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Los charlatanes no son un misterio; apelan al sentido común, que suele ser contradictorio,

falaz, narrativo, sumiso ante la autoridad y obsecuente. ¿Miente quien afirma algo con
seguridad? ¿Engaña quien da la mano sin vacilación? El sentido común no tiene nada de malo
cuando se ocupa de problemas de corto alcance y consecuencias limitadas; es imposible dar
dos pasos fuera de casa estando consiente de toda la red de causas y consecuencias que existe
en el mundo; por eso, cuando un charlatán engatusa a sus víctimas, sólo necesita desviarlas un
poco de su vida de sonámbulo (y luego otro poco, y otro más). Como decía, no son un misterio.
Lo extraño es encontrárselos como parte de una institución, sometidos a la crítica, y con la
obligación de mostrar resultados. En esos casos, “bullshit” no nos da una explicación. Lacán, tal
como es descrito en “Imposturas Intelectuales”, no es un estafador; es alguien que cree
firmemente que ha encontrado una explicación al fenómeno de la conciencia. Por ejemplo,
¿tiene sentido que un objeto virtual, hecho a su vez de objetos que no están en la realidad,
pueda encontrarse en el mundo real, construido por seres no-consientes? Sin embargo, las
abejas hacen celdas hexagonales porque no hay otra forma de armarlas. Cuando Lacán cree
ver una coincidencia entre los objetos topológicos y la conciencia, y le preguntan si se trata de
una metáfora, él responde: no es una metáfora, es el objeto mismo. Siendo caritativo, lo que
Lacán quiere decir es que no hay otra forma de explicarlo, del mismo modo en que sólo hay
una forma de armar las celdas de un panal; se trata de la estructura misma de la realidad.

Este error, al parecer completamente contrario a la ciencia, no es infrecuente en ella.


Ptolomeo agregó en su Almagesto posiciones de estrellas que nunca comprobó (esas
posiciones estaban derivadas de las posiciones de otras estrellas, que estaban atrasadas
doscientos años); Galileo presentó como reales experimentos que no pueden replicarse;
Newton asumió que la distancia promedio entre la tierra y la luna era sesenta diámetros, sólo
porque de esa forma sus ecuaciones funcionaban. (He tomado estos ejemplos de “Las
mentiras de la ciencia”, Di Trocchio, 1995). Todos éstos son errores honestos: parten de la
certeza de haber encontrado una estructura en el universo, que, aunque estos científicos no
pueden justificar completamente, sí explican el fenómeno que están examinando. Este es un
punto en común con la pseudociencia. La diferencia es que la ciencia pertenece a una red de
conocimientos. Hume (es decir, la idea de que es imposible demostrar que hay una relación
causal entre dos hechos) puede poner en duda un punto de la red, si se lo toma aisladamente,
pero cuestionar la red entera requiere una teoría con un poder de explicación por lo menos
equivalente; y la pseudociencia no hace eso, sino que parte de un punto que está en aparente
contradicción con la red de conocimientos científicos (curaciones milagrosas, genes que no se
extinguen aunque su portador no logra reproducirse) y, para colmo, agrega otros igualmente
erróneos y falaces. Así, el agua tiene memoria, la Historia es una fuerza que puede medirse y el
psicoanálisis crea mitos que luego justifican otros mitos. Cuando Galileo, Newton o Mendel
mienten, “mienten en nombre de la verdad, porque no pueden demostrarla”. (Di Trocchio) Un
pseudocientífico, en cambio, no miente; al contrario, cree que la realidad es muy distinta: está
compuesta de islas que algunos iluminados, unos pocos videntes entre una multitud de ciegos,
pueden recorrer con pocos problemas, llevando de la mano a los demás: Freud, Rudolf Steiner
(antroposofía) o Ron Hubbard (dianética). Pero las buenas o malas intenciones no son
relevantes; estas personas deben ser denunciadas y expuestas como lo que son: charlatanes o
ineptos.

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