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Aunque hayan pasado quince siglos desde la creación del epigrama número 37 del libro IX de

Marcial y del soneto Desnuda a la mujer de la mayor parte ajena que la compone de Quevedo,
aunque cambiasen los sistemas políticos y la sociedad como conjunto, por muchos avances
tecnológicos y científicos que se hayan dado, se puede admitir que las personas siguen siendo
iguales. Estos dos textos tienen como núcleo la crítica a las apariencias y a la vanidad, en
concreto, de las mujeres, ya sea una prostituta en el siglo I d.C, o una mujer casada del siglo
XV. A continuación, se hará un análisis de la forma y contenido de estos dos textos con el
objetivo de comprenderlos mejor tanto individualmente como en relación el uno con el otro.

El epigrama de Marcial está compuesto por diez líneas y comienza con una concesión que se
extiende hasta la cuarta línea mediante el uso de anáfora de la conjunción copulativa «y». Esta
conjunción hila los reproches que hace Marcial a la prostituta, y su sucesión enfatiza la crítica
al vano ornato de la mujer vieja. Describe a la prostituta como un objeto con cien piezas que se
desarma cuando llega la noche, pero que, a pesar de tal desfragmentación, sigue «haciendo
guiños con las mismas cejas» e intentando vender su cuerpo. En las cuatro líneas restantes
roza lo soez, primero con «cunni», órgano que personifica para mofarse de la edad de la mujer
a la que va dirigido el epigrama, y en segundo lugar con «mentula», a la que también atribuye
las capacidades de ver y oír (o la falta de ellas).

Marcial acaba el epigrama de nuevo con otra concesión, acentuando el mensaje final del
epigrama, que es una suerte de enseñanza o lección a las mujeres viejas: por mucho que digan
y por mucho que se acicalen y se pongan «piezas de repuesto», la realidad es la que es.

Por otra parte, Quevedo habla en su soneto de una mujer casada. El soneto está dividido en
cuatro estrofas, de las cuales los dos primeros cuartetos versan sobre Filena, y los dos
restantes tercetos se dirigen a su marido. Los dos cuartetos comienzan con una conjunción
condicional, y Quevedo adopta el rol de locutor que quiere persuadir o advertir de una
determinada situación. El primer cuarteto sigue el epigrama de Marcial y menciona cómo la
mujer está desfragmentada. Esta idea no solo la refuerza al decir que Filena no duerme con su
cara, sino que además la divide fraccionariamente en cuatro cuartos, tres de ellos ocultos por
el vestido y el otro, por los afeites. En el segundo cuarteto se continua la idea del primero,
diciendo que sus cuatro cuartos están presentes durante la vida diaria del matrimonio, pero al
llegar la noche, «esconde el bulto», y se vuelve a desfragmentar.

En los dos tercetos, Quevedo recurre a una interrogatio o pregunta retórica para interpelar al
interlocutor, Fabio, a quien quiere convencer (o advertir) de que su mujer no es su mujer, y
que cuando están en la cama, se «halla descasado», puesto que la mujer que se encuentra a su
lado no es, en apariencia, la misma que ha visto durante el día. En un tono jocoso, cierra el
soneto con una sentencia de tipo moral, en la que le aconseja irse a dormir con las piezas de su
mujer, que son lo que realmente definen a su esposa.

A la hora de evaluar los dos textos en conjunto, es necesario decir que este es un caso de
tradición literaria y no de poligénesis. Además, Quevedo tradujo a Marcial, por lo tanto, es
evidente que Desnuda a la mujer de la mayor parte ajena que la compone ha tomado
directamente el topos de la apariencia y la vanidad del epigrama de Marcial.

Sin embargo, Quevedo no toma y copia únicamente, sino que adapta la idea a su época. En lo
formal, Quevedo transforma el epigrama en un soneto, tan cultivado en el Siglo de Oro.
Marcial apela a la prostituta desde una posición superior: tanto el tono del epigrama como las
construcciones concesivas dejan ver el desprecio de Marcial hacia ese tipo de mujeres, y las
referencias malsonantes a los órganos reproductores hacen el epigrama más violento. Por su
parte, Quevedo interpela al marido de la mujer fragmentada en un tono más suave que
Marcial. Puede decirse que el poeta se sitúa a la misma altura que el perjudicado al que se
dirige, como si se tratase de un amigo dándole un consejo a otro. Aunque también en el
soneto haya tono de burla, tanto hacia la mujer como hacia el hombre, ese tono puede venir
desde la compasión de Quevedo por la situación de Fabio, más que desde la repulsión, como
es el caso en el epigrama de Marcial. Mientras que en el primero se enfatiza que el hombre
(Marcial) no puede ser engañado por mucho que la mujer haga, en el segundo, al contrario, se
pone de relieve la ingenuidad del marido, quien se casa con una mujer que tiene una
apariencia determinada, y resultará ser falsa, siendo él mismo la víctima del engaño.

En conclusión, aun cuando hay diferencias entre un texto y otro, ambos se articulan entorno a
la idea de que el ornato (en concreto el femenino), el maquillaje y las «prótesis» son fuente de
engaños que solo alimentan la vanidad y la brecha entre lo exterior y lo interior. También
versan sobre la hipocresía, que no conoce de sexos, pues ya recomendaba Ovidio el uso del
maquillaje a las mujeres como truco para la seducción de los hombres, para después
recomendar que se aplicase a escondida de ellos. El hombre ha creado un producto en piezas
que él mismo consume, aunque luego se sorprenda y reproche eso mismo que él ha
propiciado.

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