La Modernidad aparece como cuestión sobre sí misma, como “ontología del
presente”1 . Surge como autoconciencia y, paralelamente, como texto sobre el que se
realizará un comentario tras otro hasta nuestros días. Comentario y crítica: la que corresponde a la postmodernidad, que, a su vez, como en el mito de Sísifo dará pie a nuevos y nuevos comentarios... y a más textos. En la exégesis bíblica la verdad era revelada. Para la hermeneútica moderna, por contra, la verdad del texto es el contexto. Hay un desplazamiento de lo objetivo a lo subjetivo. En la Modernidad, el propio sujeto, que se exige a sí mismo la “salida de su minoría de edad”2 y ve en ello un acontecimiento3 que inaugura una nueva época, tendrá que ajustar continuamente conocimiento y realidad: la exégesis sin verdad es un bucle. Ahora el Creador es el hombre y es plenamente consciente de ello.
Cuando hablamos de Modernidad tenemos que hablar de circularidades y
paradojas. La Modernidad es la confianza en que el hombre, sujeto del conocimiento, guiado por su propia razón libre de prejuicios, y obediente al mismo tiempo a lo que ella le dicta, tiene la capacidad de modificar del mismo modo la realidad, siendo uno con ella y, por lo tanto, de vivir responsablemente en un mundo libre. Inversamente, hasta ese luminoso momento, los hombres, condenados a la superstición, viven en la cárcel de la ignorancia y en la barbarie de sus regímenes. Aún así, esta confianza adelanta una promesa, pues, como el propio Kant afirma, la suya no es aún una época Ilustrada, que sin duda advendrá, sino una época de Ilustración. Dos nuevos aspectos capitales emergen ahora: la visión escatológica de la historia y la relación entre saber y poder.
Un tercer momento comienza a surgir cuando hablamos de identidad entre
Modernidad y Postmodernidad
Un engaño se da en el núcleo de la razón: en el lenguaje.
Separar el animal de lo humano es separar la pureza de la impureza;
fundamentalmente, el saber del no saber. Ahora bien, en realidad el hombre no es el ser que sabe, sino el único ser que sabe que no sabe. La fórmula socrática alcanza su comprensión más allá de la humildad del sabio o de la ironía. El no saber del sapiente apunta a lo inexpresable, a un desajuste entre lo intuído y lo dicho.
Lo decisivo en el hombre es la negatividad y por ende su capacidad para cuestionar,
sólo a partir de ahí es un homo sapiens: quiere saber lo que no sabe. La negación, que aparece tardíamente en la gramática es lo que determina nuestro ser
La exigencia socrática de una definición rigurosa de los términos como
condición de un lenguaje que sirva de instrumento de conocimiento se opone a la concepción sofística del lenguaje como instrumento de persuasión, basada en una relación convencional entre el significante y el significado, así como a la afirmación de un lenguaje sapiencial en el que se daría una relación necesaria entre el significante y la esencia de la cosa nombrada. Ahora bien, un lenguaje que cumpla esta condición no está al alcance de los seres humanos sino exclusivamente de los dioses; por ello, aquellos que se pretenden portadores de una palabra privilegiada –poetas, oráculos, adivinos- se presentan como inspirados o poseídos por lo divino. El lenguaje no es sólo un instrumento de comunicación sino también y fundamentalmente de educación. Gracias al pretendido estatus privilegiado de su palabra los poetas fueron los educadores de Grecia hasta que los sofistas les disputaron este papel, eliminando toda referencia a un orden superior de verdades y valores. En tanto que basada en una capacidad común de razonamiento, la palabra de todos los ciudadanos tiene en principio el mismo valor, pero no todas son igualmente eficaces. El estatus privilegiado de la palabra depende ahora del dominio de la técnica del discurso y este es el saber que transmiten los sofistas. La filosofía socrático-platónica se presenta como alternativa a las pretensiones de poetas y sofistas. Aunque la poesía transmite un orden estable de verdades y valores, propone un acceso irracional al mismo. Aún cuando los sofistas consideran que la razón es el único medio de que dispone el ser humano para alcanzar el conocimiento, son incapaces de fundamentar un modelo de moralidad pública. La filosofía socrático-platónica surge como el intento de fundamentar un orden objetivo de valores por medio de la razón y la argumentación. Aunque la cuestión queda abierta, en el curso del diálogo se establecen algunas de las condiciones necesarias para que el lenguaje sirva como instrumento de conocimiento.