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Un muchacho relata por Internet una vivencia muy angustiante.

Explica que se
duerme, como de costumbre, pero que de pronto se despierta muy nervioso. Ve todo
extraño, como si estuviera observando desde afuera. La situación comienza a
empeorar, cree que se ha vuelto loco... Es como estar hablando todo el tiempo con él
mismo ... como estar fuera de su cuerpo.

En el conocido Manual de Psiquiatría, de Kaplan y Sadock, se puede leer sobre la


experiencia de un paciente que sufre una crisis durante un viaje. Cuenta que se mira
las manos mientras escribe, pero ¡qué extraño!, ¿están realmente comprometidas
esas manos con lo que hacen? Mira su reflejo en la ventana y se encuentra raro,
nuevo. Por un momento, está casi asustado ante esa imagen que el cristal le
devuelve, el fantasma de sí mismo.

El trastorno de despersonalización es una experiencia límite en la que una


persona siente que es otra, como si estuviera separada de los propios procesos
mentales o de su cuerpo y fuera un observador externo de esos fen6menos. Los
episodios de despersonalizaci6n hacen estallar la certeza de ser uno mismo. "Yo soy
yo" es la expresión que se emplea corrientemente para referirse al sentimiento de
identidad y es esta certeza tranquilizante la que les permite a las personas transitar
por las más diversas circunstancias vitales sin sentirse extrañas a sí mismas, sin
enajenarse. Es este "yo" cotidiano, idéntico a sí mismo, seguro de su mismidad, el
que se deshace en las experiencias de despersonalización recién señaladas.

El "yo" es un concepto que suele emplearse para designar una realidad


equivalente a "persona", "conciencia" o "identidad personal", y siempre enfatiza
los atributos de unidad, mismidad y constancia. El "yo" se sostiene si se sabe "uno"
y claudica muy dramáticamente cuando parece ser" otro".

Para Jacques Lacan (1901-1981), las vivencias de despersonalización, en


apariencias tan singulares y extraordinarias, descubren una verdad de estructura.
Esta verdad es "Yo soy otro".

¿De dónde surge semejante afirmación? Del análisis y la interpretación que


realiza Lacan con respecto a un test ~desarrollado en 1931 por el médico, filósofo
y político francés Henri Wallon (1879-1961). Este test permite diferenciar al
infante humano de su pariente animal más cercano, el chimpancé. Interesado en
estudiar los estadios del desarrollo psicomotor en el niño, Wallon observó que un
bebé entre los seis y dieciocho meses se fascina ante su imagen, a la que asume
como propia. Por el contrario, un chimpancé de la misma edad valora la imagen
como la de un semejante y se interesa por ella sólo en tanto es similar a la de un
congénere. .

El chimpancé aventaja en inteligencia instrumental al bebé; es más hábil desde el


punto de vista motriz, y una vez probada la irrelevancia de la imagen reflejada, se
desentiende de ella. El bebé humano de igual edad, en cambio, aún sumido en su
precaria condición motriz, reacciona con júbilo frente a su imagen, a la que saluda
con manifestaciones de algarabía e interés. Su propio reflejo, ese doble especular del
niño; parece seducido.

¿Cuál es el origen de este interés? ¿Cuál es el secreto del embrujo cautivante de


la propia imagen para el ser humano? Lacan interpreta esta observación a la luz de la
experiencia psicoanalítica y plantea una serie de hipótesis que se articulan en su
"estadio del espejo", concebido como formador de la función del yo.

El hombre es el único ser animal que no logra su madurez fisiológica hasta


después de más de diez años de existencia, y que conserva reflejos propios de su
vida intrauterina por varios meses después de su nacimiento. Este hecho es conocido
como prematuración. Para Lacan, el entusiasmo infantil frente a la propia imagen es
respuesta al desamparo en el que se ve sumido el niño por efecto de su
prematuración. La imagen especular, la de su propio cuerpo, le anticipa un dominio
de sí que él está lejos de tener. El niño "se" encuentra en la imagen y queda
fascinado frente a la promesa de destreza y autonomía que se desprende de ella.

La indefensión originaria del humano determina su absoluta dependencia de los


otros, y como su desarrollo visual sobrepasa por el momento a su habilidad motriz,
el bebé debe ser sostenido hasta para mIrarse en un espejo. Por lo tanto, la captación
de la imagen requiere los oficios de un testigo, de alguien ~que desee sostener al
niño, en todos los sentidos posibles del verbo "sostener". Ese alguien es,
generalmente, la madre, que sonríe feliz frente a la imagen reflejada. Ese guiño de
complacencia y aprobación ante el reflejo opera como una señal para el niño, quien
se precipita a identificarse con su propio reflejo para así agradar a su madre y
escapar a su real debacle perceptiva.
El estadio del espejo debe ser comprendido, entonces, como una
"identificación", en el sentido de una transformación producida en el sujeto cuando
asume una imagen. Esta identificación es eficaz porque precipita la formación de
un producto nuevo, inexistente hasta entonces: el yo.

Sin embargo, las diferencias notables que se comprueban entre la realidad


prematura y dependiente del niño, y las características ideales y autosuficientes de
la imagen justifican la fuerte afirmación lacaniana que sostiene "Yo soy otro". El
ser humano se aliena inevitablemente en la imagen, a la que toma por su legítimo
yo, como si el reflejo fuera un fiel calco de su ser.
Entre otros fenómenos afines, los episodios de despersonalización sacan a la luz
el secreto que en la vida cotidiana se mantiene oculto: "el yo es otro". La patología
deshace la eficacia de la identificación y corre el velo que esconde la verdad sobre
la estructuración del yo: el yo no es igual a sí mismo, sino que "es otro".
La fascinación del infante por su imagen evoca obligadamente el conocido mito
de Narciso, al tiempo que diferencia radicalmente a este yo nacido del amor a sí
mismo del pensado por René Descartes en el siglo XVIT, que da lugar al moderno
sujeto del conocimiento.

Algunas observaciones previas: Narciso, Descartes y


Freud

Los problemas propios de la autoestima, así como la descripción de personas con


alto sentido de superioridad y una exagerada creencia en su propia valía, son la base
del famoso mito griego de Narciso.

Habitualmente, se entiende que un mito es una fábula o ficción alegórica; para


Lacan, es un modo de hablar de aquello que es imposible saber. La comprensión de
los mitos se enriquece si, en lugar de analizarlos de manera aislada, se los relaciona
unos con otros. Por esta razón, conviene no sólo conocer la historia trágica de
Narciso, sino también la de su enamorada: Eco.

Eco era la más encantadora ninfa de la montaña, pero tenía un defecto


insoportable: hablaba demasiado y siempre trataba de tener la última palabra. Un
día, Zeus le encomendó la tarea de que, junto con otras ninfas, entretuviera con su
incesante charla a su esposa Hera para que no lo espiara mientras él se divertía con
otras ninfas. Cuando Hera se dio cuenta, fue tal su enojo, que condenó a Eco a no
poder comenzar nunca una conversación: sólo podría repetir
la última palabra de lo que se le dijera. La crueldad del castigo se puso en
evidencia cuando Eco se enamoró de Narciso.

Narciso, hijo del dios del río Cefiso y de la ninfa Liríope, era un joven famoso
por su belleza, del que tanto doncellas como muchachos se enamoraban. Sin
embargo, Narciso no correspondía a estos amores, porque era incapaz de amar a
otras personas; sólo se amaba a sí mismo. Una de las versiones del mito señala que
Narciso había nacido después de que su padre violara a su madre. Siendo pequeño
aún, Cefiso había consultado al sabio Tiresias sobre si su hijo tendría larga vida, a
lo cual el profeta contestó: "Sí, siempre y cuando nunca se conozca a sí mismo".

Las pasiones que provocaba Narciso se pusieron en evidencia cuando Eco se


enamoró de él. Al no poder iniciar un diálogo, la joven no podía confesarle el amor
que sentía. Un día, Narciso se separó del grupo con el que estaba cazando y
comenzó a vagar mientras preguntaba: "¿Hay alguien aquí?". Eco, que estaba
escondida espiándolo, contestó: "¡Aquí, aquí!". Narciso no detectaba de dónde
provenía la voz y seguía llamando: "¡Ven!", a lo que Eco sólo respondía: "¡Ven,
ven!". Narciso gritó: "¿Por qué estás tan lejos de mí? Estemos juntos". Entonces
Eco salió corriendo para abrazar a Narciso mientras repetía: "¡Juntos, juntos!". Al
verla, el joven retrocedió asustado y despectivo. "¡No me toques", le gritó, "moriría
antes de pertenecerte!". Eco escondió su dolor en una cueva y fue consumida por el
sufrimiento hasta que sus huesos se convirtieron en piedras. De ella sólo quedó su
voz, que aún responde a quien la convoque.

La diosa Némesis se encargó de hacerle sentir a Narciso lo que era amar y no ser
correspondido. Su venganza fue evidente un día en que Narciso llegó hasta una
fuente de agua fresca y cristalina. Sediento, se inclinó para beber y vio su reflejo en
el agua. Sin poder apartar la vista, se arrodilló para besar la imagen, que se convirtió
en ondas. Narciso no comprendía el rechazo ni entendía por qué, cuando él sonreía,
la imagen también lo hacía, y cuando él estiraba los brazos para tocarla, la figura lo
imitaba; sin embargo, cuando se decidía a alcanzarla, desaparecía.

Narciso le prometió a la imagen que sólo se conformaría con mirarla si ella no se


esfumaba. Los días transcurrieron y Narciso permanecía arrodillado, llorando de
deseo y suspirando. Algunas versiones dicen que Narciso fue %%%%%
recer. Cuando quisieron incinerar su cuerpo, como era la costumbre, no pudieron
hallarlo, porque Narciso se había perdido dentro de su propia imagen. En su lugar,
creció una hermosa flor blanca, de corazón púrpura y con propiedades narcóticas, a
la que dieron su nombre.

Otras narraciones sostienen que Narciso, desesperado por abrazar a la imagen,


se tiró al agua y se ahogó. Una tercera indica que, cautivado por su imagen, dejó de
comer y beber hasta que se consumió y se transformó en la flor. De cualquier
modo, la terrible predicción del oráculo se había cumplido: el deslumbramiento
ante la propia imagen tendría efectos
mortales.

A la luz de este mito, la psiquiatría describe las "personalidades narcisistas"


como aquellas cautivadas por la propia imagen y que se caracterizan por un patrón
grandioso de vida, que se expresa en fantasías y modos de conducta que incapacitan
para considerar y ver a los otros. El mundo debe obedecer a los propios puntos de
vista del narcisista, que él considera irrebatibles, infalibles y autogenerados. Las
cosas m6s obvias y corrientes, si se le ocurren a un n.retatat., deben e,uI.r
admiración y adulación. Este comportamiento obstaculiza el pensamiento y la
reflexión objetivos. El narcisista vive más preocupado por su actuación, en cuanto a la
teatralidad y al reconocimiento de sus acciones, que por la eficacia y utilidad que éstas
tengan. El universo debe acompañar y avalar su visión. Cuando un narcisista ejerce
posiciones de poder, se rodea de aduladores y mediocres, que le harán la corte sólo en
función de un interés mezquino. Estas personalidades pueden ser muy exitosas en lo
que se refiere a su brillo externo, pero esto no significa que vivan tranquilas, ya que
están esclavizadas por su dependencia del reconocimiento ajeno.

Las personas narcisistas pueden ser extremadamente sensibles al fracaso, la derrota


y la crítica. Enfrentar un traspié que cuestiona la alta opinión que tienen de sí mismas
puede enfurecerlas fácilmente. Sólo esperan ser admiradas y envidiadas, y empeñan su
vida en busca de tal gratificación. Es paradójico que alguien que se cree tan superior y
autosuficiente sea, en el fondo, tan dependiente del reconocimiento externo.

El yo de la modernidad
El yo cartesiano, el sujeto del conocimiento del que se habla a partir de la
modernidad, fue introducido por el filósofo francés René Descartes
(1596-1650). Esta idea responde a la afirmación "Pienso, por lo tanto, existo",
emblemática de los tiempos modernos.

Para entender la importancia del concepto de Descartes, es válido recurrir a un


ejemplo. No hay duda de que los sentidos son engañosos. Al viajar por una ruta de
noche y ver una pequeña luz blanca a lo lejos, es posible pensar que se trata de un
vehículo que circula por el carril contrario. En realidad, puede tratarse de una
motocicleta, y tal vez esté más cerca de lo imaginado. A medida que se acerca, la luz
deja de ser un punto blanco y pasa a dividirse en dos, cada vez más grandes. La ilusión
de los sentidos resulta desconcertante.

Pero no todas las ilusiones son iguales. De hecho, muchas personas pagan para ser
engañadas y entretenidas con el engaño. El cine es un "engaño" de la vista. Al proyectar
sobre una pantalla una serie de fotos fijas a una velocidad adecuada, se genera la ilusión
de movimiento. Los espectáculos de magia también se basan en engañar los sentidos;
nadie podría pensar que, en realidad, el mago corta el cuerpo de una persona. Sin
embargo, así parece al vedo.

Los sentidos no son confiables, y eso mismo pensaba Descartes, quien meditó sobre
las consecuencias de semejante hecho. Los seres humanos conocen 1 mundo a través
de los sentidos. Si éstos son enga.osos, ¿cómo estar seguros de que lo que se conoce
s cierto? Descartes concluyó que, en la medida en que se apela a los sentidos para
conocer el mundo, .adie puede estar seguro de la veracidad de sus ex'eriencias y, por
lo tanto, de su conocimiento. Los entidos no son una herramienta adecuada para eriir
con solidez el edificio del conocimiento. ¿Qué haer, entonces? ¿Renunciar a todo
intento por conoer? No es necesario; basta con cambiar la herratienta que se utiliza
para alcanzar ese conocimien>. Para Descartes, esa herramienta es la razón.

Como primer paso, el filósofo se propone desconar de todo lo aprendido hasta el


momento, dado que fue aprendido a través de los sentidos. Y entre lS cosas que caen
bajo la sombra de la duda sistemáca, se encuentra su propia existencia. Ni siquiera
su ~flejo en el espejo sería una prueba de su existencia, ado que los sentidos resultan
engañosos. La única rueba que Descartes acepta, por considerada válida infalible, es
la razón.
dar de todo~ De todo lo que veo, de todo lo que oigo, de todo lo que siento. No
creeré nada de lo que me han contado. Dudaré incluso de mi propia existencia .
Pero hay algo de lo que no puedo dudar. No puedo dudar de que dudo. N.o puedo
dudar de que estoy pensando. Ésa es, por ahora, la única certeza con la que cuento.
Pero, un momento ... El pensamiento, la duda, no se manifiestan en el vacío. Es
necesario que exista alguien que piense, que dude, para que ese pensamiento, esa
duda, existan. Y ese alguien que soporta (en el sentido de 'ser soporte de') el
pensamiento, la duda, soy yo. Pienso, por lo tanto, existo".
El argumento de Descartes combina la belleza de lo simple con la fuerza de lo
irrefutable. Es un paradigma de la modernidad, de la fe ciega en la razón como
herramienta privilegiada para conocer el mundo, y aun lo que se encuentre más allá
de éste. Para probar la existencia de Dios, Descartes recurre a un argumento similar
al anterior: "¿Qué es Dios? Un ser perfecto. Y un ser perfecto no puede estar
privado del atributo de existir. Por lo tanto, Dios existe".
cias de semejante hecho. Los seres humanos conocen el mundo a través de los
sentidos. Si éstos son engañosos, ¿cómo estar seguros de que lo que se conoce es
cierto? Descartes concluyó que, en la medida en que se apela a los sentidos para
conocer el mundo, nadie puede estar seguro de la veracidad de sus experiencias y,
por lo tanto, de su conocimiento. Los sentidos no son una herramienta adecuada
para erigir con solidez el edificio del conocimiento. ¿Qué hacer, entonces?
¿Renunciar a todo intento por conocer? No es necesario; basta con cambiar la herra-
mienta que se utiliza para alcanzar ese conocimiento. Para Descartes, esa
herramienta es la razón.

Como primer paso, el filósofo se propone desconfiar de todo lo aprendido hasta


el momento, dado que fue aprendido a través de los sentidos. Y entre las cosas que
caen bajo la sombra de la duda sistemática, se encuentra su propia existencia. Ni
siquiera su reflejo en el espejo sería una prueba de su existencia, dado que los
sentidos resultan engañosos. La única prueba que Descartes acepta, por considerarla
válida e infalible, es la razón.

Para demostrar que existe, Descartes desarrolla un razonamiento similar al


siguiente. Piensa: "Voy a du-
dar de todo. De todo lo que veo, de todo lo que oigo, de todo lo que siento. No
creeré nada de lo que me han contado. Dudaré incluso de mi propia existencia. Pero
hay algo de lo que no puedo dudar. No puedo dudar de que dudo. No puedo dudar
de que estoy pensando. Ésa es, por ahora, la única certeza con la que cuento. Pero,
un momento ... El pensamiento, la duda, no se manifiestan en el vacío. Es necesario
que exista alguien que piense, que dude, para que ese pensamiento, esa duda,
existan. Y ese alguien que soporta (en el sentido de ser soporte de') el pensamiento,
I

la duda, soy yo. Pienso, por lo tanto, existo".

El argumento de Descartes combina la belleza de lo simple con la fuerza de lo


irrefutable. Es un paradigma de la modernidad, de la fe ciega en la razón como
herramienta privilegiada para conocer el mundo, y aun lo que se encuentre más allá
de éste. Para probar la existencia de Dios, Descartes recurre a un argumento similar
al anterior: "¿Quées Dios? Un ser perfecto. Y un ser perfecto no puede estar privado
del atributo de existir. Por lo tanto, Dios existe".

El yo de la modernidad, el yo cartesiano, no es el yo que se forma durante el


estadio del espejo. Es, por el contrario, el que se estructura en tomo de la razón y de
la confianza infinita en sus posibilidades. Es el yo que se verá conmovido por las
dos grandes guerras mundiales y las atrocidades de la explotación del hombre por
parte del mismo hombre. Es, también, el yo que la posmodernidad hará temblar, al
dudar de los beneficios y las posibilidades de la razón. Y es el yo que el
psicoanálisis pondrá en cuestión. A excepción de la llamada "Psicología del yo",
todas las escuelas psicoanalíticas de pensamiento desafían al yo moderno y su
irrestricto centramiento en la razón.

El sujeto del psicoanálisis


El psicoanálisis "altera" (o, para decirlo en palabras de Lacan, "subvierte") el
concepto de sujeto del conocimiento promovido por Descartes. A partir de Sigmund
Freud (1856-1939), y muy fuertemente desde Lacan, la teoría psicoanalítica
sostiene que el "yo no es amo en su propia casa". Esta cita de Lacan apunta a
diferenciar la noción de yo de la de sujeto, discriminación que puede esclarecerse
desde los fenómenos de la hipnosis.

En algunas películas, es factible ver a un hipnotizador que, a través de sus


poderes, induce a una persona a cometer un crimen. Cuando se interroga al
"hipnotizado" acerca de los motivos que lo llevaron a actuar de determinada
manera, éste no puede responder; simplemente, no sabe por qué lo hizo. Y hay que
creerle.

El fenómeno de la hipnosis existe, no es un truco de los guionistas de cine.


Algunas personas poseen talento para hipnotizar, en tanto que otras pueden ser
hipnotizadas con facilidad. El procedimiento real es similar al que se muestra en el
cine: el hipnotizador induce a una persona a un estado de conciencia particular y
luego le ordena que ejecute una acción, ya sea inmediatamente o después de sacarla
del estado de hipnosis.

Si la persona realiza la acción en el momento, al "despertar" del trance hipnótico


no recordará haber recibido la orden ni haberla ejecutado. Si la acción se efectúa
después de despertar, el resultado será aún más asombroso: la persona despertará,
ejecutará la orden, y cuando sea interrogada acerca de los motivos para haber
actuado así, inventará uno. El hipnotizado nunca recuerda haber recibido una orden
del hipnotizador. Al ejecutar la orden, sin saber que su acción fue encomendada por
otro, el sujeto se encuentra haciendo algo por motivos que realmente desconoce. A
los seres humanos no les gusta hacer cosas sin saber por qué; por lo tanto, el
hipnotizado se ve forzado a inventar una razón. No se trata de una mentira destinada
a engañar al público, sino que responde a la necesidad del yo de garantizar su
autonomía y autodeterminación. De otro modo, pensaría que se está volviendo loco.

Sin embargo, para la teoría psicoanalítica, los seres humanos no poseen plena
conciencia de los motivos que subyacen a su accionar; es decir, ignoran parte de las
razones que justifican su modo de actuar. Una parte de aquello que motiva la acción
queda siempre fuera del saber consciente. Por ejemplo, cuando una persona se
enamora de otra, primero se siente atraída por ella y luego justifica su sentimiento
diciendo que la ama por sus atributos intelectuales y / o físicos, por su bondad, por
su dinero o por las causas que considere válidas. Pero la justificación racional
siempre es posterior al enamoramiento. No se ama por buenas razones; primero se
ama y luego se busca una razón para que eso ocurra.

Este ejemplo es uno de los tantos que ofrece la vlt da cotidiana. El factor común a
todos, incluso a la eiJ periencia de la hipnosis, es que una persona ignora los
verdaderos motivos de sus acciones o de sus sentimientos. Es como si actuara bajo
las órdenes de un hipnotizador, cuya existencia desconoce.

Por eso, al hablar de sujeto dentro de la teoría psicoanalítica, se pone de relieve el


hecho de que, aun cuando las personas creen gobernar sus actos y actuar según su
voluntad consciente, lo están haciendo a merced de órdenes que ignoran y que
orientan sus acciones sin que se den cuenta.

El conjunto de los otros, es decir, de aquellos que no son el sujeto mismo, puede
dividirse en dos grupos. Lacan realiza una distinción fundamental dentro del campo
de la "otredad". Con el nombre de "el pequeño otro" (el otro, con minúscula), alude
a los semejantes del sujeto, a aquellos otros que el sujeto considera sus pares, sus
iguales. Con la denominación de "el gran Otro" (el Otro, con mayúscula), acentúa la
relación existente entre el sujeto y ese Otro al que se encuentra sometido, con quien
mantiene una relación claramente desigual, de subordinación a su palabra y de
alienación. En este sentido, Lacan se hace eco del comentario de Freud en su carta
N° 52 a su amigo Fliess: "Los accesos de vértigo y de llanto (del niño) están
dirigidos a ese Otro, pero sobre todo a ese Otro prehistórico e inolvidable que
nunca pudo llegar a ser igualado". Freud alude a la función materna, función que
Lacan teoriza como alteridad radical, como ejemplo del gran Otro. Sin embargo,
"la madre" no es la única forma en la que el gran Otro se manifiesta. El lenguaje y
el inconsciente son otras tantas versiones posibles del gran Otro.

El concepto de sujeto en Lacan no debe confundirse con el concepto de yo. El


sujeto es un sujeto del inconsciente y del lenguaje; es esclavo de sus leyes, a las
cuales, como su nombre lo indica, se encuentra sujetado. El yo, en cambio, alude a
una imagen de independencia y autodeterminación.

Las diferencias irreconciliables entre la noción de yo y la de sujeto pueden


apreciarse en la infinidad de ejemplos que pueblan los textos de Freud. En uno de
ellos, "Psicopatología de la vida cotidiana", se narra el caso increíble de un desliz
en la escritura y en la lectura ocurrido en la redacción de un conocido periódico. El
propósito del escritor (es decir, el mandato emanado de su yo) era desmentir a
través de un artículo una cierta fama de banalidad que ensuciaba el prestigio de la
empresa editora. El jefe de redacción supervisó y aprobó el texto elaborado por
uno de los redactores. Éste, a su vez, había leído infinidad de veces el artículo antes
de pasárselo al jefe. ·De pronto, el corrector señaló un "pequeño" error que había
logrado sobrevivir a todas las lecturas previas.

El texto en cuestión decía: "Ponemos a nuestros lectores por testigos de que


siempre hemos abogado interesadamente por el bien de la comunidad". Obviamente,
se debía leer desinteresadamente, pero el inconsciente y los verdaderos pensamientos
de los intervinientes aniquilaron el propósito del yo. Si fuera cierto que el yo es
sede, entre otras funciones, del control irrestricto de la atención, la motricidad, la
inteligencia y demás, estos hechos no hubieran tenido lugar. En su esfuerzo por
hacerse oír, los pensamientos inconscientes amenazan siempre con fracturar la
integridad del yo y lo logran a través de los sueños, los síntomas neuróticos, los
lapsus y los actos fallidos...
El yo en la teoría freudiana. Las tópicas
Las tópicas freudianas son modelos teóricos que representan simbólicamente el
funcionamiento psíquico según la disposición y las peculiaridades de organización
de diversos topos, o lugares.

La primera tópica fue presentada en el año 1900, en un texto titulado "La


interpretación de los sueños". Freud propone allí imaginar al aparato psíquico como
un instrumento compuesto. Llama "instancias" o "sistemas" a cada una de sus partes,
y establece que éstos están orientados espacialmente de un modo constante y fijo
como si fueran los sistemas de lentes de un telescopio. Este modelo del funciona-
miento psíquico distingue tres sistemas: inconsciente, preconsciente y consciente.

El sistema consciente se encuentra, para Freud, íntimamente vinculado a la


percepción. Una idea, imagen u objeto pueden pasar a formar parte, de manera
temporal, de la conciencia cuando la percepción o carga de atención se centra en
ellos. Cuando se retira la atención, pasan a formar parte del sistema preconsciente.
Esto implica que el preconsciente alberga todo aquello que puede llegar a ser objeto
de conciencia sin que medie mayor resistencia. El preconsciente es la sede de la
memoria consciente.

No todos los elementos son susceptibles de acceder al sistema consciente.


Algunos quedan relegados al sistema inconsciente; es decir, son reprimidos y
permanecen o son retenidos en esa instancia.

La originalidad de la hipótesis freudiana estriba en establecer que "lo


inconsciente" se organiza siguiendo leyes que le son propias. No se trata de la lo-
calización de la irracionalidad del hombre, sin. o de"' .
"pensamientos" inconscientes que se rigen por una legalidad específica. Esta
racionalidad peculiar los diferencia de los pensamientos capaces de conciencia, y
Freud se dedica a investigar su especificidad.

Esta tópica supone que el inconsciente funciona según el principio del placer.
Esta ley obliga a la búsqueda ciega e inmediata del placer y a evitar denodadamente
el displacer. Dado que un aparato comandado por este mandato al placer es inviable,
Freud introduce el principio de realidad, que caracteriza el accionar de los sistemas
preconsciente y consciente.

Este principio de realidad no sustituye ni elimina el principio del placer, sino que
lo modifica y lo atenúa, con el objetivo de lograr la supervivencia del conjunto. La
búsqueda de la satisfacción demandada por los deseos inconscientes no se realiza ya
por el camino más corto e inmediato. El principio de realidad impone la necesidad
de rodeos y postergaciones de esta satisfacción, en función de las condiciones
impuestas por el mundo exterior.
Si el principio del placer lleva directa e inmediatamente a la alucinación del
objeto deseado, el principio de realidad busca dicho objeto en el mundo exterior e
impone soportar las diferencias ineludibles entre lo buscado por el deseo
inconsciente y lo que se encuentra en la realidad.

Aunque esta primera tópica no incluye una instancia formalmente llamada


"yo", el funcionamiento del sistema preconsciente-consciente y el principio de
realidad pueden equipararse a ella. En este sentido, Freud sostiene que la
compleja actividad del aparato psíquico, que tiende a lograr la aparición en el
mundo exterior del objeto deseado, no es otra cosa que un rodeo para el
cumplimiento del deseo y actúa como sustituto del deseo alucinatorio.

Es evidente, entonces, que el yo presentado por Descartes, conocedor


desapasionado y científico de la realidad, está totalmente alejado de un yo pensado
desde la primera tópica freudiana. Éste se encuentra irremediablemente amenazado
por la aparición inesperada y sorpresiva de ramificaciones del inconsciente que
entorpezcan su funcionamiento e independencia.

Pero, aunque ningún traspié originado en el in- ... consciente conmueva la


intencionalidad consciente,
desde la perspectiva de la primera tópica, esta motivación consciente está siempre y
necesariamente regida por la búsqueda del placer, aunque atenuada o domesticada
por el principio de realidad. Para mayor escándalo, Freud habla de "pensamientos"
inconscientes, con lo que también sacude la certeza del yo cartesiano de ser única
sede del saber y del pensar.

Freud relata la experiencia de un colega, el doctor Jones, quien postergaba


injustificadamente el envío de una carta que, en principio, no parecía tener ningún
significado especial para él. Cuando al fin la remitió, le fue devuelta por no contar
con la dirección pertinente. Completó los datos requeridos y la llevó ,11 correo, pero
sin la estampilla. Al final de este periplo, tuvo que reconocer su reticencia
inconsciente a despachar la misiva. El yo del doctor Jones no podía dar cuenta de
este fenómeno. Todo lo que sabía era que quería completar el envío, pero que por
algún motivo ignorado le resultaba dificultoso hacerlo.

A partir de 1920, Freud presenta su segunda tópica, que se compone de tres instancias:
el ello, el yo y ' superyó. Esta tópica plantea un modelo de funcionamiento psíquico de tipo
antropomórfico, es decir representa las instancias o sistemas que lo com

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