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Explica que se
duerme, como de costumbre, pero que de pronto se despierta muy nervioso. Ve todo
extraño, como si estuviera observando desde afuera. La situación comienza a
empeorar, cree que se ha vuelto loco... Es como estar hablando todo el tiempo con él
mismo ... como estar fuera de su cuerpo.
Narciso, hijo del dios del río Cefiso y de la ninfa Liríope, era un joven famoso
por su belleza, del que tanto doncellas como muchachos se enamoraban. Sin
embargo, Narciso no correspondía a estos amores, porque era incapaz de amar a
otras personas; sólo se amaba a sí mismo. Una de las versiones del mito señala que
Narciso había nacido después de que su padre violara a su madre. Siendo pequeño
aún, Cefiso había consultado al sabio Tiresias sobre si su hijo tendría larga vida, a
lo cual el profeta contestó: "Sí, siempre y cuando nunca se conozca a sí mismo".
La diosa Némesis se encargó de hacerle sentir a Narciso lo que era amar y no ser
correspondido. Su venganza fue evidente un día en que Narciso llegó hasta una
fuente de agua fresca y cristalina. Sediento, se inclinó para beber y vio su reflejo en
el agua. Sin poder apartar la vista, se arrodilló para besar la imagen, que se convirtió
en ondas. Narciso no comprendía el rechazo ni entendía por qué, cuando él sonreía,
la imagen también lo hacía, y cuando él estiraba los brazos para tocarla, la figura lo
imitaba; sin embargo, cuando se decidía a alcanzarla, desaparecía.
El yo de la modernidad
El yo cartesiano, el sujeto del conocimiento del que se habla a partir de la
modernidad, fue introducido por el filósofo francés René Descartes
(1596-1650). Esta idea responde a la afirmación "Pienso, por lo tanto, existo",
emblemática de los tiempos modernos.
Pero no todas las ilusiones son iguales. De hecho, muchas personas pagan para ser
engañadas y entretenidas con el engaño. El cine es un "engaño" de la vista. Al proyectar
sobre una pantalla una serie de fotos fijas a una velocidad adecuada, se genera la ilusión
de movimiento. Los espectáculos de magia también se basan en engañar los sentidos;
nadie podría pensar que, en realidad, el mago corta el cuerpo de una persona. Sin
embargo, así parece al vedo.
Los sentidos no son confiables, y eso mismo pensaba Descartes, quien meditó sobre
las consecuencias de semejante hecho. Los seres humanos conocen 1 mundo a través
de los sentidos. Si éstos son enga.osos, ¿cómo estar seguros de que lo que se conoce
s cierto? Descartes concluyó que, en la medida en que se apela a los sentidos para
conocer el mundo, .adie puede estar seguro de la veracidad de sus ex'eriencias y, por
lo tanto, de su conocimiento. Los entidos no son una herramienta adecuada para eriir
con solidez el edificio del conocimiento. ¿Qué haer, entonces? ¿Renunciar a todo
intento por conoer? No es necesario; basta con cambiar la herratienta que se utiliza
para alcanzar ese conocimien>. Para Descartes, esa herramienta es la razón.
Sin embargo, para la teoría psicoanalítica, los seres humanos no poseen plena
conciencia de los motivos que subyacen a su accionar; es decir, ignoran parte de las
razones que justifican su modo de actuar. Una parte de aquello que motiva la acción
queda siempre fuera del saber consciente. Por ejemplo, cuando una persona se
enamora de otra, primero se siente atraída por ella y luego justifica su sentimiento
diciendo que la ama por sus atributos intelectuales y / o físicos, por su bondad, por
su dinero o por las causas que considere válidas. Pero la justificación racional
siempre es posterior al enamoramiento. No se ama por buenas razones; primero se
ama y luego se busca una razón para que eso ocurra.
Este ejemplo es uno de los tantos que ofrece la vlt da cotidiana. El factor común a
todos, incluso a la eiJ periencia de la hipnosis, es que una persona ignora los
verdaderos motivos de sus acciones o de sus sentimientos. Es como si actuara bajo
las órdenes de un hipnotizador, cuya existencia desconoce.
El conjunto de los otros, es decir, de aquellos que no son el sujeto mismo, puede
dividirse en dos grupos. Lacan realiza una distinción fundamental dentro del campo
de la "otredad". Con el nombre de "el pequeño otro" (el otro, con minúscula), alude
a los semejantes del sujeto, a aquellos otros que el sujeto considera sus pares, sus
iguales. Con la denominación de "el gran Otro" (el Otro, con mayúscula), acentúa la
relación existente entre el sujeto y ese Otro al que se encuentra sometido, con quien
mantiene una relación claramente desigual, de subordinación a su palabra y de
alienación. En este sentido, Lacan se hace eco del comentario de Freud en su carta
N° 52 a su amigo Fliess: "Los accesos de vértigo y de llanto (del niño) están
dirigidos a ese Otro, pero sobre todo a ese Otro prehistórico e inolvidable que
nunca pudo llegar a ser igualado". Freud alude a la función materna, función que
Lacan teoriza como alteridad radical, como ejemplo del gran Otro. Sin embargo,
"la madre" no es la única forma en la que el gran Otro se manifiesta. El lenguaje y
el inconsciente son otras tantas versiones posibles del gran Otro.
Esta tópica supone que el inconsciente funciona según el principio del placer.
Esta ley obliga a la búsqueda ciega e inmediata del placer y a evitar denodadamente
el displacer. Dado que un aparato comandado por este mandato al placer es inviable,
Freud introduce el principio de realidad, que caracteriza el accionar de los sistemas
preconsciente y consciente.
Este principio de realidad no sustituye ni elimina el principio del placer, sino que
lo modifica y lo atenúa, con el objetivo de lograr la supervivencia del conjunto. La
búsqueda de la satisfacción demandada por los deseos inconscientes no se realiza ya
por el camino más corto e inmediato. El principio de realidad impone la necesidad
de rodeos y postergaciones de esta satisfacción, en función de las condiciones
impuestas por el mundo exterior.
Si el principio del placer lleva directa e inmediatamente a la alucinación del
objeto deseado, el principio de realidad busca dicho objeto en el mundo exterior e
impone soportar las diferencias ineludibles entre lo buscado por el deseo
inconsciente y lo que se encuentra en la realidad.
A partir de 1920, Freud presenta su segunda tópica, que se compone de tres instancias:
el ello, el yo y ' superyó. Esta tópica plantea un modelo de funcionamiento psíquico de tipo
antropomórfico, es decir representa las instancias o sistemas que lo com