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CUENTO.

RATONOFOBIA
Dr. Darío Fernández Delgado. www.doctordariofernandez.es
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Esto era una vez una mujer que se llamaba Laura que siempre que veía un ratón, por muy
pequeñito y ratoncillo que fuera le entraba un miedo terrible. A Laura se la erizaba el pelo, su
corazón entraba en tal acelerón que diríase que parecía una fibrilación. Sudaba, chillaba y
chillaba. Sobre todo Laura, chillaba tan solo con ver el hociquito de ese diminuto ratoncillo, o
su rabito. Entraba en estado de pánico. Se llevaba sus manos a su cara, se las apretaba tanto
que dejaba marcado el surco de su dedos y abría y abría sus ojos y su boca y chillaba y gritaba
tan fuerte, tan fuerte que asustaba a su marido, a sus hijos que acudían siempre pensando
que algo terrible habría ocurrido y siempre, siempre era lo mismo: que aquel diminuto
ratoncillo que malvivía en su casa comiendo restos de comida de Laura: unas migajas de
queso, o un pellejo de chorizo o la poca carne que dejaba Laura en el palo de una chuleta, huía
despavorido y aterrorizado, porque no se sabe cómo, pero Laura siempre tenía a mano una
escoba, un cepillo que blandía en alto y con los que daba golpes a lo loco en los muebles en
los que el ratoncillo con taquicardia, con palidez ,con sus suaves pelitos erizados y lleno de
miedo, terroríficamente aterrado por los golpes y aulli-chillidos de Laura se escondía y se hacía
más pequeño, más pequeño, cada vez más pequeño, tan diminuto, tan delgadito hasta que
podía atravesar ese agujero que le llevaba a su escondite. Tardaba todavía un buen rato hasta
que el despavorido y diminuto ratoncillo lograba tranquilizarse.

Así se repetían los días y los encuentros entre Laura y el ratoncito: salida de éste a buscarse la
vida, susto de Laura y mal rato angustioso y angustiante para los dos.

Pero un día el ratoncillo, armándose de valor y viendo y comprendiendo que Laura no estaba
loca, que no era una miedosa porque no la daba miedo ni el avión, ni el ascensor, ni cuando la
operaron, ni la dio miedo cambiar de ciudad para buscar trabajo, nada de nada, solo cuando le
veía a él ¡Que no la podía hacer ningún daño! ¡Que nunca la atacaba, ni la mordía ni la picaría
jamás! que además ni se le pasaba por la cabeza, que él era un animal pacífico, que solo quería
un poquito de sus sobras, que además la limpiaba la basura, que él lo único que hacía era huir.

Así que ese día el ratoncín se plantó cuando empezó a chillar Laura y a buscar torpemente y a
manotazos y tirando cacharros, lámparas y tazas, la escoba. El ratoncillo respiró hondo, con el
abdomen, tragó saliva, contó hasta 10, bueno movió el hocico 10 veces, y aunque su corazón
latía a mil, esperó a que Laura se armara, se acercara y cuando sus ojos cruzaron sus miradas,
el ratoncito, tan diminuto y tan chiquito, levantó sus dos manitas y moviéndolas de arriba
hacia abajo, cada vez más lentamente, tragó otra vez saliva y empezó a mover su hociquito y
le empezó a decir a Laura eso que el miedo no le dejaba decir, eso que quería decírselo y no
podía por su pánico. “ humana mujer, tu ser grande y yo pequeñin, tu armas yo solo patas
para huir , tu gritar y asustarme a mi” ¿Qué te hago, qué te puedo hacer, qué te he hecho? Yo
solo te quito lo que tú vas a tirar”

No entiendo por qué me tienes miedo, bueno sí, porque piensas que te voy a morder, que me
voy a meter entre tu ropa, y porque no te has parado a pensar que son solo pensamientos
tuyos, figuraciones que te figuras pero que nunca hago yo. Ninguno de mi familia, ni de mi raza
hemos ATACADO A HUMANOS, OS TENEMSO TERROR, PAVOR y siempre que os vemos,
huimos aterrorizados. ¡Si vieras Laura el miedo que te tengo yo a ti! Siempre que llegamos a
nuestro escondite vivos después del terrible susto que nos dais los humanos, después de que
nos libramos de vuestras escobas, cepos y cepillos, libros que nos tiráis, de todo vuestro
arsenal armamentístico, cuando llegamos y tarda un buen rato en pasársenos el susto y
después de que nuestra familia nos calma y podemos hablar contamos lo mal que
injustamente nos lo hacéis pasar. “ Si no quieres que entre en tu casa, tapa bien los agujeros.
Yo me iré a la calle, pasaré frio en las noches, pero me buscaré la vida, pero por favor no me
des esos sustos que algún día me vas a matar con tus gritos.

A Laura se la fue poniendo cada vez menos roja su cara, su corazón empezó a frenar, ella
también comenzó a respirar con el abdomen, su mano derecha, la que tenia fuertemente
agarrada la escoba, tan fuerte que parecía que estaba pegada, se empezó a aflojar. La escoba
cayó al suelo, la taquicardia cayó en bradicardia y entonces, cuando ya el ratoncillo no movía
las manos, solo su hocico, entonces Laura cayó en la cuenta de que nunca pasaba nada, de que
siempre pasaba lo mismo, de que los dos repetían el mismo papel: susto. Chillido- huida y
escondida. Y Laura cayó en la cuenta de que solo eran pensamientos equivocados, exagerados,
ideas erróneas lo que tenía, que no era una fobia como le había dicho el psicólogo, que era
que no se habían puesto a hablar como dos seres civilizados. Ella y su visitante.

El ratoncillo que se puso cómodo, y cuando vio que Laura pudo sentarse y serenarse, bajando
su voz y poniéndola un poco ronca, eso sí con esfuerzo, le dijo. Piénsatelo bien humana lo que
te he dicho. Mañana cuando vuelva a tu casa si veo que no has tapado los huecos es que me
das permiso para entrar. Yo me llevo lo que tú no comas y tú no me atacas. Si el hueco está
tapado. No te preocupes yo oleré el yeso húmedo y ni lo intentaré. Entenderé que no me
quieres en tu casa y me iré a la calle.

Y el ratoncillo, lleno su diminuto tórax de autoestima y empatía, se dio una vuelta entera y
lentamente se marchó por su agujero… y todo ufano lo contó a sus amigos que no daban
crédito a lo que les decía y que ya , de entrada se extrañaron al verle, cómo esta vez sí,
entraba por el agujero, tranquilo, sonriente y hasta con un aire entre sereno y de satisfacción
por haber hecho las paces y haber ayudado a una humana cien veces más alta, más grande,
cien veces más fuerte, cien veces más peligrosa que el pequeñito, delgadito, debilito ,
inofensivo, pacífico y desarmado.

Quedo tan contento, tan satisfecho, le convidaron a tanto sus amigos que tardó una semana
en volver a la casa de Laura y cuando fue no olía a yeso húmedo su agujero y ya siempre que
volvía a su escondite no tenía nada que contar a sus amigos. Laura no le hacía caso cuando le
veía, bueno en realidad parece que Laura movía un poco su hocico y él cree que sonreía. Esto
no lo sabía con seguridad pero lo que sí sabía es que Laura ya no chillaba, ni le tiraba libros ni
le atizaba con la escoba más. El ratoncillo quedó contento para siempre aunque me ha dicho
Alicia la de país de las maravillas, que le ronda la duda de si seguir comiendo basurilla o poner
una policlínica especializada en fobias con su amiga la araña, la serpiente y la cucaracha.

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