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Las llamadas siete cartas no son cartas reales.

Están de tal modo formalizadas que funcionan como


proclamación profética a las iglesias. La fórmula introductoria «así dice» tiene en griego un sabor arcaico.
Fue usada como fórmula introductoria por los profetas hebreos (250 veces en los LXX). La fórmula
servía también de introducción a los oráculos divinos griegos y especialmente a los edictos reales de la
corte persa y de los emperadores o magistrados provinciales romanos. Podemos encontrar también esa
locución en las supuestas cartas reales. Por tanto, hemos de concebir los siete mensajes como edictos
reales u oráculos divinos en forma de carta. Siguiendo una estructura cuidadosamente diseñada, cada
mensaje se ciñe a un modelo retórico compuesto de los siguientes elementos:

1. Orden de escribir;
2. Fórmula profética del mensajero (tade legei: «así dice») y caracterización del portavoz, en este caso
Jesucristo;
3. Elementos y secuencia de la sección «Conozco»:
a. descripción de la situación («Conozco que ... »),
b. censura («pero he de echarte en cara ... »),
c. orden de arrepentirse,
d. dicho profético-revelatorio («mira ... »),
e. promesa de la pronta venida de Cristo,
f. exhortación (mantenerse firmes);
4. La llamada a la escucha va dirigida a todos los miembros de las iglesias, no a una iglesia determinada;
5. La promesa escatológica a quienes consigan mantenerse firmes va dirigida una vez más a una
amplia audiencia, no sólo a la comunidad destinataria del mensaje.

A pesar de su uniformidad estructural, los siete mensajes proféticos no son repetitivos o monótonos,
pues ofrecen variaciones. Cuatro de ellos contienen alabanza y censura; dos comunidades reciben
sólo alabanzas; una es censurada sin más.

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Las llamadas siete cartas no son cartas reales. Están de tal modo formalizadas que funcionan como
proclamación profética a las iglesias. La fórmula introductoria «así dice» tiene en griego un sabor arcaico.
Fue usada como fórmula introductoria por los profetas hebreos (250 veces en los LXX). La fórmula
servía también de introducción a los oráculos divinos griegos y especialmente a los edictos reales de la
corte persa y de los emperadores o magistrados provinciales romanos. Podemos encontrar también esa
locución en las supuestas cartas reales. Por tanto, hemos de concebir los siete mensajes como edictos
reales u oráculos divinos en forma de carta. Siguiendo una estructura cuidadosamente diseñada, cada
mensaje se ciñe a un modelo retórico compuesto de los siguientes elementos:

l. Orden de escribir;
2. Fórmula profética del mensajero (tade legei: «así dice») y caracterización del portavoz, en este caso
Jesucristo;
3. Elementos y secuencia de la sección «Conozco»:
a. descripción de la situación («Conozco que ... »),
b. censura («pero he de echarte en cara ... »),
c. orden de arrepentirse,
d. dicho profético-revelatorio («mira ... »),
e. promesa de la pronta venida de Cristo,
f. exhortación (mantenerse firmes);
4. La llamada a la escucha va dirigida a todos los miembros de las iglesias, no a una iglesia determinada;
5. La promesa escatológica a quienes consigan mantenerse firmes va dirigida una vez más a una
amplia audiencia, no sólo a la comunidad destinataria del mensaje.

A pesar de su uniformidad estructural, los siete mensajes proféticos no son repetitivos o monótonos,
pues ofrecen variaciones. Cuatro de ellos contienen alabanza y censura; dos comunidades reciben
sólo alabanzas; una es censurada sin más.

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