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“Pese a lo mucho que nos pueda impresionar el relato de veinte años de maoísmo, que
combinan la inhumanidad y el oscurantismo con los absurdos surrealistas de las
pretensiones hechas en nombre de los pensamientos del líder divino, no debemos olvidar
que, comparado con los niveles de pobreza del tercer mundo, el pueblo chino no iba mal.
La educación, incluso en los niveles elementales, padeció tanto por el hambre, que rebajó
la asistencia en 25 millones, como por la revolución cultural, que la redujo en 15 millones.
No obstante, no se puede negar que al morir Mao el número de niños que acudían a la
escuela primaria era seis veces mayor que en el momento en que llegó al poder; o sea, un 96
por 100 de niños escolarizados, comparado con menos del 50 por 100 incluso en 1952. Es
verdad que hasta en 1987 más de una cuarta parte de la población mayor de 12 años era
analfabeta o “semianalfabeta” (entre las mujeres este porcentaje llegaba al 38 por 100), pero
no debemos olvidar que la alfabetización en chino es muy difícil, y que sólo una muy
pequeña parte del 34 por 100 que había nacido antes de 1949 podía esperarse que la
hubiese adquirido plenamente (Estadísticas de China, pp. 69, 70-72 y 695).
En resumen, aunque los logros del período maoísta puedan no haber impresionado a los
observadores occidentales escépticos —hubo muchos que carecieron de escepticismo—,
habrían impresionado a observadores de la India o de Indonesia, y no debieron parecerles
decepcionantes al 80 por 100 de habitantes de la China rural, aislados del mundo, y cuyas
expectativas eran las mismas que las de sus padres.”