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Z DEL CORRENTOSO” Y ACS EN LA INVESTIGACIÓN

DLA “TELEPORTACIÓN”
Gustavo Fernandez
4 agosto, 2018 / 3
Jacques Vallée, preclaro pilar fundacional de la Ufología
contemporánea dijo en una ocasiòn, refiriéndose al fenómeno
OVNI; “tenemos la oportunidad verdaderamente única de estar
asistiendo al nacimiento de un folklore”. Es absolutamente cierto;
el concepto no pone en duda la existencia del fenómeno (menos
para Vallée, astrofísico y experto en informática de renombre
internacional que no hesitó en bucear en las reflexiones más
metafísicas posibles alrededor del tema) sino que se proyecta a
los alcances inimaginables de las potencialidades en juego. Una
sucesiòn de eventos –las apariciones de OVNIs- que puede
moldear culturas, idiosincrasias, cosmovisiones…

Lugar de observación de la “luz”


En esas palabras pensaba cuando, con una temperatura cercana a
los cero grados, acomodé mi humanidad en la estrecha lancha
entre bultos, provisiones, equipos de fotografía y filmaciòn,
chalecos salvavidas y cuatro esforzados compañeros de jornada
(los miembros del IPEC –Instituto Planificador de Encuentros
Cercanos- Alberto “Quique” Marzo, Emanuel Giúdice, Rodolfo
Tenorio y el baqueano de río Manuel Caño) la noche del sábado
28 de julio pasado, mientras una espléndida luna casi llena peor
ya en fase decreciente iluminaba de manera espectral las no tan
tranquilas aguas del caudaloso río Paraná, frente al pueblo de
Villa Hernandarias, en la provincia de Entre Ríos, Argentina. A mis
lectores más conspicuos el lugar no les resultará desconocido: es
donde, poco más de un año antes, ocurriera el sonado caso de
“teletransportaciòn” de un jovencito que hemos desarrollado
aquí y aquí . Ya entonces, la búsqueda de mayor información
local que contextualizara ese episodio que entonces parecía asaz
aislado de todo conjunto nos había introducido en los relatos,
casi susurrados con cierta reticencia, de tanta gente que no pudo
dejar de llamar nuestra atención: pescadores comerciales y
deportivos, lugareños que relataban que desde hacía “mucho
tiempo” una extraña luz parecía surgir de las barrancas del río,
flotar a través de su ancho cauce y mostrar especial predilecciòn
por un brazo del mismo, que por su velocidad y comportamiento
un tanto violento llaman “el Correntoso”. Algunos pescadores
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comentaban que la luz se había ubicado sobre sus
embarcaciones. Unos, que parecía acompañarles con cierta
mansedumbre. Otros, que se mostraba errática y hasta
“frenética”. Mucha gente –cada vez aparecían más- comentaba
haberla visto simplemente desde la bella costanera de la
localidad, allá, a lo lejos, nunca más al sur que los lindes del
pueblo, tampoco más al norte que la cercana localidad de Piedras
Blancas, a unos cinco kilómetros.

A poco de partir a la vigilia


Generamos entonces la ocasiòn de regresar, en primer lugar para
abundar en la investigación del caso de “teletransportaciòn”,
sobre el cual también nos extenderemos aquí pues tiene una
relaciòn no ociosa con el tema que nos ocupa. Íbamos decididos
a reunir más evidencia de “la luz” pero, cómo no, montar una
“vigilia OVNI”, nocturna, en parte embarcados en medio del río y
en parte haciendo “vivac” es la zona de islas, muy, muy lejos de
cualquier sitio poblado. Además, fuimos a dicta runa conferencia
para los habitantes del pueblo.

Meses antes insistí ante mi grupo en la necesidad de dar este


paso. Son casi cuarenta y cinco años de experiencia como difusor
e investigador de campo; uno aprende ciertas cosas. Aprende,
por ejemplo, que en la atmósfera social de los pueblos pequeños
nadie quiere pasar por loco, de manera que los relatos se cuentan
casi en secreto, tal vez a la luz de algún fuego compartiendo una
noche de cacería o de asado; la opinión que el pueblo tenga de
uno, si es que uno seguirá viviendo allì, puede ser casi un estigma
(a más de un año, por ejemplo, el muchachito protagonista de la
“teleportaciòn” ha pasado a ser, definitivamente, “el chico del
OVNI” y la carga semántica de ese apodo le acompañará de por
vida). Sabíamos que deberíamos regresar más de una vez si
queríamos superar las resistencias iniciales (no hay nada más
patético que ciertos “ufólogos” llegados de la gran ciudad por la
mañana que tratan de presionar revelaciones a lo largo del día
para tomar el bus de regreso a la noche) y, mejor aún, si se puede
contar con referentes locales. Teníamos dos, muy fuertes (cuyas
identidades no señalaré ahora, parte de la estrategia –de mi
estrategia- de investigación de aquí en adelante) los cuales
fueron determinantes para generar algo muy útil a nuestros fines
pero que produce urticaria en algunos colegas: que el entorno
familiar del protagonista de aquél suceso sólo aceptaran
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recibirnos, una y otra y otra vez, a nosotros, rechazando toda otra
entrevista aún cuando era factible el ofrecimiento de dinero).
Sabía yo que una conferencia pública expondría la credibilidad
del tema OVNI a una escala que inevitablemente debería ser
catártica para mucha gente: y efectivamente así ocurriò. Mucha
gente vino a la charla, muchos se quedaron después de hora para
relatarnos sus anécdotas y hoy sabemos que hay un verdadero
“revuelo” en el pueblo de gente que ha salido a comentar
abiertamente (en espacios impensables hasta entonces) sus
propias experiencias. Por todo ello es que recordé las palabras de
Vallée. Ninguno de nosotros puede calcular cuáles pueden llegar
a ser, en el futuro, las repercusiones de la “movida” que
generamos. Estábamos, a esta escala, asistiendo al nacimiento de
un folklore.

Tres capturas sucesivas de video, mostrando la “luz”


En los párrafos precedentes he descrito sucintamente la
naturaleza del fenómeno. Todos son coincidentes: una esfera,
que algunos definen como “grande como la luna”, o separando
dedos índice y pulgar y disponiendo así ambas manos a unos
cuarenta centímetros una de otra. Aquí se plantea algo normal en
los testigos no entrenados: cuando se les pregunta por el tamaño
“aparente” del objeto, relativizan o no comprenden la expresión
“aparente” y dicen algo como “y… como de un metro de
diámetro” (por citar un ejemplo cualquiera). Como acostumbro
señalar; un metro a la distancia de un brazo o un metro a diez de
distancia?. Si uno no tiene claras referencias (y es muy difícil
tenerlas en la noche cerrada cuando el fenómeno se manifiesta),
no es posible saber si el objeto tiene cincuenta centímetros a
treinta metros o cinco metros a quinientos. Por eso, la mejor
manera de hacer un estimativo es hacerle extender el brazo al
testigo y que, separando las yemas de los dedos índice y pulgar,
indique el tamaño, entonces sí, “aparente”.

De todos modos, estas previsiones serían superadas por la


experiencia en primera persona que habríamos de tener.

Hasta aquí, estábamos progresando lentamente. Habíamos


observado que el fenómeno parecía limitado geográficamente a
poco más que el río frente al pueblo. Surgía en ocasiones, como
dije ya, de la barranca de tierra firme, cruzaba hacia la gran isla
que se encuentra enfrente, solía generalmente desviarse hacia lo

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que se conoce como “el riacho Garay” –lugar de tenebroso
pasado al cual deberé referirme también- y desaparecer en
lugares diversos o imprecisos. Era la zona que recorreríamos esa
noche.

Reproductor de vídeo
Otro de los progresos de esos días fue comenzar a determinar el
marco temporal. El “mucho tiempo” inicial con el que tanta gente
nos obsequiaba (luego de la conferencia, conversando mientras
programábamos el derrotero de la noche, consensuamos que ya
rondábamos por una treintena de testimonios directos) ya
comenzaba a enfocarse: cuando menos, se viene observando
desde hace sesenta años. Y en el transcurso del día, se había
comenzado a sumar los avistamientos “grupales”, como uno,
alrededor de principios de la década de los 80 del siglo pasado,
en que casi todos los habitantes de un barrio, luego de un corte
de electricidad, salieron a la calle y pudieron observarle.

En el mapa es sencillo comprender el recorrido que nos


propondríamos: navegaríamos hacia el norte, remontando la
corriente misma, hasta girar a la izquierda, hacia costa de la
provincia de Santa Fe (el río Paraná es frontera natural entre
ambas provincias) y bordeando la isla mayor descenderíamos,
ahora sí, por el brazo que se conoce como “Correntoso”. Nos
detendríamos a hacer observación varias horas en algún punto de
la costa y, ya de regreso en la mañana, bajaríamos hacia el sur,
contorneando por allí nuevamente la isla y retornaríamos al
pueblo.

El autor, en el retorno matutino


Así que allí estábamos, en la pequeña lancha donde apenas y con
gran dificultad, podíamos movernos. Para aprovechar el tiempo
disponible –y el metereológico, ya que si bien en ese momento el
cielo estaba cristalino y la Luna refulgía, hasta la tarde había
estado completamente nublado y podía estarlo, y quizás llover,
nuevamente; era mejor que si ello ocurría nos encontrara
avanzados lo más posible en el recorrido- navegábamos a alta
velocidad. Estábamos incómodos; si bien la lancha no “planeaba”,
se levantaba bastante de proa, lo que nos comprimía contra la
borda trasera, con el motor rugiendo junto a nuestros oídos. En la
proa, Rodolfo barría la superficie con un reflector. Manuel
conducía, frente a mí, con Emanuel a su lado, y “quique” y yo

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sentados al fondo. Comenzaba a entrar un poco de agua y el
viento helado quería filtrarse por el menor intersticio de nuestros
ropajes. Ansiábamos llegar al punto indicado con un círculo
amarillo en el mapa; allí, la idea era dejar llevar “al garete” con la
corriente, boyar a favor de la corriente un tiempo y finalmente
buscar donde hacer tierra.

Desde mi posición, perdido en mis pensamientos (ya saben,


Vallée y esas cosas) disfrutaba –tengo algo de masoquista, dice
mi mujer- el paisaje, feliz de estar haciendo la experiencia. A
estribor, el pueblo de Hernandarias y a medida que avanzábamos,
las viviendas raleaban y sólo la naturaleza. A babor, la costa este
de la isla, oscura, deshabitada. Y es aquí cuando comienzo a
relatar esto en primera persona, porque una luz llamó mi
atención apenas a diez minutos de comenzar la travesía.

Estaba a unos veinte grados sobre el horizonte, en perfecta


direcciòn Oeste, según luego compruebo con mi brújula. Pensé
en un cuerpo astronómico, más bien un planeta antes que una
estrella. Estaba inmóvil, pero a medida que pasaban los minutos
me llamaba la atención dos cosas: su diámetros –otra vez-
“aparente”, superior a estrella o planeta. Ni siquiera Venus, como
“lucero del alba”, se muestra con un diámetro visible de
aproximadamente tres grados de un círculo astronómico. Una
estrella, o un planeta, a simple vista es apenas, siempre, un punto
luminoso. Titila la estrella; no titila el planeta, y poco más.

Pero lo segundo llamativo era sus cambios de coloraciòn. Blanco.


Amarillo. Rojizo. Rojo. Blanco. Amarillo. Rojizo. Rojo otra vez.
Cada tanto, azul. Pensé en un efecto óptico por la proximidad del
horizonte. Supuse, también alguna antena en lo alto de una torre.
Hasta ese momento, y pasaron cinco minutos de observación, no
hice ningún comentario; quería evitar alguna hipotética sugestiòn
del grupo y prefería dedicarme a barajar explicaciones
convencionales.

fotografía de alta sensibilidad -era noche cerrada, pueden


apreciarse las estrellas- desde el punto de vivac
Fue entonces cuando los otros comenzaron a hablar en voz alta
de lo mismo. Resultó que casi todos –creo que Quique, que por
su posición estaba casi dándole la espalda, era el único que hasta
ese momento no se había percatado- también venían
observándolo y por mis mismos motivos habían decido guardar
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silencio y manejarse con prudencia. Ahora, confesábamos juntos
nuestro desconcierto, navegamos no más de dos minutos más y
entonces detuvimos la marcha en pleno río.

Allí seguía. Blanco. Amarillo. Rojizo. Rojo. Torpemente


comenzamos a buscar alguno de los equipos de video –los
celulares, lo único que teníamos a mano ya que el resto estaba
cuidadosamente guardado a la espera de apostarnos por temor a
que se mojaran o cayeran al agua, eran insuficientes para
capturar alguna imagen por la distancia- y Emanuel logra hacerse
con una de las cámaras. Apenas comienza a grabar, el objeto –no
había duda alguna ya que lo era- comienza a moverse: hacia
abajo, con velocidad creciente (esto fue muy evidente y muy
sugestivo) pero antes de llegar al horizonte visual (la línea de
vegetación natural levemente por encima del horizonte
astronómico) simplemente, desapareciò en la direcciòn que indica
la flecha. Alcanzamos a grabar cuatro o cinco segundos de video,
que es el que compartimos aquí. No piensen que se movía de esa
manera; eso lo producía el vaivén de la lancha sobre el agua. Eran
las 22.05 de la noche.

Antes de abundar en algunas consideraciones sobre el episodio,


describo rápidamente –por carecer de otras novedades- el resto
de la noche. “Gareteamos”, tal como dije, con la corriente del
Correntoso hacia el sur un par de horas. Atracamos sobre la costa
oeste entonces, hicimos fuego, preparamos algunas provisiones y
nos dedicamos a compartir la experiencia, describiendo cada uno
su percepción particular. Así estuvimos hasta las 5.30 de la
mañana, en que descansamos una hora y media, levantamos el
campamento y continuamos navegando. Llegamos al “riacho
Garay” (otro de los puntos sugeridos de detenciòn del fenómeno)
recorriéndolo en un tramo. Regresamos al Paraná, lo cruzamos de
lado a lado y nos dirigimos al embarcadero del pueblo. Todo ello,
sin otra aparición. La jornada había finalizado a las 8.30 hs.

Entrando en el “riacho Garay”, zona recurrente de la “luz” y de los


penosos hechos narrados en el artículo
Nos resulta evidente que no hay explicación “convencional”. Aún
si cupiera relacionarle en su posición con algún cuerpo
astronómico, su comportamiento, su movimiento lo hace
incompatible con esa “respuesta”. No hay población, vivienda ni
antena en esa direcciòn. No era una bengala, por la extensa

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permanencia inicial. Demoramos en decirnos, debo admitir que
casi con timidez, que, entonces, era “la luz”. “La luz del
Correntoso”. Lejana si la comparamos con otros “afortunados”
sobre cuyas cabezas pasó. Pero era, por comportamiento, lugar,
color, el objeto de nuestros desvelos. Creo que tardamos en
tomar consciencia y manifestar con alegría que la primera noche
en el terreno en busca de ella nos hubiera gratificado con su
presencia.

Volveremos a por ella, claro. Pero, mientras tanto, ¿de qué puede
tratarse?. En mi cabeza comenzaba a articularse una mirada poco
ortodoxa. Mirada que, en puridad, había comenzado a gestarse
ese día por la mañana.

“El chico del OVNI”

Rehaciendo el camino de “R” y sus hermanos (I): de la casa donde


cenaban a aquella donde buscaban enseres (ambas están una a
vuelta de calle de otra, pero no se comunican entre sí). Aquí,
saliendo en grupo de la primera vivienda
Ya aporté los enlaces que llevarán (para quienes recién se
acerquen a esta investigación) los antecedentes del caso de
Teleportación que ocurriera en Hernandarias. Pero una
investigación no se agota tan rápidamente; teníamos que avanzar
por más. Así que en esta ocasiòn nos reunimos con el
protagonista, a quien llamaremos aquí “Testigo R.” (por puridad,
más que “testigo” deberíamos llamarlo “protagonista”, pero es por
uso de costumbre que seguiremos refiriéndonos a él de esa
manera). Una vez más, ratificamos lo dicho en aquellas ocasiones:
esta gente no busca ni cámaras ni dinero. Han rechazado –en
alguna oportunidad de maneras bruscas- a periodistas e
investigadores que de manera debo decir poco urbana llegaron
intempestivamente a su domicilio, y sabemos de conocidísimos
hombres de los medios radiales y televisivos de Buenos Aires que
también encontraron un “no” por respuesta. Es bueno insistir
sobre ello una y otra vez, cuando los improvisados de siempre,
incapaces de encontrarle “sentido” al episodio, habla de “fraude”
e “invención”.

Una vez más, volvimos a hacer las preguntas de entonces pero


reformuladas de maneras capciosas, explorando todos los
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vericuetos posibles para encontrar contradicciones. Negativo.
“R”, ya un muchacho con catorce años cumplidos, se mantiene
firme en sus dichos:

“Estaba parado atrás de mi hermano, porque no podía cerrar la


puerta de la casa. Sentí un “chistido” y cuando me di vuelta hacia la
calle, había una bola de luz chica cerca del piso. Pensé que era una
“joda” (broma) de los del barrio, y volví a mirar a mi hermano. Otra
vez escuché el chistido, y al mirar la bola estaba en el mismo lugar
pero a un metro de altura. No sé por qué, pero no le di importancia,
hasta que sentí el chistido por tercera vez y al darme vuelta la bola
se me vino encima. Y no recuerdo más hasta que abrí los ojos y
estaba costado en el banco de la parada del colectivo”.

Rehaciendo el camino de “R” (2): dirigiéndonos a la esquina


El diagrama que acompaño muestra el “recorrido” desde el punto
de desaparición hasta el de aparición, la distancia en línea recta –
la diagonal, en el caso hipotético que hubiera volado por sobre
los techos de los edificios- y los posibles caminos alternativos si
(en el caso de un fraude) hubiera tratado de hacerlos, ya sea a
pie, motocicleta o automóvil (lo que por principio implica la
participación de cómplices). Otra vez, debemos recordar lo ya
dicho: en las cámaras de vigilancia de esos recorridos –
fundamentalmente, en la del comercio que se encuentra casi
directamente enfrente del lugar de aparición- nada ocurre.
Hernandarias, en invierno, día de semana y a esa hora, está
completamente desierta. Y el único vehículo que sí se ve, a alta
velocidad, es el de la familia que corre a buscarle. Por cierto, es
oportuno enumerar lo que quizás sean obviedades: El “testigo R.”
es un jovencito introvertido, sin mayores amistades. Entre ellas
no hay quienes tengan vehículos. De haber habido alguno, el sólo
hecho de ponerse en marcha y alejarse del sitio de “partida” sería
inevitablemente observado por el hermano. La calle frente a la
vivienda, aunque muy pobre, estaba iluminada. Enorme número
de perros en el vecindario que delatan con sus ladridos todo
movimiento…

Rehaciendo el camino de “R” (3): ya hemos doblado la esquina. La


vivienda de destino se encuentra a la altur del auto deteriorado
Escribí párrafos atrás que esta nueva etapa investigativa ponía, a
mi modo de ver, la teletransportaciòn en otro contexto.
Regresemos al relato del “testigo R.” y su descripción de esa

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pequeña esfera luminosa que aparece, se eleva, se proyecta
sobre él. Y para repetirlo aquí con las mismas palabras que usé
con mi grupo: “Si a esa “luz” la ubicamos, no sobre esa calle y
frente a “R”, sino a apenas unos centenares de metros y sobre el río,
¿Qué tendríamos?. Pues… otra vez, la “luz del Correntoso””.

¿Se comprende lo que pienso?. Que la “luz del Correntoso” y lo


que gatilló la teletransportaciòn de “R”, son la misma cosa.

-¡Un OVNI! –gritan entonces empedernidos ufólogos (que, por lo


visto, no tienen siquiera elementales lecturas sobre otras
“paranormalidades”- ¡Abducido por un OVNI!”.

No chicos, no exageren. Sé que su propio “sesgo de


confirmaciòn” les lleva al lineal –por relacionado pero también
por básico- “razonamiento” de “luz + desaparición = abducciòn”.
Pero la “luz del Correntoso” tiene, por varias razones, más
aspecto de evento parapsicológico que de ufológico (eso,
siempre y cuando insistiéramos –de lo que no estoy ya tan
seguro- en una diferenciación entre lo “parapsicológico” y lo
“ufológico”). Aún cuando no nos detuviéramos en su pequeño
tamaño –donde de todos modos quienes hacen una lectura
excluyentemente “extraterrestre” dirán que no se trata de naves
sino de “sondas”, “caneplas”, etc.-

Rehaciendo el camino del testigo “R” (4): la vivienda d elos


hechos
Hernandarias es una “zona de ventana”, ufológicamente
hablando, sí. ¿Un “portal”?. Quizás, si como tal entendemos un
lugar donde distintos planos de la Realidad –o Realidades
Paralelas- se tocan y comunican. Siempre especulando,
podemos proponer que lo que se manifiesta como “la luz” es, o
un efecto secundario de la manifestación de ese “portal”, o el
gatillo disparador de los fenómenos con él asociados. Si –siempre
especulando- un “portal” es un punto donde se produce un
pliegue en el continuum espaciotemporal y lo que realmente
opera –e importa- es alguna “inteligencia” que se manifiesta a
través de él, cometeríamos un error de perspectiva en considerar
al fenómeno subsecuente como la causa a investigar.

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Hay dos detalles que pueden parecer nimios pero desde mi
óptica son fuertemente sugestivos para este tipo de
interpretación. Recordemos que cuando ocurre el episodio del
“testigo R”, la “luz” manifiesta un expreso, inteligente
y dirigido interés hacia él. Llama su atención con lo que “R”
denomina un “chistido” –aunque podemos preguntarnos si
efectivamente es lo que entendemos como tal- y se permite
aparecer a unos diez metros de distancia, elevarse y dirigirse
hacia nuestro protagonista.

El otro detalle que me interesa es cierta predilecciòn por algunos


puntos con gran carga, cuando menos, emocional. Se la describe
como apareciendo en ese paraje, o en otro pero luego
encaminándose al mismo. Me refiero al “riacho Garay”.

Rehaciendo el camino del testigo “R” (5): esta es la primera vez


que se publica una imagen de “R” -con el rostro disimulado- Aquí,
donde afirma apareció la “luz” por primera vez, a unos diez
metros de distancia donde él se encontraba parado (la pequeña
esfera blanca a sus pies)
Aparicio Garay es un personaje imborrable en el recuerdo de la
localidad, de ésos que, desagradablemente, terminan
transformándose en –otra vez- el germen de mitos y leyendas. Se
trataba –allá por los años 30 del siglo pasado- de un pescador,
ermitaño, que vivía en la zona de islas y que canibalizaba
niños. Se han realizado varios documentales de corto y
mediometraje, como puede verse aquí . El imaginario popular le
atribuye varias muertes, aunque de hecho fue capturado y
sentenciado (murió en prisiòn, no sin antes, también, asesinar a
un compañero de celda) en 1936 por un solo caso. Los
pormenores son realmente repugnantes y hieren la sensibilidad
común, así que allí se encuentra a disposición de quien lo desee
los recursos para profundizar. Lo cierto es que fue atrapado
sobre el riacho donde vivía, que desde entonces lleva su nombre.
Es decir, que la “luz” manifiesta, también, predilecciòn por este
sitio.

En cualquier otro contexto, la aparición de una luz en lugares de


muertes violentas o historias como ésta sería vinculada,
irremediablemente, a verla como “manifestación espiritual” –sea
del asesino, sea de sus víctimas- y permítaseme señalar que un
“ufólogo” que desconozca ese detalle seguiría pensando en una

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“nave extraterrestre” (dejando de lado la opinión de los lugareños
que por falta de dedicaciòn a estos temas no tienen por qué
relacionar un tema con otro). Ahora bien, un ejercicio de reflexiòn
para el lector: supongamos que hasta aquí, ante la mera
descripción “periodística” del fenómeno (la “luz” que aparece,
sobrevuela islas y gente, etc.) pensaba en el “ovni” como
“vehículo extraterrestre”. El mismo lector, usted por ejemplo,
¿seguiría pensando igual?.

Este conjunto de fenómenos se transforma en un modelo


perfecto de lo que suelo ilustrar en artículos y
conferencias: Vemos una extraña luz con comportamiento
inteligente en el cielo y pensamos: “¡Oh, un OVNI. Seguramente una
nave extraterrestre!”. Vemos una luz extraña con comportamiento
inteligente en un cementerio y pensamos: “¡Oh, seguramente un
espíritu o fantasma!”. Y en ambos casos, lo único cierto es que
hemos visto una luz extraña con comportamiento inteligente.

Todos los recorridos hipotéticos del “testigo R”


Las implicancias de mirar desde este ángulo esta sucesiòn de
episodios son fantásticas. Recuérdese, una vez más, que estamos
en un lugar donde en una extensión dada, limitada y acotada
geográficamente ya suman centenares los testigos. Para ponerlo
en términos que el lector argentino comprenderá fácilmente:
cuando la opinión pública debe referirse a un lugar donde el
índice de manifestaciones enigmáticas sube a niveles
apasionantes, siempre acuden a la referencia nombres como
Capilla del Monte (provincia de Córdoba) o Victoria (Entre Ríos).
En el litoral argentino y por proximidad, también se cita un punto
en Uruguay, la estancia “La Aurora”, en la vecina Salto. Esa
opiniòn, esa sociedad, los medios deberán agregar un nuevo
alfiler a sus mapas del misterio: Hernandarias.

1. Excelente nota, Gustavo. Como siempre,


contundente. Y solo hablás de lo que investigaste de
primera mano.
Me han hecho un par de notas (a mí, que soy un mero
aficionado, un aspirante a investigador) sobre el
tema ovni. Y siempre cito, con nombre y apellido, tu
frase sobre la luz con comportamiento inteligente.
Te aprecio mucho. Abrazo.

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Responder
2. Ivan dice:

5 agosto, 2018 a las 20:58

Al margen de la (fenomenal) correlación que


encontraste entre la luz del correntoso y Aparicio
Garay, un dato que me llamó personalmente la
atención fue cuando indicaste que al sacar la
cámara para filmar el objeto éste pareció percatarse
de la presencia de ustedes y se empezó a mover.
Y me llama la atención ese comportamiento
advertido porque cuando hace unos años yo observe
una luz u objeto (me sería difícil atribuirle
específicamente una denominación) primero estaba
quieta pero cuando empecé a filmar se empezó a
mover.
Se empezó a mover cuando mentalmente, por dentro,
decidí tomar la decisión de ponerme a filmar.
Recuerdo que yo estaba en un dilema mental 50% –
50% de pensar: eso debe ser algo normal, no me voy
a poner a filmar la estela de un avión, voy a parecer
un salame enfrente de todos, pero, por otro lado,
pensaba “esto es un OVNI real, saca el celular y
ponete a grabar ya!”.

Al video todavía lo tengo y te lo envié en 2


ocasiones.
La primera vez que te lo envié me dijiste que era la
estela de condensación de un avión, pero después de
unos 3 años (mas o menos) te lo volví a mandar para
ver si tenias otra opinión y me dijiste algo así como
que “claramente es un OVNI” y que descartabas
chatarra espacial o avión; algo así, recuerdo, me
dijiste.

…es por esto precisamente que me llamó la atención


el comportamiento que advertiste.

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Uno (humano) pensaría que, por las distancias, si
“eso” es, de hecho, algo paranormal, mas allá de su
naturaleza, sería muy difícil (no imposible) que “eso”,
en las distancias, se percate que nosotros nos
percatamos de él. Pero parece que lo que para
nosotros, humanos, debe significar una determinada
distancia, para estas cosas, no significan lo mismo.
Porque te repito; cuando vi esa cosa en el cielo (y
digo “esa”, pero en realidad en el video, casi al final,
aparece otra, mas tenue) se mantenía totalmente
quieta, no hacia nada.
Solo cuando finalmente me decidí ponerme a filmar
(a pesar del ridículo al que me exponía de parte de
mis compañeros de trabajo que algunos me decían
“vos estas al pedo, estas filmando un avión chorro” )
ésta cosa de repente se empezó a mover. Y para mi
fue (y aun lo pienso) demasiada casualidad. Aunque
no se si signifique algo: si es que solo se empezó a
mover para ser filmado, o se empezó a mover “por
mí”, porque se dio cuenta de lo que yo estaba
pensando…

Además en esos tiempos yo andaba con muchas


cosas en la cabeza… emocionalmente estaba mal.
Pero bueno, esto ultimo da para un mail o una charla
cara a cara.

Un saludo’
________

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