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La aceleración.

Velocidad, cultura y comunicación en los


espacios urbanos contemporáneos.

Joaquín Esteban Ortega (Ed.)

Presentación General

Ya empieza a quedar muy claro que mantenernos en lo económico para analizar el dinamismo del
tiempo crítico que vivimos acaba siendo algo irremediablemente parcial. Necesitamos indagar y poner en
evidencia las oquedades silenciadas del sistema y sus mecanismos de estructuración y reproducción.

Sabemos que la industrialización ha convertido a la modernidad y al cambio inmanente en ella


implícito en una nueva reconsideración del tiempo y del espacio y, por tanto, de la cultura y del modo de
entender la vida en su conjunto. Pero quizás aún no hemos pensado lo suficiente las consecuencias de ese
tipo de inercias. A diferencia de la fluidez, que conserva su componente material y corpóreo, la velocidad
tiene un componente conceptual y abstacto que impregna todas las capas de la dinámica social y del propio
imaginario colectivo del mundo contemporáneo. La velocidad tiene que ver con la desmaterialización de los
discursos y las prácticas de la vida en sociedad en los contextos urbanos. El territorio ha perdido significación
en provecho del trayecto, del cohete, del avión, del automóvil, etc. Los no-lugares de hecho surgen, entre
otras cosas, como consecuencia de la depuración tecnológica e instrumental del proyectil. Son los espacios
en los que domina lo instantáneo, lo siempre absolutamente nuevo, lo efímero, el mero enlace; hablamos de
la frenética conversión de los espacios en tiempo y de la consiguiente contaminación del habitat. La
consecuencia de ello es precisamente la cultura del impacto, la ortogonalidad, la espectacularización del
accidente, tanto de los cuerpos tecnológicos, mecánicos, sin extensión, incorporados a los utensilios de
desplazamiento, como de las propias dinámicas de las relaciones personales, líquidas, puras, impactadas,
porque ya no se soportan en contextos habitables.

Las múltiples prótesis a las que se ve sometida la condición humana atendiendo a sus urgencias
compensatorias se especifican en la tecnología que en nuestros días dan cuerpo a la movilidad. La velocidad,
que en sí misma no es un fenómeno sino una relación, es en el fondo una estrategia hermenéutica
especialmente sutil e interesada. Se trata de un medio para interpretar y gestionar el mundo que requiere
una urgente reconsideración. La aceleración se ha convertido en un modo de vida, pero progresivamente
también en un modo de control inédito hasta hoy y arraigado en todos los ámbitos de la estructura social y
cultural. Por extensión, podría decirse que se trata del modo oculto y tenue mediante el cual se manifiestan
las diversas estructuras del poder. Hasta tal punto se ha sacralizado la velocidad y sus descompensaciones
que podríamos decir que los atributos divinos de la ubicuidad, la instanteneidad y la inmediatez, con los que
cabe hablar de visión y poder total, se encuentran alojados en la aceleración en el tiempo secularizado. Esto
implica, por tanto, que la velocidad, expresión sintomática de la técnica, es la consumación de la metafísica y,
por extensión, que la velocidad es otra manifestación más del desdoblamiento de lo real. Nos encontramos,
de este modo, bien identificados en la época del simulacro, de la ficción y de sus seducciones.

El presente ciclo de debate pretende reflexionar sobre las implicaciones de estas cuestiones desde
diversas perspectivas: la comunicación, la filosofía, la antropología, la psicología social, el urbanismo, la
geografía urbana, el arte. Sin duda, entre otros, la obra y el pensamiento crítico de Paul Virilio puede
convertirse en impulso e hilo conductor posible del trabajo que se pueda llevar a cabo por los participantes
en las diferentes jornadas.
Presentación

Paul Virilio

Después de la ACELERACIÓN DE LA HISTORIA en el siglo XX, ocasionada por el Progreso de las


diferentes Máquinas de Transporte y de Transmisión; en el siglo XXI se pone de nuevo en práctica LA
ACELERACIÓN DE LO REAL; la situación de Pánico de la que ya he hablado en otras ocasiones:

“LA DROMOSFERA”.

De hecho, ésta es para la Historia de la Humanidad lo que el descubrimiento de la EXPANSIÓN DEL


UNIVERSO fue para la cosmogonía: el “Big Bang” y el “Big Crunch” que trastornan radicalmente la aparente
estabilidad del sistema astronómico de otro tiempo.

De este modo, después del ILUMINISMO, que fue el culto a la luz de los orígenes, emerge en la
actualidad el INSTANTANEISMO; culto mayor a la Velocidad de las ondas, que exige una inteligencia de la
Temporalidad nueva y demanda una: ECONOMÍA POLÍTICA DE LA VELOCIDAD que complemente la
ECONOMÍA POLÍTICA DE LA RIQUEZA de las Naciones de aquélla Globalización instantánea.

Y la culpa de todo recae en el CAOS provocado por las NANOCRONOLOGÍAS de una tecnología
imperceptible y totalmente invisible.

Después de 2007, la crisis SISTÉMICA de las finanzas del Mercado Único del “TURBOCAPITALISMO”
ilustra el enorme riesgo de una derrota de la Historia de las Mentalidades: el accidente del Progreso.

La Rochelle, 27/03/2010
Comunicación, aceleración y realidad
Germán Llorca Abad.

1. Introducción

La inmediatez se ha convertido en una de las quimeras de buena parte de la humanidad. La


incorporación de la tecnología a todos los ámbitos de la vida filtra la visión que tenemos de las cosas y nos
obliga a renunciar a toda posibilidad de contacto directo, inmediato, con aquello que los clásicos
denominaron lo real. Ante la aparente imposibilidad de recuperar dicho contacto, surge una pregunta
urgente: ¿es posible conocer?

Los avances tecnológicos, especialmente aquellos que se han dado en el campo de la comunicación,
han introducido una nueva (in)sensibilidad en el horizonte de las persones. Estas transformaciones pueden
suponer el advenimiento de nuevas formas totalitarias de control de las sociedades. Las dictaduras del siglo
XXI podrían estar basadas en la administración de la velocidad en un régimen (audio)visual absoluto.

Pocos autores han abordado el debate sobre estas cuestiones como el pensador francés y crítico de la
tecnología Paul Virilio. A grandes rasgos, creemos poder afirmar que la teoría viriliana es la puesta en crisis
de la realidad, de la noción de realidad. Esta afirmación está basada en el hecho de que Virilio cuestiona los
mecanismos de percepción a través de los cuales construimos dicha realidad.

Llevar a cabo este análisis, requiere de una aproximación a los periodos históricos en los que se
desarrollan, desde un punto de vista científico y filosófico, los conceptos de verdad, realidad y conocimiento.
En este sentido, la Modernidad es ese proceso histórico difuso en el que se (re)definen las nociones del
tiempo y del espacio y las nociones modernas de conocimiento, verdad y realidad.
El siglo XX fue un siglo decisivo para la comprensión de aquellas que llamamos nociones modernas
del conocimiento, la verdad, la realidad, el tiempo y el espacio. El siglo XX supuso la culminación en algunos
aspectos cruciales del ánimo moderno. Virilio participa activamente en este debate y del debate
postmoderno y teoriza, desde un planteamiento muy singular, acerca de la crisis de las definiciones y, en
última instancia, de la crisis de una realidad que sufre las consecuencias de la aceleración.

La propaganda, asociada a un poder coercitivo, la globalización en marcha, asociada al poder


económico y la gestión de la política, asociada a los dos primeros, se combinan en la administración de
aquellos regímenes totalitarios que hemos sugerido. En el presente artículo trataremos de desvelar algunas
claves más, explorando los límites de estas afirmaciones. Esperamos poder poner orden a estas ideas y
extraer algunas conclusiones del pensamiento de Paul Virilio.

2. Conocimiento y verdad

El desarrollo de las nociones modernas de conocimiento y de verdad están ligadas al desarrollo


conceptual de las nociones de espacio y de tiempo. Estos conceptos han tenido una presencia destacada en
la historia de la Filosofía y de la Ciencia. En la antigüedad el tiempo y el espacio habían permanecido
separados (Mínguez: 1983, 34) y se concebían como una suerte de contenedores de la actividad humana.
Sólo cuando se comprende que en el mundo hay cosas que se pueden conocer (Sagan, 1984: 16), se
desarrollaron la filosofía y la ciencia ligadas a la reflexión conjunta de ambas dimensiones.

Estos hechos significaron el establecimiento, aún rudimentario, de un procedimiento del


conocimiento. Si las cosas podían conocerse, debía aplicarse un método sistemático para el esclarecimiento
de la verdad, del trasfondo de lo real. Esto se hizo tratando de delimitar, desde un principio, los problemas
concretos sobre los se fundaba dicho conocimiento (Weber, 2001: 104). Esta idea, aún muy frágil entonces,
de posibilidad de aprehensión de las dimensiones espaciotemporales, se desarrolla en un proceso que dura
siglos. Autores como Vattimo afirman que este proceso, que culminará en el período histórico conocido
como la Modernidad, arranca en el Renacimiento y algunos de sus conceptos en la Grecia y Roma clásicas
(1998: 74).
Lo que nos interesa del proceso, desde una perspectiva actual, es su culminación, la última fase. El
progresivo desarrollo de la ciencia y de la filosofía estableció una definición clara de lo que eran el espacio y
el tiempo, sobre la que se formuló un procedimiento de construcción del conocimiento. Dejaremos para otro
momento el debate acerca de si dicha definición era errónea o no y nos limitaremos a apuntar que sirvió
para construir el ideal moderno del saber. Un saber diferente al de la antigüedad y al de épocas intermedias.
La enunciación de las leyes físicas y la construcción de un método científico pareció condicionar, de hecho
condicionó, el modo en el que se concebía la realidad en todos sus órdenes (Kuhn, 2000: 129).

Con el tiempo, no obstante, la práctica demostró que es extraordinariamente difícil lograr una
combinación efectiva entre la rigidez de acción y la flexibilidad de pensamiento (Russell, 2004: 159). El siglo
XIX fue testigo de una suerte de culminación del ensayo de este, en definitiva, artificio (Barcellona, 1999: 96
y sigs.).

Mientras, todo sucedía a la vez en un lento proceso. Los valores de la modernidad, parecían
concretarse en las sociedades industriales y otros procesos identificables en un siglo marcado por la
preponderancia de los estados-nación europeos: la revolución de los transportes, la revolución científica, la
revolución de las telecomunicaciones, etc. Pero la euforia moderna (Marín y Tresserras, 1994: 83), que
invitaba a soñar con grandes rupturas y audacias acabó siendo engullida por su naturaleza autodestructiva.
Los ideales de la modernidad acabarían, de forma simbólica y contundente, con Auschwitz, Hiroshima y
Nagasaki (Marcuse, 2001: 276).

3. La posibilidad de conocer se desvanece

La modernidad comenzaba a dar síntomas de agotamiento mucho tiempo antes de la Segunda Guerra
Mundial. El ideal moderno de conocimiento, esencial en la comprensión del ánimo moderno, había
comenzado a ser sustituido por una crisis de los principales valores de dicha modernidad y por la
implantación progresiva de una suerte de insipidez o falta de profundidad (Jameson, 1995: 29). Los sólidos
referentes que permitían definir el conocimiento y la verdad se desvanecían.
A medida que avanza la desrealización de los ideales modernos, lo real, la realidad física fundada en
los parámetros modernos del tiempo y del espacio es substituida por una realidad mediática, plana,
construida sobre dos dimensiones (Jameson, 1995: 64 y sigs.). En este sentido, acaba convirtiéndose en un
objeto mediado, interferido: los cuerpos son desprovistos de sus coordenadas espaciotemporales y, en la
práctica, se vuelven impotentes para el distanciamiento. Este hecho tiene una importancia decisiva, puesto
que es reconocer la incapacidad de llegar a un conocimiento de lo real. Es reconocer, en definitiva, la
incapacidad de seguir construyendo conocimiento en tanto que una aspiración general.

Esta situación asienta las bases para el debate postmoderno (Lyotard, 2004), en el se redefinen los
términos en los que se legitima el saber. Un saber, simultáneamente, más mercantilizado y fragmentado
hasta el punto de hacernos desconfiar de la existencia, de la posibilidad, de un saber global o total.

Las consecuencias que más nos interesan de este proceso, son observables en las maniobras
propagandísticas del poder, dentro de la globalización, sobre la cultura y la sociedad. El siglo XX ha sido
testigo del desarrollo de la propaganda hasta unos niveles insospechados. Y sigue hoy en día. El desarrollo
intensivo de los medios de comunicación de masas parece haber condicionado decisivamente esta
afirmación (Reyzábal, 1999: 82). Estos, en definitiva, son los elementos mediadores que se interponen entre
nosotros y el conocimiento. Esta situación se agrava con el desarrollo de la Sociedad de Información y con la
aplicación y uso masivos de las tecnologías digitales aplicadas a la comunicación.

En el último siglo y medio, la industria de la comunicación quedó indisolublemente ligada al poder en


todas sus formas y apariencias. A este respecto, la propaganda moderna es una astuta combinación de
verdades a medias, juicios de valor y una variedad de exageraciones y distorsiones de la realidad (Yehya,
2003: 36).

Confrontados con esta situación, la imperiosa necesidad, impuesta, de la eficacia económica se


confunde con la política y la sociedad en una dimensión global desconocida hasta el momento. Este
elemento es clave para comprender el desarrollo de los hechos en la segunda mitad del siglo XX al calor del
debate postmoderno, ante la incontestable contundencia de los hechos. El fenómeno de la globalización, en
su más vasta definición, cultural, económica, social, etc., es el contexto en el que situar los debates acerca de
la propaganda y de los cambios culturales y sociales. En cierta medida, el debate sobre la postmodernidad ha
sido reformulado en las discusiones sobre la globalización, perdiendo su protagonismo para convertirse en
una dimensión dentro del debate.

Algunos autores afirman que la globalización no conlleva necesariamente el final de la política ni de la


cultura, sino la necesidad de volver a empezar (Beck, 2002: 181) cuando todo se confunde de nuevo. Otros
autores, (Hardt y Negri, 2004) han definido este nuevo mundo democrático, en crisis e inmerso en un
profundo proceso de transformación, como el tiempo de la protesta contra la pobreza y la guerra. Sólo la
crítica de las formas de representación y de las imágenes prefabricadas de lo real, permitiría un reencuentro
con la senda del distanciamiento y el conocimiento. Este planteamiento no implicaría una vuelta a todos los
valores de la Modernidad, sino al esclarecimiento y definición de nuevas referencias en un estado de
hipermodernidad o sobremodernidad .

4. Los hechos se someten a la velocidad

Paul Virilio no es ajeno a los debates generados en torno a estos acontecimientos. De hecho,
fundamenta toda su teoría crítica, cierto que al igual que otros autores, en una profunda revisión de los
conceptos modernos de espacio y tiempo, dedicando todos sus esfuerzos a analizar la crisis de la realidad. En
este sentido, concluye con la definición de una cierta idea de velocidad. Este fenómeno, producto de la
Modernidad, somete las relaciones entre las personas y su entorno social, cultural, natural, etc. En la teoría
viriliana, la velocidad está impuesta desde diferentes ámbitos y es la principal causante de la transformación
en el modo de producción de las definiciones. Así afirma “La cuestión planteada ya no es tanto la
modernidad y la ‘postmodernidad’, sino la de la actualidad y la ‘postactualidad’, en un sistema de
temporalidad tecnológica en el que ya no prima el soporte material de larga vida y sí el de las persistencias
retinianas y auditivas” (Virilio, 1998b: 15).

El pensador francés desarrolla así su obsesión por cuestionar y pensar las dimensiones
espaciotemporales. Ésta tiene su origen en la destrucción de Nantes por la aviación aliada en 1943.
Alrededor de 8.000 edificios fueron destruidos en un solo día. En aquel momento, Virilio tiene sólo once
años. A partir de ese instante, afirma que nunca más volvió a confiar en sus ojos dada la fragilidad de los
referentes que constituyen/constituían la perspectiva humana del mundo (Virilio, 1993a: 15). Por este
motivo, se interesa profundamente en la teoría de la Fenomenología de la Percepción de Merleau-Ponty, que
le sirve para construir un cruce de caminos con la Gestaltheorie y la Escuela de Berlín .
A este respecto, sus primeros trabajos son una profunda reflexión en torno a la finalidad de las
construcciones arquitectónicas y una reflexión acerca de la influencia de los modos de construir sobre la
sociedad. En otras palabras, una revisión del urbanismo moderno. En los años 50 y 60 Europa había sido
reconstruida en su totalidad, en sentido literal y en sentido figurado. Virilio intuye que las nuevas
generaciones de europeos tenían, a la fuerza, que estar condicionados por una nueva manera de percibir la
realidad.

Aquí es donde establece las primeras conexiones entre la guerra, los poderes totalitarios, la
propaganda y la influencia de estos sobre las personas, la cultura y la organización social. En sus primeras
investigaciones efectúa un exhaustivo trabajo de catalogación fotográfica de los bunkers (Virilio, 1991) que
los alemanes habían construido durante la guerra en la fachada atlántica de Francia. Este esfuerzo le permite
constatar que la Segunda Guerra Mundial es, entre otras muchas cosas, el escaparate donde se observan las
consecuencias más negativas de las sucesivas revoluciones tecnológicas; en los transportes, en las
telecomunicaciones, en las biotecnología, etc. y que habían sido llevadas a cabo a lo largo de la etapa que
definíamos como Modernidad. Éstas habrían modificado la percepción del tiempo y del espacio y este hecho
habría determinado un cambio en la percepción de lo real y habría tenido terribles consecuencias para el
conocimiento (Virilio, 1984: 194 y sigs.).

Virilio se da cuenta pronto de que no se puede interferir en el espacio sin tomar el poder, lo que le
lleva a desarrollar su teoría sobre el tiempo, la velocidad y la dromología . Asimismo, se da cuenta del
debilitamiento del orden físico construido sobre las nociones modernas de espacio y tiempo. Por todos estos
motivos, propone que la política sea pensada más en términos de cronopolítica que en los términos
tradicionales geopolíticos (Virilio y Lotringer, 2003).

5. El espacio y el tiempo se someten a la velocidad

La problemática espaciotemporal descrita por Virilio se materializa en el espacio de las ciudades


modernas. Este tipo de lugar cobra una relevancia especial en sus teorías. Buena prueba de su valor radica
en que fue allí donde nació la Filosofía (Virilio, 1997). La ciudad no es un simple espacio ordenado donde
acontece la vida. La ciudad moderna es el primer lugar de aceleración, donde los acontecimientos y la
percepción humanas se precipitan. Los límites geográficos y temporales se constriñen en ella. La separación
forzada del contacto inmediato con el entorno, es decir, con la realidad en bruto, es lo que propicia la
progresiva separación del individuo del conocimiento de la verdad. Se produce la aniquilación de la
conciencia a través de la aniquilación sensorial de la vida.

El siglo XX ha sido un siglo mediatizado que ha privado a hombres y mujeres de sus derechos
inmediatos. Los dispositivos de mediación entre la conciencia humana y la realidad son dispositivos de
supresión de los derechos (Virilio, 1993b: 19 y sigs.). A su vez, la ciudad moderna es el lugar donde confluyen
los nuevos modos de hacer la guerra y donde se ponen en práctica las nuevas metodologías de propaganda y
de control social.

Paul Virilio reconstruye, desde esta perspectiva, la necesaria complementariedad entre las armas y la
velocidad: el arma inventa la velocidad, o el descubrimiento de la velocidad inventa el arma. Las nuevas
máquinas de guerra liberan un vector específico de velocidad, hasta el punto de que necesita un nombre
especial, puesto que no sólo significan poder de destrucción. La ‘dromocracia’ es la administración del
espacio y del tiempo mediante la guerra. La inteligencia militar se ve forzada a eliminar la noción de tiempo
de paz/guerra, a favor de una sola dimensión: la guerra permanente. Debe recordarse que tras la Segunda
Guerra Mundial, la distancia y el tiempo no volvieron nunca a significar seguridad, ya que el poder de
aniquilamiento de la humanidad adquiere un tamaño monstruoso en la segunda mitad del siglo XX (Virilio,
1978: 58).

De este modo, suprimiendo las fronteras, la guerra total abolió las franjas protectoras de las
realidades nacionales. En la guerra total o la paz total, el sistema se extiende y se reproduce en un proceso
material sin objetivo, pero ya nunca más sin límites .

El día y la noche se vuelven equivalentes, y la sucesión horaria deja de tener su antigua importancia.
Las personas pierden poco a poco su capacidad natural de percepción, por culpa de los dispositivos de
mediación tecnológicos. Virilio dedica muchas páginas a explicar la cuestión. Según el autor, natural en el ser
humano es lo que determinan sus limitaciones físicas en cuanto a andar o correr, mirar, escuchar y percibir. A
estas capacidades se le une la construcción psicológica del individuo, fundada en una capacidad lingüístico-
cognitiva de aprehensión de la realidad.

Esta idea es, sin duda, controvertida y discutible, pero también básica a la hora de entender sus
planteamientos. Para Virilio, la capacidad de hablar es, entre otros motivos, esencial en la elaboración del
conocimiento y de la idea de realidad. Aunque lo define como “la mejor y la peor de las cosas” (Virilio, 1999:
121), el autor desea recuperar el lenguaje y su capacidad reconstructiva. Asimismo, en la crítica a las
ciudades modernas, plantea que la arquitectura urbana, vertical y despiadada, favorece la incomunicación
entre las personas y una suerte de alienación mental (Virilio y Lotringer, 2003: 14).
Los ritmos naturales de interacción con el mundo han sido sustituidos por una falsa luz y todo se
encuentra circulando a gran velocidad en un falso día, donde no existen ni el presente, ni el pasado ni el
futuro, donde todo es aquí y ahora. Primero sería la luz de las farolas y hoy es la luz artificial proyectada por
los dispositivos de telecomunicación: “Hoy las luchas se desplazan de lo escrito a la pantalla, de la oralidad a
la visibilidad” (Virilio, 1998a: 15).

6. En resumen

La velocidad es el fenómeno producido por los medios de intermediación entre la realidad y las
personas. El uso de prótesis metabólicas y mecánicas ha favorecido el dominio absoluto de la velocidad,
puesto que cambia la percepción de las dimensiones espaciotemporales. Las velocidades relativas del barco,
el tren, o del coche dieron paso a la velocidad absoluta de la luz.

La velocidad absoluta de la luz inmoviliza a las personas en el espacio físico real: ya no les hace falta
desplazarse, puesto que la realidad mediada, tergiversada, rota, discontinua, acelerada, accede al domicilio a
través de la pantalla del televisor o, como la ha definido Virilio, a través del último horizonte de visibilidad
(1995: 51). Un horizonte, que en sus versiones más actuales es el de la pantalla del ordenador, la del teléfono
móvil, la del reproductor de mp4, la de la consola, etc. Así, se entiende que la pérdida de las distancias
enfrenta al hombre con lo ridículo de sus propias dimensiones y lo obliga a despreciar su propio cuerpo
físico.

Este hecho tiene una gran importancia explicativa de las nociones de propaganda y globalización. La
propaganda ya no trata de la construcción de un mensaje tendencioso ni trata de adhesiones más o menos
ponderadas a una idea. La propaganda, es la aceptación inconsciente e irreflexiva de los presupuestos
impuestos por un orden jerárquico superior. Un orden jerárquico que utiliza la técnica propagandística de la
completa substitución de la realidad y la implantación de un régimen de visión totalitario (Virilio, 1978: 62).

Por un lado, el medio de comunicación es para Virilio una suerte de sintetizador absoluto de la
realidad, que substituye la experiencia directa con el mundo. En este sentido, la manipulación alcanza un
nivel mucho más profundo que el de la simple manipulación a través del lenguaje. Por otro lado, estos
fenómenos alcanzan progresivamente una implantación mundial. Virilio afirma que la globalización es una
farsa: “lo único que está siendo efectivamente globalizado es el tiempo”. Ahora todo sucede en la
perspectiva del tiempo real, de la inmediatez: “de hoy en adelante estamos pensados para vivir en un
sistema de tiempo único” (Virilio, 2003: 115 y sigs.).
La globalización y la virtualización de las relaciones humanas hacen prever una suerte de tiempo
universal que se convertirá en una nueva forma de tiranía. La política es a partir de ya momento
cronopolítica, es decir, la administración de un régimen temporal tiránico donde las coordenadas modernas
de espacio y tiempo ya no tienen su antigua importancia. Aquí, la separación que definía la relación de los
antiguos estados-nación deja de tener importancia. La contigüidad territorial es substituida por una
continuidad audiovisual, que desplaza las fronteras políticas hacia el ejercicio de políticas globalitarias. Por
último, el dispositivo arquitectónico contribuye a perpetuar y promocionar esta situación, ya que la
verticalidad impuesta por la arquitectura impide la comunicación humana y, consecuentemente, la
capacidad de razonar. La cultura se ha convertido en algo exclusivamente visual, basada en la circulación de
imágenes.

7. A modo de conclusión

Resulta complicado condensar las esencias teóricas de uno de los pensadores más densos y crípticos
del siglo XX. Es por ello, que esperamos que el presente texto haya sido suficientemente claro.
Probablemente, la principal virtud de la obra de Virilio es su inmensa capacidad para sugerir nuevos
significados. En otras palabras, la capacidad de sus textos para proponer nuevos caminos para el
conocimiento. Entendemos que ésta sigue siendo una de las mejores descripciones de su obra ensayística, o,
al menos, la que más satisfacciones puede proporcionar. Entendemos, a su vez, que es una de las razones
que justifican hoy la completa vigencia de sus ideas.

La defensa de las ideas modernas de espacio y tiempo aproximan, de un modo concreto, a la defensa
de los ideales modernos. Sin embargo, no debemos obviar que Virilio es un autor que critica duramente los
desfases y consecuencias más negativas de la modernidad, especialmente aquellos que tienen una crítica a
las tecnologías de la comunicación. Este hecho lo aproxima claramente a la crítica postmoderna.
Entendemos que los trabajos de Virilio son el reflejo de la particular mezcla entre una fuerte influencia de
experiencias personales, una formación académica poco ortodoxa y una concepción de base cristiana de la
existencia. Estos hechos no le han ahorrado, precisamente, las críticas y son, en ocasiones, utilizados en su
contra.

La velocidad constituye el principal problema de las últimas sociedades modernas. Al no poder


acceder a lo real, nuestro juicio queda a merced de quien administra el tiempo; que ahora es el de los
medios y tecnologías de la comunicación. ¿Es posible conocer? ¿Es posible acceder a lo real? ¿Se puede
invertir el proceso? [...].
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