PIERRE DE CHARENTENAY

LA IGLESIA FRENTE A LA PEDOFILIA

Tras Estados Unidos al principio de los años 2000, Europa pasa a ser
el escenario de un tsunami mediático respecto a la pedofilia de sacer-
dotes de la iglesia católica. Las víctimas salen a la luz mucho tiempo
después de los hechos, y es difícil saber si surgirán nuevas revelacio-
nes. Pero el escándalo mediático pone en evidencia viejos traumas que
se han hecho insoportables. Es necesario hablar aún después de un
largo silencio. Aunque la prescripción cubra estos hechos, el trauma-
tismo perdura tanto para la víctima como para la iglesia. Durante lar-
go tiempo, preocupada por el futuro de sus sacerdotes y para prote-
ger su honor, la iglesia tiende en adelante la mano a las víctimas. Ha
dado consignas claras a todo el mundo e intenta recuperar la calma
anterior. La relectura de este período doloroso requiere interrogarse
sobre las circunstancias de las revelaciones de estos hechos, sobre la
manera de manejarlos y sobre la transparencia con la que abordarlos.

L’église face à la pédophilie, Études 413 (2010) 175-186.

Preguntas sobre la bién exigible a los media, procu-

transparencia
La transparencia es indispensa-
ble en esta clase de asuntos. Duran-
te decenios, no ha sido el criterio
de la iglesia que, por el contrario,
quería ocultar estos actos. Las ins-
tituciones eclesiales deberán tener
ahora un lenguaje claro y renun-
ciar a todo disimulo. Sería desea-
ble que se aplicara el mismo crite-
rio a todas las instituciones donde
la pedofilia pueda existir. La trans-
parencia exigiría asimismo que no
se haga una amalgama entre las di-
ferentes edades, niños o casi ado-
lescentes, y todos los actos, desde
tocamientos hasta violaciones. La
gravedad de los hechos no es la
misma. La transparencia es tam-
rando no manipular una materia
tan sensible para las personas.
Más allá de la petición de trans-
parencia, está la cuestión de hasta
dónde debemos llegar en la bús-
queda de la verdad. Es bien sabido
que la voluntad de saber puede
también ser perversa con respecto
a las intenciones escondidas, la
destrucción del objeto o la perso-
na en cuestión. No hay nada más
destructor que un discurso abstrac-
to. Arroja sospechas en todas di-
recciones afectando la vida de las
personas. ¿Quién vendrá a reparar
los errores cometidos en el diag-
nóstico?
La transparencia debe también
ser concreta, teniendo en cuenta
los contextos culturales. Las cues-
3
tiones sexuales no se abordan de
la misma manera en las diferentes
culturas. Se es más prolijo en el
ámbito de los Estados Unidos,
mientras que los franceses tende-
rán a tener una moral sexual más
libre, pero de la que no hablarán.
Muchas víctimas francesas no que-
rrán expresarse a causa de un sen-
timiento de vergüenza que no tie-
nen los anglosajones. ¿Hay que
obligarles a hablar? ¿Cuál es en-
tonces la exigencia de transparen-
cia? Hay que considerar separada-
mente los casos de los diferentes
países para evitar cometer errores
de evaluación.
El drama americano
Empezaremos por los Estados
Unidos que fue el país más tocado.
Se sabe por el Rapport John Jay
de 2004 que los abusos sexuales
comenzaron a aumentar en los
años 60. Una nueva cultura de la
tolerancia y una debilitación de la
moral tradicional pueden explicar
este desarrollo. La cifra más alta
se alcanza en los años 70 y dismi-
nuye notablemente en los años 80
y 90 para volver al nivel de los años
50. Pero las victimas no hablaron
inmediatamente.
Los casos de abusos sexuales
llegaron a la atención del público
americano a mediados de los años
80, con un proceso que se desa-
rrolló en la ciudad de Lafayette
(Louisiane). Desde aquel tiempo
las compañías de seguros han di-
cho a los obispos que sus pólizas
4 Pierre de Charentenay
de seguros no podrían cubrir las
indemnizaciones de tales proce-
sos. Antes de 1985, pocos obispos
americanos sabían cómo enfren-
tarse a estas cuestiones. Desde el
inicio, subestimaron la gravedad y
la extensión del problema. Tendían
a creer al sacerdote cuando prome-
tía que no recaería más. Y lo reen-
viaban a otro ministerio. Llenos de
compasión por los pastores, olvi-
daban proteger su rebaño. Había
que mantener en secreto estos he-
chos a fin de no escandalizar a los
fieles.
Entre 1985 y 1992, los obispos
son iniciados en todos estos pro-
blemas por los expertos. Ciertos
obispos explican a sus colegas los
errores que ellos cometieron y los
presionan para que no los repitan.
En 1992, la Conferencia de los
obispos americanos adoptó una se-
rie de directivas para afrontar los
abusos sexuales. El cardenal de
Boston, Bernard Law, se opuso a
estas reglas, como hicieron otros
obispos. Estas directivas no eran
obligatorias y permitían la posibi-
lidad a un sacerdote abusador de
volver a su ministerio según el cri-
terio de los psicólogos que lo hu-
biesen tratado. Los múltiples es-
cándalos de Boston demuestran
que estas directivas no obligatorias
eran insuficientes.
Antes de 1993 sólo un tercio de
las víctimas se había dado a cono-
cer a las diócesis: las víctimas no
querían que su familia supiera que
habían sufrido abusos. Pero las re-
velaciones mediáticas han impul-
sado a las víctimas a darse a cono-
cer. Dos tercios lo han hecho
desde 1993, de los cuales la mitad
entre 2003 y 2004.
Esta ola de revelaciones había
estado precedida, en 2002, en Da-
llas, por una intervención de la
Conferencia episcopal americana
que impuso directivas prescribien-
do tolerancia cero para estos abu-
sos, información a la policía y un
programa de protección de los ni-
ños en cada diócesis. A partir de
ahí ningún sacerdote culpable de-
bía volver al ministerio. En la ma-
yor parte de los casos debía ser
despedido del sacerdocio. Las re-
glas de Dallas exigían un comité
de laicos en cada diócesis para exa-
minar las acusaciones contra los
sacerdotes que estaban suspendi-
dos de su ministerio durante la in-
vestigación. Las reglas eran tan se-
veras que fueron criticadas por
numerosos sacerdotes por consi-
derar que les colocaban bajo sos-
pecha a priori. Temían que acusa-
ciones falsas pudieran hacerles
culpables si no podían probar su
inocencia. Esta breve historia per-
mite calibrar la importancia del fe-
nómeno: en Estados Unidos unos
5.000 sacerdotes, el 4% del clero,
son responsables de alrededor de
13.000 abusos sexuales en un pe-
ríodo de cincuenta años.
Defensa y sanciones
americanas
En su defensa, los prelados
americanos pensaron que la crisis
desaparecería en pocos meses. Pe-
ro esperar que pase la tormenta no
es una buena estrategia en este ca-
so. También es una mala defensa
subrayar que en Estados Unidos
cada año hay entre 90.000 y
150.000 casos de abusos sexuales
a menores, la mayor parte en el se-
no de las propias familias. Pues la
falta de unos no excusa la de los
otros.
Finalmente, los obispos ameri-
canos se excusaron alegando igno-
rancia sobre la gravedad de los he-
chos. El cardenal Law fue el único
obligado a dimitir. La mayoría de
obispos involucrados en este asun-
to antes de 1992 están hoy jubila-
dos.
Para los sacerdotes, las sancio-
nes han sido claras a partir de
2002. El culpable era retirado del
ministerio e incluso podía ser sus-
pendido del sacerdocio. La distin-
ción es importante. No siempre la
reducción al estado laical es la me-
jor solución, en la medida que la
persona queda fuera de control, lo
que no ocurre si sigue en un mo-
nasterio o en una actividad cono-
cida y controlada. Sin embargo, la
suspensión del sacerdocio puede
ser significativa para las víctimas,
a fin de que sepan que la reacción
de las diócesis es firme y sin com-
placencias.
Otro aspecto de las sanciones
es el financiero. En el sistema ju-
rídico americano los jueces pue-
den dictar indemnizaciones con-
siderables a petición de los
abogados. Se han efectuado pagos
La Iglesia frente a la pedofilia 5
desde los años 2000. En 2009, las
diócesis americanas habían paga-
do un total de 2,6 miles de millo-
nes de dólares vinculados a abu-
sos cometidos desde los años 50.
A consecuencia de estos pagos,
siete diócesis se han visto obliga-
das a presentar suspensión de pa-
gos, lo cual permite que el pago de
indemnizaciones sea proporcional
a las capacidad reconocida de ca-
da diócesis.
Un abogado americano quiso
llegar hasta Roma para hacer pa-
gar al Vaticano por no haber dic-
tado sanciones contra los obispos.
Con este motivo se inició una po-
lémica para saber si el cardenal Ra-
tzinger había estado al corriente de
estos casos.
El tiempo de Europa
La tempestad ha llegado a Eu-
ropa con retraso. Cultura del se-
creto, desinterés de la prensa, va-
cilación de las víctimas, todo ha
podido influir. Pero el 2010 queda-
rá como el año de las revelaciones
en diversos países europeos.
Irlanda es un caso muy parti-
cular a causa de las funciones de
la iglesia en el ámbito de la educa-
ción especializada tanto de niños
difíciles como de huérfanos, que
el estado había puesto en manos de
la iglesia. El estado además había
confiado a la iglesia el 92% de las
escuelas primarias y el 70% de las
secundarias. Este país ha manteni-
do una civilización católica pre-
6 Pierre de Charentenay
Vaticano II durante mucho tiempo,
en el que no se ha educado ni la
conciencia individual ni la liber-
tad. Circulan narraciones de lo
más extravagante sobre hechos pe-
dófilos. Pero los sacerdotes son
siempre bien tratados, en tanto que
las víctimas son olvidadas. La igle-
sia irlandesa se ha hundido en la
negación durante años. En 2002 se
llegó a un acuerdo con el gobierno
para indemnizar a los niños obje-
to de abusos. Dieciocho congrega-
ciones religiosas debían pagar 128
millones de euros, lo que les per-
mitiría escapar de procesos judi-
ciales.
Con la llegada de Mons. Diar-
mund Martin como arzobispo de
Dublín, en sustitución del cardenal
Connell, en abril del 2004, se es-
tableció una cooperación entre la
iglesia y el gobierno que ha condu-
cido a dos informes. El informe
Ryan, hecho público en mayo del
2009, trataba de las escuelas y ele-
vaba a 2.000 el número de niños
objeto de abusos entre 1930 y
1990. El informe Murphy, publi-
cado en noviembre del 2009, estu-
diaba la situación de la diócesis de
Dublín, y atribuía 440 víctimas a
46 sacerdotes culpables. Las san-
ciones son financieras, pero cinco
obispos han tenido que dimitir por
su silencio ante esta crisis.
En Alemania se dieron directi-
vas en un documento de la Confe-
rencia episcopal de septiembre del
2002. Pero las revelaciones más
graves son recientes. Así, el rector
del colegio de los jesuitas de Ber-
lín, habiendo tenido conocimiento
de varios casos de abusos sexuales
entre los años 1975-1983, ha con-
tratado a un jurista para seguir es-
te asunto y ha escrito a todos los
antiguos alumnos solicitando a las
víctimas que se den a conocer. Es-
ta iniciativa no ha sido apreciada
en todas partes, pero se había he-
cho necesaria porque las víctimas
querían ser atendidas. Unas 120
víctimas se manifestaron entonces,
provocando una nueva tempestad
mediática. Las acusaciones se han
multiplicado con respecto a escue-
las católicas, incluyendo el liceo
benedictino de Etta en Baviera o
la escuela de primaria de la cate-
dral de Ratisbona. Frente a esta
nueva ola de revelaciones, el epis-
copado alemán publicaba una car-
ta muy firme el 27 de enero de
2010, reafirmando su voluntad de
reforzar la prevención. Los deba-
tes tratan ahora de eventuales com-
pensaciones financieras.
En Bélgica, desde 1997 la con-
ferencia episcopal había formado
una comisión independiente diri-
gida por un laico, Peter Adriaens-
sens, para permitir a las víctimas
hablar y llevar su caso ante la jus-
ticia. En 2002, el ministerio de jus-
ticia adjuntó a esta comisión dos
magistrados, lo que representa un
fuerte apoyo para las víctimas. En
mayo del 2010, el nuevo arzobispo
de Bruselas, Mons. Léonard, rei-
tera su llamada a todas las vícti-
mas para que se manifiesten. El
asunto ha tenido una gran resonan-
cia pues el obispo de Bruges ha te-
nido que dimitir por hechos anti-
guos. Después de la exhortación
de Mons. Leonard, 270 víctimas
se han manifestado. Aun cuando
los casos hayan prescrito, la igle-
sia quiere continuar escuchando.
Éste es uno de los temas tratados
con el papa en ocasión de la visita
ad limina de mayo de 2010.
Recientemente otros casos se
han hecho públicos en otros países
de Europa: en Holanda con 200 ca-
sos, el presidente de la conferencia
episcopal, Mons. Adrianus van
Luyn, ha solicitado el 8 de marzo
de 2010 una investigación indepen-
diente.
En Francia es difícil tener in-
formaciones pues nunca se ha he-
cho una llamada a las víctimas.
Oficialmente se han registrado una
treintena de casos. El episcopado
publicó un texto en 1998 y una de-
claración en noviembre del 2000.
La condena del abate Bissey en el
2000 ha servido de alerta. La con-
dena de Mons. Pican en 2001 por
la justicia civil por su silencio en
un asunto de su diócesis fue un im-
pacto serio para los obispos. Pero
la carta del cardenal Darío Castri-
llón de Hoyos felicitándole por ha-
ber guardado silencio ha perturba-
do los espíritus, pues iba contra el
principio afirmado de remitirse a
la justicia de los hombres.
En 2002, un documento titula-
do “Luchar contra la pedofilia” fue
difundido ampliamente por la con-
ferencia de los obispos de Francia.
Hace diez años que la iglesia está
muy vigilante. Se han conocido re-
cientemente casos en Reims,
Rouen, Sens, Montpellier, Angou-
La Iglesia frente a la pedofilia 7
lême y La Reunion que han sido
objeto de seguimiento. Pero, ¿qué
pasa con los años 70, 80 y siguien-
tes? ¿Se trata de que nuestro siste-
ma de educación, la posición mi-
noritaria de la iglesia, su estructura
han reforzado los vínculos entre los
sacerdotes y la comunidad, por una
parte, y el obispo, por otra? El re-
sultado parece ser que se han co-
nocido algunos casos en ciertas
diócesis sin que haya habido la
multitud de casos declarados en
otros países.
Los obispos europeos se en-
cuentran pues a su vez cogidos en
la tormenta. Han reaccionado mu-
cho más rápidamente que en Esta-
dos Unidos y con una actitud más
activa. Ya habían dado consignas
a finales de los años 90 aunque no
tuvieron un efecto aparente. El
tiempo de la crisis ha llegado más
tarde a Europa. Los americanos
pasaron la prueba entre 2003 y
2004. En Europa ha sido el 2010
el año de la revelación mediática
de la pedofilia. Las sanciones ya
se han producido y son recientes:
tres obispos han dimitido por pe-
dofilia (Augsbourg, Bruges, Oslo),
y otros cinco por su silencio en Ir-
landa, después del obispo conde-
nado por la justicia en Francia en
el 2001.
En los otros continentes se ex-
perimentan las mismas inquietu-
des. Los obispos de la India van a
publicar directivas sobre este asun-
to. Un sacerdote indio puede ser
acusado por hechos cometidos en
Estados Unidos. El debate concier-
ne también a Chile, donde se de-
8 Pierre de Charentenay
bate la situación de un sacerdote
muy conocido y reverenciado, el P.
Fernando Karadima, a quien cua-
tro personas acusan formalmente.
El papel del Vaticano
A nivel de los principios, las
cosas están claras desde hace mu-
cho tiempo. La condena de estos
crímenes ha sido siempre firme e
inequívoca desde 1922 con la car-
ta Crimen sollicitationis. Una nue-
va versión fue publicada en 1962
bajo Juan XXIII por los padres del
Concilio. En ella se recomienda
discreción para la protección de las
víctimas y para el sacerdote acu-
sado, que tiene derecho a la pre-
sunción de inocencia. Pero nunca
ha prohibido la denuncia a la jus-
ticia civil.
Hoy nos hallamos en otro con-
texto, en el que la relación entre
Roma y las diócesis es decisiva.
Muy a menudo Roma no ha sido
advertida sino años después de que
las diócesis hayan sido informadas.
No se conoce ningún caso antes de
1985. Durante algunos años ha ha-
bido incertidumbre respecto a qué
institución debería ser responsable
en estas materias tan graves. Pero
esta situación quedó clarificada en
2001 por un Motu proprio de Juan
Pablo II que ordenaba que en to-
dos los casos en que hubiera evi-
dencia clara de abuso sexual se co-
municara a la Congregación para
la doctrina de la fe, presidida por
el cardenal Ratzinger. Es lo que
justifica las acusaciones del New
York Times contra el papa Bene-
dicto XVI que habría permaneci-
do inactivo cuando era cardenal.
Entre 2001 y 2010, se han recibido
3000 acusaciones, particularmen-
te durante los años 2003 y 2004
desde estados Unidos. Entre 2007
y 2009, la Congregación ha recibi-
do una media de 250 expedientes
por año desde todo el mundo (don-
de se calcula hay 400.000 sacer-
dotes).
Los casos en los que había evi-
dencia manifiesta de abuso sexual
se trataban rápidamente. Pero ha-
bía duda cuando era palabra con-
tra palabra. Incluso los sistemas
judiciales más competentes se
sienten embarazados y se toman
mucho tiempo para dictar una sen-
tencia. Los procedimientos, en
cualquier caso, son claros: han si-
do publicadas en el web de Inter-
net del Vaticano.
Juan Pablo II ha tenido diver-
sas intervenciones sobre el tema
de los abusos sexuales cometidos
por sacerdotes: en 2001, declaró
que todo abuso sexual de un me-
nor es una falta muy grave. En
2003, afirmó “que no hay lugar en
el sacerdocio para aquellos que ha-
cen daño a los jóvenes”. Pero es
Benedicto XVI quien ha sido más
firme en sus declaraciones en oca-
sión de sus viajes a estados Uni-
dos (2008), Australia (2009) y
Malta (2010). Ha escrito una carta
a los 24 prelados irlandeses, des-
pués de haberlos recibido en el Va-
ticano. En Portugal, en mayo del
2010, subrayó la gravedad de to-
dos estos hechos y recordó que “el
perdón no reemplaza a la justicia”.
Ante 15.000 sacerdotes reunidos
en Roma con motivo del fin del año
sacerdotal ha “pedido con insisten-
cia perdón a Dios y a las personas
implicadas”. Y ha tenido encuen-
tros con las víctimas en distintas
ocasiones en el curso de sus via-
jes.
El asunto más complejo y do-
loroso es el del Padre Maciel, fun-
dador de los Legionarios de Cristo
en 1941, fallecido en el 2008. Lle-
vando una doble vida, respetado
fundador por un lado, perverso se-
xual por el otro hasta abusar de sus
propios descendientes. Ha engaña-
do a todos los papas desde Pío XII,
como había engañado a sus bene-
factores y a los jóvenes que habían
entrado en la institución fundada
por él. Informado por una queja
formal llevada por dos seminaris-
tas en 1998 a la Congregación pa-
ra la doctrina de la fe, el cardenal
Ratzinger emprendió dos investi-
gaciones que no han podido ser
proseguidas por razones internas
del Vaticano. Desde su elección en
el 2005, Benedicto XVI hizo apar-
tar al P. Maciel de todo ministerio
público.
Poder y silencio
Conocidos los hechos, nos res-
ta intentar comprender cómo sa-
cerdotes, destinados a transmitir la
palabra del evangelio, pueden lle-
gar a cometer actos tan contrarios
a su vocación. Hemos de conside-
rar la cuestión de la selección a la
La Iglesia frente a la pedofilia 9
entrada del seminario o noviciado.
Algunos hombres con problemas
sexuales o tendencias pedófilas
pueden encontrar inconsciente-
mente una protección en el sacer-
docio. Estos casos habrían de ser
detectados y rechazados, en cuan-
to puedan detectarse en este esta-
dio de la candidatura. Antes de la
entrada en el seminario debe veri-
ficarse en el candidato una madu-
rez afectiva equilibrada. Esto con-
lleva también el problema de la
formación: los seminaristas de
ciertos países como Irlanda o los
Estados Unidos han recibido for-
maciones bastante rígidas. Otros
seminarios han estado quizás de-
masiado orientados hacia la forma-
ción intelectual, olvidando la for-
mación humana y afectiva. Todas
estas cuestiones son hoy en día ob-
jeto de una gran atención, pues son
esenciales para el porvenir del sa-
cerdote y durante mucho tiempo
han sido descuidadas.
Pero el gran interrogante resi-
de en las condiciones de vida de
los sacerdotes y religiosos durante
los años 60 y 70, cuando se produ-
jo el mayor número de casos. Cier-
tas instituciones canadienses o ir-
landesas eran particularmente
cerradas. El aura del sacerdote y
su aislamiento, la cultura del silen-
cio, han podido hacer creer a algu-
nos que tenían impunidad. El po-
der religioso del sacerdote, en el
aislamiento y el control total fren-
te al niño, es casi absoluto. Podía
imponer el silencio actuando sobre
mecanismos muy profundos de
culpabilidad del niño. Encerrado
10 Pierre de Charentenay
él mismo en una institución, el sa-
cerdote no tenía contacto exterior
ni relaciones humanas capaces de
hacerle preguntas.
Hoy estos hechos son historia.
La severa lección de estos tiempos
atribulados ha sido escuchada. La
selección y formación de sacerdo-
tes son en adelante más vigilantes.
Miedo y pusilanimidad
La cuestión del silencio de los
responsables continúa siendo ac-
tual. Y la iglesia parece salir de
ella con dificultad. Si se ha movi-
do, ha sido por la presión de las
víctimas y de los media, y cada una
de sus iniciativas, como las deci-
siones de Dallas o los informes
Ryan y Murphy, ha provocado una
nueva ola de revelaciones. La igle-
sia ha acabado por aprender la lec-
ción y abre ahora sus puertas. Pe-
ro esta actitud no es siempre
bienvenida.
Pero además, hay que recordar
una cultura de la discreción ante
las decisiones sobre los culpables
conocidos. Si alguien conoce com-
portamientos inaceptables, estará
tentado de no decir nada para no
mover las cosas y aparecer como
el opositor del orden establecido.
El que habla demasiado abierta-
mente corre el peligro de ver su ca-
rrera bloqueada. ¿Cuántos superio-
res religiosos u obispos han
tomado la decisión de dejar a su
sucesor un problema humano o una
decisión sobre una persona que en-
contraban difícil? El superior que
actúa demasiado brutalmente se
enfrenta con el sancionado, con sus
amigos y, a veces, con la comuni-
dad. Hay que darse cuenta de que
la iglesia no es una empresa donde
se puede cambiar el personal si es
necesario.
A esto se añade el hecho de que
el responsable que no actúa no es
sancionado. No existen procedi-
mientos de evaluación de los obis-
pos. Su promoción obedece a cri-
terios poco claros, que no son
siempre los de la capacidad de de-
cisión. Por autoritarismo o por
miedo a sus consecuencias, algu-
nos han rechazado que la justicia
se mezcle en lo que pasa en su ca-
sa. Pero, a fuerza de temer levan-
tar olas, han acabado por dejar es-
capar la verdad. El obispo se
pregunta a veces hasta dónde pue-
de llegar en busca de la verdad. Si
va demasiado lejos, se arriesga a
romper un equilibrio siempre frá-
gil. Si tarda demasiado, cae en la
mentira. Puede llegar a pensar que
es inútil afrontar estas cuestiones
de frente a fin de evitar explicacio-
nes destructivas que podrían dañar
a la iglesia y a su comunión.
Los hombres de iglesia viven
para su institución cuya reputación
es capital para ellos. Se compren-
de entonces que tengan ciertas du-
das antes de ponerla en juego si
hay un procedimiento más simple
y discreto para evitar informacio-
nes públicas. Tomar conciencia de
una urgencia y decidir con la fir-
meza necesaria es difícil para una
cultura como la de la iglesia.
Una forma de gobernar en
cuestión
En relación con esta cultura, se
ha planteado de nuevo una cues-
tión a menudo discutida hasta en
los pasillos de Roma: el gobierno
de la iglesia. Por ejemplo, en Esta-
dos Unidos, desde los procesos de
1985 hasta las medidas tomadas en
2002, pasan 17 años, lo cual signi-
fica que para la institución es difí-
cil llegar a acuerdos. Y encima, al-
gunos obispos se opusieron a estas
medidas. Las Conferencias epis-
copales no tienen autoridad sobre
algunos de sus miembros. No tie-
nen más que un poder moral.
Pero la colegialidad tampoco
funciona a nivel mundial, la infor-
mación no pasa de un dicasterio a
otro. En Roma tomó mucho tiem-
po saber quién era el responsable
de este dossier. Y se ha dudado mu-
cho tiempo de la necesidad de re-
mitirse a las autoridades judiciales
civiles. Una cacofonía que ha du-
rado hasta el fin del pontificado de
Juan Pablo II, pues ha sido nece-
sario esperar a la elección de Be-
nedicto XVI para tomar las prime-
ras medidas contra el P. Maciel y
un discurso claro y repetido del pa-
pa sobre la pedofilia.
Esta forma de gobernar sin
coordinación, donde no hay el
equivalente a un consejo de minis-
tros, podía quizás haber sido sufi-
ciente en tiempos anteriores. No
está, sin embargo, adaptado a cri-
sis como la de la pedofilia en que
era necesario actuar de manera rá-
La Iglesia frente a la pedofilia 11
pida y coordinada. Ello explica en
parte el silencio y la incomodidad
de la iglesia al descubrirse los he-
chos de pedofilia y la tardanza en
afrontarlos. Pues esta crisis de los
sacerdotes se duplica con un silen-
cio culpable que ha durado dema-
siado tiempo. Este segundo escán-
dalo origina tantos problemas
como el primero. Un profesor lai-
co propone una línea de acción in-
mediata que parece sensata: “si los
obispos lo sabían claramente, son
cómplices en el sentido civil del
término. Corresponde a la justicia
juzgar. Para la iglesia, deberían ser
dimitidos de sus funciones”. El año
2010 ha visto las primeras sancio-
nes y la iglesia se vuelve ahora ha-
cia las víctimas con valor y deter-
minación.
La tempestad sobre la iglesia ha
sido pues muy violenta durante to-
do este año. Pero no ha terminado
todavía. Es posible que aún truene
en ciertos países y las consecuen-
cias se harán sentir durante largo
tiempo. Pero la tormenta tiende a
desplazarse hacia la sociedad civil.
Si la misma transparencia se exi-
giera a todo el mundo, nuestras so-
ciedades podrían tener muchas sor-
presas, pues el problema de la
pedofilia sobrepasa evidentemente
las fronteras de la iglesia.

Tradujo y condensó: JOQUIM PONS ZANOTTI

«Al acecho del Reino diferente,

voy amando las cosas y la gente,
ciudadano de todo y extranjero.
Y me llama Tu paz como un abismo
mientras cruzo las sombras, guerrillero
del mundo, de la Iglesia y de mí mismo.»
PEDRO CASALDÁLIGA

Si hay algo que caracterizó indudablemente a Jesús de Nazaret, fue la ne-

cesidad de subvertir su mundo: no en el sentido de destruirlo y crear otro
distinto, sino en el de renovarlo desde sus raíces. Rafael Aguirre escribe con
razón: «quizá una de las características que mejor han definido la fidelidad de
los seguidores de Jesús ha sido su modo de vida “underground”, aquella que
está al margen de los círculos culturales, sociales y políticos dominantes; ¿no
es en esas ocasiones en las que el significado de la persona de Jesús y de su
anuncio de Reino se han hecho relevantes para el mundo?

J. I. GONZÁLEZ-FAUS, ¿Qué se sabe de Jesús de Nazaret?, Estella 2009, p.250.

12 Pierre de Charentenay