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- F.H.U.C.

Literatura Española I
Trabajo Práctico:
 Milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo de
Berceo
 El Conde Lucanor, de Don Juan Manuel

Profesor encargado: Fumis, Daniela

Alumno: Dolzani, Sofía

Carrera: Lic. y Prof. en Letras

Fecha de entrega: 16- 05- 2013


En el siguiente informe se analizarán dos textos pertenecientes a la Edad Media:
los Milagros de Nuestra Señora y El Conde Lucanor. Dichos escritos entrarán en
diálogo a partir de una característica seleccionada.

Los Milagros de Nuestra Señora es un texto escrito en el siglo XIII por Gonzalo de
Berceo, un clérigo perteneciente al monasterio benedictino de San Millán. El hecho de
que el autor sea un clérigo no es un dato menor, ya que nos posiciona frente a una
figura con un rango de poder en cuanto a la clase social. Un autor culto y letrado, al
servicio de Dios, que intenta educar a la clase popular en la religión católica. Por esto
mismo, los Milagros de Nuestra Señora se consideran un texto de carácter didáctico
que tiene como fin la enseñanza respecto al comportamiento que debe tener el
hombre, y en especial el monje, el cual debe realizarse dentro de los parámetros
marcados por el camino de Dios.
La obra está compuesta por una introducción, propia del autor, y veinticinco
milagros extraídos del manuscrito Thott. En estos milagros se realza la figura de la
Virgen María como protectora y salvadora de aquellos que cayeron en el pecado;
Virgen misericordiosa que perdona y rescata a sus siervos devotos.

Por otro lado, El conde Lucanor fue escrito por el Infante Don Juan Manuel en el
siglo XIV. El autor de este texto pertenecía a la nobleza y creía que la escritura era un
fuerte elemento tanto político como ideológico. El libro poseía un fin didáctico a partir
del cual se pretendía enseñar la manera en que un noble debe actuar para conservar
la honra. De este modo, podemos entender que cuando hablamos del lector al que
está destinado el escrito, suponemos un público letrado y con acceso a los libros, es
decir, la nobleza.
El conde Lucanor se encuentra organizado estructuralmente a partir de dos
prólogos y cincuenta y un cuentos, en los que un noble es aconsejado por su siervo
Patronio en una serie de acciones relacionadas al ámbito de la nobleza. Estos cuentos
pertenecen al género de enxemplo; por lo tanto serán breves y sencillos para poder
cumplir con su fin didáctico.

Vemos de esta manera que tanto en los Milagros de Nuestra Señora y en El


Conde Lucanor los autores han asumido la responsabilidad de su autoría. Y si bien lo
hacen de diferente manera, sigue siendo un rasgo notable para una época en la que
circulaba mayormente el anonimato. Entonces, cabe preguntarse ¿Cómo lo hacen?
¿Qué diferencias encontramos en cuanto al carácter autoral en cada texto? Además
vemos que la voz de cada autor es ficcionalizada y textualizada en ambas obras, lo
que nos permite pensar que la palabra del narrador se entrecruza con esta. De allí a
las preguntas ¿Cómo se hace visible la voz del autor ficcionalizado a lo largo de
ambas obras? ¿Cómo se organiza la voz del narrador en el discurso? ¿Y las demás
voces? Otra serie de inquietudes que podemos repensar a partir de ambos textos son
¿Qué influencia vemos en ambos textos a partir de la clase social en la que se ubican
los dos autores? ¿Cuáles eran los fines didácticos de cada obra? ¿A qué público
estaba dirigido? ¿A qué se debe la elección del género de cada obra? ¿De qué forma
es tratada la relación con otros textos?

Siguiendo la temática respecto a la inscripción de la voz autoral en cada uno de


los textos, podemos ver que tanto Berceo como Don Juan Manuel inician sus escritos
con un prólogo donde es posible apreciar la marca de su autoría.

En los Milagros de Nuestra Señora, el prólogo que precede a los milagros, da


cuenta ya en su segunda estrofa la mención de un “yo” ficcionalizado: “Yo maestro
Gonçalo de Verceo nomnado”. El nombre del autor ingresa al texto entrecruzándose
con la voz del narrador. Esto nos permite comprender que el pronombre personal en
primera persona y el nombre propio funcionan como rasgo de verosimilitud para un
público que los asociará a la figura del autor.
La versión ficcionalizada de Gonzalo de Berceo se halla en un prado
caracterizado por la armonía de las piezas que componen la descripción de un locus
amoenus. El paisaje es descripto utilizando la alegoría, figura retórica que cierra la
interpretación de los significados que adquieren los elementos que componen el locus.

“Las cuatro fuentes claras que del prado manavan


son los quatro evangelios, esso siggnificavan
ca los evangelistasquatro que los dictavan,
cuando los escrivién, con ella se fablavan.”

Utilizando esta misma figura a lo largo de la introducción, se mencionan los


milagros que la Virgen ha realizado como frutos de los árboles que en el prado se
encuentran: “Los árboles que facen sombra dulz e danosa/ son los santos miraclos
que faz la Glorïosa”. De estos frutos, el narrador hace explícita la selección de
algunos que escribirá a lo largo del texto:

“Quiero en estos árbores ratiello sobir


e de los sos miraclos algunos escribir,
la Gloriosa me guíe que lo pueda cumplir,
ca yo non me trevría en ello a venir.”

Así observamos cómo la figura del narrador, nuevamente, se entrelaza con la del
autor manifestando una consciencia de escritura en función de la selección de un
corpus. Berceo no sólo elige transcribir veinticinco milagros del manuscrito Thott, sino
que también inscribe en la introducción un yo ficcional que desea poder escribir una
serie de milagros previamente elegidos (“e de los sos miraclos algunos escribir). Pero
en los Milagros de Nuestra Señora la propia escritura no es asumida totalmente debido
al pedido de guía que realiza a la Virgen.
El autor, por el hecho de ser un clérigo letrado, se siente elegido por Dios para el
oficio de la escritura y por lo tanto debe ser guiado por la Virgen; ya que esta actúa en
función de intercesora. De manera tal que Berceo configura su introducción como un
milagro más en el que él mismo, al ficcionalizarse, es salvado por la Virgen y elegido
para escribir. En términos de García Montero, Berceo “no se siente orgulloso
exactamente de su estilo, de sus méritos, sino de ser un elegido, un ministro de Dios,
el único que puede escribir bien” (2000: 32). Es decir que Berceo asume su rol de
autor desde la postura de un orgullo prestado; él escribe gracias a la intersección de la
Virgen.
“Terrelo por miráculo que lo faz la Gloriosa
si guiarme quisere a mí en esta cosa;
Madre, plena de gracia, reina poderosa,
tú me guía en ello, ca eres piadosa.”

Por otro lado, en la obra de Don Juan Manuel también podemos visualizar la
voluntad de autoría. Leonardo Funes (2007) nos muestra una serie de rasgos que nos
permiten justificar este argumento: en primer lugar, el borramiento de las fuentes que
nos remiten a la intertextualidad del texto; en segundo lugar, la referencia a sus
propias obras y la autocita; en tercer lugar, la mezcla de planos en cuanto a la unión
de la voz del autor a la de un personaje; y en cuarto lugar, la preocupación por el uso
de un discurso correcto que cumpla con los fines didácticos del texto.
El Conde Lucanor está compuesto por dos prólogos, uno narrado en tercera
persona y otro en primera. En la primera oración del denominado anteprólogo ya
aparece un indició de la voluntad de dejar inscripto quién ha escrito la siguiente obra y
de las finalidades con que lo ha hecho:
“Este libro fue escrito por don Juan, hijo del muy noble
infante don Manuel, con el deseo de que los hombres hagan en
este mundo tales obras que les resulten provechosas para su
honra, su hacienda y estado, así como para que encuentren el
camino de la salvación.”

Vemos aquí que la voz del narrador introduce a la figura de Don Juan como autor
del texto. La inscripción del nombre del autor se repetirá en el prólogo general, pero
enfatizada por el uso de una voz narradora en primera persona:
“Por eso yo, Don Juan, hijo del infante Don Manuel y Adelantado
Mayor de la frontera del reino de Murcia, escribí este libro con las más
bellas palabras que encontré, entre las cuales puse algunos cuentecillos
con que enseñar a quienes los oyeren.”

De esta manera, vemos que no sólo se intenta resaltar la figura autoral de Don
Juan sino también nombrar su linaje y, en consecuencia, su pertenencia a la clase
noble. Además, en el anteprólogo, se manifiesta una preocupación por los cambios
que pudiera llegar a sufrir el texto al caer en manos de un copista:
“Como don Juan ha visto y comprobado que en los libros hay
muchos errores de copia, pues las letras son muy parecidas entre sí y
los copistas, al confundirlas, cambian el sentido de muchos pasajes, por
lo que luego los lectores le echan la culpa al autor de la obra, pide don
Juan a quienes leyeren cualquier copia de un libro suyo que, si
encuentran alguna palabra mal empleada, no le culpen a él, hasta que
consulten el original que salió de sus manos y que estará corregido, en
muchas ocasiones, de su puño y letra.”

En esta oración, nuevamente se resalta que la obra ha salido de las manos del
propio Don Juan y que como autor de la misma no desea que se lo culpe por los
posibles errores que puedan cometer los copistas al transcribirla.
A partir de los ejemplos citados, vemos el esfuerzo por destacar la figura de un
autor que asume el resultado de su escritura. Este hecho podría compararse con el
caso de Berceo y la escritura de los Milagros de Nuestra Señora. La diferencia se halla
en que Berceo asume su autoría a través de la intervención de lo divino. Es decir que
su posibilidad de escribir, y el resultado de esta práctica, son producto de Dios. En
cambio Don Juan Manuel realiza un juego de falsa modestia con éste tópico:

“Quienes encuentren en el libro alguna incorrección, que no la


imputen a mi voluntad, sino a mi falta de entendimiento; sin embargo,
cuando encuentren algún ejemplo provechoso y bien escrito, deberán
agradecerlo a Dios, pues Él es por quien todo lo perfecto y hermoso se
dice y se hace.”

Funes (2007) propone leer esto como una manifestación de la ubicación


excéntrica en la que se ubica la figura de Don Juan Manuel en cuanto al oficio de
escribir. Sabemos que en aquella época la transcripción y la escritura de textos estaba
a cargo del clérigo; sin embargo, Don Juan superaba la educación del noble pero no
alcanzaba la de la clerecía letrada. Este hecho lo coloca en una situación incómoda
frente a estas dos clases. Es decir que el autor de El Conde Lucanor actúa sobre una
línea de borde, en el límite de ambas condiciones. Por un lado, en cuanto a su
posición de cuasi-letrado; y por otro, por el hecho de pertenecer a una época donde la
escritura era producto de la mano de Dios. Es por eso, que en la oración citada vemos
una falsa modestia en cuanto a este tema, ya que el juego del lenguaje nos pone
frente a un autor que muestra humildad y orgullo respecto a su propia escritura.
Ahora bien, en los cuentos que componen la obra de Don Juan Manuel podemos
hallar la presencia de algunas voces que se mantienen a lo largo de los enxemplos.
Estas son: la voz de un narrador, la voz del Conde Lucanor y la de Patronio. Al mismo
tiempo, en el final de cada cuento aparece la figura ficcional de Don Juan que escribe
en un libro la moraleja de la historia relatada. De este modo, podemos decir que cada
enxemplo se configura desde un plano doble; por un lado la relación Conde-Patronio y
por otro Don Juan con su público lector. La voz del narrador se encarga de aunar a las
mismas.
Para poder ver esto, analizaremos el enxemplo XIX: “Lo que sucedió a los
cuervos con los búhos”. En el inicio del cuento nos enfrentamos a la voz de un
narrador que nos presentará a los personajes en la situación que dará origen al resto
de la historia: “Hablando un día el conde Lucanor con Patronio, su consejero, le dijo
así” A partir de este momento se inicia un diálogo en el que el Conde pide un consejo a
su siervo:
“Patronio, yo tengo un enemigo muy poderoso, el cual tenía en su
casa a un pariente suyo, a quien había cuidado y hecho mucho bien (…).
Por la confianza que tengo en vos y en vuestro buen criterio, os ruego
me digáis qué es lo que creéis que debo hacer.”

El enxemplo continúa con la voz de Patronio que aconseja al conde a través de un


relato: “Señor conde Lucanor (…) para que mejor comprendáis como quiere hacerlo,
me gustaría supierais lo que sucedió a los búhos y a los cuervos”. Una vez más
aparece la voz del narrador: “El conde le rogó que se lo refiriera”.
Observamos que cuando Patronio relata el cuento, su voz se transforma en la de
un narrador. Las conversaciones que se generan dentro de este relato se dan por
medio de un estilo indirecto, efecto que nos reafimar lo dicho en cuanto a Patronio
como narrador omnipotente.
“Había, sin embargo, entre los otros búhos, uno muy viejo y que
había visto mucho, el cual, comprendiendo el engaño del cuervo, fue a
ver al caudillo de los búhos y le dijo que estuviera seguro de que aquel
cuervo había venido para averiguar lo que ellos hacían (…)”

Al finalizar la metáfora que es el relato, Patronio ofrece un consejo conciso al


conde. El cierre del enxemplo se da por medio del narrador que lo había inciado:

“El conde tuvo este por muy buen consejo, obró según él y le fue
bien. Viendo Don Juan que este era bueno, lo hizo poner en este libro y
escribió unos versos, que dicen así: Al que enemigo tuyo solía ser nunca
le debes en nada creer”

Aquí se comprueba el fin didáctico de la obra al demostrar que el consejo se llevó


a cabo y obtuvo buenos resultados, lo que implica que si el noble pone en práctica lo
explicitado en la obra podrá mantener su honor y su honra. Además, como
mencionamos antes, aparece la figura de Don Juan ficcionalizada escribiendo el
consejo en “este” libro. Lo que da cuenta, nuevamente, de un autor que remite
constantemente a su persona al textualizarla a lo largo de la obra.
Podemos decir que estas voces se mantienen en todos los enxemplos, y que sólo
pueden variar las voces que sen encuentrar dentro del relato que Patronio cuenta al
conde.

Por otro lado, para analizar las voces en los Milagros de Nuestra Señora,
tomamos como ejemplo el milagro número XXII: “El romero naufragado”. En la
primera cuaderna vía, se nos presenta la voz de un narrador que invita a su público a
escuchar más milagros, mientras dure el día. Si tenemos en cuenta la introducción en
la que aparece Berceo ficcionalizado, podemos pensar que se produce un juego en el
que se enlaza el narrador a la de este autor ficcional. Asimismo vemos que se retoma
la imagen del pozo, que en la introducción ya se había mencionado; y también, la
figura de la alegoría:

“Sennores, si quisiéssedesmientre dure el día


d’estos tales miraclos aún más vos dizría,
si vos non vos quessássedes yo non me quessaría,
ca como pozo fondo, tal es Sancta María.

Tal es Sancta María como el cabdal río


que todos beven d’elli bestias e el gentío
tan grand es cras como eri, e non es más vazío
en todo tiempo corre, en caliente e en frío”.

Asimismo, las otras voces que aparecen a lo largo del milagro son justamente la
de los personajes propios de el hecho que el narrador está relatando; como por
ejemplo en la cuaderna vía veinticuatro: “Disso el peregrino: Oídme, ¡si vivades!”.
Volviendo a la voz de Berceo ficcionalizado, la remisión a otra fuente con el fin de
realzar el índice de veracidad. El milagro fue escrito por un obispo que lo había
presenciado:

“Leemos un miraclo de la su santidat,


Que cuntió a un bispo, omne de caridat,
Que fo omne católico de grand autoridat,
Víolo por sus ojos, bien sabié la verdat.

Assín como lo vió, assín lo escribió


Non menguó d’ello nada, nada non ennandió
(…)”

Esto además de remitirnos a otra fuente, nos refiere a un dato contextual de la


época: el oficio de escribir en manos de la clarecía. Fue el obispo quien,
anteriormente, escribió el milagro que el narrador invita a leer; y no sólo eso, sino que
también su escritura es descripta como “pura verdad” por el hecho de no haber
modificado ningún dato del milagro sucedido. A partir de esta reflexión, podemos
pensar que la escritura tanto del obispo como de Berceo deben ser consideradas
verdaderas por el público a quiénes son dirigidas, puesto que son miembros de la
clerecía, es decir, los elegidos de Dios para este oficio.
Una característica particular del milagro XXII es el cierre que realiza el narrador;
una oración en pedido de salvación a la Virgen, que finaliza con la palabra “Amén”. La
figura de María es ubicada como la intercesora que permitió salvarnos del pecado, al
traer a la tierra al hijo de Dios. La imagen de la mujer que Eva dañó, al comer la
manzana, es reivindicada en estas últimas cuaderna vías gracias a la Virgen. Aquí, el
narrador ya no cuenta un relato, sino que ora a la Virgen. Podemos pensar que si la
voz del narrador pertenece a la ficción de Berceo mencionada en la introducción (un
Berceo que va a contar los milagros a lo largo de la obra), aquí se detiene para orar a
su salvadora y pedir por la salvación del hombre.

En conclusión, tanto en los Milagros de Nuestra Señora como en El conde


Lucanor, las voces que interfieren a lo largo de la obra producen un cruce entre la voz
de un narrador y la figura ficcionalizada de los propios autores. Esto puede leerse
como un índice del objetivo que tenían ambas obras; un fin didáctico que pretendía
educar a ciertas clases sociales. Ya sea a partir de un orgullo prestado o de un orgullo
propio respecto a la escritura, ambos autores evidencian la marca de su autoría; y al
mismo tiempo ficcionalizan su propio “yo” para que funcione como un exponente del
rasgo de veracidad que trata de imponerse dentro ambas obras.
Bibliografía
Cacho Blecua, Juan Manuel (1986): Género y composición de los <<Milagros de
Nuestra Señora>> de Gonzalo de Berceo.
Funes, Leonardo (2006): “La inscripción del sujeto y de la historia en la obra de Don
Juan Manuel” en Hispanismo: Discursos cuturales, Identidad y Memoria.
Funes, Leonardo (2007). Excentricidad y descentramiento de la figura autoral de Don
Juan Manuel.
García Montero, Luis (2000): “Gonzalo de Berceo y el orgullo prestado” en El sexto
día. Historia íntima de la poesía española. Madrid: Debate, 21- 40.

Corpus
Gonzalo de Berceo, Milagros de Nuestra Señora. Letras Universales, 2005.
Don Jual Manuel, El Conde Lucanor. Gradifco, 2007

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