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Cuándo hoy por la tarde abandoné su consultorio, no supuse que jamás volveríamos a vernos.
Al principio me invadió una sensación de tristeza. Pero duró poco. Claro que es normal.
Como todas las cosas que ocurren en mi vida, ninguna ha sido feliz ni perdurable.
“- El mismo sueño.
“-¡Ah!- me contestó lánguidamente, con esa voz pastosa que aflora en el orgasmo masculino.
“- Hace mucho tiempo que espero unas piernas como las tuyas - sentenció con la vista fija en
mis largas extremidades. Y agregó: -“ podremos olvidarnos de los 15 minutos reglamentarios.
Haremos que el tiempo nos pertenezca. ¡Que hermosas piernas... ! ; porque la posición
número 238...
Distante, me miró con una mueca de suficiencia y comenzó a explicarme que no tenía porque
tener vergüenza; que la vieja escuela moralista estaba muerta y definitivamente enterrada y
otras peroratas por el estilo.
Por supuesto que yo era consciente de todo esto, pero igual lo dejé decir.
“- Hoy cada uno toma lo que le gusta, sin falsas posturas e hipocresías. ¿Tal vez no soy tu
tipo? - indagó, seguro de sí mismo.
Claro que lo era. Alto y atlético, de cabello rubio y ojos intensamente azules, su recia estampa
nórdica desmentía la ancestral apatía de su raza.
En realidad diría que era casi único: la vida ociosa y sedentaria continuaba atrofiando a la
humanidad, atrapada en una mutación física constante y progresiva.
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¡Cuántas veces especulé con este pródigo don de la Naturaleza... !. Yo, la Venus carnal; yo, la
única, la hembra capaz de hacer que cualquier hombre lo sacrificara todo (en realidad, aquí
ninguno tiene que sacrificar otra cosa que no fuere su propia vida.)
Por eso, cuándo él me preguntó si yo no era su tipo, debí contenerme para no mostrar en toda
su desnudez mis pensamientos francos, lo cuál no deja de ser un logro extraordinario habida
cuenta que la transparencia mental es parte capital de nuestra esencia (ya lo sabemos: la
hipocresía y la mentira, formaban parte de las taras mentales de nuestros ancestros)
Ahora él único que miente es el Estado (Claro que esto no es nada nuevo, aunque todos
participemos de la farsa).
Hubiera querido decirle que esperaba que nuestra relación fuese perdurable; que mi ambición
pasaba por amar a un hombre íntegro y cabal, pero una imaginaria y sarcástica carcajada me
detuvo. Aún así, alcancé a responderle.
“- Sí, lo es. Pero no me interesa ninguna experiencia sexual. He venido por otra causa. Sé que
usted interpreta los sueños y las alucinaciones; yo vine a verlo porque desde un tiempo a esta
parte..., no sé, sufro extrañas pesadillas que suelen repetirse en cada sueño. La cinta de
recuerdos públicos contiene historias relacionadas con mis imágenes oníricas, casi diría,
premonitorias...
“- Pero esas cintas fueron confiscadas y prohibidas por el Estado. ¿Sabes a que te expones?.
Yo mismo...
Claro que pensé en la posibilidad de una denuncia. Durante un par de minutos me miró desde
el pedestal de su arrogancia, siempre ajeno a los reclamos de mi voz, a medida que mientras
desgranaba las aristas de mis sueños.
O tal vez, como lo pienso ahora, su reacción no fuere más que el resultado de su propia
impotencia, acostumbrado como estaba a que cada una de las pacientes que atendía
diariamente, llegaran a él casi con unción religiosa, en aras de vivir quince minutos de
intensas relaciones corporales. Relaciones más cerca de los genitales -según rezaba el Gran
Manual de Técnicas Copulativas - que de la verdad suprema del sexo.
Sólo entonces pareció prestarme un poco más de atención, tomó algunos apuntes, y, sin dejar
de pasar sus fibrosas manos por mis muslos, me citó para la semana siguiente.
A medio metro de sus ojos - azules, húmedos y brillantes -, vi como hurgaba con su mirada en
el piélago de la mía, pero todo fue inútil: mis piernas parecían dos estalactitas.
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Así fue nuestra primera entrevista. Durante las posteriores, insistió con sus reclamos carnales
hasta el preciso instante en que me dijo que admiraba mi autocontrol erótico. Ciertamente,
viniendo de él, no lo sentí como un halago.
¿Quién podía culparme de querer algo distinto? ¿Acaso que culpa tengo yo,
sí, a pesar de ser tan joven(acabo de cumplir 62 años), estoy harta de ofrendar mi cuerpo con
esa inercia suicida impuesta por el Estado a través del Código de normas matrimoniales”?
Ya en nuestra infancia, los maestros de Historia nos habían enseñado que los
antepasados habían sido seres inferiores, dominados por la pasión y el instinto. ”¡Abajo el
corazón! ¡Muera el corazón que nos tiraniza!”, clamaban en las clases. Sin embargo, en mí,
nunca hicieron mella esas palabras. Siempre había querido saber algo con ese tipo de
sentimientos apasionados, tan comunes en aquella época en la cuál las mujeres engendraban a
sus propios hijos. Ahora es distinto. Los hijos son planificados por el Estado. Regulados,
calculados y en muchos casos, clonados para una función determinada.
A propósito: mis padres fueron condenados por el Estado, bajo los cargos de
haber violado la Ley de los Embarazos.
En algún momento, lamenté que ambos se hubiesen convertido en víctimas propicias del
escarnio público.
Cuándo yo tenía dos años( mi nacimiento no había sido registrado en los anales públicos), los
represores del Estado vinieron por ellos en forma violenta: a mi padre lo internaron en una de
las áreas públicas dependientes del Gran Zoo de la comunidad.. Con mi madre fueron más
drásticos, al condenarla a la inanición dentro de la Gran Campana Pública.
Durante un tiempo creí que la desdicha de ambos - sobre todo la de mi padre, que aún
permanece vivo –habría de desatar la tan ansiada liberación emocional. Pero no pudo ser.
Cada vez que veo a mi padre detrás de los barrotes(ahora hace un tiempo que evito visitarlo),
paréceme estar en presencia de un extraño.
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Una vez, a solas con él, me pidió que no les permitiera – se refería a ellos, claro – que me
amordazaren el corazón.
Le hablé entonces de una extraña sensación que me embargaba cada vez que lo veía allí,
aislado y prisionero.
Creo que nunca me podré olvidar lo que me dijo: ” No te preocupes, hija mía. Todos tenemos
una jaula. La única diferencia es el tamaño”
Ahora, cuándo pienso que nunca más sentiré el helado contacto de su cuerpo, me siento feliz.
Sé que él es consciente de mis citas con el maestro sexual. Pero nunca me dijo nada.
Durante la comida sólo hablamos del tiempo, de las esporádicas visitas al Zoo, y luego
pasamos a la sala para oír y ver el informativo general. Informativo que suele repetirse
durante algunos periodos, por falta de noticias nuevas.
Recuerdo que al cabo de la séptima emisión, yo fui la primera en bostezar. Al rato se sumó
Esteban. Los únicos que permanecieron inmunes al aburrimiento fueron nuestros cuatro
hijos androides.
Por supuesto que yo comencé a intuir por entonces que algo extraño estaría ocurriendo dentro
de los estamentos públicos. Hasta en las cintas transportadoras la gente se deslizaba con la
boca abierta, presa de un bostezo incontenible (Por otra parte, ya nadie ignora que los escasos
trabajadores, se niegan a concurrir a sus tareas como si toda la megalópolis hubiese sido
ganada por el abandono.)
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Sí, me faltó muy poco para quitarme la vida. Ahora ya no necesito hacerlo. Una hora atrás, a
través del Gran Visor Público, participamos de la noticia; la nueva y sensacional noticia: Por
votación unánime, los dirigentes del Estado, habían aprobado (¡al fin!) la tan cuestionada
moción : el antes innombrable proyecto del cuál se había estado hablando subrepticiamente.
Ahora sí me siento feliz. No sé que clase de sentimientos habrá tenido el maestro sexual al
momento de enterarse de la noticia, pero casi podría asegurar que a todos los humanos nos
embarga esta nueva sensación, esta hermosa perspectiva de paz definitiva. A mí, a Esteban, y
a los millones de hombres y mujeres de esta Megalópolis, que aguardamos casi con unción
religiosa que en cualquier momento, aquí mismo, o sobre el horizonte denso y violáceo, se
haga realidad el profético sueño de mis continuas pesadillas.
Seudónimo: 2+2=5