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LAS TUNAS:

ANÁLISIS DE UN FENÓMENO CONTEMPORÁNEO EN EL PERÚ

Se ha dicho con verdad que un tuno de cien partes, cincuenta


es música y cincuenta es alegría, buen trasegar y buen
yuntar. Esto describe quizá con exactitud lo que representa
ser en puridad un TUNO.

El “arte tunantesco” como se le ha llamado por algunos, es


un antigua tradición española universitaria, que se registra
en testimonios escritos desde principios del siglo XIII, en
un poema anónimo titulado: “Razón de amor…” que recoge el
sentir de un estudiante que “sabe mucho de trovar, de leyes y
de cantar” y que recibe una cinta de su enamorada. Pero será
cinco siglos más tarde, según lo refiere don Emilio de la
Cruz y Aguilar, que aparecerá en un documento escrito el
nombre tal cual lo conocemos hoy en día: “tuno”(1), en una
pequeña obra de Ignacio Farinelo, denominada “Arte
Tunantesca”, o sea Diálogo entre dos tunantes sobre las
preeminencias, grados y recibimientos que tienen dichos
tunos”.

Muchos nos han sorprendido no haber encontrado testimonios


aquí, en Perú, sobre esta tradición, pese a que en estas
tierras se funda la Universidad más antigua e importante de
América como la Real y Pontificia Universidad Mayor de San
Marcos, fundada por cédula imperial de Carlos V el 12 de Mayo
de 1551 con los mismos privilegios y estatutos de la
Universidad de Salamanca.

Quizá la razón la podamos encontrar en España, donde las


tunas no fueron precisamente algo de que orgullecerse(2), en
buena parte de su historia.

La historia de los tunos es señalada peyorativamente y su


ejercicio es un profesión de vagabundos o malos estudiantes y
esta acepción perdura hasta hoy(tenemos que hacer algo para
que esto cambie). Por ello en los grandes diccionarios de
consulta como es la erudita enciclopedia Espasa-Calpe la
palabra Tunante derivado de Tuna, aparece como expresión de
vagabundo, bribón, vividor.

En efecto como apunta don Emilio de la Cruz y Aguilar,


catedrático de la Universidad Complutense de Madrid y
Cancelario de la Tuna de la Facultad de Derecho de la misma
universidad, “el derecho académico intentó sujetar estas
inclinaciones naturales de los estudiantes”. Es así como el
Rey Jaime II de Aragón es un Real Carta de 13 de Setiembre de
1302, parece referirse a los tunos cuando dice: “causa
studenti exeuntes ad aliena studia sine causa rationabili se
facient peregrinos, qui hic affluenter inveniunt, ut vagandi
occasionem…”.

Constantes serán las prohibiciones que se generan a la luz


de esta actividad singular, pero serán letra muerta pues las
tunas siguen trovando y viviendo, conservando lo propio de la
tradición, como si el tiempo se hubiese detenido en ellos.
Algunos ejemplos de estas prohibiciones están en las
Constituciones de los Colegios de San Bartolomé y Salamanca
(1414-1416). El caso más notable de todo esto sea quizás el
hecho que el ser tuno haya sido causal de la desheredación en
España por largos años, con la única excepción de que el
padre también lo haya sido(3).

Aún con estas tendencias en contra, los estudiantes seguían


“tañendo” y disfrutando su singular modo de vivir. Era
frecuente varios en las calles como parte de la vida
cotidiana de las villas españolas.

Pero la vida de las tunas de España creemos que cambia a


partir de 1877, cuando el Rey recibe a las Tunas que van a
tocar al Palacio Real y las obsequia con 12,000 reales. Este
es un hecho significativo y será el “sello de oficialidad”
donde el margen de la tolerancia o prohibición anterior a
estos grupos, se les asimila como parte activa de la sociedad
y arte española y de la vida universitaria en general. Ello
no basta para que aún mucha gente no esté de acuerdo –como
también ocurre hoy en día menor grado- con la labor de las
tunas.

Como vemos, las tunas durante muchos años no fueron


precisamente orgullo de la sociedad y cultura española(4).
Por el contrario, era la tipificación perfecta del vagabundo,
mujeriego, trovador, viajero y profano, en una época en que
las virtudes morales de la religión eran los paradigmas del
ser y deber ser de la persona. Esto tendrá un explicable
correlato, como veremos enseguida en las colonias españolas
en América.

En efecto, el hermetismo que ejerció el Imperio Español y la


Iglesia, que hacía ingresar a las colonias sólo lo que
literalmente era “sano” para los intereses virreinales, lleva
a que lógicamente las tunas no alcancen dimensión
conocida(5). Las inquietudes del estudiantado se reflejan en
otras ciencias. Así, la vida del estudiante en la Real y
Pontificia Universidad de San Marcos según el historiador
J.M. Valega era “triste, gris, amarga, incompatible con la
impulsión biológica juvenil…”(6). Sus actividades en el
claustro eran recordarles que la única preocupación del
hombre era llegar a la muerte sin mancha de pecado. El
resultado era pues el ocultamiento de la personalidad,
esterilizando fuertemente la mente sanmarquina. Era
impensable, así que surja una Tuna dentro de este ambiente de
presión religiosa y mental. El estudiante era absorbido por
la colonia, sin destinar su precioso tiempo a otra cosa que
no sea estudiar latín, ciencias y rendir culto a la religión.

El problema en aquellos tiempos, quizás era inverso de lo que


sucedía en España, por cuanto no se encuentran prohibiciones
a los estudiantes sobre estos menesteres ni menos referencias
en las Constituciones de la Universidad de Lima de 1624 y
1678, ni en los Colegios Real y Mayor de San Marcos del año
1604. Por el contrario, se puede leer en el numeral 48 de la
Constitución del Colegio Real y Mayo de San Felipe lo
siguiente: “48.- Los domingos y fiesta se les permitirá a los
colegiales pasar tiempo en juegos honestos y de los lícitos
de Pelota, Bolos, Argollas o Agredes, como no jueguen cosa de
precio ni a los Naipes ni dados sino sintos y puedan tañer y
cantar y danzar”(7).

De esta manera se alentaba la diversión sana con música,


pero siempre dentro de los cánones de la Universidad. Las
Tunas esas “murgas peninsulares” ni asomaron ni había
necesidad de reprimirles pues sencillamente no existían por
esta parte del mundo. Pero es bueno rescatar aquí lo que
apunta José de la Riva Agüero:

“No era por cierto Lima una ciudad predominantemente


universitaria, un lejano y tranquilo refugio del saber y de
la meditación; era una verdadera y brillante capital, el
centro político y administrativo y el rico emporio de las
posesiones meridionales de España. Estas condiciones tenían
que influir en la universidad e imprimirle decidido carácter
mundano, cortesano, palatino. Se dedicó a halagar el gusto y
lisonjear la vanidad de la autoridad y la aristocracia (…)
pocos eran, desde doctores hasta estudiantes los que no
deseaban y necesitaban atraer con el alarde de su talento y
conquistar con la novedad de que elogios la atención y
benevolencia del Virrey, de los Oidores…”(8)

Así, no era de buen gusto andar “de vagabundo” o tuno, pues


sencillamente no había que hacerlo(9). Son, pues,
concepciones de la moral que cambian con el tiempo y que en
la Lima de antaño, la del “que dirán”, es muy importante
tener en cuenta.
Ricardo Palma, en la tradición “Racimo de Horca”, de la
épica del vigésimo Virrey del Perú, don Baltasar de la de la
Cueva, Conde de Castellar allá por 1676, nos confirma esta
tesis. Se trataba de Juan de Villegas, empleado de la Caja
Real de Lima, quien deslinquió torpemente con las graves
faltas de apropiación ilícita del tesoro real y falsificación
de la firma del Virrey, Palma hace hablar a Don Rodrigo de
Odría, Alcalde del Ayuntamiento de Lima, encargado de
investigar el hecho:

“Ya me daba a mí un tufillo que este don Juan no caminaba


tan derecho como Dios manda y al Rey conviene. Verdad que en
él hay un aire de TUNO que no es para envidiarlo…”(10)

Esto es un ejemplo pues, de lo considerado del status de ser


tuno en ese entonces.

Pero esto no significa en absoluto que aquí, en Perú, se haya


vivido una época gris y oscura. Por el contrario, la vida
colonial permitió la creación de este mestizaje cultural y
racial que define al Perú como nación. Particularmente Lima,
el centro del Virreinato, fue testigo de excepción durante
este período histórico y sobre el cual se puede contar miles
de anécdotas, costumbres y situaciones, cada cual es se puede
contar miles de anécdotas, costumbres y situaciones, cada
cual más inverosímil.

Hay que recordar que la vida limeña virreinal fue


deslumbrante, alegre, privilegiada y pomposa. Una ciudad
despreocupada con la realidad del resto de la colonia, pero
una villa donde la elegancia, el salero, el piropo y la
viveza criolla abundar por doquier. El sibaritismo y la
galantería sólo se interrumple brevemente por un terremoto o
la muerte de algún cortesano.

Entonces el Perú era un territorio rico e importante, el oro


y principalmente la plata atrajeron la atención de España y
no faltó nada el Lima, en este tres veces coronada Ciudad de
los Reyes, que se usara en Europa y que no existiera aquí.
Por ello en los deslumbrantes salones de Lima destacaron los
ricos tapices, la fina porcelana, los candelabros de vidrio,
las maderas talladas. El lujo, pues, era parte de la vida
limeña. Además, la alegría era parte del limeño y el ser un
enamorado apasionado de las mujeres de esta ciudad, que
fueron la impresión de los viajeros que la visitaban.

La figura colonial que más se puede parecer, entre nosotros,


a la del Tuno español, podría registrarse como la del
“Percunchante”, que era el apelativo con el que se conocía en
la colonia al rondador enamorado que desde la calle cortejaba
a la muchacha. Los celos de los padres hacía que no se puede
visitar a la hija e incluso se llegaba hasta punto tales de
suprimir la enseñanza de las primeras letras como defensa
contra la seducción de los jóvenes estudiantes. Era dicho de
la época:

“Mamá no quiere, mami no quiere,


que me enamore de los estudiantes,
porque me dice que son tunantes,
que son farsantes, y que no tienen
ni con qué almorzar…”(11)

Como ilustración diremos que muchas formas alcanza la


diversión durante la colonia. Hasta fines del siglo XVIII,
por ejemplo, los bailes que más entusiasmaban en el Perú
eran: el “Bate que bate”; el “don Mateo”: “la remensura” y el
“agua de nieve” entre la gente mestiza. En 1780 se
prohibieron los tres primeros por mandato eclesiástico.
Además, los cánticos eran parte cotidiana de toda reunión
nocturna y las fiestas de las altas clases revestía el más
puro estilo europeo.

Las serenatas limeñas no era cosa


desconocida. Los bohemios o cantores, que ambulaban por las
calles oscuras “diciendo” las serenatas al pie de las
ventanas, eran perseguidos por los Jueces, pues el derecho al
descanso era inviolable y ¡ya sabemos como dormían los
limeños!.

Será en las clases populares de Lima, donde la diversión


se deja sentir como parte propia del sentimiento social. Allí
está lo que se llama la cundería criolla, que es la alegría
espontánea, la travesura picante, la broma ingenua. Todo esto
representaba dada por criollo virreinal.

Un tipo genuino nuestro, por ejemplo, fue el


“mozo de tumbo y trueno”, consagrado por la bohemia limeña de
entonces en ceremonia inicial trascendente ante una botija de
aguardiante. El aspirante al título de “chuchumeco” debía
romperla de una pedrada y si derramaba menos aguardiante que
otros tenía mayor grado en la “cofradía”. Es bueno recordar
aquí que el tipo criollo que alcanzó mayor puntaje y fama fue
un tal Pablo Tello, bebedor imperturbable de sendos litros de
alcohol.

Ya durante la República aparece una figura


nueva: el”faite”, figura entre los criollos que representa al
pendenciero y jaranista de las clases altas que se divertía
“como Dios manda” en las antiguas fiestas limeñas. El poeta
José Gálvez que llegó a gozar a estos divertidos criollazos
nos dice:

“… llevaban a la pila a más de un mulatito, sabían


domar un potro, puntear airosamente la guitarra, se
desmorecían por la sopa teológica y la carapulcra con
rosquitas de manteca y no desdeñaban amoríos pasajeros con
mulatas zandungueras y graciosas… Procuró no hacer nada
indigno, dedicando sus ocios, “que eran los más del año” a
diversiones, paseos y juergas”(12).

Hay que recordar que las jaranas de antaño en


Lima eran tremendas. Allí se almorzaban, se comía, se cenaba
y se dormía, prolongándose la parranda varios días. Era
costumbre que el pisco se guardara en una botija de barro, al
fondo de la cual se echaba la llave, la que no podía secarse
hasta que se consumiera la última gota. Podía ser de Ica o
Motocachi, pero era un pisco del bueno y legítimo. En
algunos casos, se cuenta, soltaban a los perros para impedir
fugas o deserciones a media jarana. Era en estas fiestas
donde el faite criollo hacía el ambiente con la guitarra, el
cajón o la improvisación de coplas. Así, nacerá lo que eran
en Lima antigua las Palizadas.

Las Palizadas era un grupo de bohemios,


reunidos a la cabeza de un faite, cada cual “más guapo y
brabucón”, que eran los reyes de la fiesta y la jarana. En su
andar crearon infinidad de canciones criollas y es posible
que en su seno se haya creado la marinera como baile popular.
Mucha de esta música se ha perdido por la extinción de esta
generación hace años y el mero sentido bohemio y relajado de
sus existir.

Existe una anécdota muy graciosa y macabra a la


vea que recogió don José Gálvez y que quisiéramos citar
completa con la dispensa del caso, para dar una idea de cómo
eran estos faites criollos.

“Entre las diabluras verdaderamente espantosas


de los “faites” conocemos una auténtica, de saber realmente
macabro y que podría servir de argumento de un cuento cruel
en que se describiera el alma torcida y refinadamente
malévola de algún degenerado. Trátose en cierta ocasión y en
cierto hogar modesto del velatorio de una criatura, el
clásico velorio en que el compadre debía hacer los gastos,
correr con el sepelio y acudir compungido y pesaroso a la
casa de la comadre, donde a media noche, siguiendo la
costumbre, se organizaba una parranda silenciosa, aunque
parezca paradojal, ya que si es cierto que nos bailaba ni se
cantaba (por más que en algunos si se hacía) en cambio
circulaba el licor que era una bendición. El compadre de esta
historia era un faite legítimo. Acudió efectivamente y a la
media hora, sin que nadie lo pensase, armó una jarana de las
de marca. En el cuarto vecino, la criatura que había muerto a
los pocos días de nacer, yacía rodeada de lámparas de aceite,
cirios y demás accesorios fúnebres; en el fondo de un
corralito contiguo al mortuorio aposento, una olla descomunal
contenía hierviente y suculento, el caldo de gallina que se
daría en la madrugada a los veladores. El licor subió al
cerebro del compadre y cuando estaba a lo mejor de un
“tristeato”, en que contaban el dolor de una noche que pierde
a su hijo, se introdujo al cuarto donde yacía la criatura, la
cargó, se metió con ella al corralito donde hervía el caldo y
¡zas! la echó en la olla, luego se quedó dormido. Despertó
con un escándalo formidable, gritos de mujeres, llantos
desgarradores y entonces se dio cuenta la estupidez que había
cometido. La madre al ira a espumar el caldo, se encontró con
algo, que no era precisamente un pollo, envuelto en telas,
alumbró con una vela y -¡triste horror!- sacó semi sancochado
el cadáver de la criatura. Nadie cuenta como terminó la
tragedia y, como en un verdadero cuanto macabro, se ignora
también si alguien tomó ese caldo…(13)”

Como vemos, pues, “dentro de las murallas” la


alegría y el entusiasmo público de los hijos del Rímac no
tenía barreras de ninguna especie.

Por otro lado el buen comer –distintivo atributo


del tuno- fue también característica de nuestra antigua
gente. Asombra hoy el recuerdo de la variedad y abundancia de
la mesa colonial. Aparte de la sopa teóloga, el pato en
queregue, el perchero, el pavo relleno, las gallinas asadas,
las torrijas, la carapulcra, el almendrado y los pichones,
que eran de imprescindible presentación, se servían hasta
diez platos más y esto sin considerar las frutas y postres
que no podían dejar de coronarse con la célebre empanada
después de la leche asada y el maná.

Era necesario estar preparado para estas


fantásticas comidas, porque no bastaba hacer honor al plato
servido probándolo, “picando” como se decía ya entonces, sino
que constituía obligación de buena crianza y urbanismo
aceptar de todo y repetir a pedido exigente de los
anfitriones. “Jesús ¡Qué poco come usted! se podía oír decir
al ama cuando el invitado después de ingerir diez a doce
suculentos guisos no podía terminar el siguiente. Y luego, lo
más serio de todo , se obligaba mediante el “bocadito” –pieza
trinchada que se ofrecía al convidado tomada del plato propio
y con el mismo tenedor del oferente- a ingerir hasta lo
imposible al agasajado.
Todos estos datos nos sirven para darnos una
idea somerísima de cómo era la vida de entonces aquí en Lima,
y muy a pesar que no existieron tunos universitarios en la
época virreinal. Lima fue, como hemos visto una ciudad
alegre, con gente que le dio un matiz especialísimo, donde la
diversión era cosa cotidiana en cualquier momento y lugar,
sin conocer los problemas modernos. La polvorienta Lima de
antaño, pues, fue feliz.

Cuando en España, casi a mediados del siglo


pasado que los estudiantes llamados tunos(14) son reconocidos
“oficialmente” por ese singular acto que hemos recogido, aquí
en Perú, Sudamérica y México, ya se ha roto con la metrópoli
los lazos virreinales y se está en una etapa de
distanciamiento con visos dramáticos cuya máxima expresión
luego de las guerras independentistas será la improvisada
invasión de una flota española a territorio peruano en el año
de 1886. Así, el odio contra España se dejará sentir y no
será meramente nominal15).

Por estas obvias razones esta tradición


universitaria española no se implanta en el Perú durante la
etapa republicana (además del hecho del exclusivismo de las
universidades peruanas de entonces). Tendrán que pasar
todavía muchos años más para que la primera tuna que
registramos aparezca: La Tuna de la universidad de Huamanga,
en Ayacucho, en las alturas del Perú, tuna que aún existe y
que está integrada en gran parte por muy buenos profesores de
música. Aunque es bueno rescatar que en los días iniciales
del siglo existía una Estudiantina que dirigió un profesor de
apellido Berriola y que hizo exitosas presentaciones en el
Ateneo de Lima. Posteriormente en Ica surge, en la década del
50, gracias al entusiasmo de un sacerdote vicentino, el Padre
Anastasio García, otra Estudiantina en el Colegio San
Vicente de Paul de Ica, al sur de Lima; y de la cual
ignoramos cual ha sido su desarrollo histórico.

De todos modos es tardía la implantación de


la primera tuna universitaria en el país. Quizás la razón de
esto tenga raíces más profundas de las que podamos explicar
en unas breves líneas, pero pensamos que de ninguna manera se
puede achacar a los tunos peruanos el ser extranjerizados o
meros imitadores de una realidad que no es nuestra.

Nosotros creemos que las tunas no existieron


en el Perú antes tanto por la presión ejercida a los
estudiantes, como la no permisión de esta actividad en la
colonia por no tenerse como una ocupación sana. Cuando pudo
implantarse o permebealizarse ya era demasiado tarde pues ya
se estaba en el proceso independentista, polarizándose las
relaciones con ultramar. El largo período que surge entonces
después será de toma de conciencia por el propio estudiante
de su rol activo y el carácter impulsivo y dinámico que es
propio de la juventud. Todo esto lo lleva a implantarse una
norma propia para aventurarse a conocer el mundo de una
manera singular, dando rienda suelta a sus dotes musicales y
artísticas. Además, el hecho de ser particularmente Lima una
ciudad donde el pasado vive y persiste, donde todo en ella
tiene una historia; el nombre de una calle, la inscripción de
un muro, la forma de una piedra. Esto hace evidente que el
pasado se encuentre latente en todo y en todos.

Por ello, es explicable que las tunas sean


hoy una actividad tan española como peruana y
latinoamericana, por cuanto responde tanto al desarrollo
propio de la identidad iberoamericana como su pasado y
presente común, como al espíritu propio del estudiante. Es
bueno recordar, además que la mayoría de tunas en el Perú
tienen entre sus tema característicos música autóctona y
latinoamericana, además de la propia peninsular, inclusive,
las tunas españolas cada vez más incorporan dentro de su
repertorio música latinoamericana. La integración en este
sentido, es pues evidente.

No olvidemos, que la historia del Perú


contiene una riquísima e ignorando herencia virreinal. Fueron
casi 300 año de vida colonial que representa en el tiempo
histórico más que de lo que va de la República. Esto no se
puede ignorar y las semejanzas que encontramos con la cultura
española no pueden ser meras coincidencias sino que viene de
una misma tradición e historia. Los pueblos iberoamericanos
no podemos ser indiferentes a esta realidad común que
parecían despierta.

JUAN F. JIMÉNEZ MAYOR

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(1) La palabra en su forma más antigua, tunante, aparece en


la vida de Estebanillo Gonzáles. R

(2) No es así; lo que sucede es que el tuno está contemplado


desde la óptica de la disciplina académica y desde una
mentalidad poco flexible. Personajes de la literatura
española como Juan del Erosina, Vicente Espinal, Juan Ruis y
Torres Villarroel son ejemplos de tunos, aunque no lleven el
nombre. R

(3) Todos estos datos han sido extraídos de Emilio de la


Cruz y Aguilar en su interesante estudio sobre: “El Tuno:
juglar y escolar”, Universidad Complutense de Madrid.R

(4) Véase la nota 2. R

(5) Creo que debe haber algo. Sucede en España que al cabo
de los siglos de existencia, las noticias son escasas. En
México las tunas actuales se crearon modernamente a imitación
de las españolas, especialmente Derecho, sin embargo, un
amigo de la tuna de derecho de la UNAM me comunicó haber
encontrado datos de tuna de hace tres siglos. R

(6) Valega, José M. … El Virreinato del Perú. Ed. Cultura


Eclética, 1939, p. 252. Tiene que haber otras opiniones menos
pesimistas. Me recuerda un poco a la imagen que se formó de
la edad media en Europa y que ha sido poco a poco desplazada
y matizada por la investigación moderna. R

(7) Eguiguren, Luis A. … Diccionario Histórico-Cronológico


de la Universidad Real y Pontificia de San Marcos. Crónica e
Investigación. IMP. Torres Aguirre. 1940, Tomo I, p. 512.
Esta información se contradice con el texto anterior al que
hice referencia en la nota 6. R

(8) Riva Agüero, José de la … La Universidad de San Marcos


en la Vida Colonial. En “Pequeña Antología de Lima. El Río,
el Puente y la Alameda” de Raúl Porras Barrenechea. Instituto
RPB. Lima: 1965. 2da. Ed.. p. 104 R

(9) No entiendo esto; la tuna puede ser una necesidad, pero


es sobre todo, un gusto. Ver en mí Lecciones de Historia de
las Universidades, páginas 121 y 122 la ata de la 11º de la
Universidad de Zaragosa de Jimenez Catalán y Sinves y
Urbiola.R

(10) PALMA, Ricardo… Tradiciones Peruanas. Colección


Austral, 5ta. Ed. Espasa-Calpe Argentina, Buenos Aires; s.f.;
p.29 R

(11) VALEGA, José M. … Op cit. p.254 R

(12) GALVEZ, José… Una Lima que se va. Ed. Universitaria,


Lima-1965, p. 44 R

(13) GALVEZ, José… Op. Cit. p. 51 R


(14) Los tunos -como dice Méndez Pidal- son una clase,
universitaria, de juglares y trovadores, y ya en tiempos de
Alfonso X (1252-1284) recibieron de este rey un apoyo para
distinguirlos de los usurpadores. R

15) ¿Era absolutamente imprescindible el recuerdo de los


enfrentamientos? Sí lo es, no digo más. R

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