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Encuentro Europa-Latinoamérica

de Periodismo de Investigación

Lima, Perú, mayo de 2018

Ignacio Rodríguez Reyna

Pocos minutos antes de las siete de la mañana del jueves 23 de marzo de


2017 la periodista Miroslava Breach salía de su domicilio a bordo de su
camioneta. Esperaba a su hijo para llevarlo a la escuela.

Un hombre también esperaba en la calle. Al ver el vehículo rojo conducido


por Miroslava, se precipitó hacia él. Se colocó frente a la camioneta y realizó
dos disparos. Luego, caminó hacia el lado del conductor y abrió fuego desde
el otro costado. Por último, disparó por la parte trasera del vehículo con un
arma calibre 9 milímetros. Ocho tiros. Silencio. Ocho tiros en total.

Antes de huir, el sicario dejó en la calle una cartulina que llevaba doblada.
“Por lengua larga”, decía.

Lengua larga significaba haber escrito esto.


Lengua larga significaba haber dejado al descubierto que los dos principales
partidos políticos habían sido tomados una vez más y habían postulado a
hombres y mujeres vinculados directamente con el mundo del narcotráfico
como alcaldes de localidades clave en la ruta de la droga hacia Estados
Unidos.

Lo hizo en sólo 13 párrafos. Y por eso la mataron.

Javier Valdez, otro reconocido periodista, escribió ese día en su cuenta de


Twitter:

No al silencio, dijo Javier. Y siguió escribiendo sobre los narcos, sobre los
políticos, que son los mismos, sobre la complicidad de militares, policías de
todo tipo, con el narcotráfico; pero también sobre los sicarios, sobre la
víctimas, sobre el impacto del tráfico de drogas en las familias, en los
barrios, en las escuelas.

Lo hacía con pasión, con el convencimiento de que en eso consistía su vida y


quería seguir haciéndolo, pero lo hacía también con temor a cruzar una
línea invisible que siempre podía moverse sin previo aviso. Por eso había
una tensión permanente, un asedio inacabable, una soledad pavorosa.
Sabía que se estaba jugando la vida: “Lo asumo como mi trabajo, mi oficio,
mi pasión, lo que me toca hacer. Lo otro, siendo periodista y no publicar lo
que está pasando, este incendio nacional, sería hacerme pendejo. Uno se
apasiona, vive la historia y la sufre y la goza y la llora. Eso pasa conmigo. Es
difícil tomar distancia y asumirlo como algo lejano, distante y ajeno. No es
adrenalina, pero tampoco soy un héroe.

“Prefiero aprender a ubicar lo que se puede o debe publicar, y lo que no, y


seguir escribiendo, a morir por una buena historia, por una imprudencia o
por hacerla de valiente... No quiero morir, no lo busco, aunque asumo que
eso puede pasar, pero no sólo porque soy periodista y publico, sino porque
vivo aquí, en Culiacán, en Sinaloa, o en casi cualquier estado del país. Es
decir, parece no haber salvación. Pero también eso hay que contarlo”.

Javier tenía 50 años recién cumplidos. Circulaba a un par de cuadras de las


oficinas del periódico Ríodoce, del cual había sido fundador junto con Ismael
Bohórquez, cuando un auto con tres sicarios a bordo lo interceptó al
mediodía del lunes 15 de mayo de 2017. Le dispararon en 12 ocasiones y
huyeron.

Hace unos tres días, Ríodoce publicó esta portada:


Es una portada amorosa, pero también despide un sentimiento irrefrenable
de dolor. Estos tres sicarios lo mataron porque Javier había publicado varias
notas que no habían sido del agrado de su jefe, el heredero de uno de los
grupos que le disputaban el control a los hijos de El Chapo Guzmán, una vez
que éste fue extraditado a Estados Unidos.

El pago por el asesinato a quien jaló el gatillo fue una pistola con cachas
plateadas y la imagen de su jefe en ella.

El asesinato de Javier Valdez no fue el final, sino un escalón más en el


descenso. Ese mismo día mataron a otro periodista en otra zona del país. Y
después hubo cinco colegas más asesinados durante 2017. En lo que va de
este 2018 han sido ejecutados otros tres más.

https://www.google.com/maps/d/u/0/edit?mid=1CFsYAzYXjdEDDa23Jr8Yezt
uRK9X56jc&ll=23.276200406516967%2C-98.36876693754897&z=5

Desde el 2000, se han contabilizado más de 120 asesinatos de periodistas, 42


de los cuales se han cometido desde diciembre de 2012 a la fecha. Cerca de
50 periodistas han sido desplazados y viven en otras partes del país o del
extranjero ante las amenazas.
Doscientos mil muertos por la violencia vinculada al crimen organizado, 30
mil desaparecidos y un millón de víctimas. Ese es el tamaño de la tragedia
que vive México. Junto con Siria, un país en guerra, fue considerada por RSF
en su reporte de 2017 como la nación más peligrosa para ejercer el
periodismo.

En México, como en otras partes de Latinoamérica, no es fácil escribir sobre


el crimen organizado. Es, literalmente, una cuestión en la que la vida se juega
todos los días. No es un circunstancia aislada o excepcional, de la que uno se
pueda esconder un rato y dejar que pase el temporal.

Por ejemplo, este es el testimonio de un periodista desplazado. Está


incluido en el más reciente reporte anual de la organización Artículo 19:

“En Tamaulipas, donde trabajaba y de donde tuve que huir, los criminales te
ordenan qué escribir, cómo escribir, dónde publicar, en páginas interiores,
primera plana, etcétera. El narco es el jefe de redacción. Si no lo haces, te
matan con todo y familia. Te llaman a tu casa, te llaman a tu celular. A veces
te mandan las fotos y los artículos listos para publicar y si no lo haces, el
castigo es terrible.

Cuando menos te lo esperas, llega un tipo y te pone dinero sobre la mesa


para “agradecerte” que seguiste sus instrucciones. Con ese simple gesto ya
estás en su nómina, ya eres su esclavo; aunque sólo recibas el dinero una vez
[obligado ante las amenazas], ya te consideran parte del grupo delictivo.

Las cosas se ponen feas cuando llega otro grupo delincuencial y te exige que
obedezcas sus órdenes. Los primeros jefes te reclaman y los segundos,
también. No te queda otra más que huir y esconderte.

En las ciudades pequeñas, en los pueblos, todos se conocen y aquel que en la


primaria fue tu mejor amigo, tal vez en el futuro te lo encuentres como sicario
o jefe de plaza. Hoy día a cualquiera lo obligan a publicar lo que ellos quieran.
La gente no se entera ni de la mitad de lo que sucede. No puedes publicar
nada sin el permiso de los señores”.
Los niveles de violencia son cada vez mayores y parece no haber nunca
ningún fondo al cual llegar. Hace unos días tres estudiantes de cine fueron
asesinados por otros jóvenes como ellos que pertenecían a una banda del
crimen organizado; luego fueron disueltos en ácido por un joven rapero de su
misma edad que trabajaba en un taller mecánico. En paga por el trabajo
recibió poquito más de 150 dólares.

Los tres chicos, todos de unos pocos más de 20 años, fueron asesinados
porque los confundieron con un clan rival.

¿Cómo se llegó a esto? Las instituciones del Estado se han podrido desde
adentro. El crimen organizado se convirtió en buena medida en el Estado. El
control territorial le permite hacer lo que desee.

En ciertas zonas, cada vez más amplias, le pertenecen alcaldes, los jefes de
los cuerpos de seguridad, los agentes de la policía investigadora, jueces,
directores de obras, coordinadores de la policía municipal, mandos militares,
etcétera. El Estado son ellos.

Así que cobran y extorsionan por todo: por cuántos hijos van a la escuela (la
cuota es diferente si van a la primaria o secundaria), por cuántos kilos de
carne se venden, por cuantos metros de fachada tiene tu casa, por cuántos
kilos de limones y palta se comercializan, etcétera.

¿Podremos salir de esta situación? Cada vez es más difícil por la


descomposición de las estructuras del Estado. No es un diagnóstico
tremendista ni exagerado. Ayer y hoy se está debatiendo en México algo
impensable todavía hace un par de años. Por primera vez en la historia del
país se habla de instalar una comisión internacional en el sistema de justicia
penal.

No es una propuesta cuya realización vaya a ser fácil y quizá no avance


demasiado. Pero el sólo enunciarla y explorar su viabilidad representa un
potente mensaje simbólico.
Como lo dice en sus conclusiones
el estudio “Corrupción que mata;
crímenes atroces y corrupción”,
presentado hace unos días:
“La debilidad institucional de
México ha posibilitado el
mantenimiento de la corrupción de
autoridades locales y la capacidad
por parte de las organizaciones
criminales de coaccionar a
comunidades mediante la violencia
o la amenaza de la violencia.”

“Estas alianzas entre grupos del crimen organizado y funcionarios estatales


corruptos se encuentran en el corazón de la doble crisis de atrocidad e
impunidad de México”.

Este es el contexto en que se realizan la cobertura periodística del crimen


organizado en México. Esto explica en parte por qué a mis colegas, a
nuestros colegas, los están matando.

Y si por desgracia no ocurre algo que coloque un alto a esta dinámica de


creciente violencia, nos seguirán matando.

Como a Cándido Ríos Vazquez, quien murió asesinado nueve días después de
que posteará este mensaje en FB.

Muchas gracias.

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