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Libro-álbum realizado en la cátedra de ilustración de
Daniel Roldán, FADU/UBA.

Docentes a cargo del proyecto:


Juan Pablo Dellacha, Daniela Kantor ©

de las ilustracionés: Candela Gabriel Dalmau ©

del texto: Eduardo Abel Gimenez


Todos los derechos reservados.

El rinoceronte
Eduardo Abel Gimenez + Candela Gabriel Dalmau

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El rinoceronte
Eduardo Abel Gimenez - Candela Gabriel Dalmau

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En algún lugar del
África tropical,
dos rinocerontes
se aburrían
mortalmente.

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q u é p o d e m o s h acer?
—¿Y ahora ero.
— p r e g u n tó e l p r im

Silencio.

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El sol se avanzó unos
segundos de arco
por allá lejos, a
punto de ponerse,
en el cielo despejado.

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—No tengo idea — dijo el segundo rinocer
onte.

Quietos sobre la tierra árida,


rodeados por hierbas poco apetitosas,
los rinocerontes olfatearon, olfatearon,
volvieron a olfatear.

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d ij o e l p r im ero.
a —
—Ni una hembr

El segundo emitió
un suave bramido,
más una queja que
otra cosa.
Siguió olfateando.

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A muchos metros
de allí, algún otro
animal movió un
arbusto. Pero los
rinocerontes
no lo vieron.

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noceronte,
m ás a la izqu ie rd a —dijo el segundo ri
—Un poco
picoteaba el lomo.

Pero el pájaro hablaba otro idioma, y


siguió haciendo a su propio gusto.

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Apareció una nube, una oveja aérea, por
el lejano cielo de la izquierda.

Avanzó hacia el lejano cielo de arriba y


luego se escurrió por el lejano cielo de la
derecha.

El sol tocó fondo.

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Se puso más rojo.

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—Tengo sed —
noceronte.
dijo el primer ri

—I’m thirsty — I’m th


irteen.
— Said the first rhin
o.

—Mm — se quejó el segundo—


Me da pereza ir al río.

—A mí también —dijo
el primero—.
Además me olvidé dó
nde está.

Silencio.

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Una portentosa muestra
de caca de rinoceronte cayó
de las postrimerías del
segundo de los Diceros bicornis,
para delicia de algunos millones
de bichos de distintas especies.

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.
mer rinoceronte
h a sta e l á rb ol —dijo el pri
a carrera
—Te juego un

—¿Qué árbol? — preguntó el segundo.

n el cuerno.
—Aquel — señaló el primero co

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El segundo rinoceronte miró en
dirección a una borrosa sucesión de
manchas. Tardó en contestar.
—Bueno —dijo finalmente.
,a las dos y...
—A la una

—¡A las tres! —


dijeron juntos los rinoceronte
s en un especial arrebato de en
mo, y allá partieron en un galop tusias-
e que empezó siendo digno y
nó en un arrastrar de patas. termi-

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El pájaro que hablaba en otro idioma
salió espantado.
Llegaron cerca del árbol. Empate. Por las
dudas, olfatearon otra vez, y olfatearon, y
olfatearon.

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ta m p o co h ay h e m b ra s — d ijo el
—Acá
primer rinoceronte. —Mm.

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Hubo otra pausa. El cielo siguió
despejado. El horizonte no se acercó ni
se alejó. El sol se hundía como un jabón
radiactivo en una pileta de aceite frío.

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—¿Y ahora? —
preguntó el segund
o rinoceronte —. ¿Qué
podemos hacer?

El primer rinoceronte se tomó su


tiempo para responder.

Estaba por decir algo evasivo cuando


un pensamiento diferente le picó en un
punto situado en medio y un poco por
debajo de las orejas. Sacudió la cabeza,
no mucho.

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El pensamiento siguió allí.

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Esperó un poco
más, mientras el sol
terminaba de morir.

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—Un momento —dijo al fin—.
ocerontes
Acabo de recordar que los rin
somos animales solitarios.

—Mm —dijo el segundo rinoceronte—.


Es verdad.

Y se disolvió en el aire,
como hecho de humo.

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Esta edición de 1 ejemplar se terminó de imprimir en Santos Lugares.
Buenos Aires, en el mes de noviembre de 2018.

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