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‘’AÑO DEL BUEN SERVICIO AL CIUDADANO’’

UNIVERSIDAD PRIVADA SAN JUAN BAUTISTA

FACULTAS DE DERECHO PEA

CURSO: filosofía

DOCENTE: MARCO ROJO ROJAS

ALUMNO: PONTE ROJAS ALEX WILSON

CICLO: II CICLO

AULA: D-103

TURNO: NOCHE

2017
DEDICATORIA

Dedico este trabajo con todo mi

amor y cariño a ti Dios, que me

has dado la oportunidad de vivir

y gozar de una maravillosa familia.

A los profesores quienes dedican su

tiempo y que con mucho esmero y

paciencia nos hacen llegar su

conocimiento.
índice
Resumen

Immanuel Kant nació en 1724 y murió en 1804, filósofo alemán, considerado por muchos como el pensador
más influyente de la era moderna.

Immanuel Kant Reuter con sus múltiples escritos críticos da continuidad a la sensatez creativa del filosofar
iniciador por los griegos, continuado por los filósofos medievales y modernos; asimismo señala el derrotero
ulterior del pensar sapiencial.

Cada pensador es hijo de su tiempo-espacio, razón por la cual, se constituye en bisagra entre el pasado y el
futuro; Kant Reuter asimiló y recreó finamente los aportes de Martín Lutero, Christian Wolff, Isaac Newton,
David Hume, Jean-Jacques Rousseau; de las políticas de los gobernantes de Prusia, de los acontecimientos
de la Independencia de Estados Unidos y de la Revolución francesa.

Y la pregunta rectora de la presente reflexión es ¿para qué estudiar la Crítica de la razón pura? Para disipar
los engaños producidos por la mala inteligencia, evaluar los saberes adquiridos y alcanzar la intelección
precisa y clara de los entes reales, afinar el razonamiento lógico, comprender las antinomias de la razón y
cultivar el filosofar.

Immanuel Kant nació en 1724 y murió en 1804, filósofo alemán, considerado por muchos como el pensador
más influyente de la era moderna.
INTROCUCCION

Immanuel Kant nació el 22 de abril de 1724 en Königsberg, en Prusia, ciudad que contaba en la época con
unos 50.000 habitantes y un floreciente comercio e industria, siendo la capital del ducado prusiano. Su
padre, Johann-Georg, que era sillero de profesión, se había casado en 1715 con Anna Regina Reuter con la
que tuvo nueve hijos, siendo el cuarto Immanuel. A pesar de la afirmación de Kant de que su familia era de
origen escocés ha podido comprobarse la inexactitud de esa creencia; su bisabuelo, por parte paterna, era
originario de Prölkus, perteneciente actualmente a Lituania, y la familia de su madre era originaria de
Nüremberg, aunque es cierto que dos de sus tías abuelas se casaron con escoceses, lo que puede estar en el
origen de esa creencia. A los ocho años de edad, en 1732, ingresa en el Collegium Fridericianum,
considerada entonces la mejor escuela de Königsberg, que sería dirigida desde 1733 por F. A. Schultz, quien
había estudiado Teología en Halle con los pietistas y filosofía con C. Wolff, y que era amigo y consejero de la
familia de Kant. El pietismo dominaba también toda la organización del colegio, lo que suponía una profunda
religiosidad y un tipo de vida dominado por la austeridad. Allí adquirió Kant sólidos conocimientos de las
lenguas clásicas, así como de matemáticas y lógica.

En 1740 ingresó en la Universidad de Königsberg, que contaba entonces con tres Facultades "superiores"
(Teología, Derecho, Medicina) y una "inferior" (Filosofía). Kant se matriculó en la Facultad de Filosofía, según
era costumbre, sin inscribirse en ninguna de las Facultades "superiores". Allí asistió a las lecciones de
Teología de Schultz, pero centró su interés en la Filosofía, las Matemáticas y las Ciencias naturales.

Kant se educó en el Collegium Fredericianum y en la Universidad de Königsberg. En la escuela estudió sobre


todo a los clásicos y en la universidad, física y matemáticas. Tras la muerte de su padre, tuvo que abandonar
sus estudios universitarios y ganarse la vida como tutor privado. En 1755, ayudado por un amigo, reanudó
sus estudios y obtuvo el doctorado. Después, enseñó en la universidad durante 15 años, y dio conferencias
primero de ciencia y matemáticas, para llegar de forma paulatina a disertar sobre casi todas las ramas de la
filosofía.

Aunque las conferencias y escritos de Kant durante este periodo le dieron reputación como filósofo original,
no se le concedió una cátedra en la universidad hasta 1770, cuando se le designó profesor de lógica y
metafísica. Durante los 27 años siguientes continuó dedicado a su labor profesoral y atrayendo a un gran
número de estudiantes a Königsberg. Las enseñanzas religiosas nada ortodoxas de Kant, que se basaban más
en el racionalismo que en la revelación divina, le crearon problemas con el Gobierno de Prusia y en 1792
Federico Guillermo II, rey de esa nación, le prohibió impartir clases o escribir sobre asuntos religiosos. Kant
obedeció esta orden durante cinco años, hasta la muerte del rey, y entonces se sintió liberado de su
obligación. En 1798, ya retirado de la docencia universitaria, publicó un epítome donde se contenía una
expresión de sus ideas de materia religiosa. Murió el 12 de febrero de 1804.

Filosofía de Kant

La piedra angular de la filosofía de Kant, a veces llamada filosofía crítica, está recogida en su Crítica de la
razón pura (1781), en la que examinó las bases del conocimiento humano y creó una epistemología
individual. Al igual que los primeros filósofos, Kant diferenciaba los modos de pensar en proposiciones
analíticas y sintéticas. Una proposición analítica es aquella en la que el predicado está contenido en el sujeto,
como en la afirmación 'las casas negras son casas'. La verdad de este tipo de proposiciones es evidente,
porque afirmar lo contrario supondría plantear una proposición contradictoria. Tales proposiciones son
llamadas analíticas porque la verdad se descubre por el análisis del concepto en sí mismo. Las proposiciones
sintéticas, en cambio, son aquellas a las que no se puede llegar por análisis puro, como en la expresión 'la
casa es negra'. Todas las proposiciones comunes que resultan de la experiencia del mundo son sintéticas.

Las proposiciones, según Kant, pueden ser divididas también en otros dos tipos: empírica, o a posteriori, y a
priori. Las proposiciones empíricas dependen tan sólo de la percepción, pero las proposiciones a priori
tienen una validez esencial y no se basan en tal percepción. La diferencia entre estos dos tipos de
proposiciones puede ser ilustrada por la empírica 'la casa es negra' y la a priori 'dos más dos son cuatro'. La
tesis de Kant en la Crítica consiste en que resulta posible formular juicios sintéticos a priori. Esta posición
filosófica es conocida como transcendentalismo. Al explicar cómo es posible este tipo de juicios, Kant
consideraba los objetos del mundo material como incognoscibles en esencia; desde el punto de vista de la
razón, sirven tan sólo como materia pura a partir de la cual se nutren las sensaciones. Los objetos, en sí
mismos, no tienen existencia, y el espacio y el tiempo pertenecen a la realidad sólo como parte de la mente,
como intuiciones con las que las percepciones son medidas y valoradas.

Además de estas intuiciones, Kant afirmó que un número de conceptos a priori, llamados categorías,
también existen. Dividió las categorías en cuatro grupos: los relativos a la cantidad, que son unidad,
pluralidad y totalidad; los relacionados con la cualidad, que son realidad, negación y limitación; los que
conciernen a la relación, que son sustancia-y-accidente, causa-y-efecto y reciprocidad; y los que tienen que
ver con la modalidad, que son posibilidad, existencia y necesidad. Las intuiciones y las categorías se pueden
emplear para hacer juicios sobre experiencias y percepciones, pero, según Kant, no pueden emplearse para
que se apliquen sobre ideas abstractas o conceptos cruciales como libertad y existencia sin que lleven a
inconsecuencias en la forma de binomios de proposiciones contradictorias, o antinomias, en las que ambos
elementos de cada par pueden ser probados como verdad.

En la Metafísica de la ética (1797) Kant describe su sistema ético, basado en la idea de que la razón es la
autoridad última de la moral. Afirmaba en sus páginas que los actos de cualquier clase han de ser
emprendidos desde un sentido del deber que dictase la razón, y que ningún acto realizado por conveniencia
o sólo por obediencia a la ley o costumbre puede considerarse como moral. Kant describió dos tipos de
órdenes dadas por la razón: el imperativo hipotético que dispone un curso dado de acción para lograr un fin
específico; y el imperativo categórico que dicta una trayectoria de actuación que debe ser seguida por su
exactitud y necesidad. El imperativo categórico es la base de la moral y fue resumido por Kant en estas
palabras claves: "Actúa de forma que la máxima de tu conducta pueda ser siempre un principio de Ley
natural y universal".

Las ideas éticas de Kant son el resultado lógico de su creencia en la libertad fundamental del individuo, como
manifestó en su Crítica de la razón práctica (1788). No consideraba esta libertad como la libertad no
sometida a las leyes, como en la anarquía, sino más bien como la libertad del gobierno de sí mismo, la
libertad para obedecer en conciencia las leyes del universo como se revelan por la razón. Creía que el
bienestar de cada individuo sería considerado, en sentido estricto, como un fin en sí mismo y que el mundo
progresaba hacia una sociedad ideal donde la razón "obligaría a todo legislador a crear sus leyes de tal
manera que pudieran haber nacido de la voluntad única de un pueblo entero, y a considerar todo sujeto, en
la medida en que desea ser un ciudadano, partiendo del principio de si ha estado de acuerdo con esta
voluntad". En su tratado La paz perpetua (1795) Kant aboga por el establecimiento de una federación
mundial de Estados republicanos.

Kant ha tenido mayor influencia que ningún otro filósofo de la era moderna. La filosofía kantiana, y en
especial como la desarrolló el filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel, estableció los cimientos sobre
los que se edificó la estructura básica del pensamiento de Karl Marx. El método dialéctico, utilizado tanto
por Hegel como por Karl Marx, fue un desarrollo del método de razonamiento articulado por antinomias que
Kant aplicó. El filósofo alemán Johann Fichte, alumno de Kant, rechazó la división del mundo de su maestro
en partes objetivas y subjetivas y elaboró una filosofía idealista que también influyó de una forma notable en
los socialistas del siglo XIX. Uno de los sucesores de Kant en la Universidad de Königsberg, Johann Friedrich
Herbart, incorporó algunas de las ideas kantianas a sus sistemas de pedagogía.

Además de sus trabajos sobre filosofía, Kant escribió numerosos tratados sobre diversas materias científicas,
sobre todo del área de la geografía física. Su obra más importante en este campo fue Historia universal de la
naturaleza y teoría del cielo (1755), en la que anticipaba la hipótesis de la formación del universo a partir de
una nebulosa originaria, hipótesis que fue más tarde desarrollada por Pierre de Laplace.

LA VIDA DE INMANUEL KANT

Todos los días, de modo invariable, el profesor Manuel Kant, el filósofo, salía de casa a las tres y media en
punto, vestido con su acostumbrado abrigo gris. Andaba lentamente, apoyándose en un bastoncito,
sumergido en sus pensamientos. Si un transeúnte lo saludaba, respondía con un movimiento de cabeza o
con un ligero murmullo.

Pero esta frialdad no nacía de la soberbia, sino de una razón mucho más sencilla: el filósofo estaba
firmemente convencido de que, a causa de su delicada salud, el aire fresco respirado por la boca le
ocasionaría inevitablemente un fuerte resfriado. En consecuencia, no le quedaba otro recurso: cuando se
hallaba en la calle debía respirar sólo por la nariz, a riesgo de parecer descortés.

El profesor Manuel Kant no hacía nada por capricho o por costumbre; cada una de sus acciones había sido
razonada y meditada. Por ejemplo, con el fin de no sentir la molestia de las cintas o los elásticos en la
pantorrilla, Kant había ideado un ingenioso sistema de “suspensiones muelles” para sujetar las medias: dos
cintas partían de las medias y, ocultas en el interior de los pantalones, iban prendidas a dos cintas elásticas
que salían de dos cajitas que el filósofo llevaba en los bolsillos. De esta forma, las medias no le apretaban, no
se arrugaban y ni siquiera “tiraban” cuando tenía que doblar las piernas.

Todas estas extravagancias originaban irónicas sonrisitas únicamente en aquellos de sus conciudadanos que
ignoraban la prodigiosa inteligencia que se ocultaba tras aquella frente espaciosa: una inteligencia que
crearía un sistema filosófico tan profundo y tan revolucionario, que la posteridad le atribuiría el origen de
todas las modernas corrientes filosóficas.

Kant Immanuel

Manuel Kant (1724-1804), uno de los mayores filósofos de la edad moderna Sus obras “Critica de la razón
pura”, “Crítica de la razón práctica”, “Critica del juicio” son la base de toda la filosofía contemporánea.

UNA EXISTENCIA TRANQUILA

Su vida —dijo un biógrafo de Kant— transcurrió como el más regular de los verbos regulares: ni una
sacudida, ni una emoción, ni una de esas aventuras, grandes o pequeñas, que parecen inevitables en el curso
de toda existencia humana.
La única vez que se ausentó de Konigsberg, donde había nacido en 1724, fue para ir a enseñar en un pueblo
cercano; pero una vez terminado su compromiso, volvió a su ciudad y ya no la abandonó nunca. No se casó,
aun cuando estuvo dos veces tentado de hacerlo. Pero ambas veces reflexionó tanto sobre el paso que iba a
dar que, cuando se decidió, la señorita elegida, cansada de esperar, ya había contraído matrimonio, o había
abandonado la ciudad. Toda su “verdadera” vida se desarrollaba en el interior de su espíritu, de su intelecto.

A pesar de todo, no consiguió una plaza de profesor ordinario en la Universidad hasta los 46 años, después
que durante quince años tanto los estudiantes como el cuerpo académico habían tenido ocasión, en la

Kant
misma universidad, de asombrarse de la profundidad de su pensamiento, escuchando sus lecciones de
profesor libre.

En una palabra, en Alemania permaneció casi ignorada la existencia de un filósofo llamado Manuel Kant,
hasta 1781. En dicho año, en efecto, apareció el primero de aquellos libros suyos que provocarían el
desconcierto en todo el mundo filosófico: la “Crítica de la razón pura”.

MUCHOS PERROS LLAMADOS KANT

El provecho más inmediato que obtuvo Kant al publicar su “Crítica de la razón pura” fue el de ser definido
por muchos como un demonio, un execrable hereje que se había atrevido a poner en tela de juicio la
posibilidad de conocer a Dios por medio de la razón. En consecuencia, su nombre se divulgó
extraordinariamente por Alemania: muchos de sus detractores no tuvieron reparo en bautizar a sus perros
con el nombre de Manuel Kant, en señal de desprecio.

Pero, ¿qué es lo que contenía de revolucionario el libro del filósofo de Konigsberg En el fondo, nada más que
una profunda investigación sobre cómo se forma el conocimiento humano, y sobre cuáles son los poderes
cognoscitivos de nuestra inteligencia.

Kant refutaba la teoría de los empiristas ingleses, de moda en su tiempo, según la cual todo lo que se forma
en nuestra mente es fruto de las sensaciones que nos llegan del mundo exterior. Para Kant, nuestro
conocimiento nace, efectivamente, de las sensaciones que llegan al cerebro a través de esos “canales
conductores” representados por el gusto, el olfato, la vista, el tacto y el oído, pero todo ese material oí
ordenado y clasificado por obra de nuestro entendimiento. En una palabra, según Kant, nuestro
conocimiento es el fruto de la “colaboración” entre las sensaciones y el entendimiento humano, que existe
en nosotros con todas sus propiedades y sus leyes, independientemente incluso de las sensaciones.

No obstante, aun cuando existe en nono una inteligencia activa que nos capacita para conocer, nuestro
conocimiento queda ligado a las sensaciones. Esto significa que no podemos conocer una cosa de la cual no
tenemos una i experiencia directa.

Por este camino llega Kant a afirmar que es imposible responder a interrogante» tan graves como éste:
¿Cómo es el mundo en su realidad? ¿Cuál es el principio que regula el Universo? ¿Nuestro espíritu es mortal
o inmortal? ¿Existe o no existe un Dios bueno y justo?

En consecuencia, la cosmología, la psicología y la teología son imposibles para Kant. Esta imposibilidad
depende precisamente del hecho de que los hombres no tienen experiencia directa de las realidades que
constituyen e] objeto de esas ciencias (el mundo en si, el alma, Dios). Pero Kant no quería negar la existencia
del mundo real, o de un alma inmortal, o d» un Dios justo y bueno. Se limitaba únicamente a decir que, de
hecho, no podemos llegar al conocimiento cierto de esas realidades con afilo el esfuerzo de nuestra razón.

LA CRÍTICA DE LA RAZÓN PRÁCTICA

Después de la publicación de su primer gran libro sobre la “Crítica de razón pura”, hasta los más pacíficos
ciudadanos de Königsberg miraban con recelo a aquel profesor de no más de 1,60 m. de estatura, delgado,
con los hombros caídos y la espalda algo curvada, que todos los días, a las tres y media en punto, daba su
paseo bajo los tilos de la alameda.

¿Era posible que aquel tranquilo hombrecillo fuese un diabólico ateo, capaz de destruir todas las sanas
convicciones que ellos tenían en su corazón desde la infancia? Si se le miraba a los ojos, vivacísimos bajo una
frente muy amplia, se entreveía solamente un espíritu amable, apacible, sostenido por una voluntad férrea.
Pero… siempre el mismo “pero”: ¿era verdad que el filósofo Kant había afirmado que Dios y el alma no
existían? El mentís más claro se produjo en 1788, cuando Kant publicó su segundo y muy importante libro,
titulado “Crítica de la razón práctica”.

En él indicaba el filósofo el camino para llegar a la certidumbre acerca del mundo, de la inmortalidad del
alma y de la existencia de Dios.

Para llegar a la certidumbre de estas realidades —decía Kant— tenemos un medio muy apropiado: la moral.
La más bella realidad de toda nuestra experiencia humana es, precisamente, nuestro sentido moral, ese
sentimiento que todos experimentamos cuando nos disponemos a realizar una acción, y que se resuelve en
un imperativo absoluto: “tú debes”, o no debes, realizar esa acción.

Pero el sentido moral implica en sí también el hecho de que debe existir la libertad. Si es verdad que, ante
una situación concreta, tengo el “deber” moral de obrar bien, es igualmente cierto que yo soy
perfectamente “libre” de hacer todo lo contrario de lo que me impone ese deber moral.

He aquí, pues, que hemos descubierto cómo en el mundo —que la “razón pura” había presentado como
regido por la férrea ley causa-efecto— entre también la libertad.

Más aún: el sentido moral nos lleva a la certidumbre de la inmortalidad del alma. En efecto podemos
preguntarnos: ¿por qué habíamos de sentir ese imperioso impulso de obrar moralmente, si no hubiese,
antes o después, una recompensa para los que obran bien, y un castigo para los que obran mal? Todos
sabemos que ese premio y ese castigo no los alcanzamos en la tierra; esto deberá ocurrir, por lo tanto, en
otra vida, en la vida eterna. Por último, tenemos que admitir, forzosamente, que necesitamos a alguien que
con su justicia distribuya con equidad los premios y los castigos, y este alguien no puede ser más sue Dios, un
Dios justo e inmortal.

De aquí que todas aquellas realidades, frente a las cuales no podía pronunciarse la “razón pura”, se
conviertan para el hombre en otras tantas certezas. La vida de Kant, hombre sedentario y metódico, estuvo
marcada por una gran regularidad; fue la suya una existencia rutinaria, libre de acontecimientos especiales,
que transcurrió siempre en su ciudad natal, sin viajar nunca a otros lugares o países. Desde muy joven, Kant
se autoimpuso un programa diario de actividades que cumplía con tal precisión y método que los habitantes
de Königsberg podían poner sus relojes en hora con solo fijarse en sus entradas y salidas. Tampoco se tiene
constancia de amores: existe una carta de una joven, María Charlotte Jacobi, fechada en 1762, en la que
aparece una insinuación erótica, y hay también especulaciones sobre posibles visitas a un prostíbulo y sobre
su supuesta homosexualidad.

ESPÍRITU BATALLADOR Y REVOLUCIONARIO

El efecto producido entre los sabios de la época por las obras filosóficas de Kant, si, por una parte, creó
alrededor de su persona un clima de respeto y casi de deferencia hacia su genio, por otra, le procuró
enconadas hostilidades. La más grave de todas fue la del nuevo soberano de Prusia, Federico Guillermo II, y
la de su ministro de Instrucción Pública, Wüllner, que llegaron a prohibir al filósofo la publicación de más
libros.

Sin embargo, el tranquilo profesor de Konigsberg no perdió aquel espíritu batallador y verdaderamente
revolucionario que se ocultaba tras su aire de hombre apacible.

Cuando estalló en Francia la Revolución, no dudó un momento en proclamar, precisamente él, súbdito de Su
Majestad Federico Guillermo, y profesor pagado por el Estado monárquico de Prusia, que esperaba ver
implantada en toda Europa la única forma de gobierno digna de un hombre libre: la República.
Estas valientes afirmaciones vinieron a aumentar la animosidad que de sus conciudadanos sentían hacía él,
pero no provocaron ninguna consecuencia grave. Kant, en efecto, era ya viejo, y su salud, que nunca había
sido muy buena, empeoraba de día en día: ya no podía durar mucho. Sin embargo, resistió lo suficiente para
ver cómo la Revolución Francesa, de la que esperaba que naciese un nuevo orden político para Europa
entera, iba siendo gradualmente privada de toda su “carga” de novedad, por obra de un joven y gran
caudillo, que después se convirtió en emperador: Napoleón Bonaparte. Aunque las conferencias y escritos
de Kant durante este periodo le dieron reputación como filósofo original, no se le concedió una cátedra en la
universidad hasta 1770, cuando se le designó profesor de lógica y metafísica. Durante los 27 años siguientes
continuó dedicado a su labor profesoral y atrayendo a un gran número de estudiantes a Königsberg. Las
enseñanzas religiosas nada ortodoxas de Kant, que se basaban más en el racionalismo que en la revelación
divina, le crearon problemas con el Gobierno de Prusia y en 1792 Federico Guillermo II, rey de esa nación, le
prohibió impartir clases o escribir sobre asuntos religiosos. Kant obedeció esta orden durante cinco años,
hasta la muerte del rey, y entonces se sintió liberado de su obligación. En 1798, ya retirado de la docencia

Firma autógrafa de Manuel Kant También su caligrafía, tan precisa y dará, revela el
carácter de) filósofo.
Filosofía de Kant

La piedra angular de la filosofía de Kant, a veces llamada filosofía crítica, está recogida en su Crítica de la razón
pura (1781), en la que examinó las bases del conocimiento humano y creó una epistemología individual. Al
igual que los primeros filósofos, Kant diferenciaba los modos de pensar en proposiciones analíticas y sintéticas.
Una proposición analítica es aquella en la que el predicado está contenido en el sujeto, como en la afirmación
'las casas negras son casas'. La verdad de este tipo de proposiciones es evidente, porque afirmar lo contrario
supondría plantear una proposición contradictoria. Tales proposiciones son llamadas analíticas porque la
verdad se descubre por el análisis del concepto en sí mismo. Las proposiciones sintéticas, en cambio, son
aquellas a las que no se puede llegar por análisis puro, como en la expresión 'la casa es negra'. Todas las
proposiciones comunes que resultan de la experiencia del mundo son sintéticas.

Las proposiciones, según Kant, pueden ser divididas también en otros dos tipos: empírica, o a posteriori, y a
priori. Las proposiciones empíricas dependen tan sólo de la percepción, pero las proposiciones a priori tienen
una validez esencial y no se basan en tal percepción. La diferencia entre estos dos tipos de proposiciones
puede ser ilustrada por la empírica 'la casa es negra' y la a priori 'dos más dos son cuatro'. La tesis de Kant en
la Crítica consiste en que resulta posible formular juicios sintéticos a priori. Esta posición filosófica es conocida
como transcendentalismo. Al explicar cómo es posible este tipo de juicios, Kant consideraba los objetos del
mundo material como incognoscibles en esencia; desde el punto de vista de la razón, sirven tan sólo como
materia pura a partir de la cual se nutren las sensaciones. Los objetos, en sí mismos, no tienen existencia, y el
espacio y el tiempo pertenecen a la realidad sólo como parte de la mente, como intuiciones con las que las
percepciones son medidas y valoradas.

Además de estas intuiciones, Kant afirmó que un número de conceptos a priori, llamados categorías, también
existen. Dividió las categorías en cuatro grupos: los relativos a la cantidad, que son unidad, pluralidad y
totalidad; los relacionados con la cualidad, que son realidad, negación y limitación; los que conciernen a la
relación, que son sustancia-y-accidente, causa-y-efecto y reciprocidad; y los que tienen que ver con la
modalidad, que son posibilidad, existencia y necesidad. Las intuiciones y las categorías se pueden emplear
para hacer juicios sobre experiencias y percepciones, pero, según Kant, no pueden emplearse para que se
apliquen sobre ideas abstractas o conceptos cruciales como libertad y existencia sin que lleven a
inconsecuencias en la forma de binomios de proposiciones contradictorias, o antinomias, en las que ambos
elementos de cada par pueden ser probados como verdad.

En la Metafísica de la ética (1797) Kant describe su sistema ético, basado en la idea de que la razón es la
autoridad última de la moral. Afirmaba en sus páginas que los actos de cualquier clase han de ser emprendidos
desde un sentido del deber que dictase la razón, y que ningún acto realizado por conveniencia o sólo por
obediencia a la ley o costumbre puede considerarse como moral. Kant describió dos tipos de órdenes dadas
por la razón: el imperativo hipotético que dispone un curso dado de acción para lograr un fin específico; y el
imperativo categórico que dicta una trayectoria de actuación que debe ser seguida por su exactitud y
necesidad. El imperativo categórico es la base de la moral y fue resumido por Kant en estas palabras claves:
"Actúa de forma que la máxima de tu conducta pueda ser siempre un principio de Ley natural y universal".

Las ideas éticas de Kant son el resultado lógico de su creencia en la libertad fundamental del individuo, como
manifestó en su Crítica de la razón práctica (1788). No consideraba esta libertad como la libertad no sometida
a las leyes, como en la anarquía, sino más bien como la libertad del gobierno de sí mismo, la libertad para
obedecer en conciencia las leyes del universo como se revelan por la razón. Creía que el bienestar de cada
individuo sería considerado, en sentido estricto, como un fin en sí mismo y que el mundo progresaba hacia
una sociedad ideal donde la razón "obligaría a todo legislador a crear sus leyes de tal manera que pudieran
haber nacido de la voluntad única de un pueblo entero, y a considerar todo sujeto, en la medida en que desea
ser un ciudadano, partiendo del principio de si ha estado de acuerdo con esta voluntad". En su tratado La paz
perpetua (1795) Kant aboga por el establecimiento de una federación mundial de Estados republicanos.

Kant ha tenido mayor influencia que ningún otro filósofo de la era moderna. La filosofía kantiana, y en especial
como la desarrolló el filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel, estableció los cimientos sobre los que se
edificó la estructura básica del pensamiento de Karl Marx. El método dialéctico, utilizado tanto por Hegel como
por Karl Marx, fue un desarrollo del método de razonamiento articulado por antinomias que Kant aplicó. El
filósofo alemán Johann Fichte, alumno de Kant, rechazó la división del mundo de su maestro en partes
objetivas y subjetivas y elaboró una filosofía idealista que también influyó de una forma notable en los
socialistas del siglo XIX. Uno de los sucesores de Kant en la Universidad de Königsberg, Johann Friedrich
Herbart, incorporó algunas de las ideas kantianas a sus sistemas de pedagogía.

Además de sus trabajos sobre filosofía, Kant escribió numerosos tratados sobre diversas materias científicas,
sobre todo del área de la geografía física. Su obra más importante en este campo fue Historia universal de la
naturaleza y teoría del cielo (1755), en la que anticipaba la hipótesis de la formación del universo a partir de
una nebulosa originaria, hipótesis que fue más tarde desarrollada por Pierre de Laplace.

Entre otros escritos de Kant figuran Prolegómenos a toda metafísica futura (1783), Principios metafísicos de
la filosofía natural (1786), Crítica del juicio (1790) y La religión dentro de los límites de la razón pura (1793).

Obras

Se suele dividir la obra de Kant en dos períodos: el prescritico y el crítico. El primero de ellos abarcaría toda la
actividad filosófica kantiana hasta la "Disertación" de 1770, y el segundo su actividad filosófica posterior, en
el que desarrolla su pensamiento en una dirección distinta, cuyas líneas fundamentales expone en la "Crítica
de la razón pura". Algunos estudiosos de Kant, no obstante, distinguen dos fases en el periodo prescritico: la
primera, hasta 1755, según unos, o 1760, según otros, en la que predominaría en Kant el interés por la física
y las ciencias en general; la segunda, hasta 1770, coincidiendo con su actividad como Privatdozent en la
Universidad de Königsberg, dominada por preocupaciones metafísicas.

Período prescritico

1747 "Pensamientos sobre el verdadero valor de las fuerzas vivas"

1755 "De igne" ("Sobre el fuego", presentada como tesis doctoral)

1755 "Historia natural general y teoría del cielo"

1755 "Nueva dilucidación de los primeros principios del conocimiento metafísico"

1762 "La falsa sutileza de las cuatro figuras silogísticas"


1762 "El único fundamento posible de una demostración de la existencia de Dios"

1764 "Investigación acerca de la distinción de los principios de la teología natural y de la moral"

1764 "Observaciones acerca del sentimiento de lo hermoso y lo sublime"

1766 "Sueños de un visionario, comentados por los sueños de la metafísica"

1770 "De mundi sensibilis atque intelligibilis forma et principiis" ("Sobre la forma y principios del mundo
sensible e inteligible") más conocida como la Disertación de 1770.

Período crítico

1781 "Crítica de la razón pura"

1783 "Prolegómenos a toda metafísica futura"

1784 "Ideas para una historia universal en clave cosmopolita"

1784 "¿Qué es la Ilustración?"

1785 "Fundamentación de la metafísica de las costumbres"

1785 "Sobre los volcanes de la luna"

1786 "Primeros principios metafísicos de la ciencia natural"

1786 "Fundamentos metafísicos iniciales de la cosmología"

1787 Segunda edición de la "Crítica de la razón pura"

1788 "Crítica de la razón práctica"


1790 "Crítica de la facultad de juzgar"

1791 "Sobre el fracaso de todos los intentos filosóficos en teología"

1793 "La religión dentro de los límites de la mera razón"

1793 "En torno al tópico: tal vez eso sea correcto en teoría, pero no sirve para la práctica"

1795 "Hacia la paz perpetua"

1797 "La metafísica las costumbres"

1797 "El conflicto de las facultades"

1798 "Antropología desde el punto de vista pragmático"

Opus Postumum

Recoge los escritos no editados por Kant en los que trabajaba antes de su muerte y que manifiestan una
evolución de su pensamiento hacia las posiciones que defenderá posteriormente el idealismo alemán.

El problema general de la metafísica.

En el prólogo a la primera edición de la "Crítica de la razón pura", luego de explicar brevemente los avatares
sufridos a lo largo de la historia por la metafísica, que la llevaron de ser considerada la reina de las ciencias a
ser objeto de desprecio, nos expone Kant el objetivo fundamental de sus investigaciones: "Se trata, pues, de
decidir la posibilidad o imposibilidad de una metafísica en general y de señalar tanto las fuentes como la
extensión y límites de la misma, todo ello partir de principios".

Es el llamado "problema crítico", que vuelve a ser planteado en el prólogo de la segunda edición: mientras la
lógica, las matemáticas, la física, y las ciencias naturales han ido encontrando el camino seguro de la ciencia,
la metafísica, la más antigua de todas ellas, no lo ha conseguido: "No hay, pues, duda de que su modo de
proceder ha consistido, hasta la fecha, en un mero andar a tientas y, lo que es peor, a base de simples
conceptos. ¿A qué se debe entonces que la metafísica no haya encontrado todavía el camino seguro de la
ciencia?".
La metafísica, sin embargo, parece inevitable como disposición natural, en la medida en que el hombre se
siente inclinado a buscar las primeras causas y principios de la realidad; a pesar de ello, dado que después de
siglos de investigaciones en ese terreno, la metafísica no ha conseguido entrar en el camino seguro de la
ciencia, quizá sus esfuerzos hayan sido vanos porque pretenda lo imposible, por lo que es necesario
preguntarse acerca de su posibilidad, pregunta en la que se resume el "problema crítico": ¿Es posible la
metafísica como ciencia?

A diferencia de las otras ciencias, la metafísica ha pretendido trascender la experiencia y ofrecernos un


conocimiento de entidades como Dios, el alma y el mundo como totalidad, a partir de conceptos "a priori" es
decir, independientes de la experiencia. Se tratará, por lo tanto, de averiguar "qué y cuánto pueden conocer
el entendimiento y la razón aparte de toda experiencia", por lo que será necesaria, en consecuencia, una
investigación crítica de la facultad de razonar (no un estudio psicológico que remita a las condiciones
concretas, empíricas, de dicha facultad, sino un estudio de las condiciones a priori, es decir, trascendentales).
Una vez determinadas cuáles son esas condiciones trascendentales estaremos en situación de decidir si
permiten o no las pretensiones cognoscitivas de la metafísica.

2. El problema del conocimiento a priori.

Dado que la metafísica pretende obtener un conocimiento a priori, independiente de la experiencia, la


respuesta a la pregunta por su posibilidad exige responder previamente a la pregunta de si es posible el
conocimiento a priori. Pero ¿Cuantas formas hay de conocimiento? ¿Es el conocimiento a priori una de ellas,
o no pasa de ser una ilusión?.

No hay duda alguna de que todo nuestro conocimiento comienza con la experiencia, nos dice Kant en el primer
párrafo de la introducción de la "Crítica de la razón pura", y añade inmediatamente a continuación, en el
segundo párrafo: pero, aunque todo nuestro conocimiento empiece con la experiencia, no por eso procede
todo él de la experiencia. A diferencia de lo que habían afirmado los racionalistas y los empiristas, para quienes
había sólo una fuente del conocimiento, la razón para unos, y la experiencia para los otros, para Kant habrá
dos fuentes del conocimiento: una, la sensibilidad, que suministrará la materia del conocimiento procedente
de la experiencia, y otra, el entendimiento, que suministrará la forma del conocimiento, y que será
independiente de la experiencia. Podremos hablar, por lo tanto, de un conocimiento a priori y de un
conocimiento a posteriori:

En lo que sigue entenderemos, pues, por conocimiento a priori el que es absolutamente independiente de
toda experiencia, no el que es independiente de esta o aquella experiencia. A él se opone el conocimiento
empírico, el que sólo es posible a posteriori, es decir, mediante la experiencia.

El conocimiento empírico no encierra ninguna necesidad, ya que lo contrario de un fenómeno es siempre


posible. La proposición "el sol saldrá mañana", por ejemplo, no contiene ninguna necesidad, tal como había
dicho ya Hume en la "Investigación sobre el entendimiento humano". Tampoco las proposiciones empíricas
implican universalidad: al ser el resultado de una generalización inductiva están sometidas a los datos de la
observación, es decir, ésta proposición será válida mientras lo que hasta ahora hemos observado se mantenga
estable de acuerdo con esta regla. El conocimiento empírico, a posteriori , pues, no encierra necesidad ni
universalidad alguna.
Sin embargo, estamos seguros de que ciertos conocimientos implican necesidad y universalidad (las
matemáticas, por ejemplo); si esa necesidad y universalidad no puede proceder de la experiencia ha de ser,
pues, a priori, independiente de la experiencia. Es fácil demostrar que existen realmente en el conocimiento
humano semejantes juicios necesarios y estrictamente universales, es decir, juicios puros a priori. Como
ejemplos apela Kant a las ciencias en general; a las matemáticas, a la física, etc; incluso podemos tener un
ejemplo de ese conocimiento a priori remitiéndonos "al uso más ordinario del entendimiento", para lo cual
Kant elige la siguiente proposición: "todo cambio ha de tener una causa". La elección de esta proposición no
es gratuita, ya que le permite a Kant atacar la interpretación que había hecho Hume del principio de
causalidad.

A diferencia de Hume, que hacía depender este principio de causalidad de la experiencia, Kant, alegando que
es un principio universal y necesario, afirma que no puede proceder de la experiencia y lo propone como un
ejemplo de conocimiento a priori. Considerando demostrada así la existencia del conocimiento a priori Kant
se preguntará por su fundamento y su legitimidad. Y dado que todos los conocimientos se expresan en juicios,
en los que se piensa la relación entre un sujeto y un predicado, se preguntará por los distintos tipos de juicios
que es posible formular.

3. El análisis de los juicios. Los juicios sintéticos a priori.

Siguiendo la distinción que habían hecho Leibniz entre verdades de razón y verdades de hecho y Hume entre
conocimiento de relaciones de ideas y conocimiento de hechos, Kant distinguirá dos tipos de juicios: los juicios
analíticos y los juicios sintéticos.

En los juicios analíticos el predicado está comprendido en la noción del sujeto y son, por lo tanto, juicios
explicativos, es decir, juicios que no aumentan mi conocimiento, sino que explican una determinada relación
entre sujeto y el predicado. En este sentido, los juicios analíticos son siempre verdaderos y, al no depender de
la experiencia, son a priori. Como ejemplo de juicio analítico propone Kant el siguiente: "Todos los cuerpos
son extensos"; para hallar el predicado de este juicio dice Kant no necesito sino descomponer el concepto del
sujeto, analizarlo, dado que no tengo que ir más allá del concepto de cuerpo para hallar el de extensión.

Los juicios sintéticos, por el contrario, son aquellos en los que el predicado no está comprendido en la noción
del sujeto, como cuando digo "todos los cuerpos son pesados". Como la relación entre sujeto y el predicado
añade algo al sujeto que no está comprendido en su noción (el concepto de cuerpo no contiene la idea de
peso) ese tipo de juicios son extensivos, dado que amplían mi conocimiento del sujeto. Tanto Leibniz como
Hume estarían de acuerdo en que este tipo de juicios son todos a posteriori, es decir, que dependen de la
experiencia.

Sin embargo, Kant distingue entre dos tipos de juicios sintéticos: los juicios sintéticos a priori y los juicios
sintéticos a posteriori. Mientras que los segundos serían contingentes y dependerían totalmente de la
experiencia, (y coincidirían con las verdades de hecho de Leibniz y el conocimiento de hechos de Hume), los
primeros, los juicios sintéticos a priori, contendrían, siendo a priori, un conocimiento universal y necesario, y
sin embargo, siendo sintéticos, aumentarían mi conocimiento.

Como ejemplo de juicios sintéticos a priori propone el siguiente: todo lo que ocurre tiene una causa, y se
refiere además a la existencia de otros juicios sintéticos a priori en las diversas ciencias, como, por ejemplo, la
proposición 7 + 5= 12, en matemáticas, (12 no estaría comprendido en la idea de sumar 7 + 5, por lo que el
juicio sería sintético, aumentaría mi conocimiento; y, sin embargo, que "siete y cinco suman 12" no deja de
ser una proposición universal y necesaria, a priori, por lo tanto). Kant dedicará el capítulo quinto de la
introducción a demostrar que todas las ciencias teóricas de la razón contienen juicios sintéticos a priori como
principios. Es decir, que no sólo existen tales juicios sintéticos a priori en las ciencias, sino que son su
fundamento mismo.

Hasta entonces se había aceptado que los juicios analíticos, a priori, por lo tanto, eran el fundamento de las
matemáticas, y que los juicios sintéticos, a posteriori, lo eran de las ciencias naturales, por lo que la afirmación
kantiana de que existía un tercer tipo de juicios, los sintéticos a priori, y que eran el fundamento de la ciencia
no dejó de sorprender y dar lugar a no pocas polémicas.

Esta afirmación kantiana de que existen juicios sintéticos a priori constituye, pues, una polémica novedad.
¿Cómo es posible que existan juicios que amplían mi conocimiento y que, sin embargo, no dependan de la
experiencia? Es decir, ¿Cómo podemos saber algo a priori acerca de la realidad? Es necesario justificar esta
afirmación, por lo que Kant se verá obligado a responder a la pregunta: ¿Cómo son posibles los juicios
sintéticos a priori?

Esta pregunta, nos dice Kant, debemos dividirla a su vez en estas otras:

1. ¿Cómo es posible la matemática pura?

2. ¿Cómo es posible la ciencia natural pura?

Una vez hayamos explicado cuáles son las condiciones que hacen posibles (no si son posibles, lo cual es
evidente) las matemáticas y las ciencias naturales estaremos en condiciones de determinar si la metafísica
cumple las mismas condiciones que hacen posible el conocimiento científico. Pero, a diferencia de las
matemáticas y las ciencias naturales, que existen cómo ciencias de forma innegable, por lo que respecta a la
metafísica hemos de preguntarnos por su posibilidad, dado que, si bien es innegable su existencia como
disposición natural, es discutible su existencia como ciencia. La última pregunta que debemos hacernos será,
por lo tanto:

3. ¿Es posible la metafísica como ciencia?

A la primera pregunta, por las condiciones que hacen posible las matemáticas, responderá Kant en la Estética
Trascendental. A la segunda, por las condiciones que hacen posible las ciencias naturales, en la Analítica
Trascendental. A la tercera, sobre la posibilidad de la metafísica como ciencia, en la Dialéctica Trascendental,
las tres partes en las que divide la "Crítica de la razón pura"

2. El análisis del conocimiento en la C.R.P.

La revolución copernicana de Kant

Si la necesidad y universalidad de nuestros conocimientos no puede proceder de la experiencia, el


conocimiento no podrá explicarse como una adecuación del espíritu, del sujeto, a los objetos, tal como habían
supuesto los filósofos hasta entonces. Por el contrario, hemos de suponer que son los objetos quienes tienen
que adecuarse a nuestro conocimiento. En esta inversión del papel que juegan el sujeto y el objeto en el
conocimiento radica la llamada "revolución copernicana" de Kant. El entendimiento no es una facultad pasiva,
que se limite a recoger los datos procedentes de los objetos, sino que es pura actividad, configuradora de la
realidad.

Se ha supuesto hasta ahora que todo nuestro conocer debe regirse por los objetos. Sin embargo, todos los
intentos realizados bajo tal supuesto con vistas a establecer a priori, mediante conceptos, algo sobre dichos
objetos -algo que ampliara nuestro conocimiento- desembocaban en el fracaso. Intentemos, pues, por una
vez, si no adelantaremos más en las tareas de la metafísica suponiendo que los objetos deben conformarse a
nuestro conocimiento, cosa que concuerda ya mejor con la deseada posibilidad de un conocimiento a priori
de dichos objetos, un conocimiento que pretende establecer algo sobre estos antes de que nos sean dados.
Ocurre aquí como con los primeros pensamientos de Copérnico. Este, viendo que no conseguía explicar los
movimientos celestes si aceptaba que todo el ejército de estrellas giraba alrededor del espectador, probó si
no obtendría mejores resultados haciendo girar al espectador y dejando las estrellas en reposo.

Si el entendimiento está sometido a ciertas categorías que determinan a los objetos, entonces podemos saber
a priori que no ocurrirá nada en el campo de la experiencia humana que no esté sometido a tales categorías.
En consecuencia, el sujeto adquiere un papel configurador de la realidad, en lugar de ser el mero receptor
pasivo de una supuesta realidad objetiva a la que se debe someter.

1.- La sensibilidad y el entendimiento.

A diferencia de lo que habían afirmado los racionalistas y los empiristas, quienes concebían una sola fuente
del conocimiento, la razón o la experiencia, respectivamente, para Kant el conocimiento es el resultado de la
colaboración entre ambas: por la sensibilidad recibimos los objetos, por el entendimiento los pensamos.

Los objetos nos vienen, pues, dados mediante la sensibilidad y ella es la única que nos suministra intuiciones.
Por medio del entendimiento, los objetos son, en cambio, pensados y de él proceden los conceptos.

Ahora bien, como veremos a continuación, Kant a afirmará que existen tanto en la sensibilidad como en el
entendimiento unas formas trascendentales, que no dependen de la experiencia, y que son a priori, por lo
tanto, que actuarán como un "molde" al que se tienen que someter los datos recibidos por la sensibilidad y
los conceptos formados por el entendimiento. En consecuencia, tanto la sensibilidad como el entendimiento
adquieren, aunque a distinto nivel, un papel configurador de la realidad.

2.- La sensibilidad. (Estética Trascendental).

Por sensibilidad entiende Kant la capacidad de recibir representaciones, al ser el sujeto afectado por los
objetos. Esta capacidad es meramente receptiva.

El modo mediante el cual el conocimiento se refiere inmediatamente a un objeto es llamado por Kant
intuición; y el efecto que produce un objeto sobre nuestra capacidad de representación sensible es llamado
por Kant sensación; en el caso, pues, de la sensibilidad, esa referencia inmediata a un objeto es llamada
intuición sensible o empírica. Y el objeto indeterminado de una intuición empírica, lo que supuestamente la
causa, es llamado fenómeno.

En el fenómeno podemos distinguir una materia y una forma. La materia del fenómeno es lo que dentro del
mismo corresponde a la sensación. Y la forma "aquello que hace que lo diverso del mismo pueda ser ordenado
en ciertas relaciones". Con esto Kant nos quiere decir que las sensaciones no pueden ser ordenadas por algo
que sea, a su vez una sensación: y si la materia de la sensación procede de la experiencia, es a posteriori , lo
que ordena las sensaciones, la forma, ha de ser algo distinto, por lo que no puede proceder de la experiencia,
y ha de ser, por lo tanto, a priori.

Ahora bien, si analizamos el contenido de cualquier conocimiento, despojándolo de todo elemento


procedente del entendimiento, a fin de quedarnos sólo con el conocimiento sensible; y una vez hecho esto
analizamos ese conocimiento sensible, despojándolo de todo elemento perteneciente a la sensación, nos
quedaremos sólo con la forma del conocimiento sensible. Tendremos entonces la forma pura de la
sensibilidad.
En el caso de los objetos que nos representamos como exteriores a nosotros, como una mesa o una casa, por
ejemplo, podemos prescindir de cualquier representación sensible (tamaño, forma, color) pero no podemos
prescindir de representárnoslo como algo en el espacio. De modo similar, por lo que respecta a la intuición de
los estados internos del sujeto podemos prescindir de todas sus características excepto de representárnoslos
en relaciones de tiempo. ¿Qué son el espacio y el tiempo?

El espacio no puede ser una cosa, ya que las cosas existen en el espacio; si lo consideramos como una cosa
tendríamos que concebir otro espacio que lo contuviese, y así indefinidamente, lo que resulta absurdo. El
espacio tampoco puede ser un concepto empírico, dado que para representarme un objeto debo presuponer
de antemano el espacio; por lo tanto, el espacio no puede proceder de la experiencia, sino que la precede. Si
no procede de la experiencia ha de ser una representación a priori, independiente de la experiencia.

Tampoco puede ser un concepto discursivo, ya que es único: no hay una multiplicidad de espacios que puedan
ser representados mediante un concepto, del mismo modo que representamos la multiplicidad de mesas bajo
el concepto mesa. Si no es una cosa, ni un concepto empírico ni discursivo, el espacio sólo puede ser una
intuición pura, una forma a priori de la sensibilidad, una condición de posibilidad de los fenómenos, la de todos
los fenómenos de los sentidos externos.

Lo mismo ocurre con el tiempo: no puede ser un concepto empírico ni discursivo, y precede a toda experiencia
del sentido interno, por lo que ha de ser necesariamente una intuición pura y a priori, la condición de
posibilidad de todas las representaciones que se pueden dar en el sentido interno.

Espacio y tiempo son, pues, formas puras a priori de la sensibilidad. Con la afirmación de que son formas puras,
intuiciones puras, Kant quiere decir que no son conceptos y que no tienen ningún contenido empírico. Con la
afirmación de que son a priori quiere decir que son independientes de la experiencia y que, en cierto sentido,
la preceden, la hacen posible. Son las condiciones trascendentales de la sensibilidad.

Estamos en condiciones, pues, de explicar cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en matemáticas. Las
matemáticas, nos dice Kant, tratan de las determinaciones del espacio y del tiempo, en la geometría y en la
aritmética, respectivamente. Lo que hace la geometría es analizar las propiedades del espacio, que es lo que
hace la aritmética con respecto al tiempo. Ahora bien, dado que el espacio y el tiempo son las condiciones en
las que ha de darse todo fenómeno, las propiedades del espacio y del tiempo han de transmitirse
necesariamente a todo fenómeno que pueda darse en ellos, (del mismo modo que el molde de la magdalena
imprime su forma a la masa vertida en él, utilizando una burda comparación).

De este modo, todos los conocimientos de las matemáticas han de ser universales y necesarios, puesto que
todos los fenómenos han de darse necesariamente en el espacio y en el tiempo. De esta forma son posibles
los juicios sintéticos a priori en las matemáticas, es decir juicios que aumentan mi conocimiento y que sin
embargo son independientes de la experiencia y, por ello, universales y necesarios.

3.- El Entendimiento. (La analítica trascendental).

Como hemos visto anteriormente, la sensibilidad es la fuente de todas nuestras intuiciones. Si prescindimos
de la sensibilidad, dice Kant, no podemos tener intuición alguna. El entendimiento no es una facultad que nos
permita intuir, es decir, establecer una relación directa con un objeto; y dado que no hay otra forma de
conocer, fuera de la intuición, que la conceptual, resulta que el entendimiento es un conocimiento conceptual,
discursivo. La sensibilidad suministra las intuiciones del conocimiento; el entendimiento suministrará los
conceptos.
Las intuiciones sensibles, si no son pensadas a través de un concepto, (subsumidas en un concepto, dice Kant),
no nos ofrecerían conocimiento alguno: equivaldrían a un torrente inconexo de sensaciones. Los conceptos,
por su parte, si no se remiten a una intuición sensible, nos ofrecerían un conocimiento vacío de contenidos.
"Las intuiciones, sin conceptos, son ciegas; los conceptos, sin intuiciones, son vacíos".

El entendimiento es la facultad de pensar y, como tal, pura actividad, frente a la receptividad de la sensibilidad.
Esa actividad se identifica con la formación de conceptos, es decir, con la creación de formas bajo las cuales
se pueden ordenar diversas representaciones bajo una sola común a todas ellas. Así, mientras que la
sensibilidad suministra las intuiciones sensibles, el entendimiento piensa bajo conceptos esas intuiciones,
unificando bajo el concepto la diversidad ofrecida por la sensibilidad. Cuando decimos que esto es una casa,
o una mesa, lo que ocurre es que bajo el concepto "casa" o "mesa" el entendimiento ha unificado una
pluralidad de elementos procedentes de la sensibilidad bajo dichos conceptos, y esa conjunción de los
elementos sensibles y los conceptuales es lo que produce el conocimiento.

Si realizamos con el entendimiento la misma operación que hemos realizado con la sensibilidad, es decir,
separar la materia de la forma, podremos distinguir dos tipos de conceptos: los conceptos empíricos y los
conceptos puros o categorías. Los primeros son el resultado de generalizaciones tomadas de la experiencia,
como los ya citados de "casa" o "mesa". Los segundos no dependen en absoluto de la experiencia: son a priori,
y son puestos directamente por el entendimiento, al modo del espacio y el tiempo en la sensibilidad. Son las
estructuras a partir de las cuales se generan los conceptos empíricos y podemos, por lo tanto, formular juicios.

¿Cómo podremos determinar cuáles son esas categorías o conceptos puros del entendimiento? Pensar
equivale a formular juicios, por lo que todos los actos del entendimiento pueden ser, pues, reducidos a juicios.
Ahora bien, si determinamos cuáles son las formas del juicio, podremos identificar cuáles son las funciones de
unidad que operan en los mismos, que no serán otras que las categorías. A esta operación la llamará Kant
deducción trascendental de las categorías.

Kant, siguiendo la lógica aristotélica, pero haciendo abstracción del contenido de un juicio y atendiendo tan
sólo a su forma, cree que todos los juicios pueden reducirse a los cuatro tipos siguientes, cada uno con tres
posibilidades:

Atendiendo a la cantidad: universales, particulares y singulares.

Atendiendo a la cualidad: afirmativos, negativos e infinitos.

Atendiendo a la relación: categóricos, hipotéticos y disyuntivos.

Atendiendo a la modalidad: problemáticos, Aser tóricos y apodícticos.

Si las categorías representan funciones a priori o trascendentales de unidad en los juicios, a cada forma de
juicio ha de corresponderle una categoría, estableciendo Kant la siguiente correspondencia:

Hay, pues, doce categorías que corresponden a otras tantas formas de juicio. Tales categorías, en la medida
en que son las formas a priori o trascendentales del entendimiento, los "moldes" a través de los cuales se
forman los conceptos empíricos, sólo tienen validez aplicadas a las intuiciones suministrados por la
sensibilidad.
En sí mismas no proporcionan ningún conocimiento, sino simplemente la forma trascendental, a priori, de
todo conocimiento. Si el entendimiento limitase su acción a la producción de conceptos a partir de las
categorías, sin aplicar esos conceptos a los contenidos que suministra la sensibilidad, tales conceptos estarían
vacíos y no nos proporcionarían ningún conocimiento.

Pero, además, eso supone que no hay posibilidad de conocer ningún objeto si no se somete a la acción de las
categorías, por lo que, del mismo modo que la sensibilidad impone al objeto las estructuras trascendentales
del espacio y el tiempo, el entendimiento impone al objeto las formas trascendentales del entendimiento o
categorías. En consecuencia, no podremos conocer nunca los objetos tal como son en sí mismos, es decir,
como noúmenos, sino solamente tal como se presentan a nosotros a través de esas estructuras
trascendentales de la sensibilidad y del entendimiento, es decir, como fenómenos.

Estamos ahora en condiciones, pues, de comprender cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en las
ciencias naturales. Recordemos el ejemplo que nos ponía Kant: "todo cambio ha de tener una causa". Es un
juicio sintético, ya que la noción de cambio no incluye la de causa; y es un juicio a priori, independiente de la
experiencia, y por lo tanto universal y necesario, porque se funda en la categoría de causalidad y dependencia
(causa y efecto).

Dado que las categorías unifican en última instancia toda la diversidad de la realidad "fenoménica", no hay
nada en ella que no dependa directamente de las categorías. Cuando descubrimos en la realidad una ley o una
regla universal buscamos en esa realidad su causa, sin darnos cuenta de que esa regularidad se encuentra en
la realidad porque la hemos puesto nosotros, al configurar la realidad a través de las categorías.

3. La crítica de la metafísica

La posibilidad de la metafísica. (La dialéctica trascendental).

Hemos visto que las matemáticas y la física pueda formular juicios sintéticos a priori y, por ello, alcanzar un
conocimiento universal y necesario, un conocimiento científico. ¿Puede la metafísica formular tales tipos de
juicios sintéticos a priori, y llegar a ser, por ello, una ciencia? En la dialéctica trascendental Kant, a la luz de los
resultados obtenidos, analizará esta cuestión, estudiando las características de la razón que, en su actividad
pura, es la que pretende alcanzar tal conocimiento.

Todo nuestro conocimiento comienza por los sentidos, pasa de éstos al entendimiento y termina en la razón.
No hay en nosotros nada superior a ésta para elaborar la materia de la intuición y someterla a la suprema
unidad de pensar.

El entendimiento es la capacidad de juzgar, es decir, de atribuir un predicado a un sujeto mediante la


formulación de un juicio. Tomando como referencia las formas del juicio Kant dedujo las doce categorías o
formas trascendentales a priori del entendimiento. La razón es la capacidad suprema de pensar y como tal
elabora razonamientos, es decir, inferencias o silogismos relacionando juicios. Si analizamos las formas del
silogismo podremos deducir los conceptos a priori de la razón:

La forma de los juicios (convertida en un concepto de la síntesis de las intuiciones) originó categorías que
dirigen todo uso de entendimiento en la experiencia. Igualmente, podemos esperar que, si aplicamos la forma
de los silogismos a la unidad sintética de las intuiciones, bajo la guía de las categorías, tal forma contendrá el
origen de especiales conceptos a priori que podemos denominar conceptos puros de la razón o ideas
trascendentales, las cuales determinarán, de acuerdo con principios, el uso de entendimiento en la experiencia
tomado en su conjunto.
El razonamiento consiste, pues, en enlazar juicios mediante la formulación de silogismos. Con estos silogismos
la razón busca la construcción de juicios cada vez más generales, en busca de principios o leyes que abarquen
el mayor número posible de fenómenos. Esta búsqueda de los principios últimos bajo los cuales se pueda
comprender toda la realidad es llamada por Kant la búsqueda de lo incondicionado, ya que se supone que ese
principio último es la condición de todos los fenómenos y, a su vez, no depende de ninguna otra causa, es
decir, de ninguna otra condición. A estos conceptos puros a priori de la razón, les llamará Kant ideas
trascendentales.

Analizando, pues, las formas de los silogismos, concluye que hay tres ideas trascendentales: alma, mundo y
Dios. Mediante la idea de alma, dice Kant, unificamos todos los fenómenos del psiquismo; es la condición
incondicionada de todos los fenómenos psíquicos (es decir , todos los fenómenos que tienen lugar en mi
psiquismo han de ser remitidos a un yo). Mediante la idea de mundo unificamos todos los fenómenos de la
experiencia; la idea de mundo es la condición incondicionada de todos los fenómenos de la experiencia (es
decir, todos los fenómenos de experiencia tienen lugar en el mundo). Mediante la idea de Dios unificamos la
totalidad de los fenómenos psíquicos y de la experiencia en una única causa de la que dependen y por la que
son explicados (Dios es la condición incondicionada de la existencia del alma y el mundo, su causa última).

Pero si bien las ideas trascendentales nos ayudan a unificar en el pensamiento la totalidad de los fenómenos,
sean psíquicos o de la experiencia externa, sin embargo, al no poseer intuición ninguna de las realidades a las
que refiere la unidad de los fenómenos (Dios, alma, mundo) esas ideas trascendentales no nos ofrecerán
ningún conocimiento. Son conceptos puros, sin ningún contenido, que sólo sirven para unificar los
conocimientos del entendimiento, pero que nos proporcionan ellos mismos conocimiento alguno.

La razón, sin embargo, entusiasmada por el avance del razonamiento, se cree capaz de alcanzar el
conocimiento de esos principios últimos, incondicionados, de todo lo real; y cae en todo tipo de
contradicciones: son las antinomias y paralogismos de la razón pura, que Kant analizará posteriormente
desmontando todas las ilusiones metafísicas concebidas por la razón acerca de la posibilidad de su
conocimiento.

La metafísica, pues, aunque posible como disposición natural es imposible como ciencia: para que haya
conocimiento un contenido empírico tiene que ser subsumido bajo una categoría; pero de los objetos de la
metafísica (Dios, mundo, y alma) no poseemos ningún contenido empírico. Son conceptos puros de la razón,
ideas trascendentales.

Como resultado de la Estética Trascendental y de la Analítica Trascendental se sigue la distinción de todos los
objetos en fenómenos y noúmenos. Por fenómeno entiende Kant el objeto tal como es percibido por nosotros
una vez que los contenidos de la sensación han sido sometidos a las formas trascendentales del espacio y el
tiempo, por lo que respecta a la sensibilidad, y a las categorías por lo que respecta al entendimiento. La única
forma posible de conocimiento, para nosotros, es el conocimiento de la realidad como fenómeno. Lo que sea
esa realidad considerada "en sí misma", en cuanto noúmeno, es decir, independientemente de nuestro modo
de conocerla, es algo que está fuera de nuestro alcance. Las categorías del entendimiento sólo se pueden
aplicar a contenidos procedentes de la intuición sensible, (ya que no hay ningún tipo posible de intuición
intelectual), sólo se pueden aplicar a objetos de una experiencia posible.

¿Qué ocurre, pues, con esas supuestas realidades que están más allá de la experiencia posible? ¿Qué ocurre
con Dios, con el alma, con el mundo como totalidad, realidades sobre las que la metafísica ha pretendido
siempre tener un conocimiento cierto y seguro? Los conceptos de la razón pura, en la medida en que no
pueden ser aplicados a ninguna intuición empírica, son vacíos. Contienen solamente la función unificadora
que es propia de los conceptos de la razón, pero no pueden ofrecernos ningún conocimiento. Ocurre con ellos
lo mismo que ocurría con las categorías: en la medida en que pretenden prescindir de toda experiencia posible,
pues, son incapaces de ofrecernos conocimiento alguno, ya que todas sus elaboraciones tienen lugar en el
vacío. Por lo tanto, no tienen valor cognoscitivo. ¿Qué quiere decir con ello?

Las ideas trascendentales no nos ofrecen ningún conocimiento. Pero ello no significa que Kant no les conceda
valor. No tienen un uso cognoscitivo, pero sí tienen un uso regulativo: unifican los conocimientos del
entendimiento. En su uso regulativo, las ideas trascendentales señalan, negativamente, los límites que el
conocimiento no puede traspasar. Y positivamente impulsan al ser humano a seguir investigando, tratando de
encontrar una mayor unificación y coherencia entre todos sus conocimientos.

4. La Ética formal kantiana

La Ética formal

El conocimiento moral no es un conocimiento del ser, de lo que es, sino un conocimiento de lo que debe ser;
no un conocimiento del comportamiento real y efectivo de los hombres, sino un conocimiento del
comportamiento que deberían observar los hombres. En este sentido, dicho conocimiento no se puede
verificar; cuando decimos que los hombres deberían comportarse de tal o cual manera estamos afirmando
que ese comportamiento es necesario y universal, y esas son las características de lo a priori. Y ya hemos visto
cómo Kant explicaba la imposibilidad de derivar de la experiencia algo que fuese necesario y universal: el
primer objetivo del conocimiento moral, por lo tanto, consistirá en identificar cuáles son los elementos a priori
de la moralidad.

Kant distingue un uso teórico y un uso práctico de la razón. En su uso teórico, que Kant estudia en la "Crítica
de la razón pura", la razón constituye o configura el objeto que se da en la intuición, mediante la aplicación de
las categorías; en su uso práctico, que estudiará en la "Fundamentación de la metafísica de las costumbres" y
en la "Crítica de la razón práctica", la razón es la fuente de sus objetos: la producción de elecciones o decisiones
morales de acuerdo con la ley que procede de ella misma.

Todos los sistemas éticos anteriores habían partido de una determinada concepción del bien, como objeto de
la moralidad, creyendo que ese bien determinaba la moralidad, lo que debía ser. Sin embargo, del mismo
modo que el conocimiento teórico no está determinado por el objeto, sino que éste se encuentra determinado
por las condiciones a priori de la sensibilidad y del entendimiento, el conocimiento moral tampoco estará
determinado por el objeto, sino más bien el objeto de la moralidad determinado por ciertas condiciones a
priori de la moralidad. (Del mismo modo que Kant había provocado una "revolución copernicana" en el ámbito
del uso teórico de la razón, provocará otra revolución similar en el ámbito del uso práctico de la razón). Estas
condiciones, siendo a priori, no pueden contener nada empírico: sólo han de contener la forma pura de la
moralidad. En consecuencia, las leyes de la moralidad han de tener un carácter universal y necesario.

La base de la obligación, del deber ser, no puede fundarse en nada empírico, pues: aunque deba referirse al
hombre, como ser racional, no puede fundarse ni en la naturaleza humana ni en las circunstancias humanas,
sino que ha de ser a priori. De ahí la crítica de Kant a los sistemas morales fundados en contenidos empíricos,
a los que llamaremos éticas materiales. En primer lugar, todas ellas son a posteriori: de alguna manera todas
ellas identifican el bien con la felicidad, y consideran bueno el objeto hacia el que tiende la naturaleza humana
considerada empíricamente, aceptando la determinación de la voluntad por objetos ofrecidos al deseo.

Además de proponer distintos bienes, entre los que no hay posibilidad de ponerse de acuerdo, lo que pone
de manifiesto su falta de universalidad, al estar basadas en la experiencia carecen de la necesidad y
universalidad necesaria de la que deben gozar las leyes morales. En segundo lugar las normas que proponen
tienen un carácter hipotético, condicional: si quieres alcanzar la felicidad (algo distinto para cada sistema) has
de comportarte de acuerdo con esta norma. Al estar sometida la norma a una condición sólo tiene valor si se
acepta dicha condición, lo que, además de significar que se actúa por un interés, implica que la validez de la
norma para conseguir el fin que se propone sólo puede ser comprobada experimentalmente, por lo que
tampoco puede tener carácter universal y necesario.

Por lo demás, y en tercer lugar, esos sistemas éticos son heterónomos: el hombre recibe la ley moral desde
fuera de la razón, por lo que en realidad no está actuando libremente, perdiendo la capacidad de
autodeterminación de su conducta, la autonomía de la voluntad. ¿Qué valor puede tener una norma moral
que no es universal y necesaria, cuyo cumplimiento está sometido a la consecución de un objetivo, un interés,
y que propone al hombre renunciar a la libertad, a la autonomía de su voluntad?

La moralidad no puede fundarse en nada empírico. Una norma moral ha de ser universal, ha de valer para
todos los hombres en todas circunstancias, y ha de ser necesaria, ha de cumplirse por sí misma. Ha de ser, por
lo tanto, de carácter formal; no puede establecer ningún bien o fin de la conducta, ni puede decirnos cómo
tenemos que actuar: ha de contener sólo la forma de la moralidad. "Es imposible imaginar nada en el mundo
o fuera de él que pueda ser llamado absolutamente bueno, excepto la buena voluntad". Con esta frase
comienza la "Fundamentación de la metafísica las costumbres". ¿Qué entiende Kant por una buena voluntad?
Una voluntad que obra por deber, es decir, no por interés, o por inclinación o por deseo. ¿Y qué es obrar por
deber?: obrar por reverencia o respeto a la ley moral que la voluntad se da a sí misma. Kant distingue aquí
entre obrar "por deber" y obrar "conforme al deber": puede ocurrir que actúe por algún interés particular y
esa actuación coincida con la ley moral; en ese caso estoy actuando "conforme al deber".

Obro "por deber", sin embargo, cuando mi actuación no persigue ningún interés particular, ni es el resultado
de una inclinación o un deseo, sino que está motivada solamente por reverencia o respeto a la ley moral,
independientemente de que mi actuación pueda tener consecuencias positivas o negativas para mi persona.
La ley moral se basa en la noción de deber; y en la medida en que la ley moral pretende regular nuestra
conducta ha de contener alguna orden o algún mandato. Pero como la ley moral es universal y necesaria la
orden o mandato que contengan ha de ser categórico, es decir, no puede estar sometido a ninguna condición
(no puede ser hipotético). A la fórmula en la que se expresa ese mandato u orden de la ley moral la llamará
Kant imperativo categórico.

Ahora bien, como la ley moral no puede contener nada empírico, el imperativo categórico en que se expresa
tampoco podrá tener ningún contenido empírico, sino sólo la forma pura de la moralidad. En la
"Fundamentación" Kant nos da tres definiciones distintas del imperativo categórico:

1.-"Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne en ley universal".

2.-"Obra como si la máxima de acción hubiera de convertirse por tu voluntad en ley universal de la naturaleza".

3.-"Obra de tal manera que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro,
siempre como un fin y nunca como un medio".

Ninguna de estas formulaciones contiene nada empírico, sino sólo la forma de la moralidad. No nos dice cómo
tenemos que comportarnos concretamente, ni nos da ninguna norma, ni nos propone ningún fin interesado.
Al mismo tiempo, contiene una exigencia de universalidad y necesidad, pero garantizando la
autodeterminación de la voluntad, su autonomía, su libertad. La voluntad, en efecto, no queda determinada
por ningún elemento empírico, por lo que es libre, y el imperativo por el que se regula no contiene ninguna
norma concreta de conducta, por lo que la voluntad tendrá que darse a sí misma la norma de conducta, por
lo que es autónoma.

Los postulados de la razón práctica.

¿Pero es posible la libertad de la voluntad? Los resultados de la "Crítica de la razón pura" nos conducían a la
distinción general de todos los objetos en fenómenos y noúmenos. En cuanto fenómenos todos los objetos
están sometidos a las leyes de la naturaleza, que son leyes deterministas, excluyendo por lo tanto la libertad.
En cuanto fenómeno, pues, el hombre no es libre. Por otra parte, la posibilidad de conocer los noúmenos, las
cosas en sí mismas, quedaba rechazada en la dialéctica trascendental ante la imposibilidad de constituir la
metafísica como ciencia, por lo que la posibilidad de conocer algo acerca del alma y de su libertad e
inmortalidad quedaba eliminada. Sin embargo, sin la libertad de la voluntad la moral quedaría arruinada.

Por otra parte, observamos que el progreso de la virtud es lento en el mundo, y esperamos razonablemente
que el hombre virtuoso pueda ser feliz; pero vemos que esto no ocurre, lo que haría de la vida del hombre un
absurdo si no fuera posible que ocurriera. Por ello, aunque ninguno de los objetos de la metafísica (Dios, el
alma y el mundo como totalidad) puede ser objeto de demostración teórica, la razón práctica exige su
existencia. El hombre ha de ser libre para poder poner en práctica la moralidad; ha de existir un alma inmortal
ya que, si el hombre no puede alcanzar su fin en esta vida, ha de disponer de una vida futura como garantía
de realización de la perfección moral; y ha de existir un Dios que garantice todo esto. Lo que la razón teórica
no ha podido demostrar, la razón práctica lo tiene necesariamente que postular. De este modo Kant se vio
obligado, como dice en la introducción de la "Crítica de la razón pura", a suprimir el saber para dejar paso a la
fe.

5. La teoría política kantiana

La filosofía política de Kant

Kant no escribió nunca una gran obra sobre filosofía política, al estilo de las tres Críticas, sino lo que se han
considerado siempre "obras menores" en las que, con frecuencia, no se ha querido ver una filosofía política,
como Ideas para una historia universal en clave cosmopolita (de 1784), La paz perpetua, un esbozo filosófico
(de 1795), y Metafísica de las costumbres (de 1797), entre otras. Y todo ello pese a que con su escrito de 1784
¿Qué es la Ilustración?, ha quedado fuertemente asociado a los ideales políticos y emancipatorios de la
Ilustración, conocedor ya de la declaración de Independencia de los Estados Unidos de 1776, y a quien se
presenta con frecuencia, además, como un firme defensor de los ideales de la Revolución Francesa de 1789,
siguiendo las opiniones de Heine, primero, y de Marx y Engels, después.

El pensamiento político de Kant está dominado, en efecto, por los ideales de libertad, igualdad y valoración
del individuo, propios de una Ilustración a la que Kant se suma y defiende en sus escritos políticos. Al igual que
en la ética, -donde se le confiere al individuo, en cuanto sujeto moral, la capacidad de convertirse en legislador
de lo moral, desde su autonomía-, en la política el individuo será considerado también, en cuanto ciudadano,
el sujeto creador del campo de la actividad pública común.

La capacidad legislativa del ser humano se funda en el carácter formal con el que Kant concibe la ética, y que
se expresa en el imperativo categórico. Este imperativo, como principio formal de la razón práctica, se
extenderá a todos los campos de aplicación de esta, incluida la actividad política. Así, no es de extrañar que
Kant haya propuesto tres definiciones del imperativo categórico, subrayando ya el carácter universal de la
norma moral, ya el valor intrínseco del individuo como fin en sí mismo, dada su naturaleza racional y su
autonomía.
La política, en cuanto espacio público del ejercicio de la libertad, está ligada a la noción de derecho, haciéndola
posible. En consonancia con el carácter formal de la moralidad, el derecho no se concibe como un sistema
normativo de regulación de la convivencia, sino como el marco formal en el que se establecen las condiciones
y los límites de la acción en el campo de la convivencia, del ejercicio de la libertad. La ley jurídica ha de tener,
por lo tanto, al igual que la moral, un carácter universal y a priori; sin embargo, mientras la ley moral se
autoimpone al individuo, la ley jurídica se le impone mediante una coacción externa.

La ley jurídica, siguiendo el imperativo categórico, ha de ceñirse a la naturaleza racional del ser humano, por
lo que Kant afirmará la existencia de derechos naturales (propios de tal naturaleza racional), que serán el límite
de la acción del Estado. Las relaciones entre los individuos y, por lo tanto, la organización de la convivencia,
tiene una naturaleza racional, por lo que la ley jurídica no puede actuar en contra de esa naturaleza. La filosofía
política kantiana entronca así con la filosofía política moderna del Estado natural y de las teorías del contrato.
Hay una naturaleza, anterior a la organización política de los seres humanos, que es la fuente de derechos
universales contra los que no se puede legislar, y que actúan por sí mismos como principios de organización
de la vida política, que debería tender a una República universal. Además de los derechos naturales, el
legislador, en función de las necesidades históricas, podrá desarrollar leyes (el derecho positivo) que
correspondan al desarrollo de la sociedad civil.

En Estado de naturaleza, los seres humanos se encuentran en una situación de constante inseguridad, debido
a las amenazas de otros que, por derecho natural, siguen su propia voluntad sin tener en cuenta la voluntad
de los demás. Viviendo en familia o en pequeñas comunidades, los seres humanos se encuentran a merced de
las violencias de otros seres humanos ajenos a su comunidad. En el interior del grupo hay normas de
convivencia y una autoridad que sanciona su incumplimiento. Pero no hay una autoridad que se imponga a
todos los grupos dispersos, por lo que no hay seguridad. El Estado civil, instaurado mediante el contrato,
supone la sumisión a una autoridad común, por lo que pasa a ser el terreno de la seguridad y del derecho. En
ese paso del Estado natural al Estado civil no hay ruptura, para Kant, sino continuidad: mediante la imposición
de una autoridad común, los derechos naturales, que ya se poseían en Estado natural, se pueden ejercer
realmente con seguridad.

Kant concibe el contrato social como la condición que hace posible la instauración del derecho público, por el
que quedan garantizados los derechos naturales. En realidad, Kant admite un sólo derecho natural: el de
libertad, del que derivan todos los demás, los derechos civiles de igualdad y de autonomía. El derecho de
libertad, al tiempo que garantizado, queda limitado por el derecho de los demás, según el acuerdo tomado
por la voluntad pública. La idea de voluntad pública es claramente de corte rousseauniano, pero en Rousseau
la voluntad general representa el interés común, mientras que en Kant representa la garantía de la libertad
individual, es decir, se establece como un vínculo jurídico formal entre los ciudadanos, en el que se funda el
Estado. Por lo demás, para Kant el contrato no tuvo nunca lugar, no es un hecho histórico, sino una categoría
o principio racional que opera como un eje de referencia en la construcción de lo político y del Estado.

Vemos, pues, cómo Kant intenta reducir a una única síntesis los dos elementos fundantes procedentes 1) de
las teorías liberales (los derechos individuales de libertad) y 2) de las teorías democráticas (la soberanía de la
voluntad colectiva), que todavía sigue inspirando en la actualidad a autores como J. Rawls y J. Habermas, en
sus intentos por fundamentar sus respectivas teorías del consenso.
Frases célebres de Immanuel Kant

1. Se mide la inteligencia del individuo por la cantidad de incertidumbres que es capaz de soportar.

2. Todo nuestro conocimiento comienza con los sentidos, a continuación, procede a la comprensión, y
termina con la razón. No hay nada más alto que la razón.

3. Reglas para la felicidad: algo que hacer, alguien a quien amar, algo que esperar.

4. No inviertas todo tu tiempo en un sólo esfuerzo, porque cada cosa requiere su tiempo.

5. Como el camino terreno está sembrado de espinas, Dios ha dado al hombre tres dones: la sonrisa, el
sueño y la esperanza.

6. El sabio puede cambiar de opinión. El necio, nunca.

7. La paciencia es la fortaleza del débil y la impaciencia, la debilidad del fuerte.

8. En las tinieblas la imaginación trabaja más activamente que en plena luz.

9. Lo único que es un fin en sí mismo es el hombre, nunca puede ser utilizado como medio.

10. Dormía y soñaba que la vida era bella; desperté y advertí que la vida era deber.

11. Con las piedras que con duro intento los críticos te lanzan, bien puedes erigirte un monumento.

12. La felicidad no es un ideal de la razón, sino de la imaginación.

13. Cuanto más ocupados estemos, más agudamente sentimos que vivimos, cuanto más conscientes
somos de la vida.

14. Los pensamientos sin contenido son vacíos, las intuiciones sin conceptos son ciegas.
15. El espacio y el tiempo son el marco dentro del cual se ve limitada la mente para construir su
experiencia de la realidad.

16. ¡Atrévete a saber! Ten el valor de usar su propia inteligencia.

17. Tuve que negar el conocimiento con el fin de hacer espacio para la fe.

18. Obra de modo que la máxima de tu voluntad pueda ser en todo tiempo principio de una ley general.

19. Trata a las personas como un fin, nunca como un medio para un fin.

20. Sólo el iluminado, no tiene miedo de las sombras.

21. El que es cruel con los animales se vuelve duro también en sus relaciones con los hombres. Podemos
juzgar el corazón de un hombre por su trato a los animales.

22. El derecho es el conjunto de condiciones que permiten a la libertad de cada uno acomodarse a la
libertad de todos.

23. La educación es el desarrollo en el hombre de toda la perfección de que su naturaleza es capaz.

24.
25. Por una mentira, un hombre se echa a perder, y por así decirlo, aniquila a su dignidad de hombre.

26. A partir de la madera torcida de la humanidad, una tabla recta no puede ser cortada.

27. En la vida conyugal, la pareja unida no tiene que formar más que una sola persona moral, animada y
gobernada por el entendimiento del hombre y por el gusto de la mujer.

28. La libertad es aquella facultad que aumenta la utilidad de todas las demás facultades.

29. El que se hace a sí mismo un gusano, no puede quejarse después si la gente lo pisa.
30. No se puede aprender filosofía, tan sólo se puede aprender a filosofar.

31. Más de un libro hubiera sido mucho más claro si no hubiera querido ser tan enteramente claro.

32. Tan solo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre. El hombre no es más que lo que la
educación hace de él.

33. Ser es hacer.

34. La dignidad es un valor que imposible de sustituir.

35. Entonces, ¿cómo se ha de buscar la perfección? ¿En dónde reside nuestra esperanza? En la educación,
y en nada más.

36. Es absolutamente necesario persuadirse de la existencia de Dios; pero no es necesario demostrar que
Dios existe.

37. Un hombre es tanto menos libre e independiente, cuantos más hábitos tiene.

38. Obra siempre de modo que tu conducta pudiera servir de principio a una legislación universal.

39. La religión es el conocimiento de todos nuestros deberes como mandamientos divinos.

40. No somos ricos por lo que poseemos, sino por lo que podemos prescindir.

41. Las cualidades sublimes infunden respeto; las bellas amor.

42. El genio es la capacidad de llegar de forma independiente y entender los conceptos que normalmente
tienen que ser enseñados por otra persona.
43. Sólo hay una religión verdadera, pero pueden haber muchas especies de fe.

44. El juego de la pelota es uno de los mejores juegos infantiles porque origina una carrera saludable. En
general los mejores juegos son los que, a más de desenvolver la habilidad, ejercitan también los
sentidos.

45. Ten el valor de utilizar tu propio razonamiento. Ese es el lema de la iluminación.

46. Nada es más contrario a lo bello que lo repugnante, así como nada cae más por debajo de lo sublime
que lo ridículo.

47. El suicidio no es abominable porque Dios lo prohíba; Dios lo prohíbe porque es abominable.

48. El Estado, al igual que el suelo sobre el que se halla situado, no es un patrimonio. Consiste en una
sociedad de hombres sobre los cuales únicamente el Estado tiene derecho a mandar y disponer. Es un
tronco que tiene sus propias raíces.

49. Lo sublime ha de ser siempre grande; lo bello puede ser también pequeño.

50. Todo nuestro conocimiento arranca del sentido, pasa al entendimiento y termina en la razón.

51. Pensamientos sin contenidos son vacíos; intuiciones sin conceptos son ciegas.

52. El sueño es un arte poético involuntario.

53. Cuando podía haber tomado esposa, no pude soportar a ninguna; y cuando pude soportar a alguna,
ya no necesitaba a ninguna.

54. La conciencia es un instinto que nos lleva a juzgarnos a la luz de las leyes morales.
55. La riqueza, aun sin merecimientos, inspira reverencia hasta a gentes desinteresadas, porque acaso les
sugiere la idea de los grandes proyectos que permite realizar.

56. Dame la materia y voy a construir un mundo fuera de él.

57. El simple hecho de consentir el escepticismo no suficiente para superar la inquietud de la razón.

58. Sólo el descenso a los infiernos del auto-conocimiento, puede allanar el camino a la santidad.

Vida final de Immanuel Kant


Con su nombramiento como Catedrático su labor docente le ocupa menos tiempo, pudiendo dedicarse más
intensamente a ordenar sus pensamientos y a desarrollar su filosofía. Pero el tiempo que creía suficiente para
ello se fue alargando considerablemente y, pese a haber anunciado repetidamente la aparición de su obra,
ésta no será publicada hasta 11 años después, en 1781, con el título de "Kritik der reinen Vernunft" (Crítica de
la razón pura). A ella le siguieron, con relativa continuidad, los "Prolegómenos para toda metafísica futura",
en 1783, en la que pretendía exponer con mayor claridad que en la anterior los principios de su filosofía, la
"Fundamentación de la metafísica de las costumbres", en 1785, y, entre otras, sus dos restante obras
"Críticas". (Ver obras).

En 1783 compró una casa en Königsberg en la que viviría hasta su muerte. Kant gustaba de las relaciones
sociales, (aunque no contrajo matrimonio), y mantuvo una tertulia con un grupo de amistades a lo largo de
toda su vida. Excepto en sus años de profesor particular, Kant no salió de Königsberg, donde llevó una vida
que se caracterizó por su sencillez, regularidad, y ausencia de perturbaciones, a no ser el conflicto que
mantuvo con la censura bajo el reinado de Federico Guillermo II, a raíz de la publicación de su obra "La religión
dentro de los límites de la mera razón". Probablemente el emperador se sintiera amenazado por la difusión
de los ideales de la Ilustración en Alemania y el triunfo de la Revolución francesa, de los que Kant era ferviente
admirador. Kant se vio obligado a firmar un escrito comprometiéndose a no volver a hablar ni a escribir
públicamente de religión, promesa de la que se sintió desvinculado a la muerte del emperador, ocurrida en
1797.El 12 de febrero de 1804 moría en su ciudad natal, siéndole rendidos los últimos honores en un gran
funeral. Para entonces la filosofía de Kant había alcanzado ya gran difusión y aceptación en los principales
círculos culturales de Alemania y un considerable eco en el resto de Europa.
Conclusión

En la filosofía kantiana (“Idealismo transcendental”) culminan las tres corrientes filosóficas principales de la
Edad Moderna, racionalismo, empirismo e Ilustración: al afirmar que el conocimiento se limita a la experiencia,
Kant se aproxima al empirismo, y al afirmar que no todo el conocimiento proviene de la expe- riencia se acerca
al racionalismo. Los dos grandes ilustrados, Newton y Rousseau, también le influyeron: Newton representó el
éxito definitivo que se puede alcanzar si limitamos la ciencia al conocimiento de los fenómenos; Rousseau
reforzó en Kant la convicción de la autonomía de la moralidad frente a las leyes que rigen el mundo objetivo
y la pertenencia del hombre a dos mundos o reinos, el Reino de la Naturaleza y el del Espíritu. El problema
tratado por Kant fue el de la posibilidad de lo metafísico, la aclaración de cómo el hombre es ciudadano de
ambos reinos. La filosofía kantiana es una filosofía crítica: se tratará de investigar la posibilidad y límites de la
Razón tanto en su aspecto teórico como en su dimensión práctica. Su proyecto consiste en establecer los
principios y límites del conocimiento científico de la Naturaleza, descubrir los principios de la acción y las
condiciones de la libertad, y delinear el destino último del hombre.
BIBLIOGRAFIA

• Kant, I., Crítica de la razón pura. Prólogos A y B. Traducido por Pedro

Ribas. (Madrid, Alfaguara, 1978).

• Kant, Immanuel. Prolegómenos. Traducido por Julián Besteiro. (Buenos

Aires, Aguilar, 1980).

• Tejedor, C., Historia de la filosofía en su marco cultural. (Madrid, SM,

1998)

• Cfr. Salinas, Rolando. Apuntes de Cátedra de Metafísica Pontificia

Universidad Católica, 2010.

• Cfr. Salinas, Rolando. Apuntes de Cátedra de Filosofía moderna. Pontificia

Universidad Católica, 2011.

• Salinas, R. y otros, Kant, en el bicentenario de la crítica. (Ediciones

Universidad Católica de Chile, 1985)

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