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Título original: Inventing the Flat Earth. Columbus and Modern Historians.
S tella Maris
c/ Rosario, 47-49
08017 Barcelona.
www.editorialstellamaris.com
e-ISBN: 978-84-16128-16-7
Depósito Legal: B-20412-2014
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en
cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el
permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva
de delito contra la propiedad intelectual (Arts. 270 y ss. del Código Penal español).
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A Sarah y Xoco: sorori filiaque.
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ÍNDICE
P
RÓLOGO
B IBLIOGRAFÍA
***
6
PRÓLOGO
7
la idea de que hubo un milenio de oscuridad entre el mundo clásico
grecorromano y el «nuevo mundo» que ellos mismos encarnaban, Russell
sostiene que el «error de la Tierra plana» no alcanzó a convertirse en
ortodoxia de la Modernidad hasta el siglo . Halla el rastro germinal en los
XIX
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necesariamente aceptar el progreso como vía de escape ante el temor que
produce un mundo sin significado. Tal y como escribe Russell con tanta
elocuencia: «El terror al sinsentido, de caernos al abismo del
desconocimiento, es más grande que el supuesto miedo de caer fuera de la
Tierra. Y así, preferimos creer un error que nos resulta familiar que buscar,
incesantemente, en la oscuridad». Este es, por tanto, el gran reto que nos
plantea el libro de Russell. Nos pide que nosotros, los lectores de hoy día,
dejemos de considerar a nuestro mundo como un momento superior al de
otras civilizaciones históricas que han existido o que existirán. Sólo un
historiador que domine magistralmente la historia intelectual tanto del
periodo de la Edad Media como del de la Modernidad, podría escribir un
libro tan provocativo como persuasivo.
D N .
AVID OBLE
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NOTA DEL AUTOR
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error. Estoy especialmente agradecido a David Noble (q.e.p.d.) por su
amable interés y buena predisposición a escribir en su momento el prólogo
de la primera edición de la obra. Mi más entusiasta agradecimiento a Joe
Amato, sin cuyo estímulo este libro bien podría no haber aparecido nunca.
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Capítulo I
UN PLANETA BIEN REDONDO
NdT. Hemos preferido mantener las citas en sus fuentes originales. Los
lectores interesados disponen en el apartado de Biografía, de las ediciones
en castellano que se hubieren realizado.
Por decirlo en otras palabras: se ha supuesto equivocadamente que un
propósito, y ciertamente un resultado, del viaje de Colón era probar a los
escépticos europeos del Medievo que la Tierra era redonda. La realidad, en
cambio, es que no había escépticos. En todas partes de Europa la gente
culta sabía que la Tierra tenía una forma esférica y que ésta se aproximaba
a una circunferencia. Este dato ha sido bien estudiado y comprobado por
los historiadores durante el último medio siglo.
Uno de los más sobresalientes historiadores contemporáneos de la
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ciencia, David Lindberg, señala sobre este asunto que:
«En la historiografía tradicional, el dogma teórico con respecto a la planicie terrestre tenía que ser superado por la
evidencia empírica de su esfericidad. La verdad es que la esfericidad terrestre era un rasgo angular del dogma teórico
que heredamos de la Edad M edia; tan central que resulta imposible concebir que ningún acopio de argumentaciones
teóricas o empíricas la hubiera desplazado».2
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mismos pasos. La obra de Joseph Chiari, Cristóbal Colón, contiene entre
otros pasajes la siguiente conversación entre Colón y un prior:
«Colón: La Tierra no es plana, Padre, ¡es redonda!
El prior: ¡No digas eso!
Colón: Es la verdad; no es una balsa de aceite sembrada de islas, es una esfera.
El prior: No, no digas eso; es una blasfemia.»0
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convenciera de lo contrario a aquellas personas que hasta entonces hubieran
creído que la Tierra era plana. Aunque, conviene precisarlo de nuevo, nadie
creía eso. 5
¿Qué pretendemos decir cuando afirmamos que nadie por aquel entonces
creía en la planicie de la Tierra? Por supuesto hay que reconocer que, sin
duda, muchas de las personas que vivían el 3 de agosto de 1492 estaban
convencidas de que la Tierra era plana. Pero también hay quien lo hace hoy
día, y no me refiero exclusivamente a los miembros de la Sociedad
Internacional de la Tierra Plana. Diversos estudios demuestran la
ignorancia geográfica de mucha gente corriente de nuestro propio tiempo. 6
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supersticiosos, está anclada en el folclore moderno.
«Pero si la Tierra es redonda,» dijo Colón, «entonces no es el infierno lo que está más allá de ese mar tormentoso. Por
ahí debe estar la costa oriental de Asia, la Catay de la que hablaba M arco Polo, la tierra de la dinastía del emperador
Kublai Khan, y más allá incluso, la inmensa isla de Cipango.» «¡Tonterías!», dijeron sus vecinos, «el mundo no es
redondo, ¿acaso no puede ver que es plano? Cosmas Indicopleustes, que vivió cientos de años antes de que nacieras,
esclareció que la Tierra es plana; y lo sacó de la Biblia …»
[Colón obtiene al fin una audiencia con autoridades eclesiásticas.] En el salón del convento se había congregado
una asamblea imponente —monjes afeitados embutidos en ropajes negros y grises, tocados con vivos sombreros a la
moda de la corte, y cardenales con sus túnicas de color escarlata— todas las dignidades y los profesores
universitarios de España, congregados y expectantes ante el hombre y su idea. Él acude ante ellos con sus cartas de
navegación y les explica su creencia de que el mundo es redondo […] Ya habían oído estas mismas ideas hacía tiempo,
en Córdoba, y aquí en Salamanca, antes de que se constituyera formalmente la asamblea, y tenían más que preparados
sus argumentos.
»¿Sostiene que la Tierra es redonda, y que está habitada en el otro lado? ¿No es consciente de que los Santos
Padres de la Iglesia han condenado esta creencia? […] ¿Os atrevéis a contradecir a los Padres? Las Sagradas Escrituras
también nos dicen expresamente que los cielos se extienden como una tienda de campaña. ¿Cómo podría ser eso cierto
si la Tierra no es plana? Esta teoría vuestra se nos antoja como una herejía.»8
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lector empedernido, sabía que otros antes de él habían afirmado que entre
España y las Indias la distancia marítima no era especialmente larga y que
se podría cruzar en unos cuantos días. Paolo dal Pozzo Toscanelli, el
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1483, pero dicha institución, centrada al principio en los judíos conversos
relapsos de su propia religión, no tenía ningún tipo de interés en divagar
sobre si la forma del planeta que habitamos era o no la de un globo.
Además de las incertidumbres políticas había también objeciones
intelectuales. Por este motivo, los monarcas españoles remitieron a
Cristóbal Colón a una comisión real encabezada por Hernando de Talavera,
confesor de la reina Isabel y que más adelante se convertiría en el
arzobispo de Granada. En efecto esta comisión era un órgano secular, no
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prevalecieron llamó la atención sobre la esfericidad de la Tierra. Apoyados
en Ptolomeo y en Agustín de Hipona, argumentaron que el mar occidental
era tan extraordinariamente vasto, que la curvatura del planeta impediría el
retorno de los exploradores desde el otro lado del mundo. Luego por tanto,
resultaba inverosímil pensar que hubiera habitantes al otro extremo del
océano porque, a partir de la premisa anterior, era impensable que fuesen
descendientes de Adán. Además, consideraban que sólo tres de las cinco
zonas climáticas tradicionales eran habitables, añadiendo el argumento de
que Dios no habría permitido que los cristianos permanecieran en la
ignorancia de dichas tierras durante tanto tiempo.
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(1351-1420), quien había calculado 225 grados para la tierra y 135 para el
mar . Con ser este dato mucho más favorable para las tesis de Colón, aún no
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era suficiente. De modo que, argumentando que los viajes de Marco Polo
habían mostrado que las tierras de Asia se extendían hacia el Este mucho
más allá de lo que creían Ptolomeo o D’Ailly, Cristóbal Colón añadió otros
28 grados a los continentes. Este nuevo cálculo dejaba un total de 253
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grados para tierra firme frente a tan sólo 107 para la superficie marina.
Dado que Japón estaba muy lejos de la costa este china, según interpretaba
Colón de los textos de Marco Polo, volvió a efectuar una corrección a sus
primeros cálculos. Sustrajo otros 30 grados al mar y dejó su superficie total
en unos 77 grados. Una cifra mucho más útil para sus propósitos. Ahora
bien, como planeaba viajar desde las islas Canarias, y no desde las
propiamente peninsulares, restó otros 9 grados. Con ello la longitud máxima
del viaje serían unos 68 grados. A la par que hacía esto, redujo el océano a
unos 60 grados, menos que un tercio de las cifras modernas, que calculan
200 grados la distancia entre las costas canarias y las de Japón.
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en 56-2/3 millas . Este dato fue empleado por Colón —pero, de nuevo,
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añadiendo otro retoque sutil. Supuso que Alfragano hacía referencia a las
millas romanas convencionales, en lugar de a las millas náuticas. De este
modo, convirtió los cálculos de Alfragano en 45 millas náuticas. Dado que
Colón tenía previsto cruzar el océano desde un punto considerablemente al
norte del ecuador, el ajuste definitivo quedaba en unas cuarenta millas
náuticas (unos 74 kilómetros) por grado.
Poniendo en relación todas estas cifras, Colón llegó a la conclusión de
que la distancia entre las Canarias y la costa japonesa podía fijarse en unos
4.450 kilómetros. Hay que tener en cuenta que esta distancia es en realidad
de unos 22.000 kilómetros; lo que quiere decir que estimaba la longitud de
su viaje en torno a un veinte por ciento de lo que de verdad era. Si Dios o
un golpe de buena suerte no ponían América —en realidad, las Antillas— a
su alcance, Colón y su tripulación perecerían; pero no porque se
precipitaran al abismo tras llegar al borde de una Tierra plana, sino a causa
del hambre y la sed. Colón venció las objeciones de sus examinadores
gracias al contraargumento de que el viaje probablemente podría jalonarse
merced a la existencia de islas intermedias en donde podrían repostar.
Después de muchas maniobras políticas y no pocas decepciones, en abril
de 1492 Cristóbal Colón obtuvo por fin el apoyo de la reina Isabel para
emprender su empresa. E izó velas en el tercer día del mes de agosto de ese
mismo año. Los rivales de Colón, desinformados como estaban, tenían más
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medievales, supuestamente tan ignorantes, dispusieran de ese conocimiento
tan aproximado a la exactitud?
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Capítulo II
LA BOLA MEDIEVAL
Tanto los astrónomos y geógrafos como los filósofos y teólogos del siglo , XV
Crates de Malos (180 a. C.-150 a. C.) para producir un sistema que, para el
último cuarto de ese siglo, era ya comúnmente aceptado en los círculos
cultos de toda Europa, incluyendo por supuesto a España.
El sistema, en líneas generales, sería algo parecido a lo que sigue. Una
Tierra esférica constituía el centro del cosmos, que se organizaba mediante
esferas concéntricas a su alrededor. Dado que los planetas y las estrellas no
eran entes que se movieran autónomamente, se las suponía adheridas o
incrustadas en las esferas, las cuales permitían su desplazamiento alrededor
de nuestro planeta. La esfera más próxima a nosotros era la luna. Más allá
de la luna estaban Mercurio y Venus y después el sol, seguido de Júpiter y
por último Saturno, detrás del cual estaban las estrellas fijas. Con el fin de
explicar los movimientos peculiares de los planetas, incluyendo el
movimiento retrógrado, las esferas de los planetas eran vistas no como
simples círculos sino como complejidades que implicaban deferentes
circulares centrados en las esferas y epiciclos centrados en los deferentes.
Más allá de la esfera de las estrellas fijas existía un primum mobile, la
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esfera material móvil más externa, que a su vez aseguraba en última
instancia el movimiento de todo el sistema planetario y estelar.
Volviendo a la superficie de la Tierra, ésta se hallaba dividida —a
grades rasgos— en cuartos. En un cuarto estaba el mundo conocido, más
allá del cual se hallaba el mar. La opinión estaba dividida en relación al
hecho de que existiera tierra en las antípodas, que constituían el cuarto
opuesto del planeta. (Algunos autores situaron las antípodas en el
hemisferio sur, mientras que otros las ubicaban en el extremo opuesto del
hemisferio norte.) En este sentido, la existencia de otro continente aún
desconocido no era una idea que fuera descartada por todos los estudiosos,
aunque la mayoría sostenía que el océano probablemente se extendería
hacia el oeste desde la península ibérica hasta llegar a las costas de las
Indias. Habida cuenta de que el planeta era un inmenso globo del que el
mundo conocido sólo representaba alrededor de una cuarta parte, éste
podría representarse por medio de un mapa sobre una superficie plana; los
cartógrafos experimentaron (y todavía lo hacen) con una variedad de
proyecciones posibles.
Colón consultó meticulosamente la obra de Pierre D’Ailly (1350-1420),
un teólogo y filósofo francés, que discurrió sobre el volumen de la Tierra,
los polos, las zonas climáticas y la longitud de los grados. D’Ailly
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tiempos históricos —la supuesta frontera del fin de la «época de
oscuridad», en referencia a la Edad Media—, el momento cuando fue
descubierta la verdadera forma de la Tierra debe retrotraerse de 1492 hasta
1410.
¿Pero cuál era el punto de vista sobre la cuestión entre las personas
cultas antes de 1410? En torno a 1250 y durante todo el siglo siguiente la
ciencia natural protagonizó un progreso extraordinario, un desarrollo que
alentó —y a su vez era alimentado por— la traducción de un copioso
número de libros y tratados griegos y árabes al latín. Todo estudiante
medieval aprendía geografía como parte de la astro nomía y la geometría,
dos de las «siete artes liberales», y las ideas transmitidas por las nuevas
traducciones se permeaban a las escuelas. Roger Bacon (1220-1292)
afirmó la redondez de la Tierra usando los argumentos tradicionales de los
clásicos: la esfera es la forma más perfecta; el cielo es esférico; y la
curvatura de la Tierra explica por qué desde una posición elevada podemos
ver más allá en el horizonte. También propugnó que el mar no era
infranqueable y añadió que podían existir tierras habitadas al otro extremo
del mundo donde vivimos nosotros. 4
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Tierra por todos lados como una cáscara de huevo.» William Caxton
tradujo este trabajo con el título de El espejo del mundo en 1480. Caxton
escribió que, superando los obstáculos, una persona podría caminar
alrededor de la Tierra «como una mosca hiciese alrededor de una manzana
redonda» . Brunetto Latini, maestro de Dante, desarrolló ese icono del
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huevo en su Libro del tesoro (1266). Sostenía que la Tierra está en el centro
como la yema y está rodeada primero por fuego, después por aire y
finalmente por agua; la cáscara es la quintaesencia, el «quinto elemento».
Con otra metáfora gastronómica, también argumentó que la Tierra es
«redonda como una manzana». El anónimo popular Il libro di Sidrach
aseveraba que Dios había hecho el mundo como una «esfera perfecta» para
poder contemplar su propia perfección. 8
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parte más externa, la esfera de las estrellas fijas. La Tierra sería una esfera
perfecta —distinta a la imperfección de su forma, causada por la caída de
Satanás, quien excavó el infierno en el centro y alzó la montaña del
purgatorio en el otro extremo.
Lo que Dante entendía por esto es una clave para que podamos hacernos
una comprensión cabal de la cosmovisión del hombre del siglo . El XIII
esquema del cosmos dibujado por Dante fue pensado en aras de su función
poética, pero en modo alguno como un planteamiento científico. No es una
descripción física, sino moral. El cosmos se dispone en una serie de
esferas concéntricas, con Satanás hierático en la oscuridad imperturbable
en el punto muerto donde converge todo el plúmbeo peso del cosmos, y en
donde no puede haber movimiento, ni luz, ni amor, ni esperanza. Si
ascendemos desde el infierno, gradualmente nos abrimos al amor, a la luz y
a la alegría, hasta que al fin alcanzamos a través del crecimiento místico la
inagotable dicha eterna del cielo. Esta es la forma que tiene «realmente» el
cosmos, sostiene Dante. Pero no utiliza este «realmente» en un sentido
físico, geográfico o astronómico; sino que transforma la forma física del
cosmos en una metáfora de aquello que considera lo más importante, lo más
auténtico: su forma moral y espiritual.1
planos —como lo son los mapas modernos actuales. Los mapas del
Medievo —mappaemundi— se nos presentan en modalidades diversas. La 3
mayor parte son circulares, otros son ovalados o rectangulares. Los mapas
mundiales circulares más corrientes, llamados «T en O» (en adelante, T-O),
muestran el oikoumene en forma de T, rodeado por la forma O del mar. Uno
podría interpretar estos mapas como una rueda o un disco planos, pero la
mayoría tenían la intención de representar sólo una porción del globo —la
correspondiente al mundo conocido— en un mapa plano, exactamente igual
a los mapas de Europa y África modernos que intentan representar sólo una
parte del planeta . Otros mapas medievales mostraban las cinco zonas
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Jerusalén fuera situada en el centro de la mayor parte de los mapas T-O no
es una convención de que constituya el centro geométrico aunque tomemos
como referencia únicamente el mundo conocido, y mucho menos por tanto
que fuese el centro de la Tierra. En cambio, muestra a Jerusalén cual centro
moral y espiritual —es decir, «el real»— del mundo. Del mismo modo, un
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mapa del siglo XIV que muestre como cristianas ciudades que en realidad
habían caído en la de los sarracenos no indica la falta de cuidado o la
ignorancia del cartógrafo, sino más bien la reivindicación de que dichas
ciudades son realmente cristianas en un sentido moral y espiritual, aspecto
que resulta mucho más importante para el cartógrafo que el sentido militar o
político (o incluso que el cultural) de cada coyuntura histórica. Las zonas
que son más importantes para los cartógrafos solían dibujarse más grandes
y majestuosas que las consideradas menos relevantes. Un artista medieval
bien podría pintar la figura de un rey mucho más grande que la de su
vasallo, no porque el pintor ignorase la fisiología, sino debido al deseo de
mostrar que el rey era «realmente» el mayor en importancia, en sentido
jerárquico.7
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Este que por el Oeste, y que en diferentes latitudes observamos que hay
estrellas distintas. Sacrobosco y sus contemporáneos se basaron en las
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zonas (y, en todo caso, esta última era la acepción más corriente). Existía
una amplia gama de puntos de vista sobre la existencia de las antípodas,
algunos situándolas en el hemisferio sur y otros en el norte, tomando como
punto de referencia el «mundo conocido».
Para distinguir una y otra acepción, utilizaremos el género de los
artículos: femenino para hacer referencia al lugar y masculino para los
habitantes. La doctrina cristiana afirma que todos los seres humanos
proceden de un tronco común, en cuanto que descendientes de Adán y Eva,
y que fueron reconciliados con Dios por Cristo, «el segundo Adán». En la
Biblia no hay referencia alguna a si los antípodas existían o no, pero la
filosofía natural había demostrado que en el supuesto de que los hubiese, no
podrían tener conexión posible con la parte conocida del globo, puesto que
el mar era demasiado vasto para que los barcos lo cruzaran y las zonas
ecuatoriales debían ser demasiado calientes para ser atravesadas. No
habría por tanto una posible conexión genética entre los antípodas y los
habitantes del mundo conocido. Y en consecuencia, cualquier referencia a
las antípodas habitadas suponía el reconocimiento implícito de que éstos
seres humanos no eran descendientes de Adán; dado que la Biblia —en
tanto que texto revelado por Dios— no puede mentir, de ahí extraían la
conclusión silogística de que los antípodas no podrían existir en realidad.
Alberto Magno, Roger Bacon y algunos otros filósofos hicieron notar el
hecho de que se carecía de pruebas sólidas sobre la innavegabilidad del
océano; sin embargo, las objeciones a la existencia de los antípodas todavía
eran palpables en un momento tan posterior como el de Zacarías Lilio, en
1496. En todo caso y sea como fuere, Virgilio de Salzburgo fue reprobado
(aunque no quemado en la hoguera, como han sostenido erróneamente los
historiadores) por creer en la existencia de los antípodas, pero en modo
alguno por el hecho de pensar que el planeta fuera esférico.
Beda (673-735), el gran historiador y científico naturalista de la Alta
Edad Media, afirmaba que la Tierra está en el centro de un cosmos esférico;
un globo que puede ser considerado como una esfera perfecta debido a que
las irregularidades en su superficie, tales como montañas y valles, son
minúsculas en comparación con su vasto tamaño. Desde luego hemos de
precisar que para Beda la Tierra es redonda no en un sentido de circular,
sino como una pelota. En el siglo , el filósofo más prominente de los
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conocimiento científico de su circularidad o esfericidad. En algunas
ocasiones, usaba la palabra rota, en el sentido de rueda o disco, pero en
otros pasajes parece claro que entendía que la Tierra es un «globo» . Una
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una concepción sobre astronomía o geografía que pueda resultarnos
coherente o unívoca. Ni había ni hay un «punto de vista bíblico» en relación
a la geografía. En todo caso lo que sí podemos saber es cómo los Padres de
la Iglesia interpretaron la Biblia. La que ellos usaban consistía en el Nuevo
Testamento, compuesto en griego sobre el 50-100 d.C., y el Antiguo
Testamento (y los Apócrifos), redactados en hebreo desde el 1000 a.C.
hasta el 150 a.C. Los Padres que conocían el griego usaban el Nuevo
Testamento escrito en esa lengua y una u otra versión de la traducción
septuaginta del Antiguo Testamento (siglos y a.C). Otros usaban las
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concesión innecesaria, Agustín llega a sostener que hay formas de
reconciliarlas con la esfericidad en el supuesto de que las conclusiones del
estudio geográfico desvelaran que el hemisferio del cielo sobre nuestras
cabezas tuviera forma abovedada, ya que una piel puede estirarse hasta
convertirse en una esfera, como sucede con una pelota de cuero. En todo
caso Agustín no se detiene en este tipo de juegos. Para él, la clave está en
que las Escrituras se pueden interpretar de diferentes maneras, y aquellos
pasajes revelados en términos físicos bien pueden ser asumidos alegórica o
moralmente y no en su sentido textual. *
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Table of Contents
PRÓLOGO
NOTA DEL AUTOR
CAPÍTULO I. UN PLANETA BIEN REDONDO
CAPÍTULO II. LA BOLA MEDIEVAL
CAPÍTULO III. APLANANDO EL GLOBO
CAPÍTULO IV. EL REVÉS
CAPÍTULO V. ALREDEDOR DEL CUADRILÁTERO
BIBLIOGRAFÍA
DIARIO DE A BORDO DE CRISTÓBAL COLÓN
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Table of Contents
PRÓLOGO 7
NOTA DEL AUTOR 10
CAPÍTULO I. UN PLANETA BIEN REDONDO 12
CAPÍTULO II. LA BOLA MEDIEVAL 22
CAPÍTULO III. APLANANDO EL GLOBO 32
CAPÍTULO IV. EL REVÉS 32
CAPÍTULO V. ALREDEDOR DEL CUADRILÁTERO 32
BIBLIOGRAFÍA 32
DIARIO DE A BORDO DE CRISTÓBAL COLÓN 32
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