos que fecundan y generan otras culturas
diferentes. (Fragmentos de Hacia un humanismo americano, en Obras Completas, 1995:
II, 189-195)