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Concepto de Cultura en Schwartz. Los valores subyacentes en las instituciones sociales. Los problemas
sociales fundamentales y las posibles respuestas de la sociedad. La estructura de valores
culturales derivada de éstas. Evidencia empírica de la teoría. El mapa cultural mundial de países.
Regiones culturales del mundo. Valores culturales y democratización. El papel de la Autonomía
Individual y el Igualitarismo. Ir a la Parte 1: La Teoría de los Valores de Schwartz
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La teoría distingue siete orientaciones culturales de valor, que forman tres dimensiones. Schwartz
sostiene que “al costo de una complejidad mayor que las otras teorías”, la suya permite “una
caracterización más refinada de las culturas” (Schwartz, 2006a).
Schwartz concibe la cultura como una variable latente, que solo puede medirse a través de sus
manifestaciones: significados, creencias, prácticas, símbolos, normas y valores (Schwartz, 2009). Es
posible que los “énfasis subyacentes de valor” que prevalecen en la sociedad sean el rasgo más
central de una cultura: ellos darían coherencia al conjunto de manifestaciones.
La cultura, para Schwartz, está “fuera” del individuo, no en su “mente y acciones”. Se refiere a las
“presiones” a las que están expuestos los individuos por el hecho de vivir en un sistema social. En
términos psicológicos, las presiones culturales consisten en estímulos que el individuo encuentra
frecuentemente y que dirigen su atención, por ejemplo, a lo material o lo espiritual, lo grupal o lo
individual, etc.
Desde el punto de vista sociológico, esas presiones son las expectativas que halla la persona cuando
ejerce roles en las instituciones sociales (en la escuela, por ejemplo, los niños se encontrarán con que
los maestros esperan que aprendan de memoria, o bien que cuestionen y propongan ideas).
Esta visión de la cultura contrasta con la que la concibe como una variable psicológica. La segunda
ve la cultura como creencias, valores y conductas distribuidas según un patrón definido entre los
miembros de la sociedad. Para Schwartz, la cultura influye en esa distribución a través de las
presiones y expectativas a las que los individuos están expuestos.
Dado que las orientaciones de valor prevalecientes representan ideales, ellas promueven la
coherencia entre los diversos aspectos de la cultura. Los rasgos culturales que son incompatibles con
los valores generan tensión y despiertan críticas y presiones para el cambio.
Las culturas, sin embargo, no son totalmente coherentes. En toda sociedad hay subgrupos con
valores conflictivos y, cuando las relaciones de poder entre estos grupos cambian, también lo hacen
las orientaciones culturales predominantes. El cambio cultural, sin embargo, es lento.
Schwartz señala también que los énfasis de valor cambian mediante la adaptación social a
epidemias, avances tecnológicos, riqueza creciente, contacto con otras culturas, guerras y otros
“factores exógenos” (Ibíd.).
Ningún individuo, empero, experimenta la presión total de la cultura ni puede ser plenamente
consciente de la cultura latente de la sociedad. Cada individuo, además, tiene experiencias únicas –y
una única personalidad y herencia genética-, de modo que la distribución de los valores en la
sociedad presenta obviamente diferencias individuales. Las orientaciones culturales de valor
prevalecientes en una sociedad constituyen la importancia promedio que los miembros
individuales asignan a los distintos valores (Schwartz, 2009, p. 131).
Todas las sociedades enfrentan ciertos problemas básicos para regular la actividad de sus
miembros. Los énfasis de valor de una sociedad evolucionan a medida que ésta genera respuestas
preferidas para resolver esos problemas.
Schwartz parte de tres problemas clave y deduce teóricamente de ellos otras tantas “dimensiones”,
basadas en las posibles respuestas de la sociedad (Schwartz, 1994). Las “orientaciones culturales de
valor” ubicadas en los polos de esas dimensiones son tipos ideales weberianos. En la práctica, los
grupos culturales toman ubicaciones variables a lo largo de las dimensiones.
2. ¿Cómo garantizar que las personas actúen de un modo responsable, que preserve el tejido
social? Los individuos deben trabajar de un modo productivo para la sociedad, en lugar de
rehusar su esfuerzo o competir en forma destructiva. Es preciso inducirlos a manejar las
interdependencias, tener en cuenta el bienestar de los otros y coordinar con ellos.
3. ¿Cómo regular el tratamiento que hacen las personas de los recursos humanos y naturales?
Las posibles soluciones al primer problema (a) generan una dimensión cuyos polos
son Autonomía versus Inmersión en el Grupo (“Embeddedness”). En las culturas que enfatizan la
Autonomía, los individuos son concebidos como entidades autónomas: se les estimula a desarrollar y
expresar sus propias preferencias, ideas y capacidades, y a encontrar significado en su carácter
único.
Schwartz distingue dos clases de autonomía. La Autonomía Intelectual incentiva a los individuos a
tener ideas independientes. “Amplitud mental”, “curiosidad”, “creatividad”, son valores importantes
en estas culturas. La Autonomía Afectiva incita a los individuos a perseguir por sí mismos
experiencias afectivas positivas. Valores relevantes son “placer”, “vida excitante”, “vida variada”.
Fuente: José Eduardo Jorge (2016). Elaboración propia a partir de Schwartz (2009 y 2006a)
Las culturas basadas en la Inmersión en el Grupo conciben a las personas como entidades
subsumidas en la colectividad. Se espera que el individuo encuentre significado en la vida en la
identificación con el grupo, las relaciones sociales, un modo de vida compartido y los objetivos
compartidos.
Este tipo de culturas pone énfasis en mantener el statu quo e inhibir acciones que puedan erosionar
la solidaridad interna del grupo y el orden tradicional. Ejemplos de valores son “orden social”,
“respeto por la tradición”, “seguridad”, “obediencia”.
En relación con el tercer problema (c), la respuesta cultural que Schwartz llama Armonía pone el
acento en la concordancia con el mundo social y natural, tratando de apreciarlo y aceptarlo en lugar
de cambiarlo, dirigirlo o explotarlo. “Mundo de paz”, “unidad con la naturaleza”, “protección del
medio ambiente”, son ejemplos de valores.
El polo opuesto, Dominio (“Mastery”), estimula la auto-afirmación activa del individuo para
dominar, dirigir y cambiar el ambiente social y natural a fin de alcanzar objetivos personales y
grupales. “Ambición”, “éxito”, “audacia”, “autosuficiencia”, “competencia”, son especialmente
importantes.
La estructura implica relaciones de compatibilidad y conflicto entre los valores. El énfasis social en
un polo determinado de una dimensión está acompañado de una falta de énfasis en el polo opuesto,
con el que tiende a estar en conflicto. Según Schwartz, la cultura norteamericana enfatiza el
Dominio y la Autonomía Afectiva y pone poco el acento en la Armonía. Las de China e Irán, acentúan
la Jerarquía y la Inmersión en el Grupo, pero no el Igualitarismo y la Autonomía Intelectual (Ibíd., p.
130).
Las relaciones de compatibilidad derivan del hecho de que algunas orientaciones tienen supuestos
comunes y, por lo tanto, generan expectativas sociales similares. Igualitarismo y Autonomía
Intelectual comparten el supuesto de que las personas pueden y deben ser responsables de sus
propias acciones y tomar decisiones basadas en su propia comprensión de los hechos. Las dos
orientaciones se observan habitualmente juntas, como en Europa Occidental.
La Inmersión en el Grupo y la Jerarquía tienen en común la idea de que los roles de las personas en
la colectividad y sus obligaciones para con ésta son más importantes que sus propias ideas y
aspiraciones. Ambas orientaciones están arraigadas en el Sudeste Asiático.
Los supuestos compartidos y opuestos de los valores culturales generan una estructura circular de
relaciones entre ellos. Las orientaciones culturales compatibles son adyacentes en el círculo; las
incompatibles se hallan distantes.
Los resultados aquí expuestos, que apoyan la validez de la teoría de las 7 orientaciones de valor y
sus interrelaciones, proceden de datos reunidos con la SVS entre 1988 y 2005. Comprenden en total
88 muestras de maestros de 64 “grupos culturales”, 132 muestras de estudiantes universitarios de
77 grupos y 16 muestras representativas de alcance regional o nacional de 13 países.
Schwartz destaca que la mayoría de las muestras proceden del “grupo dominante mayoritario”,
pero que en algunos países “heterogéneos” se tomaron muestras separadas de “grupos minoritarios
grandes”. La base de datos resultante incluye 55.000 encuestados de 72 países y 81 grupos
culturales.
Para cada muestra, Schwartz calculó el valor medio de cada ítem de valor. Mediante este
procedimiento, la unidad de análisis es la muestra, es decir, el país o nivel cultural, no el individuo. El
siguiente paso fue calcular las correlaciones de esos promedios de cada ítem entre las muestras.
Estas correlaciones reflejan la manera en que los valores co-varían en el nivel de las culturas.
Un análisis MDS de estas correlaciones entre las medias de las muestras permite evaluar si los datos
apoyan o no la teoría. Los resultados de la Figura 5 incluyen 233 muestras y 81 grupos culturales.
El gráfico es una proyección bidimensional del patrón de inter-correlaciones entre los valores. Cada
punto representa la posición de un valor, de modo que dos valores están más cerca cuanto más
positiva es la correlación entre ellos, y más lejos cuanto menos positiva es ésta.
La estructura circular del modelo teórico implica que cada una de las tres grandes orientación de
valor se halla próxima o adyacente a aquellas con las que es compatible y distante (u opuesta) de
aquellas con las que está en conflicto. La evidencia empírica sustenta ampliamente esta
formulación.
Los países, nota Schwartz, “raramente son sociedades homogéneas con una cultura unificada”
(2009, p. 134). Dado que la mayor parte de los datos de la SVS procede de grupos específicos –
maestros y estudiantes-, es importante establecer si las muestras tomadas de diferentes grupos
dentro de un mismo país arrojan los mismos resultados para las orientaciones de valor en el nivel
cultural.
Las elevadas correlaciones observadas en cada sociedad entre los valores de maestros de distintas
edades, estudiantes de ambos sexos y aún entre maestros y estudiantes, permiten concluir a
Schwartz que los países con “unidades culturales significativas”.
El mapa cultural mundial de la Figura 6 está basado en los puntajes combinados de las muestras de
maestros y estudiantes.[1] Las líneas de puntos –“vectores”- muestran en qué dirección aumentan
los puntajes de cada orientación. La posición de cada país o grupo cultural en una orientación dada
puede determinarse trazando una línea perpendicular desde el punto que representa a ese país
hasta la línea del vector.
Figura 6 – Mapa Cultural Mundial: Posición de los Países
en la Estructura de 7 Orientaciones Culturales
Fuente: José Eduardo Jorge (2017). Elaboración propia a partir de Schwartz, 2009, p. 135. Click en la
imagen para agrandar
Los perfiles de la mayoría de los países, remarca Schwartz, reflejan la coherencia de la estructura
teórica de las dimensiones culturales. Los perfiles que son altos en una orientación polar son
normalmente bajos en la orientación polar opuesta y exhiben niveles similares de importancia
relativa para las orientaciones adyacentes.
El autor ilustra este hecho con el ejemplo de China. Esta cultura, comparada con las demás, es “muy
alta” tanto en Jerarquía como en la orientación adyacente de Dominio, pero “muy baja” en las
orientaciones opuestas, también adyacentes, de Igualitarismo y Armonía.
Examinando el perfil cultural de un país en todas las orientaciones, vemos que Suecia, por ejemplo,
enfatiza con fuerza la Armonía, la Autonomía Intelectual y el Igualitarismo. En forma más
moderada, acentúa la Autonomía Afectiva. En cambio, es bajo el énfasis en a Inmersión y muy bajo
en Dominio y Jerarquía.
Schwartz ha estudiado las relaciones entre su estructura de valores en el nivel de las culturas con la
que surge de las investigaciones de Inglehart y examinado los vínculos de ambos modelos con los
procesos de democratización (Schwartz, 2009 y 2006a).
La dimensión bipolar de Inglehart que opone los valores de Autoexpresión o Emancipación a los de
Supervivencia se traslapa en un grado significativo con dos de las dimensiones de
Schwartz: Autonomía vs. Inmersión en el Grupo e Igualitarismo vs. Jerarquía.
Esto –observa Schwartz- es llamativo, dada la gran diferencia entre los indicadores y muestras
utilizadas en las dos líneas de investigación. Sugiere con fuerza que tales dimensiones “capturan
aspectos reales y robustos de la diferencia cultural” (2009, p. 134).
Sin embargo, también emergen diferencias importantes. Además, la dimensión Armonía vs.
Dominio parece registrar facetas de la cultura que no son medidas por ninguna de las dos
dimensiones de Inglehart –incluida la que opone los valores Racionales y Seculares a los
Tradicionales-.
La dimensión Autoexpresión vs. Supervivencia comparte con la de Autonomía vs. Inmersión el grado
en que los individuos son incentivados a expresar su carácter único y su independencia intelectual,
afectiva y de comportamiento. A su vez, la primera tiene en común con la dimensión Igualitarismo
vs. Jerarquía los valores de igualdad, tolerancia y confianza.
Schwartz destaca el caso de Japón para subrayar algunas de las diferencias entre las dos teorías.
Este país presenta un grado bajo de igualitarismo, pero moderadamente alto de autoexpresión. Si
bien las relaciones sociales están organizadas en términos de roles jerárquicos, los valores de
emancipación parecen reflejar el impacto producido en la cultura japonesa de una avanzada
economía de servicios y de elevados niveles de riqueza y educación.
Las dimensiones de Schwartz enfatizarían en mayor proporción que las de Inglehart los aspectos
“normativos” de la cultura. Están enfocadas en “los modos en que se espera que las personas
piensen, sientan y actúen para que la sociedad funcione adecuadamente”. Reflejan “las preferencias
normativas basadas en valores que se usan para justificar las políticas organizacionales y sociales, y
que se hallan implícitas en la forma en que las instituciones sociales están organizadas” (Ibíd.).
A partir de datos de 73 países, Schwartz ha examinado la relación entre sus valores culturales, la
democracia y el desarrollo económico. Los datos sobre valores son de mediados de los 90. Los de las
otras dos variables provienen de tres puntos temporales: mediados de los 80 y los 90 y primeros
años del nuevo siglo (Schwartz, 2006a). Combinar datos de diferentes momentos del tiempo –
puntualiza Schwartz- no representa un problema, debido a la gran estabilidad de la estructura de
valores en el nivel de la sociedad.
Como esperaríamos, tanto el nivel de democracia –medido a través del índice de derechos políticos y
libertades civiles de Freedom House- como los indicadores de desarrollo muestran, en los tres puntos
de tiempo, una elevada correlación positiva con los valores de Autonomía e Igualitarismo. Es débil,
en cambio, la relación de ambas variables con la dimensión Armonía vs. Dominio.
A fin de inquirir los vínculos causales, Schwartz efectuó un path analysis en que la variable a predecir
era el nivel de democracia en los 2000s. Los predictores eran los valores de Autonomía e
Igualitarismo y el nivel de democracia –todos en 1995-, así como el nivel de desarrollo económico en
1993. También se indagaron los posibles efectos del nivel de democracia en 1985.
Esta secuencia causal es la misma que la observada por Inglehart y Welzel utilizando en el análisis
otro sistema de valores: el desarrollo económico afecta los valores y éstos, a su turno, influyen sobre
el nivel de democracia. Los valores operan como una variable mediadora entre el desarrollo y la
democratización. Por otro lado, el nivel de democracia en un momento del tiempo no afecta los
valores de un momento posterior, una vez que se descuenta el efecto del desarrollo económico.
Schwartz avanza además sobre una cuestión no bien dilucidada por la teoría de la
posmodernización: ¿Tienen los valores una influencia recíproca sobre el desarrollo económico? Su
respuesta es positiva. Un segundo path analysis revela que, si el desarrollo económico en 1993
predice las dos orientaciones de valor en 1995, los valores de Autonomía en 1995 –pero no los de
Igualitarismo (ni el nivel de democracia en 1995)- contribuyen a predecir el nivel de desarrollo en
2004.