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Cuba no es socialista (como tampoco lo fueron la URSS y el resto de los países así mal llamados).
Es el ABC del marxismo, que una sociedad socialista, o mejor dicho comunista, significa un amplio
desarrollo de las fuerzas productivas, una profunda transformación de todas las relaciones sociales y
un alto nivel cultural, superiores a los alcanzados por el capitalismo maduro, donde los productores
asociados dirigen sus asuntos sin necesidad de un Estado colocado por encima de la sociedad. Un
estadío así, sólo puede alcanzarse sobre una base internacional y tras un periodo histórico de
transición, en el cual es necesario el Estado obrero, instrumento de la dictadura del proletariado (es
decir, de la clase obrera organizada como Estado). Aun después de haber triunfado la revolución, el
destino histórico de esa transición no está asegurado, como lo mostraron dramáticamente la
evolución de la Unión Soviética o de China.
La contradicción fundamental de las sociedades en transición ya había sido señalada por Marx [1] y
brota de que aunque el capitalismo y la propiedad privada de los medios de producción han sido
abolidos, durante un periodo las normas de distribución siguen siendo burguesas (retribución salarial
del trabajo, papel de los estímulos materiales, desigualdades en el acceso a los bienes de consumo,
etc). Sólo el más amplio desarrollo de las fuerzas productivas y del nivel de vida material y cultural de
la sociedad permitirá la superación de las normas de distribución heredadas y su reemplazo por
normas socialistas en el marco de una sociedad basada en la abundancia y la cooperación entre los
productores.
A esta contradicción fundamental se unen otras: la inevitable supervivencia de elementos de
mercado mientras se avanza progresivamente hacia su extinción; de ciertas divisiones sociales de
clase, la necesidad de un Estado de dictadura del proletariado, la existencia temporal de sociedades
en transición aisladas en un mundo todavía capitalista y por lo tanto mortalmente hostil, el atraso
cultural de las clases explotadas que toman el poder, etc.
De estas contradicciones transitorias se desprende que, como señala Trotsky: “Las leyes que
gobiernan la sociedad transicional son muy diferentes de las que gobiernan el capitalismo. Pero no
en menor medida se diferencian de las futuras leyes del socialismo” [2].
La complejidad de los problemas de la transición deriva de que mientras “La economía socialista
avanzada será armónica, internamente proporcionada y en consecuencia estará libre de crisis; por el
contrario, la economía transicional del capitalismo al socialismo es una encrucijada de
contradicciones” [3]. Desde el punto de vista económico, para dirigir la construcción socialista, es
preciso dominar el “arte de la planificación” pues, “Sólo se puede imprimir una dirección correcta a la
1
economía de la etapa de transición por medio de la interrelación de estos tres elementos: la
planificación estatal, el mercado y la democracia soviética. Sólo de esta manera se podrá garantizar,
no la superación total de las contradicciones y desproporciones en unos pocos años (¡esto es
utópico!) sino su mitigación, y en consecuencia, el fortalecimiento de las bases materiales de la
dictadura del proletariado hasta el momento en que una revolución nueva y triunfante amplíe la
perspectiva de la planificación socialista y reconstruya el sistema” [4].
De hecho, en las primeras etapas de la transición al socialismo es prácticamente inevitable recurrir a
cierto grado de mercado, ceder márgenes a la actividad privada doméstica o hacer ciertos acuerdos
bien delimitados con el capital extranjero, particularmente en los países económicamente atrasados,
donde las graves dificultades de la edificación socialista hacen necesaria una primera fase que
Preobrajensky, Trotsky y otros marxistas rusos denominaban “acumulación primitiva socialista” para
alcanzar el nivel del capitalismo desarrollado. Por supuesto, tampoco pueden evitarse retrocesos
temporales: es el ejemplo histórico de Lenin, Trotsky y los bolcheviques en Rusia después de 1922,
aplicando con la NEP (Nueva Política Económica) que incluía acuerdos comerciales y de inversiones
con el mundo capitalista y la restauración de amplios márgenes para el mercado y para la actividad
como recursos obligados para poder reconstruir la economía tras la guerra civil.
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que escapa a la burocracia como una sombra. Parece que la producción está marcada con el sello
gris de la indiferencia. En la economía nacionalizada, la calidad supone la democracia de los
productores y de los consumidores, la libertad de crítica y de iniciativa, cosas incompatibles con el
régimen totalitario del miedo, de la mentira y de la adulación” [8]. El dominio burocrático significa el
bloqueo de la transición y la imposibilidad de alcanzar los altos niveles de productividad, desarrollo
tecnológico y bienestar material y cultural necesario para el desarrollo socialista. Desesperada por el
fracaso de sus desastrosos “planes”, la burocracia “redescubre” las bondades del mercado y por
medio del mismo, se reconcilia con el capital, pasándose finalmente del parasitismo de la economía
de transición a su destrucción abierta y a la restauración del capitalismo. Este es el camino que
siguieron las burocracias stalinianas y maoísta después de los acontecimientos de 1989-1991 en los
mal llamados “países socialistas” –ante el aborto de los incipientes procesos de revolución política–
se pasaron abiertamente a la restauración buscando “reciclarse” como nuevas burguesías.
A pesar de sus peculiaridades, el proceso cubano encuadra en líneas generales dentro de esta
dinámica histórica. La prolongación del dominio del castrismo, defendiendo con sus métodos
burocráticos la revolución que parasita (es decir, hundiéndola al mismo tiempo) demostró que sólo
podía conducir a la ruina.
NOTAS
ADICIONALES
[1] Karl Marx, Crítica al Programa de Gotha.
[2] León Trotsky, Naturaleza y dinámica del capitalismo y la economía de transición (compilación de escritos de León
Trotsky), CEIP, Buenos Aires, 2001, pág. 553.
[3] León Trotsky, “Problemas del desarrollo de la URSS”, en op. cit., Pág. 502.
[4] León Trotsky, “La economía soviética en peligro”, en op. cit., pág. 550.
[5] León Trotsky, “Tesis sobre la industria” (abril de 1923), en op. cit., pág. 268.
[6] León Trotsky, op. cit., pág. 549.
[7] León Trotsky, op. cit., pág. 553.
[8] León Trotsky, La Revolución Traicionada.
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Antecedentes históricos de la revolución del
’59
31/08/2003
AUTORFACUNDO AGUIRREGUSTAVO DUNGA
“Es un deber mío evitar, mediante la independencia de Cuba, que los Estados Unidos se
extiendan (...) sobre otras tierras de nuestra América. Todo lo que he hecho hasta ahora y
todo lo haga de ahora en adelante tiene esa finalidad (…) Conozco al monstruo porque he
vivido en sus entrañas.”
José Martí
“El movimiento insurreccional de Cuba ha de despertar la codicia de los egoístas extranjeros
que buscan nuevos pueblos que esclavizar (...) Si les fuese dable Cuba dejaría de ser
colonia de España para pasar a ser feudo de algunos extranjeros y el pueblo de Cuba habría
derramado la más generosa de su sangre para cambiar de amos.”
Carlos Baliño
“(…) en su lucha contra el imperialismo –el ladrón extranjero- las burguesías -los ladrones
nacionales- se unen al proletariado, buena carne de cañón. Pero acaban por comprender
que es mejor hacer alianza con el imperialismo que al fin y al cabo persigue un interés
semejante. De progresistas se convierten en reaccionarios. Las concesiones que hacían al
proletariado para tenerlo a su lado, las traicionan cuando éste, en su avance, se convierte en
un peligro tanto para el ladrón extranjero como para el nacional.”
Julio Antonio Mella
1868-1878
La historia de la Cuba moderna se remonta a mediados del siglo XIX, donde se comienza a gestar la
estructura económica y a moldear las características sus clases dominantes. Cuba llegó a ser a mediados
de ese siglo el principal productor de azúcar del mundo y EEUU su gran comprador. El desarrollo
capitalista cubano del siglo XIX estaba signado por la particularidad de darse en torno a la combinación
del trabajo libre asalariado y la mano de obra esclava. “Como sociedad esclavista colonial sometida al
yugo español, Cuba experimentó ya, durante la primera mitad del siglo XIX, en el marco de la esclavitud,
un notorio desarrollo de sus fuerzas productivas bajo el flujo financiero y tecnológico del capitalismo
mundial. En esa etapa, que prolonga el siglo XVIII cubano, el impacto del capitalismo actuó de manera
paradójica, porque en lugar de provocar la crisis del régimen esclavista vigente, lo que hizo fue impulsar
este modo de producción hasta límites sin precedentes, en lo que respecta tanto a números de esclavos
introducidos como a intensificación de la explotación. Esto a partir de la actividad azucarera (...) A
mediados de este siglo esta base esclavista entró en contradicción con el proceso de transformación
técnica que había cobrado un ritmo sorprendente (...) el rápido desarrollo del capitalismo en otros
sectores de la economía (sobre todo en el tabaco) la intensiva incorporación de la isla al capitalismo
mundial, las mismas necesidades de la división del trabajo especializado en la industria azucarera,
llevaron al ocaso del régimen existente. Mientras que la organización del trabajo se hacía según patrones
esclavistas, el financiamiento, la tecnología productiva y la comercialización obedecían a los impulsos y
necesidades del sistema capitalista en plena expansión” [1].
Es esta contradicción la disparadora de la Primera Guerra de la Independencia entre 1868 y 1878. El
hecho de que en Cuba haya iniciado tardíamente la lucha por la autonomía nacional se explica por el
temor de la esclavista oligarquía cubana, que en el periodo de las luchas independentistas de principios
del siglo XIX, optó por quedar bajo la tutela del imperio español frente al recuerdo que había despertado
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en ella la revolución negra haitiana de finales de siglo XVIII. La desigualdad inherente a la formación
económica se reflejaba en el plano interno en el desequilibrio regional: un Occidente (La Habana,
Matanzas, etc) desarrollado con producción intensiva, en base al trabajo esclavo y en un alto nivel de
vinculación con el capitalismo comercial era partidario del imperio español, porque su relación con la
metrópoli les aseguraba el acceso al mercado mundial. Por otra parte los hacendados del retrasado
Oriente (Camagüey, Las Villas) que: “obligados a responder al reto de la mecanización (...) No contaban
hacerlo con éxito a partir del capital, insuficiente para reinvertir a ritmo rápido en importaciones de
maquinaria. Ni tampoco podían recurrir a la mano de obra esclava, ya en declinación. No quedaba otra
alternativa, fueron a las armas. De ellas esperaban no sólo deshacerse de la metrópoli, sino hacerse del
estado y desde él manejar una política de importaciones que anulara la desventaja sufrida en la carrera
por la tecnificación” [2]. Este sector de la oligarquía terrateniente (cafetaleros, medianos azucareros y
ganaderos) es el que encabeza este frustrado movimiento nacional, que en su curso destacó una base
plebeya de combatientes (conocidos como los “mambises”). Este sector liberó a los esclavos para
ganarse su simpatía y engrosar las filas del ejército patriota, se vio obligado a fundir a su manera, en un
solo programa el problema social del momento –la abolición de la esclavitud– y la aspiración de
independencia nacional. Luego de diez años de lucha, y amén de la superioridad del ejército realista, que,
en aquel entonces, contaba con el apoyo de EEUU, este movimiento independentista tardío no pudo (no
podía) transformarse en un verdadero movimiento nacional que llevara adelante la revolución
democrático-burguesa. La incipiente burguesía azucarera y los terratenientes de Occidente, gracias a su
desarrollo material y a la importante posición de Cuba frente al mercado mundial y a pesar de la crisis
económica, eran reticentes a la independencia, pues preferían continuar manteniendo el estatus de
colonia española que le garantizara la continuidad de sus jugosos negocios, antes que perder sus
privilegios frente al temor que despertaba en la oligarquía el movimiento popular que expresaban las
fuerzas independentistas. Por su parte los hacendados de Oriente prefirieron firmar la paz sin
independencia a cambio de migajas de la metrópoli [3], dejando librados a su suerte a los campesinos y
esclavos liberados, base de este movimiento. La primera guerra contra el dominio español, desnudó
tempranamente la naturaleza conservadora y cobarde de sus clases dominantes.
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sino de un Estado que asegurara ‘más justicia en el reparto social (...) una parte más equitativa en los
productos del trabajo’” [6]. Su política era conformar un frente anticolonialista de carácter policlasista y
ganarse a los hacendados para consolidar “la unidad de la nación entera contra el ocupante español” [7].
Luego de la temprana muerte en combate de Martí, la dirección del PRC cambiará de orientación y
subordinará al movimiento popular a la burguesía y los terratenientes, quienes a su vez piden al
imperialismo yanqui su intervención militar en la guerra. Por su parte el proletariado, que como dijimos era
influenciado por los anarquistas, carece de una política independiente y de la madurez necesaria para
imponerla, en las condiciones del desarrollo de la lucha independentista en Cuba. A pesar de sus
limitaciones de clase, la lúcida visión política de Martí, su antiimperialismo y su apelación a las masas
para lograr la independencia calará profundo en el pensamiento social cubano, sobre todo en sus clases
medias.
La huelga general indefinida decretada por el Congreso Nacional de Obreros Cubanos y la Federación
Obrera de La Habana, influenciada por los trotskystas, derriba a la dictadura del asesino Gerardo
Machado, apodado “el asno con garras” o el “carnicero”. La revolución da origen al gobierno nacionalista
de Grau San Martín y Antonio Guiteras [9], que deroga la “enmienda Platt”, otorga libertades democráticas
y de organización al movimiento obrero, suspende la deuda externa, otorga la autonomía universitaria y la
jornada de 8 horas. Dicho gobierno cae en manos de la reacción organizada por el entonces sargento
Fulgencio Batista –que fuera uno de los protagonistas de la sublevación de las tropas contra Machado–
enfrentando la resistencia de las masas obreras, campesinas y pequeñoburguesas que será la
característica de la lucha de clases cubana hasta los ’40. Esta revolución contó con la oposición abierta
de la burguesía y el imperialismo yanqui impulsores del golpe.
El movimiento obrero, por su parte, es dividido por la criminal política de los stalinistas que en medio de su
orientación del “tercer periodo” [10]se negaron a tener una política de defensa del gobierno nacionalista
frente a la contrarrevolución, y los sectores que se disolvieron detrás del guiterismo y su movimiento
Joven Cuba, entre ellos la mayoría de los dirigentes del trotskysmo cubano. La clase obrera, que en el
transcurso de esta revolución llegó a poner en pie soviets, careció de una política independiente que le
permitiera hegemonizar al movimiento, siendo éste dirigido por sectores radicales de la
pequeñoburguesía.
Estos acontecimientos constituyen los antecedentes revolucionarios del ’59, que irán moldeando al país y
a las clases sociales que serán sus protagonistas.
En 1955 los trabajadores del azúcar en la ciudad de Santiago, Camagüey y Las Villas llevan adelante una
violenta huelga iniciando la lucha proletaria y de los obreros agrícolas contra la dictadura. En efecto lo que
había comenzado como una huelga por una demanda salarial, pronto se convirtió en un movimiento
radicalizado que aglutinó a los trabajadores industriales de los ingenios con los desocupados de la zafra y
los estudiantes en las ciudades. En medio de una de las tantas crisis azucareras, Batista no podía permitir
la paralización de la rama industrial ya que atentaba contra los negocios de la gran burguesía y el
imperialismo. De ahí, la respuesta del régimen: la represión. Por tanto, los trabajadores en breve tiempo
pasaron de exigir salarios a gritar a viva voz ¡abajo el gobierno criminal! Esta experiencia cala hondo en
sectores de trabajadores y sienta las bases para la superación de la burocracia sindical. Otro hito que
demuestra el papel de la clase obrera, se expresó en la huelga general de 1957 cuyo epicentro fue la
ciudad de Santiago, tras el asesinato de Frank Pais, popular dirigente urbano del M 26 [16]. El alto grado
de espontaneísmo y combatividad de las masas fue respondido con la militarización de la ciudad y una
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brutal represión. Estos hechos levantaron la queja de la embajada norteamericana y el repudio de
sectores empresariales del Oriente, y constituye el inicio de una ruptura abierta de un sector importante de
la burguesía con la dictadura.
Mientras en la Sierra Maestra, Fidel y sus compañeros iban conformando una base social en el
movimiento campesino y por otra parte formalizaba una política de alianzas con el resto de las fuerzas
opositoras, el más importante es el llamado Pacto de Caracas [17].
A fines de 1958, las columnas del Ejército Rebelde dirigidas por el Che Guevara y Camilo Cienfuegos
propinan una fuerte derrota al ejército batistiano en el combate de Santa Clara, lo que acelera su
descomposición. Un sector del generalato que intentaba buscar un acuerdo con los rebeldes intenta una
última maniobra desesperada: dar una salida a la crisis por medio de una junta militar. Esta maniobra es
desarmada por la huelga general de cinco días que posibilitó la entrada del Ejército Rebelde a La Habana
y la posterior instauración del gobierno provisional de Manuel Urrutia. Fidel Castro, a los pocos meses,
tuvo que reconocer el papel clave jugado por la clase obrera en ese momento: “Afirmarlo con toda la
autoridad que nos da el haber sido actores en aquellas horas decisivas: fue la huelga general la que
destruyó la última maniobra de los enemigos del pueblo; fue la huelga general la que nos entregó las
fortalezas de la capital de la república; y fue la huelga general la que dio todo el poder a la
revolución” [18].
[1] Gérard Pierre-Charles, Génesis de la Revolución Cubana, Siglo XXI, México, 1991.
[2] Marcos Winocur, Las clases olvidadas de la revolución cubana, Contrapunto, Buenos Aires, 1987.
[3] En la guerra de la independencia la oligarquía terrateniente obtendrá cierta autonomía con respecto a España y la
libertad de formar sus propios partidos políticos.
[4] Hacia 1860 “(...) una nueva rama de la industria había nacido y cobrado cuerpo: la del tabaco (...) se contaban más de
15.000 trabajadores armadores de cigarros, con cerca de 500 establecimientos en La Habana”. Entre sus primeras luchas
se destaca “la huelga de 1866 en el establecimiento ‘La Cabaña’ de La Habana, producida por el mal trato dado al personal
y que terminará con la satisfacción de sus demandas”. Marcos Winocur, Los orígenes del movimiento obrero en Cuba,
CEAL, Bs. As., 1974.
[5] José Martí, Nuestra América.
[6] Luis Vitale, De Martí a Chiapas. Balance de un siglo, Síntesis, Santiago, 1995.
[7] Marcos Winocur, Las clases olvidadas de la revolución cubana. Contrapunto, Bs. As., 1987.
[8] La enmienda Platt, propuesta por el senador americano del mismo nombre y redactada por el Departamento de Estado,
fue insertada como apéndice en la Constitución política del estado cubano en 1899. Verdadero estatuto del vasallaje, en
sus primeros artículos señalaba que: “1. Cuba reconoce el derecho de EEUU a intervenir en sus asuntos internos; siempre
que este último país lo estime necesario para la conservación de la independencia cubana, y para el mantenimiento de un
gobierno adecuado para la protección de la vida, propiedad y libertad individual (...) 2. Para poner en condiciones a los
EEUU de mantener la independencia de Cuba y proteger al pueblo de la misma, así como de su propia defensa, Cuba
arrendará o venderá tierras a los EEUU; destinadas al establecimiento de bases carboneras y navales”.
[9] Antonio Guiteras formaba parte del Directorio Estudiantil Universitario y se integra desde la clandestinidad a la lucha
contra el dictador Machado. Al caer éste, ocupa en el gobierno de Grau San Martín la cartera de ministro de gobierno. Fue
fundador de la corriente Joven Cuba opositora a la oligarquía entreguista y con un perfil nacionalista de izquierda.
[10] Periodo de política “ultraizquierdista” de la Internacional Comunista, dirigida por Stalin, que negaba el frente único con
las direcciones reformistas contra el fascismo, calificándolas de “socialfascistas”.
[11] Este partido había surgido como una escisión del gobernante Partido Revolucionario Cubano (Auténtico) del presidente
Prío Socarrás, cuestionando la corrupción imperante en el seno del mismo. Cabe recordar que el joven abogado Fidel
Castro era militante “ortodoxo”, y se presentaba a esas elecciones como candidato a diputado.
[12] La experiencia del nacionalismo de izquierda de Guiteras “golpeó a los políticos tradicionales y buena parte de ellos
fueron aceptando las reglas de un cierto juego para alternarse en el poder”. Marcos Winocur, Todo el poder al Ejército
Rebelde, CEAL, Bs. As., 1974.
[13] “(...) muerto el líder cívico Eduardo Chibás, la vertiente opositora burguesa acaba por enredarse en el juego del golpe
de estado, y es así como se explica la pasividad de los partidos políticos tradicionales cuando Fulgencio Batista se hace del
poder”, Idem.
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[14] Fernando Mires, “Cuba entre Martí y las Montañas”, La Rebelión Permanente. Las revoluciones sociales en América
latina, Siglo XXI, México, 1998.
[15] “(...) el mujalismo dueño de la CTC, la vertiente opositora proletaria se halla prácticamente neutralizada. Por cierto, el
movimiento obrero cubano acabará por rehacer sus filas. Pero en 1952 el golpe de estado de Fulgencio Batista lo
encuentra desarmado, descabezado, diezmado por el gansterismo y la corrupción, imposibilitado, en una palabra, de
manifestar una resistencia significativa, como hubiera podido ser una huelga general antigolpista”. Marcos Winocur, op. cit.
[16] Recordando la huelga de Santiago, el Che Guevara llegó a la siguiente conclusión: “Este fenómeno popular sirvió para
que nos diésemos cuenta que era necesario incorporar a la lucha por la liberación de Cuba al factor social de los
trabajadores e inmediatamente comenzaron las labores clandestinas en los centros obreros para preparar una huelga
general que ayudara al Ejército Rebelde a conquistar el poder”. Ernesto Che Guevara, Proyecciones sociales del Ejército
Rebelde.
[17] “El primer punto de este acuerdo se refería a la concertación de una ‘estrategia común para derrocar a la tiranía
mediante la insurrección armada’ (...) El segundo punto del acuerdo se refería a la constitución de un gobierno provisional
después de la caída de Batista, cuyo objetivo debería ser conducir al país ‘a la normalidad, encauzándolo por el
procedimiento constitucional y democrático’. El tercer punto proponía un programa mínimo de gobierno ‘que garantice el
castigo de los culpables, los derechos de los trabajadores, el orden, la paz, el cumplimiento de los compromisos
internacionales y el proceso económico institucional del pueblo cubano’”. Con respecto a las FFAA se refería de este modo:
“esta no es una guerra contra los institutos armados de la república sino contra Batista, único obstáculo de la paz”.
Fernando Mires, La Rebelión Permanente. Las revoluciones sociales en América latina, Siglo XXI, México, 1998.
[18] Citado por Marcos Winocur en Todo el poder al ejército rebelde, CEAL, Buenos Aires, 1974.
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La revolución permanente en Cuba
31/08/2003
AUTORFACUNDO AGUIRREGUSTAVO DUNGA
Hace 44 años las masas cubanas recibían victoriosas en las calles de La Habana a las columnas del
Ejército Rebelde y abrían una de las epopeyas históricas y la revolución social más profunda que
diera nuestra América. Surge a partir de entonces un proceso revolucionario que va a impactar al
conjunto de los pueblos de América latina y se constituye desde entonces la leyenda de los
“barbudos” de la Sierra Maestra.
Hoy en día, luego de la experiencia catastrófica del stalinismo y los regímenes burocráticos, de la
derrota de la oleada revolucionaria que sacudió al mundo a fines de los sesenta y primeros años
setenta, la idea de una revolución triunfante que se alce con el poder, es condenada por utópica o
por reproductora de formas de dominación que lleven a una nueva frustración. La persistencia de la
revolución cubana, en un cuadro de ofensiva imperialista, convierte a la misma en un testimonio vivo
de la lucha por la emancipación nacional y una fuente de polémicas alrededor de sus enseñanzas y
su curso. La revolución cubana advierte a aquellos que, haciéndose eco del discurso posmoderno,
condenan las revoluciones sociales del siglo XX por su trágico resultado y asumen ingenuamente
como propia la pretensión de las clases dominantes de que los oprimidos no deben luchar por el
poder. Por el contrario, esta experiencia de las masas, recuerda que sin quebrar la resistencia y la
capacidad de acción del capital, sin derrotar a sus fuerzas represivas, es decir, sin destruir a su
Estado es imposible pensar seriamente cualquier cambio social. Predicando que hay que “cambiar el
mundo sin tomar el poder”, en parte, a raíz de la noche oscura del stalinismo, de sus regímenes de
talón de hierro, donde el Estado dominado por la burocracia imponía su mando para evitar cualquier
representación autónoma de obreros y campesinos. Lo que no han comprendido los tributarios de
este tipo de pensamiento “antiestatista”, aunque aciertan al señalar las aberraciones que se han
hecho en nombre del socialismo real, es que una de las enseñanzas que hay que extraer, y la
experiencia cubana lo confirma nuevamente, es que el régimen burocrático es un obstáculo que se
levanta contra la perspectiva de la construcción de un Estado revolucionario, de los consejos de
obreros, campesinos y soldados. La lucha por el socialismo, la dictadura proletaria como parte de
ella, requiere de la actividad consciente y autodeterminada de obreros y campesinos, transformar a
su gobierno en un punto de apoyo de la lucha de clases y la revolución a escala internacional,
concebir las tareas del Estado como una transición hacia el socialismo; es decir hacia su propia
abolición como institución de dominio, para dar paso a una sociedad sin clases y sin Estado.
En las notas que siguen pretendemos trazar algunas líneas de pensamiento que contribuyan, a partir
del estudio de la revolución cubana, a descifrar una teoría y una estrategia que interpele las
enseñanzas de la lucha de clases que nos precedió y las exponga a la luz de la nueva realidad del
capitalismo y los combates de las clases explotadas. Para nosotros, contra todo el escepticismo
teórico y el posibilismo político que ha caracterizado a gran parte de la izquierda en la ultima década
del siglo XX, la actualidad de la teoría de la revolución permanente y de una estrategia de poder de la
clase obrera, expresada en partido, frente a la amenaza de la barbarie capitalista es una herramienta
filosa para la lucha de clases contra el capitalismo y la dominación imperialista, que debe ser
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constantemente reexaminada a la luz de los procesos sociales vivos y de la experiencia histórica, de
la cual la revolución cubana es un importante hito para extraer lecciones que preparen a las nuevas
generaciones revolucionarias en su intento de asaltar los cielos.
Como toda revolución social, el debate sobre Cuba fue febril. Muchas fueron las lecturas que se
hicieron a partir de esta gesta. Resalta sobre todas, la de quienes impactados por esta victoria de las
masas y alentados por el curso político que toma Ernesto Che Guevara, identificaron la revolución
con el aspecto militar de la lucha guerrillera. Consideraban este método la mejor vía para romper al
reformismo imperante y desarrollar una estrategia para derrotar a los ejércitos burgueses. De esta
forma de interpretar la revolución cubana se nutrirán esencialmente las distintas corrientes
latinoamericanas que expresarán en forma difusa el llamado guevarismo. Buscando llevar adelante la
vía armada, concluyeron divorciando a una generación de militantes revolucionarios de la lucha de
clases real, que en América latina y en el Cono Sur en particular, tuvo como epicentro a la clase
obrera y las masas urbanas. La trágica derrota de estas experiencias puso en cuestión el militarismo
y el voluntarismo con que se intentó propagar la lucha contra el imperialismo y la burguesía en
nuestro continente.
La lectura que ofrecen del Che se basa en reivindicar su concepción del hombre nuevo como
portador de una nueva “subjetividad histórica” [3]. Tomando de Guevara su idea de la preeminencia
de la conciencia –conciencia de la necesidad del cambio revolucionario y de su posibilidad real– por
sobre las condiciones objetivas –dadas por la dominación imperialista–, rescatan el voluntarismo
inherente de esta visión para resaltar el papel de la educación y los estímulos morales en la
formación del hombre nuevo y definir los sujetos anticapitalistas en función de su papel en la lucha.
Desplazando a la clase obrera y las masas del centro de atención, identifican al sujeto con el hombre
nuevo que, en la concepción guevarista, desarrolla su actividad creativa en la guerra revolucionaria.
Esta interpretación conduce a disociar la praxis revolucionaria de la lucha de clases, reemplazando la
organización de las masas explotadas por la construcción de una fuerza armada. La constitución de
un sujeto consciente, como producto de la actividad autónoma de las masas y la relación con la
vanguardia comunista que busca impulsar hacia adelante las tendencias progresivas del proceso
social a partir de la autodeterminación obrera y popular, que proyectan su hegemonía; es
reemplazada por la preeminencia de una voluntad organizada, como fuerza externa de las masas,
las cuales están llamadas a seguir a los combatientes guerrilleros. Así la revolución cubana es
explicada por “la iniciativa de las fuerzas revolucionarias que queman etapas, decretan el carácter
socialista de la revolución y emprenden la construcción del socialismo” producto de su capacidad de
“forzar la marcha de los acontecimientos” [4], relegando el hecho de que la victoria de la revolución
socialista no era el objetivo declarado de la guerrilla en Sierra Maestra y que los acontecimientos se
la impusieron en gran medida a Fidel y el Che.
Por último, hace descansar en la formación del hombre nuevo la alternativa a la burocratización,
olvidando que la acción consciente de las clases explotadas en un Estado obrero se logra a partir del
ejercicio directo del gobierno revolucionario, basando el Estado en la democracia de la clase obrera y
los campesinos –para lo cual la clase obrera debe ser hegemónica antes de la conquista del poder–.
Esta es una de las condiciones para la construcción del socialismo.
La revolución cubana de 1959 fue un golpe durísimo a esta concepción, ya que vino a realizar de
manera íntegra y efectiva las tareas de la revolución democrático-burguesa, en primer lugar la
independencia nacional, la revolución agraria, la reforma urbana y las de la democracia política –
motores inmediatos del movimiento que terminó con el dominio de Batista– pero no según el
esquema stalinista. Este desenlace fue posible enfrentando resueltamente a las clases poseedoras
nativas que actuaban como correa de transmisión y daban garantías a la dominación imperialista y el
latifundio. La derrota de la burguesía y los terratenientes cubanos y su aparato de Estado, apéndices
de los EEUU, se convirtió en una condición necesaria para realizar las conquistas que se planteaban
en primer término en esta revolución. La alianza más general del campesinado, el semiproletariado
rural, la clase obrera urbana, la pequeño burguesía y hasta sectores de la misma burguesía cubana
que caracterizara al movimiento popular que voltea la dictadura pronto se encuentra tironeada entre
los diversos actores. La lucha de clases en el transcurso de la revolución cubana destaca a las
tendencias conservadoras que se transforman pronto en agentes de la reacción impulsada por el
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imperialismo y a las nuevas fuerzas sociales capaces de empujarla adelante. Se crea así una ruptura
radical del antiguo bloque social: por un lado la burguesía y sectores acomodados de la pequeña
burguesía queriendo confinar la revolución a un cambio del régimen político y mantener la
subordinación –aunque en otras condiciones– con EEUU. Por el otro la base plebeya, obrera,
semiproletaria y campesina, junto a un sector de la intelectualidad, impulsando la lucha en la
consecución de los objetivos de las masas: la revolución política se transforma en un medio de la
revolución social mediante la acción viva de las clases explotadas. Estas son las fuerzas dinámicas
que señalan el carácter permanentista de esta revolución. Es este proceso vivo el que Guevara
explicara como “ (...) una revolución agraria, antifeudal y antiimperialista, que fue transformándose
por imperio de su evolución interna y de las agresiones externas, en una revolución socialista y que
lo proclama así, ante las faz de América: una revolución socialista” [7]
En la historia cubana esta ley general se expresó en el hecho de que la solución a los problemas
estructurales de la joven nación no podían ser resueltos por un desarrollo evolutivo y orgánico del
capitalismo sino saltando etapas, mediante la supresión y superación del régimen burgués. El
ingreso temprano del capitalismo en las relaciones económicas de la isla, hicieron que se acentuara
la dependencia de las metrópolis, llámese España primero y EEUU luego. La constitución de la
oligarquía, la burguesía cubana y su Estado, se hizo siguiendo estos parámetros de dependencia,
agravados en el siglo XX por su cercanía con los EEUU y el papel que para éste representaba,
dando origen a una clase dominante raquítica y completamente antinacional sometida a las ordenes
del capital norteamericano.
El movimiento independentista martiano no sólo se paró contra el colonialismo del viejo imperio
español sino que se concibió a sí mismo como una fuerza impulsora de la segunda independencia de
nuestra América contra el naciente imperialismo yanqui. Sin embargo, habiendo planteado el
problema no encontró las vías para resolverlo. Muerto José Martí en combate, las oligarquías criollas
controlan el movimiento nacional y optan por liberarse del yugo español sometiendo a la isla al yugo
norteamericano, cuyo símbolo fue la ignominiosa Enmienda Platt en la constitución política del
Estado cubano y manteniendo la propiedad terrateniente. La tardía independencia formal de Cuba se
da en el momento histórico en que el capitalismo está dando pasos al imperialismo y los EEUU
proyectan su dominación al llamado patio trasero. La formación de una nación independiente no
pudo ser resuelta por las viejas clases de hacendados y comerciantes que sólo buscaban un
mercado para su azúcar. La incipiente clase obrera del tabaco y el azúcar, a pesar de ser un núcleo
duro de las huestes independentistas, se encontraba inmadura estructural y políticamente para tomar
esta tarea en sus manos. Su consecuencia fue que Cuba se vio postergada en su desarrollo por la
aceptación de su papel en la división internacional del trabajo como productor y abastecedor de
azúcar –esencialmente al mercado norteamericano– y políticamente por las subsiguientes
intervenciones imperialistas legitimadas por la Enmienda Platt.
Fue la revolución contra la dictadura de Machado de 1933, la que dio las pistas sobre quién era el
sujeto capaz de llevar adelante la emancipación cubana: la clase obrera y su alianza con el
campesinado y la pequeño burguesía urbana. Nuevamente la ley del desarrollo desigual y
combinado muestra su valor histórico: puestos a optar por una independencia conquistada por masas
14
sublevadas o la postergación de la nación cubana, la burguesía y la oligarquía criolla recurre a los
servicios del entonces sargento Fulgencio Batista para poner fin al movimiento subversivo y relanzar
los vínculos de sometimiento con EE.UU. En esta ocasión la clase obrera da signos de que en sus
fuerzas radican las posibilidades de un cambio de orden en Cuba. La huelga general que termina con
la dictadura, la fortaleza y politización de los sindicatos, el surgimiento embrionario de soviets en el
Oriente son una prueba de ello. La carencia de autonomía de la clase obrera con respecto a la
pequeño burguesía, que se explica por su inmadurez política, agravada por la orientación
ultraizquierdista del llamado “tercer periodo” del stalinismo cubano impiden al proletariado resolver a
su favor y de las masas campesinas esta revolución.
Fue la revolución de 1959 la que pudo cumplir con los objetivos de la revolución democrático-
burguesa, precisamente porque el pueblo armado impuso la ruptura con la burguesía y el
imperialismo y con ella un curso socialista para la revolución, aun antes de haber madurado la
autonomía de la clase obrera y su hegemonía sobre las clases oprimidas y explotadas, confiando y
delegando en manos de un ala radical de la pequeña burguesía (el M 26) la dirección del nuevo
gobierno revolucionario; el que se ve impedido de llevar adelante su propio programa por la presión
combinada del imperialismo y la burguesía de un lado y de las masas armadas del otro. La ley del
desarrollo desigual y combinado se devela en la fundación de un Estado obrero como vía para la
independencia nacional.
15
Estado cubano surgido de la revolución no será un factor consciente de la revolución latinoamericana
sino que con el tiempo será una nueva mediación que se levanta contra la misma. Por esta vía la
revolución permanente encuentra una confirmación en su negación, pues la revolución cubana
encuentra un nuevo límite en una tendencia conservadora que busca cristalizar las conquistas del
proceso social en una burocracia del nuevo Estado, en detrimento de las tendencias socialistas a la
autodeterminación de las masas y a la unidad del proceso revolucionario latinoamericano y
mundial [12].
Castro y sus compañeros fueron sobrepasados por la acción combinada de dos fuerzas antagónicas:
la del imperialismo que se pone a la cabeza de la contrarrevolución y la de las masas que en defensa
de la revolución se arman y movilizan. Fidel frente a esta situación se ve obligado a radicalizar sus
respuestas.
Una sincronía excepcional de factores objetivos e históricos actuaron de una forma tal que permite el
desenlace de los acontecimientos, conjugando una estructura caracterizada por la combinación de
los siguientes elementos: la alianza con la burguesía que había permitido la caída de la dictadura y
que tuvo su símbolo en el corto gobierno de Manuel Urrutia se vio rota rápidamente. Los capitalistas
y terratenientes cubanos se suman al imperialismo y se enfrentan al gobierno revolucionario. Cuando
la revolución intenta llevar adelante las primeras medidas que responden a las demandas sociales de
la población –congelamiento y rebaja de alquileres, congelamiento de tarifas, ajusticiamiento de los
representantes del régimen y la creación del INRA [13] que impulsa la reforma agraria– la burguesía
decide abandonar al gobierno revolucionario. El bloque de fuerzas sociales que había permitido la
caída de Batista se rompe. El imperialismo a su vez conspira abiertamente contra el gobierno cubano
y suspende la compra de azúcar a la isla. Todo esto obliga a Castro y Guevara a apelar al
movimiento de masas para lograr la supervivencia de la revolución y a radicalizar las medidas del
gobierno.
Las masas, a su vez, cobran un protagonismo central expresado en el papel que empieza a jugar el
proletariado con la ocupación de las refinerías petroleras y las centrales azucareras para evitar el
boicot patronal-imperialista y de los campesinos que buscan hacer efectiva la reforma agraria. Las
provocaciones contrarrevolucionarias provocan el llamado del gobierno a la formación de milicias
obreras y campesinas y el armamento generalizado de la población. Este es el punto de no retorno
que indica la definitiva ruptura con la burguesía y el origen de un gobierno obrero y campesino que
luego de la invasión de Playa Girón, organizada por la CIA, tomará un curso de expropiación y
determinará el carácter socialista de la revolución. La dirección del M 26 presionada entonces
conjuntamente por el imperialismo y las masas armadas, no puede detener el desarrollo de los
acontecimientos debiendo amoldarse a la nueva relación de fuerzas, imposibilitada de llevar su
programa adelante debe asumir como propio el programa de la clase obrera [14].
La revolución de contragolpe
La revolución, según la concebía el Movimiento 26 de Julio desde la Sierra Maestra, tenía por
objetivo terminar con Batista e imponer la democracia en Cuba. La composición social y el origen
político de la mayoría de sus dirigentes provenían de la pequeñoburguesía y el movimiento
estudiantil. Su programa consistía en una mezcla de reformas políticas y sociales, con rasgos
nacionalistas. En suma su estrategia era la de un movimiento policlasista [15]. Consecuentes con
esta concepción y ante el hecho de que sectores importantes de la burguesía cubana –y del mismo
imperialismo– estaban contra Batista, la entrada en La Habana del Ejército Rebelde instauró un
gobierno de coalición con el ex presidente de la Corte Suprema de Cuba, Manuel Urrutia, a la
cabeza. Este gobierno de coalición expresaba el bloque de fuerzas sociales que había enfrentado a
la dictadura, pero también el pensamiento que movía a los guerrilleros. Así en un discurso de Fidel
16
del 19 de febrero del ’59, un mes después de la toma del poder, éste afirmaba sus ideas, para
tranquilizar a la burguesía, señalando que: “Iremos a una campaña muy grande para convencer al
cubano de que compre artículos cubanos. Por eso los industriales están tan contentos con nosotros a
pesar de que venimos con unas cuantas leyes revolucionarias” [16]. De esta pretensión inicial de los
guerrilleros no quedó nada en pie.
Este frente común no tardó en desgajarse, tironeado por los distintos intereses de clase, por la
presión del imperialismo y la acción de los obreros y campesinos. Como recuerda Guevara: “En
enero de 1959 se estableció el gobierno revolucionario con la participación en él de varios miembros
de la burguesía entreguista. La presencia del Ejército Rebelde constituía la garantía de poder, como
factor fundamental de fuerza. Se produjeron enseguida contradicciones serias, resueltas, en primera
instancia, en febrero del ’59 cuando Fidel Castro asume la jefatura de gobierno con el cargo de
Primer Ministro. Culminaba el proceso en julio del mismo año, al renunciar el presidente Urrutia ante
la presión de las masas” [17]. Esta tensión hace añicos la pretensión original del M 26 y deja sin
sustento su programa de reformas sociales y democráticas. El mismo fue superado por la velocidad
de los acontecimientos. La dirección guerrillera se encontró de pronto con la deserción y hostilidad
abierta de la burguesía cubana. Fidel Castro y su movimiento, que hasta ese momento intentaban
actuar como árbitros entre las clases, quedan sujetos a la marea de la revolución. Inaugura entonces
una dinámica de contragolpe, oponiendo a cada medida del imperialismo y la burguesía, una
contramedida revolucionaria, apelando a la movilización de las masas obreras y campesinas que
expresaban un auténtico interés por la revolución. “La extensión y profundización del proceso
revolucionario se realizó a través de la presión y de la iniciativa de los líderes. En los campos
azucareros ocurrió la acción masiva: ‘las milicias revolucionarias han convertido las 161 centrales
azucareras de la isla en 161 baluartes de la revolución. Estas milicias protegen sus propios centros
de trabajo contra el sabotaje criminal’. En las refinerías petroleras ocurrió una acción masiva similar:
‘eran las milicias de estos centros de trabajo, las que estaban alertas y vigilantes antes de las
intervenciones y procedieron a ponerlas en funcionamiento, con el apoyo decidido de los técnicos e
ingenieros cubanos’” [18].
Huber Matos y otros dirigentes menores del movimiento conspiran abiertamente contra el nuevo
gobierno. El imperialismo aprovecha para recrudecer su boicot y decreta la ruptura de relaciones
comerciales. La respuesta de Fidel es convocar a la formación de milicias populares adonde acuden
masivamente los obreros y campesinos. Así la rebelión de Matos en el Escambray es aplastada por
las fuerzas revolucionarias. De esta manera, el Estado burgués es demolido por las masas
insurrectas, que protagonizan las expropiaciones de las refinerías, las tierras y las centrales
azucareras. La política de Fidel Castro a partir de entonces consiste en ponerse a la cabeza del
movimiento de las masas. Cada paso adelante de las mismas es orientado hacia la defensa del
gobierno revolucionario, en el cual las masas movilizadas identifican sus intereses y conquistas.
Sobre esta base más tarde Fidel Castro institucionalizará el nuevo poder y avanzará en controlar al
movimiento popular.
17
apoyo el núcleo dirigente revolucionario no habría podido transformar el viejo orden y establecer el
socialismo cubano. Sin embargo, la revolución no fue una revolución obrera en el sentido marxista
clásico. No fueron los obreros quienes iniciaron la lucha por el poder, como lo hicieran tres décadas
antes en la insurrección contra Machado, que entonces determinó rápidamente la formación de
soviets de obreros, campesinos y soldados en todo el país. En la revolución castrista, en cambio los
obreros desempeñaron un papel estratégico mediante su apoyo masivo y organizado a las medidas
del gobierno revolucionario y su defensa” [20].
La clase obrera cubana llega a la revolución como un componente más del bloque de fuerzas
sociales hegemonizado por la pequeñoburguesía. Sus organizaciones sindicales estaban copadas
por una burocracia corrupta y agente de la dictadura, el llamado mujalismo, y los partidos que
hablaban en su nombre, esencialmente el Partido Socialista Popular, carecían de fuerza y autoridad
frente a las masas así como de independencia con respecto a la burguesía. El campesinado y los
pobres del campo apoyan al Ejército Rebelde a partir del momento en que éste incorpora a su
programa la reivindicación de la reforma agraria.
Es cierto que la caída de la dictadura no fue el producto directo de una revolución obrera, pero
tampoco la expropiación de la burguesía fue la coronación del programa castrista, más bien la
dinámica la revolución en marcha terminó imponiendo un Estado obrero. En la historia de la moderna
lucha de clases la pequeñoburguesía nunca ha podido imponer una forma estable de gobierno
independiente. Ya desde Marx se señalaba cómo esta clase sigue al burgués o al obrero. El mismo
autor, en la cita, desliza cómo al calor de la radicalización del proceso los obreros y campesinos
serán la base de apoyo de la revolución y del nuevo gobierno. A pesar de su falta de independencia,
la clase obrera garantiza con la huelga general de enero del ’59 la caída de la dictadura, y se
convierte en el transcurso de la revolución, junto a los campesinos, en los protagonistas centrales de
las expropiaciones. Fueron los mismos obreros quienes recuperaron sus organizaciones y echaron a
patadas a los mujalistas de los sindicatos. Sin embargo, debido a su preocupación por defender la
revolución amenazada, Fidel Castro, basado en su gran prestigio, logró imponer la reorganización de
los sindicatos desde la cúpula del nuevo Estado, nombrando a la cabeza de la CTC-R a los
stalinistas del PSP, en quien todo el mundo desconfiaba [21]. Esta fracción se volcó desde aquel
momento a regimentar al movimiento obrero e impedir su autoorganización en el desarrollo de la
lucha revolucionaria [22].
La clase obrera fue todo lo revolucionaria que podía, huérfana de autonomía política e independencia
de sus organizaciones, careciendo de hegemonía sobre el conjunto del movimiento revolucionario de
las clases explotadas [23].
18
toda la situación, producto de la derrota de las viejas FFAA, intentando imponer este papel entre los
distintos actores y buscando un equilibrio frente a los mismos. La ruptura con la burguesía lo obliga a
recostarse sobre el apoyo popular dando origen a un gobierno obrero y campesino, que inicia un
curso anticapitalista. A partir de ese segundo momento, la radicalización del proceso revolucionario
lleva al nuevo gobierno a tomar la iniciativa como forma de expresar su control sobre la situación y
dar un canal a las acciones. El M 26, como fuerza política, adquiere transitoriamente un curso
centrista. Se produce una transformación en su seno, mientras Fidel Castro busca que las masas no
queden fuera de su control, los obreros y campesinos ven en este movimiento el instrumento político
desde donde empujar su revolución.
Decimos entonces que es un tipo específico de bonapartismo sui generis, por expresar esta
tendencia más general común a todos los gobiernos de jugar un rol de árbitro en los países
semicoloniales entre el imperialismo y el proletariado y las clases explotadas. Ausente la burguesía
nacional, queda recostado exclusivamente en las clases populares que vienen conquistando
posiciones. Al tratarse de un gobierno surgido de la revolución que avanza en el cambio del régimen
de propiedad y el carácter del Estado, se produce un salto de calidad en la forma en que establece
las condiciones de su arbitraje. Como dirigentes de una clase que no es la suya, Fidel Castro y el M
26 ven cambiar la revolución que va dando origen a un Estado obrero. Su transformación en
dirección de este proceso no implica un cambio en su carácter más general de bonapartista, sino en
su contenido social y por ende en la naturaleza de las nuevas contradicciones que se le presentan –
por un lado, la oposición del imperialismo y la contrarrevolución interna, por el otro, las masas
movilizadas y su propia ala izquierda dentro del M 26, en el medio jugando un papel cada vez más
preponderante y decisivo, la burocracia de Moscú y los stalinistas cubanos–. Este bonapartismo va a
ser una de las condiciones del carácter deformado del nuevo Estado, que luego del reflujo de la
marea revolucionaria y el estrechamiento de la relación con Moscú –más allá de los vaivenes– van a
permitir la stalinización del régimen político.
19
Batista que el M 26 queda al frente de las fuerzas sociales que radicalizarán el proceso. Hasta este
momento los guerrilleros de la Sierra cumplen un rol jacobino, dinamizador y protagonista de la lucha
política. Los acontecimientos que ya hemos descripto llevan a la ruptura del M 26 y a la imposición
final de la fracción más radical de Castro y Guevara. Superada históricamente la época del
jacobinismo y las revoluciones políticas democráticas, puestas en movimiento las clases explotadas,
el auge de la revolución impondrá una dinámica al proceso cubano que no podrá ser contenida
dentro de los marcos democrático burgueses. El nuevo bonapartismo que encarna Fidel Castro se
monta sobre la ola revolucionaria para darle un canal y controlarla. Su adhesión ideológica al
“socialismo” es funcional a esta necesidad y a establecer una alianza con los sectores conservadores
dentro del Estado que –bajo la tutela de la URSS– serán la base de una nueva burocracia.
Esto también se refleja en su política exterior. La alianza con el aparato stalinista internacional
empuja a establecer una estrecha colaboración con las burguesías latinoamericanas. Esto no se hizo
sin crisis, el mismo Guevara, que se oponía progresivamente a aspectos de la política de Moscú en
cuanto a la economía y la coexistencia pacífica, es derrotado y sus partidarios silenciosamente
desplazados de los puestos de mando del “Estado obrero deformado”.
Tomado desde un punto de vista histórico la ausencia de un partido marxista revolucionario, anclado
firmemente en la clase obrera, impidió que en la revolución cubana el proletariado impusiera su
hegemonía como dirección del proceso, y que éste se expresara de forma autónoma en el desarrollo
de los acontecimientos. El doble poder que expresaran las milicias no bastó para que surgieran
organismos de autodeterminación de las masas sobre el que se construyera el nuevo Estado, tal
como pudo ser en la experiencia de los soviets en los primeros años de la Revolución Rusa. Las
masas fueron controladas por la dirección castrista antes de que éstas pudieran poner en pie sus
propias organizaciones de autogobierno. La experiencia de los soviets no era ajena al proletariado
cubano, habían sido parte de la revolución del ’33, donde la clase obrera alcanzó su punto más alto
de subjetividad y llegó a disputar la hegemonía del movimiento antiimperialista.
Anteriormente afirmamos que el stalinismo nativo no pudo ser efectivo en el proceso del ’59, sin
embargo veinte años de acción stalinista en el movimiento obrero no pasaron sin consecuencias. La
clase obrera cubana llegó a la revolución sin haber construido un Estado mayor alternativo sobre el
cual apoyarse para conquistar su independencia e imponer su hegemonía en el movimiento
revolucionario.
La ideología cubana
La burocracia una vez erigida como poder intentó explicar la historia a través de una
“ideología” [28] donde las fuerzas propulsoras, los obreros y campesinos, hablan por boca de Fidel
Castro, y el papel de las grandes masas de hombres y mujeres en el proceso histórico es subsumido
por la iniciativa de los individuos que movidos por una voluntad de cambio generaron las condiciones
de la revolución cubana.
Esta revolución, como todo profundo proceso de transformación social ha sido “ (...) la historia de la
irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos.” Y “Sólo estudiando los
procesos políticos sobre las propias masas se alcanza a comprender el papel de los partidos y los
caudillos, que en modo alguno queremos negar. Son un elemento, sino independiente, sí muy
importante, de este proceso. Sin una organización dirigente, la energía de las masas se disiparía,
como se disipa el vapor no contenido en una caldera. Pero sea como fuere, lo que impulsa el
movimiento no es la caldera, ni el pistón, sino el vapor” [29]. Fue el protagonismo de grandes masas
de trabajadores y campesinos que cambiaron el destino colonial de la isla. Esto fue así a lo largo de
toda la historia de la Cuba moderna. En forma permanente las masas intentaron doblegar la
dominación imperialista y colonial a las que las sometían las clases dominantes nativas. Guerra y
revolución recorren cien años de historia cubana. Sin embargo, la “historia oficial” de la revolución del
’59, que da origen al primer Estado obrero deformado de América latina y occidente, fue reescrita
alrededor de una inversión del proceso revolucionario. El rol primordial que se le hace jugar a los
caudillos de la revolución cubana, en particular Fidel Castro así como la transformación de Guevara
en un ícono, tiene el múltiple objetivo de identificar el interés de la revolución, es decir el interés del
nuevo Estado con el destino de sus dirigentes. Esta es una forma de reforzar la autoridad frente a
cualquier cuestionamiento surgido de las entrañas del movimiento de masas que ponga en duda su
poder ejercido con métodos bonapartistas. Otro aspecto velado por la apariencia reside en no
ahondar en las explicaciones teóricas y en los balances estratégicos sobre la revolución cubana y el
papel de la misma en la lucha de clases latinoamericana e internacional.
Es una falsa conciencia construida, que surge para justificar el congelamiento de la revolución en los
marcos de la isla y la burocratización del régimen cubano. Se trata entonces de desmitificar la
historia revolucionaria cubana poniéndola sobre sus pies.
21
NOTAS
ADICIONALES
[1] Consideramos a Cuba un Estado obrero por el hecho de que por medio de la conquista del poder político se expropió
a la burguesía y los terratenientes, se nacionalizó la propiedad, se impuso el monopolio del comercio exterior y se
instauró la planificación como medio de la política económica. Las características deformantes de este Estado están
dadas porque al frente del mismo se encuentra una burocracia que impide el ejercicio directo del poder por parte de
obreros y campesinos, obteniendo sus privilegios de la dirección de este Estado y que actúa como un factor conservador
del orden social, en el terreno de la lucha de clases continental e internacional. Todos estos elementos los
desarrollaremos a lo largo del artículo.
[2] Uno de los principales animadores de esta corriente de pensamiento es el intelectual brasileño Michel Löwy, militante
del Secretariado Unificado de la IV Internacional. En la Argentina uno de sus exponentes es Néstor Kohan docente de la
UBA y de la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo y autor, entre otros, de: De Ingenieros al Che. Ensayo sobre
el marxismo argentino y latinoamericano.
[3] Néstor Kohan, De Ingenieros al Che. Ensayo sobre el marxismo argentino y latinoamericano, Biblos, Bs.As., 2000.
[4] Ernesto Guevara, La planificación socialista, su significado citado por Michael Löwy, Dialéctica y revolución, Siglo XXI,
México, 1978, p. 178.
[5] La derrota del foco guerrillero en Ñancahuazu, Bolivia, no sólo nos habla de la coherencia e integridad revolucionaria
del Che Guevara, sino también del fracaso del intento de forzar mediante la voluntad de un grupo decidido la revolución.
Pagando con sus vidas el precio de esta trágica empresa.
[6] Citado por Silvio Frondizi, La revolución cubana. Su significación histórica, Ciencias Políticas, Montevideo, 1961, p. 74.
[7] Ernesto Guevara, “Si la Alianza para el Progreso fracasa” en Obras Completas, Legassa, Bs. As., 1996, p. 231
[8] León Trotsky, La Revolución Permanente, El Yunque, Argentina, s.f, p. 167.
[9] Cfr. Fernando Mires, La rebelión permanente. Las revoluciones sociales en América Latina, Siglo XXI, México, 1998.
Luis Vitale, De Martí a Chiapas. Balance de un siglo, Síntesis, Santiago, 1995. Silvio Frondizi, op. cit. Ernesto Gonzalez,
Historia del trotskismo obrero e internacionalista en la Argentina. Palabra obrera, el PRT y la revolución cubana, Antídoto,
Bs.As., Tomo 3 Volumen 1, 1999.
[10] “La Reforma Agraria radical, que es la única que puede dar la tierra al campesino, choca con los intereses directos de
los magnates azucareros y ganaderos. La burguesía teme chocar con esos intereses; el proletariado no teme chocar con
ellos. De este modo la marcha misma de la revolución une a los obreros y a los campesinos.” Citado en Ernesto Guevara,
op. cit., p. 206.
[11] León Trotsky, op.cit., p. 168.
[12] Distorsionadamente, la polémica entre Guevara y los soviéticos expresan esta nueva contradicción.
[13] Instituto Nacional de la Reforma Agraria.
[14] El revolucionario ruso León Trotsky señalaba que en circunstancias excepcionales direcciones reformistas y
pequeñoburguesas podían avanzar más allá de lo que deseaban, en el camino del “gobierno obrero y campesino”
entendido como un episodio transitorio hacia la dictadura del proletariado: “(...) no se puede negar categóricamente, por
anticipado, la posibilidad teórica de que, bajo la influencia de cirscunstancias completamente excepcionales (guerra,
derrota, crack financiero, presión revolucionaria de las masas, etc), los partidos pequeñoburgueses, incluyendo a los
stalinistas, puedan ir más lejos de lo que ellos mismos quieren en la vía de una ruptura con la burguesía. En cualquier
caso, una cosa es indudable: aunque esta variante, sumamente improbable, se realizara alguna vez en alguna parte, y el
“gobierno obrero y campesino”, en el sentido arriba mencionado, se estableciera de hecho, representaria meramente un
corto episodio en la vía hacia la verdadera dictadura del proletariado.” En León Trotsky, El programa de transición para la
revolución socialista, Crux, La Paz, s.f, p. 60. Consideramos que el caso cubano se ajusta metodológicamente a esta
definición.
[15] “El 26 de Julio no es un partido político sino un movimiento revolucionario, sus filas estarán abiertas para todos los
cubanos que sinceramente deseen restablecer en Cuba la democracia política e implantar la justicia social”. El programa
del 26 de Julio no superaba los límites de la democracia burguesa: “1) formación de un frente cívico revolucionario con
una estrategia común de lucha; 2) designación de una persona llamada a presidir el gobierno provisional; 3) renuncia del
dictador; 4) renuencia del frente cívico a aceptar o invocar la mediación o intervención de otra nación en los asuntos
internos de Cuba, más una petición a EE.UU. para que suspenda todos los envíos de armas a la dictadura; 5) rechazo de
cualquier gobierno provisorio representado en una Junta Militar; 6) apartar a los militares de la política; 7) llamar a
22
elecciones de acuerdo con lo establecido en la constitución del ’40 y el código electoral de 1933; 8) bosquejo de un
programa mínimo a ser cumplido por el gobierno provisional.” Citado por Fernando Mires, op.cit, p. 309.
[16] Marcos Winocur, Cuba: Los primeros quince años de la revolución, CEAL, Bs.As, 1973.
[17] Ernesto Guevara, op.cit.
[18] James Petras, Clase, poder y estado en el Tercer Mundo. Casos de conflictos de clases en América latina, F.C.E,
México, 1993.
[19] Este concepto de Guevara a Sartre está vertido en el libro Huracán sobre el azúcar y es también utilizado por Silvio
Frondizi en su libro “La revolución (...), op. cit. y retomado por Ernesto González en el capítulo dedicado a este proceso
en su “Historia del trotskismo (...), op. cit.
[20] Maurice Zeitlin, La política revolucionaria y la clase obrera cubana, Amorrortu, Buenos Aires, 1973.
[21] Según Adolfo Gilly, hablando sobre la popularidad de los dirigentes stalinistas en el movimiento obrero cubano
contaba: “Un obrero me decía que Lázaro Peña era el artífice de la más completa unidad del proletariado cubano: la
unidad contra él.” Adolfo Gilly, “Cuba entre la coexistencia y la Revolución”, en Monthly Review. s/e, 1964.
[22] “El secretario general de la CTC-R (Central de los Trabajadores de Cuba-Revolucionaria) fue electo en el último
congreso de la central obrera, realizado en 1961. Se lo eligió con el sistema de la candidatura única, es decir, que ningún
adversario podía competir con él en la elección. Su designación fue mucho más una decisión de arriba que una elección
de abajo. Los trabajadores, que apoyan y defienden hasta la muerte a la revolución, no opusieron resistencia organizada
al sistema, pues hay una preocupación que guía cada paso y cada iniciativa de los obreros cubanos: no causar daño a la
revolución, retenerse o esperar cuando creen que alguna protesta, por justificada que sea, puede perjudicar a la
revolución.” En esta cita Gilly, un observador cercano de los acontecimientos, cuenta cómo fue electo secretario general
el odiado Lázaro Peña.
[23] “La mecánica política de la revolución consiste en el paso del poder de una a otra clase. La transformación violenta
se acentúa generalmente en un lapso de tiempo muy corto. Pero no hay ninguna clase histórica que pase de la situación
de subordinada a la de dominadora súbitamente, de la noche a la mañana, aunque esta noche sea la de la revolución. Es
necesario que ya en la víspera ocupe una situación de extraordinaria independencia con respecto a la clase oficialmente
dominante, más aun, es preciso que en ella se concentren las esperanzas de las clases y de las capas intermedias,
descontentas con lo existente, pero incapaces de desempeñar un papel propio (...)”, León Trotsky, Historia de la
revolución rusa, Antídoto, Buenos Aires, 1997.
[24] León Trotsky, “La industria nacionalizada y la administración obrera.” en Escritos Latinoamericanos CEIP (comp.),
CEIP, Buenos Aires, 1999.
[25] Esta es una amplia tendencia de opiniones y posturas que van desde los que centran su explicación en el papel
exclusivo de la dirección hasta la visión más burguesa que señala el salto de calidad por los factores externos, como la
opción entre EEUU y la URSS.
[26] Al respecto ver “El maoísmo: sus orígenes, antecedentes y perspectivas” en Isaac Deutscher, El maoísmo y la
Revolución Cultural China, Era, México, 1974.
[27] Con esta política reprimen y encarcelan, por ejemplo, a los trotskistas cubanos del POR- Voz Proletaria,
simpatizantes de la corriente orientada por J. Posadas, que se niegan a disolverse en pos de un partido único. Años más
tarde los militantes trotskistas serán liberados a condición de que abdiquen de construir un partido independiente que se
referencie en las ideas de la IV Internacional. Al respecto cfr. Gary Tennant, The Hidden Pearl of the Caribbean:
Trotskyism in Cuba, 1932-65. Editado por Revolutionary History.
[28] Utilizamos aquí el concepto de “ideología” en el sentido que Marx y Engels le imprimen en La Ideología Alemana:
como falsa conciencia. A este respecto Engels explica: “(...) el estado, una vez que se erige en poder independiente frente
a la sociedad crea una nueva ideología”. (Federico Engels, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana.). “La
ideología es un proceso que se opera por el llamado pensador conscientemente, en efecto, pero con una conciencia
falsa. Las verdaderas fuerzas propulsoras que lo mueven, permanecen ignoradas para él; de otro modo, no sería tal
proceso ideológico. Se imagina, pues, fuerzas propulsoras falsas o aparentes”. (Carta de Engels a Franz Merhing 14 de
julio de 1893).
[29] León Trotsky, Historia de la Revolución Rusa, op. cit.
23