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PAZ EN COLOMBIA: una oportunidad a la desconocida

Retos y condiciones para la implementación de los acuerdos del proceso de negociación en la Habana

Por Diana Bolaño Meza

La paz es un chip con el que no nacimos, la información que tenemos registrada y vivida desde los años
50 –incluso antes- hasta las generaciones actuales es que Colombia tiene un conflicto armado interno;
aunque sabemos por los estudios, por el activismo, por las noticias, por las víctimas y victimarios, y por
las vivencias personales, que el conflicto no es solo armado, porque la violencia en Colombia es cultural y
también estructural, es política y es económica, está en el campo y en las ciudades pero no a todos y
todas nos ha afectado de la misma manera, ni al mismo tiempo, ni los mismos grupos, colectivos o
personas.

Los rostros y efectos de la violencia son tan diversos como cada persona y grupo en Colombia, hay
quienes se han visto afectados por un tiempo de alguna manera, quienes lo han sufrido toda su vida de
todas las formas –incluyendo la re victimización-, o toda su vida con diferentes intensidades, hay quienes
no se han dado cuenta que existe y hay quienes al reproducir la violencia alimentan el circulo vicioso, hay
quienes esta convencidos o convencidas –sobre todo en las ciudades- que en nada les afecta, hay
quienes lo han producido por un tiempo y luego no, hay quienes lo siguen produciendo, hay quienes son
víctimas y victimarios al tiempo –o uno primero y otro después-, hay quienes han sobrevivido –todos y
todas compartimos además de la existencia, la sobrevivencia porque seguimos con vida en Colombia, solo
nos falta compartir la fiesta de la vida-.

La violencia entonces se ha instalado en la estructura, en la cultura, en iglesias, en colegios –aquello del


“matoneo” es una forma enmascarada de decir que la violencia (reproducida) también se ha tomado los
colegios-, en las casas, en los grupos, en la gente, en el discurso, en los símbolos, en el imaginario.

Por eso la paz –el chip con el que no nacimos- nos resulta un software muy sofisticado, porque el nuestro
ha sido estandarizado para la violencia –y otras cosas- porque ciertamente la violencia lo ha ocupado todo.
Entonces para poder ajustar el software necesitamos formatear el equipo, actualizarlo e instalar esta otra
forma de vida que no conocemos, pero que seguramente nos resultara mejor que la otra opción.

Ahora bien, este formateo no es asunto sencillo, implica primero cuestionar lo que hasta ahora hemos
pensado y creído, que es lo que ha condicionado lo que hacemos en todas las instancias. Por eso uno de
los primeros retos para la implementación de los acuerdos que se den en la Habana –incluso un reto por si
estos acuerdos no se dan- es empezar por creer en la paz, por quererla, por acercarnos a ella, por no
juzgar –así como cuando estamos por primera vez ante alguien cuyo aspecto o comportamiento no lo
podemos referenciar porque nunca antes habíamos estado ante ello-. Pues solo superando esa barrera de
prejuzgar lo desconocido es que podemos darle la oportunidad, conocerla, construir con ella y sintonizarla.
Creer en ella es también una oportunidad de crearla.

En Colombia no todas las personas creen en la paz, muchas personas no creen y mucho menos han
buscado la manera de gestionarla –y hay grupos y circunstancias que se encargan de darle mala
publicidad-, pero ciertamente hay quienes desde hace mucho tiempo la conocen y la han abrazado, por
eso aun sin acuerdos legales se han dado experiencias de posconflicto, de memoria, de verdad y
reconciliación a lo largo de la historia y a lo largo y ancho del territorio, sin embargo estas se deben
concretar, compartir, masificar hasta el punto de comprender el segundo reto que no es solo que la
reconciliación se de entre víctimas y victmarios, sino que que es una tarea de todos y todas. No se trata
solo por ejemplo de que la insurgencia entre o no al terreno político –preferible a la lucha armada- sino que
se de un cambio profundo en el pensamiento de cada persona, y de las estructuras políticas.

Tenemos hasta ahora que creer en la paz, y reconocer que la reconciliación es de todos y todas son dos
retos importantes, pero frente al tema del proceso actual en la Habana como estos dos hechos se
empiezan a conjugar para facilitar la implementación de los acuerdos a que esperamos que se llegue. Es
menester en este punto diferenciar entre la paz propiamente dicha –y como proceso- y el proceso actual
de negociación en la Habana, Cuba. Hechos que por cierto no son sinónimos, porque lo que se está
tratando en “el proceso” en primer lugar no es garante de un proceso de paz, y segundo es en realidad la
negociación del fin del conflicto armado con las FARC –lo que por supuesto influye en la construcción de la
paz en el país pero no la asegura-. Pues hemos de reconocer que las FARC no son los únicos
“victimarios” –entre comillas porque hay que evitar polarizaciones-, sabemos que el Estado ha cometido
crímenes, que el ELN como grupo guerrillero también, que grupos paramilitares también han cometido
crímenes y que las bandas criminales (Bacrim) también entran en el espectro de victimarios.

Esta claridad es necesaria porque en realidad el proceso actual ofrece una coyuntura impecable para
iniciar un proceso de paz, porque es un hito y a diferencia de los otros procesos de negociación que se
han dado en el país este podría resultar más viable por el momento histórico, por la presión internacional y
la presión social, el debilitamiento de las guerrillas y del aparato militar, las reglas de juego actuales
(“nada está acordado hasta que todo este acordado”, no levantarse de la mesa hasta que todo esté listo,
cinco puntos en la agenda, esfuerzos en el desescalamiento del conflicto por ambas partes).

Entonces estamos ante una puerta que se abre para pasar por la paz, para pasar a la Paz (como
proceso), ya que una vez dados los acuerdos en Cuba, se pueden y deben tratar también los otros
problemas fundamentales del país que profundizan y mantienen muchos otros conflictos, porque como
mencione anteriormente: la violencia lo ha ocupado todo. La firma del acuerdo sería en realidad el inicio
de un proceso o más bien de nuevos procesos porque en Colombia hay activistas que si bien no conocen
tampoco la paz se han amigado con ella desde hace más tiempo.

La paciencia entonces es un reto también, porque nada de esto será posible de inmediato, mucho menos
si no se cree, mucho menos si no se tiene consciencia de los frutos de la paz, sino se reconoce la
reconciliación –no como algo solo de buenas personas- sino como el camino más práctico de solución,
como una opción válida, como la alternativa; lo que pasa es que tampoco nos hemos dado a la tarea, ni
los medios de comunicación, ni quienes hacen política han contribuido a ello, de analizar con claridad y
madurez las opciones que tenemos: la posible solución política, y la no solución militar. La paciencia como
reto es para entender lo que significa el proceso actual y la importancia de implementar los acuerdos, la
paciencia para saber que un conflicto de 60 años no se resuelve en tres y que la paz no se alcanza en
cuatro. La experiencia internacional muestra que las negociaciones pueden oscilar entre 3 y 10 años y que
las etapas de posacuerdo, posconflicto y construcción de paz son un continuum. Por eso el acuerdo debe
ser generacional y a largo plazo.

Creer en la paz como proceso y en el proceso de negociación actual, no basta. Eleanor Roosevelt diría
“No basta con hablar de paz. Uno debe creer en ella y trabajar para conseguirla”. Y en este punto resulta
fundamental reconocer que paz queremos vivir, es decir, a que paz le vamos a apostar –que no es solo la
que se discute en la Habana- y como la vamos a mantener para evitar que se repitan las atrocidades
anteriores. Bien vale la pena preguntarse ¿Cuáles son las atrocidades anteriores?.

La memoria histórica y la reconstrucción de la verdad son entonces un reto grandísimo: social, política y
jurídicamente. Socialmente porque muchas personas desconocen la mayoría de información, pocas
personas tienen mucha información y no la han dado a conocer (Estado y grupos al margen de la ley), y
algunas personas que la necesitan tienen poca información (víctimas directas de acciones de estos
grupos), esta desinformación social también es un hecho político que dificulta los procesos de verdad,
justicia y reparación. Política y jurídicamente es un reto la memoria histórica porque aunque ha habido
ejercicios de comisiones y estudios de la verdad, nunca se ha dado una comisión de la verdad porque en
escenarios de negociación son limitadas sus acciones, mientras que en escenario de posconflicto esta es
más viable, y Colombia necesita verdad, las victimas necesitan la verdad, para poder generar un balance
junto con la justicia y la reparación que posibiliten realmente la reconciliación. Y por ejemplo la ley 1448 de
Victimas y restitución de tierras no está siendo aplicada a plenitud, el aparato judicial está desgastado y
muchas víctimas están desinformadas y otras re victimizadas.
Por eso una condición importante para la implementación de los acuerdos es preparar y prepararse para la
verdad (¿queremos saberla? ¿Qué tanto sabemos? ¿Qué queremos saber? ¿Qué hacemos ahora con lo
que sabemos?), prepararse para la transición (donde la cárcel no será la única opción para “pagar” por los
crímenes que se hayan cometido) y para la reconciliación (como vivir la reinserción, como ayudar en la
reinserción). Yo no creo que la mayoría de colombianos y colombianas estén preparados si el acuerdo se
firmara hoy, hay mucha desinformación, hay mucha confusión, hay miedo, mas el resentimiento y la
polarización.

Para el posconflicto, o más bien el posacuerdo Colombia necesita como diría el Dr Carlos Gabriel Gomez
rector de la Universidad de la Salle de Colombia una “educación impertinente” y urgente por cierto, para
prepararnos para la paz porque este es el momento. Necesita educación en las escuelas y universidades
(la ley 1732 de 2014 por la cual se reglamenta la obligatoriedad e implementación de la Cátedra de la Paz
es un buen avance, pero hacerle seguimiento estricto es lo que en verdad contribuiría), pero también se
necesita educar a los papas y mamas, a quienes laboran en el estado o en entidades privadas, es como
una gran campaña donde la paz, la positiva (esa que es con justicia social, esa que no se limita a la
finalización del conflicto), este en boca y en el imaginario de todos y todas.

Actualizar el software de violencia y empezar a instalar el trabajo por la paz es un reto cuyas condiciones
son la esperanza, la veeduría y la presión ciudadana hacia el Estado y los demás actores armados , la
sinceridad de la partes que están negociando, el conocimiento y la educación, reconocerla como una
opción válida y como la más práctica, siendo pacientes en el proceso que implica según los términos de la
Oxford International Encyclopedia of Peace tres “subprocesos”: peacekeeping mientras se desescala el
conflicto, peacemaking mientras se busca la negociación y se hace, y peacebuilding para asegurarnos
de forma creativa de mantener la paz, aprender a resolver los conflictos y prevenir las violencias.

Nuestro hardware no vino preparado para la paz, pero nuestros software se puede y esta actualizándose,
asegurarnos hoy de la paz, es tambien cumplir el reto de asegurarnos de que tanto el hardware como el
software de las nuevas generaciones sea compatible con la paz y pueda disfrutar completamente de sus
aplicaciones.

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