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El cinturón de Kuiper y la nube de Oort

Los astrónomos saben desde hace tiempo que existen dos clases diferentes de cometas.

Primero los cometas de corto periodo, inferior a 200 años, como el de Halley. Su
trayectoria tiene por propiedad encontrarse en el plano de la eclíptica como la de los
planetas.

Luego, los cometas de largo periodo, de más de 200 años, en particular los que han sido
observados una sola vez y cuyo período se estima en varios millones de años. Sus órbitas
son gigantescas y distribuidas aleatoriamente en el cielo, sin dirección particular.

Este reparto en dos grupos condujo a los astrónomos a postular la existencia de dos
reservas distintas de cometas: el cinturón de Kuiper y la nube de Oort, del nombre de
ambos astrónomos que los imaginaron en los años cincuenta, Gerard Kuiper y Jan Oort.

El cinturón de Kuiper

Los cometas de corto período provienen del cinturón de Kuiper, una región situada en el
plano del sistema solar, más allá de la órbita de Neptuno. Este cinturón probablemente
comienza hacia treinta unidades astronómicas (la distancia Tierra-sol) y se extiende hasta
centenas de unidades astronómicas.

Consideramos que contiene más de 200 millones de pequeños cuerpos helados


susceptibles de convertirse en cometas. Ciertos astrónomos piensan que Tritón, Plutón y
Caronte son objetos de este cinturón, que simplemente se distinguen por el tamaño
excepcional y su órbita.

Son las perturbaciones gravitacionales engendradas por los planetas gigantes que de
cuando en cuando modifican la órbita de uno de estos cuerpos y ponen en marcha un
cambio de trayectoria hacia el Sol.

Observaciones bastante recientes

En los años noventa, los progresos en la observación astronómica permitieron fotografiar


los primeros cuerpos pequeños situados más allá de Neptuno, y que poseían órbitas
circulares (lo que los distingue de los cometas habituales).

Estas observaciones confirmaron la existencia del cinturón de Kuiper, que era hasta
entonces sólo una hipótesis.
Las observaciones desde el suelo sólo podían revelar objetos bastante luminosos, así
pues, masivos. Es el telescopio espacial Hubble quien, en 1994, observó por primera vez
cuerpos de dimensiones más pequeñas, de pocos kilómetros a veces.

La nube de Oort

Para los cometas de periodo largo, la reserva es la nube de Oort. Ésta se extiende sobre
distancias entre 30.000 y 100.000 unidades astronómicas, y debe contener centenas de
miles de millones de objetos.

En estas regiones alejadas, los núcleos de cometas se encuentran en una fracción no


despreciable de la distancia que nos separa de las estrellas más próximas. Estas últimas
van, así pues, a provocar perturbaciones gravitacionales que pueden conducir un cuerpo
de la nube de Oort a precipitarse hacia el interior del sistema solar.

La nube de Oort está probablemente formada de objetos eyectados en las primeras horas
del sistema solar por fenómenos como la resonancia con los planetas gigantes. Los
cuerpos del cinturón de Kuiper, por contra, probablemente se formaron en el mismo
lugar.

Los asteroides

El sistema solar no está únicamente constituido por planetas y satélites. También


contiene una multitud de cuerpos de dimensión más reducida, asteroides y cometas, así
como pequeñas partículas llamadas meteoroides

Lo que distingue los dos primeros grupos no es el tamaño, sino más bien la distancia al
Sol y la composición. Los asteroides se encuentran dentro de la órbita de Júpiter y están
formados por rocas, mientras que los cometas generalmente se encuentren en regiones
mucho más retiradas y están constituidos por hielos y polvos.

Los asteroides
En 1801, el astrónomo siciliano Guiseppe Piazzi descubrió un astro desconocido que se
desplazaba en el cielo y debía, pues, formar parte del sistema solar. Se estableció
rápidamente que este cuerpo, hoy conocido bajo el nombre de Ceres, orbitaba a una
distancia aproximada de 2,8 unidades astronómicas del Sol, o sea 410 millones de
kilómetros, entre Marte y Júpiter.

Este descubrimiento fue seguido rápidamente de otros: Pallas en 1802, Juno en 1804 y
Vesta en 1807. A partir de la segunda parte del siglo XIX, el número de observaciones de
cuerpos de este tipo aumentó muy rápidamente. Conocemos ahora millares, y los
planetólogos consideran que allí existen 100.000 suficientemente brillantes para un día
poder ser observados desde la Tierra.

En la inmensa mayoría de los casos, la órbita de los asteroides se encuentra comprendida


entre las de Marte y Júpiter, más precisamente entre 2 y 3,5 unidades astronómicas, en lo
que se llamó el cinturón de asteroides.

El tamaño de estos objetos varía entre varios centenares de kilómetros, para algunos
especímenes raros como Ceres, y un valor del orden de 10 metros (bajo este límite
máximo se hablará más bien de meteoroide). Son cuerpos de forma irregular constituidos
de rocas y metales como los planetas telúricos.

El origen de los asteroides: la resonancia


La primera hipótesis en cuanto al origen de los asteroides fue la explosión de un planeta
situado entre Marte y Júpiter, del cual estos pequeños cuerpos serían el residuo. Esta idea
ha sido, sin embargo, abandonada, porque la masa total de los asteroides permitiría
reconstruir sólo un planeta muy pequeño, con un diámetro apenas de la mitad del de la
Luna.

Hoy los planetólogos piensan que los asteroides son cuerpos que no consiguieron
aglomerarse para formar un planeta a causa de la influencia de Júpiter.

Un indicio a favor de esta teoría es la presencia de agujeros en la distribución de las


órbitas del cinturón de asteroides. En efecto, las órbitas donde el período de revolución
sería igual a una fracción simple de la de Júpiter, por ejemplo, la mitad o el tercio, están
vacías.

Imagine, por ejemplo, un cuerpo en órbita alrededor de Sol con un período la mitad de el
de Júpiter. Cada vez que el planeta hace dos vueltas, se encuentra entre el Sol y Júpiter
en una configuración completamente idéntica. La atracción gravitacional del planeta
gigante va, pues, a actuar con la misma fuerza, y sobre todo en la misma dirección. Es
esta repetición y esta acumulación de efectos exactamente idénticos que acaba por tener
una influencia consecuente sobre el objeto: un cambio de trayectoria y de período de
revolución.

Tal fenómeno sólo puede producirse si hay acumulación regular de una fuerza idéntica
durante un período muy largo, por tanto, si el período del objeto y el de Júpiter están en
una relación simple, por ejemplo, la mitad. Es este fenómeno, llamado resonancia, que
explica los agujeros en la distribución actual de las órbitas de asteroides.

Es el fenómeno de resonancia probablemente el responsable de la ausencia de un quinto


planeta telúrico entre Marte y Júpiter. En efecto, los planetas se formaron hace 4,6 mil
millones de años por la aglomeración de polvo en pequeños cuerpos
llamados planetesimales, que a su vez se reagruparon para formar cuerpos masivos.

Al nivel del futuro cinturón de asteroides, una gran parte de los planetesimales estaba en
resonancia con Júpiter, el planeta más masivo del sistema solar, y acabó, pues, por
expulsarlos de esta zona. Esto explica que no hay el quinto planeta telúrico, sino
únicamente una multitud de pequeños cuerpos cuya masa total es relativamente baja.

Fuera del cinturón


Si la gran mayoría de los asteroides habita el cinturón entre Marte y Júpiter, hay
algunas excepciones notables. Algunos visitan a veces las regiones situadas dentro de
la órbita de Marte (el grupo de asteroides Amor) o de la Tierra (el grupo Apolo).
Algunos residen permanentemente dentro de la órbita terrestre (el grupo Atón)
.
Al contrario, existen asteroides que pasan la mayor parte de su tiempo más allá de
Saturno, por ejemplo, Quirón. También encontramos asteroides, llamados planetas
troyanos, que siguen la misma órbita que Júpiter, pero con anticipación o retraso de
60 grados con relación al planeta (sobre los puntos de Lagrange). Una cincuentena de
planetas troyanos ha sido observada, pero hay probablemente muchos más.

Los meteoroides

Además de los asteroides, el sistema solar está poblado de innumerables cuerpos de


dimensión más reducida, de menos de 10 metros de diámetro para fijar las ideas,
llamados metoroides. (La definición más aceptada actualmente se propuso en 1995 y
determina que el tamaño de los meteoroides está en un rango entre 0,1 mm y 10 m. Si el
tamaño es mayor, se denomina asteroide; y cualquiera más pequeño es considerado
polvo interplanetario).

Dada su baja dimensión, estos cuerpos son completamente invisibles desde la Tierra. No
se pone de relieve su existencia hasta que uno ellos penetra en la atmósfera terrestre, se
recalienta a causa de la fricción con ésta, a una altitud de un centenar de kilómetros, y
termina por consumirse.
Este fenómeno da lugar a un rastro luminoso llamado meteoro o estrella fugaz, una de
las atracciones del cielo nocturno.

Cuando el meteoroide no es consumido completamente por su paso en la atmósfera, un


residuo llamado meteorito puede alcanzar la superficie terrestre. Cuando este residuo es
de tamaño considerable, lo que es afortunadamente raro, el impacto sobre la superficie es
muy violento y da lugar a un cráter.

Aunque muy numerosos sobre astros como Mercurio o la Luna, los cráteres meteoríticos
son muy raros sobre la Tierra a causa de la erosión y de la tectónica de placas. El
ejemplo más conocido es probablemente Barringer Meteor Crater en Arizona, de más un
kilómetro de diámetro, creado hace alrededor de 49.000 años por un meteoroide de una
cincuentena de metros de diámetro.

Un origen diverso

La inmensa mayoría de los meteoritos están constituidos de pedazos de asteroides o de


cometas, pero algunos tienen un origen más asombroso.

Meteoritos que poseen una composición idéntica a las rocas procedentes de la Luna han
sido descubiertos, que probablemente provienen, pues, de nuestro satélite.

Más asombroso aún, una decena de meteoritos encontradas en la Antártida presentan una
composición química similar a la que los planetólogos esperan encontrar en las rocas
marcianas, conteniendo rastros de los gases de la atmósfera del planeta rojo. Se trata
probablemente de rocas marcianas expulsadas hace 180 millones de años en una enorme
erupción volcánica

Composición
La mayoría de los meteoroides están formados de rocas, algunos están constituidos de
hierro o, más raramente, de una mezcla de los dos. Durante su existencia, sufren
generalmente colisiones y fusiones que modifican su estructura y composición química.

Algunos meteoritos raros encontrados a la superficie de la Tierra, llamados condritas


carbonosas, no presentan, sin embargo, ningún rastro de cualquier modificación. El
ejemplo más famoso es el meteoroide de Allende, que estalló sobre México en 1969 y
diseminó cerca de 5 toneladas de rocas sobre varios centenares de kilómetros cuadrados.
Este tipo de meteorito representa una fuente de información muy valiosa sobre la
composición del sistema solar en su formación
Heliosfera y Heliopausa

Se llama heliosfera a la región de la Vía Láctea que se encuentra bajo la influencia del
campo magnético del Sol y del viento solar. Su límite exterior se llama heliopausa.
Dentro de la burbuja magnética de la Heliosfera se encuentran todos los planetas de
nuestro Sistema Solar, además de Plutón, casi todos los planetas menores, los asteroides
y la mayoría de los cometas.
La Heliosfera no se debe confundir con la Esfera de Hill, que es el límite de inluencia de la
gravedad solar y que llega hasta las 230.000 UA del Sol; es decir, una esfera cuyo radio
es 2.000 veces el de la Heliosfera.
La Heliopausa es el punto donde el viento solar se une al medio interestelar o al viento
solar procedente de otras estrellas.

El viento solar es un chorro de partículas ionizadas que salen de la corona y del campo
magnético del Sol. Al principio viaja muy rápido, a casi 800 kilómetros por segundo, y llega
a la órbita terrestre en menos de 5 días. Al sobrepasar la órbita de Neptuno encuentra las
primeras partículas del medio interestelar y empieza a reducir su ímpetu, cada vez más.
La capa que separa a la heliopausa del frente de choque de terminación se
llama heliofunda. El frente de choque de terminación (Termination Shock, en inglés) es la
región más o menos esférica alrededor de una estrella donde la velocidad del viento
estelar se reduce todavía mas, al chocar con el medio interestelar. La densidad de
partículas aumenta y el viento solar se comprime, formando una "funda" con turbulencias.
La Heliopausa, por tanto, es un límite teórico, circular o en forma de lágrima, que señala el
alcance máximo de influencia magnética del Sol.
Más allá de la heliopausa debería haber un arco de choque (Bow Shock, en inglés)
causado por la presión de la heliosfera contra el medio interestelar. De momento esta es
una estructura teórica que no se ha podido comprobar
La Heliopausa señala la frontera entre el Sistema Solar y el espacio interestelar. Se
encuentra a algo más de 110 veces la distancia de la Tierra al Sol (110 Unidades
Astronómicas, UA), unos 16.000 millones de kilómetros. Algunos cometas, sin embargo,
atraviesan este límite, ya que sus órbitas son muy excéntricas, extendiéndose hasta
50.000 UA, o más.
Las naves Voyager 1 y Voyager 2 exploraron la Heliopausa en 2004 y 2007,
respectivamente. La Voyager 1 abandonó la Heliosfera y llegó al espacio interestelar,
oficialmente y según la NASA, el 25 de agosto de 2012, unos días antes de cumplirse los
35 años de su lanzamiento.
En agosto de 2018 la nave New Horizons observó una luz ultravioleta mientras se
acercaba a la zona de la Heliopausa. Se cree que esta "pared" ultravioleta está formada
por átomos de hidrógeno interestelar que disminuyen su velocidad y se acumulan al llegar
al límite de la Heliosfera.

En agosto de 2018 la nave New Horizons observó una luz ultravioleta mientras se
acercaba a la zona de la Heliopausa. Se cree que esta "pared" ultravioleta está formada
por átomos de hidrógeno interestelar que disminuyen su velocidad y se acumulan al llegar
al límite de la Heliosfera.

VIENTO SOLAR
El Viento Solar es un fenómeno caracterizado por la emisión de gas compuesto por una
serie de partículas dotadas de carga eléctrica, principalmente de los núcleos de átomos
de hidrogeno con una alta carga energética que puede alcanzar los 100 keV, aunque
también incluyen núcleos de átomos de helio así como electrones. Estos iones se originan
en la corona solar, superficie que puede alcanzar unos dos millones de grados
centígrados, en puntos donde el campo magnético es débil.

Este fenómeno astronómico se produce en forma de ciclos conocidos como ciclo de


actividad solar que tiene una duración aproximada de unos once años y se encuentra
regulado por los campos magnéticos del sol, en ellos que alternan épocas de una gran
actividad solar con otras en la que disminuye tanto la frecuencia como la intensidad de las
mismas.

Las partículas que integran el viento solar son capaces de viajar a través del espacio a
velocidades que oscilan los 450 kilómetros por segundo, con lo que pueden llegar a la
tierra en un lapso de 3 a 5 días. Este viento se trasmite en el espacio como una onda
expansiva que puede alcanzar la superficie de los distintos planetas y propagarse más
allá de los límites de nuestro sistema solar, llevando consigo el campo magnético solar así
como una importante cantidad de materia de su superficie. El área total del espacio que
puede ser alcanzada por el viento solar se denomina heliosfera y se estima que llega
mucho más allá del planeta Plutón, el último de nuestro sistema solar.

En el caso de la tierra, la atmosfera terrestre es capaz de detener las partículas del viento
solar dando así origen a fenómenos como las auroras boreales en el hemisferio norte y
australes en el hemisferio sur. Esto se debe al choque de las partículas que integran el
viento solar con el campo magnético de los polos de la tierra, quedando atrapadas en el
mismo y pasando a una parte de la atmosfera conocida como ionosfera en donde el
contacto con los gases que la integran da origen a la emisión de luz que caracteriza a las
auroras.

El viento solar tiene un efecto directo sobre el campo magnético terrestre, siendo capaz
de dar origen a fenómenos como la tempestad magnética, hecho que puede originar
interferencia con las comunicaciones de radio, así como afectar el normal funcionamiento
de equipos como los satélites localizados sobre la órbita terrestre.

Estas emisiones solares son capaces de disminuir la atmosfera de planetas que tienen un
bajo campo magnético, también llamado magnetosfera, llegando a eliminarla por
completo. El ejemplo más característico de este fenómeno es Mercurio, el planeta más
cercano al sol que recibe el mayor impacto de los viento solares, nuestra luna también
carece de campo magnético y por ende de atmósfera.
LEY DE TITIUS-BODE:
La Ley de Titius-Bode surgió hace dos siglos cuando algunos astrónomos se dieron
cuenta de que la distancia de los planetas al sol se podía relacionar con su posición
mediante una sencilla expresión matemática:

d = (3·n+4) / 10

Esta sucesión permite predecir con una precisión difícil de creer la posición de cada
planeta en el sistema solar:

Planeta n Distancia ley Titius-Bode Distancia real


Mercurio 0 0,4 0,39
Venus 1 0,7 0,72
Tierra 2 1,0 1,00
Marte 4 1,6 1,52

El problema era que para Júpiter el valor de n debía ser 16 (2⁴), es decir, que para que la
ley de pudiera cumplir era necesario que hubiera un planeta entre Marte y Júpiter. Más
tarde se descubrió Ceres, objeto principal del cinturón de asteroides, en la posición en la
que predecía la ley de Titius-Bode. A estas alturas la ley también había sido capaz de
predecir la posición de Neptuno.

Más tarde se ha observado que también se cumple para los satélites principales de
Júpiter y Saturno.

Si se trata de una cadena de casualidades o esta ley tiene algún significado sigue siendo
a día de hoy objeto de debate.

Ahora un estudio intenta relacionar la ley de Titius-Bode con 5 sistemas


exoplanetarios: Gliese 581, Kepler 11, HD 10180, 55 Cnc, y Gliese 876
Los resultados son que Kepler 11 y HD 10180 cumplen la ley de Bode considerablemente
bien (Kepler 11 puede cumplirla mejor incluso si existen algunos planetas más a su
alrededor). Gliese 876 también da bastante seguridad, de los 4 planetas que conocemos,
3 se ajustan perfectamente a la ley y sólo es necesario suponer que existen algunos
planetas más que no hemos descubierto para que este sistema cumpla la ley igual de
bien.
Existen más dudas en cuanto a los sistemas de Gliese 581 y 55 Cnc, en los que es
necesario suponer que existen varios planetas más para que cumplan la ley.
Curiosamente, de los tres planetas que serían necesarios en Gliese 581, dos están muy
cerca de los que se anunciaron el pasado mes de Octubre pero no se han confirmado.
Si los resultados de este estudio son correctos podría existir un un planeta entre Gliese
581 b y c y otros dos entre c y d. Concretamente en las posiciones de f y g.

PLANETAS EXTRASOLARES:
Se denomina planeta extrasolar o exoplaneta a un planeta que orbita una estrella
diferente al Sol -es decir hablamos de otra estrella- y que, por tanto, no es perteneciente a
nuestro Sistema Solar. En 1995 Michel Mayor y Didier Queloz descubrieron mediante
métodos de detección indirectos el primer planeta extrasolar orbitando una estrella
perteneciente a la secuencia de la secuencia principal -diagrama HR-. Desde entonces se
han sucedido en ritmo muy creciente los descubrimientos de estos nuevos planetas.
La mayoría de planetas extrasolares conocidos son gigantes gaseosos igual o más
masivos que el planeta Júpiter, con órbitas muy cercanas a su estrella y períodos orbitales
muy cortos, también conocidos como Júpiteres calientes. Se cree que esta tendencia de
planetas supermasivos es un poco resultado del método actual de detección, que
encuentran más fácilmente planetas de este tipo que planetas terrestres más pequeños.
Con todo este panorama, los exoplanetas comparables al nuestro empiezan a ser
detectados, conforme las capacidades de detección actuales, nuevas tecnologías
aplicadas, nuevos instrumentos en órbita y el tiempo de estudio va en continuo
crecimiento.
Desde mediados de la década de 1990, cuando fue descubierto el primer planeta
alrededor de una estrella parecida al Sol, los astrónomos han amasado lo que ahora es
una gran colección de exoplanetas: casi 3500 han sido confirmados hasta la fecha. En un
nuevo estudio dirigido por Caltech, los investigadores han clasificado estos planetas de
modo muy parecido a cómo los biólogos identifican nuevas especies animales y con ello
han aprendido que la mayoría de los exoplanetas encontrados caen en dos grupos claros
de tamaños: los planetas rocosos como la Tierra y grandes minineptunos.
“Es una revisión importante en el árbol familiar de los planetas, análoga al descubrimiento
de que los mamíferos y los lagartos son ramas distintas del árbol de la vida”, explica
Andrew Howard (Caltech). En esencia, su investigación muestra que nuestra galaxia tiene
una fuerte preferencia por dos tipos de planetas (dejando de lado los gigantes gaseosos):
planetas rocosos de hasta 1.75 veces el tamaño de la Tierra y mundos minineptunos
rodeados de gas, que tienen de 2 a 3.5 veces el tamaño de la Tierra (es decir, son algo
más pequeños que Neptuno). Nuestra galaxia rara vez produce planetas con tamaños
entre estos dos grupos.
“En el Sistema Solar no hay planetas con tamaños entre el de la Tierra y Neptuno”,
explica Eirk Petigura (Caltech). “Una de las grandes sorpresas de Kepler es que casi
todas las estrellas tienen por lo menos un planeta mayor que la Tierra pero menor que
Neptuno. Realmente nos gustaría saber cómo son estos misteriosos planetas y por qué
no tenemos de ellos en nuestro Sistema Solar”.
La causa de esta ausencia no está clara pero los científicos sugieren dos explicaciones
posibles. La primera se basa en la idea de que a la naturaleza le gusta crear muchos
planetas aproximadamente del tamaño de la Tierra. Algunos de esos planetas, por
razones no bien conocidas, acaban adquiriendo suficiente gas como para “saltar el hueco”
y convertirse en minineptunos gaseosos.

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