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Literatura Española I
Trabajo Práctico:
Milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo de
Berceo
El Conde Lucanor, de Don Juan Manuel
Los Milagros de Nuestra Señora es un texto escrito en el siglo XIII por Gonzalo de
Berceo, un clérigo perteneciente al monasterio benedictino de San Millán. El hecho de
que el autor sea un clérigo no es un dato menor, ya que nos posiciona frente a una
figura con un rango de poder en cuanto a la clase social. Un autor culto y letrado, al
servicio de Dios, que intenta educar a la clase popular en la religión católica. Por esto
mismo, los Milagros de Nuestra Señora se consideran un texto de carácter didáctico
que tiene como fin la enseñanza respecto al comportamiento que debe tener el
hombre, y en especial el monje, el cual debe realizarse dentro de los parámetros
marcados por el camino de Dios.
La obra está compuesta por una introducción, propia del autor, y veinticinco
milagros extraídos del manuscrito Thott. En estos milagros se realza la figura de la
Virgen María como protectora y salvadora de aquellos que cayeron en el pecado;
Virgen misericordiosa que perdona y rescata a sus siervos devotos.
Por otro lado, El conde Lucanor fue escrito por el Infante Don Juan Manuel en el
siglo XIV. El autor de este texto pertenecía a la nobleza y creía que la escritura era un
fuerte elemento tanto político como ideológico. El libro poseía un fin didáctico a partir
del cual se pretendía enseñar la manera en que un noble debe actuar para conservar
la honra. De este modo, podemos entender que cuando hablamos del lector al que
está destinado el escrito, suponemos un público letrado y con acceso a los libros, es
decir, la nobleza.
El conde Lucanor se encuentra organizado estructuralmente a partir de dos
prólogos y cincuenta y un cuentos, en los que un noble es aconsejado por su siervo
Patronio en una serie de acciones relacionadas al ámbito de la nobleza. Estos cuentos
pertenecen al género de enxemplo; por lo tanto serán breves y sencillos para poder
cumplir con su fin didáctico.
Así observamos cómo la figura del narrador, nuevamente, se entrelaza con la del
autor manifestando una consciencia de escritura en función de la selección de un
corpus. Berceo no sólo elige transcribir veinticinco milagros del manuscrito Thott, sino
que también inscribe en la introducción un yo ficcional que desea poder escribir una
serie de milagros previamente elegidos (“e de los sos miraclos algunos escribir). Pero
en los Milagros de Nuestra Señora la propia escritura no es asumida totalmente debido
al pedido de guía que realiza a la Virgen.
El autor, por el hecho de ser un clérigo letrado, se siente elegido por Dios para el
oficio de la escritura y por lo tanto debe ser guiado por la Virgen; ya que esta actúa en
función de intercesora. De manera tal que Berceo configura su introducción como un
milagro más en el que él mismo, al ficcionalizarse, es salvado por la Virgen y elegido
para escribir. En términos de García Montero, Berceo “no se siente orgulloso
exactamente de su estilo, de sus méritos, sino de ser un elegido, un ministro de Dios,
el único que puede escribir bien” (2000: 32). Es decir que Berceo asume su rol de
autor desde la postura de un orgullo prestado; él escribe gracias a la intersección de la
Virgen.
“Terrelo por miráculo que lo faz la Gloriosa
si guiarme quisere a mí en esta cosa;
Madre, plena de gracia, reina poderosa,
tú me guía en ello, ca eres piadosa.”
Por otro lado, en la obra de Don Juan Manuel también podemos visualizar la
voluntad de autoría. Leonardo Funes (2007) nos muestra una serie de rasgos que nos
permiten justificar este argumento: en primer lugar, el borramiento de las fuentes que
nos remiten a la intertextualidad del texto; en segundo lugar, la referencia a sus
propias obras y la autocita; en tercer lugar, la mezcla de planos en cuanto a la unión
de la voz del autor a la de un personaje; y en cuarto lugar, la preocupación por el uso
de un discurso correcto que cumpla con los fines didácticos del texto.
El Conde Lucanor está compuesto por dos prólogos, uno narrado en tercera
persona y otro en primera. En la primera oración del denominado anteprólogo ya
aparece un indició de la voluntad de dejar inscripto quién ha escrito la siguiente obra y
de las finalidades con que lo ha hecho:
“Este libro fue escrito por don Juan, hijo del muy noble
infante don Manuel, con el deseo de que los hombres hagan en
este mundo tales obras que les resulten provechosas para su
honra, su hacienda y estado, así como para que encuentren el
camino de la salvación.”
Vemos aquí que la voz del narrador introduce a la figura de Don Juan como autor
del texto. La inscripción del nombre del autor se repetirá en el prólogo general, pero
enfatizada por el uso de una voz narradora en primera persona:
“Por eso yo, Don Juan, hijo del infante Don Manuel y Adelantado
Mayor de la frontera del reino de Murcia, escribí este libro con las más
bellas palabras que encontré, entre las cuales puse algunos cuentecillos
con que enseñar a quienes los oyeren.”
De esta manera, vemos que no sólo se intenta resaltar la figura autoral de Don
Juan sino también nombrar su linaje y, en consecuencia, su pertenencia a la clase
noble. Además, en el anteprólogo, se manifiesta una preocupación por los cambios
que pudiera llegar a sufrir el texto al caer en manos de un copista:
“Como don Juan ha visto y comprobado que en los libros hay
muchos errores de copia, pues las letras son muy parecidas entre sí y
los copistas, al confundirlas, cambian el sentido de muchos pasajes, por
lo que luego los lectores le echan la culpa al autor de la obra, pide don
Juan a quienes leyeren cualquier copia de un libro suyo que, si
encuentran alguna palabra mal empleada, no le culpen a él, hasta que
consulten el original que salió de sus manos y que estará corregido, en
muchas ocasiones, de su puño y letra.”
En esta oración, nuevamente se resalta que la obra ha salido de las manos del
propio Don Juan y que como autor de la misma no desea que se lo culpe por los
posibles errores que puedan cometer los copistas al transcribirla.
A partir de los ejemplos citados, vemos el esfuerzo por destacar la figura de un
autor que asume el resultado de su escritura. Este hecho podría compararse con el
caso de Berceo y la escritura de los Milagros de Nuestra Señora. La diferencia se halla
en que Berceo asume su autoría a través de la intervención de lo divino. Es decir que
su posibilidad de escribir, y el resultado de esta práctica, son producto de Dios. En
cambio Don Juan Manuel realiza un juego de falsa modestia con éste tópico:
“El conde tuvo este por muy buen consejo, obró según él y le fue
bien. Viendo Don Juan que este era bueno, lo hizo poner en este libro y
escribió unos versos, que dicen así: Al que enemigo tuyo solía ser nunca
le debes en nada creer”
Por otro lado, para analizar las voces en los Milagros de Nuestra Señora,
tomamos como ejemplo el milagro número XXII: “El romero naufragado”. En la
primera cuaderna vía, se nos presenta la voz de un narrador que invita a su público a
escuchar más milagros, mientras dure el día. Si tenemos en cuenta la introducción en
la que aparece Berceo ficcionalizado, podemos pensar que se produce un juego en el
que se enlaza el narrador a la de este autor ficcional. Asimismo vemos que se retoma
la imagen del pozo, que en la introducción ya se había mencionado; y también, la
figura de la alegoría:
Asimismo, las otras voces que aparecen a lo largo del milagro son justamente la
de los personajes propios de el hecho que el narrador está relatando; como por
ejemplo en la cuaderna vía veinticuatro: “Disso el peregrino: Oídme, ¡si vivades!”.
Volviendo a la voz de Berceo ficcionalizado, la remisión a otra fuente con el fin de
realzar el índice de veracidad. El milagro fue escrito por un obispo que lo había
presenciado:
Corpus
Gonzalo de Berceo, Milagros de Nuestra Señora. Letras Universales, 2005.
Don Jual Manuel, El Conde Lucanor. Gradifco, 2007