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2 Timoteo 2: 1-7
El buen soldado de Jesucristo
1 Tú, pues, hijo mío, fortalécete en la gracia que hay en Cristo Jesús. 2 Y lo que has oído de mí en la presencia de
muchos testigos, eso encarga[a] a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros. 3 Sufre
penalidades[b] conmigo, como buen soldado de Cristo Jesús. 4 Ningún soldado en servicio activo se enreda en los
negocios de la vida diaria, a fin de poder agradar al que lo reclutó como soldado. 5 Y también el que[c] compite
como atleta, no gana el premio[d] si no compite de acuerdo con las reglas[e]. 6 El labrador que trabaja debe ser el
primero en recibir su parte de los frutos[f]. 7 Considera lo que digo, pues el Señor te dará entendimiento en todo.
Sumisión… suena casi como una mala palabra ¿verdad?. Para muchos acarrea pensamientos de degradación en los
que la humillación forzosa empuja a alguien a un comportamiento que lo desvalora y le despoja de su personalidad.
En una cultura en la que la libertad personal y la liberación de males sociales están sobrevaluadas (y uso la palabra
de manera muy intencional), cualquier acto de sumisión voluntaria es considerado como una muestra de debilidad o
un anacrónico resabio de la mentalidad anticuada que una vez gobernó al mundo.
El mensaje es claro: sólo los perdedores se someten.
Piénsalo. Cada héroe popular -desde Chespirito hasta James Bond- es de alguna manera rebelde a su autoridad; y es
presentado siempre como un ganador. Las películas de hoy son expresiones sofisticadas de un viejo principio: El fin
justifica los medios. Si consideramos que el fin es válido, se justifica cualquier acto de insubordinación. Pregúntale a
casi cualquiera y te dirá que un hijo puede -dadas las circunstancias- no someterse a sus padres, un empleado a su
jefe, un ciudadano a su gobierno, una esposa a su esposo. Un creyente puede hacer lo mismo con sus autoridades
espirituales. Y que está OK si se cuestiona constantemente a la autoridad.
En otras palabras… la autoridad -cuando no es coercitiva por medio del garrote o la penalidad- debe convencerte y si
no lo hace… está bien que no la acates.
De igual manera, la sumisión bíblica es la actitud irrevocable de acatar las órdenes, someternos al criterio y
escoger los afectos del Rey. Nada más… y ciertamente nada menos. Él manda. Punto. Toda sumisión humana válida
(¡y las hay!) depende directamente de este acto consciente de la voluntad que tomamos cuando decidimos entregar
nuestras vidas al Rey.
Te pregunto: ¿Eres sumiso al Rey? No me refiero sólo a la teoría… sino a la práctica en la vida diaria. ¿Estás en su
ejército? ¿O eres de los que continúan jugando el «jueguito» de no someterse si primero no son convencidos?
¿Sabes?, el éxito o fracaso de la vida de un creyente depende totalmente de su disposición a ser sumiso a Dios.