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Sabino Ayestarán

El grupo como
construcción social

—* 4
Sabino Ayestarán
Editor

El grupo como
construcción social

Plural
EL GRUPO com o construcción social / Sabino Ayestarán, ed. — R u b í: Plural Ediciones, 1996
335 p. ; 24 cm
Indice
ISBN 84-921253-0-6

1. Grupos sociales 2. Psicología social 3. Dinámica de grupos I. Ayestarán, Sabino, ed. II. Título
316.4

Primera edición: 1996

© Sabino Ayestarán, 1996


© Plural, Ediciones, 1996
Edita: Plural Ediciones. Nariño, S.L.
Pol. Ind. Can Rosés. Nave 22. 08191 Rubí
ISBN: 84-921253-0-6
Depósito legal: B. 13.565-1996
Diseño, realización y coordinación: PLURAL, Servicios Editoriales
(Nariño, S.L.), Rubí. Tel. y fax (93) 697 22 96
Impresión: Novagraflk. Puigcerdá, 127. Barcelona

Impreso en España - Printed in Spain

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, o
transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico,
fotoquímicó, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la
editorial.
índice

A u tores.......................................................................................................... 9
Presentación
Sabino A y esta rá n ........................................................................................... 13

1. Innovación y tradición en el estudio de los grupos


J. Francisco M ora les .............................................................................. 23
2. Evolución histórica del concepto de grupo
Sabino A y esta rá n .................................................................................. 34
3. La formación del grupo
Sabino A y esta rá n .................................................................................. 59
4. Estructura de grupo y liderazgo
J. Francisco Morales, M .a Soledad Navas y Femando M o l e r o ........... 79
5. Los procesos de influencia social en el grupo
Francisco Gil y Miguel García S á ú z ..................................................... 103
6. La eficiencia de los grupos
Pilar González L ópez .............................................................................. 133
7. Procesos inter e intragrupales: influencia del contexto
intérgrupal sobre la dinámica intragrupal
Agustín Echebarría E ch a te y J. Francisco Valencia G á ra te ............... 152
8. La perspectiva sociocultural en el estudio del grupo
Juan José Arróspide y Javier C e r r a to ................................................... 174
9. La teoría psicosocial del grupo
Sabino Ayestarán, Cristina Mtz.-Taboada y Juan José Arróspide . . . . 189
10. Estudio de los grupos en el área de la salud
Cristina M tz.-T a b oa d a .......................................................................... 215
11. La creación de equipos de trabajo en las organizaciones
Sabino Ayestarán y Javier C e r r a to ....................................................... 235
12. El estudio científico de los grupos: representaciones prototípicas
y de la variabilidad de los grupos; el estudio de datos grupales
dependientes e investigaciones de procesos colectivos y grupales
Darío Páez, José Marques y Patricia In sú a .......................................... 250
13. Las variaciones interindividuales e intergrupos
Fabio Lorenzi-C ioldi .............................................................................. 301

índice de materias......................................................................................... 329


Autores

Profesor Titular Interino de Psicología Social en la


J u an J o s é A r r ó s p id e E iz a g ir r e . E s
Universidad del País Vasco. Su actividad investigadora y sus publicaciones se orientan
al análisis de la estructura grupal, tanto en grupos de laboratorio com o en grupos
naturales. Desde una perspectiva sistémica de los grupos, ha estudiado de manera espe­
cial la influencia de las estructuras sociales de poder y de las variables culturales sobre
el funcionamiento de las cuadrillas y de los grupos de trabajo.

S a b in o A y e s t a r á n E t x e b e r r ia . E s Catedrático de Psicología Social en la Universidad


del País Vasco. Sus áreas de interés se centran en el estudio de los grupos, tanto en la
vertiente de investigación básica com o en la vertiente de investigación aplicada, los
procesos de socialización en los jóvenes y formación de equipos de trabajo. Ha publica­
do diversos artículos y libros sobre temas de su especialidad.

Licenciado en Psicología y Becario del Departamento de


Ja v ie r C e r r a t o A l l e n d e . E s
Psicología Social y Metodología de la Universidad del País Vasco. Anteriormente, traba­
jó com o becario en el Departamento de Psicología Social de la Universidad de Bolonia
(Italia). Su línea investigadora se centra en el estudio de las representaciones sociales
en el área de las drogodependencias y de los grupos de trabajo. Ha presentado numero­
sas comunicaciones tanto en congresos nacionales com o internacionales y tiene diver­
sas publicaciones sobre temas de su especialidad.

Profesor Titular de Psicología Social y Vicedecano de


A g u s t In E c h e b a r r ía E c h a b e . E s
Investigación en la Universidad del País Vasco. Ha publicado artículos de investigación
en European Journal o f Social Psychohgy (1988, 1989, 1992, 1994), Revue Internationale
de Psychologie Sociale (1991, 1992, 1993), Bulletin de Psychologie (1992), o Papers on
Social Representations (1993). Colaborador en el libro de texto editado en Alemania
(eds. U. Flicky S. Moscovici, Psychologie des Sozialen, Rowohlt, 1994).

M ig u e l G ar c ía Sáiz. E s Doctor en Psicología Social y, en la actualidad, profesor del


Departamento de Psicología Social de la Universidad Complutense de Madrid, investi­
gador y Formador de Recursos Humanos en Organizaciones. Es co-autor, junto con
Francisco Gil, de los textos Grupos en las organizaciones y Habilidades de dirección en
las organizaciones, así com o de otras publicaciones relacionadas con la psicología de los
grupos y las organizaciones, liderazgo, habilidades sociales, etc.
10 Autores

Profesor Titular de Psicología Social de la Universidad


F r a n c isc o G il R o d r íg u e z . E s
Complutense de Madrid y autor de trabajos de investigación y publicaciones sobre
procesos y técnicas grupales (participación en los grupos, liderazgo, negociación) y so­
bre habilidades de dirección; co-autor de los libros Grupos en las organizaciones y Habi­
lidades de dirección en las organizaciones.

P il a r G o n z á l e z L ó p e z . Es Profesora Titular de Psicología Social en la Universidad de


Barcelona. Sus líneas de investigación se centran en el área de los grupos, la creativi­
dad y los cambios de actitudes, por una parte, y la psicosociolingüística, por otra. Es
Directora del Master «Análisis y Conducción de Grupos» de la Universidad de Barcelo­
na y tiene numerosas publicaciones relacionadas con las áreas de su especialidad.

P a t r ic ia I n s ú a C e r r e t a n i . Es Licenciada en Psicología y especialista en Terapia Fami­


liar y Drogodependencias. Actualmente trabaja en la Unidad de Toxicomanías del Cen­
tro de Salud Mental Uribe-Kosta (Bizkaia). Tiene diversas publicaciones en torno al
tema del SIDA y el trabajo comunitario con drogodependientes. Asimismo, tiene varias
publicaciones sobre el tema de la Cognición Social, estando pendiente de publicación el
último en McGraw-Hill.

F a b io L o r e n z i -C io l d i . E s Doctor en Sociología y «Maitre d'enseignement et de recher-


che» en la Facultad de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universidad de
Ginebra. Sus investigaciones sobre las relaciones intergrupales y de identidad social le
han llevado a colaborar con diferentes Universidades, tanto en Europa com o en los
EE.UU. de América. Es autor de numerosos artículos y libros sobre representaciones
sociales de la diferencia de sexos y co-autor de un manual sobre el análisis de los datos
en Psicología Social.

Es Doctor en Psicología por la Universidad de Lovaina (Bélgica) y,


Jo s é M . M a r q u e s .
en la actualidad, es Profesor de Psicología Social en la Universidad de Oporto. Sus
áreas de interés son la identidad social, la percepción social y las normas sociales.
Entre sus publicaciones recientes podemos mencionar el «The Black Sheep Effect» en
European Review o f Social Psychology. Es autor de varios artículos en revistas interna­
cionales.

C r is t in a M a r t ín e z -T a b o a d a K u t z . Es P r o fe s o ra T itu la r In terin a d e Psicología Social


e n la U n iv e rsid a d d e l País V a s c o . S u lín ea d e in v e s tig a ció n p r in cip a l c o n c ie r n e a la
e stru ctu ra y p r o c e s o s b á s ic o s g ru p a les, a n a liz a d o s d e s d e u n a p e r sp e ctiv a s is té m ic a d el
m a n e jo d e l c o n flic t oy d e l p o d e r en r e la c ió n a la ta rea gru pa l, y su a p lic a c ió n e n áreas
ta n to d e las Organizaciones c o m o d e la Psicología C om u n ita ria . Ha p u b lic a d o d iv ersos
tra b a jo s s o b r e las m a teria s d e s u esp e cia lid a d .

Fernando M olero Alo n so . Es Doctor en Psicología por la UNED. Su trabajo se ha


centrado en el estudio del liderazgo carismático desde una perspectiva psicosocial. Ha
presentado comunicaciones, relacionadas con el liderazgo carismático, en varios Con­
gresos Nacionales e Internacionales. En la actualidad es Becario del CIDE en un pro­
yecto que tiene que ver con los procesos de influencia minoritaria.

Es Catedrático de Psicología Social en la Facultad


J o s é F ra n c isco M o r a l e s D o m ín g u e z .
de Psicología de la UNED. Ha publicado varios libros y artículos de su especialidad y ha
sido Profesor Visitante en la Universidad de California en Los Angeles, en la Universidad
Macquarie de North Ryde (New South Wales) y en la Universidad de Miami de Ohio. Ha
sido co-fundador y es Director Colegiado de la Revista de Psicología Social.
Autores 11

Profesora Titular Interina del Departamento de Psi­


M a r Ia S o l e d a d N av as L u q u e . E s
cología Social y Evolutiva de la Universidad de Almería. Con anterioridad ha sido Beca-
ria del FPI en las Universidades de Granada y Sevilla. Ha publicado trabajos sobre el
impacto de las relaciones intergrupales en el liderazgo sobre estrés laboral y nuevas
tecnologías. En la actualidad sus intereses se centran en el estudio del racismo y la
xenofobia.

D a r ío P á e z R o v ir a . Doctor en Psicología por la Universidad de Lovaina. En la actuali­


dad es Profesor de Psicología Social en la Universidad del País Vasco. Sus áreas de
interés son: actitudes y representaciones sociales, emociones, salud y memoria colecti­
va. Es autor y coautor, entre otros, de los siguientes libros: Factores psicosociales y
salud mental (1986), Emociones: perspectivas psicosociales (1989), Teoría y método en
psicología social (1992), Arte, lenguaje y emoción (1993) y Psicología social (1994).

Jo s é F r a n c isc o V a l e n c ia G á r a t e . E s Doctor en Psicología por la Universidad del País


Vasco y Profesor de Psicología Social. Sus intereses teóricos e investigadores se han
centrado en las áreas de actitudes y cambio de actitudes, representación social y rela­
ciones intergrupales, identidad social, sistemas de creencias y comportamiento político
y bilingüismo y aprendizaje de 2L y 3L. Es autor y co-autor, entre otros, de los siguien­
tes libros: Psikologia Sozialera Hurbiltzeko zenbait gai (1993), Teoría y método en psicolo­
gía social (1992).
Presentación
Sabino Ayestarán

En esta presentación, queremos definir, de una manera explícita, los obje­


tivos que perseguimos con este libro, ofrecer una breve descripción del conte­
nido del mismo y exponer nuestra perspectiva epistemológica.

1. Objetivos del libro

Nuestro primer objetivo ha sido elaborar una teoría de grupos que res­
ponda a las siguientes exigencias:

1) El grupo es un sistema social abierto a otros grupos y al entorno so-


ciocultural. Las relaciones intergrupales y el entorno sociocultural condicio­
nan tanto los significados como las relaciones intragrupales.
2) El grupo es una construcción sociocognitiva de los miembros que par­
ticipan en él, lo que hace posible una reconstrucción de significados y de
relaciones socioculturales en la interacción intragrupal.
3) El elemento central que determina el funcionamiento de un grupo es
1a forma en que se manejan los conflictos tanto a nivel de significados com o a
nivel de relaciones.
4) El análisis de los conflictos en el grupo se realiza a distintos niveles:
nivel intrapersonal, nivel interpersonal, nivel intergrupal o social y nivel cultural.

El segundo objetivo ha sido proponer una metodología de investigación


en grupos y unas técnicas de análisis de datos coherentes con la concepción
teórica del grupo.
Finalmente, el tercer objetivo del libro ha sido esbozar unas líneas de
aplicación de la teoría grupal esbozada en la parte teórica a la intervención
grupal en el área de la salud y en el área de los grupos de trabajo.
14 S. Ayestarán

2. El contenido del libro

El libro está dirigido a estudiantes universitarios de Ciencias sociales.


Quiere ser un manual, con tres partes bien diferenciadas, que responden a los
tres objetivos propuestos. Una primera parte teórica (capítulos 1, 2, 3, 4, 5, 6,
7, 8, y 9). La segunda parte incluye dos capítulos (capítulos 10 y 11) en los
que se esbozan las grandes líneas de aplicación de la teoría de grupos tanto al
área de la salud com o al área de las organizaciones laborales. La tercera parte
(capítulos 12 y 13) se refieren a la metodología aplicada al estudio de los
grupos y al uso de las técnicas multivariadas en la investigación de los grupos.
La perspectiva teórica ocupa casi un 70 % de las páginas del libro. Todas
las revisiones del área de los grupos publicadas en el A nnual R eview o f
Psychology se han lamentado de la falta de una teoría englobante que pudiera
integrar las diferentes aportaciones de los estudios experimentales en el área
de los grupos. En 1974 Steiner escribía: «Hoy, como en los años 40 y 50,
estamos anegados por una sobreabundancia de teorías que se refieren a las
actividades sistemáticas de los individuos, y no tenemos que mirar muy lejos
para encontrar teorías referentes a sistemas sociales amplios: organizaciones y
sociedades. Pero hoy, com o entonces, tenemos una carestía de teoría que trate
al grupo como sistema» (Steiner, 1974, p. 101).
Para elaborar una teoría de los grupos, hemos partido de la evolución
histórica del concepto de grupo (capítulo 2). En esta evolución hemos encon­
trado dos grandes bipolaridades: la bipolaridad colectivism o-individualism o y
la bipolaridad interpersonal-intergmpal. Estas dos bipolaridades constituyen
los ejes a partir de los cuales construimos la teoría de los grupos. El colectivis­
mo supone la acentuación de valores, creencias y objetivos colectivos del gru­
po. El individualismo supone la acentuación de la autonomía, creatividad y
libertad de los individuos.
Desde McDougall hasta Shaw, la teoría de los grupos ha favorecido la
0 idea de la conformidad y el carácter disfuncional del conflicto intragrupal. La
eliminación de la confrontación y del conflicto psicosocial —en su doble ver­
tiente: sociocognitivo y socioestructural— convierte al grupo en un instrumen­
to de adaptación del individuo a la sociedad. En la perspectiva colectivista, la
eliminación del conflicto en el grupo supone la sumisión de los individuos a
valores, creencias y objetivos previamente establecidos en el grupo. En la pers­
pectiva individualista, la eliminación del conflicto en el grupo significa el re­
forzamiento de la estructura formal y la reducción de la participación de los
individuos en la gestión del grupo.
Los estudios de Moscovici sobre las minorías activas fueron importantes
para cambiar la perspectiva de los estudios sobre los procesos de influencia
social en los grupos. El proceso de innovación social se erigió en objeto de
innumerables estudios experimentales, convirtiendo el conflicto intra e inter-
grupal en instrumento de cambio social.
A partir de los años setenta, con Tajfel y, sobre todo, Tumer comenzó la
identificación entre grupo y categoría social y se volvió con mucha fuerza a la
bipolaridad interpersonal-intergmpal. Durante más de 20 años, la perspectiva
Presentación

intergrupal eclipsó por completo los estudios sobre la dinámica intragrupal.


Muy recientemente, los trabajos de Rabbie (1993), entre otros, desembocan en
el «Modelo conductual de interacción» que integra la Teoría de la Identidad
Social de Tajfel y de Tumer con la teoría lewiniana de la Interdependencia
estructural, que puede ser positiva o negativa, fuerte o débil, simétrica o asi­
métrica en relación a la distribución del poder entre las partes en conflicto.
Los conflictos entre grupos varían tanto en función de los esquemas de cate-
gorización del endogrupo y del exogrupo como en función de las relaciones
internas de cada grupo y en función de la Interdependencia estructural exis­
tente entre los grupos.
En el capítulo 3 se avanza hacia la definición del grupo, distinguiendo
diferentes niveles de análisis del grupo: individual, interpersonal, intergrupal o
social y cultural. Todos estos niveles de análisis constituyen subsistemas que
se integran en el sistema grupal. Lo que quiere decir que en cualquier grupo
podemos distinguir procesos correspondientes a diferentes niveles de análisis.
Esta es una de las cuestiones más importantes para la metodología de la in­
vestigación en los grupos y a ella se dedica una buena parte del capítulo 12.
Cualquier proceso grupal puede y debe ser analizado a diferentes niveles.
Esto es lo que se pone de manifiesto en los capítulos 4, 5 y 6. En el capítulo 4
se analiza el proceso de la diferenciación de funciones en el grupo, con la
consiguiente distribución del poder y las diferentes formas de ejercer la fun­
ción del liderazgo. Las diferentes teorías del liderazgo suponen teorías implíci­
tas sobre el funcionamiento grupal. No es extraño que haya tantas teorías
diferentes sobre el liderazgo, puesto que el grupo es una realidad muy cam­
biante y puede ser estudiado en fases diferentes, a niveles diferentes y en
contextos diferentes. Así, la teoría transaccional de Hollander y la teoría tras-
formacional de Bass suponen una concepción individualista del grupo, porque
el grupo se construye sobre la satisfacción de las necesidades de los indivi­
duos. Los individuos son anteriores a los objetivos y valores del grupo. Pero,
como, por otra parte, ninguna de las dos teorías utiliza la confrontación entre
los individuos como un medio para reconstruir significados y relaciones en­
tre individuos y entre subgrupos al interior del grupo, necesariamente tienen
que desembocar en una concepción autocrática o en una concepción carismá-
tica del liderazgo. Un líder fuerte, con recursos para influir sobre la conducta
de los individuos a través de recompensas —teoría transaccional— o para
influir sobre las creencias, valores y necesidades de los individuos a través de
la comunicación y persuasión —teoría transformacional— es imprescindible
para que el grupo pueda subsistir. El grupo es construido en tomo a un líder.
Tanto los significados como la distribución de los roles dependen, en buena
medida, del líder. Los seguidores participan en la construcción del grupo por
su actitud de sumisión al líder.
El modelo de categorización del liderazgo, en cambio, supone una con­
cepción colectivista del grupo. Los valores y objetivos del grupo son anteriores
a los individuos. El líder no construye el grupo, sino que lo representa y lo
encama. El líder es el prototipo del grupo.
La teoría transaccional y transformacional del liderazgo y el modelo de
categorización del liderazgo tienen una característica común: la evitación del
16 S. Ayestarán

conflicto y de la confrontación intragrupal y el reforzamiento del conflicto


intergrupal.
En el capítulo 5 se analizan los procesos de influencia social en el grupo:
son distintas formas de estar y de actuar en el grupo y suponen distintas
formas de funcionamiento grupal. La conformidad se convierte en un meca­
nismo de influencia social en el grupo cuando éste evita el conflicto intragru­
pal, refuerza el conflicto intergrupal y se convierte en instrumento de adapta­
ción de los individuos al grupo. La innovación será un mecanismo de influen­
cia social en el grupo cuando éste sea capaz de asumir el conflicto como
instrumento de construcción del grupo. El reforzamiento de la innovación
com o instrumento de transformación del grupo supone aumento del conflicto
intragrupal y reducción del conflicto intergrupal.
Los procesos de conformidad e innovación son procesos grupales, es de­
cir, procesos que dependen del funcionamiento del grupo en su conjunto. Se
les llama procesos de «influencia social», dando a entender que se trata de
distintas formas que tienen los individuos de influir sobre el funcionamiento
del grupo. Y, efectivamente, conformidad e innovación son dos vías diferentes
que tienen los individuos para influir sobre el grupo: en la conformidad, los
individuos influyen reforzando con su sumisión la reproducción de los signifi­
cados y de las relaciones del grupo; en la innovación, los individuos influyen
iniciando en el grupo un cambio de significados y de relaciones que conducirá
a la reconstrucción del grupo. Pero el éxito de cualquiera de las dos formas de
influencia social no depende solamente de las características personales de los
individuos, sino de la cultura y de la estructura del grupo en su conjunto. La
cultura colectivista y la estructura jerarquizada favorecen el éxito del proceso
de influencia social llamado «conformidad», mientras que la cultura indivi­
dualista y la estructura igualitaria favorecen el éxito del proceso de influencia
social llamado «innovación».
El capítulo 6 aborda la cuestión de la eficiencia del grupo. ¿Es el trabajo
en grupo realmente más eficiente que el trabajo individual? Una vez más, la
respuesta dependerá del tipo de tarea y del funcionamiento interno del grupo.
Cuanto más «divisible» sea una tarea tanto más fácilmente se podrá organizar
su realización en grupo. Pero la mayor parte de las tareas complejas y creati­
vas son parcialmente divisibles y su realización en grupo supone un alto nivel
de participación de todos los miembros, una constante negociación de conflic­
tos, una toma de decisiones colectiva y una responsabilidad compartida por
todos los miembros del grupo. Este funcionamiento participativo del grupo
exige una doble evaluación de los resultados: evaluación grupal y evaluación
individual. Si la evaluación es solamente grupal, sin que se reconozcan y se
asuman las diferencias intragrupales, el rendimiento del grupo se reducirá a
medio plazo por la acción de procesos sociales como la «vagancia social» y la
«desindividuación». Si, en cambio, la evaluación es solamente individual, sin
tomar en consideración los resultados del grupo en su conjunto, se reducirá la
conciencia de la pertenencia al grupo y de la interdependencia, tanto en los
éxitos como en los fracasos, lo que se traducirá a medio plazo en una compe­
tición interna destructiva y la incapacidad para cooperar en las tareas del
grupo.
Presentación 17

El capítulo 7 aborda el análisis de la interrelación entre procesos intra e


intergrupales. Después de un período relativamente largo de separación entre
los estudios centrados en los procesos intragrupales y los estudios centrados
en los procesos intergrupales, se intenta actualmente llegar a una com pren-x
sión del funcionamiento grupal dentro de un contexto intergrupal. No es posi- / '
ble entender el funcionamiento de un grupo sin tomar en consideración sus
relaciones con otros grupos, como tampoco es posible entender las relaciones
intergrupales sin tomar en consideración la dinámica interna de cada uno de
los grupos.
En el capítulo 8 se amplía la perspectiva intergrupal a las diferentes cate­
gorías sociales y variables institucionales que inciden sobre los procesos intra­
grupales. Los grupos sociales funcionan dentro de determinadas instituciones
y ocupan una determinada posición social. Tanto la vinculación institucional
com o la posición social afectan al funcionamiento de los grupos.
El capítulo 9 quiere ser una síntesis de los capítulos anteriores desde la
perspectiva de una «Teoría psicosocial del grupo». Más que de una tipología
de grupos, se habla de las diferentes fases por las que atraviesan tanto los
grupos de laboratorio como los grupos sociales. Ahora bien, las diferentes
fases del desarrollo grupal responden a distintas dimensiones del grupo: la >
identificación de los miembros con los valores, creencias y objetivos del grupo ,
responde a una fase autocrática y/o carismatica del grupo y, al mismo tiempo, y
pone de relieve la dimensión institucional del mismo; la competición intergru­
pal conduce al cuestionamiento de la autoridad formal, lo cual refuerza la
dimensión política de los grupos y su incidencia sobre el cambio institucional;
la cooperación intergrupal responde a la fase del análisis de los conflictos
intragrupales y el reforzamiento de la interacción interpersonal; la coopera­
ción intragrupal responde a una fase democrática y participativa que convierte
al grupo en un equipo de trabajo.
Los capítulos 10 y 11 aplican la Teoría psicosocial del grupo a la interven­
ción grupal, tanto en el área de la salud como en el área de las organizaciones
laborales. En el área de la salud se diferencian los grupos de apoyo y los grupos
de autoayuda, por una parte, y los grupos terapéuticos, por otra. En el área de *
las organizaciones, se analizan tres tipos de equipos de trabajo —Círculos dejW
calidad, grupos semiautónomos de trabajo y los grupos I + D— y se esboza una/’ -
metodología para la creación de equipos de trabajo.
El capítulo 12 plantea las dificultades metodológicas que encontramos en
el estudio de los grupos: cómo obtener indicadores colectivos a partir de me­
didas individuales; cómo analizar la interdependencia de respuestas en la in­
teracción social; cómo comparar medidas que corresponden a diferentes nive­
les de análisis. Cuestiones extremadamente importantes para la investigación
en grupos, puesto que el grupo es una realidad que se construye a partir de la
interacción entre individuos, pero que, al mismo tiempo, transciende a los
individuos; que se define por la interdependencia entre los elementos del mis- J
mo; que incluye variables que se sitúan a diferentes niveles de análisis.
El capítulo 13 está dedicado a las técnicas multivariadas en la investiga­
ción de los grupos y ofrece una exposición clara y detallada del análisis facto­
rial de correspondencias —aplicado al tratamiento de datos obtenidos a partir
18 S. Ayestarán

de preguntas abiertas y a partir de la asociación de palabras— y del análisis


discriminante para el estudio de las diferencias intragrupales e intergrupales.

3. La perspectiva epistemológica

El título del libro El GRUPO COMO CONSTRUCCIÓN SOCIAL exige una explica­
ción. Queremos decir que el grupo es construido y reconstruido incesante­
mente en la interacción social, a través de mecanismos cognitivos com o la
categorización social y a través de mecanismos afectivos como el sentimiento
de pertenencia, la cohesión y la interdependencia. Pero dicha construcción
sociocognitiva tiene lugar en un contexto situacional que condiciona la inter­
acción interpersonal e intergrupal. En la definición de la situación intervienen
cuatro variables:

a) El «entorno de la tarea»: repetidamente se ha observado que las tareas


simples y más o menos rutinarias se asocian con un funcionamiento jerarqui­
zado y centralizado del grupo, mientras que las tareas complejas y más o
menos creativas exigen un funcionamiento grupal más descentralizado y más
participativo. Por otra parte, un liderazgo centrado en la tarea tiende hacia
una mayor diferenciación y jerarquización de funciones y de retribuciones,
mientras que un liderazgo centrado en las personas tiende a reducir las dife­
rencias interpersonales en la participación en la toma de decisiones y en las
retribuciones.
b) El «entorno de las personas» o la composición del grupo: es la dimen­
sión situacional que ha sido más estudiada a lo largo de todas las investigacio­
nes en el área de los grupos, como queda patente en el manual de Shaw
(1980). Los mecanismos psicológicos, de orden cognitivo, afectivo y motiva-
cional, de los miembros que componen un grupo, forman parte de la realidad
de un grupo y no se puede prescindir de ellos a la hora de diagnosticar o de
intervenir en ellos.
c) El «entorno social», es decir, la estructura intergrupal de la sociedad,
puede ser estudiado en los grupos desde una doble perspectiva: 1) la perspec­
tiva de la diferenciación de los roles intragrupales por la influencia de las
categorías sociales, lo que conduce a la formación de subgrupos dentro del
grupo; 2) la perspectiva de la posición ocupada por el grupo dentro de la
escala del poder social. Los grupos pertenecientes a la clase social alta o a
la clase media tienen un funcionamiento diferente de los grupos situados en la
clase social baja.
d) El «entorno cultural», es decir, los valores, creencias y representacio­
nes sociales dominantes en la sociedad y en el entorno institucional en el que
se desenvuelven los grupos. Estos no son unas «islas» culturales y no pueden
ser comprendidos en el vacío cultural. Incluso, en el caso de las sectas religio­
sas o de organizaciones contraculturales, su funcionamiento no es comprensi­
ble si no es en relación a la cultura de las instituciones contra las cuales se
posicionan y luchan.
Presentación 19

Nuestra posición epistemológica se sitúa en la línea del «Modelo transfor­


mativo de la actividad social» de Bhaskar (1989, pp. 71-84). La sociedad, con
sus valores, con sus estructuras de relación, con su sistema económico y su
sistema lingüístico, es una realidad pre-existente a la construcción sociocogni-
tiva de los grupos y es una condición necesaria para dicha construcción. Los
grupos sociales, tanto los primarios como los secundarios, se construyen a
partir de estructuras sociales pre-existentes, pero estas estructuras se reprodu­
cen y se reestructuran a través de mecanismos cognitivos, afectivos y motiva-
cionales de los miembros de los grupos. No es suficiente, por ejemplo, la
cercanía física o el hecho de compartir una profesión o una actividad para
que se forme un grupo de amigos o un grupo de profesionales o un grupo de
trabajo. Hace falta, además, que los individuos adquieran la conciencia de
pertenencia al grupo, que se dé una distribución de roles, que se dé una nego­
ciación de los conflictos que surjan y que reestructuren tanto los significados
como las relaciones, en el interior del grupo y en relación con otros grupos.
Por otra parte, los significados y las relaciones que los miembros del grupo
construyen y reconstruyen en la interacción interpersonal son una reproduc­
ción de significados y de relaciones socioculturales pre-existentes. Con otras
palabras, la dinámica intra e intergrupal está marcada por las características
del entorno sociocultural. Sin embargo, el grupo es también capaz de reflexio­
nar sobre su propio funcionamiento y posicionarse críticamente frente a los
valores y estructuras sociales que están reproduciendo en el grupo. Esta refle­
xión es la que permite a los miembros del grupo acceder a nuevos significados
y a nuevas relaciones, tanto a nivel intragrupal com o a nivel intergrupal.
Esta construcción de los grupos está sujeta a todas las interpretaciones y
ambigüedades de la acción social. Dawe (1988) subraya la idea de que la
única acción social realmente transformadora del sistema social es la que asu­
me la ambigüedad de la acción social: la conciencia que actúa dentro del
sistema; la acción moral que transforma gradualmente la acción instrumental;
lo informal que anima y transforma lo formal.
Nuestra posición a este respecto se puede resumir en los siguientes puntos:

1) Cualquier intento de separación de los dos términos de la oposición


(sistema vs. sujeto; acción moral vs. acción instrumental; voluntarismo vs. de-
terminismo etc.), acaba dando prioridad al sistema. Si partimos de una pers­
pectiva colectivista, co m o opuesta a la autonom ía y a la creatividad de los indi­
viduos, reforzaremos la idea de un sistema cultural que es interiorizado por
los individuos en el proceso de socialización para asegurar el mantenimiento
de los valores colectivos. Si partimos de la autonomía individual, co m o op u es­
ta a los valores colectivos, acabaremos construyendo una sociedad en la que
quienes tienen más recursos dominarán a los más débiles y se creará una
estructura social profundamente jerarquizada en función de las diferentes ca­
tegorías sociales. Para asegurar la supervivencia, la sociedad renunciará a la
libertad e impondrá un sistema de valores que deberá ser interiorizada por los
individuos para que éstos sean capaces de crear relaciones de reciprocidad
(Dawe, 1988).
La única salida es la de partir de la realidad de un sistema social y de un
20 S. Ayestarán

sistema cultural que llevan el germen de la libertad y de la creatividad de los


individuos, capaces de reconstruir tanto el sistema social como el sistema cul­
tural en las interacciones sociales, accediendo gradualmente a relaciones de
mayor reciprocidad.

2) La reconstrucción de unas relaciones de mayor reciprocidad supone la


evolución de los grupos en una doble dirección:

— En el sentido de una mayor participación de todos en la toma de


decisiones, lo que conduce a una estructura social menos jerarquizada y más
democrática.
— En el sentido de una mayor aceptación del conflicto, lo que se traduce
en la construcción de una sociedad más multicultural y más tolerante.

No queremos negar la existencia de relaciones de dominación entre indivi­


duos y entre grupos, como tampoco queremos ignorar la ambigüedad de la
acción social, donde la acción moral se mezcla con la acción instrumental
(Dawe, 1988). Sería una ingenuidad y una estupidez pretender negar la influen­
cia de los factores físicos, económicos y tecnológicos sobre la acción social.
Lo único que queremos afirmar explícitamente es que el cambio del siste­
ma social se opera dentro del mismo sistema a través de una reflexión racio­
nal sobre el funcionamiento del sistema y por la creciente toma de conciencia
de la reciprocidad y de la interdependencia existencial entre grupos.
Esta reflexión racional y esta toma de conciencia de la reciprocidad y de
la interdependencia existencial entre grupos se realiza tanto a nivel intragru­
pal com o a nivel intergrupal. No podemos separar los procesos intragrupales
de los proceos intergrupales. La reducción de los conflictos intergrupales, por
ejemplo, presupone un funcionamiento de los grupos como sistemas abiertos
capaces de manejar de una manera constructiva los conflictos intragrupales.
Tampoco podemos separar los movimientos sociales del funcionamiento
de los pequeños grupos. «Cualquiera que tenga alguna experiencia en un m o­
vimiento social reconocerá que buena parte de la organización del movimien­
to tiene lugar en pequeños grupos —grupos caracterizados por una interac­
ción cara a cara. Aunque algunos movimientos sociales son más conocidos
por sus reuniones y encuentros de masas, estos encuentros y estas reuniones
pueden tener lugar únicamente por lo que les ha precedido —comisiones y
otras actividades de pequeños grupos.
»En realidad, estas reuniones de masas no están formadas por individuos
inconexos, sino por grupos o pandillas [Aveni, 1977], Sostenemos que, en gene­
ral, los movimientos sociales comprenden redes de pequeños grupos —círculos
de círculos— y es en estas conexiones donde reside una buena parte del poder y
de los resortes de un movimiento social. Analizando los movimientos sociales en
términos de interacción entre pequeños grupos, podemos verificar constructos
como el liderazgo, roles sociales, cultura idiográfíca, encuentros, reclutamiento y
límites. Esta perspectiva sugiere que los movimientos sociales no pueden estar
orientados únicamente a la tarea, sino que tienen que satisfacer algunas de las
necesidades expresivas de los miembros. El participante tiene que sentirse como
Presentación 21

parte del movimiento y alguna porción de su identidad tiene que estar ligada a
dicha participación» (Fine y Stoecker, 1985, p. 3).
La metáfora del movimiento social como una colección de grupos peque­
ños representa bastante bien nuestra visión de la evolución socio-cultural de la
sociedad: una historia programada por fuerzas impersonales de carácter físico,
económico y tecnológico, pero ejecutada por personas que interpretan el pro­
grama y lo reconstruyen en sus interacciones cotidianas.
El grupo es el lugar de negociación entre el Sistema y los Actores. Los
Actores se organizan en grupos para interpretar y ejecutar el programa im­
puesto por el Sistema. Los Actores son absorbidos por el Sistema, pero éste
ha sido ya parcialmente transformado por aquéllos.
La historia de la Psicología social de los grupos es un reflejo de esa nego­
ciación continua entre el Sistema sociocultural y los individuos.

Referencias bibliográficas

Aveni, A.F. (1977): «The not-so-lonely crowd: friendship groups in collective behavior»,
Sociometry, 40, 98-99.
Bhaskar, R. (1989): «La poética de la transformación social y los límites del paradigma
lingüístico», en T. Ibáñez (coord.), El conocimiento de la realidad social, Barcelona,
Sendai.
D aw e, A. (1988): «Las teorías de la acción social», en T. Bottomore y R. Nisbet (comp.),
Historia del análisis sociológico, Buenos Aires, Amorrortu.
F in e , G.A. y S t o e c k e r , R. (1985): «Can the cercle be unbroken? Small Groups and
Social Movements», Advances in Group Processes, 2, 1-28.
R a b b ie , J.M. (1993): «A Behavioral Interaction Model», en K.S. Larsen (ed.), Conflict
and Social Psychology, Londres, Sage.
S h a w , M .E . (1 9 8 0 ): Dinámica de grupo, Barcelona, Herder.
S t e in e r , I.D. (1974): «Whatever happened to the Group in Social Psychology?», Journal
o f Experimental Social Psychology, 10, 94-108.
1

Innovación y tradición
en el estudio de los grupos
J. Francisco Morales

Los grupos forman parte de la tradición psicosocial. El despegue de la


Psicología Social como disciplina estuvo unido a un fuerte debate sobre la
naturaleza del grupo. En los años veinte, F. Allport, defensor de la postura
individualista, nominalista, se enfrentó a McDougall, que defendía la existen­
cia independiente de una mente grupal. Ante la imposibilidad de llegar a una
convergencia, aunque fuera mínima, o de señalar un vencedor del debate, éste
llegó pronto a un callejón sin salida.
Algunos años más tarde, hacia 1935, la posición interaccionista de Lewin,
de Sherif y de Asch proporcionó una salida. Aunque con ligeros matices dife-
renciadores entre sí, estos tres autores coincidieron en proponer que el grupo
es un «todo», una totalidad con realidad propia, que surge de la interacción de
sus partes componentes y no se puede hacer equivalente a la suma de éstas.
La solución al debate Allport-McDougall coincidió con la consolidación de la
Psicología Social como disciplina (véase Tumer, 1994, para una ampliación de
estas ideas).
En la misma línea, el pormenorizado análisis, década a década, de la
evoluación del estudio de los grupos en el capítulo 2 de este volumen, muestra
que éstos no constituyen una moda pasajera en la disciplina, ni uno de sus
desarrollos marginales sino, más bien, algo muy cercano a su núcleo central.
El interaccionismo fue, tal vez, la primera gran innovación que enrique­
ció la tradición de la Psicología Social en los grupos, bastante escasa hacia
mitad de los años treinta. Lo hizo hasta tal punto que consiguió convertirla en
uno de sus objetos preferentes de estudio. El presente volumen, dedicado es­
pecíficamente al estudio de los grupos, recoge desarrollos actuales de tal im­
portancia que no parece descabellado augurar un avance en la comprensión
del fenómeno grupal similar al que produjo la irrupción del interaccionismo
en los años treinta.
En los apartados que siguen, analizaré algunos de estos desarrollos, tra­
tando de ilustrar cómo han realizado auténticas innovaciones, sin dejar de
estar enraizados en la tradición psicosocial.
24 J.F. Morales

1. El concepto de grupo

Hacia 1950 se produjo un cierto abandono de la noción interaccionista de


Lewin, Sherif y Asch en favor de la posición individualista de F. Allport. Parale­
lamente, el concepto de grupo se empobreció de forma considerable. Una de las
obras más influyentes de ese periodo, la de Thibaut y Kelley, publicada en 1959,
comenzaba con una advertencia de los autores, una especie de aviso a navegan­
tes. Nadie debe esperar de este libro, decían Thibaut y Kelley, «un asalto siste­
mático» al concepto de grupo. A lo largo de la obra, el grupo se aplicaba, a la
manera de un concepto comodín, a las más variadas experiencias.
No faltan quienes, con razón, han señalado las ventajas que se derivan de
un uso flexible de conceptos teóricos fundamentales, com o el de grupo. Sin
embargo, la perspectiva que nos da el tiempo transcurrido desde la publica­
ción de la obra de Thibaut y Kelley así como los desarrollos que se han produ­
cido en el estudio de los grupos desde entonces sugieren que, en este caso, los
costes han superado a los beneficios. De hecho, Thibaut y Kelley dedican más
de la mitad del libro a un análisis de la diada, como un preámbulo para
análisis de unidades sociales más complejas, como el de la tríada. Ahora bien,
¿es la diada un grupo? O, dicho con otras palabras, ¿son los fenómenos diádi-
cos específicamente grupales? Thibaut y Kelley así lo suponían. Hoy, sabe­
mos, sin embargo, que este supuesto no es correcto. Hay fenómenos diádicos
auténticamente grupales, por ejemplo, la negociación diádica entre represen­
tantes de partes enfrentadas (sindicato-patronal) o la interacción entre dos
personas cuando va dirigida a objetivos grupales. Pero existen otros muchos
ejemplos de relaciones diádicas no grupales sino interpersonales, com o las
relaciones entre dos amigos íntimos o las relaciones de pareja.
Por otra parte, cuando los teóricos importantes eluden definir el grupo se
genera un importante vacío que otros autores menores intentan rellenar de
forma oportunista. Es sintomático que, en las mismas fechas en que Thibaut y
Kelley rehuían comprometerse con una definición, autores de mucho menor
calado intenten definir el grupo recurriendo a una característica periférica
com o el tamaño del grupo. Al hacerlo, caen en el vicio denunciado por Mos-
covici de la «numerosidad»: un fenómeno es tanto más social cuanto mayor el
número de personas implicadas. Contribuyen a propagar la falacia, ya muy
extendida de por sí, según la cual los fenómenos sociales reales son los que
implican a un elevado número de personas.
Desde la óptica de los autores que vinculan la existencia del grupo al
tamaño de sus miembros, un grupo interactivo sería aquél que contase con un
número adecuado de integrantes. «Adecuado» significa aquí que permite una
interacción directa y fluida entre sus integrantes. Por encima de ese número
«adecuado», el grupo pasaría a ser grande, la interacción directa no sería via­
ble y no habría un grupo en sentido estricto.
Esta posición, aparte de provocar un estéril debate entre los autores que
proponen un número de ocho o nueve miembros y los que son favorables a
una ampliación hasta veinticinco o treinta, elimina del horizonte de estudio de
los grupos fenómenos grupales auténticos, y ello simplemente porque su tra­
Innovación y tradición en el estudio de los grupos

ducción a términos numéricos no resulta posible. Pongamos un ejempl_____


movimiento colectivo, como la participación política no-convencional, incluye
también elementos claramente grupales. Entre éstos cabe citar la identifica­
ción con el grupo, la elaboración de normas grupales específicas, el segui­
miento de estas normas, las estrategias grupales destinadas a promover la
cohesión de grupo. Con definiciones basadas en el tamaño es imposible tema-
tizar estos elementos como lo que son: aspectos estrictamente grupales.
Tajfel primero (1978), y Tumer, algunos años más tarde (1984), aborda­
ron el problema definicional con decisión teórica. Sus definiciones, recogidas
en el capítulo 3, donde se cotejan con otras aún más recientes, dieron un
nuevo alcance a este concepto, dejaron atrás las ambigüedades de las defini­
ciones oportunistas y ampliaron el horizonte de estudio del fenómeno grupal.
En el capítulo 3 se adopta una determinada definición de grupo que sirve para
los fenómenos estudiados en el resto del volumen. Tal definición, unida a la
ponderada reflexión sobre los procesos inherentes a la grupalidad que se reali­
za en ese capítulo, aportan una riqueza considerable a la concepción del gru­
po, permitiendo captar mejor su carácter complejo y polifacético y distinguirlo
de otros fenómenos, también de interés para la Psicología Social, pero que
carecen de carácter grupal.

2. La naturaleza de lo «grupal»

La posición interaccionista defendía que la esencia del grupo era la inter­


acción y, por ello, durante mucho tiempo, la Psicología Social hizo equivalen­
tes grupo e interdependencia. Según Lewin, la interacción dentro del grupo
daba com o resultado una interdependencia dinámica entre sus partes compo­
nentes. Con ello conseguía desmarcar el grupo de las categorías estáticas de
elementos ordenados en función de algún criterio externo, com o sexo, proce­
dencia social, clase social y otros por el estilo.
Pero la interdependencia lewiniana, con el paso del tiempo, se llegó a
entender como una interdependencia motivacional, algo muy lejano de los
postulados gestaltistas de Lewin y muy cercano al concepto conductista de
intercambio de recompensas. De esta forma, no sólo se traicionaba la intui­
ción original de Lewin sino que, además, se diluía la naturaleza del grupo en
una especie de lugar o entorno para la satisfacción de necesidades puramente
individuales, lo que suponía, lisa y llanamente, una vuelta no confesada a los
planteamientos de F. Allport.
Como se señala oportunamente en el capítulo 3, el enfoque psicoanalítico
se sumó también a este reducción de lo grupal a procesos meramente indivi­
duales. Lo mismo ha hecho la orientación sociocognitiva, predominante en
Psicología Social en la actualidad. En definitiva, lo que se presencia es un
retroceso en la consideración del grupo, una vuelta a los orígenes individualis­
tas allportianos bajo los elegantes disfraces del conductismo, el psicoanálisis y
el sociocognitivismo.
La innovación ha venido en estos últimos años de la mano de una serie
26 J.F. Morola

de autores estrechamente vinculados a los desarrollos de la Psicología Social


en Europa. Por una parte, los estudios y aportaciones de Tajfel subrayaron el
papel esencial que juega en el fenómeno grupal la dimensión intergrupal. Los
grupos no existen en un vacío social sino que se crean y alcanzan su puesto
en la sociedad como grupos en oposición a (o en relación con) otros grupos.
Esto sólo había sido intuido con anterioridad. Es mérito de Tajfel haberlo
tematizado en un ambicioso programa de investigación. [Sin embargo, Huici,
recientemente, defiende que Lewin había abordado de manera eficaz las rela­
ciones de conflicto intergrupal en muchos de sus trabajos (véase Huici, 1993).]
Ningún grupo puede existir sin haber pasado por una fase de conflicto y/o
comparación intergrupal. El modelo de Taylor y McKiman, deudor directo de
la aportación de Tajfel y descrito con detalle en el capítulo 7, así lo pone de
manifiesto. En la misma línea está el modelo de Worchel y cois. (1992). Tam­
bién en el capítulo 7 se subraya cómo los aspectos propiamente grupales de
los movimientos colectivos se ponen en marcha en virtud de conflictos y/o
comparaciones intergrupales.
La recuperación de lo intergrupal supone, por tanto, otorgar al grupo una
importante carta de naturaleza social. La sociedad global recibe un importan­
te reconocimiento, al menos, en dos aspectos. En primer lugar, existen otros
grupos con los que se establecen unas relaciones que están marcadas o deter­
minadas socialmente. En segundo lugar, las dimensiones de comparación que
se utilizan tienen una valoración social.
No debería entenderse, sin embargo, que lo individual desaparece com ­
pletamente de la escena. Simplemente, deja de ser lo exclusivo o lo predomi­
nante. Precisamente, en el capítulo 7 se apunta que la discriminación inter­
grupal puede cumplir funciones de incremento de la autoestima. Al mismo
tiempo, se realiza un fascinante recorrido a través de los desarrollos de Des-
champs y otros autores posteriores sobre cómo la distribución desigual de
poder entre los grupos influye en la definición de la propia identidad.

3. La dimensión social de los grupos

Si en el apartado anterior la aportación que se glosaba era la de Tajfel, en


éste se tendrá en cuenta, sobre todo, la de Moscovici. Decir que los grupos
forman parte de la sociedad no pasa de ser un lugar común, pero dentro de la
tradición psicosocial esa dimensión social ha tendido a permanecer en un
segundo plano.
Desde la Sociología resulta tentador concebir el grupo como un sistema
social a pequeña escala, como un microcosmos de la sociedad general. Una de
las principales y más influyentes escuelas sociológicas, el funcionalismo, reali­
zó, de hecho, una incursión en toda regla en el fenómeno grupal.
Los capítulos 3 y 9 de este volumen analizan con detenimiento la aproxi­
mación de Bales, exponente máximo del funcionalismo sociológico en el estu­
dio de los gmpos. Del análisis surgen unas fuertes consideraciones críticas. Y
es que, si nos preguntamos hoy qué subsiste de la aportación funcionalista al
Innovación y tradición en el estudio de los grupos 27

estudio de los grupos, tendremos que responder que subsisten algunos acier­
tos parciales en facetas concretas del fenómeno grupal, singularmente en lide­
razgo, roles, comunicación y observación sistemática de la interacción grupal.
Pero, al mismo tiempo, no queda más remedio que añadir que el éxito del
funcionalismo a la hora de formular un modelo general del funcionamiento
grupal no puede calificarse ni siquiera como modesto. Para empeorar las co­
sas, el funcionalismo tampoco contribuyó de forma sustancial a establecer la
necesidad de considerar la dimensión social del grupo ni la forma en que ésta
ha de ser abordada. Dado que el resto de escuelas sociológicas no ha hecho
aportaciones significativas al estudio de los grupos, la Psicología Social se vio
obligada a buscar en otra parte.
A mi juicio, el capítulo 8 muestra el destacado papel de Moscovici y sus
colaboradores en la reintroducción de la dimensión social en el fenómeno
grupal. Tres ideas adquieren una relevancia especial. Está, en primer lugar, el
reconocimiento de que la estructura social comporta la existencia de grupos
que ocupan posiciones sociales diferentes en la escala social. ¿Influyen de al­
gún modo estas diferentes posiciones en el funcionamiento del grupo? Sí lo
hacen, ya que repercuten en la propia estructura interna del grupo, en su
jerarquización final.
En segundo lugar, es preciso considerar el acceso diferencial al poder
social, que lleva a los miembros de cada grupo a elaborar conjuntamente una
representación cognitiva de sus relaciones con otros grupos sociales significa­
tivos. Este es uno de los modos en que se integra y asimila, por así decir, en el
grupo la «realidad» objetiva externa.
Finalmente, la investigación de la que se da cuenta en las últimas páginas
del capítulo 8 muestra que no sólo existen realmente paralelismos entre lo que
el grupo de forma compartida piensa de sí mismo y de su posición objetiva en
la sociedad sino que, y esto es todavía más importante, existen modos de
captar dichos paralelismos. En concreto, en la investigación citada se tuvieron
en cuenta el tipo de manejo de las emociones dentro del grupo, el posiciona-
miento de éste frente al conflicto y la identidad personal.
Todas estas ideas se amplían y matizan en el capítulo 9. Interesa subrayar
que la dimensión social del grupo ha de atender simultáneamente al grupo y a
la sociedad en la que éste se inserta. Si es un grave error proceder com o si el
grupo flotase en un vacío social, no lo sería menos suponer que el grupo no es
nada más que una réplica pasiva de la sociedad de la que forma parte.

4. De la imaginación a la investigación, y viceversa

El capítulo 3 presenta un amplio resumen de la teoría de Prigogine sobre


las «estructuras disipativas», al tiempo que sugiere su potencial utilidad para
comprender los procesos grupales, su evolución y su complejidad, con la noción
de conflicto como eje central. Desde los desarrollos grupales actuales, sin em­
bargo, no parece claro cómo la teoría de Prigogine puede resultar útil a esos
efectos. Y es que, para ello, son precisas altas dosis de imaginación teórica.
28 J.F. Morales

En este punto se debe hacer hincapié en la indudable imaginación teórica


que demostraron Lewin, Sherif y Asch. Concebir el grupo como una configu­
ración o gestalt, adoptar la interacción entre sus integrantes com o criterio de
su existencia real, defender, en suma, que la interacción es creadora de for­
mas sociales, es hoy algo plenamente aceptado. Pero en 1935, en el contexto
de la psicología estadounidense, dominada por un conductismo en alza, reve­
laba una gran capacidad para desmarcarse de los conceptos más al uso, de los
clisés consagrados, de esos moldes y eslóganes cuya aceptación y repetición
acrítica sólo pueden llevar a reproducir lo ya existente.
Treinta años más tarde, en medio de un predominio del individualismo
en Psicología Social, Tajfel y Moscovici mostraron también poseer imagina­
ción teórica. Tajfel se atrevió a dejar atrás la interacción com o criterio defini-
cional del grupo. Se vio obligado a ello porque la interacción había pasado a
concebirse de forma conductista, como una mera secuencia de conductas de
dos o más actores en presencia mutua. La concepción tajfeliana del grupo era
claramente heterodoxa. Descansaba sobre la conciencia de la pertenencia gru­
pal, el afecto al que daba lugar y los valores que movilizaba. La triada con­
ciencia-afecto-evaluación sobrepasaba ampliamente la ortodoxia del momen­
to, pero gracias a ella se pudieron incorporar al estudio temático de los gru­
pos las relaciones intergrupales y los procesos de identidad.
La imaginación teórica de Moscovici se manifiesta en su idea de la tercia-
ridad (véase capítulo 8) y las representaciones sociales, que han dado un juego
extraordinario en la reivindicación del carácter social de los grupos. En gene­
ral, los avances significativos en el estudio de los grupos se basan en una
ruptura con algunos de los modos anteriores de pensar sobre el grupo. Parece
que sólo así resulta posible ampliar el horizonte para incorporar nuevos asun­
tos de interés y avanzar en la solución de problemas enquistados por el tiem­
po y la rutina.
Claro está que la imaginación teórica es una condición necesaria pero no
suficiente. Al repasar manuales y publicaciones sobre grupos de hace quince o
veinte años no es difícil tropezar con desarrollos teóricos que se prometían
muy fructíferos pero que, com o podemos comprobar hoy, no llegaron a tener
vigencia. La curiosidad teórica nos lleva a preguntamos cúal es ese ingredien­
te de éxito teórico que unos desarrollos poseen y otros no.
La respuesta no es sencilla. Con todo, en los tres casos citados anterior­
mente (interacción, concepto tajfeliano de grupo, representaciones sociales) y
en la mayoría de los casos que han logrado una aceptación generalizada en
Psicología Social, imaginación teórica e investigación empírica han ido a la
par, en una estrecha simbiosis. Una y otra han sido caras opuestas de la
misma moneda. De hecho, es prácticamente imposible imaginar qué hubiera
sido del concepto de interacción sin los estudios, hoy clásicos, de Lewin y sus
colaboradores, de Sherif y de Asch. Al mismo tiempo, las contribuciones de
Tajfel y de Moscovici han surgido de programas amplios de investigación em­
pírica sostenidos a lo largo de muchos años.
Innovación y tradición en el estudio de los grupos 29

5. Actor, pareja, interacción, grupo, procesos colectivos: cómo


no perder el rumbo en el estudio de los procesos sociales

Ross y Nisbett, en una obra reciente (1991), señalan que la historia de la


Psicología Social es un intento de recuperar la situación tanto en la descripción
como en la explicación de los procesos sociales. Del estudio de los grupos se
puede decir lo mismo. Más de 50 años fueron necesarios para que se dejaran
atrás los modelos personalistas del liderazgo, basados bien en la teoría de los
rasgos bien en la del Gran Hombre. Llegar a descubrir, como lo hizo el grupo
de Ohio, que el liderazgo es, ante todo, una función grupal y que, por lo tanto, lo
que interesa no es la personalidad del líder sino las conductas que se esperan de
él, constituyó un importante avance en la teoría y en la investigación.
La teoría personalista del liderazgo, al igual que el resto de teorías perso­
nalistas, cuenta, sin embargo, con numerosos apoyos. Por ejemplo, es induda­
ble que una persona extravertida participa en un número mayor de interaccio­
nes de ésas que hacen que los demás la consideren como una persona «abier­
ta». Siguiendo las sugerencias del capítulo 12 de este volumen, podemos deno­
minar este resultado como «efecto de actor». Para captar mejor este efecto,
compárese lo que cabe esperar de una persona huraña (menos interacciones
con los demás y el calificativo de persona «cerrada»).
A la vez, es probable que la persona extravertida reciba, además, un buen
número de interacciones por parte de las otras personas. Este es el «efecto
pareja», también según el capítulo 12. Por el contrario, la persona huraña
tenderá más bien a ser evitada y recibirá una interacción escasa. Supongamos
ahora que formamos varias diadas y obtenemos las tres combinaciones posi­
bles: persona extravertida - persona huraña (primera combinación), dos perso­
nas extravertidas (segunda combinación) y dos personas hurañas (tercera
combinación). El efecto actor y el efecto pareja nos llevarían a predecir que la
mayor interacción emitida y recibida depende de una sola variable, a saber,
las características personales de los componentes de la diada, en este caso, su
carácter extravertido o huraño.
Dicho esto, habría que preguntarse si ahí acaba todo. La respuesta tiene
que ser negativa, al menos en principio. Porque, en efecto, cabe la posibilidad
de que algo en la diada haga que se presenten interacciones inesperadas. El
ejemplo más claro, como se señala en el capítulo 12, sería que las diadas de
las mismas características (segunda y tercera combinación) presentasen el
mayor número de interacciones recibidas y emitidas. Tendríamos aquí un
«efecto interacción», ya que no serían las características de las personas per
se, sino una característica de la diada, en concreto, la similaridad de sus com ­
ponentes, lo que explicaría este resultado.
Precisamente, un trabajo de Solé, Marton y Homstein (1975) muestra un
claro efecto de interacción sobre la base de la similaridad de los componentes
de una serie de diadas. En aquéllas que eran similares en dimensiones impor­
tantes para las personas que las componían, había una relación directa entre
similaridad y atracción. No era, sin embargo, necesario que la similaridad
fuese muy elevada para que hubiese atracción. Una similaridad parcial era
30 J.F. Morola

suficiente. Por el contrario, cuando la similaridad se daba en asuntos de esca­


sa importancia para las personas, no había atracción. De nada valía en este
caso que la similaridad fuese parcial o total. Ni siquiera una similaridad total
en asuntos de escasa importancia generaba atracción.
El capítulo 12 discute extensamente la naturaleza de estos efectos (actor,
pareja, interacción) señalando, a la vez, su justificación teórica y, lo que es
más novedoso, la forma en que se pueden rastrear con la ayuda de un conjun­
to de procedimientos estadísticos adecuados. Es innegable que éstos son de
una gran utilidad en el estudio de los grupos, tanto para el teórico com o para
el investigador básico o aplicado, ya que permiten deslindar con rapidez los
efectos de distinto nivel que ocurren conjuntamente en los procesos sociales.
Porque, además de los efectos de interacción, existen también «efectos de
grupo». En el capítulo 12 se razona de la siguiente manera a favor de la
existencia de este tipo de efectos: si los efectos encontrados fueran únicamente
de actor, de pareja o de interacción, no deberían producirse diferencias entre
grupos compuestos por personas similares. Ocurre que sí se producen diferen­
cias. Así pues, existen efectos de grupo. En el capítulo 12 se interpretan como
«evidencia de que existen normas grupales». Esto equivale a afirmar que los
grupos elaboran formas peculiares de regular su interacción.
En el trabajo de Solé y cois. (1975), citado unas líneas atrás, no se medía
sólo la atracción intradiádica sino también la conducta de ayuda. El principal
resultado fue que la atracción y la conducta de ayuda no guardaban relación
entre sí. Como ya se ha visto, la atracción dependía de la similaridad en asun­
tos importantes, tanto si era parcial como total. Si la similaridad se daba en
asuntos de escasa importancia, no había atracción, sin que en ello influyese su
grado (parcial o total). En cambio, la conducta de ayuda se daba sólo cuando
la similaridad era total y, esto es aún más importante, con los dos tipos de
asuntos investigados en este estudio, de alta y de baja importancia.
Resultaba así que atracción y conducta de ayuda iban por separado y
obedecían a distintos antecedentes. La interpretación de los autores es que la
conducta de ayuda es un efecto grupal. Se presta ayuda a quien coincide
totalmente, porque esa coincidencia total hace que se considere a dicha perso­
na com o alguien del propio grupo. En cambio, la atracción sería un efecto
interpersonal, porque descansa sobre una similaridad relevante. Afortunada­
mente, existen hoy procedimientos estadísticos que permiten poner a prueba
conclusiones teóricas del estilo de las de Solé, Marton y Homstein. Estos pro­
cedimientos están descritos con detalle en el capítulo 12.
Se podría dar un paso más ya que, como es fácil suponer, existen procesos
sociales más complejos que los grupales. En el capítulo 12 se tematiza el estudio
de estos procesos al hilo de los Indicadores Macrosociales (objetivos y subjeti­
vos) y los Macropsicológicos (de nivel grupal directo e indirecto). La importan­
cia de tomar en consideración este nivel de complejidad se pone de manifiesto
en la ausencia de paralelismo entre los resultados en el nivel macro y en el nivel
micro. Por ejemplo, con frecuencia ocurre que se encuentran relaciones entre
un conjunto de datos macrosociológicos y unos determinados comportamientos
colectivos al mismo tiempo que se constata que no existe relación entre los
indicadores psicológicos y las conductas individuales correspondientes.
es Innovación y tradición en el estudio de los grupos 31

a- En el capítulo 12 se crítica la «falacia ecológica», con toda justicia, a mi


;te entender. Es preciso hablar de otra falacia, que cabría denominar la «falacia
al de salto de nivel». Consiste en pasar del nivel micro al nivel macro directa­
mente, sin contar con los efectos de interacción ni con los efectos de grupo. El
jr, ejemplo lo proporciona el trabajo de Landau, también citado en el capítulo 12.
es Encuentra una relación entre estrés colectivo, déficit colectivo de apoyo social
in- y problemas colectivos de salud. Esta relación es simétrica con la que se en­
de cuentra en el plano individual.
ira Lo que no dice el trabajo de Landau es qué implica exactamente esa sime-
[o s tría, de modo que se pueden extraer de ella conclusiones antagónicas. Desde la
óptica del capítulo 12, lo que falta en el trabajo de Landau es una investigación
de de los niveles intermedios donde se generan ese apoyo social y ese estrés que
la luego se miden en el plano colectivo. He aquí otra muestra de la importancia de
nte poder analizar estos efectos con la ayuda de procedimientos estadísticos,
tre
2n-

6. De Visscher vs. Lewin

día No todo han sido avances claros. Existen también retrocesos rotundos. El
pal área de los grupos en Psicología Social presenta numerosos déficits y lagunas,
ión En este capítulo resulta inevitable dejar constancia de uno de ellos, ya que su
un- especial gravedad así lo exige. Ello no implica que sea el único,
en En el capítulo 3 se hace alusión a la crítica realizada por De Visscher a
! su Lewin, recogiendo incluso la ingeniosa metáfora en la que se compara a Le­
ído win con una madre que cuida a un niño que no ha engendrado. A mi juicio, y
de huyendo de cualquier intento de bucear en la historia para corroborar la ver­
dad o falsedad de esta tesis, existe un considerable fondo de verdad en ella,
o y Puede disputarse la legitimidad de sus objetivos. La mayoría estará de acuer-
2 la do con el autor del capítulo 3 en que no es correcto separar «la teoría de la
;ide práctica» en el estudio de los grupos. Pero, sin duda, el malestar que se mani-
rso- fiesta en el tono acre de la crítica a Lewin lo comparten también muchos
:cto psicólogos sociales.
ida- Cuando se está convencido de que es preciso hacer algo y, a pesar de ello,
eba n o se hace, y cuando el convencimiento inicial se mantiene, la sensación de
3ro- malestar parece inevitable. En el ámbito de los grupos, desde la época de
Lewin existe el convencimiento de que teoría y práctica grupales deben ir
;sos unidas. Lo cierto es que, si se exceptúan algunos momentos iniciales (1946-
idio 1947), todavía en vida de Lewin, teoría y práctica grupales han transitado por
jeti- sendas separadas. Se trata de una separación tan flagrante que no es preciso
tan- recurrir a un análisis exhaustivo de las publicaciones relevantes para consta-
esto tarla (aunque sería ilustrativo hacerlo). Es suficiente con leer este capítulo o
livel examinar los contenidos de este volumen.
ntre--------------------------Antes de seguir adelante, es necesario hacer una aclaración. De ningún
utos--------------------m o d o se afirma aquí que teoría y práctica grupales deban ir separadas. Más
los------------------- bien se defiende justamente lo contrario. Como el autor del capítulo 3, «si­
guiendo el espíritu y la letra de Lewin», rechazamos todo intento de «separa-

-------------- --------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
32 J.F. Morales

ción entre los grupos naturales y los grupos artificiales». Pero no por ello
podemos dejar de apreciar que la práctica actual en los grupos no se inspira
en las teorías de mayor vitalidad y vigencia ni, mucho menos, realiza aporta­
ciones que reviertan en el desarrollo, mejora y progreso de dichas teorías.
En la actualidad encontramos que la práctica grupal autonomiza su discur­
so, formulando teorías y modelos sobre cohesión, liderazgo, conflicto o desarro­
llo grupal, por citar algunos ejemplos, totalmente al margen de los desarrollos
que sobre esos mismos procesos existen en las publicaciones académicas. La
comunidad académica, por su parte, reproduce esta pauta exactamente a la
inversa, ignorando el trabajo práctico que está teniendo lugar y pasando por alto
sus posibles contribuciones.
Ni el actual contexto histórico ni el desconocimiento parecen justificar
una situación com o la actual. El contexto histórico presencia la reivindicación
de la figura y la obra de Lewin. Buena prueba de ello es la frecuencia con que
se le cita en este volumen, y siempre como un referente a tener en cuenta.
Tampoco se puede hablar de desconocimiento, ya que la propuesta lewiniana
de la investigación-acción como meta a conseguir está suficientemente divul­
gada y los trabajos empíricos del propio Lewin que, en gran medida, ejempli­
fican la integración teórico-práctica, son clásicos tanto en el ámbito académi­
co como en el práctico.
En resumen, creo que nunca hemos estado tan lejos de alcanzar el ciclo
teoría-investigación-acción-teoría propuesto por Lewin. Más que innovación se
precisaría, en este caso, una verdadera «mutación», por usar la expresión de
Apfelbaum.

7. Comentarios finales

El estudio de los grupos parece consolidarse, pese a pasados altibajos,


com o uno de los tópicos de mayor importancia dentro de la Psicología Social.
En concreto, parece que el avance producido en los desarrollos de los últimos
años en Europa ha proporcionado un fuerte impulso a este dominio de inves­
tigación y teoría.
Es de esperar que el esfuerzo colectivo, que ha permitido elaborar este
volumen dedicado íntegramente a los grupos, contribuya a prolongar ese im­
pulso en alguna medida. El estudio de los grupos, como la propia Psicología
Social, necesita muchos esfuerzos similares.

Referencias bibliográficas

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visión desde el presente», en A. Ferrándiz, E. Lafuente, C. Huici y J.F. Morales
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J. S im p s o n (ed s.), Group Process and Productivity, N e w b u r y Park, S a ge.
2

Evolución histórica del concepto


de grupo
Sabino Ayestarán

El grupo es un lugar de confluencia entre lo individual y lo social. Por eso


mismo, el grupo aparece como instrumento básico de socialización y la histo­
ria de los grupos es la búsqueda de una explicación que nos permita compren­
der la interacción entre lo individual y lo social.

1. La tradición colectivista

El siglo XVIII fue el de la Ilustración: primacía de la razón individual


sobre las fuerzas oscuras y subterráneas, de carácter colectivo, que llevan al
individuo a actuar de manera irracional y afectiva. El hombre de la Ilustra­
ción no tenía más que una aspiración: liberarse de las servidumbres a las que
le sometían los «detentares del poder» dentro de un sistema social que seguía
siendo de tipo feudal.
Pero el siglo X IX volverá a estar dominado por el pensamiento idealista y
metafísico de la filosofía alemana. El concepto de grupo se asociará al concep­
to de comunidad, de espíritu del pueblo, de masa, de espíritu del grupo y pensa­
miento grupal.

1.1. G rupo y com unidad en la sociología alemana

Si tomamos como punto de partida la primera referencia de la sociología


alemana al concepto de grupo, ésta la encontramos en la obra de Ludwig
Gumplowicz Compendio de sociología, aparecida en 1885, donde escribe: «La
realidad es que el mundo social... siempre y en todas partes funciona en gru­
po, actúa en grupo, lucha y persigue sus fines en grupo... La cooperación
armónica de los grupos sociales es la única solución posible a las cuestiones
sociales» (cit. en Scháfers, 1984, p. 32).
La teoría social de Gumplowicz, basada en la sociología de los grupos, no
Evolución histórica del concepto de grupo 35

fue incorporada al ulterior desarrollo de la teoría sociológica. Scháfers (1984,


pp. 33 ss.) explica este hecho de la siguiente manera: el concepto de grupo iba
dirigido contra las teorías sociales individualistas y organicistas predominan­
tes en la época y contra la teoría marxista de clases. Se podría decir, siguiendo
a Gabor Kiss, que el descubrimiento del grupo como parte fundamental de la
sociedad y dotada de funciones autónomas, está relacionado con la concep­
ción anarquista de la sociedad. Pero esta carga ideológica del concepto de gru­
po en la sociología alemana fue rápidamente integrada en el concepto de co­
munidad desarrollado por Ferdinand Tónnies por oposición al concepto de
sociedad. «Comunidad y Sociedad son no sólo dos tipos y modalidades de
organización social, sino dos formas de ser, entender y vivir la grupalidad. En
la primera, el individuo es un ser perfecta y absolutamente integrado e identi­
ficado con las distintas asociaciones que en ella concurren (familia, gremio,
vecindad, etc.); su identidad se define por exclusiva relación a ellas. En las
nuevas formas de estructuración social características de la sociedad, van per­
diendo fuerza y relevancia las diversas formas de asociación y carece de senti­
do la percepción de la propia identidad por exclusiva relación a cualquiera de
ellas. El individuo es un ser solo y aislado, en una situación de relativa tensión
y competencia contra los demás, desarraigado de los grupos naturales y perdi­
do en la jungla de los grandes núcleos de población. La pérdida de la comuni­
dad y consiguientemente de las formas de grupalidad a ella asociadas, es la
causa de la emergencia del capitalismo» (Blanco, 1987, p. 74).
Es importante subrayar el significado con el que comienza a ser utilizado
el concepto de grupo en la sociología alemana. El grupo es:

— una realidad autónoma que defiende al individuo frente a las presio­


nes de la sociedad;
-— un referente desde el que los individuos definen su propia identidad;
— un lugar de evitación de la competencia interpersonal;
— un lugar donde el individuo mantiene vínculos personales.

Esta ideologización del grupo explica, en buena medida, el abandono de


su estudio por parte de los sociólogos profesionales y el desarrollo de los gru­
pos de resocialización, centrados en la recuperación de la identidad personal
de los individuos en grupos terapéuticos.
La reconstrucción de la sociología de grupos va a suponer un triple cam­
bio de perspectiva:

a) Abandono de la perspectiva tendente al aislamiento teórico y empíri­


co, lo cual supone, por una parte, el estudio de los grupos primarios dentro de
la dinámica de las organizaciones, es decir, en función de la estructura y de la
ideología que definen una determinada organización; por otra parte, el estudio
de los grupos se orientará hacia grupos sociales naturales com o pueden ser la
familia, el grupo de juegos y la comunidad de vecinos, ejemplos citados por
Cooley (1909), a los que Dunphy (1972) añadirá, como ejemplos de grupos
primarios, los grupos de iguales, los grupos informales dentro de las organiza­
ciones y los grupos de resocialización.
36 S. Ayestarár.

b) Aumento de interés por los grupos secundarios, lo que supone la


adopción de una nueva perspectiva en el análisis de lo formal e informal en
las organizaciones. Volveremos sobre este punto más tarde, puesto que consi­
deramos el punto central de la relación entre grupos y organizaciones.
c) Aplicación del enfoque sistémico al estudio de los grupos, lo que supo­
ne la superación de una concepción dualista en el estudio de las relaciones
entre individuo y grupo o entre grupo informal y organización.

Efectivamente, la solución a los problemas sociales no vendrá de la exclu­


sión de uno de los polos en la oposición comunidad-sociedad o en la oposición
grupo-individuo. Habrá que abandonar la concepción dualista que considera
cada uno de los polos de la oposición como una entidad autónoma, que se
construye independientemente, para después buscar una forma de integración
de los dos polos. Habrá que lograr una perspectiva construccionista de lo so­
cial, donde se van construyendo los significados de lo individual y de lo grupal
a través de procesos cognitivos, sociales y políticos (Hosking y Morley, 1991).

1.2. G rupo y espíritu del pueblo (Volkgeist)

La Comunidad se encama en una entidad espiritual, el Pueblo, irreducti­


ble a los individuos que lo componen y está dirigido por el Espíritu del Pueblo
que se manifiesta en las leyes de una colectividad, en sus artes, en sus costum­
bres, en su filosofía y en su religión. Estos componentes de la cultura son
productos de un sujeto colectivo. No son el resultado de una opción intencio­
nal de los individuos (Danziger, 1983). El mismo Danziger trata de definir este
sujeto colectivo: «El uso de este término (sujeto colectivo) no supone sugeren­
cia alguna en el sentido de que existan procesos psicológicos fuera de las
mentes individuales. Sin embargo, debemos tomar en consideración una pro­
piedad característica de dichos procesos, a saber, que están unidos a través de
la comunicación a otros procesos similares que tienen lugar en las mentes de
determinados individuos» (Danziger, 1983, p. 308).
Esta es una idea que, con diferentes matices, se ha repetido en el ámbito
de las Ciencias sociales: lo que el hombre es y hace es un producto de los
procesos sociales. Estos procesos son anteriores al individuo y configuran al
individuo. Es el determinismo sociológico que supedita al individuo:

— A los procesos de producción;


— a las normas e imposiciones sociales;
— a los papeles socialmente definidos que tiene que ejecutar en su vida
cotidiana;
— a los patrones y modelos culturales de comportamiento;
— a las representaciones colectivas.
Evolución histórica del concepto de grupo 37

1.3. El grupo com o masa

«Otra línea de desarrollo de los estudios sobre la conducta colectiva gira


alrededor de la preocupación por la crisis de las instituciones y el advenimien­
to de las masas revolucionarias» (Munné, 1986, p. 28).
La psicología de las masas aparece ligada a una situación sociopolítica
más que a una preocupación teórica. «El interés por la masa tuvo en la mayo­
ría de los autores de las tradiciones italiana y francesa un origen mucho más
político que teórico, fue más una respuesta momentánea a un fenómeno rela­
tivamente novedoso que resultado de una elaboración teórica respecto al ori­
gen y motivos del comportamiento humano» (Blanco, 1988, p. 54).
Cien años después de la Revolución francesa, la población europea se
había doblado, las Capitales y grandes Ciudades habían aumentado considera­
blemente su número de habitantes, atrayendo, sobre un espacio relativamente
reducido, un gran número de personas de origen rural y desarraigadas de su
hábitat, sin los lazos comunitarios que definían su identidad. Por otra parte, la
Revolución Francesa había reactivado y acelerado la reflexión política, intelec­
tual y organizativa de la clase obrera y en relación a la clase obrera. Todo ello
trajo com o consecuencia el cuestionamiento del orden social y, sobre todo, el
cuestionamiento de la racionalidad del ser humano en cuanto ser social (Ae-
bischer y Oberle, 1990; Cochart, 1982).
Impulsividad, mobilidad, irritabilidad; exageración y simplismo de los
sentimientos; intolerancia, antiautoritarismo, conservadurismo y gregarismo;
criminalidad, incontrolabilidad e inconsciencia, son conceptos asociados fre­
cuentemente al comportamiento de las masas y más o menos compartidos
por los autores más representativos de la psicología de las masas.
Al margen de una ideología reaccionaria que convierte a la clase obrera
en el chivo expiatorio de todos los males, la psicología de las masas ha puesto
de relieve algunas características del comportamiento social de los individuos
reunidos en grupo:

— La represión que se opera en el comportamiento de los individuos en


todo lo relacionado con la identidad personal.
— Un funcionamiento mental concreto y emocional, con pérdida de ca­
pacidad de análisis de la situación.
•—- Atribución externa de responsabilidad.

Le Bon añadirá como mecanismos específicos de influencia sobre las ma­


sas la sugestión y el contagio, lo que refuerza la imagen de una postura de
pasividad intelectual de los individuos y sugiere la presencia de líderes que
manipulan los sentimientos y las mentes de los individuos.
Para Le Bon está claro que la masa es un grupo manipulado. En el libro
II de su obra Psychologie des foules (1895) describe los agentes de la manipula­
ción de las opiniones y creencias de las masas: agentes remotos (la raza, las
tradiciones, las instituciones políticas y sociales); agentes más próximos (imá­
genes, palabras y fórmulas colectivas; las ilusiones, por oposición a la búsque­
38 S. Ayestarán

da de la verdad; la poca influencia que ejercen la experiencia y la razón sobre


las masas); agentes directos (los agitadores de las masas).
Pero más que detenemos en la descripción del comportamiento de las ma­
sas, nos interesa subrayar la clasificación que hace Le Bon de las mismas. Todo
el libro III está dedicado a la descripción de los diferentes tipos de masas.
Según esta clasificación, cualquier grupo, pequeño o grande, puede con­
vertirse en masa. Para distinguir un grupo de una masa, lo importante no es el
número, sino el tipo de funcionamiento. Hay grupos que constituyen masa y
hay grupos que no funcionan como una masa. En el capítulo sobre «La for­
mación del grupo» volveremos sobre la distinción entre grupo y masa.

1.4. La m ente grupal

En 1920 apareció la obra de McDougall, The Group Mind, continuación


de la que escribió en 1908 sobre la Psicología social.
A McDougall no se le puede entender desde la filosofía idealista alemana
a la que atacó ferozmente. En una palabra, escribe McDougall, es una pena
que la juventud malgaste su preciado tiempo en devanarse inútilmente los
sesos intentando adentrarse en la sutileza del pensamiento Kantiano. Él desde
luego no cayó en esa trampa y sustituyó a Kant por Bergson y a Wundt por
Tarde a la hora de establecer las bases de esa parte de la Psicología social
dedicada al estudio de la mente grupal o colectiva (Blanco, 1988, p. 79).
Fue Darwin el inspirador fundamental de McDougall y quien le llevó a
considerar la existencia humana como un proceso evolutivo de las fuerzas
vitales y espirituales (L’Elan Vital de Bergson), donde el individuo tiene la
función de transmitir esas fuerzas prácticamente intactas porque su capacidad
de cambiarlas o modificarlas es mínima. Sin embargo, esas fuerzas vitales no
funcionan sino es a través del intercambio entre las mentes individuales. Sola­
mente que este intercambio está sujeto a unas condiciones que son producto
del largo proceso de evolución que se apoya en las actividades mentales de
interminables generaciones. En este proceso evolutivo, los individuos concre­
tos que viven en sociedades concretas apenas tienen capacidad de ejercer in­
fluencia alguna. Los individuos y los grupos concretos que configuramos la
realidad social, somos simples eslabones de la cadena de la historia de la
humanidad. ^ c/ v, ¿ .¡
S>\w esyfoargo, esa superestructura mental no supone una conciencia co­
lectiva, sino la participación en «a common object of mental activity, a com-
mon mode of feeling in regard to it and some degree of reciprocal influence
between the members of the group» (McDougall, 19"20, p. 33)— ,// a i „]o CQ
Concretando más las características del grupo, McDougall diferencia el
«grupo» de la «masa inorganizada» y exige, para que se pueda hablar de gru­
po, el cumplimiento de cinco condiciones:
/
1) Cierto grado dé continuidad en la existencia del grupo.
2) Una representación compartida del grupo y de su naturaleza.
Evolución histórica del concepto de grupo 39

3) Interacción (especialmente bajo la forma del conflicto o de rivalidad)


con otros grupos similares, pero animados de diferentes ideas y objetivos.
4) Un cuerpo de tradiciones y costumbres y hábitos en las mentes de los
miembros del grupo que determinan las relaciones mutuas y las relaciones de
cada uno con el grupo en su totalidad.
5) Diferenciación de funciones.

El grupo es un factor de socialización: «The egoistic impulses are trans-


muted, sublimated, an deprived of their individualistic selfish character and
effects and are tumed to public service» (id., p. 111).
Podemos resumir la perspectiva grupal de McDougall en los siguientes
puntos:

1) Los miembros del grupo reproducen en sus interacciones unos deter­


minados valores.
2) La estructura social está regulada por dichos valores.
3) Los individuos tienen que asumir los valores del grupo para funcionar
desde los valores grupales.
4) No hay conflicto interpersonal dentro del grupo.
5) El conflicto es de carácter intergrupal, es decir, es trasladado hacia el
exogrupo.

2. La tradición individualista

F. Allport reaccionaba así frente a la concepción holista de la mente del


grupo en su escrito de 1923: «Esta falacia puede ser definida como el error de
sustituir el grupo com o un todo, com o principio de explicación, a los individuos
del grupo. La palabra “grupo” tiene aquí un sentido amplio. Se pueden distinguir
dos tipos de falacia: el primero intenta dar una explicación en términos psicoló­
gicos, aceptando que es posible tener una "psicología grupal” distinta de la psi­
cología de los individuos. La segunda renuncia a la psicología y trata de apoyar­
se en algún otro tipo de proceso grupal para el estudio de las relaciones causa­
les. Ambas formas de falacia suponen la abolición del individuo y, podríamos
añadir que, ambas, por lo mismo, acaban aboliendo los servicios de la psicolo­
gía como posible compañera de la sociología» (Allport, 1923, p. 691).
Y unas líneas más arriba escribe: «La "Mente grupal” no ofrece ninguna
ayuda para explicar el cambio social, es decir, el cambio de la misma mente
grupal» (ibíd.).
Abolición del individuo e imposibilidad de explicar el cambio social son
dos consecuencias ciertas del holismo sociológico. En esto coincidimos con
Allport. Lo que pasa es que si antes estábamos planteando la hipótesis de
procesos socio-culturales independientes de los individuos, ahora pasamos a
la hipótesis contraria de individuos independientes de los psocesos socio-cul­
turales. En contra de ambas hipótesis, sostenemos que el grupo psicosocial
adquiere sentido y se hace realidad cuando ambas entidades (individuo y pro­
40 S. Ayestarán

ceso socio-cultural) dejan de tener autonomía propia para construirse en la


mutua interacción.
El individualismo metodológico (Watkins, 1955), desde una perspectiva
epistemológica, tiene un referente muy claro: la filosofía positivista de la cien­
cia. «Se trataba, por lo tanto, de producir datos acerca de fenómenos aborda­
bles desde el Método científico y de descubrir a partir de ahí las leyes a las que
obedecían esos fenómenos, posibilitando de esta forma la constitución de un
conocimiento predictivo. Esta opción implicaba necesariamente que se exclu­
yeran del campo de la psicología social aquellos fenómenos que no se presta­
ban a un tratamiento acorde con las exigencias positivistas y que se redujera
drástica y deliberadamente la complejidad de los objetos psicosociales. Se
abría así el camino que conduciría al estudio de mecanismos cada vez más
elementales y cada vez más circunscritos a la esfera del individuo por contra­
posición al campo de los procesos colectivos» (Ibáñez, 1990, p. 64).
El mecanicismo, inherente al individualismo, exige que los individuos
sean la unidad de análisis por excelencia en las Ciencias sociales. Cualquier
fenómeno social, por más complejo que fuere, debe ser explicado en términos
individuales. «Si eventos sociales tales como la inflación, las revoluciones polí­
ticas, la desaparición de las clases medias, etc., son ocasionados por la gente,
entonces deben ser explicados acudiendo a conceptos individuales, a las situa­
ciones a las que la gente se enfrenta y a las ambiciones, temores e ideas que
los activan. En suma, fenómenos sociales de gran escala deben ser explicados
por las situaciones, disposiciones y creencias de los individuos» (Watkins,
1955, p. 58).
«La suposición central del individualismo metodológico, llega a decir
Watkins, es la de que no existen tendencias sociales que no puedan ser modi­
ficadas si los individuos implicados en ellas se lo proponen y disponen de la
pertinente información para hacerlo» (Blanco, 1988, p. 88).
Dentro de una perspectiva típicamente conductista, el concepto de «estí­
mulo social», como facilitador o inhibidor de respuestas, ha sido el concepto
central de Allport. «La conducta social comprende estimulaciones y reacciones
que se establecen entre el individuo y la porción social de su ambiente; es
decir, entre el individuo y los otros» (Allport, 1924, p. 12).
Cartwright y Zander, citando a G.W. Allport, no dudan en escribir: «El
primer problema experimental —de hecho, el único problema durante las tres
primeras décadas de la investigación experimental— se formuló com o sigue:
¿qué cambio ocurre en la conducta solitaria normal de un individuo cuando
están presentes otras personas?» (Cartwright y Zander, 1971, p. 24).
En 1897, Triplet publicó sus primeros trabajos sobre la influencia ejercida
por la presencia de otros en el rendimiento del individuo en su tarea. En años
posteriores se realizaron numerosos experimentos para investigar el efecto de
la presencia de otras personas en una amplia variedad de tareas. En unos
estudios, el estímulo social aparecía como facilitador, en otros, en cambio, el
mismo estímulo social aparecía como inhibidor. Pero a finales de los años
treinta se abandonaron estos estudios, «probablemente debido a una ausencia
de progreso teórico» (Wilke y Knippenberg, 1990, p. 309).
Efectivamente, desde una perspectiva individualista es imposible explicar
Evolución histórica del concepto de grupo 41

la la influencia que ejercen unas personas sobre otras por su mera presencia y
mucho menos la influencia que ejercen en situación de co-acción.
/a
i-

a‘ 3. Elementos teóricos para un modelo psicosocial de grupos


ie
En este apartado queremos reseñar tres líneas de investigación que consi­
deramos básicas para la elaboración de un modelo psicosocial del grupo.
a-
ra
Se
ás 3.1. El Interaccionism o sim bólico de H. Mead
■a-
Mead parte de la experiencia compartida en la acción social: acciones y
os reacciones que mutuamente se van definiendo. El niño llora y la madre le
ier ofrece el pecho o el biberón. El niño deja de llorar. El niño y la madre corn­
os parten el significado del llanto. «La significación de un gesto para un organis-
>lí- , mo, repitámoslo, se encontrará en la reacción de otro organismo a lo que
te, sería la completación del acto del primer organismo que dicho gesto inicia o
ia- indica» (Mead, 1982, p. 177).
;ue La «acción social» supone una sucesión de hechos por los que una forma
los estimula a otra forma, con lo que se producen nuevas respuestas que nueva-
ns, mente afectarán a las anteriores estimulaciones (Mead, 1912).
La acción social es la «forma de acción colectiva más amplia que está
cir constituida por el ajuste de las líneas de comportamiento de los distintos par-
di- ticipantes» (Blumer, 1966, p. 540).
la Desde esta concepción de la «acción social» se entienden fácilmente algu­
nos de los presupuestos básicos del Interaccionismo simbólico: pre-existencia
stí- de la sociedad y, por tanto, de los significados y valores sociales, sobre el
pto individuo; proceso de socialización como interiorización progresiva del grupo
íies social general en el que nos desenvolvemos, es decir, de lo que Mead llama el
es otro generalizado ; relación del proceso de socialización con el de individualiza­
ción, en el sentido de que la individualidad surge a través de la interiorización
«El de lo social.
res A partir del concepto de «acción social», podemos definir los tres concep-
ue: tos que nos interesan de manera particular en Mead: Role-Taking, m ind y self.
ido Según la teoría de Mead, el proceso de socialización consiste en ir inte­
riorizando de forma progresiva los caracteres generales del grupo al que perte-
ida necemos (otro generalizado). Este proceso es posible a través de la utilización
ños del llamado Role-Taking (la interiorización de las actitudes del otro), ya que
de éste permite, tanto que nos pongamos en la perspectiva de cualquier otro
nos individuo, como que nos situemos en la perspectiva de un otro generalizado
i, el más amplio.
ños Pero el Role-Taking está presuponiendo que el sujeto es capaz de acceder
icia a unos significados compartidos, a un sistema simbólico, el sistema lingüísti­
co, que permite pasar del gesto al significado compartido (m ind) y a una
actividad reflexiva o conciencia reflexiva (self).
42 S. Ayestarán

La conciencia no es lo mismo que autonciencia; ésta se refiere a una


actitud objetiva, no afectiva y supone, además, no fiarse de la experiencia
directa. La conciencia de la propia experiencia no es aún conciencia de sí; lo
característico de la persona (autoconciencia) es su reflexividad, el ser un obje­
to para sí.
Efectivamente, Mead descompone el self en dos movimientos complemen­
tarios que llama el yo y el mi (/ y me). El mi es el resultado de la visión que
uno tiene de sí mismo desde los otros o desde el otro generalizado, es decir, es
el resultado de la incorporación de las actitudes de los otros hacia uno mismo.
Es el aspecto más social del self. El yo es lo más propio de cada uno, la
reacción más espontánea e impredecible. Este yo es el que hace que el indivi­
duo sea un ser activo frente a su entorno.
Siguiendo a Mead, podemos considerar el self en constante negociación
interna entre lo que los otros o la sociedad le están diciendo que es (inte­
riorización de las actitudes de los otros hacia uno mismo) y lo que uno mismo
decide que es.
Mead, y el Interaccionismo simbólico en general, quieren salvar la auto­
nomía y la libertad de los individuos frente a la realidad social. Pero esto
solamente es posible cuando la negociación interna entre el «yo» y el «mi» se
traduce en una negociación externa entre los individuos que tansforma la rea­
lidad social. De lo contrario, el «mi», resultante de la interiorización de las
actitudes sociales, seguirá controlando la actividad del «yo» y el margen de
negociación interna va a ser cada vez más reducida.
«Efectivamente, la construcción del significado de una situación no trans­
curre «en la cabeza» del individuo, sino que resulta de un proceso de negocia­
ción interpersonal a través del cual se va perfilando el significado compartido
de la situación. En conclusión, conviene subrayar, por lo tanto, que el signifi­
cado no «está» exclusivamente en las cosas, tampoco constituye una aporta­
ción «ya hecha» proporcionada por los demás o por el propio individuo, sino
que se construye en la interacción a través de una negociación activa» (Ibá-
ñez, 1990, p. 130).
En conclusión, aplicando la teoría de Mead a los grupos sociales, pode­
mos decir que la negociación interna entre el «yo» y el «mi» tiene que ir
acompañada de una negociación externa que transforme la realidad social del
grupo. Dicho con otras palabras, no es posible cambiar la identidad individual
de las personas sin cambiar, al mismo tiempo, la realidad social del grupo, es
decir, su estructura y sus procesos de influencia social.

3.2. La teoría de los roles

Mead, ya lo hemos visto, establece una clara interdependencia entre el


desarrollo de la identidad individual y el desarrollo de la estructura social. La
identidad individual es social tanto en su origen como en su desarrollo. En su
origen, porque emerge de la interacción social y de la interiorización de las
actitudes de otros o del «otro generalizado» hacia el individuo; en su desarro-
Evolución histórica del concepto de grupo 43

lio, porque la negociación interna entre el «mi» y el «yo» está inseparablemen­


te unida a la negociación interpersonal.
Esta negociación interpersonal puede darse a tres niveles diferentes, aun­
que interrelacionados: nivel intersubjetivo, nivel de grupo y nivel intergrupal.
La articulación de estos niveles de análisis será una de las principales preocu­
paciones del capítulo dedicado a la formación del grupo.
De momento, queremos subrayar el hecho de que las relaciones interper­
sonales, en los tres niveles, están organizadas y pautadas. Esto quiere decir
que las actitudes y conductas de las personas están definidas y que, por lo
tanto, las actitudes sociales que el individuo interioriza en la interacción social
están igualmente definidas. La consecuencia es inevitable: el individuo tiene
un margen muy reducido para la negociación entre lo que se le pide que sea y
lo que uno mismo decide ser (entre el «mi» y el «yo»).
La organización social de las relaciones implica una asignación de funcio­
nes —tanto a nivel interpersonal, como intragrupal e intergrupal— y una valo­
ración social de dichas funciones, lo que nos llevaría al tema del poder en las
relaciones interpersonales e intergrupales.
La función asignada y su valoración social definen la posición social de
las personas, tanto a nivel intersubjetivo como dentro de un grupo social y en
la relación intergrupal. El reconocimiento externo de la posición social define
el Estatus de cada persona al que acompaña siempre el Rol, entendido éste
como un «conjunto de prescripciones de cóm o llevar a cabo la función asigna­
da en la relación social» (Blanco, 1988, p. 178).
Los roles pueden ser intersubjetivos, grupales o sociales. Son intersubjeti­
vos cuando la distribución de funciones está hecha en base a las necesidades y
opciones que han realizado los individuos y que dan lugar a estilos de relación
que han sido descritos por el Análisis Transaccional de E. Beme. Es el nivel
intersubjetivo del rol descrito por Rocheblave (1969).
Los roles grupales surgen de la distribución de funciones con miras a la
realización de un objetivo común en el grupo. Estos roles son más difíciles de
negociar porque, debido a la diferente valoración social de las funciones, se
establece una jerarquía de posiciones y, por lo tanto, una escala de poder.
Finalmente, tenemos los roles sociales que están ligados a los objetivos
de las instituciones y a la distribución de funciones entre los distintos gru­
pos sociales que constituyen una institución determinada. También aquí se
establece una diferente valoración de las funciones asignadas a cada uno de
los grupos sociales en el contexto institucional, por lo que la negociación de
los roles sociales resulta más difícil. Sin embargo, siempre se ha admitido que
el «rol prescrito» puede no coincidir con el «rol subjetivo» y con el «rol des­
empeñado».
La teoría de los roles fue elaborada en el contexto del Estructural-funcio-
nalismo (Parsons, Linton, Merton), que «considera el Estatus-Rol com o la uni­
dad de análisis más apropiada para analizar los sistemas de interacción»
(Stryker y Statham, 1985, vol. I, p. 333). «Un sistema de "Estatus-Roles” es
una red de posiciones que conllevan determinadas expectativas de conducta y
determinados premios y sanciones por el cumplimiento y el no cumplimiento
de las mismas: es el proceso de la institucionalización. Este proceso supone
44 S. Ayestarán

una solidificación de las relaciones a lo largo del tiempo, de tal forma que el
comportamiento asignado a cada Estatus-Rol se mantenga constante cual­
quiera que sea su ocupante. La sociedad en su conjunto, y las distintas institu­
ciones en la sociedad, pueden ser consideradas como una red de Estatus-Ro­
les, cada uno de ellos regido por determinados valores y normas» (Craib,
1984, pp. 41-42).
Si se plantea el sistema de roles como un sistema rígido, controlado por
el sistema de normas y valores culturales, independiente de las características
personales de quienes ocupan las posiciones sociales, no parece que la teoría
de los roles sea compatible con las posiciones teóricas del Interaccionismo
simbólico, en general, y de Mead, en particular. Es lo que vienen a constatar
finalmente Stryker y Statham en la conclusión de su artículo sobre «Symbolic
Interaction and Role Theory» en el Handbook o f Social Psychology. «Hemos
hecho una revisión del interaccionismo simbólico y de la teoría de roles consi­
derándolos como marcos teóricos bastante diferentes en la psicología social y
com o un marco teórico integrado que está emergiendo desde la perspectiva de
una relación recíproca entre sociedad y persona. Como lo atestigua este len­
guaje, la integración está en proceso y no está lograda» (Stryker y Statham,
1985, vol. I, p. 367).
En la línea de Mead, la integración será posible si no se parte de la consi­
deración de la sociedad y de la persona como dos entidades autónomas. La
misma relación tiene que ser constitutiva tanto de la sociedad como de la
persona.

3.3. La teoría del cam po de K. Lewin

El grupo se define por la interdependencia entre sus elementos. Una inter­


dependencia entendida com o relación existencial, por tanto, constitutiva de
los miembros que componen el grupo y constitutiva también del grupo com o
realidad social.
Por So mismo, el espacio vital de los individuos es de carácter grupal.
Ningún aspecto de la psicología individual podrá ser estudiado al margen de
los procesos grupales que los constituyen como realidades psicológicas.
El grupo es un espacio vital compartido por sus miembros en interacción
con los factores físicos y sociales que forman parte de dicho espacio vital. Este
espacio vital es construido y reconstruido por los individuos en interacción
con el entorno físico y social. Por tanto, el estudio del grupo incluye el análisis
de los factores estructurales o sociales y de los factores físicos y culturales del
entorno organizativo en que están insertos dichos grupos.
El conflicto es inherente al sistema grupal y permite el cambio de los
estándares del grupo hacia niveles superiores de ejecución. Evidentemente, el
que se dé o no el cambio depende de la capacidad que tiene el sistema en su
conjunto (personas, estructura socio-cultural y condiciones físicas) para nego­
ciar los conflictos. En buena medida, esta capacidad depende de la fluidez de
las fronteras que separan las distintas regiones del campo.
Evolución histórica del concepto de grupo 45

En el estudio de los grupos hay que seguir una metodología deductiva e


inductiva a la vez, partiendo de una teoría que abarque todos los elementos
del sistema para pasar a unas hipótesis que van a guiar el trabajo inductivo:
recogida de datos por experimentación de laboratorio y de campo, es decir,
por una observación planificada y programada. Una vez recogidos los datos,
se pasa a la interpretación de los mismos a partir de la teoría general.
Tiene que haber una interrelación entre ciencia social teórica y las necesi­
dades prácticas de la sociedad.
La observación de los grupos requiere un entrenamiento en técnicas de
campo en Psicología de los grupos. La preparación de un experimento, sea de
laboratorio como de campo, requiere un conocimiento directo del fenómeno
que se quiere estudiar.

4. L a ru ptu ra c o n K. L ew in

«Si la conceptualización de Lewin es correcta, no podemos esperar una


predicción de la conducta de un individuo solamente a partir del conocimien­
to de las condiciones objetivas del estímulo porque las intenciones del indivi­
duo seleccionan los estímulos a los que se va a responder. Tampoco podemos
esperar llegar a comprender el comportamiento de un individuo solamente a
partir del conocimiento de sus intenciones, porque las intenciones no pueden
realizarse sin unas condiciones objetivas. Nos estamos refiriendo a una única
realidad: la-persona-en-un-entomo. Por tanto, la unidad de análisis no es un
individuo aislado, sino el “espacio vital”. Y tenemos que utilizar un método
apropiado a esta realidad» (De Rivera, 1991, p. 153). El sistema psicosocial
sólo puede ser concebido como un sistema que incluye tanto a los actores
como a las condiciones sociales y culturales.
A la muerte de Lewin se dio una separación entre la «dinámica de gru­
pos», orientada cada vez más al estudio de los procesos psicológicos en situa­
ción social y el «estudio de los grupos pequeños», considerados com o las uni­
dades más pequeñas del sistema social y cultural.

4.1. La década de los cincuenta

Haré (1976) describe así la situación de los años cincuenta en relación al


área de los grupos: «Los primeros años de la década de los 50 fueron los años
de apogeo de la investigación en los pequeños grupos. En esta época, el área
de los grupos estuvo dominada por las tres escuelas de la sociometría (More­
no), dinámica de grupos (Lewin) y pequeños grupos (Bales). Moreno introdujo
el teatro de la espontaneidad, el psicodrama, el sociodrama y el test sociomé-
trico para el análisis de la estructura del grupo. Lewin se interesaba por el
espacio vital de un actor y las barreras para el cambio en el espacio social.
Sus estudios experimentales popularizaron el enfoque de laboratorio para el
estudio de los grupos y el entrenamiento de los miembros del grupo, dando
46 S. Ayestator.

lugar al movimiento de los grupos de entrenamiento o grupos de sensibiliza­


ción. Bales desarrolló el método de categorías para analizar los procesos de
interacción que ha sido ampliamente utilizado para describir la dinámica de
los grupos de resolución de problemas. En los últimos años, la escuela de los
grupos pequeños desarrolló una vertiente aplicada bajo la forma de grupos de
autoanálisis organizados en el marco académico, donde los alumnos tenían
que aprender a analizar sus propias formas de interacción.
En años más recientes, los psicólogos han continuado produciendo la ma­
yor parte de la investigación en el área de los grupos, pero ahora con un
mayor énfasis en el actor en situación social que en los procesos grupales. Los
temas de investigación de mayor atracción fueron los mismos que en 1900:
conformidad, elección interpersonal, percepción social, proceso de interacción
y liderazgo» (Haré, 1976, p. 395).
Desde 1950 a 1960, la revista Annual Review o f Psychology dedicó cada
año un capítulo a la revisión de las tendencias más importantes en la Psicolo­
gía social. Una tercera parte de dichos capítulos estaba dedicado a los grupos.
Los autores son los siguientes: Bruner (1950); Katz (1951); Smith (1952);
Newcomb (1953); Crutchfield (1954); Festinger (1955); French (1956); Cart­
wright (1957); Heyns (1958); Gilchrist (1959) y Riecken (1960).
Zander (1979a) nos ofrece una lista de temas de investigación reseñadas
en los artículos de la Annual Review o f Psychology:

Temas Año de aparición en la «Annual


Review o f Psychology»

1. Codificación de las intervenciones por parte 1950; 1951; 1953; 1958


de los miembros en los grupos de discusión.
2. Cambio del comportamiento de los 1950
individuos a través de Jas lecciones y grupos
de discusión.
3. El poder de un grupo para determinar la 1951; 1952; 1953; 1955; 1956; 1957;
conducta de sus miembros, presión social 1958; 1960
hacia la uniformidad de comportamiento
y de creencias entre los miembros.
4. Liderazgo y dirección, efectos del estilo 1951; 1952; 1958
de liderazgo.
5. El efecto de las redes sociales sobre la 1953; 1956; 1958
comunicación en los grupos.
6. Comportamiento conflictivo de los 1954
individuos que observan que la evidencia
de sus propios sentidos contrasta con las
percepciones de otros.
7. Poder e influencias sociales en las relaciones 1955
interpersonales, fuente y efectos.
8. La formación de coaliciones dentro de los 1955
grupos amplios.

Transformación del grupo en un sistema cerrado, acentuación de la con­


formidad com o proceso grupal básico y psicologización de los procesos grupa-
Evolución histórica del concepto de grupo 47

Ies, son tres características de la evolución que sufrió la dinámica de grupos


en los años cincuenta.
Festinger y Bales fueron dos autores que tuvieron mucha importancia en
la evolución de los estudios sobre grupos.
De Visscher (1991) sitúa en el mes de septiembre de 1939 el encuentro de
K. Lewin con L. Festinger. Ambos colaborarán hasta la muerte de Lewin.
En realidad, Festinger no tenía mucho interés por la psicología social. Le
interesaba el marco conceptual de Lewin: la teoría del campo, los sistemas de
tensión y los niveles de aspiración. A Festinger le interesaba el Lewin anterior
a la aventura de los grupos.
En 1945 se creaba el «Research Center for Group Dynamics» en el «Mas-
sachussetts Institute of Technology», la gran escuela americana para ingenie­
ros de Boston. El primer grupo de investigadores estaba compuesto por Lip-
pit, Cartwright, Yarrow-Radke y Festinger. Más tarde se les unirían French y
Bavelas.
Es aquí donde Festinger comenzó a trabajar los temas de la disonancia
cognoscitiva, la comparación social y la comunicación informal com o fenóme­
nos intragrupales.
Sin embargo, la influencia de Festinger en la evolución de los estudios en
el área de los grupos se debe al libro que publicó en colaboración con Riecken
y Schachter en 1956: When Prophecy Fails.
Este libro es un precioso estudio de campo sobre la disonancia cognosci­
tiva. Pero, al mismo tiempo, constituye un excelente estudio de un grupo ce­
rrado en sí mismo, de una secta religiosa.
El grupo no soporta el cuestionamiento por parte de sus miembros:
«Dentro del grupo de los Seekers, Hal no era considerado com o un creyente
convencido, aunque, a los ojos de los extraños apareciera com o uno de los
miembros más significativos del grupo y como uno de los exponentes más
activos de la ideología. En mucha mayor medida que otros Seekers, Hal adop­
taba la postura de un experto en las discusiones, planteando cuestiones de
lógica y de consistencia e introduciendo materiales comparativos tomados de
«fuentes independientes». En las discusiones públicas no hacía explícitas sus
dudas, sino que planteaba cuestiones críticas. En privado, tomaba a veces
posturas de excepticismo, otras veces neutrales. «Ni creo, ni dejo de creer»
decía a un observador, pero estoy a disposición del grupo para lo que fuere
necesario. Entre sus compañeros estudiantes, Hal tenía la reputación de al­
guien que «trata de ser diferente» y tenían ellos la sensación de que pretendía
mostrarse com o no creyente, mientras realmente era creyente» (Festinger y
otros, 1956, p. 84).
El grupo era un grupo cerrado con sus propios secretos: «Justo antes de
que Ella Lowell pusiera en movimiento las cintas magnetofónicas, la Señora
Keech advertía al grupo con mucho énfasis que nadie debía soplar una sola
palabra de lo que se dijera en las cintas a nadie que no perteneciera al grupo»
(id., p. 148).
A medida que se iba confirmando el incumplimiento de las profecías,
aumentaba el secretismo del grupo y la exigencia de una cohesión total del
grupo de creyentes. «El grupo y el apoyo que ofrecía el mismo eran evidente­
48 S. Ayestarán

mente muy importantes, y el menor síntoma de desintegración o de defección


era muy doloroso para quienes continuaban en el grupo» (id., p. 157).
Ausencia de crítica hacia el grupo, aumento de exigencia de cohesión,
secretismo, aislamiento y mayor dependencia con respecto a los líderes fueron
las características del grupo de los Seekers a medida que se veían obligados a
aceptar el incumplimiento de las profecías.
El libro de Festinger, Riecken y Schachter puso de relieve el carácter
manipulador del grupo, puesto que éste exigía la conformidad de los indivi­
duos a las creencias que definían la cultura del grupo. Pero el libro puso
igualmente de manifiesto que ese carácter manipulador del grupo dependía de
las siguientes variables:

— Ausencia de crítica por parte de los individuos hacia el grupo.


— Aislamiento social del grupo.
— Aumento de presión por parte de los líderes.
— Secretismo.
— Exigencia de cohesión y de fidelidad al grupo.
— Conformidad de los individuos hacia las creencias del grupo.
— Hostilidad del entorno hacia el grupo.
— \nsegundad micraa &e\ grupo a causa de las profecías no cumplidas.

Así com o en los años 20 la idea de la «Mente grupal» fue el motivo del
ataque a los grupos para desarrollar una psicología social basada en los indivi­
duos estimulados socialmente, en los años cincuenta el ataque a los grupos se
centró en la idea de la «conformidad» de los individuos hacia las creencias y
pautas de conducta de los grupos (Bramel y Friend, 1987).
El modelo de Bales (1950) comienza con el análisis de la a cción social en
la que se distinguen 5 elementos: actor, meta, situación, orientación y norma.
Los actores o personas tratan de conseguir una meta, dentro de las limitacio­
nes que le impone una situación externa, lo cual supone que el actor elige
entre las posibles acciones una determinada acción apoyándose en criterios
subjetivos de orientación personal o preferencia personal y en criterios objeti­
vos de norm as socialmente fijadas (cfr. Morales, 1987¿>).
La acción social supone elección de alternativas porque la persona, a la
hora de actuar, se encuentra con diferentes posibilidades:

— de percibir e interpretar la situación: nivel cognitivo de la acción;


— de valorar positiva o negativamente la situación: nivel catéctico de la
acción social;
— de evaluar la conveniencia de cada una de las alternativas: nivel eva-
luativo de la acción social.

Sin embargo, la persona tiene un margen de libertad reducido en la elec­


ción de alternativas porque:

— los sistemas culturales de ideas y creencias obligan a la persona a una


determinada percepción e interpretación de la situación;
Evolución histórica del concepto de grupo 49

— los sistemas culturales de símbolos expresivos limitan la capacidad de


expresión de la persona;
— los sistemas de valores limitan las posibilidades de elección de alterna­
tivas.

La interacción entre las personas que constituye el núcleo de la acción


social está pautada por los tres sistemas culturales. De ahí, la consistencia y la
estabilidad del sistema de personalidad y del sistema social. Los sistemas cul­
turales controlan el sistema social a través de dos mecanismos: el mecanismo
de la interiorización de la cultura (fcreencias, valoración positiva o negativa y
valores) por el proceso de socialización y el mecanismo del control social a
través de las sanciones positivas o negativas asignadas a la conformidad y a la
desviación con respecto a las normas sociales.
Los sistemas culturales controlan el sistema de personalidad a través de
las metas e ideales propuestos a los individuos y a través de las prescripciones
que impone sobre la forma en que debemos alcanzar dichas metas.
El funcionalismo parsonsiano, aplicado al análisis de los grupos, tiene
otra consecuencia de una gran importancia: la diferenciación de las personas
dentro del sistema social por medio de las posiciones que dicho sistema asig­
na a cada persona.
En efecto, cualquier sistema de acción y, por tanto, el sistema social, está
sujeto a 4 imperativos: obtención de metas, adaptación, mantenimiento de
pautas e integración.
En un sistema complejo, como es un sistema social, las metas a obtener
son complejas y tienen que ser analizadas y descompuestas en metas parcia­
les. La obtención de estas metas parciales exigirá la adaptación de los recursos
disponibles a la situación, es decir, la distribución de los recursos limitados
del sistema personal a la obtención de las metas. Los distintos actores tienen
que mantener las pautas de conducta impuestas por el sistema cultural en
función de las metas a obtener y tienen que actuar de una manera coordina­
da. El mantenimiento de pautas significa la sumisión del sistema social al
sistema cultural y la integración del sistema social supone la evitación del
conflicto interno en el sistema social.
El equilibrio intra e intersistémico es fundamental para la obtención de
ias metas propuestas. Ello supone que los sistemas sociales deben conservar
sus pautas estructurales y sus valores culturales. La diferenciación de roles
¿entro del sistema social será, por lo mismo, rígida e inflexible, convirtiéndo­
se, a su vez, en un sistema que se mantiene independientemente de las carac-
^rísticas de sus ocupantes.
La diferenciación de roles conducirá:

— a un control jerarquizado de las actividades del grupo: diferencias de


poder;
— a una diferenciación de estatus;
— a una diferenciación en la distribución de recursos;
— a una disminución de la solidaridad dentro del grupo.
50 S. Ayestarán

El modelo funcional de grupo de Bales es el de un grupo jerarquizado,


con evitación del conflicto y exigencia de conformidad a las pautas cultural­
mente establecidas. Las interacciones entre las personas están pautadas y lo
único que podemos observar en el grupo son estos tres aspectos:

— Cómo las interacciones dentro del grupo responden a metas diferentes:


desarrollo de la tarea, por una parte, y mantenimiento de las relaciones sociales
y emocionales, por otra. La obtención de estas metas supone diferenciación de
roles y, al mismo tiempo, mantenimiento de pautas culturales en el ejercicio de
los roles e integración de los roles de forma que los integrantes del sistema
funcionen de una manera coordinada. La distinción entre el rol de tarea y el rol
socio-emocional será una de las aportaciones de Bales que gozará de mayor
aceptación por parte de los investigadores en el área de los grupos.
— Cómo el proceso de la acción social se descompone en tres tipos de
elementos: elementos cognitivos (manipulación de símbolos); elementos afec­
tivos (aprobación, desaprobación); elementos conativos (decisiones, intentos
instrumentales dirigidos hacia la consecución de metas).
— Cómo la acción social se organiza diacrónicamente, con un acto inicial
que señala que algo marcha mal, es decir, la tensión sentida; un acto medial que
constituye la respuesta al acto inicial; un acto terminal que indica si el acto
medial ha solucionado o no el problema planteado por el acto inicial.

4.2. La década de los sesenta

A partir de 1960, el capítulo de la Annual Review o f Psychology dedicado


la Psicología social, se divide en dos partes y una de las dos rúbricas se consa­
gra enteramente a la psicología de los grupos. Shaw (1961), Steiner (1964) y
Gerard y Miller (1967) serán los encargados de firmar los artículos de la An­
nual Review o f Psychology sobre el tema de los grupos.
Shaw se muestra optimista respecto al futuro del área de los grupos. Tres
años más tarde, Steiner (1964) se muestra menos optimista que Shaw, aunque
afirma no tener razones claras para oponerse al optimismo de Shaw. Gerard y
Miller (1967) no hacen ninguna valoración global sobre la situación del área
de investigación rubricada como «dinámica de grupos».
La obra más representativa de la década de los sesenta fue probablemente
el libro de Thibaut y Kelley (1959) The Social Psychology o f Groups.
Partiendo de las ideas centrales de la teoría del intercambio social «Toda
interacción interpersonal es un intercambio de recompensas; no todas las in­
teracciones nos reportan el mismo grado de recompensa; seleccionamos aque­
llas interacciones que creemos pueden reportamos el máximo de recompen­
sa con el mínimo costo», Thibaut y Kelley consideran que una persona entra
en una relación grupal sólo cuando considera que es la mejor de las que tie­
ne disponibles. Para tomar la decisión, el sujeto tiene que utilizar dos criterios:
a) el nivel de expectativa de recompensa que tiene en función de experiencias
pasadas (NC o Nivel de Comparación); b) las posibilidades actuales de relacio­
Evolución histórica del concepto de grupo 51

nes alternativas (NCalt o Nivel de Comparación de alternativas). La decisión


de iniciar una interacción depende de lo mínimo que el individuo esté dis­
puesto a obtener de dicha interacción (NCalt) con independencia de que dicho
■nnimo pueda estar incluso por debajo de sus experiencias anteriores, de su
NC. Se puede dar el caso de que una persona permanezca en una relación
considerada com o no-altemativa (situada por debajo de su NC) si es la única
o la mejor (la más reforzante) que tiene a mano en ese momento incluyendo
también la posibilidad de permanecer aislado.
En la teoría del intercambio social, no podemos hablar de una interdepen­
dencia de significados ni de interdependencia de objetivos. Es la motivación
individual la que decide tanto los significados como los objetivos. «La situa­
ción social es considerada como una interacción entre personas que tratan de
lograr sus propios intereses mecánicamente, sin ninguna respuesta psicológica
a su conocimiento de que están pensando en los demás y tratando de antici­
par el comportamiento de éstos. Frecuentemente, el análisis que realizan pare­
ce suponer que para una persona no existe diferencia entre interactuar con
otra. pcreona. o con objeto que. no piensa cu c\\a. ni. cu Va. interacción. Como
consecuencia, el libro (de Thibaut y Kelley) prácticamente ignora el papel de
la comunicación en la interacción social, como si la oportunidad de analizar
cuestiones de interés mutuo no tuviera gran importancia para el comporta­
miento social» (Deutsch y Krauss, 1984, p. 120).
Se comprende, pues, que un grupo, en el que los individuos funcionan de
una manera individualista y hedonista, no pueda sobrevivir si no es regulando
el uso del poder. Esta regulación del poder en el grupo se obtiene con cuatro
mecanismos bien conocidos: elaboración de normas precisas, aceptadas por
iodos y capaces de controlar el comportamiento de todos; diferenciación de
estatus en función del reconocimiento y de estima de que gozan los indivi­
duos; establecimiento de criterios precisos para la asignación de posiciones en
é. grupo; una autoridad capaz de sancionar las posibles infracciones cometí-
ras contra las normas del grupo.

-_3. La década de los setenta

La revisión de 1973 cubría un período de seis años, puesto que, desde el


sño 1967, no se había publicado ninguna revisión en el Annual Review o f
Psychology. Helmereich, Bakeman y Scherwitz (1973) constatan que en esos
í años «una gran proporción de la investigación realizada continúa las líneas
de investigación con poca o nula preocupación por la validez externa y posi-
iaes aplicaciones» (Helmereich, Bakeman y Scherwitz, 1973, p. 204).
Tres años más tarde, Davis, Laughlin y Komorita (1976) realizaron una
v_e\~a revisión, pero centrada casi exclusivamente sobre la productividad del
pupo:

i 1 Productividad del grupo en situación de interacción cooperativa: solu-


áán de problemas.
52 S. Ayestarár.

La eficacia del grupo depende de las siguientes variables: composición del


grupo; características personales de los miembros; liderazgo; factores situacio-
nales como contingencia de refuerzo y organización del grupo; factores proce-
suales del grupo como el manejo del conflicto socio-cognitivo y la influencia
minoritaria sobre la mayoría.
2) Productividad del grupo en situación de interacción cooperativa: toma
de decisiones en grupo. Este tema se subdivide en dos cuestiones:
— Sesgos en la elección: dependen de la composición del grupo, de la
tarea, de los procesos sociales internos del grupo y de la norma social
o valor cultural dominante en el grupo.
— Polarización grupal.
3) Productividad del grupo en situación de conflicto interpersonal y de
competición.
— En los últimos años, se tiende a abandonar el paradigma del Dilema
del Prisionero.
— Se estudian los factores que condicionan la conducta cooperativa: fac­
tores de personalidad; factores culturales; factores situacionales.
— El regateo y la negociación.
— Formación de coaliciones.

Con Zander (1979a), del estudio de la productividad del grupo se pasa


otra vez al análisis de la estructura y de los procesos grupales. «En los años 60
y 70 ha habido un resurgir del interés por el comportamiento cognitivo, espe­
cialmente en lo referente a la percepción y al procesamiento de la informa­
ción. Algunos académicos se sintieron impulsados por este resurgir a concen­
trarse en los aspectos cognitivos de las relaciones interpersonales bajo rúbri­
cas tales como disonancia cognoscitiva, teoría de la atribución, teoría de los
juegos, polarización de las actitudes de los miembros, esquemas sociales etc.
Los investigadores de la interacción humana bajo estas rúbricas no han tenido
mucho interés en conocer si esta interacción se daba dentro del grupo» (Zan­
der, 1979a, p. 424). Zander insiste en que él quiere poner todo el acento en el
estudio del grupo. Revisa las investigaciones realizadas sobre el com porta­
m iento cognitivo en el marco de los grupos, es decir, relacionando dicho com ­
portamiento con la estructura de los grupos. Pasa después a revisar las inves­
tigaciones sobre la presión social de los grupos sobre los individuos, detenién­
dose especialmente en el tema de la desindividuación.
Steiner (1974) confirma el diagnóstico de Zander en el sentido de que el
«énfasis se colocó en cómo influyen unos individuos sobre otros, en lugar de
estudiar la influencia de los sistemas de individuos sobre su entorno» (Steiner,
1974, p. 99). «Hoy, com o en los años 40 y 50 estamos anegados por una
sobreabundancia de teorías que se refieren a las actividades sistemáticas de
los individuos, y no tenemos que mirar muy lejos para encontrar teorías refe­
rentes a sistemas sociales amplios: organizaciones y sociedades. Pero hoy,
com o entonces, tenemos una carestía de teoría que trate al grupo com o un
sistema» (Steiner, 1974, p. 101).
Esta incapacidad para tratar al grupo como sistema y la progresiva psico-
logización del grupo son características de la Psicología social americana.
Evolución histórica del concepto de grupo 53

«Los psicólogos sociales de orientación psicológica hablaban del grupo, pero


parecían sentirse más cómodos cuando lograban transformar el grupo en un
conjunto de percepciones y valencias dentro de la cabeza del individuo. Los
psicólogos sociales de orientación sociológica hablaban todavía más sobre el
grupo, y, a veces, intentaban tratarlo como sistema con todo derecho. Pero su
teorización tendía a derivar hacia el interaccionismo simbólico, o a apoyarse
fuertemente en unos conceptos estáticos, estructurales, tales como posición,
estatus y poder» (Steiner, 1974, p. 101).
Steiner explicaba esta situación por el espíritu de la época: la sociedad
americana de los cincuenta y de los sesenta fue una sociedad relativamente
serena y tranquila. Y en épocas de serenidad y tranquilidad sociales, opina
Steiner, la psicología social tiende a ocuparse de los individuos y de las gran­
des organizaciones. Con otras palabras, Steiner piensa que, en tiempos de paz
social, los elementos que se desvían de la norma social, aceptada mayoritaria-
mente, son interpretados en términos psicológicos, pero no en términos de
grupos. En cambio, en períodos de turbulencia social, los psicólogos sociales
prestan una mayor atención a los grupos sociales, porque las desviaciones
sociales son interpretadas como fenómenos colectivos.
Apoyándose en los disturbios sociales de finales de la década de los años
sesenta y comienzos de los setenta, la predicción de Steiner fue que hacia
finales de la década de los setenta se daría un resurgir del pensamiento
grupal.
Nueve años más tarde, Steiner (1983) reconocía que su predicción se ha­
bía cumplido parcialmente y constataba que el desarrollo del estudio de los
grupos se estaba dando fuera de los departamentos de psicología y de sociolo­
gía, concretamente en el análisis de las organizaciones, en la industria, en la
educación y en el campo de la terapia familiar.

4.4. La década de los ochenta

Los cambios anunciados hacia finales de la década anterior por Steiner y


Shaw se completarán en esta década: reforzamiento de la perspectiva inter­
grupal; la inclusión del entorno físico, social y temporal en el sistema grupal;
la consideración del conflicto intragrupal como motor del cambio grupal. Los
avances teóricos que se han realizado en esta década en la psicosociología de
los grupos se deben en buena medida a la psicología social europea (Hen-
drick, 1987a, p. 8).
Disponemos en esta década de dos revisiones de las investigaciones reali­
zadas en el área de los grupos y publicadas en el Annual Review o f Psychology.
McGrath y Kravitz (1982); Levine y Moreland (1990).
McGrath y Kravitz no ofrecen ningún cambio en el marco teórico de los
grupos. Realizan una revisión más exhaustiva y más extensa, tanto en lo refe­
rente al período revisado como a las fuentes utilizadas (no se limitan a las
revistas de psicología y sociología, sino que tienen en cuenta revistas de otras
áreas de conocimiento), pero es una revisión temáticamente limitada. Se cen­
54

tran exclusivamente en dos temas: grupo como sistema de ejecución de tarts-B


y grupo com o sistema para la estructuración de la interacción social.
La última revisión sobre grupos pequeños o sobre la dinámica de g r a n |
es la de Levine y Moreland (1990). Es la última y también la más comple^, I
tanto en lo referente al marco teórico, com o por la síntesis que ofrecen oa ]
área de los grupos.
Por primera vez, en las revisiones que hemos analizado, Levine y Mor— J
land introducen un apartado que se llama «Ecología de los grupos pequeños».
«Cada grupo ocupa una determinada situación y ésta repercute de algún® ]
manera sobre sus ocupantes» (Levine y Moreland, 1990, p. 586). Se vuelve a -i ]
idea del grupo abierto, en el sentido de Lewin: el entorno físico y social fonn±
parte del espacio vital del grupo.
La influencia del entorno físico ha sido estudiado con anterioridad. E I
mismo Shaw dedica, en su manual, un capítulo a la influencia del entorne
físico. Las condiciones físicas de las empresas y de los despachos, el nivel de ]
hacinamiento, la familiaridad con el entorno y la territorialidad son aspectos
que han sido estudiados con mucha anterioridad. Más recientes e interesantes
son los estudios sobre la influencia de las nuevas tecnologías.
El entorno social ha sido mucho menos estudiado, a pesar de ser uno de
los factores más importantes para la comprensión de los fenómenos intragru­
pales. Pero ya hemos dicho que una de las características de la Psicosociología
de los grupos, elaborada por los discípulos de Lewin, es justamente su concep­
ción del grupo como «sistema cerrado».
En relación con el entorno social, hay tres tipos de investigaciones: rela­
ciones intergrupales; el entorno de las organizaciones; la pertenencia a dife­
rentes grupos, por ejemplo, la familia y el grupo de amigos (Bronfenbrenner,
1979).
El entorno temporal de los grupos, es decir, su evolución a través del
tiempo ha sido objeto de numerosos estudios, especialmente en relación a los
grupos experienciales y grupos de terapia. Más recientes son las investigacio­
nes sobre la evolución de los grupos de trabajo.
Los siguientes temas analizados por Levine y Moreland son los temas
clásicos de los grupos: la composición de los grupos —composición com o cau­
sa, como contexto y com o consecuencia de determinadas normas de forma­
ción—; la estructura de los grupos —sistema de estatus, de roles y de normas
de cohesión grupal—; conflictos intragrupales —dilemas sociales; poder; rega­
teo; formación de coaliciones; influencia mayoritaria y minoritaria—; los re­
sultados de los grupos —liderazgo; productividad; toma de decisiones.
Merece la pena subrayar dos datos: al tratar de los conflictos intragrupa­
les, los autores distinguen bien los conflictos de intereses —centrados en tomo
al tema de la influencia normativa— y los conflictos sociocognitivos —centra­
dos, más bien, en torno a la influencia informativa—; al tratar del liderazgo,
éste aparece como producto del mismo grupo, es decir, son los mismos proce­
sos grupales los que definen el tipo de liderazgo y, a la vez, son influenciados
por el tipo de liderazgo.
Dos conclusiones sacan Levine y Moreland de su revisión:
Evolución histórica del concepto de grupo 55

— Groups are alive and well, but living elsewhere.


Se va cumpliendo una de las previsiones de Steiner: el estudio de los
grupos se desarrollará más en el futuro dentro de las organizaciones. Es la
consecuencia de la concepción del grupo como sistema abierto.
— There is nothing so good as a practical theory.
El estudio de los grupos se aleja de los laboratorios para acercarse a los
grupos naturales y elaborar teorías que respondan a las necesidades prácticas
de los mismos.
A nivel teórico, podemos señalar tres cambios importantes:

1) Los grupos son situados dentro de la estructura social y adquieren una


posición social en relación a otros grupos. El estudio de los grupos se aproxima
2- área de las investigaciones sobre las «relaciones intergrupales». Dos áreas de
investigación que se han desarrollado por separado, pero que están llamadas a
enriquecerse mutuamente. Para Lewin los grupos pequeños eran grupos sociales
f estaban situados en el contexto social. La tradición postlewiniana separó el
esmdio de los grupos pequeños de su contexto social y los convirtió en «islas»,
en sistemas cerrados. Por lo cual, inevitablemente tenía que desaparecer la reali­
dad del grupo (porque un grupo no se define si no es en relación a otros grupos)
▼«lo grupal» tenía que convertirse en una suma de relaciones interpersonales.
Para recuperar la noción del grupo es necesario introducir el concepto de cate-
í^riz/zción social, sin que por ello se olvide la realidad intragrupal de los grupos.
En el capítulo próximo veremos que todos los grupos, incluso los grupos de
amigos y los grupos terapéuticos están socialmente situados, en el sentido de
o_a ocupan una determinada posición en la estructura social.
Por otra parte, las investigaciones en el área de las relaciones grupales se
b c i apoyado en dos presupuestos que ya no se pueden sostener. «Primero,
nacbos investigadores parece que aceptan que los grupos se relacionan entre
x en un vacío social. La mayor parte de los estudios se refieren a dos grupos
he--nente separados entre sí. Sin embargo, casi todos los grupos están uni-
í e s entre sí de alguna manera, porque comparten algunos miembros, porque

'mu. desarrollado algunos lazos de unión, o porque están sumergidos en la


red social. Ocurre también con frecuencia que otros individuos o gru-
a s ::'¿nienen en las relaciones intergrupales cuando piensan que los resulta-
t re dichas relaciones pueden afectarles. Como consecuencia de todo ello,
i* que las relaciones intergrupales son más complejas e involucran a mu­
ñ e s actores relacionados entre sí de diferentes maneras. En segundo lugar,
jarsce que los investigadores aceptan que las relaciones entre grupos tienen
siempre competitivas, a pesar de que existe suficiente evidencia de la
■ ■ ii huí entre pequeños grupos» (Levine y Moreland, 1990, p. 589).
2 Los grupos son situados en el contexto de las organizaciones. La es-
social de dichas organizaciones y su ideología van a ser factores im-
a tener en cuenta a la hora de estudiar los grupos pequeños.
: Er. los conflictos intragrupales, junto al conflicto de intereses —que
un funcionamiento de tipo concreto, en el sentido de Mead, y una
normativa basada en relaciones de poder— existe el conflicto socio-
, en el que cabe la influencia minoritaria —pero entonces, el grupo
56 S. Ayestarz--

funciona de una manera más abstracta y existe una influencia de carácter


informativo.

A partir de esta triple ampliación teórica del estudio de los grupos, que
está explícitamente tratada y desarrollada en Mead, Lewin, Thibaut y Kelley j
Sherif, y teniendo en cuenta aportaciones más recientes de la Psicología social
europea (Moscovici y Tajfel) intentaremos desarrollar en el capítulo 9 las
ideas básicas de una teoría psicosocial del grupo.

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La formación del grupo
Sabino Ayestarán

«^ss5is^as¿&^4ak<ss$síKk>'ísíkmsü ^ísí~
que trataremos de extraer las enseñanzas de la historia de los grupos para
llegar a delimitar el concepto del grupo y, al mismo tiempo, es una prepara­
ción para la elaboración de un modelo psicosocial del grupo (cfr. capítulo 9).

1. Los niveles de análisis de la realidad grupa!

La historia de los grupos nos dice que la explicación de los fenómenos


mupales puede situarse a diferentes niveles de análisis. Doise (1979a) ha siste­
matizado estos niveles de la siguiente manera: Nivel 1 (intraindividual); Nivel 11
:nterindividual y situacional); Nivel III (posicional); Nivel IV (ideológico).

1.1. La explicación de la realidad grupal desde el nivel intraindividual

Se busca una explicación del funcionamiento grupal desde la estructura


psíquica de los individuos (enfoque psicoanalítico) y/o desde los esquemas
:ognitivos de los individuos (modelos de coherencia cognitiva y modelos de
categorización, de comparación y de atribución). -
El enfoque psicoanalítico ha sido dominante en las aplicaciones prácticas
ie los grupos en el área de la salud. Dichos modelos se centran en el análisis
áel grupo considerado com o proyección de deseos y de fantasmas (Laplanche
y Pontalis, 1967, p. 152) individuales. Pero tenemos que introducir dos mati-
zaciones:

a) Al margen de la ideología que tenga el terapeuta de grupos, la práctica


pácoterapéutica obliga a privilegiar, al menos en un primer momento, el nivel
xiraindi vidual en la comunicación del grupo, puesto que su objetivo inmedia-
es modificar la interpretación subjetiva del grupo y facilitar la comunica­
60 S. Ayestarán

ción interpersonal a través de la participación en la construcción simbólica


colectiva del grupo, es decir, pasar del registro imaginario al registro simbóli­
co, com o diría Lacan.
b) Todas las escuelas psicoanalíticas de tratamiento grupal hacen interve­
nir algún elemento de otro nivel, además del nivel intraindividual, a la hora de
explicar la construcción simbólica colectiva del grupo. En el caso de la Escue­
la freudiana, juega un papel importante la ideología (Nivel IV). En el caso de
la Escuela bioniana, las exigencias racionales de la tarea (Nivel II) influyen
tanto com o los fantasmas matemos —estructura psíquica— en la configura­
ción del grupo. El Grupoanálisis de Foulkes hace intervenir la estructura so­
cial (Nivel III), además de la estructura psíquica, en la construcción de la
representación del grupo (Ayestarán, 1980).

En cuanto a la explicación cognitiva del grupo, las teorías del equilibrio


cognitivo, de la disonancia cognitiva, de la categorización cognitiva, del proce­
samiento de la información y las teorías de la atribución se aplicaron funda­
mentalmente a las áreas de resolución de problemas y de toma de decisiones
en los grupos. La inmensa mayoría de los estudios realizados en el área de los
grupos, desde una perspectiva cognitiva, se refieren a interacciones entre dos
o más individuos, sin tomar en consideración la dinámica grupal (Zander,
1979a, p. 425). La razón es que la investigación en el área de la cognición
social se ha realizado frecuentemente bajo la asunción de una identidad entre
la cognición social y la no-social (Ibáñez, 1990, p. 174). Dicha asunción supo­
ne, entre otras cosas, que no se toman en consideración las emociones y moti­
vaciones que interfieren con los mecanismos de procesamiento de la informa­
ción. Sin embargo, las emociones y motivaciones varían sustancialmente una
cognición social con respecto a la cognición no-social. En segundo lugar, las
estructuras cognitivas se modifican en la interacción social, como han puesto
bien de relieve los investigadores de la Escuela de Ginebra (Mugny y Pérez,
1988). En tercer lugar, la cognición social tiene consecuencias para los demás.
La anticipación de dichas consecuencias modifica los procesos mentales por
la intervención de mecanismos de defensa que camuflan y tergiversan los pro­
cesos cognitivos. Finalmente, hay que recordar que la cognición social tiene
lugar en un contexto comunicativo que implica una negociación de marcos de
referencia o de esquemas cognitivos.
Para acentuar aún más el carácter social del conocimiento, tendríamos
que referimos a la influencia del pensamiento colectivo y de los símbolos
colectivos sobre el funcionamiento mental de los individuos y de los grupos,
en la línea señalada por Bar-Tal (1990).
En conclusión, podemos afirmar que si la perspectiva cognitiva america­
na abordaba el estudio de los grupos desde los Niveles I y II, la perspectiva
socio-cognitiva europea se sitúa más bien en los Niveles III y IV.
El gran reto que tiene que afrontar la Psicología de los grupos es la arti­
culación de estos cuatro niveles de análisis, añadiendo a los 4 niveles de Doise
el nivel físico-ecológico. Es por este motivo que nosotros consideramos, al
igual que lo hicieron los primeros psicólogos sociales, que el estudio de los
grupos constituye un capítulo fundamental de la Psicología social.
La formación del grupo 61

1.2. La explicación de la realidad grupal desde el N ivel interindividual


y situacional

En este nivel se analizan los encuentros sociales, esto es, los procesos
interindividuales que se dan en una situación determinada. Más que en los
individuos, este nivel de análisis se sitúa en las relaciones interpersonales.
Irchas relaciones están organizadas en tom o a la tarea y a las necesidades
afectivas.
Este es el nivel de análisis de un grupo considerado como sistem a cerrado
y el ejemplo más claro de un análisis del grupo en esta perspectiva sería el
manual de Shaw (1980). La tarea del grupo y la composición del grupo son
.as que definen los procesos interpersonales. Se combinan el Nivel I y el Nivel
H, es decir, las características de los individuos y las características que defi­
nen las actividades internas del grupo. Las interacciones interpersonales se
•an configurando a partir de estos dos tipos de características y dan lugar a
_na estructurd que se define en términos de roles grupales. Bales, iniciador de
jos estudios sobre grupos pequeños —donde la interacción interpersonal no
race más que reproducir el sistema social—, agrupó los diferentes roles gru-
: ríes en dos grandes categorías: los roles instrumentales —relacionados con la
: rcución de la tarea— y los roles socioafectivos —relacionados con el mante-
nmiento del grupo. Esta misma clasificación de los roles grupales nos está
ñiriendo que las únicas fuerzas que regulan el funcionamiento grupal son las
sdgencias de la tarea y las necesidades afectivas de los individuos.
Al referimos a los grupos cerrados, hemos pasado de Shaw a Bales, lo que
acede originar cierta confusión, porque aparentemente son modelos bastante
diferentes. Nosotros colocamos ambos modelos bajo el epígrafe de modelos de
cgrupo cerrado» porque la forma en que los individuos se relacionan con la
urea y las normas que regulan las relaciones interpersonales están pautadas,
es decir, fijadas de antemano por los sistemas culturales — sistema de ideas y
creencias, sistema de símbolos expresivos y sistema de valores. Con lo cual,
-arla uno de los pequeños grupos tiene que reproducir el sistema sociocultu-
n_ Esto no aparece explicitado en el modelo de Shaw, pero sí está implícita-
e.~, le admitido porque en este modelo no se tiene en cuenta la posibilidad de
n proceso de innovación. El único proceso de influencia social en el grupo es
a :: nformidad. Bales lo explícita claramente, relacionando su modelo grupal
: r. el funcionalismo de Parsons.
La principal crítica al funcionalismo, particularmente en la versión de
rnrsons —de quien deriva la teoría de los grupos pequeños de Bales— es que
insiste demasiado en el mantenimiento, el equilibrio, el ajuste, la homeostasia,
e s estructuras institucionales estables y así sucesivamente, con el resultado de
ia historia, el proceso, el cambio socio-cultural, el desenvolvimiento dirigi-

f desde dentro, etc., quedan en mala posición y aparecen, si acaso, como


r raciones» con una connotación de valor negativo. De modo que la teoría
¡p re ce ser de conservadurismo y conformismo, que defiende el sistema como
s l descuidando conceptualmente el cambio social y así estorbándolo. Es claro
« je la teoría general de los sistemas en la forma aquí preconizada está a salvo
62 S. A i. .

de esta objeción, ya que incorpora por igual mantenimiento y cambio, p r e s »


vación del sistema y conflicto interno (Bertalanffy, 1976, pp. 205-206).
El grupo, convertido en un «sistema cerrado», tiene que hacer frente ú
peligro de la entropía evitando el conflicto y reforzando la conformidad c o n
proceso de influencia social.

1.3. La explicación de la realidad grupal desde el N ivel posicional

Doise (1982) introduce una perspectiva intergrupal en el análisis de fes


grupos desde el concepto de posición social de los grupos. La estructura soc±^.
está definida en términos de grupos sociales que ocupan posiciones diferentes
en la escala social. Estas distintas posiciones sociales afectan al funcionamien­
to del grupo a través de una de las variables básicas que definen la estructura
de un grupo: su grado de jerarquización interna. Nosotros trabajamos con la
hipótesis de que la estructura de un grupo es fruto de una negociación pemu
nente entre grupos y entre individuos que tienen posiciones sociales diferente;
Allport (1954), en su libro La naturaleza del prejuicio y partiendo del proce­
so cognitivo de la Categorización, fue de los primeros en subrayar los efectos
del conflicto intergrupal sobre la estructura interna de los grupos:

— Tendencia a evaluar positivamente todo lo referente al propio grupo.


— Procesos de desidentificación con el grupo.
— Auto-aborrecimiento, en el que, además de la desidentificación con el
grupo, se produce una identificación con el grupo que ejerce la discri­
minación.
— Acciones agresivas dirigidas hacia los miembros del propio grupo por
parte de individuos que padecen dicho autoaborrecimiento.

Desde una perspectiva cognitiva, el conflicto intergrupal puede provocar


un aumento o una reducción de la cohesión intragrupal.
Sherif (1966) adoptó la perspectiva del conflicto realista — conflicto de in­
tereses entre los grupos— y en su célebre estudio sobre la «Cueva de los la­
drones» (Sherif, Harvey, White, Hood y Sherif, 1961) puso de manifiesto los
cambios que tienen lugar en el interior de los grupos com o resultado de
los cambios que se producen en las relaciones intergrupales. En situación de
competición/hostilidad intergrupal, el conflicto es vivido en relación al exogru-
po, mientras que se reduce el conflicto intragrupal, aumenta la cohesión y se
jerarquiza la estructura interna del endogrupo —lo que se pone de manifiesto
en el cambio de liderazgo. En situación de interdependencia cooperativa —ob­
tenida por la introducción de metas supra-ordenadas—, se reduce el conflicto
intergrupal, se reducen las barreras intergrupales y se establecen lazos de
atracción entre las personas, independientemente de sus pertenencias gru­
pales.
Las investigaciones de Sherif, finalmente, no hacen más que confirmar
los resultados obtenidos por Tajfel y Wilkes (1963) en la categorización de los
Za. formación del grupo 63

objetos físicos como partes de una única categoría o de dos categorías: la


homogeneización intracategorial de los objetos hace que éstos aparezcan
como más iguales entre sí de lo que son en realidad; mientras que la diferen­
ciación intercategorial hace que los objetos pertenecientes a las diferentes ca-
Egorías aparezcan com o más diferentes entre sí de lo que son en realidad.
Sin embargo, en la categorización social se juega con personas agrupadas
«r i^^-sorías y esta diferenciación categorial va ligada a conflictos de intere­
s a . 2 conflictos de poder y a conflictos de estatus que afectan directamente a
h r¿“ dad social de las personas.
So desarrollamos aquí esta perspectiva intergrupal en el estudio de los gru-
L h pesque dedicamos un capítulo entero a esta perspectiva (cfr. capítulo 7).

I - La explicación de la realidad grupal desde el nivel ideológico

En este nivel de explicación, los análisis se realizan en términos de ideolo-


- ■■ ¿e pensamiento colectivo, de símbolos colectivos, de creencias colectivas
y re -.-alores colectivos. En general, consideramos como equiparables los con-
BSG3S Nivel ideológico y Nivel cultural, aunque la cultura es más amplia que la
-: ogía. Ideología tomamos aquí en el sentido de ideas y creencias.
«Este análisis parte de las concepciones generales sobre las relaciones
sácales de los individuos estudiados en una determinada situación y muestra
á o o estas concepciones (creencias ideológicas universalistas) inducen repre-
«irtaciones y conductas diferenciadoras, esto es discriminadoras. Ahora la va-
aabse independiente es, por ejemplo, los juicios de valor de los sujetos. Doise
reserva que muchos experimentos psicosociológicos, aunque hagan intervenir
éste último nivel, no lo toman en consideración en las explicaciones» (Munné,
-56, p. 187).
Los cuatro niveles de análisis son complementarios entre sí. Ningún nivel
más fundamental o más general que otro y ningún nivel es autosufíciente
zara la explicación de la realidad psicosocial.
«La idea vertebral de la teoría de Doise es que el mismo fenómeno puede
ser explicado desde varios niveles, o sea que puede tener y tiene varias explica-
dones. Precisamente, el cometido propio de la psicología social es, frente a
este pluralismo explicativo, integrar las explicaciones. En definitiva, de lo que
se trata es de articular, en el plano de la explicación, la psicología con la
sociología a través de los diferentes modelos de análisis que ofrecen los proce­
sos psicosociales; de un modo especial, desde los niveles III y IV, que gráfica-
rúente han sido calificados [Mugny, 1981] de parientes pobres, los malqueridos,
i t la psicología social» (Munné, 1986, p. 189).

1 El enfoque sistémico en el estudio de los grupos

Para lograr una articulación de los distintos niveles de análisis tenemos


que adoptar una perspectiva sistémica. No es nueva esta perspectiva, puesto
64 S. Ayesi=*m

que el modelo lewiniano del grupo era un modelo sistémico. Pero tenenrs
que profundizar en el análisis sistémico del grupo desde la Teoría General ót
los Sistemas. Nos apoyaremos básicamente en los autores del Instituto Tavis-
tock de Londres (Miller y Rice, 1967; Lawrence, 1979; Rice, 1969) y en ’st
Escuela de Palo Alto (Watzlawick, Weakland, Fisch, 1982; Watzlawick, B eav»
Jackson, 1981).

2.1. La naturaleza de los sistemas

«Un sistema es un conjunto de objetos juntamente con las relaciones en­


tre los objetos y entre los atributos de los objetos» (Long, 1992, p. 9). Por
tanto, en la definición del sistema entran los objetos y las relaciones entre los
objetos. Los límites del sistema pueden definirse de dos maneras:

— Definiendo el número de objetos que forman parte del sistema, aun­


que las posibles relaciones sean infinitas. Ejemplo: un vocabulario limitadc
que puede combinarse de infinitas maneras para formar frases diferentes.
— Limitando las relaciones que definen al sistema, aunque los objetes
que puedan participar del sistema sean infinitos. Ejemplo: las reglas de la
suma o de la multiplicación son específicas, aunque los números que poda­
mos utilizar en dichas operaciones sean infinitos.

2.2. Sistemas abiertos y sistemas cerrados

Los sistemas varían por su permeabilidad a sus respectivos entornos:


cuanto más abierto sea el sistema, tanto más numerosas y variadas serán las
transacciones entre el sistema y su entorno. Sin embargo, el grado de permea­
bilidad de cada uno de los sistemas no es algo fijo, sino que varía de un
momento a otro, en función de la dinámica interna del sistema y/o en función
de la dinámica externa.
Un sistema puede actuar como entorno para otro sistema. En nuestro
caso, el sistema grupal actúa de entorno para el sistema personal y el sistema
socio-cultural hace de entorno para el sistema grupal. Podríamos invertir los
términos y decir que el sistema personal actúa como entorno para el sistema
grupal y que éste actúa de entorno para el sistema socio-cultural.
Por lo mismo, para comprender la relación entre el sistema y su entorno,
tenemos que comprender el significado de la relación entre sistemas.
La relación entre los sistemas puede ser jerárquica o no jerárquica. Entre
las no jerárquicas —éstas son las que más nos interesan porque en el campo
psicosocial no podemos hablar de sistemas jerarquizados— podemos encon­
trar tres tipos de relaciones:

1) Relaciones entre sistemas de un mismo nivel.


a) Los sistemas pueden ser independientes y compartir un mismo entor-
La formación del grupo 65

ios no. Ejemplo: dos unidades familiares que forman parte del mismo
de suburbio.
is­ b ) Los sistemas pueden compartir elementos comunes. Ejemplo: dos gru­
la pos de discusión que tienen algunos miembros comunes.
in. c ) Dos sistemas pueden compartir elementos que se relacionan de mane­
ra diferente en cada uno de los sistemas. Ejemplo: una persona que en
la familia ocupa el rol de padre y en la empresa el rol de Director.
2) Relaciones entre sistemas de diferente nivel.
Un sistema puede ser un sub-sistema de otro sistema. Ejemplo: la división
de marketing de una organización amplia. Jerárquicamente, la división de
sn- marketing está integrado en la organización, pero los representantes de am­
?or
los
i» aos sistemas tienen que establecer una forma organizada de relación. Ambos
sistemas tienen que comunicarse, discutir y tomar decisiones que afectan a
ambos.
3) Relaciones recíprocas entre sistemas de diferente nivel.
uñ­ Es la relación sistémica más difícil de explicar y, sin embargo, la más
ado frecuente en Psicología social. Diríamos, incluso, que es la única relación sisté-
»ráca que es válida para explicar fen óm enos psicosociales.
2Los Las relaciones recíprocas entre sistemas son tales que un sistema aparece
e la ci>mo elemento de otro sistema, el cual, a su vez, es un elemento del primer
id a - sistema. Por ejemplo, el grupo forma parte del espacio vital de la persona,
pero, a su vez, la persona forma parte del grupo.
Esta relación de reciprocidad entre sistemas puede conducir a formula-
dones paradójicas y a la comunicación paradójica (Watzlawick y otros, 1981,
pp. 173-212). Su análisis requiere una utilización muy precisa de los concep­
tos y de las palabras para describir la realidad social. La palabra «yo» puede
significar un elemento de la realidad social —por ejemplo, «yo formo parte de
-nos: este grupo»— o puede significar un sistema individual —por ejemplo, «yo me
n las ipongo al grupo».
mea- Esta es la paradoja básica que trataba de aclarar Mead con los términos I
e un s me.', la paradoja del sujeto activo que se constituye en sistema autónomo
ición frente al sistema social, siendo, al mismo tiempo, elemento del sistema social.

lestro La relación entre el sistema individual (Nivel I de Doise), el sistema gru­


3tema pal (Nivel II de Doise) y el sistema socio-cultural (Niveles III y IV de Doise)
tir los puede ser diferente según la situación social que se trate de analizar.
stema En una situación de agregado de personas independientes tenemos varios
sistemas individuales que comparten un mismo entorno (entorno de tarea,
tomo, entorno físico, entorno social y cultural). No forman un grupo.
Una clase es una colección de elementos unidos por una característica
Entre específica común a todas ellas. Al igual que en los grupos, los componentes de
;ampo la totalidad son designados como miembros, mientras que la totalidad misma
;ncon- es denominada clase en lugar de grupo. En la clase, los miembros no cuentan
por su relación con otros miembros, sino por su pertenencia a la clase. «En
las ideologías totalitarias, el individuo es considerado sólo como miembro de
una clase y por ello resulta totalmente desprovisto de importancia y se pue­
entor- de prescindir de él, como de una hormiga en un hormiguero» (Watzlawick y
66 S. Ayestarár.

otros, 1981, p. 26). La clase no es un sistema porque no se toman en conside­


ración las relaciones entre los miembros. ¡
Un individuo que es miembro de dos grupos —dos sistemas— puede asu- I
mir roles diferentes, es decir, tener una relación diferente con los miembros 1
de cada uno de los sistemas. En este sentido, aunque los elementos puedan
ser iguales, los sistemas son diferentes porque los elementos están definidos I
desde la posición que ocupan en cada uno de los sistemas. Lo que quiere |
decir que los elementos del sistema no pueden ser definidos, estrictamente ha- l
blando, desde fuera del sistema. Sin embargo, el sistema com o tal no puede ser I
explicado desde dentro del sistema. Desde dentro sólo se puede describir el fun­
cionamiento del sistema. Para explicar el funcionamiento del sistema de un
nivel hay que recurrir a los sistemas de otros niveles.
Desde la perspectiva de la Escuela de Palo Alto, «todo lo que hemos dicho
respecto a la relación recíproca entre sistemas parece ser un problema semán­
tico. La persona que ha sido construida por los procesos sociales, es decir, una
persona socializada que actúa como un individuo, es diferente de una persona
que actúa como miembro de un grupo, es decir, que tiene un rol. Sin embar­
go, en la práctica, esto no deja de ser bastante problemático. El sujeto que se
vive a sí mismo com o persona y como rol, tiene dificultad para superar esta
confusión. Parece que la subjetividad humana está necesariamente dividida, al
menos entre, por una parte, el hecho de ser una totalidad sistémica formada
ampliamente por el proceso social, y, por otra, el rol que juega en ese proceso
social. La experiencia de esta paradoja no puede ser negada simplemente con­
siderándola com o una paradoja semántica» (Long, 1992, pp. 15-16). Esta pa­
radoja aparece en el análisis de los grupos, de las organizaciones y de la socie­
dad. A todos los niveles, la persona es parte del sistema social y, a la vez, actor
que colabora con el sistema o que se opone al sistema.
Concluyendo, de este análisis sistémico de la realidad social debemos re­
tener algunas ideas que consideramos básicas para la elaboración de un mo­
delo psicosocial del grupo.

1) No hay una jerarquía entre los sistemas. El mismo Parsons habla de


«independencia e interdependencia de sistemas» (Parsons, 1982, p. 497; Craib,
1984, p. 55). Sin embargo, la insistencia de Parsons sobre las variables-Pauta
justifica la interpretación habitual de la teoría parsonsiana como una teoría
que establece una rígida jerarquización entre el sistema cultural, el sistema
social y el sistema de personalidad.
2) Hay una relación de reciprocidad entre los sistemas de distintos nive­
les de complejidad: el sistema individual influye sobre el sistema social y el
sistema cultural, pero, a su vez, el sistema social y el sistema cultural influyen
sobre el sistema individual.
3) Esta reciprocidad de relaciones entre los sistemas hace que nos encon­
tremos con la misma paradoja en cualquier nivel de análisis de la realidad
social: en el nivel personal, en el nivel grupal, en el nivel organizacional, en el
nivel sociocultural. La paradoja siempre es la misma: el Actor forma parte del
Sistema y es formado por el Sistema, pero, al mismo tiempo, el Actor se sitúa
frente al Sistema sociocultural como un Sistema independiente. En cada uno
La formación del grupo 67

de ios niveles de análisis de la realidad social nos encontraremos con elemen­


tos de análisis diferentes, pero, finalmente, el problema siempre es el mismo:
cómo comprender la relación entre el yo y el mi en la configuración del sí
mismo o de la persona; cóm o comprender la relación entre los individuos y el
grupo en la formación del grupo; cómo comprender la relación entre los gru­
pos y la organización en la configuración de las organizaciones; cóm o com ­
prender la relación entre la organización como sistema autónomo y el sistema
sociocultural en su conjunto. A todos los niveles de análisis nos encontramos
ctm la libertad, la autonomía, la creatividad de los Actores, quienes en su
interacción reproducen/reconstruyen ios significados y las relaciones de los
sistemas culturales y sociales heredados del pasado. Para una profundización
i ¿ tema, se puede consultar a Bhaskar (1989) y Touraine (1992).
4) La reciprocidad intersistémica varía en función del grado de permea-
: —dad de los límites de los sistemas. A mayor permeabilidad, mayor tenden­
cia a la reciprocidad y a la innovación. A mayor impermeabilidad de los lími­
tes de los sistemas, mayor tendencia a la jerarquización y a la conformidad.

13. El manejo del conflicto como regulador de la permeabilidad


los límites de los sistemas sociales

Que el manejo del conflicto forma parte de la construcción de la realidad


social lo hemos repetido muchas veces. Siguiendo a Hosking y Morley (1991),
jemos resumido todo el proceso de formación de un grupo o de una organi­
zación en tres procesos básicos: construcción de significados compartidos;
instrucción de roles; construcción de estrategias para el manejo del conflicto.
Lo que aquí pretendemos es profundizar en el significado del conflicto des­
je la perspectiva de los sistemas autoorganizativos. Que el conflicto no es algo
—ycmfnral en el funcionamiento de cualquier sistema social, ni un resultado
secundario de determinados funcionamientos sociales, sino un componente per-
T-:--tente e intrínseco de dichos funcionamientos, es algo que ha sido sobrada-
—ente subrayado (Ibáñez, 1988).
Morgan (1990) y Aracil (1983) presentan dos modelos de Sistemas Auto-
iiganizativos que podríamos denominar como Modelo cerrado y Modelo
abierto. La distinta manera de manejar el conflicto está en relación directa
con la permeabilidad o la impermeabilidad de las membranas o límites inter-
sistémicos.
Maturana y Varela (1980) sostienen que todos los sistemas vivos, desde la
perspectiva organizativa, son circulares, autónomos y autorreferenciales.
Cuestionan el principio, aceptado en general por los autores, de que los siste­
mas vivos son sistemas abiertos al entorno.
Estas tres características, autonomía, circularidad y autorreferencia, per­
miten a los sistemas vivos autocrearse y autorrenovarse, manteniendo la fideli­
dad a su propia identidad. A esto llaman Maturana y Varela la autopoiesis.
El objetivo de este funcionamiento es el de mantener estables las relacio­
nes internas, reforzando de esta manera su identidad.
68 S. Ayestarán

La circularidad de las interacciones hace referencia a los bucles de interac­


ción que se van extendiendo y que suponen una asimilación del entorno al
funcionamiento del sistema. Porque en esta concepción del sistema autoorgani-
zativo, sistema cerrado no significa sistema aislado, sino que el entorno pasa a
formar parte del sistema. El entorno es organizado de acuerdo con las leyes que
regulan las relaciones del sistema. En términos piagetianos, se podría decir que
se da el proceso de asimilación pero no se da el proceso de acomodación.
Este modelo de sistema autoorganizativo, aplicado a las ciencias sociales,
significa que los individuos, los grupos, las organizaciones y la sociedad tienen
una estructura isomórfica y un funcionamiento jerárquicamente organizado. De
ahí la dificultad para establecer los límites de los sistemas porque todos ellos
forman, en realidad, un gran sistema. Cada subsistema es autónomo, circular y
autorreferencial, pero su funcionamiento está coordinado con el de los otros
subsistemas, dentro de un gran sistema que incluye a todos los seres vivos.
El modelo, aplicado a las ciencias sociales, conduce al centramiento de
cada sistema en su dinámica interior. No hay comunicación intersistémica, no
hay conflicto proveniente del exterior.
Lo difícil en esta concepción es explicar el cambio interno del sistema,
manteniendo el equilibrio intersistémico. Maturana y Varela no admiten en el
interior del sistema más que variaciones que provienen de fluctuaciones alea­
torias internas. Para neutralizar estas fluctuaciones el sistema posee procesos
de retroacción negativa que le permiten encontrar y corregir las desviaciones
con respecto a la norma de funcionamiento.
Concluyamos repitiendo que el objetivo fundamental de estos sistemas
autónomos, circulares y autorreferenciales es el mantenimiento de su identi­
dad a costa de la incomunicación, autocentramiento e inmovilismo, utilizando
com o mecanismo básico de autorregulación la evitación del conflicto intersis­
témico.
La Teoría de Prigogine (1980) de las estructuras disipativas, y del orden
mediante fluctuaciones, tiene su origen en sus estudios sobre la termodinámi­
ca de los procesos irreversibles. El segundo principio de la termodinámica
establece el crecimiento de la entropía, lo que se traduce en la progresiva
desorganización. Expresado llanamente, se puede decir que las cosas dejadas
a su aire tienden a desorganizarse. El orden no aparece por generación espon­
tánea, sino justamente lo contrario: un sistema aislado abandonado libremen­
te tiende a una situación de desorden creciente.
En un sistema abierto, que puede intercambiar energía y materia con el
exterior, se puede alcanzar un régimen estacionario que presente una estruc­
turación u ordenación distinta a la del equilibrio termodinámico. Estos orde­
namientos de la materia, en el espacio o en el tiempo, han sido denominados
por Prigogine com o estructuras disipativas.
Así pues, por una parte, tenemos los sistemas autoorganizativos cerrados
—autónomos, circulares y autorreferenciales— que tienden hacia una homo­
geneidad —mediante el mantenimiento de unas relaciones estables que asegu­
ran la identidad del sistema y mediante el control de fluctuaciones aleatorias
internas— y, por otra, tenemos en los sistemas abiertos un comportamiento
de sentido contrario: de lo homogéneo hacia lo inhomogéneo. Se trata de un
La formación del grupo 69

movimiento de estructuración en el que una distribución homogénea pierde


esta homogeneidad para alcanzar un cierto grado de estructuración.
Las condiciones para la formación y mantenimiento de estructuras orga­
nizadas en el seno de un sistema inicialmente homogéneo serían dos:

1) Que el sistema sea abierto, es decir, que esté sometido a un flujo de


materia y de energía desde su entorno.
2) Que el sistema presente un comportamiento dinámico no lineal.

«Estas condiciones son necesarias, pero no suficientes. Las estructuras


organizadas se alcanzan únicamente cuando las inyecciones exteriores alteran
de tal modo el sistema que el estado estacionario, que constituye una extrapo­
lación continua del estado de equilibrio anterior, se convierte en inestable, y el
sistema evoluciona hacia un nuevo estado que tiene un carácter cualitativa­
mente diferente del de equilibrio» (Aracil, 1983, p. 335).
La noción de fluctuación es muy importante para entender el mecanismo
de formación de las estructuras disipativas. Todo sistema macroscópico pre­
senta un comportamiento medio, que resulta del promedio de los elementos
constituyentes del sistema. Las fluctuaciones son precisamente las separacio­
nes del valor medio. Si un sistema se encuentra en un estado estacionario
estable, las fluctuaciones son atenuadas, de modo que el sistema después de la
rerturbación vuelve al valor medio. Sin embargo, si el sistema se encuentra en
un estado inestable, las fluctuaciones se amplifican obligando al sistema a evo­
lucionar hasta un nuevo estado estable, al que puede corresponder una deter­
minada ordenación espacial que dé lugar a las estructuras disipativas.
De los dos modelos de sistemas autoorganizativos que hemos esbozado
oodemos extraer ideas interesantes para la elaboración de un modelo psicoso-
dal de los grupos, aunque aquellos modelos queden todavía en un nivel eleva­
do de abstracción.
Hay dos bloques de conceptos que aparecen asociados y que queremos
ooner de relieve.

1) Sistema cerrado; relaciones internas circulares y estables; equilibrio


estable; mantenimiento de la identidad; relaciones autorreferenciales; atenua­
ción de las fluctuaciones; control del ambiente desde el interior del sistema;
ausencia de relaciones recíprocas entre los sistemas; relaciones jerarquizadas
entre los sistemas.
2) Sistema abierto; relaciones internas dinámicas e inestables; equilibrio
instable; estructuración a un nivel superior de equilibrio; relaciones recípro­
cas entre sistemas; amplificación de las fluctuaciones; influencia del entorno
sobre el sistema; interacción intersistémica; no jerarquización de las relacio-
ks —'.ersístémícas.

Aplicados estos conceptos a los sistemas sociales, nos ayudarán a descu-


áj~r el papel que juega el conflicto, tanto intrasistémico com o intersistémico,
s l ¿a construcción de la realidad social y en su evolución hacia formas más
■3: ~ dejas de funcionamiento.
70 S. Ayestarán

3. La formación del grupo

¿Cómo se forma un grupo? Esta es una pregunta clásica que aparece en


las revisiones de la Annual Review o f Psychology y en los principales manuales
sobre los grupos. Sin embargo, no es un tema que haya sidp muy estudiado.
«Aunque muchos psicólogos sociales se hayan interesado por los grupos pe­
queños, pocos son los que han estudiado cómo y por qué se forman dichos
grupos» (Moreland, 1979a, p. 80).

3.1. Dinám ica de grupo y estudio de «grupos pequeñ os»

Ha habido una fuerte tendencia a identificar ambos términos. Sin embar­


go, históricamente han tenido orígenes diferentes: la «Dinámica de grupo»
está ligada a Lewin, mientras que el estudio de los «grupos pequeños» está
ligado a Bales.
Desde el principio, la Dinámica de grupo aparece com o una teoría de
Campo y como una teoría sistémica. Para Lewin, la Dinámica de grupo fue la
percepción de los fenómenos sociales desde la metáfora de un campo electro­
magnético. Dos ideas son centrales a esta metáfora: cualquier cambio introdu­
cido en una de las partes afecta a todo el conjunto (la idea del grupo como
sistema); los cambios introducidos en el grupo provocan una reacción com­
pensatoria (la idea del grupo como sistema dinámico en equilibrio cuasi-esta-
cionario e inestable).
Actualmente, en el estudio de los «sistemas autoorganizativos» se toman
otros referentes (sistemas biológicos o sistemas químicos), pero la Dinámica
de grupo sigue siendo un intento de explicación de los fenómenos sociales
desde una perspectiva sistémica.
Para nosotros, el estudio de los grupos es el estudio de la Dinámica de los
grupos, es decir, el estudio de los fenómenos sociales desde una perspectiva
sistémica. En esta perspectiva, la cuestión central es siempre la misma: la
relación entre los Actores y el Sistema, entre los elementos que componen un
sistema y la estructura relacional que une a los elementos y define la identi­
dad del sistema. Este estudio se puede realizar a nivel del sistema individual,
del sistema grupal, del sistema organizacional y del sistema sociocultural.
En los distintos niveles de análisis, el enfoque sistémico sigue la misma
trayectoria de análisis: delimitación de las fronteras o límites del sistema;
identificación de los elementos que lo componen; identificación de las leyes
que regulan las relaciones internas —las constantes o relaciones estables entre
los elementos dentro del sistema—; descripción del tipo de interacción con el
entorno; descripción de los conflictos intra e intersistémicos; identificación de
los mecanismos de regulación de conflictos que utiliza el sistema; explicación
del funcionamiento del sistema a partir de los sistemas externos.
Pero si se quiere dar una concreción operativa a estos conceptos abstrac­
tos, tenemos que delimitar el campo social de análisis. Nosotros nos limita­
mos al análisis de los fenómenos psicosociales en el nivel grupal-intergrupal.
La formación del grupo 71

No podemos estudiar lo grupal si no es en una perspectiva intergrupal. Por


eso mismo, no podemos separar el estudio del grupo del de las organizacio­
nes. Con otras palabras, nosotros veremos al grupo funcionar dentro de una
organización y dentro de su cultura. Está claro también que nuestra explica­
ción del funcionamiento del sistema grupal-intergrupal irá en la línea de la
búsqueda de tipos de interacción entre el sistem a personal y los sistem as social y
cultural. Esta interacción va a ser constitutiva tanto del sistema personal como
de los sistemas social y cultural.
Consecuentemente, la Dinámica de grupo se aplica tanto a los grupos
sociales com o a los grupos de laboratorio (los así llamados «grupos peque­
ños»). Al ñn y al cabo, la diferencia entre ambos tipos de grupo se refiere a la
relación del grupo con el entorno social y a la historia del grupo. En los
grupos sociales, el sistema grupal funciona dentro del sistema social y tiene
una historia que explica tanto su configuración interna como las relaciones
que mantiene con el entorno. En cambio, en los grupos artificiales o de labo­
ratorio, se crean grupos separados, al menos aparentemente, del entorno so­
cial y, en lugar de una historia, tienen un setting o un encuadre controlado
que permite dos cosas: por una parte, verificar determinadas hipótesis respec­
to al funcionamiento de los grupos (investigación) y, por otra, intervenir en los
grupos y con los grupos para modificar la estructura psíquica de los indivi­
duos (grupos terapéuticos).
Nosotros defendemos la complementariedad de los estudios de campo y de
íes estudios de laboratorio en el área de los grupos, tanto en ía investigación
como en la intervención. En la investigación, los estudios de campo y los de
laboratorio difieren en cuanto a los diseños y en cuanto a las técnicas utilizadas,
pero, a la hora de interpretar los resultados, tenemos que tomar en considera-
d o n tanto los resultados obtenidos en el laboratorio como los obtenidos en los
saidios de campo. En la intervención, los cambios obtenidos en el laboratorio
33 tienen eficacia si dichos cambios no están relacionados con situaciones rea­
jes que los sujetos viven en los grupos sociales. Los grupos de laboratorio consti-
xrven un entrenamiento para la intervención en grupos sociales reales.
Por otra parte, tenemos que recordar aquí la teoría lewiniana de la Action-
¿bsearch: toda investigación en el campo social supone introducir un cambio en
jü s mismos procesos que se están estudiando. Porque no es posible estudiar
zm gún proceso social sin cuestionar el sentido de la acción humana y este cues-
liooamiento modifica la relación del sujeto hacia el sistema. Estamos otra vez
2 2 el problema de siempre: el sujeto forma parte del sistema. No es posible
snidiar el sistema sin analizar la acción del sujeto. Desde el momento que
cuestionamos la acción del sujeto, cambia el sentido de dicha acción.

1 D efinición del grupo

Cada manual tiene su definición del grupo. Shaw (1980, p. 25): «El grupo
r define com o dos o más personas que interactúan mutuamente de modo tal
3ce cada persona influye en todas las demás y es influida por ellas».
■ l J -t r v. ' .
72 V 'U ' <- S. Ayestarár.
L « o -- ' y /^ - (¿¡su -^e
^ Scháfers (1984, pp. 26-27): «Un grupo social consta de un determinado nú­
mero de miembros quienes, para alcanzar un objetivo común (objetivo de gru­
po), se inscriben durante un período de tiempo prolongado en un proceso relati­
vamente continuo de comunicación e interacción y desarrollan un sentimiento
de solidaridad (sentimiento de nosotros). Para alcanzar el objetivo de grupo y la
estabilización de la identidad grupal son necesarios un sistema de normas co­
munes y una distribución de tareas según una diferenciación de roles específica
de cada grupo».
&J / Tumer (1990, p. 85): «La formación del grupo psicológico se produce en
la medida en que dos o más personas se perciben y definen a sí mismas
recurriendo a alguna categorización compartida endogrupo-exogrupo».
Tumer (1989, p. 238): «Podemos conceptualizar un grupo, en este senti-
.; do, com o un conjunto de individuos que se perciben a sí mismos com o miem­
<) bros de la misma categoría social, que comparten alguna implicación emocio­
nal en esta definición común de sí mismos y que logran algún grado de con­
senso social acerca de la evaluación de su grupo y de su pertenencia a él».
r ¿®rown (1988, pp. 2-3): «El grupo existe cuando dos o más personas se
definen a sí mismas como miembros del mismo y cuando su existencia es
reconocida por al menos otra persona».
De Visscher (1991, p. 19): «Por tanto, el grupo se definirá, stricto sensu,
como un campo de fuerzas que funciona en el interior de una zona dejada
libre por las diferentes formaciones sociales».
Son algunas de las muchas definiciones que se han dado del grupo. Shaw
lo define desde el concepto de la interacción social. Scháfers concreta esta
interacción organizándola en tomo a la tarea. Acentúa, por lo mismo, la refe­
rencia a los grupos secundarios. Tumer y Brown identifican grupo y categoría
social. Tumer se queda en la vertiente subjetiva de la identificación del sujeto
con la categoría social, mientras que Brown añade a esa definición subjetiva
la vertiente objetiva, es decir, el reconocimiento social. De Visscher es el que
adopta una pespectiva realmente sistémica en la definición del grupo porque
ve a éste como un sistema, más o menos autónomo en su funcionamiento,
situado dentro de formaciones sociales más amplias, como puede ser una
organización, una colectividad o una categoría social.
No hace falta decir que hacemos nuestra la definición dada por De Vis­
scher, integrando en ésta tanto las definiciones de Shaw y de Scháfers, como
¡as definiciones de Tumer y de Brown. Las dos primeras acentúan el funcio­
namiento interno del grupo, las dos últimas, en cambio, ponen el acento en
las relaciones intergrupales. La identificación de los miembros con su grupo
va a ser un mecanismo importante en el proceso de formación del grupo, pero
no podemos considerarlo com o mecanismo único de formación de un grupo.
Sin embargo, nuestro acuerdo con De Visscher no es completo. Este au­
tor quiere reservar el término «Dinámica de grupo» para los «grupos peque­
ños», es decir, los grupos creados artificialmente, en la línea de los grupos
organizados por la National Training Laboratory. De ahí su antipatía hacia
Lewin —a pesar de tomar de él la definición de grupo— y hacia los psicólogos
sociales: «Con Lewin ocurre lo mismo que con una madre portadora de un
bebé pero que no ha sido concebido por ella y ¿cuáles son los fenómenos de
La formación del grupo 73

rechazo que pueden producirse en esta situación a largo plazo? ¿No existe
actualmente una abundancia de psicólogos sociales que tratan, bajo la tapade­
ra de un análisis de procesos grupales, de proceder a una recuperación teóri-
co-experimentai de un campo cuyos dueños no quieren disociar “saber”, “sa­
ber-hacer” y “saber-ser”?» (De Visscher, 1991, p. 130).
La tesis de De Visscher es que la teoría de la Dinámica de grupo proviene
de Lewin, pero quien la introdujo en la práctica de la Dinámica de grupo, es
decir, quien hizo la aplicación de la Teoría del Campo a los grupos, fue Lip-
pitt. El verdadero padre de la Dinámica de grupo es Lippitt.
Finalmente, lo que hace De Visscher es separar, una vez más, la teoría de
la práctica, en contra de lo que él mismo está propugnando.
Si nos hemos detenido en la discusión con De Visscher es porque su
posición es diametralmente opuesta a la nuestra, a pesar de que partamos de
una misma definición del grupo. Su discurso le conduce a interpretar su pro­
pia definición del grupo en un sentido menos lewiniano y más próximo a los
grupos de Encuentro de Esalen (California), lo que le lleva a introducir una
total separación entre los grupos naturales y los grupos artificiales. En cam­
bio, nosotros, de acuerdo con el espíritu y la letra de Lewin, intentamos re-
conducir la práctica de los grupos de laboratorio a sus orígenes, es decir, al
contexto social. Y no lo hacemos solamente por una exigencia teórica, sino
por una experiencia de muchos años en la conducción de grupos artificiales.

3.3. Procesos que intervienen en la formación del grupo

Moreland (1987a) nos ofrece una síntesis de los mecanismos que clási­
camente se han utilizado pra explicar la formación de un grupo: integración
imbiental, integración comportamental, integración afectiva e integración cog­
nitiva.
La integración ambiental puede ser considerada com o una condición que
facilita el contacto entre las personas. No nos dice mucho sobre el proceso de
: limación del grupo, pero sí sobre las condiciones que permiten iniciar un
proceso de formación del grupo. La proximidad física, la participación en las
ismas redes sociales y en las mismas organizaciones sociales, así com o el
; : mpartir las mismas urbanizaciones o barrios residenciales, las mismas acti-
inidades culturales o deportivas, son todos los factores ambientales —ambiente
isico, social y cultural— que favorecen el contacto entre las personas.
La integración comportamental se da en la medida en que las personas se
velven dependientes unas de otras para satisfacción de sus necesidades. Aquí
¿5 inevitable la referencia a la Teoría del Intercambio social, puesto que esta
ir-:ría acepta com o mecanismo básico en la formación de un grupo la expec-
:m3va de máxima recompensa con el mínimo coste por parte de los miembros
zue se integran en el grupo. Es también éste el mecanismo más importante
puesto de relieve en la formación de coaliciones. En la misma línea, aunque
a i la perspectiva de la identidad social, podríamos colocar a todos los autores
que relacionan la identificación con el grupo con la búsqueda de una mejor
74 S. Ayesta

valoración social o de una posición social superior en la escala comparativa


entre grupos. Finalmente, también podríamos incluir en esta categoría expli­
cativa el mecanismo psicológico de quienes buscan la integración en el grupo
por necesidades relacionadas con la ansiedad y la inseguridad personal. Los
grupos de apoyo y los grupos de encuentro constituyen un ejemplo de grupos
formados a partir de dichos mecanismos psicológicos.
La integración afectiva se da en la medida en que el grupo se constituye a
partir de unos sentimientos compartidos. Puede tratarse de sentimientos mu­
tuos de simpatía y, en ese caso, tendremos un grupo de amigos. Pero también
puede tratarse de sentimientos compartidos en relación a un grupo que se
organiza en tomo a unos ideales, a una causa, a unas actividades. Finalmente,
un grupo puede organizarse en tomo a una persona con la que se identifican
los miembros del grupo. Es la concepción freudiana sobre la formación de un
grupo. De hecho, en el campo terapéutico, es frecuente que los grupos se
formen en tomo a determinados teapeutas, con todas las consecuencias que
esto trae para la evolución ulterior de los grupos. También es frecuente encon­
trar este mecanismo en la base de un grupo considerado como secta. Tene­
mos pocos estudios empíricos sobre la integración afectiva como mecanismo
de formación del grupo, pero la experiencia de los grupos confirma dos ideas
que se encuentran con frecuencia en la literatura clínica de los grupos: la
importancia del factor afectivo en la formación del grupo y el carácter cerrado
y poco conflictivo, al menos aparentemente, de los grupos formados en base a
atracciones afectivas. Por eso mismo, son también éstos los grupos en los que
la manipulación de la persona resulta más fácil y más perniciosa.
La integración cognitiva, finalmente, significa tomar como mecanismo bá­
sico que explica la formación del grupo el reconocimiento de ciertas semejan­
zas en características importantes que definen la personalidad de los miem­
bros. Puede tratarse de características en la forma de pensar, de característi­
cas profesionales u otras. Lo importante es que los individuos se asocian por
la percepción de alguna semejanza que tienen entre ellas. Naturalmente este
mecanismo está en la base de todo el proceso de categorización social que ha
sido desarrollado por Tajfel y Tumer. Estos grupos, formados en base a la
percepción de la semejanza en alguna característica importante, son también
los gmpos que desarrollan mayor conciencia intergrupal. Es el mismo meca­
nismo de la formación del grupo que separa a los sujetos que comparten
dicha característica común de los que no la comparten. Es decir, la conciencia
del endogrupo aparece al mismo tiempo que la conciencia del exogrupo. Los
investigadores se han planteado también la cuestión de qué factores son los
que llevan a los individuos a tomar conciencia de las semejanzas y desemejan­
zas con otros individuos y, por lo mismo, influyen sobre la formación del
grupo. Moreland se refiere aquí a factores personales —el hecho de que la
conciencia de semejanza sea muy anterior o inmediatamente anterior a la
formación del grupo o la idea de la utilidad que representa para la persona
acentuar la importancia de dicha semejanza— y a factores situacionales —fac­
tores que acentúan la saliencia de dichas semejanzas por su importancia para
el éxito de las personas o por ser características poco usuales en el entorno
social.
La formación del grupo 75

La integración ambiental, comportamental, afectiva y cognitiva explica


por qué se junta la gente. Pero todavía estamos a nivel de agregado, de masa o
de categoría social. Tienen que intervenir otros procesos para transformar en
grupo lo que todavía no es más que un agregado, una masa o una categoría
social (Horwitz y Rabbie, 1989; Rabbie, 1993).
Moreland y Levine (1982) redujeron a tres los procesos constitutivos de
un grupo: evaluación, com prom iso y cam bio de rol.
Los autores parten de la idea de que en el grupo se da una constante
evaluación del grupo hacia los individuos y de los individuos hacia el grupo.
Es ésta una aplicación de la reciprocidad intersistémica. Los criterios de eva­
luación tienen mucho que ver con los motivos por los que los individuos en­
traron a formar parte del grupo. La evaluación del grupo por parte de los
individuos es particularmente importante cuando éstos han entrado a formar
parte del grupo por expectativas de alta recompensa o por necesidades de
orden afectivo, es decir, cuando los individuos establecen relaciones de depen­
dencia hacia el sistema. La evaluación de los individuos por parte del grupo es
más importante cuando se trata de grupos de trabajo, donde el rendimiento
del grupo depende del rendimiento individual.
Esta permanente evaluación en ambas direcciones introduce variaciones
m oscilaciones continuas en el grado de compromiso de los individuos con el
rrupo y en la posición que ocupa cada individuo en la escala de reconoci­
miento dentro del grupo. La mutua evaluación es la que introduce el conflicto
el grupo, la que hace posible la innovación y la que mantiene la flexibilidad
d la estructura de roles.
Es ésta una dimensión fundamental en la constitución de un grupo abier-
z«l Es la dimensión que diferencia al grupo de una secta, de una categoría
sdcíiZ y de una formación social como la masa. Las sectas, las masas y las
rzcegoiías sociales no desarrollan una actitud crítica hacia el endogrupo. Tien-
más bien a dirigir la crítica hacia el exogrupo.
El com prom iso (com m itm ent) se refiere a los sentimientos de vinculación
& jos individuos con el grupo. Es lo que tradicionalmente se ha estudiado
: la rúbrica de cohesión grupal. Preferimos el concepto de «Compromiso»
■ ■ d grupo al de «cohesión». Este es un concepto más estático, mientras que
i rsmpromiso expresa una actitud más activa, en el sentido de asumir la
'didad compartida de todo lo que sucede en el grupo.
La tradición freudiana hablaba de «identificación» de los miembros con
lo mismo que Tumer y, en general, toda la tradición grupal basada
a. Moría de la Categorización del yo como miembro de una categoría so-
La identificación, aunque no sea total, sino parcial •—es decir, identificar-
ilguna característica del grupo— supone reforzar la influencia del gru-
rr ios individuos y, en consecuencia, acentuar la dependencia de los
con respecto al grupo.
E : : c : romiso indica m ás bien la disposición de los su jetos a participar
en Ja organización de] grupo: con stru cción de significados co m -
ssructuración de roles; sistemas de manejo del conflicto.
cbttzxo de roles expresa muy bien el carácter dinámico del sistema
*£Tuctura social de un guipo se va haciendo cada vez más rígida a
76 S. Ayestarár.

medida que se «formalizan» o se «institucionalizan» las relaciones dentro del


grupo. La interacción interpersonal se hace cada vez más pautada y pierde
creatividad. La evaluación negativa del grupo por parte de los individuos irá
acompañada de una pérdida de compromiso por parte de éstos. El conflicto
obligará al sistema a una reestructuración de los estatus y de los roles.
Moreland y Levine ven estos tres procesos —evaluación, compromiso y
cambio de roles— como tres procesos permanentes que diferencian netamente
a un grupo abierto de una categoría social, de un agregado y de una masa.
Nosotros aceptamos los tres procesos como procesos constitutivos del gru­
po como realidad psicosocial. Solamente tendríamos que añadir que esos tres
procesos son posibles si funciona en el grupo otro proceso más básico: la inter­
acción simbólica, es decir, la construcción de significados compartidos. Estos
significados son los que literalmente dan sentido y definen la identidad del pro­
pio grupo y de los grupos que configuran el entorno social. Son también los que
definen la tarea del grupo, porque lo importante para el funcionamiento de los
grupos no es la tarea objetiva, sino la «representación» compartida del grupo
sobre la tarea. «Es la representación de la tarea y no la estructura efectiva de
esta tarea, lo que determina la estructura de las comunicaciones e intercambios
dentro del grupo» (Abric, 1985, p. 251). Es importante tener en cuenta que la
representación de la tarea como «creatividad» o como «problema» dan lugar a
estructuras de relación y a estructuras comunicativas diferentes.
La interacción simbólica entre los miembros del grupo es una actividad
constructiva: el grupo construye su identidad, define el entorno sociocultural,
interpreta la estructura de las relaciones intergrupales en el entorno social,
define la tarea, define la identidad de las personas, al mismo tiempo que defi­
ne la posición de las mismas en la escala de reconocimiento social dentro del
grupo. La misma actividad simbólica es también la que define las estrategias
que se pueden utilizar dentro del grupo para hacer frente a los conflictos y el
grado de compromiso que se va a exigir a los miembros del grupo, en función
de las normas de comunicación que se establezcan.

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Estructura de grupo y liderazgo
7. Francisco Morales
M.a Soledad Navas
-emando Molero

El grupo como estructura

El grupo define uno de los ambientes sociales más importantes del ser
humano. Cuando una persona pertenece a un grupo o pasa a formar parte de
£, se establece un sistema de fronteras o límites, por lo que se puede decir
que el grupo constituye, en sí mismo, una estructura. Según Back (1981), son
ios las dimensiones que la pertenencia grupal pone en juego.
Por una parte, está la dimensión de individuación, que hace referencia a
j» acción individual dentro del grupo. Será asignada cuando la persona recibe
ientro del grupo una posición en función de sus características adscritas (por
ejemplo, hombre o mujer, joven o anciano y similares). La implicación es que
ja conducta de la persona vendrá dictada, en este caso, por esa posición a la
que se la ha asignado. La dimensión de individuación será libre cuando la
iniciativa de la conducta reside en la persona individual, con la capacidad
correspondiente de elección personal, con la autonomía y el control sobre sus
rropias decisiones.
Por otra parte, está la dimensión de grupo, que alude a la conducta gru.-
pal propiamente dicha. Está constituida por los esfuerzos llevados a cabo por
ios miembros del grupo en la realización de la tarea grupal, por la inversión
tiempo y de energía que despliegan para lograr ese objetivo y por el con­
senso que se establece entre ellos sobre quién pertenece y quién no pertenece
ai grupo, es decir, sobre los límites o fronteras grupales.
De la misma forma que la dimensión de individuación puede ser asignada
o libre, la dimensión de grupo puede ser alta o baja. En el primer caso, la
implicación de los miembros en las actividades grupales es completa y el re­
chazo de quienes caen fuera de los límites grupales es contundente. En el
segundo caso, la persona se implica en sus propias actividades y el grupo
carece de unos límites plenamente recognoscibles.
Por lo general, las dos dimensiones están relacionadas de tal forma que la
dimensión de individuación asignada suele coincidir con la dimensión grupal
80 J.F. Morales, M." S. Navas y F. Motero

alta. Por su parte, la dimensión de individuación libre suele acompañar a la


dimensión grupal baja. Consideremos las sociedades tradicionales o tribales.
En ellas, cada persona ocupa una posición concreta que le ha sido asignaos
los límites son claros y cada estatus está claramente definido. Frente a ellas,
las sociedades modernas o racionales se caracterizan por estar abiertas a otras
culturas y porque el estatus de las personas viene definida en ellas por las
funciones que han de llevar a cabo.
Sin embargo, existen desviaciones con respecto a este patrón predomi­
nante. Algunas sociedades revolucionarias del pasado, por usar el ejemplo de
Back, pusieron especial empeño en mantenerse abiertas a otras culturas y,
pese a ello, enfatizaron la dimensión de individuación asignada. La conducta
recíproca de los integrantes de la sociedad estaba sometida a regulaciones
estrictas con lo que el yo social llegaba a adquirir la máxima importancia y los
estilos de vida imperantes preconizaban autenticidad y autoanálisis públicos.
De forma similar, otras sociedades enfatizan la condición alta de grupo man­
teniendo una condición libre de inviduación.

2. La estructura de grupo

Pero el grupo, además de ser una estructura, tiene también estructura.


Siguiendo a Forsyth (1990), definiremos la estructura grupal com o «la pauta
subyacente de relaciones estables entre los miembros del grupo». Componen­
tes importantes de la estructura son los roles, la autoridad, el estatus, la atrac­
ción, la comunicación y el liderazgo, entre otros. En general, cualquier dimen­
sión que sirva para unir a los miembros del grupo será también un compo­
nente de la estructura grupal. La investigación realizada en el ámbito de los
grupos se ha centrado, preferentemente, en los roles y el liderazgo.

2.1. Los roles en los grupos

Los roles se refieren a patrones predecibles de conducta que no están


asociados con individuos particulares del grupo sino más bien con las posicio­
nes ocupadas por ellos. Con frecuencia encontramos que los miembros del
grupo mantienen diferentes expectativas acerca de las personas o posiciones
particulares dentro del grupo. Esto es una característica común de la vida del
grupo que se conoce como diferenciación de roles.
Una teoría que aborda específicamente la diferenciación de roles en el
grupo es la de Bales-Slater. Su aportación más interesante al campo del lide­
razgo fue la diferenciación de dos roles de liderazgo: el liderazgo de tarea y el
liderazgo socioemocional, o lo que es lo mismo, la existencia de dos tipos de
líderes dentro del grupo.
Bales y Slater (1955) comprueban que cuanto mayor es la actividad total
de una persona en el grupo, mayor es la proporción de actividad de tarea de
ese individuo. La persona más activa del grupo es, además, la que recibe la
Estructura de grupo y liderazgo 81

puntuación más alta de los otros integrantes del grupo a la pregunta de quién
tiene las «mejores ideas» y quién es el «guía de la discusión» y genera menos
atracción que las personas intermedias en estas posiciones. Este es precisa­
mente el líder de tarea.
Según Bales y Slater, el líder de tarea genera una considerable hostilidad
entre los miembros del grupo porque les obliga a ajustar su conducta y sus
ideas a la realización de la tarea. Estos autores comprobaron que el líder de
tarea no sólo no era una persona atractiva para los miembros del grupo sino
que además éstos expresaban hacia él conducta socioemocional negativa.
Por ello, señalan estos autores, a menudo en los grupos de discusión sur­
ge un segundo tipo de líder: el especialista socioemocional, que asume el rol
de reducir las hostilidades entre los miembros, dedicando más atención y res­
puestas a los sentimientos de los miembros del grupo. Su función dentro del
grupo se corresponde con la función de mantenimiento, que engloba todas
aquellas actividades que mantienen unido al grupo, evitando las tensiones en
su interior. El líder socioemocional goza de un mayor atractivo para los
miembros del grupo e inicia, más a menudo que cualquier otro miembro,
conductas sociemocionales positivas e intercambio de información.
Bales y Slater consideran que estas dos funciones, la de tarea y la socio-
emocional, suelen ir separadas. Ello se debe, en su opinión, a dos razones
para que existan dos líderes en un grupo. Una de ellas ha sido mencionada
anteriormente: la hostilidad generada por el líder de tarea. La otra hace refe­
rencia a que difícilmente una misma persona tendrá capacidad para llevar a
cabo las dos funciones simultáneamente.
Posteriormente Burke ha señalado que una sola persona puede desempe­
ñar las dos funciones en el tipo de grupo utilizado por Bales y Slater, siempre
y cuando los miembros del grupo estén convencidos desde el principio de la
discusión que el objetivo último es el rendimiento del grupo y no la armonía
¿e las relaciones interpersonales.

12. Un sistem a de observación de la estructura grupal: SYMLOG

Varios años después de la formulación de la teoría Bales-Slater, el prime­


ro de estos autores, sin descuidar la dimensión de los roles grupales, añadió
das dimensiones más: la atracción y el estatus. Dando tres valores a cada
¿mansión sentó las bases para la creación del SYMLOG.
En este sistema de observación, el estatus adquiere tres valores: dominan-
K CU), sumiso (D) y neutral (carece de letra que le designe en el sistema). La
atracción también tiene tres valores: amigable (P), hostil (N) y neutral. El rol
acede, igualmente, adquirir tres valores: control instrumental (F), expresión
emocional (B) y neutral. Bales realiza 26 combinaciones diferentes con estos
componentes de su sistema. Veamos algunos ejemplos.
Comencemos con los casos más sencillos. Son aquéllos que destacan ex-
«teh'ámente en una dimensión y son neutros en las otras dos. Por ejemplo, U
e activo y dominante; D es pasivo e introvertido; P es amigable e igualitario;
82 J.F, Morales, M.° S. Navas y F. Mc¿>

N hostil y negativista; F analítico y orientado a la tarea; B muestra sus senti­


mientos y emociones.
Más complejos son aquellos casos que destacan en dos dimensiones si­
multáneamente y son neutros en la tercera. Por ejemplo, UP es extravertido y
positivo; UN dominante y duro; UF es un líder asertivo en los negocios; UB es
expresivo y dramático; DP aprecia a los demás y es confiado; DN depresivo,
triste y resentido; DF es obediente y trabaja a gusto bajo las órdenes de otros;
DB es dubitativo e indeciso; NF es legalista y quiere salirse con la suya; MB es
irritable y cínico.
Usando la misma lógica, se extrae el resto de las 26 combinaciones utili­
zadas por Bales. Cuando los integrantes del grupo se describen unos a otros
usando los 26 conjuntos de adjetivos que propone Bales, SYMLOG ayuda a
comprender la forma en que las personas se perciben mutuamente. Cuando
son observadores externos los que evalúan a los miembros del grupo, este
sistema proporciona una visión estructurada del grupo.

3. Definición de liderazgo

Bass presenta en el primer capítulo de su conocido Stogdill’s Handbook o f


Leadership, edición de 1981, más de 70 definiciones de liderazgo, que agrupa
en 11 categorías en función de su similaridad. Son las siguientes:

1. El liderazgo como foco de los procesos del grupo.


2. El liderazgo como personalidad.
3. El liderazgo como el arte de inducir obediencia.
4. El liderazgo como ejercicio de influencia.
5. El liderazgo com o conducta.
6. El liderazgo como una forma de persuasión.
7. El liderazgo com o una relación de poder.
8. El liderazgo com o instrumento de logro de fines.
9. El liderazgo como un efecto emergente de la interacción.
10. El liderazgo como rol diferenciado.
11. El liderazgo como iniciación de estructura.

Las definiciones, según Bass, siguen una cierta progresión de pensamien­


to en el área, aunque no todas las categorías y los conceptos que representan
son igualmente pertinentes para la teoría del liderazgo. El propio Bass (1981)
aboga por una definición amplia de liderazgo com o «una interacción entre los
miembros del grupo [...] (que) ocurre cuando un miembro modifica la motiva­
ción o competencia de otros miembros» (p. 16). Según esto, cualquier miem­
bro del grupo puede exhibir conductas de liderazgo.
Muy pocas de las definiciones revisadas por Bass captan el fenómeno del
liderazgo en su totalidad. Incluso otras más actuales adolecen del mismo pro­
blema. Cada investigador modifica ligeramente la definición para acomodarla
a su propio trabajo. Como señalan Clark y Clark (1990), el problema es aún
esTMCtura de grupo y liderazgo 83

, complicado por la dificultad de determinar quién es un líder y cuándo ha


un acto de liderazgo.
Un enfoque muy utilizado para definir el liderazgo en situaciones forma-
as identificar a la persona con un rol directivo (Hollander, 1985). La mayor
de'los estudios sobre liderazgo han sido realizados en contextos indus-
militares y en organizaciones y agencias gubernamentales, utilizando
supuestos líderes a «managers» o directivos, supervisores y ejecutivos,
de los resultados de estos estudios se describen com o referentes al
, pero esto sólo tiene sentido si asumimos que los «managers» actúan
realmente líderes.
Lzs tendencias más actuales en el área consideran esencial distinguir en-
««nanagers» y líderes o entre dirección y liderazgo, como ya lo hacía Gibb
\ reservando el término líder para «aquellas personas que juegan un rol
en actos de liderazgo» (Clark y Clark, 1990, p. 20).
Sin obstante el elemento más consistente señalado en las múltiples defirá­
is liderazgo es que éste implica un proceso de influencia entre un líder y
: reidores. En palabras de Brown (1988, p. 67), «lo que realmente caracteri-
jli - líderes es que ellos pueden influir a otros más de lo que ellos mismos
E rjfuidos». El concepto de influencia reconoce el hecho de que los indivi-
:£fieren en el grado en que sus conductas influyen en las actividades del
En esta línea están las definiciones de líder ofrecidas por Shartle (1951a
i en Bass, 1981) como un individuo «que ejerce actos de influencia positi-
; otros» o «que ejerce actos de influencia más importantes que cualquier
embro del grupo u organización». Asimismo, Bass (1960) establece una
entre liderazgo «intentado», el esfuerzo de un individuo para cambiar
cta de otros, liderazgo «con éxito», cuando los otros miembros cam-
conducta, y liderago «efectivo», el cual se produce cuando los miembros
son recompensados por el cambio de su conducta,
i relación entre liderazgo e influencia aparece claramente expresada en el
libro de Homans (1961), concretamente en el capítulo dedicado al
la autoridad. De acuerdo con este autor, el líder de un grupo es el
con mayor autoridad, entendida ésta como la capacidad de una perso- i
influir sobre un gran número de miembros del grupo de forma regular.
Homans considera que la autoridad de un individuo o, lo que es lo mis-
üderazgo, descansa en último término en su habilidad para proporcio-
apensas y castigos. Una persona puede conseguir autoridad (y con-
35 Í en líder) proporcionando a los miembros del grupo recursos valio-
éstos no pueden obtener por sí mismos. A cambio los seguidores
rroporcionarle prestigio y estima, haciéndole superior y sometiéndose
iutoridad o influencia.
trabajos de Hollander y colaboradores (Hollander y Julián, 1969, ~
ieoogen la perspectiva de intercambio social presentada por Homans,
la en su modelo de «crédito idiosincrático», y completándola con el l
de la legitimidad del líder. Según estos autores, el liderazgo en su
más amplio implica una relación de influencia particular entre dos o
en la que el líder proporciona a los miembros del grupo recur-
para lograr sus fines comunes. La influencia del líder dependerá
(74o (
84 J.F. Morales, M.“ S. Navas y F I

de la competencia percibida por los miembros para lograr las metas y i


conformidad inicial a las expectativas normativas del grupo (Hollander]
lian, 1970, p. 36). A cambio, los seguidores devuelven al líder los sen
prestados confiriéndole estatus, estima, más influencia, y la posibilicia
desviarse de las normas establecidas.

. 4. Liderazgo, poder y dominancia

El término poder es utilizado como un sustituto de la influencia en a


ñas definiciones de liderazgo. FiecÜer (1970), por ejemplo, considera qcJ
liderazgo «esencialmente significa poder sobre otros individuos». Sin era*
go, como señala Hollander (1985), es útil y significativo mantener la dislira
entre los dos términos, porque el poder implica características de coerció
control, mientras que la influencia indica una mayor persuasión. De cualr_i
forma los líderes pueden utilizar ambos procesos dependiendo de las circs*
tancias y de los seguidores implicados.
La mayor parte de los análisis sobre liderazgo y poder utilizan la co r a
da formulación de French y Raven (1959) acerca de las bases de poder qi
puede utilizar el líder sobre los miembros del grupo. Desde esta perspectiva
poder es visto como la habilidad del líder, basada en recursos superiores, pa
controlar las interacciones con los demás. Esos recursos pueden represen
entre otros, poder legítimo (validación de la posición del líder), poder coenm
vo (habilidad para mediar castigos), poder de recompensa (habilidad pal
proporcionar recompensas o resultados valiosos), poder de experto (creerla
de que esa persona posee un conocimiento especializado y valioso) y poce
referente (identificación con el líder).
Algunos autores consideran el poder como una característica del lidera
go (véase MacCoby, 1976, 1981; McClelland, 1975; Zaleznik y Kets de Vria
1975). En esta línea, Hollander y Offermann (1990) diferencian tres formas ■
poder en las organizaciones que normalmente aparecen juntas com o resultan
de la posición de un individuo en un momento dado y de sus cualidaca
personales. La forma más familiar es el «poder sobre», considerada por esta
autores com o dominancia implícita o explícita (p. 179). Se trata del pode
basado única y exclusivamente en la autoridad, que puede tener altos costa
para el líder al socavar las relaciones con los seguidores y el logro de la
metas (Kipnis, 1976).
Una segunda forma de poder es el «poder hacia», el cual ofrece a los
individuos la oportunidad de actuar libremente, compartiendo el poder a tra­
vés de la autorización o habilitación. Una tercera forma es el «poder desde >
que hace referencia a la capacidad para resistir el poder de otros desviando :
rechazando las demandas no deseadas.
Hollander y Offerman (1990) señalan que un individuo con alto estatus
puede ejercer las tres formas de poder señaladas, mientras que las personas
de estatus más bajo sólo disponen de las dos últimas.
Un concepto relacionado con el de poder es el de dominancia. Hollander
^z^iictura de grupo y liderazgo 85

1985, p. 485) considera que el liderazgo existe bajo la forma de dominancia en


es grupos animales. Al igual que el poder, la dominancia, implica la habilidad
rara influir sobre otros. Sin embargo, algunos investigadores se refieren a ella
: -no una característica de personalidad, mientras que otros la usan para des-
iríbir relaciones dentro de un grupo. Como una característica de personalidad,
h dominancia generalmente se refiere a un deseo y una predisposición para
xrjsntar influir sobre otros. Como característica grupal, describe la posición de
—: individuo vis-á-vis con otro individuo, a lo largo de alguna dimensión orde-
-rvla (Ellyson y Dovidio, 1985). En este sentido, Bemstein (1980) señala que la
dominancia se refiere a una relación social entre dos individuos y debería enten­
derse como una propiedad emergente del intercambio social diádico.
Desde nuestro punto de vista el liderazgo implica un proceso de influen­
cia mucho más amplio que el de la dominancia y con características diferen-
:as al del poder. Siguiendo a Chemers (1987, p. 252) este proceso «incluye
rersonas, esto es, gente con valores, pensamientos y emociones relacionándo­
se con otras personas en un contexto social y cultural de normas y expectati­
vas». La mayoría de las definiciones de liderazgo comparten una omisión im­
portante de la que pretendemos huir: el olvido de las relaciones intergrupo y
su impacto sobre las estructuras de liderazgo. Las teorías y definiciones de
iderazgo deberían reconocer el papel importante que juega la situación inter­
grupo en las funciones internas del grupo.

5. Influencia del líder sobre el grupo

Hollander es, dentro de la Psicología Social, quien ha subrayado con ma­


yor fuerza el proceso de influencia que todo líder pone en marcha. Se opone a
las concepciones estáticas de los líderes como ocupantes de posiciones fijas y
a la simplista equiparación de líderes y managers (véase Hollander y Julián,
1970, p. 34). Estos mismos autores, en un trabajo de 1969, señalaban que el
liderazgo constituye una relación de influencia entre dos o más personas que
son interdependientes para el logro de los fines grupales y que la relación
entre el líder y los seguidores se construye a lo largo del tiempo e implica un
intercambio o transacción entre ambas partes, de tal forma que el líder pro­
porciona recursos para lograr los fines del grupo y, a cambio, recibe más
influencia asociada con estatus, prestigio y estima.
El propósito básico de los trabajos de Hollander puede resumirse como el
intento por explicar una antigua paradoja: ¿cómo puede ser el líder el miem­
bro más leal del grupo, el que cumple las normas de manera más estricta y, a
la vez, un agente de cambio poderoso que persuade al grupo para que adopte
nuevas normas?
La respuesta a esta pregunta había sido ya sugerida en un estudio experi­
mental de Merei (1949), en el que este autor observaba la conducta de niños
en edad preescolar cuando se introducía en el grupo un niño de mayor edad
que ya había mostrado conductas de liderazgo anteriormente. Merei esperaba
que estos recién llegados asumieran una posición de liderazgo en sus nuevos
86 J.F. Morales, M.aS. Navas y F.

grupos, fundamentalmente por la diferencia de edad. Sin embargo, el r


do más interesante de sus estudios fue la forma en la que conseguían
posición. Los recién llegados que conseguían tener éxito como líderes co
zaban siguiendo los juegos y «tradiciones» ya existentes en el grupo, y
sugerían nuevas actividades pasados unos días. Los que se precipitaban !
duciendo cambios en el grupo desde el principio fueron pronto marginados
Como señala Brown (1988), esta secuencia de conformarse inicialmen^
las normas del grupo para introducir después nuevas ideas es central en
teoría de liderazgo transaccional de Hollander (Hollander, 1958; Hollander
Julián, 1970). Según su teoría, el líder primero debe demostrar al grupc
competencia para conseguir los fines grupales. Asimismo, debe conformarse
las normas com o un signo de motivación por pertenecer al grupo. En té]
nos transáccionales, el líder que satisface las expectativas y ayuda a lograr
fines del grupo proporciona recursos valiosos y recompensantes a los seguid-
res, los cuales son intercambiados por estatus, estima y mayor influencia.
El punto central del «modelo de crédito idiosincrático» es que a través
este proceso el líder consigue «créditos» ante los miembros del grupo y éstcsj
le confieren la legitimidad necesaria para poder ejercer influencia y desviaren
de las normas establecidas. Hollander los llama créditos idiosincráticos pred-l
sámente porque el líder puede utilizarlos eventualmente en conductas innova­
doras que serán toleradas por el grupo. De esta forma; las consiguientes afir­
maciones de influencia del líder son después más fácilmente aceptadas, aun­
que puedan conllevar desviaciones de los patrones normativos del grupo.
Los experimentos que Hollander y colaboradores realizan desde 1960
apoyan los puntos esenciales de su modelo. Los resultados pueden resumirse
de la siguiente forma:

a) Los individuos percibidos como muy competentes por los miembros


del grupo ejercen una mayor influencia sobre la conducta de tarea de otros
(Hollander, 1960);
b) el miembro más competente del grupo puede ser el más influyente
con respecto a la tarea y a las normas siempre y cuando se conforme pronto a
esas normas (Hollander, 1960);
c) los miembros del grupo con estatus más alto pueden desviarse de las
normas del grupo con mayor impunidad (Hollander, 1961, Hollander y Julián,
1970);
d) el origen de autoridad del líder (elección por parte de los integrantes
del grupo frente a designación por una autoridad externa) determina significa­
tivamente su aceptabilidad e influencia posterior. Los líderes elegidos son vis­
tos por los seguidores como más sensibles a sus necesidades, más interesados
en la tarea del grupo y más competentes que los líderes designados (Ben-
Yoav, Hollander y Camevale, 1983). Asimismo, el apoyo de los miembros del
grupo para el líder elegido parace depender de su competencia inicialmente
percibida y del éxito de su actividad. Sin embargo, el apoyo para el líder
designado parece depender de uno solo de estos factores: competencia o éxito
(Hollander y Julián, 1970, tercer experimento);
e) los líderes elegidos se sienten más confiados y están más dispuestos a
Estructura de grupo y liderazgo 87

ejercer influencia desviándose de las normas del grupo, en comparación con


los designados (Hollander y Julián, 1970, cuarto experimento).

5. El liderazgo y las teorías implícitas: un modelo


de categorización

La aplicación del concepto de teorías implícitas al liderazgo ha generado en


ice últimos años un número importante de estudios y publicaciones. La mayor
zsarte de estas investigaciones se han centrado en los efectos producidos por las
ieorías implícitas (Edén y Leviatan, 1975; Rush* Thomas y Lord, 1977; Mitchell,
~ arsnn y Green, 1977; Rush, Phillips y Lord, 1981), dejando un poco al margen
s. estudio de las estructuras cognitivas que pueden subyacer a tales efectos.
En este sentido, Lord y sus colaboradores (Lord, Foti y Phillips, 1982)
ts r propuesto un modelo de estructura cognitiva, procedente de los trabajos
categorización de objetos (Rosch, 1978) y percepción de personas (Can-
•y Mischel, 1979), cuya premisa central es que percibir a alguien como un
implica una categorización relativamente simple (líder/no líder o líder/se-
r) de la persona estímulo dentro de categorías previamente existentes.
Antes de abordar el modelo, convendrá repasar brevemente la investiga-
sobre las teorías implícitas de liderazgo y su operacionalización.

Teorías im plícitas de liderazgo

En la literatura pueden encontrarse dos formas principales de aproxima-


empírica a las teorías implícitas de liderazgo: el método de estructura
y el enfoque del índice de desempeño (Bryman, 1987).
El método de estructura factorial consiste básicamente en proporcionar a
i abetos información muy limitada acerca de un líder y pedirles que estimen
■noducta, utilizando algún cuestionario estándar sobre conducta de lideraz-
Los sujetos no reciben información expresa sobre la conducta del líder, sim-
deben usar su imaginación. Posteriormente, las respuestas de los suje-
cuestionario se someten a un análisis factorial, cuyo resultado más desta-
; la obtención de una estructura factorial idéntica a la conseguida cuando
aas describen la conducta de líderes reales con ese mismo cuestionario.
E trabajo de Edén y Leviatan (1975) con estudiantes israelíes, y el de
>y Adler (1981) con estudiantes americanos son un ejemplo de esta apro-
Ambas investigaciones confirmaron que los ítems del Survey o f Or-
(Taylor y Bowers, 1972) producían cuatro factores (apoyo, facilita­
b a trabajo, facilitación de la interacción y énfasis en la meta) con la
estructura que los obtenidos en las investigaciones de líderes reales.
L enfoque del índice de desempeño consiste en variar la información
que reciben los sujetos acerca del líder, indicando el nivel de desem-
sf¿.~nado del líder (alto, moderado o bajo). El resultado más destacado
tipo de investigaciones es que la percepción de las personas de la
88 J.F. Morales, M .“ S. Navas y F.

conducta de los líderes está notablemente influida por el conocimiento de


desempeño. Así, por ejemplo, Rush, Thomas y Lord (1977), utilizando
LBDQ-forma XII (Stogdill, 1963) como cuestionario de estimación de la
ducta del líder, comprobaron que la información sobre niveles de desem¡
tenía un considerable efecto sobre las estimaciones de consideración e ini
ción de estructura. Aunque los sujetos carecían de información sobre la
ducta del líder, a los líderes con niveles altos de desempeño se les atribuí
también niveles más altos de consideración e iniciación de estructura que
los líderes con índices bajos de desempeño.
Estos y otros trabajos (Mitchell, Larson y Green, 1977; Lord, Binning, R‘
y Thomas, 1978; Butterfield y Powell, 1981) pusieron de manifiesto que los in¿-
viduos utilizan teorías implícitas acerca de lo que es el liderazgo y de cómo sel
manifiesta. Estas teorías estructuran sus descripciones de líderes reales e infb-
yen en sus percepciones sobre la conducta de los líderes. Son lo que Phillips
(1984, p. 126) llama «heurísticas de simplificación de información».
Algunos estudios sugieren, además, que estas preconcepciones de los líderes
o del liderazgo en general no parecen estar influidas por la cultura de los suje­
tos. Así, por ejemplo, Ayman y Chemers (1983) en una investigación realizada
con líderes y seguidores iraníes obtuvieron los mismos factores conseguidos por
Chemers (1969) unos años antes con líderes americanos y seguidores iraníes.
Los sujetos estimaban la conducta del líder de forma similar, tanto si el líder erz.
americano como si era iraní. El trabajo más reciente de Bryman (1987) tampo­
co encuentra diferencias notables entre estudiantes americanos y británicos con
respecto a las concepciones y percepciones de líderes y sus conductas.
A partir de este conjunto de evidencia pueden derivarse dos consecuencias
metodológicas graves para la investigación que utiliza cuestionarios como medi­
da de la conducta del líder. Primera, es posible que no se esté midiendo la con­
ducta real del líder sino las teorías implícitas de los individuos sobre el liderazgo
(y éstas son las que después se relacionan con resultados organizacionales parti­
culares, como satisfacción del subordinado o desempeño del grupo). Por ejemplo,
Rush y Russell (1988) encuentran que los individuos con prototipos similares de
liderazgo tendían a describir la conducta de sus supervisores de una forma simi­
lar, aunque ninguno de los sujetos interactuaba con el mismo supervisor.
La segunda consecuencia es que si las percepciones de la conducta del
líder están influidas por la información sobre su desempeño, entonces el signi­
ficado de los estudios que encuentran relaciones entre conducta del líder y
desempeño del grupo es cuestionable (Biyman, 1986). Puede ser que tales
relaciones sean un producto de las percepciones de las personas sobre cómo
se comportan los líderes eficaces y no eficaces.
En la actualidad, la mayor parte de los investigadores admiten la existen­
cia de las teorías implícitas de liderazgo, aunque el interés actual se dirige a la
teorización acerca de su origen y naturaleza. En este sentido, la aplicación del
modelo de categorización cognitiva (Rosch, 1978; Phillips, 1984) a la com­
prensión de las percepciones de liderazgo está ampliamente investigado (Lord,
Foti y De Vader, 1984; Lord, Foti y Phillips, 1982; Phillips, 1984), y a él nos
referiremos a continuación. Concretamente, al modelo de estructura cognitiva
formulado por Lord, Foti y Phillips (1982).
de grupo y liderazgo 89

'¿odelo de categorización de liderazgo

Como señalamos antes, este modelo generaliza al campo del liderazgo el


7 0 sobre las estructuras cognitivas inherentes a la categorización de obje-
tHosch, 1978) y percepción de personas (Cantor y Mischel, 1979). Sus
justifican la conceptualización de la percepción del liderazgo como un
de categorización por las siguientes razones:

m. t Consideran que la importancia para el área del liderazgo de las distin-

es categoriales simples está reflejada en las primeras investigaciones de


campo, cuyo objetivo primordial era descubrir rasgos y conductas que
y .eneran distinguir a los líderes de los seguidores;
b) afirman que los procesos subyacentes a la categorización son muy ge-
Bcraks, basándose en investigaciones como las de Taylor, Fiske, Etcoff y Ru-
i^m an (1978) que mantienen que los procesos cognitivos responsables de los
«■ereotipos raciales y sexuales son muy similares a los procesos que subyacen
x ceras categorías de objetos. Asimismo, Cantor y Mischel (1979) afirman que
m estructura interna de las categorías de personas es muy similar a la de las
atesorías de objetos investigadas por Rosch y sus asociados (Rosch, 1975,
-~S; Rosch, Mervis, Gray, Jhonson y Boyes-Braem, 1976);
c) aluden a la investigación de Fiske y Cox (1979, citada en Lord y cois.,
B82) para explicar por qué la categorización a lo largo de la dimensión lí-
re-n o líder es importante para los perceptores. Según estos autores este tipo
j e categorías proporcionarían indicios lógicos que ayudarían a los perceptores
i acceder a información relativa a las funciones que una persona estímulo
ruede satisfacer.

El punto de partida de Lord, Foti y Phillips es la consideración de que


¿gunos de los principios básicos de categorización de Rosch pueden aplicarse
jiecuadamente al área del liderazgo, proporcionando así un modelo de cogni­
ciones de liderazgo que están estructuradas jerárquicamente y varían a lo lar-
=o de dimensiones horizontales y verticales. Concretamente, estos autores pro­
ponen que la categorización de liderazgo implica tres niveles verticales dife­
rentes (supraordinal, básico y subordinado) dentro de los cuales existen diferen­
tes tipos de distinciones horizontales.
El nivel más inclusivo del sistema de clasificación es la categoría supraor-
¿inal de líder. De acuerdo con el principio de «analogía familiar» de Rosch,
existirán pocos atributos comunes a todos los líderes, y éstos se solaparán
muy poco con los atributos comunes de la categoría contrastante de no líde­
res. La distinción horizontal en este nivel supraordinal de categorización es la
clasificación de las personas en líderes o no líderes.
Según este modelo, en algunas ocasiones puede resultar difícil establecer el
límite entre líderes y no líderes. Lord y colaboradores consideran que el lideraz­
go, al igual que otras categorías utilizadas para clasificar a las personas, puede
ser una categoría «borrosa» (Cantor y Mischel, 1979) al no existir signos críticos
que diferencien a todos sus miembros de todos los no miembros. Sin embargo,
90 J.F. Morales, M .“ S. Navas y F.

estos autores defienden que la distinción entre los ejemplos más claros o
res del liderazgo (prototipos) y los de los no líderes es relativamente clara.
El siguiente nivel, el básico, es algo menos inclusivo y sus categorías
jan la distinción horizontal entre los diferentes tipos de líderes existentes
ejemplo, militares, religiosos, políticos, etc.). Según Lord y colaboradores,
categorías básicas son más ricas en detalles que las supraordinales al in
información contextual y funcional, por lo que pueden diferenciarse c
mente de sus categorías contrastantes.
El nivel menos inclusivo de la estructura vertical es el nivel subordino'
Un ejemplo de las categorías subordinadas para la categoría básica de lí"
político nacional puede ser «líder político conservador» y «líder político libe
No obstante, en este nivel de categorización surgen dudas acerca de la natui
za exacta de las categorías. Es posible que diferentes grados de experiencia
líderes particulares de nivel básico o diferencias individuales en capaci
cognitivas, influyan en las representaciones que diferentes personas tengan
este nivel. Los propios autores proponen dos métodos alternativos de clasifica­
ción, aunque la ambigüedad con respecto a este nivel es evidente: las representa­
ciones abstractas (por ejemplo, «liberal» o «conservador») y las representaciones
ejemplares (por ejemplo, «tipo Kennedy» o «tipo Reagan»), De hecho, Lord, Fod
y Phillips (1982) reconocen que el modelo está más desarrollado para los dos
niveles anteriores (supraordinal y básico) que para éste.
De cualquier forma, la cuestión crucial a la que se enfrenta el modelo, y
que supone también el paso desde la percepción de objetos a la percepción de
personas, es determinar cómo los perceptores clasifican a las personas estímu­
los en categorías. Existen tres enfoques que pretenden responder a esta cues­
tión: el enfoque clasificatorio o clásico, el ejemplar y el prototípico (Cantor y
Mischel, 1979), siendo los dos últimos los más aceptados.
El punto de vista clásico sugiere que el perceptor aceptará un estímulo
como miembro de una categoría sólo si posee todas las características críticas
para pertenecer a la categoría. Esta concepción no encaja con la naturaleza
borrosa de las categorías de persona.
Según el segundo enfoque, las personas clasifican los nuevos ejemplos
com o miembros de una categoría sobre la base de su similaridad con el ejem­
plar más saliente conocido de la categoría.
Por último, el punto de vista del prototipo (Rosch, 1975) sugiere que los
juicios categoriales se basan en la similitud de un estímulo con un prototipo o
abstracción de la categoría en cuestión. Se diferencia del enfoque anterior al
postular que los nuevos estímulos se clasifican por la comparación con una
abstracción, más que con un ejemplo concreto de la categoría, y existen algu­
nos estudios que apoyan este punto de vista (Rosch y Mervis, 1975; Cantor y
Mischel, 1979).
Aplicado al liderazgo, el enfoque del prototipo implica que la categoriza­
ción incluye la comparación de una persona estímulo con un prototipo de
liderazgo. Así, el liderazgo sería una estructura cognitiva de conocimiento,
mantenida en la memoria de las personas y basada en la asimilación de su
experiencia previa con líderes en contextos particulares.
De hecho, los trabajos de Lord y asociados han demostrado que los suje-
Sjrructura de grupo y liderazgo 91

d s pueden generar fácilmente rasgos y conductas que encajen con su prototi-


de un líder o un líder de alto desempeño, y pueden estimar también con
el grado en el cual un rasgo o conducta encaja en su prototipo o
.masen de un líder.

6.3. Prototipos y teorías implícitas de liderazgo

Como señalamos al principio del capítulo, la estructura de las teorías im­


plícitas de liderazgo no ha recibido la atención suficiente en el área, pero se
sabe que en condiciones de información limitada los sujetos producen estima­
ciones de liderazgo idénticas a las que se obtienen de los líderes reales.
Lord, Foti y Phillips (1982) a partir de su modelo, adelantan una posible
explicación para este resultado, que es consistente con /as hipótesis de Canfor
y Mischel (1979). Estos autores afirman que en los juicios de prototipicalidad
con información escasa, los atributos centrales de la categoría se convierten
en el punto crucial de la atención. Es posible, por tanto, que en las investiga­
ciones sobre teorías implícitas, donde la información sobre el líder es limita­
ba, los sujetos utilicen sus prototipos de liderazgo para generar estimaciones
mnductuaies, y es posible también que las personas codifiquen la información
sobre líderes reales a través de procesos similares.
Es decir, el modelo presupone que los observadores perciben y clasifican
i alguien com o perteneciente a alguna categoría preexistente de líder, basán-
en la similitud percibida de la persona estímulo con un prototipo de esa
egoría. Desde esta perspectiva, el liderazgo es una categoría supraordinal,
re-eral, que define teorías implícitas de liderazgo y, en su forma más simple,
a s teorías implícitas se consideran como información organizada alrededor
ae jos prototipos adecuados a las categorías de liderazgo de nivel supraordi-
mi básico o subordinado.
Por tanto, la clasificación a lo largo de la dimensión supraordinal líder/no
Iá3¿r puede implicar juicios basados en información sobre rasgos, conductas o
áesempeño de la persona estímulo. Más información, especificando el tipo de
o el contexto, permitiría la clasificación de la persona estímulo en cate-
de nivel básico.
Los trabajos de Rush, Phillips y Lord (1981) y Lord y colaboradores
íl ilustran la importancia de las etiquetas de liderazgo y el papel central
& ios prototipos para explicar los efectos de las teorías implícitas de lideraz-
f i . Ambos estudios indican que el concepto de prototipicalidad parece tener
•■tt.val.OT ptedvclvM O e w e\ co T v o rá m e n V o de Va información Vincula­
da. con el constructo de liderazgo. La información sobre rasgos y conductas
estar organizada alrededor de los prototipos de liderazgo.
Recientemente, Lord (1985) ha desarrollado un modelo más general de pro-
liento de información social sobre procesos de liderazgo, en el cual plantea
e las percepciones de liderazgo pueden explicarse mediante dos procesos cua-
scvamente diferentes. Por una parte, el liderazgo puede reconocerse a partir
cualidades (rasgos) y conductas reveladas en las interacciones cotidianas. Es
92 J.F. Morales, M.“ S. Navas y F. Mt

lo que Lord llama «procesos de reconocimiento». Por otra parte, el lide


puede inferirse a partir de los resultados de eventos organizacionales clav
como desempeño. Este tipo de procesos serían «inferenciales». Lord consi ~
que ambos tipos de procesos, los basados en el reconocimiento y los infere!
les, pueden ser automáticos y controlados (véase cuadro adjunto infra).
En un artículo reciente, Lord y Maher (1990) discuten las posibles imp*
caciones de este modelo para la teoría de liderazgo organizacional. Conside­
ran que los procesos inferenciales y los basados en el reconocimiento puede*
aplicarse de forma diferente a los niveles altos y bajos de la jerarquía corpora­
tiva. Así, por ejemplo, plantean que el liderazgo de nivel bajo enfatiza L:s
procesos automáticos, basados en el reconocimiento, porque la efectividad a¿
este tipo de líderes, a menudo, no se puede identificar claramente. Sin embar­
go, el liderazgo de nivel superior, según ellos, enfatizaría los tres procesos
restantes que aparecen en el cuadro (inferenciales, automáticos/controlados, t
de reconocimiento controlados).
El concepto de categorización está también presente en la base de los
trabajos de Tajfel (Tajfel y Wilkes, 1963), pero como señalamos anteriormente
sus primeros estudios representan el salto hacia la consideración de las nor­
mas y valores como factores fundamentales de la percepción social.

7. Liderazgo y relaciones intergrupales

El simple conocimiento de la existencia de otro grupo con el que se prevé


que pueda entablarse una relación, es suficiente para provocar respuestas inter­
grupales competitivas o discriminativas por parte del endogrupo. Además, dicho
conocimiento ejerce una notable influencia sobre las relaciones intragrupales y
fundamentalmente sobre los sentimientos, pensamientos y acciones de los miem­
bros del grupo, caracterizadas por una importante uniformidad y homogeneidad.
En principio no parece haber ninguna razón para pensar que los procesos
de elección y evaluación del líder de un grupo no estén afectados también por
este conocimiento. De hecho, existen investigaciones intergrupales, com o las
de Sherif, que muestran este fenómeno.
Concretamente, Sherif observó que en el conflicto entre grupos se produ-

Modos de procesos cognitivos


Modelos de Datos Automático Controlado
procesos perceptivos
Inferencial Eventos y Análisis causal Análisis causal
resultados simplificado guiado comprensivo guiado
perceptivamente lógicamente
De reconocimiento Rasgos y Igualación con un Igualación con un
conductas prototipo por el prototipo basado en
contacto cara a información comuni­
cara cada socialmente
r-nructura de grupo y liderazgo 93

cían cambios en la jerarquía de estatus y roles dentro de cada grupo. Por


ejemplo, durante la fase más aguda del conflicto, un grupo depuso a su líder
porque se mostraba reacio a llevar a cabo acciones decisivas durante el con­
victo. En otro de los grupos, un chico que había sido castigado durante la
etapa de formación del grupo por sus actitudes provocadoras y que tenía un
estatus relativamente bajo dentro del grupo, se convirtió en el «héroe» en un
enfrentamiento con los miembros del exogrupo.
Estos cambios en las relaciones de estatus y roles en los grupos no sólo
aparecen en la fase de conflicto entre los grupos, sino también al final, cuando
se intentaba reducir el conflicto mediante la creación de metas supraordena-
das que demandaban la cooperación entre los grupos para conseguirlas. Por
ejemplo, un jefe que intentó que su grupo se apartara del contacto con el otro,
observó cómo los miembros de su grupo empezaban a no prestarle atención.
Estos datos ponen de manifiesto la necesidad de abordar el fenómeno del
liderazgo en el contexto más amplio de las relaciones intergrupales y la com ­
paración intergrupal, abandonando las perspectivas individualistas que enfati­
zan el papel de las relaciones interpersonales en el surgimiento, mantenimien­
to y actividades de los líderes.
Según Tumer (1982), la identidad social determina y construye los estímu­
los sociales, proporcionando una base para regular la conducta social. Es el
mecanismo cognitivo que hace posible la conducta grupal. Los procesos a través
de los cuales la identidad social produce este resultado son, al menos, dos: por
una parte, procesos cognitivos relativamente automáticos asociados con catego-
rizaciones sociales, y por otra, procesos motivacionales asociados con la concep­
ción del yo (Tumer, 1982, p. 21).
Los primeros hacen referencia al proceso de despersonalización. Aplicada
al liderazgo, la despersonalización reducirá la discriminación entre los miem­
bros del grupo que pueden convertirse en líderes. Así, a medida que la perte­
nencia grupal se hace saliente, debido a la comparación intergrupal, por ejem­
plo, la distribución de «votos» y otros indicadores de preferencia del líder
deberían hacerse más variables y menos centrados en cualquier miembro par­
ticular del grupo (Smith y Fritz, 1987).
Sin embargo, la observación informal nos muestra que, en ocasiones, la
homogeneización pronosticada sobre las percepciones y evaluaciones de los
miembros del endogrupo no tiene lugar en las circunstancias en las que la
despersonalización debería ser más intensa. Por ejemplo, los miembros de
equipos deportivos y unidades de combate se convierten en menos, y no más,
intercambiables en el momento de la competición intergrupal.
Smith y Fritz (1987), tomando com o punto de partida este tipo de ejem­
plos, consideran que el modelo de Tajfel y Tumer parece funcionar muy bien
con grupos sociales no estructurados, tales como los creados experimental­
mente. Sin embargo, y siempre según estos autores, en los gmpos estructura­
dos los miembros comparten, por definición, un aspecto de pertenencia gru­
pal que demanda activamente diferencias dentro del grupo. Estas demandas
se hacen más fuertes precisamente en las situaciones de competición intergru­
pal donde se desarrollan con frecuencia las divisiones de derechos y responsa­
bilidades dentro del grupo.
94 J.F. Morales, M.aS. Navas y F.

Estos autores reinterpretan el concepto de despersonalización de T


hipotetizando que reorienta la atención desde los intereses o preocupaci
relacionadas exclusivamente con el bienestar individual hacia los factores
influyen el bienestar del grupo como un todo. De acuerdo con esta hipótesis,
despersonalización producirá los efectos de asimilación predichos por la
de Tumer sólo en aquellas situaciones en las que los grupos estén es truc
mente indiferenciados. En estas situaciones, cada miembro del grupo tendrá
mismos derechos y obligaciones que los demás. Pero entre los miembros
grupos en los que existe una diferenciación funcional impuesta por la costum
o la ley, las relaciones intragrupales estarán guiadas por percepciones acerca
la importancia de los diversos roles en la satisfacción de necesidades del grupo.
En este tipo de grupos los miembros comparten un propósito común,
esto no implica una mayor similaridad, uniformidad o intercambiabilidad e
ellos en las evaluaciones o acciones. Se podría decir, por tanto, que la categ
zación intergrupal y, como resultado, la despersonalización, no produce
homogeneización total entre los miembros del grupo. De alguna forma, si
siendo diferentes, aunque similares en los aspectos importantes para el grupo.
La segunda forma de probar que la identidad social regula la conducta)
social es a través de los procesos motivacionales asociados con la concepcióJ
del yo. Quizás el efecto más claro es el proporcionado por los efectos de
necesidad de autoestima positiva sobre la conducta de grupo. La necesidad de
identidad social positiva tiende a motivar una búsqueda de distintividad posi­
tiva para el propio grupo en comparación con otros grupos.
Sin embargo, otra importante implicación del principio de distintividad
positiva es que al definirse uno mismo en función de una categoría social,
existirá un sesgo motivacional para que cualquier característica descriptiva de-
grupo se convierta en prescriptiva o normativa. Así, cualquier característica
que defina al endogrupo como diferente de otros grupos tenderá a ser evalua­
da positivamente (será percibida como socialmente deseable y esperada) y
será transformada en una norma social para el gmpo.
Por tanto, la necesidad de autoestima positiva tiene implicaciones para la
conducta intragrupo. En este sentido, podría hipotetizarse que de la misma
forma que los individuos intentan diferenciar a su grupo de otros grupos,
también pueden, por la misma razón, intentar diferenciarse ellos mismos de
otros miembros del gmpo en aquellos atributos que comparten por ser miem­
bros del mismo gmpo. Por ejemplo, los individuos pueden asignarse caracte­
rísticas gmpales positivas y asignar a los otros miembros del gmpo caracterís­
ticas menos positivas. O bien, pueden asignar atributos positivos comunes a
todos los miembros del gmpo, pero asumiendo, no obstante, que ellos están
más cercanos al ideal normativo del gmpo.
El fenómeno de la polarización, tal y com o se estudia en la teoría de la
Categorización del Yo, puede proporcionar alguna evidencia en este sentido.
Las uniformidades en la conducta intragmpal resultan de las opiniones de los
miembros que son más extremas en una dirección favorecida socialmente y
no de la convergencia en el promedio de sus posiciones iniciales com o plan­
tean las teorías clásicas.
El proceso es muy similar al concepto de overconformity (o «conformidad
Estructura de grupo y liderazgo 95

superior del yo») de Codol (1975). Este autor muestra que los individuos no
solamente se conforman a las normas del grupo sino que, además, intentan
demostrar que están más cerca del ideal normativo que otros miembros del
grupo. La norma general sería que los individuos tienden a asignarse los as­
pectos positivos del estereotipo endogrupal en un grado mayor del que tien­
den a asignarlos a los compañeros del endogrupo. Esta competición para ser
los «primeros» o los «mejores» entre los iguales sobre dimensiones que descri­
ben lo que tienen en común en cuanto miembros del grupo permite explicar
cóm o la diferenciación social sirve para unir al grupo, en lugar de romperlo.
Resumiendo, Tumer plantea que la necesidad de autoestima positiva no
sólo ayuda a regular la conducta intergrupal sino también la intragmpal. Los
individuos no sólo se perciben como similares dentro del gmpo y diferentes
de otros gmpos, sino que también se comparan y se diferencian ellos mismos
de los otros miembros de su gmpo, intentando acercarse al ideal normativo,
al líder.

7.1. Liderazgo o prototipicidad grupal

El concepto de prototipicalidad o prototipicidad, esencial en la teoría de


de la categorización del yo de Tumer, se define como el grado en el cual un
miembro de una categoría es percibido com o «paradigmático o representativo
de la categoría en su conjunto» (Tumer, 1989, p. 79).
Una cuestión importante respecto a la prototipicalidad, tal y como es con­
cebida por la teoría, es que, aunque tiende a aumentar con las semejanzas
intragmpales y las diferencias intergmpales, no tiene que ver con ninguna de
estas relaciones aisladas, sino con su interacción. Es decir, la posición prototí-
pica es el producto de las relaciones sociales en interacción con los procesos
psicológicos (de categorización, competición y similares) que los representan.
Así, estos autores nos dicen: «No es la suma o la media de las respuestas del
gmpo ni la propiedad individual del miembro que la sostiene, sino una pro­
piedad de la categoría, de orden superior, que refleja los puntos de vista de
todos los miembros y en efecto, las semejanzas y diferencias entre ellos y
respecto a otros» (Tumer, 1989, p. 131).
Esta teoría incoxpora, además, una puntualización importante y es que la
prototipicalidad de un individuo puede variar con la dimensión o dimensiones
de comparación y con las categorías empleadas, que variarán a su vez con el
marco de referencia. Asimismo, a diferencia de la conceptualización de Rosch
(1978) que define a las categorías mediante «prototipos o mejores ejempla­
res», esta teoría define los prototipos mediante las categorías dadas, que de­
penden de la dimensión de comparación seleccionada.
Tumer considera que algunos fenómenos gmpales como influencia, pola­
rización, atracción y también liderazgo están basados en el concepto de proto­
tipicalidad. Así, por ejemplo, «el valor informativo de una respuesta, la validez
percibida de su contenido informativo, es equivalente, desde un punto de vista
subjetivo, al grado en que se percibe com o paradigmática de una norma endo-
96 J.F. Morales, M.aS. Navas y F.

grupal (consenso)» (Tumer, 1989, p. 121). La respuesta más prototípica. 1


que mejor representa el acuerdo de los miembros del endogrupo, se percihJ
com o la más correcta y se valorará más: constituirá la respuesta más n o rm *
va en un contexto dado.
Aunque las respuestas iniciales de todos los miembros del endogmJ
contribuyen a definir el prototipo, los distintos miembros del endogrupo será*
más o menos influyentes en la medida en que se acerquen a la opinión proc-
típica. Así pues, desde esta perspectiva el líder será el miembro más protón;
co del gmpo y con el que todos los miembros se sienten identificados, porc^
sus respuestas cuentan con el apoyo consensual del gmpo como un todo.
De esta forma podría explicarse el hecho de que los individuos que son Jl
se perciben como más competentes, atractivos, capaces y similares son tanr-|
bién más influyentes y resistentes a la influencia que los demás, pero no pan
sus características personales sino porque estas «diferencias individuales» pro-1
ceden del apoyo consensual del gmpo.
Así, lo que determina la emergencia del liderazgo en el gm po no son k a
rasgos de un miembro, ni su conducta en interacción con la situación, sino e.
hecho de que su respuesta sea la más prototípica y cuente con el apoyo dd
gm po en una dimensión de comparación relevante. La persuasividad del líder. |
la persona con más influencia dentro del gmpo, no procede del contenió:'
informativo per se de sus acciones, sino del grado en que este contenido esia
validado, desde el punto de vista psicosocial, por el consenso endogrupal. Tur-
ner llama a este proceso «influencia informativa referente» (Tumer, 1982), y
lo resume en tres etapas: a) los individuos se definen a sí mismos comc
miembros de una categoría social definida, b) crean o aprenden las normas
estereotípicas de esa categoría, descubren que ciertas conductas adecuadas
esperadas o deseadas se utilizan para definir esa categoría como diferente de
otras, y c) se asignan a sí mismos esas normas junto con otros atributos este­
reotípicos de la categoría, de manera que su conducta se hace más normativa
cuando su pertenencia categorial o grupal se hace saliente.
Así pues, el líder es el miembro más estereotípico del gmpo, la persona con
la mayor influencia informativa referente, en la medida en que pone de mani­
fiesto las nomias de un gmpo de referencia (una categoría endogrupal del yo).

8. El liderazgo transformacional

El paradigma imperante en Psicología Social en el estudio del liderazgo,


ejemplificado por el trabajo de Hollander, concibe este proceso com o un inter­
cambio líder-seguidor: el líder proporciona recompensas objetivas o subjetivas
y, a cambio, los seguidores o subordinados le brindan su apoyo y realizan el
trabajo que les encomienda. Este paradigma puede explicar los cambios de
bajo nivel que se producen en los seguidores tales como la sustitución de una
meta por otra o algunos incrementos en el rendimiento.
Pero, ¿qué decir de esos líderes que consiguen cambios de importancia en
sus seguidores, de esos líderes capaces de modificar las actitudes, creencias,
Estructura de grupo y liderazgo 97

valores y necesidades de los miembros de su equipo, llegando éstos a sentir


auténtica devoción por su líder "hasta el punto de estar dispuestos a realizar los
mayores sacrificios por él o ella y por el cumplimiento de la misión? Es difícil
explicar estos cambios desde el paradigma del intercambio o transaccional.
Bass (1985), apelando a estas razones, defiende la necesidad de un cam­
bio de paradigma. Tomando como base la diferenciación que hace Bums en
el terreno del liderazgo político entre líderes transaccionales y transformacio-
nales propone la creación de un nuevo paradigma: el del liderazgo transfor-
macional.
Un líder es transformacional cuando, motivando a los miembros de su
equipo, consigue que éstos están dispuestos a hacer más de lo que en un
principio esperaban. El líder transformacional puede conseguir este aumento
del esfuerzo de varias formas. Por ejemplo, puede hacer comprender a los
miembros de su equipo la importancia del trabajo a realizar. Puede conseguir
rué transciendan su propio interés en beneficio del interés del grupo. Puede
alterar su jerarquía de necesidades. En cualquier caso, el líder transformacio-
nal logra que los miembros de su equipo obtengan sus propias recompensas
m em as a través del cumplimiento de la misión que les propone. Según Bass,
¿ líder transformacional se caracteriza por su carisma, su inspiración, su esti­
mulación intelectual y su consideración individualizada.
El carisma tiene un intenso componente emocional y crea un fuerte víncu-
io líder-seguidor. Las situaciones de crisis favorecen, en general, el surgimien­
to del carisma, porque cuanto mayor es la crisis mayores son los desórdenes
emocionales de los seguidores y, por tanto, mayor emocionalidad puede ser
proyectada hacia el carismático. Así pues, el carisma parece surgir cuando la
autoridad tradicional, racional y burocrática falla.
Sin embargo, Bass acepta que, aun siendo la relación carismática básica­
mente inestable, puede llegar a rutinizarse. En su opinión, el carisma está
distribuido ampliamente como un atributo interpersonal en muchas clases de
arganizaciones y no es exclusivo de unos pocos líderes famosos. Además, es el
componente más general e importante del liderazgo transformacional.
Un líder es inspiracional cuando estimula en sus subordinados el entu­
siasmo por el trabajo e incrementa su confianza en su capacidad para cumplir
con éxito la misión encomendada. La «construcción de la confianza» en el
miembro del equipo es la característica principal del liderazgo inspiracional.
También es importante el despertar en él la «creencia en la causa».
Los líderes que manifiestan consideración individualizada suelen desarro­
llar conductas que fomentan el crecimiento de sus seguidores, son capaces de
delegar, dan información a los subordinados y les gusta aconsejar y hacer de
mentores para ellos. Asimismo tratan a cada subordinado de forma individual y
prestan una atención especial a aquellos subordinados que parecen olvidados.
El líder alto en estimulación intelectual fomenta y estimula en los segui­
dores el razonamiento y la imaginación, la comprensión y resolución de los pro­
blemas antes de actuar, y la utilización de la capacidad intelectual de los seguido­
res. No se centra en objetivos a corto plazo sino que su esfuerzo se dirige a
estrategias que llevan un mayor tiempo de realización.
Yammarino y Bass (1990) midieron el liderazgo transformacional y tran-
J.F. Morales, M .aS. Navas y F. Moler»
98

''■Sfo ^§fcsbá&ssa> ^3C\&'a^s^«CS\a. ^á^ci&aTOTi su rélaciósi


cotí u m serve de variables «precursoras», a saber, datos^Ycyax^icca^ p'SYCO'mfe-
'ñc.os cfotexádas. -A vngrcsar dichos oficiales en la academia naval. También
consideraron com o variables precursoras el rendimiento académico y militar
de los mencionados oficiales en la academia. Finalmente, pusieron en relación
tanto las variables precursoras como las de liderazgo con el ren&imieuVo pos­
terior d é lo s oS\c\a\fis Veas\\a!oex cfaterñdo éstos sus despachos. El rendimiento
se calculaba a partir de las evaluaciones de los superiores que los sujetos
habían tenido en sus diferentes destinos.
El liderazgo se midió con una versión del M.L.Q., cuestionario diseñado
por Bass y Avolio que incluye factores de liderazgo carismático, inspiracional,
estimulación intelectual y consideración individualizada y, además, varios fac­
tores de liderazgo transaccional: recompensa contingente, dirección por ex­
cepción y laissez-faire. Se tomaron también medidas de la efectividad, satisfac­
ción y esfuerzo extra percibidos. Respondieron al cuestionario 793 subordina­
dos. Los cuestionarios fueron enviados al comandante de la unidad en la que
el oficial evaluado prestaba servicio y, una vez cumplimentados, fueron de­
vueltos en sobres sellados.
Entre los resultados obtenidos son dignos de destacar los siguientes: las
calificaciones escolares anteriores al ingreso y las puntuaciones en tests de
aptitudes verbales y matemáticas predicen el éxito en la academia militar,
pero no correlacionan con el rendimiento posterior a la graduación. La única
variable que correlaciona con el éxito posterior es el rendimiento militar en la
academia. En general, las variables de las pruebas de ingreso no tienen rela­
ción con las puntuaciones en el cuestionario de liderazgo. La efectividad per­
cibida de la unidad así com o la satisfacción en el trabajo y el esfuerzo extra
desarrollado eran mayores entre los subordinados de los líderes más trans-
formacionales. Los líderes evaluados por los subordinados com o más transfor-
macionales también eran los que tenían mejor rendimiento según sus supe­
riores.

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5

Los procesos de influencia social


en el grupo
Francisco Gil
Miguel García Sáiz

El estudio de la influencia social se inició com o un intento por explicar


fenómenos estrechamente relacionados con procesos grupales: las uniformida­
des que se observaban en la conducta de las personas (Tumer, 1991), y desde
entonces se ha convertido en una de las áreas de investigación más permanen­
tes de la Psicología Social (Levine y Russo, 1987).
La influencia social hace referencia a los procesos a través de los cuales
las personas influyen de forma directa o indirecta los pensamientos, senti­
mientos y conductas de los demás. Para que se produzca la influencia resulta
fundamental el que ambas partes (fuente y destinatario) compartan las mis­
mas representaciones y realicen referencias al mismo universo de significados
(Paicheler, 1988, p. 208). Aunque habitualmente se piensa que la influencia
social es el resultado de decisiones deliberadas, que dan lugar a conductas
instmmentales, en muchas ocasiones no es así (Barón et al., 1992), ya que
tanto unos (sujetos que influyen) como otros (los que son influidos), y en
ocasiones ambos, no son conscientes de la influencia producida o de sus efec­
tos. Ello no significa —como indica Van Avermaet, 1990, p. 366— que no
tengan validez las explicaciones en términos de procesamiento de la informa­
ción. La influencia social es omnipresente, parte importante de esta influencia
tiene lugar en los gmpos, y otra parte importante tiene lugar cuando los suje­
tos mantienen algún tipo de relación en cuanto integrantes de los mismos.
Las formas de influencia y las condiciones en que tiene lugar en los gm ­
pos son muy variadas, observándose por otra parte una evolución histórica en
el interés de los científicos por desvelarlas. La preocupación inicial se centró
en fenómenos aparentemente opuestos: condiciones sociales que hacen que
las personas se esfuercen más o se esfuercen menos {facilitación vs. holgazane­
ría social), fenómenos que después de un período de olvido son posteriormen­
te retomados al contar con modelos teóricos explicativos. En los años cin­
cuenta y sesenta predomina el paradigma de la influencia mayoritaria y los
procesos de conformidad, así como el estudio de la influencia de la autoridad
y la obediencia, lo que da lugar a prolíficas investigaciones centradas más en
las condiciones en que dichos fenómenos tienen lugar, que en sus procesos. A
104 F. Gil y M. García Sáiz

partir de los años setenta se invierte el interés: la atención se centra en la


influencia de las minorías (innovación ), lo que genera igualmente una copiosa
investigación. Actualmente la atención, en lugar de centrarse exclusivamente
en la conformidad o en la innovación, se orienta a la identificación de simila-
ridades y diferencias en los antecedentes y consecuentes de estos dos tipos de
influencia (Levine y Russo, 1987). Comparte el interés actual de los científicos
todas estas formas de influencia, junto a otras que ya habían sido vislumbra­
das con anterioridad (polarización grupal) y que guardan relación con los pro­
cesos de discusión grupal {pensamiento grupal).
Todas estas formas de influencia muestran una gran variedad en cuanto a
las características de la fuente y de los destinatarios, las condiciones en que se
producen, los procesos implicados y los efectos producidos. Los hallazgos
científicos permiten conocer de forma cada vez más exhaustiva este fenóme­
no, aclarando aparentes contradicciones inicialmente detectadas.

1. Conformidad: influencia de la mayoría

El concepto conform idad se relaciona con el cambio de conducta u opi­


nión de la(s) persona(s) que discrepa(n) de las normas del grupo, com o resul­
tado de la presión social explícita o implícita (real o imaginaria) de los sujetos
del mismo (Alien, 1965; Kiesler y Kiesler, 1969; Myers, 1991). Levine y Russo
(1987) matizan el significado de algunos de estos términos, al distinguir:

•— M ovim iento y congruencia. Definir conformidad como movimiento


(cambio que el sujeto realiza hacia la posición de la mayoría), no abarca todas
sus manifestaciones. La conformidad puede mostrarse como ausencia de cam­
bio (persona que, pese a desear cambiar la posición que en un principio com ­
partía con la mayoría, sigue manteniendo esa posición). Podría hablarse, por
tanto, de conform idad p o r com isión y p o r om isión, resultando en este caso
más apropiado el concepto de congruencia. Además no siempre se cumple la
relación temporal asociada al movimiento, ya que puede producirse conform i­
dad anticipatoria (movimiento anterior a recibir la presión real) o retardada
(tiempo después, ya que la persona no está dispuesta o es incapaz de confor­
marse de forma inmediata). Si hay movimiento el problema estriba, por tanto,
en determinar la covariación entre la exposición y la respuesta.
— Conformidad pública y privada. Además de cambios conductuales mani­
fiestos (sum isión pública), pueden producirse cambios actitudinales encubiertos
en dirección a la posición de la mayoría (aceptación privada o conversión).

Estas distinciones han sido incorporadas en diferentes modelos que des­


criben las respuestas a la presión de la mayoría (Alien, 1965; Willis, 1963;
Nail, 1986). Willis (1963), por ejemplo, distingue 4 respuestas típicas: confor­
midad (congruencia y movimiento), anti-conformidad (no congruencia y mo­
vimiento), uniformidad (congruencia y no movimiento), e independencia (no
congruencia y no movimiento). El modelo sintético de Nail (1986) integra tres
Los procesos de influencia social en el grupo 105

factores (acuerdo inicial, y congruencia pública y acuerdo privado finales),


cada uno con dos niveles, dando lugar a 8 posibles respuestas.
Aunque la conformidad se relaciona con procesos que pueden producir
juicios erróneos en las personas, cumple importantes funciones, com o garan­
tizar una regularidad en las relaciones sociales, necesaria para predecir y anti­
cipar comportamientos futuros, y proporcionar medios de control, que permi­
tan anteponer intereses colectivos a los individuales.

1.1. Estudios clásicos

Los estudios de Sherif sobre el fenómeno autocinético. El principal resulta­


do de las investigaciones de Sherif (1935) consiste en mostrar cómo ante si­
tuaciones nuevas, inestructuradas o estímulos ambigüos (percepción del su­
puesto movimiento de un punto luminoso en una sala totalmente a oscuras),
surgen en los grupos (cuando sus miembros intercambian sus experiencias) y
a través de procesos de convergencia (promedio de las opiniones personales),
patrones de respuesta colectivos (normas sociales), que aportan un conoci­
miento coherente y estable de la situación.
Algunas de las implicaciones más importantes de estas investigaciones se
resumen en lo siguiente: el marco de referencia compartido resultante se inter­
preta com o la emergencia de una norma social interiorizada y constituye el
punto inicial de la formación de un grupo psicológico (Tumer, 1990); las nor­
mas constriñen el juicio de los sujetos, pero sin ejercer coerción; desarrollan
una convergeiicia idiosincrática relativa a los juicios de cada gm po particular
que lo distingue de los demás grupos; y persisten a lo largo del tiempo (la
norma adquiere vida por sí misma, Jacobs y Campbell, 1961). Incluso en el
caso de normas arbitrarias —establecidas con la ayuda de sujetos cómplices—,
éstas perduran varias generaciones, si bien un menor tiempo, observándose
una desaparición más rápida cuanto menos naturales sean las normas (Mac-
Neil y Sherif, 1976).
El conocido estudio de Newcomb realizado en el Bennington College,
confirma en un contexto natural la intemalización gradual que los sujetos
realizan de las normas de los grupos a los que se integran y la permanencia
de estas normas durante largo tiempo.

Los estudios de Asch. Los resultados inicialmente obtenidos por Asch


(1951; 1965) resultaron sorprendentes; a pesar de que la tarea era muy senci­
lla (comparar estímulos discemibles, como era el tamaño de unas líneas) se
produjo conformidad: los sujetos dieron respuestas incorrectas en 1/3 parte de
los ensayos críticos, resultado que se ha repetido de forma consistente a lo
largo de los diferentes estudios.
Las distintas variaciones realizadas a partir de ahí muestran que los efec­
tos de la conformidad no son invariables, sino que dependen de diferentes
condiciones, como son (ver Fernández Dols, 1982 y 1985):
106 F. Gil y M. García

— Número de la mayoría: la conformidad aumenta progresivamente


una mayoría de 3 personas, no apreciándose a partir de ahí incrementos sigrn5-
cativos. Este resultado (denominado efecto de tocar techo), ha sido controvertí ’
confirmado en estudios más recientes (Tanford y Penrod, 1984), ha sido cuesl
nado a partir de las predicciones de las teorías del impacto social (Latané, 1951
Wolf, 1987) y de la autoconsciencia (Mullen, 1987). Aunque se ha probado ¡a
relación entre tamaño y conformidad, el perfil que adopta la misma depende de
las características del grupo (grado de cohesión), el tipo de tarea (si es una tarea
simple concuerda con el efecto tocar techo-, si es compleja, concuerda con las
predicciones de las otras teorías), etc. No obstante y como más adelante se
expone, aparte del tamaño, es fundamental la percepción que el sujeto tiene de
las respuestas de la mayoría en cuanto a considerarlas o no como fuentes inde­
pendientes de información (Wilder, 1977): la conformidad aumenta de forma
correlativa al tamaño sólo si el sujeto considera que los miembros de la mayoría
han adoptado la decisión unánime de forma independiente.
— Respuesta en público o en privado: si el sujeto escribe la respuesta en
lugar de exponerla públicamente, disminuye de forma significativa la confor-
midad.
— Número relativo de las minorías: si el sujeto sabe que no está solo, sino
que cuenta con un aliado (persona cómplice que responde correctamente), la
conformidad disminuye de forma sustancial. Y esto es así, aunque el sujeto no
esté de acuerdo con el aliado (persona no conformista que da una respuesta
errónea), o esté en desacuerdo con él tanto como con la mayoría (Asch, 1955;
Wilder y Alien, 1977), o incluso cuando el aliado ha abandonado la situación y
se sigue realizando el mismo tipo de tarea (Alien, 1975). La ruptura de la
unanimidad de la mayoría reduce su poder y disminuye la conformidad (Asch,
1955; Alien y Levine, 1969; Morris y Miller, 1975). Estos resultados se confir­
man con respecto a tareas que exigen juicios perceptivos simples (como los
estudios de Asch), mientras que para otro tipo de tareas (opinar, enjuiciar)
parece necesario poseer además apoyo social (aliado que coincide con el juicio
privado del sujeto) (Alien y Levine, 1969).

Otros resultados (ver además la teoría del comportamiento normativo de


Secord y Backman, 1976) ponen de manifiesto que los efectos de la conformi­
dad son mayores, cuando: el material es ambiguo o las situaciones inestructu-
radas (observándose en este caso indicios de que los sujetos llevan a cabo una
reorganización cognitiva y perceptiva —Cruces et al., 1991—); la mayoría
adopta por consenso una decisión unánime (Asch, 1956; Wilder y Alien, 1977);
los sujetos se muestran asustados (Darley, 1966); y cuando valoran positiva­
mente al grupo y se sienten atraídos por él (Sakurai, 1975). Por el contrario,
los sujetos se conforman menos, cuando: confían en su experiencia en la ma­
teria; muestran un estatus social elevado; poseen un número, bien elevado o
bien bajo, de créditos idiosincrásicos (basados en las contribución de cada su­
jeto al logro de los objetivos grupales —Hollander, 1981—); están fuertemente
comprometidos con su visión inicial (Deutsch y Gerard, 1955); no les gusta, o
no respetan la fuente de influencia (Hogg y Tumer, 1987); etc.
La conformidad, en cualquier caso, no es (excepto para unas pocas perso-
Los procesos de influencia social en el grupo 107

ñas) una cuestión de todo o nada. Los sujetos intentan establecer compromi­
sos, tanto con la mayoría com o con sus aliados (si éstos dan respuestas extre­
mas, es probable que el sujeto dé una respuesta moderada, que, aun no siendo
la verdadera, está a medio camino entre ésta y la extrema).
La conformidad resulta sensible a los procesos de socialización y a los cam­
bios culturales. Aunque existe evidencia de mayor conformidad entre las muje­
res que entre los hombres, esto sólo parece ocurrir en determinadas condiciones
(presión social cara a cara y al abordar temas más propios de varones, Eagly,
1978; 1983), y parece relacionarse con los roles sociales (hombres y mujeres
adoptan distintas orientaciones: éstas utilizan la conformidad como medio para
cohesionar el grupo, mientras los hombres usan la no conformidad para dar la
impresión de independencia). Por otra parte los cambios sociales que se han
venido produciendo muestran una reducción en el nivel de conformidad (lo que
se observa tanto en general en el colectivo de mujeres —Eagly el al., 1983— ,
como en muestras de estudiantes universitarios, al repetir los experimentos de
Asch dos décadas después —Larsen, 1974; Nicholson et al., 1985—).

1.2. Determinantes motivacionales de la conformidad

Para analizar la motivación a conformarse, resultan fundamentales tres


teorías publicadas en la década de los cincuenta: Teoría de la Comunica­
ción Social Informal (Festinger, 1950), Teoría de los procesos de Comparación
Social (Festinger, 1954) y modelo de Influencia Normativa e Informativa
(Deutsch y Gerard, 1955). Este último modelo ha generado una extensa inves­
tigación en tom o a la distinción entre sus dos conceptos claves:

— Influencia Normativa', influencia para conformarse a las expectativas


positivas de otros (Deutsch y Gerard, 1955). Basada en el deseo de satisfacción
de necesidades y obtención de máximos beneficios en el gmpo (aprobación
social y evitación del rechazo); el acuerdo provoca evaluaciones positivas por
parte de los demás y el desacuerdo reduce la atracción. Su efecto se manifies­
ta principalmente a través de conductas de sumisión: adhesión a las normas
del gmpo, pese a las reservas privadas respecto a su legitimidad (Asch, 1956).
Deustch y Gerard consideran este tipo de influencia como el más específica­
mente asociado con los grupos.
— Influencia Informativa: representa la influencia para aceptar la informa­
ción obtenida de los demás com o evidencia de la realidad (Deutsch y Gerard,
1955). Basada en el deseo de estar en lo cierto: la presión descansa en la
demostración objetiva de la validez de la acción. La ausencia de criterios obje­
tivos y contestables conduce a la aceptación de pmebas que otras personas
-uedan aportar acerca de la realidad. La influencia informativa promueve re-
ziierpretaciones o reestmcturaciones cognitivas (Alien y Wilder, 1980; Camp-
Deíl et a l, 1986), provoca cambios internos y parece ser igualmente utilizada
- :r las mayorías com o por las minorías (Campbell et al., 1986; Wolf, 1987).
108 F. Gil y M. García Sáiz

Los efectos de ambas influencias dependen de distintos factores, com o el


tipo de tarea (intelectivas vs. de juicio —ver IBernández Ools, 1985—)'. si se pue­
de demostrar objetivamente la validez de una conducta, la presión descansa
sobre la influencia informativa; en caso contrario, el control recae en la influen­
cia normativa. Ambos tipos de influencia se relacionan con diferentes orienta­
ciones (Kaplan, 1987): hacia la tarea (informativa); hacia el grupo y aspectos
socioafectivos (normativa). Sus efectos pueden ser diferentes (conductas-opinio­
nes; respuestas manifiestas-privadas), dando lugar a efectos de sumisión (con­
formidad pública, que puede manifiestarse sólo cuando está presente la fuente
de la influencia) y/o conversión (cambio internalizado más duradero). La in­
fluencia normativa parece producir sumisión pero no aceptación, y la influencia
informativa ambas (Kaplan y Miller, 1983; Nail, 1986), si bien esto es algo que
se asume más bien de forma intuitiva (Levine y Russo, 1987).
En el estudio de Sherif, existe evidencia del proceso de influencia informati­
va que lleva a la intemalización de la norma grupal (Alien, 65); en cambio, la
influencia normativa parece ser el principal proceso responsable de la conformi­
dad observada en el estudio de Asch. Ambas actúan habitualmente de forma
complementaria en la vida real, como muestra el estudio de Newcomb.
Estos dos tipos de influencia cuentan con amplio apoyo empírico. Res­
pecto a la influencia normativa, se ha constatado que la conformidad se incre­
menta cuando: se refuerzan las respuestas conformistas (Endler, 1965); se es­
tablecen metas de grupo (Deustch y Gerard, 1955); surgen conflictos entre
grupos; y cuando los sujetos poseen un estatus medio (vs. número bajo o alto
de créditos icliosicrásicos —Dittes y Kelley, 1956 —). Existe además confirma­
ción del miedo al castigo por parte de los sujetos que se desvían (éstos antici­
pan recibir una evaluación negativa de los demás —Gerard y Rotter, 1961 —) y
de la actitud de desagrado y rechazo que adoptan los miembros del grupo
hacia los desviados actitudinales (ver Levine, 1980).
Respecto a la influencia informativa, existe confirmación de la tendencia
de las personas a evaluar sus opiniones, habilidades y resultados a través de la
comparación con los demás (Festinger, 1950; Levine y Moreland, 1986), so­
breestimando la medida en que consideran que los demás coinciden con ellos
(Orive, 1988). Su influjo es mayor cuando: el sujeto se muestra menos seguro
en la validación de su posición (Alien, 1965); más difícil es la tarea o ambiguo
el estímulo; una vez que el grupo se ha mostrado coincidente con el sujeto, lo
que convierte en competentes a sus miembros (Di Vesta, 1959); la fuente de
información se muestra confiada en sí misma, y es percibida com o competen­
te y como juez independiente en la defensa de su postura. Corrobora esto
último el hecho de que resulta más influyente el juicio de 3 grupos indepen­
dientes de 2 personas, que el de los mismos sujetos (6) cuando lo hacen en
2 grupos (y ambos más que cuando es un único grupo —Wilder, 1977—).
Se han comprobado efectos conjuntos de la combinación de ambas. La
influencia es mayor en situaciones públicas y en las que es posible conocer la
respuesta correcta (Insko et al., 1983).
La explicación de la influencia social basada en este modelo de dos proce­
sos, señala Tumer (1991, p. 38), es congmente con otras muchas teorías (to­
das ellas aceptan el planteamiento dependencia-poder de la inform ación y dis­
Los procesos de influencia social en el grupo 109

tinguen procesos informativos y de sumisión) y puede reducirse a un único


proceso básico (dependencia social de un sujeto respecto a los demás para
lograr información u obtener otros resultados positivos), o ampliarse a 3 o
más procesos (como los propuestos por Raven o Kelman, en sus respectivos
análisis del poder social). Este modelo aporta una explicación sencilla y pode­
rosa: la influencia se incrementa con la dependencia normativa e informativa
del sujeto respecto al grupo en una situación dada (poder relativo del grupo
sobre el sujeto); y de otra parte, la habilidad del sujeto para influir (liderar) se
incrementa en la medida que el grupo depende del sujeto (poder relativo de
éste sobre el grupo —Tumer, 1991, p. 39—).

1.3. Análisis crítico de la conform idad

El modelo de dependencia (influencia de la mayoría) ha sido objeto de du­


ras críticas: asume una asimetría entre fuente y objeto de la influencia, imposi­
bilitando acciones recíprocas; la fuente se considera el polo positivo que posee
poder y representa la legitimidad (frente a las conductas erróneas o desviadas de
la minoría); el grupo es concebido de forma monolítica, excluyendo cualquier
posibilidad de expresión personal; el código del grupo dominante se confunde
con el de la Sociedad (conformista pasivo es concebido de forma positiva como
ser adaptativo); consolida un estatus cuasi-natural de la sumisión y un respeto al
orden establecido, tranquilizando a los que poseen el poder, cualesquiera que
sean; y no tiene en cuenta todos los procesos de influencia social y particular­
mente los de cambio e innovación (Moscovici, 1976). La influencia basada en
relaciones de poder es objeto de un cambio sustancial a partir de la contribu­
ción de Deutsch y Gerard, al analizar no sólo quién ejerce la presión, sino tam­
bién cómo. A la influencia normativa se contrapone la informativa, basada en
presiones relacionadas con una representación cognitiva de la realidad (conver­
sión vs. sumisión), influencia ésta que, dado que lleva a la aceptación privada y
a un auténtico cambio de actitudes y opiniones con el fin de actuar del modo
correcto, es considerada por muchos como la única influencia verdadera.
Las investigaciones sobre conformidad social han aportado un conjunto con­
solidado de conocimientos (más sobre las condiciones, que sobre los procesos), un
marco teórico explicativo y métodos de investigación contrastados. El modelo de
influencia normativa e informativa sigue siendo un constructo explicativo útil, que
permite encajar entre sí los principales resultados obtenidos (Tumer, 1991, p. 46).

2. In n o v a ción : in flu en cia d e las m in oría s

Frente a la tradición predominante, a finales de los sesenta y principios de


los setenta empezó a considerarse la influencia social no sólo como un instru­
mento de control, uniformización o adaptación de unos pocos (desviados) a las
pautas marcadas por la mayoría, sino también como un instmmento de cambio
social o innovación. Así, los individuos o subgmpos podrían ser no sólo objeto
110 F. Gil y M. García Sáiz

de influencia sino también fuentes potenciales de la misma. En este sentido,


podría definirse la innovación «[...] como un proceso de influencia social, que
generalmente tiene por fuente una minoría o un individuo que intenta, ya sea
introducir o crear nuevas ideas, nuevos modos de pensamiento o comporta­
miento, o bien modificar ideas recibidas, actitudes tradicionales, antiguos mo­
dos de pensamiento o comportamiento» (Doms y Moscovici, 1985, p. 76).

2.1. Características de la influencia minoritaria

Los trabajos de Moscovici (y colaboradores) plantearon una seria alterna­


tiva a lo que él mismo llamó modelo funcionalista de influencia (anteriormente
analizado). Moscovici explica conformidad e innovación en términos de con­
flicto y estilo conductuál.
El proceso de influencia implica una interacción caracterizada por el des­
acuerdo y el conflicto (tanto interpersonal como intrapersonal), el cual genera
un proceso de negociación destinado a reducirlo. En este sentido, juega un
papel primordial el estilo de comportamiento (entendido, según Moscovici,
com o la organización de conducta y opiniones así como el desarrollo e inten­
sidad de su expresión), que se convierte en el determinante fundamental de
la influencia tanto de la mayoría como de la minoría. En lo que respecta a la
influencia de una minoría, y dado que no tiene a su alcance los sistemas de
poder y control que poseen las mayorías, deberá plantear una postura clara y
mantenerse firme en ella, afrontando constantemente las presiones ejercidas y
los intentos de ridiculización a menudo llevados a cabo por la mayoría. Esto
es, la minoría debe ser percibida como consistente: su mensaje debe ser perci­
bido com o coherente, diferente, plausible, realista y objetivo, y ella misma
debe aparecer como confiada y comprometida con su punto de vista (Mosco­
vici, 1985). Tal consistencia debe darse tanto a nivel intraindividual (postura
que un mismo sujeto mantiene a lo largo del tiempo) com o interindividual
(entre los sujetos componentes de la minoría). En definitiva, una minoría con­
sistente (Tumer, 1991): rompe la norma establecida y genera dudas e incerti-
dumbre en la mayoría; se hace visible, atrayendo la atención sobre sí; muestra
que hay una alternativa, un punto de vista coherente; demuestra seguridad,
confianza y compromiso con su punto de vista; muestra que no cambiará o se
conformará; propone como la única solución para restaurar la estabilidad so­
cial y la coherencia cognitiva que la mayoría cambie hacia la minoría.
Ahora bien, la consistencia, a pesar de ser necesaria, no es suficiente. Así,
una minoría excesivamente rígida será probablemente percibida como dogmá­
tica, inflexible, poco realista y no interesada en la búsqueda de un compromi­
so, con lo que disminuirá su influencia potencial; por ello, deberá mostrar un
cierto grado de flexibilidad.
Otros factores que contribuyen a formar la impresión de que la posición
minoritaria es potencialmente correcta, y que incrementan su capacidad de
influir en la mayoría (Doms y Moscovici, 1985; Levine y Russo, 1987; Van
Avermaet, 1990) son:
Los procesos de influencia social en el grupo 111

— Carácter nómico o anémico de la minoría. Por regla general, las minorías


nómicas (que no se conforman con la norma mayoritaria y ofrecen una norma
alternativa con la que están comprometidas) serán más influyentes que las ané­
micas (que transgreden la norma dominante sin propuesta de alternativa).
— Ruptura de la unanimidad de la mayoría. Constatación, por parte de la
mayoría, de que uno o más de sus miembros empiezan a responder com o la
minoría; estos sujetos pueden llegar incluso a ser más persuasivos que los
propios representantes de la minoría, provocando en ocasiones una deserción
masiva en la mayoría.
— Disminución de la autoconfianza de la mayoría. A medida que decrece
la autoconfianza de la mayoría en su postura, más influencia tendrá la mino­
ría, produciéndose lo que se ha dado en llamar efecto bola de nieve.
— Ausencia del grupo de referencia mayoritario. La minoría es más influ­
yente cuando accede a individuos aislados de una mayoría.
— Apoyo social. El apoyo social proporcionado por otros sujetos facilita
una mayor resistencia a la presión mayoritaria y permite mantener un cierto
grado de independencia.

Aun en el supuesto de que, a pesar de todo lo anterior, la mayoría no


acepte la posición de la minoría, lo más probable es que aumenten sus dudas
con respecto a su postura e intente buscar otras opciones. En cualquiera de
los casos, la minoría debe estar motivada para hacer que la mayoría reconoz­
ca su existencia, procurando en todo momento hacerse objeto de considera­
ción, ser identificada y escuchada.

2.2. Modelo del doble proceso

Moscovici (1980) modificó en parte su postura inicial añadiendo a los


planteamientos anteriores la idea de que mayorías y minorías producen for­
mas diferentes de influencia:

1. Las mayorías activan un proceso de comparación social, según el cual


los sujetos se centran en las respuestas de los demás para poder adaptar las
suyas a las mismas. Responde a una preocupación por resolver un conflicto
de respuestas y supone una presentación de una imagen pública valorada po­
sitivamente. Tiene que ver con la influencia normativa e implica en la mayor
parte de las ocasiones sumisión a la presión social.
2. Las minorías activan un proceso de validación, según el cual los suje­
tos se centran en la realidad para tratar de comprender el punto de vista de la
minoría. Responde a una preocupación por resolver un conflicto de percepcio­
nes y supone un proceso cognitivo privado para comprender el punto de vista
de la minoría y buscar una postura subjetivamente correcta. Tiene que ver
con la influencia informativa e implica en muchas ocasiones conversión al
punto de vista de la minoría.
112 F. Gil y M. García Sáiz

Parece haber evidencia suficiente para confirmar los aspectos anteriores,


esto es, que la influencia de la mayoría provoca generalmente un cambio de
respuesta manifiesto pero no encubierto (sumisión sin conversión), y la in­
fluencia de la minoría provoca generalmente un cambio de respuesta encu­
bierto pero no manifiesto (conversión sin sumisión), aunque algunos resulta­
dos contradictorios parecen poner de manifiesto la necesidad de mayor inves­
tigación (Maass y Clark, 1984; Maass et a l, 1987; Levine y Russo, 1987; Van
Avermaet, 1990; Barón et a l, 1992).

2.3. E fectos de la influencia minoritaria

La influencia de la minoría ha sido estudiada de diferentes formas, con


variedad de tareas y poblaciones; asimismo, se han comparado las influencias
mayoritaria y minoritaria en los mismos experimentos y se han utilizado di­
versas técnicas para evaluar la conversión. En la mayoría de los casos, y aun a
pesar de la diversidad anterior, los resultados obtenidos han sido casi siempre
equivalentes. Esto es, en comparación con las mayorías, podría decirse que,
salvo algunas excepciones, «[...] la investigación sobre influencia de la minoría
ha demostrado que las minorías tienden a producir cambios profundos y du­
raderos en actitudes y percepciones, que se generalizan a nuevos escenarios y
a lo largo del tiempo» (Maass et al, 1987, p. 56). Frente a la sumisión, que se
manifiesta públicamente, y que supone una cesión a la presión de una fuente
de poder sin modificar las actitudes básicas, la conversión implica una modifi­
cación de capacidades, opiniones o valores de los sujetos que habitualmente
tiene lugar en privado.
A su vez, la influencia mayoritaria y la minoritaria difieren en dos dimen­
siones básicas, relacionadas con el modelo de doble proceso mencionado por
Moscovici y señalado anteriormente:

1. Foco atencional. En la influencia de la mayoría, los sujetos dirigen su


atención hacia los demás miembros del grupo (foco interpersonal), mientras que
en la influencia de la minoría, la atención se dirige a la tarea, estímulo u objeto
de juicio (foco estimular). En consecuencia, es más probable que en el caso de la
influencia de la minoría los sujetos consideren argumentos y contra-argumentos
relacionados con el tema y, por tanto, su actividad cognitiva sea mayor.
2. Actividad cognitiva. Hay evidencia de que las minorías elicitan proce­
sos de pensamiento cualitativamente diferentes a las mayorías. En concreto,
los sujetos expuestos a la minoría: se centran más en el estímulo, ponen en
marcha pensamiento más divergente (considerar diversas alternativas) y me­
nos defensivo, y muestran con más probabilidad cambio de actitudes priva­
do/latente que público/manifiesto (incluso cuando se ven expuestos simultá­
neamente a una mayoría y minoría consistentes).

Hay una serie de características básicas de las minorías que facilitan di­
cha actividad cognitiva; éstas son (Maass et a l, 1987):
Los procesos de influencia social en el grupo 113

— Distintividad. Destacan más puesto que constituyen algo novedoso o


numéricamente infrecuente; así, como consecuencia de su distintividad cate-
gorial, atraen mayor atención hacia sus miembros y sus argumentos.
— Credibilidad. Si bien las mayorías suelen verse como más creíbles
dado que los juicios u opiniones son vistos como más correctos cuanto mayor
sea el número de sujetos que los suscriben, los estudios sobre la influencia de
la mayoría/minoría sugieren que las fuentes de influencia menos creíbles pro­
ducen más pensamiento divergente y mayor conversión, aunque todavía no se
conocen muy bien los procesos que subyacen a la fuente de credibilidad.
— Resistencia a la presión grupal. El hecho de que las minorías resistan
de manera consistente la presión mayoritaria (afrontando incluso la desapro­
bación y los intentos de ridiculización de ésta), hace que sean percibidas
com o más seguras, convencidas y comprometidas con su mensaje, lo cual
puede aumentar su credibilidad.

En resumen, como señalan Mugny et al. (1986), parece claro que una fuente
puede ejercer influencia sin necesidad de que sea mayoritaria, prestigiosa o tenga
poder para proporcionar sanciones. Como condiciones para que se cumpla tal
influencia destacan la posesión de una norma alternativa y la defensa de la misma
por medio de un estilo de comportamiento consistente que muestre seguridad en
la opción propia. Dicha influencia genera un conflicto social y cognitivo que pro­
voca una negociación (relativamente implícita) entre las partes implicadas, así
como una reconsideración del objeto de creencia que es cuestionado por la fuente.
En base a estos planteamientos se han llevado a cabo numerosas investi­
gaciones y desarrollos teóricos cuya exposición excede a los objetivos de este
capítulo; véase, a tal efecto, los trabajos de Mugny et al. (1986), Mugny y Pérez
(1988), Clark (1988, 1990), Pérez et al. (1992), etc., así como las obras mono­
gráficas de Pérez y Mugny (1988), Moscovici et al. (1991), etc.
Quedan por clarificar los procesos que subyacen a la influencia, tanto
mayoritaria como minoritaria, centrar la atención en los factores interperso­
nales, grupales e intergrupales (permitiendo a los sujetos tanto de la mayoría
como de la minoría, interaccionar libremente entre sí) e integrar los resulta­
dos de ambas formas de influencia (conformidad e innovación).

3. O b ed ien cia

La obediencia tiene lugar cuando un individuo modifica su com portam ien­


to a fin de som eterse a las órdenes directas de una autoridad legitima (Levine y
Pavelchak, 1985, p. 62). Si bien la obediencia y la conformidad suponen for­
mas de influencia social, se diferencian en diversos factores básicos; así, frente
a la conformidad, la obediencia implica que la fuente de influencia, con res­
pecto a los destinatarios de la misma: posee un estatus superior, ejerce una
presión explícita (ordenando realizar comportamientos que los sujetos no ha­
rían por sí mismos) y controla constantemente el cumplimiento de las órdenes
(sancionando la resistencia a las mismas).
114 F. Gil y M. García Sáiz

Sin embargo, el tema de la obediencia ha sido menos estudiado que la


conformidad posiblemente por los problemas éticos que conllevan los estudios
realizados.

3.1. Estudios de Milgram sobre obediencia a la autoridad

Los clásicos estudios realizados por Milgram (1974), fueron concebidos


bajo la idea de establecer determinadas condiciones en las que un sujeto apli­
caría descargas eléctricas a otro siguiendo (obedeciendo) las órdenes de una
autoridad. Las conclusiones generales extraídas de la serie de experimentos
que este autor llevó a cabo fueron los siguientes:

— Proximidad (física y emocional) de la víctima. La obediencia de órde­


nes disminuye a medida que la víctima está más cercana al sujeto. Parece más
fácil causar daño a alguien que está a distancia o es despersonalizado.
— Poder de la autoridad. Se da más obediencia cuando la autoridad está
presente, así como cuando es percibida como legítima (no alguien que actúa
en su nombre), si bien no es necesario que represente a una institución de
prestigio para obtenerla. Asimismo, se produce obediencia tanto para infligir
daño a la víctima (incluso aunque ésta sea otra autoridad) como para no
hacerlo. Sin embargo, ante dos fuentes de autoridad que se contradicen la
obediencia es prácticamente nula.
— Efectos del grupo. La rebeldía de otros sujetos del mismo estatus hace
disminuir la obediencia a la autoridad, mientras que la presencia de un igual
obediente la incrementa.

La obediencia a las órdenes de una autoridad destinadas a infligir daño a


alguien (hecho confirmado de forma general en diferentes países y culturas)
tiende a disminuir a medida que los sujetos se sienten responsables del sufri­
miento de las víctimas.
Lo sorprendente de muchos de los resultados obtenidos llevó a plantearse que, o
bien los sujetos que intervenían en las investigaciones sabían que no estaban causan­
do daño a las víctimas, o bien disfrutaban haciéndolo. Ambos extremos quedaron
desmentidos tanto por el hecho de que tales sujetos solían mostrar señales de ten­
sión, como por la circunstancia de que se trataba de personas muy distintas (en
cuanto a edad, profesión, nivel socioeconómico, etc.) y que, a pesar de tales diferen­
cias, daban respuestas muy similares. Se enfatizó entonces la necesidad de conside­
rar en. medidsAo?, fostocex ^\3&cÁonaíi£s ei\Ya ex^acación deV comportamiento
de los sujetos, si bien algunos estudios recientes vuelven a reclamar el protagonismo
para los factores personales (véase, por ejemplo, Blass, 199IV
De. cviak^iieY m odo, 'j a. diferencia de \o que sucede con la conformidad
(influencia mauritana), e, imomcvóxv
sujetos no suelen admitir explícitamente que sus respuestas han sido influidas
por los demás, con respecto a la obediencia los sujetos admiten abiertamente
haber seguido las órdenes de la autoridad.
Los procesos de influencia social en el grupo 115

3.2. Consecuencias de la obediencia

— Desde él punto de vista del subordinado. Los subordinados obedientes sue­


len ser recompensados, y los que no lo son recibirán su correspondiente castigo
(bien en forma de pérdida de privilegios, de libertad, bien en forma física, etc.).
Por otra parte, si la autoridad es experta, la obediencia a la misma permitirá al
sujeto dar una respuesta objetivamente correcta, cosa que no ocurrirá si aquella
es incompetente. Ahora bien, en determinadas ocasiones, puede resultar más po­
sitivo desafiar a la autoridad, dándose el caso de que determinadas autoridades
valoran positivamente a los subordinados que les contestan alguna orden.
— Desde el p un to de vista de la autoridad. El hecho de que alguien vea
sus órdenes obedecidas puede aumentar su eficacia; asimismo, refuerza su
auto-imagen de persona poderosa. Sin embargo, será considerada responsable
de las acciones inadecuadas de sus subordinados.
— Desde el punto de vista del grupo al que pertenecen autoridad y subordina­
do. La obediencia puede facilitar que el grupo logre sus objetivos, pero puede
volverse en contra cuando los subordinados llevan a cabo acciones inadecuadas
y/o no son capaces de distinguir entre órdenes apropiadas e inapropiadas.

En la actualidad, algunos estudios abordan la obediencia (a órdenes desti­


nadas a causar daño) desde el punto de vista de sujetos que desempeñan roles
institucionales como policías, militares, etc. (p. ej., Gibson, 1991).

4. Desindividuación

El término fue originalmente acuñado por Festinger et al. (1952) en refe­


rencia a la pérdida del sentido de individualidad que los sujetos sufren al
encontrarse sumergidos en el grupo. El sujeto se hace indistinguible de su me­
dio ambiente más inmediato (los demás miembros del grupo) y en consecuen­
cia su conducta se transforma.
El modelo teórico de desindividuación (Zimbardo, 1969) consta de tres
componentes: 1) condiciones antecedentes (anonimato, responsabilidad dilui­
da, presencia de un grupo, sobrecarga de estimulación, etc.); 2) un estado
ru ern o de desindividuación (se reduce la autoobservación, la autoevaluación y
fei aprensión a la evaluación social); y 3) un conjunto de conductas resultantes
conductas impulsivas, autorreforzantes, que no responden a estímulos discri-
~ínativos externos habituales, ni a grupos de referencia distantes, etc.). Las
investigaciones no han prestado un apoyo empírico incondicional al modelo y
a. sus componentes. El anonimato, por ejemplo, puede tanto aumentar la agre-
srridad, como reducirla, o resultar indiferente a la misma.
Respecto a la presencia del grupo (una de las condiciones antecedentes), el
aspecto que resultó más investigado fue el tamaño del mismo, estableciendo
ana relación positiva entre el número de personas y las conductas desindivi-
c-3-cas. Un análisis de linchamientos públicos (Mullen, 1986) confirma esa
cesación; las atrocidades aumentaban en la medida que descendía la ratio en­
116 F. Gil y M. García Sáiz

tre las víctimas y el tamaño de la multitud; efecto éste que ha sido confirmado
respecto a la realización de actos atípicos. A la presencia del grupo y al au­
mento de su tamaño se le adscriben ciertos efectos, como son acrecentar el
anonimato, diluir la responsabilidad, provocar contagio (hay más gente pre­
sente que facilita la comunicación y provee modelos conductuales), incremen­
tar el nivel de activación, reducir la autoconsciencia (Diener, 1980), autorre-
forzar el placer y robustecer los sentimientos (Orive, 1984) y catalizar las con­
ductas orientándolas a objetivos específicos. i
Estos efectos se incrementan si la presencia de los grupos se combina con
otras condiciones facilitadoras, como realizar actividades estimulantes (p. ej.
cantar en grupo) o actuar de forma totalmente anónima. Un análisis de multi­
tudes que presenciaban a personas que querían tirarse al vacío (Mann, 1981),
mostró que, si la aglomeración era grande y la noche aseguraba el anonimato,
la multitud animaba al suicida en su intención. La transgresión de las normas
es mayor cuando las personas están en grupo y a la vez no pueden ser identi­
ficadas (Diener et al., 1976). Pero también se han obtenido resultados incon­
sistentes, por lo que, más que el anonimato o el tamaño, se ha considerado la
autoconsciencia como el factor crítico que conduce a la desindividuación (Die­
ner, 1980; Prentice-Dunn y Rogers, 1982). Al aumentar ésta disminuyen las
conductas antisociales (como hacer trampas), y al disminuir pueden producir­
se conductas depravadas y brutales (como las señaladas en los linchamientos).
Sin embargo, la reducción de la autoconsciencia no parece explicar todos
los casos. Resulta fundamental la presencia de claves ambientales y la interpre­
tación que el sujeto hace de las mismas. Si están presentes señales prosocia-
les, los sujetos desindividuados pueden actuar de forma altruista. Llevar un
uniforme de enfermera o cubrir la cara con una capucha (como los miembros
del conocido grupo Ku Klux Klan) produce diferencias sustanciales en el cas­
tigo aplicado a las víctimas (Johnson y Downing, 1979). La reducción de la
autoconsciencia hace que se responda según las claves ambientales, ya sean
éstas positivas o negativas.
Otra explicación alternativa (teoría de la norma emergente, Tumer y Kil-
liam, 1972) explica las conductas extremas, no por la pérdida de inhibiciones
y una menor conformidad a las normas, sino debido a un mayor cumplimien­
to de normas específicas desarrolladas por los gmpos en cada situación (nor­
ma emergente); de forma que lo que cambia no es el control normativo, sino
las normas. Los sujetos es más probable que se conformen a la norma emer­
gente cuando son fácilmente identificables por los miembros de su gmpo. En
este sentido, el anonimato puede tener el efecto contrario: si la norma del
gm po favorece la conducta agresiva, el anonimato relajaría el cumplimiento
de esta norma. Los procesos gmpales, por su parte, pueden reforzar la orien­
tación normativa dominante, otorgándole valor de legítima y apropiada.
Las conductas desindividuadas pueden ser consideradas, por otra parte,
no com o actos desindividuados, sino como medios para restablecer la identi­
dad individual (Dipboye, 1977) o social (comportamiento común que permita
lograr distintividad respecto a la sociedad).
Aunque hay pmebas confirmatorias de los distintos modelos (p. ej., Mann
et al., 1982), el alcance de los mismos se ve mediatizado por las distintas
Los procesos de influencia social en el grupo 117

condiciones. Así, la teoría de la norma emergente podría resultar más adecua­


da que el modelo de desindividuación cuando se hace patente una fuerte iden­
tidad grupal, como en el caso de conflicto y agresión intergrupal (Barón et al.,
1992). Por su parte, desindividuación e identidad pueden integrarse, si se tiene
en cuenta la duración del estado de desindividuación y los estados afectivos
que acompañan al mismo (Huid, 1985).
Quedan aún pendientes varias cuestiones para resolver, entre ellas profun­
dizar en los procesos grupales, más allá de la mera consideración de su tamaño.

5. Polarización

Los resultados obtenidos por Stoner (1961), los cuales venían a confirmar
que los grupos tendían a tomar decisiones más arriesgadas que los individuos,
supusieron todo un hito en la disciplina fundamentalmente por dos cuestiones:
por una parte, modificaron la idea predominante en Psicología Social hasta ese
momento según la cual se consideraba que los grupos eran más moderados que
los individuos. Dicha idea se basaba en estudios anteriores de gran relevancia
(llevados a cabo por Allport, Asch, Sherif, etc.), que mostraban que el grupo
amortiguaba y hacía coincidir los juicios extremos de sus miembros (Jiménez
Burillo, 1981). Asimismo, abrieron un importante área de investigación bajo lo
que se dio en llamar desde ese momento cam bio o tendencia al riesgo.
Utilizando el Choice Dilemma Questionnaire (CDQ) —que presentaba si­
tuaciones ficticias a los sujetos en las que un personaje debía optar entre
varias alternativas que implicaban diferentes grados de riesgo—, Stoner com ­
probó que los individuos, tras una discusión grupal (y tanto por unanimidad
como por mayoría), tomaban decisiones más arriesgadas que las que habían
tomado individualmente de forma previa a dicha discusión; lo mismo sucedía,
además, si volvían a emitir a posteriori, e individualmente, sus decisiones. Al
hilo de estos hallazgos, se realizaron numerosas investigaciones que venían a
corroborar dichos resultados con diversos tipos de juicios, problemas, etc., así
como con poblaciones de distintas nacionalidades, edades y ocupaciones
(Myers, 1991; Barón et al., 1992). Al mismo tiempo, y para dar cuenta de tal
fenómeno, se ofrecieron diversas explicaciones que buscaban la causa en fac­
tores tales com o la difusión de responsabilidad, el riesgo co m o valor cultural, la
familiaridad de la tarea, la m ayor influencia de determinados sujetos más arries­
gados, etc. (véase Jiménez Burillo, 1981; Arce, 1985).
Sin embargo, paulatinamente se empezó a encontrar que el cam bio hacia
el riesgo no era un fenómeno tan universal como se pensó inicialmente, puesto
que en muchos casos los grupos no sólo no eran más arriesgados sino que
resultaban ser más prudentes en sus decisiones. Esto llevó a considerar que
tal fenómeno formaba parte de otro más general que, más que favorecer una
tendencia al riesgo, lo que hacía era realzar los puntos de vista predominantes
inicialmente. Así, se propuso el término polarización grupal (Doise, 1969, 1971;
Moscovici y Zavalloni, 1969), según el cual, los grupos son más extremos pero
en la dirección hacia la que tendían previamente (arriesgada o conservadora).
118 F. Gil y M. García Sáiz

Esto es, «la respuesta media de los miembros tiende a ser más extrema des­
pués de la interacción grupal en la misma dirección que la respuesta media
antes de la interacción» (Tumer, 1991, p. 49). Además, como señala este au­
tor, la polarización parece ser un fenómeno bastante general; puede darse en
diversidad de temas (estereotipos, impresiones interpersonales, negociaciones,
decisiones en jurados, etc. —véase Lamm y Myers, 1978; Morales, 1985— ) y
contextos (naturales y de laboratorio).

5.1. Aspectos empíricos y conceptuales

La investigación típica sobre polarización grupal, si bien puede variar en el


tema tratado y el tipo de escala utilizada, comprende tres fases fundamentales:

1. Fase pre-test: se miden los puntos de vista iniciales de los miembros


del gm po sobre un tema a nivel individual; se obtiene una media grupal pre-
test en la escala utilizada.
2. Fase de consenso grupal. los sujetos establecen una discusión grupal en
busca de un consenso; se obtiene la puntuación grupal correspondiente que se
situará en un punto determinado de la escala empleada.
3. Fase post-test: se miden de nuevo los puntos de vista individuales de
los miembros; se obtiene una media grupal post-test en la escala utilizada.

El hecho de que la puntuación del consenso y la media post-test tiendan a


ser más extremas que la media pre-test, aunque en la misma dirección, es lo
que refleja que se ha producido polarización grupal.
Para que se produzca este fenómeno parece necesario que haya una ten­
dencia inicial dominante, esto es, que los miembros del gmpo coincidan bási­
camente, en líneas generales al menos, en su posición con respecto al tema de
que se trate. Y esto es así puesto que la polarización gmpal representa la
intensificación de una preferencia gmpal previa (Barón et al., 1992).
Conviene, no obstante, establecer ciertas precisiones (Morales, 1985):

— Si bien la polarización implica una extremización, no es lo mismo.


«Se dice que un gmpo se ha polarizado cuando en el consenso se acerca más
al polo de la escala que era ya dominante en el preconsenso. En cambio, se
dice que la posición de un gmpo se ha extremado cuando en el consenso está
más cerca de un polo de la escala que en el preconsenso» (p. 13). La polariza­
ción implica un cambio en la dirección de una tendencia predominante, mien­
tras que la extremización implica un cambio en cualquier dirección.
— La extremización del gmpo no implica una extremización de todos
sus individuos, hecho que suele quedar enmascarado.
— Aunque los resultados finales ofrecidos por \as escalas utilizadas
muestran, la respuesta predominante, ello no quiere decir que no liava res­
puestas concretas que se sitúen en el punto neutro de Ya. escaXa. o \ne\uso
vayan en. sentido contrario a aqvieMa.
Los procesos de influencia social en el gmpo 119

Las explicaciones de la polarización giran en tom o a diversos modelos


(Tumer, 1991; Barón et al., 1992):

— Influencia normativa e influencia informativa. Como ya se comentó


anteriormente, la influencia normativa conlleva un proceso de comparación
social (Festinger, 1954) según el cual las personas comparamos nuestras opi­
niones y capacidades con las de los demás con objeto de evaluarlas; asimismo,
y puesto que deseamos ser percibidos favorablemente por los demás y tener
una atoimagen positiva, tendemos a dar una imagen más correcta (en el senti­
do de adecuación a la norma) que los demás. Durante la discusión el sujeto, al
comprobar que los otros miembros del gmpo están más cerca de la opción
más valorada, extrema su postura en la misma dirección con el fin de desta­
car positivamente con respecto al resto de los sujetos.
En lo que respecta a la influencia informativa, se parte de la base de que
durante la discusión gmpal se aportan numerosos argumentos, la mayor parte
de los cuales están en consonancia con la postura mayoritariamente defendi­
da; este hecho implicará dos cuestiones: los sujetos verán reforzada su postura
si los argumentos expuestos coinciden con los que ellos ya habían tenido en
cuenta; y la aparición de argumentos no considerados previamente por el su­
jeto facilitará que éste extreme su postura. Se entiende, por tanto, que lo que
provoca la polarización no son las posturas que transmiten los sujetos, sino
los argumentos que emplean para defenderlas. Se da un proceso de persua­
sión mutua entre los miembros del gmpo, donde tiene un papel primordial la
cantidad de argumentos que se expongan en favor de una postura y otra, la
calidad de los mismos y su grado de novedad. En este sentido, parece que el
gmpo polarizará hacia el polo dominante ya que éste tiende a producir más
argumentos, mejores y más novedosos.
Isenberg (1986) destaca la importancia del efecto conjunto de la influen­
cia normativa y la informativa; ahora bien, el grado de contribución de cada
uno de los tipos de influencia a la polarización variará en función de diversos
factores: predominará la influencia normativa cuando se trata de valores, gus­
tos y preferencias, cuando la tarea de decisión implica fuertemente al self,
cuando la situación es ambigua, y cuando prevalece la identidad gmpal sobre
la individual de los miembros. La influencia informativa resultará en cambio
más probable en grupos centrados en la realización de alguna tarea concreta.
— Muestreo de información-. Si bien se acepta la idea de que los argu­
mentos de mejor calidad y más novedosos son los que generan un mayor
índice de polarización, se ha puesto de manifiesto que no es tan habitual que
surjan argumentos nuevos en una discusión (Stasser y Titus, 1985). De hecho,
parece haber una fuerte tendencia entre los miembros del gm po a discutir
principalmente la información que comparten en común (sobre todo cuando
la información compartida apoya las preferencias iniciales de los miembros
del gmpo), dejando de lado elementos de información conocidos sólo por
unos pocos, y que podrían modificar la elección gmpal. Esto supone un mues­
treo sesgado de la información.
— Autocategorización y normas prototípicas del grupo. Se basa en la idea
de que los sujetos se conforman con una norma gmpal compartida que resulta
120 F. Gil y M. García Sáiz

ser la posición prototípica del grupo (no un promedio en el pre-test). El prototi­


po es la posición que mejor define lo que tiene en común el grupo al comparar­
se con otros grupos relevantes; de este modo, un sujeto será más prototípico
cuanto menos se diferencie de los miembros de su grupo y más de los de otros
grupos. Las personas llevan a cabo comparaciones sociales para comprobar las
diferencias inter e intragrupo, y determinar así lo que les caracteriza como gru­
po distinto y lo que tienen en común. Esta norma valida sus ideas y argumen­
tos, y garantiza que la información favorable a la tendencia dominante será
percibida como más persuasiva. Este enfoque, por tanto, integra procesos de
influencia social comparativa, normativa e informativa (Tumer, 1991).

En definitiva, como señala Morales (1985), la polarización es un fenóme­


no de gran relevancia: 1) a nivel teórico, porque pone de manifiesto uno de los
mecanismos de influencia del gmpo pequeño sobre las actitudes de sus miem­
bros, sienta las bases para la explicación del pensam iento gmpal, muestra las
limitaciones de la denominada tendencia grupal al riesgo, y permite estudiar
fenómenos relevantes en Psicología Social; 2) a nivel social, porque da explica­
ción al aumento de diferencias entre gmpos antagónicos en situaciones de
controversia que estimulan la discusión intragmpal o en situaciones de nego­
ciación y conflicto, y esto en diferentes contextos y con distintos tipos de
gmpos.
Los principales problemas que habrá que abordar en investigaciones futu­
ras son la distinción entre polarización gmpal e individual (no siempre se ha
tenido en cuenta y es importante, ya que una puede producirse sin la otra), la
falta de integración teórica de las explicaciones desarrolladas y la escasez de
estudios en contextos reales que vengan a confirmar los resultados obtenidos
en laboratorio (Barón et a l, 1992).

6. Pensamiento grupal

Las tomas de decisiones gmpales pueden verse seriamente afectadas por


lo que puede considerarse un proceso extremo de polarización, y que ha sido
caracterizado com o supuesta patología, el pensam iento grupal. Puede afectar a
decisiones reales, que tratan asuntos de gran trascendencia y en las que to­
man parte personas muy cualificadas; hay ejemplos de decisiones políticas y
militares históricas que se saldaron con rotundos fracasos (Janis, 1972; Janis y
Mann, 1977). En tales situaciones los gmpos adoptan una forma de pensar
particular, caracterizada por la búsqueda de convergencia y la supresión de
cualquier forma de evaluación objetiva de las alternativas de actuación.
El modelo explicativo propuesto (Janis, 1982) parte de un conjunto de co n ­
diciones previas (relativas al propio gmpo, la organización y el contexto situacio-
nal), que llevan a la búsqueda de convergencia (pensamiento gmpal), dando lu­
gar a un conjunto de síntomas (sobreestimación del gmpo, mentalidad cerrada y
presiones para la uniformidad) y a la adopción de decisiones equivocadas. Dos
hechos constituyen las principales presiones a la conformidad: el que los gmpos
Los procesos de influencia social en el grupo 121

estén cohesionados (lo que les hace respetados y atrayentes, y desanima cual­
quier intento de desviación por el impacto que puede tener el rechazo) y el estilo
directivo adoptado por el líder (que desde el inicio defiende una forma particular
de actuación, la cual puede convertirse en norma dominante). Como resultado
se produce una ilusión de consenso que nadie intenta romper (cada cual guarda
para sí sus dudas, considerando a los demás personas poderosas y juiciosas), ya
que permite que el grupo resuelva un problema amenazante (reduce la incerti-
dumbre y el estrés personal —Callaway et a l, 1985—), a la vez que permite que
los sujetos sigan formando parte del grupo y conserven su prestigio.
Los escasos experimentos de laboratorio realizados, han prestado un apoyo
empírico limitado al modelo. Se ha probado que ejercer un liderazgo directivo
produce una baja calidad de las discusiones como las que predice el modelo
(Flowers, 1977), pero no se ha obtenido el mismo efecto cuando los grupos po­
seen elevada cohesión. En cualquier caso es difícil que los estudios de laboratorio
lleguen a reproducir el nivel intenso de sentimientos internos que caracteriza a
estos grupos (Leana, 1985). Los análisis de contenido realizados sobre decisiones
históricas, en base a documentos y declaraciones públicas de los propios protago­
nistas, han sido objeto de una singular controversia (ver p. ej. Hereck et a l, 1989,
sobre la crisis de los misiles cubanos): algunas decisiones políticas que Janis
confirmó como resultado del pensamiento grupal, han sido puestas en tela de
juicio, si bien otras muchas han sido confirmadas (Tetlock et a l, 1992). Los resul­
tados de los análisis de contenido en su conjunto no prestan un apoyo incondi­
cional al modelo, pero sí a muchos de sus componentes. Se ha confirmado la
presencia de síntomas de polarización grupal: las percepciones, por ejemplo, de
aquellas personas que participaron en decisiones sujetas a pensamiento grupal,
eran mucho más simplistas (Tetlock, 1979), apreciándose una correlación negati­
va entre el número de síntomas de polarización grupal de las decisiones y calidad
de las mismas (Herek et a l, 1987). Por otra parte, se han confirmado como
importantes predictores del pensamiento grupal algunas de las condiciones pre­
vias, como la homogeneidad entre los sujetos del grupo, el aislamiento del grupo
de influencias externas (McCauley, 1989), y el liderazgo directivo (y más concre­
tamente la imposición que el líder hace desde el principio de su punto de vista);
en cambio otras condiciones, como el estrés situacional y la cohesión del grupo
(Tetlock et a l, 1992), no han sido confirmadas. No obstante, más importante que
la cohesión en sí misma (los sujetos en grupos cohesionados pueden tener liber­
tad para disentir), parece ser el deseo de cohesión (Steiner, 1982), basado en el
deseo de alcanzar un sentimiento grupal, o de ser aceptados o aprobados.
Esta última observación remite la explicación de este fenómeno a proce­
sos de influencia social, como la confonnidad, y especialmente la polarización
grupal, y tiene como manifestación más patente determinadas tendencias que
se observan en gmpos de toma de decisión y solución de problemas, como es
la búsqueda de convergencia en un solución única, la aplicación de autocen­
suras, la realización de discusiones tendenciosas, la planificación a partir de
información sesgada, el empleo de argumentos unilaterales, etc.
El pensamiento gmpal puede prevenirse, para lo que Janis (Janis, 1982;
ver también McCauley, 1989) propone un conjunto de medidas, com o son:
informar a los miembros del gmpo sobre las causas y consecuencias del pen­
122 F. Gil y M. García Sáiz

samiento grupal, adopción de un comportamiento imparcial por parte del lí­


der, desarrollo de actitud crítica, subdivisión del grupo y trabajo por separado
sobre el mismo tema, etc. Un importante apoyo a estas medidas, e indirecta­
mente a todo el modelo, puede venir de la propuesta que sugiere el propio
autor de realizar programas de formación anti-pensamiento grupal a directivos
y evaluar los resultados.

7. Facilitación social

Los descubrimientos de Triplett en 1898 constituyeron el principal ante­


cedente de lo que se ha denominado facilitación social. Los resultados obteni­
dos llamaban la atención por diversos motivos (Myers, 1991): el interés pare­
cía centrarse en cómo la mera presencia de otros afectaba al comportamiento
de los sujetos, ya que los grupos estudiados no tenían historia, normas ni
estructura, y la interacción y cooperación eran mínimas. Además, se producía
el mismo efecto en diferentes especies (perros, hormigas, aves diversas, etc.) y,
en cuanto a los humanos, se daba en tareas muy diversas (tareas motrices
simples, carreras, asociaciones de palabras, resolución de problemas matemá­
ticos, etc.). Tales factores hacían pensar que se trataba de un fenómeno social
muy extendido, si bien otra serie de resultados obtenidos por la misma época
reflejaba que el rendimiento en presencia de otros congéneres empeoraba.
Estudios con tareas tan dispares como memorizar sílabas sin sentido, recorrer
laberintos o solucionar problemas que implicaban cálculos complejos mostra­
ban una disminución del rendimiento de los sujetos en presencia de otros;
algo parecido ocurría con otras especies (cucarachas y diversos tipos de aves
al recorrer un laberinto de laboratorio).
Dado lo contradictorio de estos resultados y la falta de un progreso teórico
que diera cuenta de los mismos, el interés sobre el tema decayó a finales de los
treinta y principios de los cuarenta. Sin embargo, fue Zajonc (1965) quien abrió
de nuevo una via investigadora sobre el tema explicitando una distinción que
había permanecido implícita hasta ese momento en los diversos estudios reali­
zados (actuación en presencia de otros y co-actuación con otros sujetos), y pro­
poniendo una explicación al fenómeno basada en la mera presencia de otros. En
concreto, este autor propuso que la presencia de otros congéneres activa proce­
sos de facilitación/inhibición social; señaló que cuando estamos ante otros, ya
sean co-actores o espectadores, estamos más alerta, físicamente excitados y mo­
tivados, por lo que ponemos más empeño en las tareas que estamos realizando.
Este aumento en el nivel general del impulso o activación incrementa la emisión
de respuestas dominantes, que son las acciones que con mayor probabilidad
emitirán los sujetos en una situación dada. En este sentido, señala que cuando
los sujetos realizan tareas bien aprendidas o fáciles para ellos, en las que las
respuestas dominantes son las correctas, el aumento de activación (producido
por la presencia de otros') mejorará su rendimiento (facilitación social); por con­
tra, éste empeorará (inhibición social) cuando aborden tareas difíciles o que no
hayan aprendido bien, pues en tal caso las respuestas dominantes no son co­
Los procesos de influencia social en el gmpo 123

rrectas. Esta distinción da coherencia a los resultados aparentemente contradic­


torios de los estudios iniciales sobre el tema.
Esta teoría se constituyó en el punto de partida de numerosos experimen­
tos y desarrollos teóricos; estos últimos podrían resumirse en (Guerin, 1993):

1. Teorías del impulso/activación. Entre las que se incluye la Teoría de la


mera presencia de Zajonc (1965), la cual originó otras que giraban en tomo a la
misma idea pero que ofrecían algunas variantes. Por ejemplo, la Teoría de la
aprensión a la evaluación (Cottrell, 1972), a diferencia de la anterior, señala que
la activación es una respuesta aprendida (no innata) a la presencia de otros; así,
la presencia de congéneres incrementa la activación puesto que, a través del
aprendizaje, éstos han sido asociados con la evaluación del rendimiento y, a su
vez, con la obtención de resultados positivos o recompensas, o bien con resulta­
dos negativos o castigos; se produce, por tanto, una aprensión ante la evaluación
por parte de los demás que generará la activación (y por tanto la emisión de
respuestas dominantes). Por otra parte, la Teoría del control/alerta (Guerin e In-
nes, 1982) señala que la presencia de otros genera un control de su comporta­
miento con el fin de valorar su grado de familiaridad, la posibilidad de amenaza
que representa y las interacciones posibles; de este modo, aquellos que estén
cercanos, sean claramente amenazantes, no familiares o muestren un comporta­
miento incierto, requerirán más control. Cuanto más predecible sea el compor­
tamiento de los demás, menos atención requerirán; la incertidumbre puede me­
diar en la reacción de activación ante la presencia de otros. Por tanto, a diferen­
cia de lo que postula Zajonc, no toda mera presencia provoca activación.
2. Teorías de la conformidad social. Comparten la idea de que sin dirigir el
comportamiento de los sujetos de manera explícita, la presencia de otros puede
incrementar la consciencia del valor social que tienen ciertos patrones, determi­
nados comportamientos, y las consecuencias sociales de los mismos; este au­
mento de la consciencia puede llevar a un incremento de la conformidad a esos
patrones. La Teoría de ¡a aprensión a la evaluación (Cottrell, 1972; etc.), anterior­
mente comentada, tiene implicaciones relacionadas con estos aspectos, ya que
no habría aprensión a la evaluación si no se esperara de los sujetos que se
conformaran a determinados patrones. Según la Teoría de la auto-consciencia
objetiva (Duval y Wicklund, 1972; etc.), la facilitación social se produce porque
la audiencia o co-actores aumentan la auto-consciencia de los sujetos; este au­
mento de la auto-consciencia, por medio de la comparación entre su actuación
y algún patrón idealizado, hace que los sujetos se hagan más conscientes de
las diferencias entre ambos e intenten mejorar su actuación. De acuerdo con las
Teorías de la autopresentación , la presencia de otros afecta a la actuación de los
sujetos incrementando sus deseos de dar una imagen positiva de sí mismos a
los demás; esto sugiere que los sujetos se conforman para evitar evaluaciones
negativas (Bond, 1982). Otros enfoques están basados en el Modelo de sistemas
j e control, en el Análisis conductual, etc.
3. Teorías cognitivas. Se basan en la concepción de que el organismo re­
caba información de su entorno, la transforma de modos diferentes, almacena
parte de ella para utilizarla en el futuro, y actúa en base a la información
previamente procesada. Entre ellas destacan las que se centran en la distrae-
124 F. Gil y M. García Sáiz

ción física (la presencia de otros puede hacer que se les observe, por lo que se
reduce el tiempo dedicado a la actividad en curso), distracción cognitiva (la
presencia de otros puede constituir un complejo fenómeno que requiera pro­
cesamiento de información sobre esa persona para evaluar la posible amena­
za, anticipar evaluación, preparar la respuesta..., restando así tiempo para la
tarea), distracción-conflicto (en presencia de otros se da un conflicto entre
prestarles atención a ellos o a la tarea; este conflicto de atención incrementará
su activación y, en consecuencia, la emisión de respuestas dominantes), acti­
vación-atención (un aumento en la activación implica una reducción en el
número de señales atendidas). Otros desarrollos relevantes son el M odelo aten-
cional de Manstead y Semin — 1980— (las tareas sencillas se realizan de for­
ma rutinaria y por debajo del punto óptimo; cuando hay una interrupción o
una audiencia evaluadora, el procesamiento controlado sustituye al automá­
tico y la actuación mejora; con tareas complejas, las demandas atencionales
son altas, por lo que la interrupción de la audiencia acentúa las demandas e
inhibe la actuación), el enfoque del Procesamiento de inform ación de Blank
— 1979— (el incremento de activación conlleva un filtraje inicial de los estí­
mulos y una capacidad limitada de trabajo), etc.

De todo lo anterior podría resumirse lo siguiente (Guerin, 1993): hay al


menos dos fenómenos generales de facilitación social que pueden ser referidos
de distintos modos y que pueden abarcar todos los resultados: alerta y confor­
midad social; un examen detenido muestra que las teorías tienen supuestos si­
milares, la mayoría pueden dar explicación de los datos disponibles, y cuando se
trata de predecir los comportamientos en una situación de facilitación social
hacen sugerencias similares; la teorización específica a la facilitación social po­
dría ser incluida en una teoría psicológica general. Por todo ello, el método
tradicional de estudio de la facilitación social parece no ser ya suficiente; es
necesario desarrollar diversos enfoques para la evaluación de las situaciones de
facilitación social, en lugar de poner a prueba mini-teorías que hacen prediccio­
nes similares.
En cualquier caso, el tema sigue siendo objeto de atención en la actuali­
dad, com o lo demuestran estudios recientes (De Castro, 1991; Geen, 1991;
Littlepage et al., 1991; Pick et al., 1991; De Castro y Brewer, 1992; etc.).

8. Reducción de la motivación grupal: holgazanería social

Una manifestación especial de la influencia social en los grupos consiste


en la reducción de la motivación de sus miembros en su contribución a los
objetivos grupales. Esto puede ocurrir cuando (Barón et al., 1992) uno o va­
rios miembros consideran que es difícil identificar y evaluar su contribución
(jholgazanería social ), o cuando piensan que otros miembros del grupo deben
hacer necesariamente el trabajo (efecto free riding) o cuando creen que los
demás no hacen lo que les corresponde (consecuencia de inequidad).
El estudio de estos fenómenos se retrotrae a los primeros experimentos
Los procesos de influencia social en el grupo 125

psicosociales (Ringelmann, 1913 —citado por Kravitz y Martin, 1986—) y se


relaciona con el fenómeno de la facilitación social. Posteriormente, los estu­
dios de Ingham et al. (1974) y Latané el al. (1979) dieron pie a la suposición
de que los grupos pueden resultar desmotivantes de forma generalizada. Re­
sulta sorprendente que no se haya intentado hasta épocas recientes analizar la
naturaleza de fenómenos aparentemente contradictorios (Sanna, 1992). Ac­
tualmente puede asegurarse que la reducción de la motivación grupal se des­
prende de principios psicológicos bien entendidos, se produce de forma limi­
tada y puede ser corregida de forma efectiva (Barón et a l, 1992).
Por holgazanería social se entiende la reducción del esfuerzo individual
cuando los sujetos son responsables de forma colectiva de la realización de
una tarea (Harcy y Latané, 1988). Algunos investigadores (Harkins, 1987; Har-
kins y Szymanski, 1989) al definir este concepto incluyen su causa: la reduc­
ción de la identificación y de la evaluación del esfuerzo individual. Aun siendo
ésta su razón principal, la holgazanería social no debe definirse en términos
que excluyan otras razones (como es el caso de que la contribución resulte
redundante o dispensable) , por lo que parece más adecuado definirla como la
reducción del esfuerzo al trabajar colectivamente y en comparación con el
trabajo individual en la misma tarea (Williams y Karau, 1991).
Existe una amplia evidencia de este fenómeno en la realización de tareas,
no sólo motoras (animar, gritar y aplaudir, tirar de una cuerda, pedalear en
bicicleta-tándem, natación por relevos, etc.), sino también tareas perceptivas o
cognitivas. Réplicas transculturales han confirmado la generalidad del fenó­
meno, incluso en culturas orientales, más centradas en valores grupales. No
obstante el fenómeno de la holgazanería social no es un problema general de
los grupos (no hay nada en ellos inherentemente desmotivante), sino algo que
ocurre en determinadas condiciones.
Algunas razones inicialmente esgrimidas para explicar el fenómeno, han
sido posteriormente rebatidas. Por ejemplo, la dificultad que supone coordinar
los esfuerzos grupales se descartó al proponer tareas que no exigen coordi­
nación (como aplaudir o gritar), o al emplear diferentes estratagemas experi­
mentales; así, en la acción de tirar de la cuerda, el sujeto lo hacía en posición
de cabeza y con los ojos vendados, haciéndole creer que los demás tiraban
detrás (Ingham et al., 1974). Su esfuerzo resultó menor (18 %) cuando creía
estar acompañado, que cuando estaba sólo.
Las investigaciones se han centrado en la posibilidad de que el esfuerzo
individual no pueda ser identificado o evaluado (Kerr y Bruun, 1981; Williams
et a l, 1981), lo que ocurre cuando el grupo realiza tareas aditivas (combina­
ción de las contribuciones de todos los sujetos para conseguir un único pro­
ducto de grupo), o cuando aumenta el tamaño del grupo (en cuyo caso el
esfuerzo se reduce en una proporción negativamente acelerada al tamaño de
aquél). Al identificar el esfuerzo individual, el efecto de la holgazanería decre­
ce e incluso la motivación puede aumentar respecto al esfuerzo que los sujetos
realizan cuando están solos (Williams et al., 1989). El hecho fundamental, no
obstante, no es que el esfuerzo pueda ser identificado, sino que pueda ser
evaluado (Harkins, 1987; Harkins y Szymanski, 1987); en este sentido la moti­
vación del grupo aumenta si los miembros del grupo pueden evaluar el com ­
126 F. Gil y M. García Sáiz

portamiento personal de cualquiera de ellos, o el del grupo en su conjunto (y


no el particular de cada sujeto, Harkins y Szymanski, 1989). La aprensión a la
evaluación hace a los sujetos responsables de su trabajo, impidiendo que la
responsabilidad se diluya (Kerr y Bruun, 1981).
Los efectos de la holgazanería social pueden reducirse o anularse, y la
motivación grupal intensificarse además en las condiciones siguientes: al reali­
zar tareas atractivas (Zaccaro, 1984), que sean implicativas y que resulten in­
trínsecamente interesantes (Brickner et a l, 1986; ver, no obstante, resultados
contrarios obtenidos por Hardy y Latané, 1988); cuando los sujetos conside­
ran su aportación indispensable para el grupo (Harkins y Petty, 1982), piensan
que los demás realizan lo humanamente posible (Kerr y Bruun, 1983) y espe­
ran de ellos un pobre desempeño (Williams y Karau, 1991); y cuando se em­
plean medidas grupales, como: aplicación de recompensas colectivas, estable­
cimiento de compromisos de los sujetos con el grupo, fomento de normas
favorables a la realización de un máximo esfuerzo (como ocurre, por ejemplo,
en equipos deportivos de competición) y desarrollo de fuertes relaciones de
amistad entre los sujetos y de sentimientos de lealtad hacia el grupo (logrando
un equipo fuertemente cohesionado).
Una manifestación particular de holgazanería social es el fenómeno free
riding, que se produce cuando existe la posibilidad de que alguien del grupo,
pueda o deba realizar el trabajo necesario para que el grupo logre sus objeti­
vos, beneficiándose todos los demás de este esfuerzo (Kerr y Bruun, 1983). El
factor crítico es la percepción del sujeto respecto a la medida en que conside­
ra que su esfuerzo es dispensable, lo que depende de factores com o las deman­
das de la tarea (tareas disyuntivas), la estructura grupal (especialmente el ta­
maño) y los recursos de los sujetos (habilidad requerida). Así, es probable que
se produzca una reducción de esfuerzo, tanto en sujetos poco hábiles como
muy hábiles, aunque por razones y ante tareas distintas (los primeros cuando
basta que un sujeto ejecute la acción: tareas disyuntivas, y los segundos cuan­
do todos deben ejecutarla: tareas conjuntivas). Esto resulta más probable
cuando los grupos son grandes (Harkins y Petty, 1982; Kerr y Bruun, 1983).
Este efecto no se da en cambio al realizar tareas aditivas, en las que lo que
cuenta es el esfuerzo de todos.
Los efectos contradictorios entre holgazanería y facilitación social, pueden
explicarse a partir de un mismo principio: la aprensión a la evaluación ante
demandas de tareas diferentes (Barón et al., 1992). La presencia de los demás
reduce en el primer caso la probabilidad de la evaluación (anonimato al reali­
zar tareas colectivas), y la incrementa en el segundo (el sujeto ejecuta su tarea
cuando los demás están presentes). En este sentido la holgazanería sería un
tipo de inversión de la facilitación social. La aprensión a la evaluación permite
también diferenciar entre sí la holgazanería (esconderse en la multitud) y el
fenómeno free riding (esforzarse para nada)', en este último caso, la aprensión
se relaciona con la transgresión de normas básicas (de reciprocidad y equi­
dad). Se han intentado otras explicaciones basadas igualmente en un único
principio explicativo (como las teorías de la autoeficacia: Sanna, 1992; los
modelos cognitivos-motivacionales: Griffith et a l, 1989; etc.).
Los procesos de influencia social en el grupo 127

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6

La eficiencia de los grupos


Pilar González López

1. Introducción

El estudio de los grupos en la Psicología Social ha seguido un camino en


el que pueden observarse diferentes alternativas que, a la vez que han captado
el interés de numerosos investigadores, ha generado altos y bajos en la direc­
ción, extensión e intensidad de su tratamiento. No vamos a detenemos en su
historia de la cual se han ocupado recientemente autores com o Blanco (1985)
o Davis (1992), entre otros.
No es un campo de estudio exclusivo de la Psicología social, si bien «ocupa
un lugar destacado... hasta el punto de que esta disciplina encuentra en él uno
de sus objetos fundamentales» (Morales, 1985, p. 27), pero mostrando a lo largo
de su historia cierta ambivalencia sobre el estudio de los gmpos y concretamen­
te sobre los procesos de gmpo (Jones, 1985). Son muchas las disciplinas que
abordan los fenómenos grupales. «Los pequeños gmpos son estudiados por so­
ciólogos interesados en las propiedades estmcturales de las colectividades, los
científicos políticos examinando las normas formales de voto y la acción políti­
ca, los economistas del bienestar valorando los modelos de elección social, los
investigadores de la comunicación investigando la transmisión interpersonal de
información, y los psicólogos sociales investigando las contribuciones individua­
les y las reacciones a la interacción social» (Davis y Stasson, 1988, pp. 245-246).
Un ejemplo de ello es el Symposium celebrado en el Psychology Department at
Texas A&M University y editado por Worchel, Wood y Simpson (1992).
Este abordaje multidisciplinar de los gmpos pequeños habla claramente
de su importancia y constituye uno de los elementos de «robustez» del estudio
de los gmpos (Levine y Moreland, 1990), pero presenta, por otra parte, un
reverso en que la fragmentación y el desconocimiento por unas disciplinas de
los desarrollos de las otras es moneda común. Con todo, se observa cada vez
mayor interés en los autores por aprovechar las aportaciones provenientes de
otros campos de las ciencias humanas y sociales.
Es cierto que «no todo lo que se ha teorizado e investigado sobre el tema
134 P. González López

grupal cabe enclavarlo dentro de la perspectiva psicosocial; sí es cierto, sin em­


bargo, que es dentro de la Psicología Social donde se han producido los más
numerosos, sistemáticos y coherentes estudios» (Blanco, 1985, p. 71). Se ha de
reconocer que la investigación de los grupos en Psicología Social es amplia y en
muchos casos excelente, pero como señalan algunos autores (cfr. Levine y More-
land, 1990; Samuelson, 1992), esta disciplina no ha sabido conservar su prepon­
derancia y otras disciplinas, como la Psicología de las Organizaciones, «están en
la avanzadilla de la investigación del grupo» especialmente por las implicaciones
que de ello se derivan para la productividad organizacional y porque constituyen
poderosos y eficaces instrumentos de cambio como Lewin (1943) demostró o por
las implicaciones que tienen para tomar decisiones organizacionales.
Con todo, pienso que estamos a tiempo de tomar de un modo más siste­
mático el estudio de los grupos, desde la perspectiva psicosocial y aplicando
sus teorías.

2. Resultados o procesos de grupo

A lo largo de la historia del estudio de los grupos pequeños se pueden


observar claramente dos posturas que responden especialmente a situaciones
temporales y sociales. Steiner (1974) diferencia una situación en que los psicó­
logos sociales se interesan por el estudio de los fenómenos intraindividuales
que correspondería a una sociedad en calma; otra se correspondería con una
sociedad de fuertes contrastes, con grupos en oposición, o que adoptan postu­
ras y direcciones diferenciadas y en la que los investigadores se centran más
en los análisis de grupo, estudiando fenómenos como el liderazgo, la coopera­
ción y la competición, e incluso el mismo grupo se convierte en centro de
estudio (cfr. González, 1993).
Por otra parte, la literatura empírica muestra en un principio una dedica­
ción casi absoluta al estudio de los resultados del grupo, su rendimiento. El
interés se centra más que en la interacción de los miembros del grupo, en la
mera presencia y actividad de los individuos que trabajan o realizan una tarea
en presencia de otros. Lo que interesa en realidad es el estudio de la conducta
individual y el grupo sería el medio en el que se produce esta conducta, no el
objeto directo de estudio.
Los individuos modelan sus conductas dentro de un contexto interactivo,
por lo que es necesario estudiar los procesos que determinan esas conductas
com o fenómenos psicosociales, así como el funcionamiento de esos pequeños
sistemas sociales. Esto lleva a que la investigación se centre, no en los indivi­
duos com o tales, sino en las interacciones de los miembros que ejecutan una
tarea (v.g., M. Shaw, 1932).
Lo que se pretende en esta aproximación al estudio del rendimiento de los
grupos pequeños es identificar cuáles son las propiedades que caracterizan a
estos grupos como tales para poder determinar cuáles son los efectos que sobre
el rendimiento se producen en virtud de las diferencias en estas propiedades.
Una forma de estudiar el grupo más directamente relacionada con los
La eficiencia de los gmpos 135

aspectos psicosociales es la que considera al grupo como una entidad funcio­


na/, interesándose por las interrelaciones existentes entre el grupo com o tal
unidad funcional y los miembros que le componen. Algunos autores (v.g.,
Hackman y Morris, 1975) resaltan la importancia de explorar las relaciones
entre los procesos de grupo y la productividad. No se trata de ver a los indivi­
duos com o partes de un grupo, sino como participantes que forman parte de
un sistema de partes interrelacionadas. Lo cual llevaría, según McGrath
(1984), a considerar a los miembros del grupo no como tales individuos, sino
como portadores y ejecutores de unos roles. «Las partes del sistema no son los
individuos com o tales sino los roles» que los individuos cumplen en un grupo
entendido como sistema de posiciones interrelacionadas y roles. No obstante,
se han de diferenciar «las relaciones particulares de rol que pueden ser signifi­
cativas para describir la estructura de rol de un grupo de trabajo o de un
grupo deportivo. Es posible, no obstante, describir al menos tres dimensiones
principales en términos de las cuales cualquier conjunto de roles puede dife­
renciarse de otro y relacionarse con otro» (McGrath, 1970, p. 73).
McGrath establece estas tres dimensiones de diferencia de rol, añadiendo
una cuarta que no se refiere propiamente a los roles sino a las relaciones que
los miembros desarrollan entre sí como personas:

1) La estructura de trabajo: se refiere a las actividades de la tarea, es


decir, al papel que cada rol juega en la actividad del grupo. Según sea la tarea
del grupo se necesitan diferentes roles (especialización) y que estos roles ac­
túen de modo integrado coordinándose para la ejecución de la tarea. Es de
notar la influencia que la diferenciación y la integración pueden tener sobre la
estructura de comunicación que puede desarrollar el grupo.
2) La estructura de poder: se refiere a la jerarquía de autoridad y de
influencia. Las relaciones de poder, entendido com o la influencia «potencial»
de una persona sobre otra en una situación dada (French y Raven, 1959),
pueden definirse com o la posición de poder que cada rol puede tener en un
grupo, más definido en un grupo formal que en uno informal.
3) La estructura de comunicación: se refiere a los patrones de comunica­
ción formal e informal que se desarrolla en las interacciones de los miembros
del grupo. Habrá que considerar la frecuencia, dirección y contenido de la co­
municación para comprender los posibles patrones de los canales de comunica­
ción que los miembros utilizan cuando realizan una tarea y que pueden influir
la ejecución de la misma (cfr. Glanzer y Glaser, 1961, para una revisión).
4) Estructura de camaradería: se refiere a las relaciones o patrones afec­
tivos que los miembros desarrollan. Además de sus relaciones con los patro­
nes de comunicación, los individuos mantienen relaciones positivas-negativas
afectivas con quienes interactúan; estas relaciones pueden tener consecuencias
importantes para el ajuste en los grupos de tarea entre la estructura afectiva
que desarrolla el grupo y las estructuras de trabajo, de autoridad y de comuni­
cación. Esto sucede de manera especial en las organizaciones en las que pue­
de surgir el conflicto entre las expectativas de rol de una determinada posición
y la estructura de los patrones afectivos que en ella se desarrollan.
136 P. González López

El modelo de McGrath explica los «procesos» interactivos que permiten


entender el funcionamiento y productividad del grupo. Este modelo, como
marco general para el análisis del grupo, considera tres variables de input que
afectan a los grupos en la ejecución de una tarea: características de los miem­
bros, estructura del grupo y características de la tarea y del ambiente. Los
efectos de estas variables se manifiestan en los procesos de interacción que, a
su vez, pueden producir cambios en cualquiera de estas variables.
Conviene resaltar con Davis y Stasson (1988) que, si bien el interés y el
esfuerzo que se está realizando es grande, «no hay progreso evidente sobre el
problema crítico de la teoría adecuada que relacione los índices del proceso
social con el output del grupo o las relaciones de los miembros» (1988, p. 259).

3. La productividad

La investigación del grupo se ha preocupado desde el principio por descu­


brir cuáles son los factores que afectan la ejecución de grupo y, com o conse­
cuencia, la productividad. «Mientras los fenómenos de la cognición social es­
tudiados separadamente han tendido a estar asociados con las relaciones "in­
dividuales” a rasgos del marco social o respuestas personales a uno o pocos de
ellos, el problema de la investigación de nivel de grupo tiende a enfatizar
aquellos fenómenos de interacción asociados íntimamente con la producción
de una respuesta colectiva —una solución de grupo, juicio, decisión o posi­
ción» (Davis y Stasson, 1988, p. 249).
Si consideramos los grupos de tarea en función de la productividad, pri­
mero hemos de definir qué entendemos por tal, ya que no existe una forma
unívoca de entenderla.
La productividad depende de múltiples factores: destrezas y habilidades de
sus componentes, del interés de los miembros por sus metas o los del grupo,
tamaño del mismo, canales de comunicación, normas grupales, sistemas de re­
compensa, etc. Como puntualiza Weiss (1984), «el maridaje de la teoría de la
psicología social y el análisis de la productividad parece natural. Las organiza­
ciones son, ciertamente sistemas sociales, e incluso los economistas han llegado
a afirmar que las funciones de la producción vienen a vivir en el contexto de
las decisiones de grupo, la influencia social, las redes de comunicación, etc.»
(p. 143) y añade que «cada uso no tiene significado aparte de las operacionaliza-
ciones que genera y la utilización de cada operacionalización puede únicamente
ser evaluada en términos del problema al cual se aplica» (p. 146).
Es amplia la diversidad de términos utilizados para referirse a la produc­
tividad: output, rendimiento, ejecución, motivación, eficiencia, efectividad,
producción, calidad de provecho, costo/efectividad, competitividaa, calidad del
trabajo (cfr. Pritchard y Watson, 1992). Esto que sucede cuando se habla de la
productividad en general lo encontramos igualmente al tratar de la productivi­
dad de grupo. De aquí proviene la crítica que Tuttle (1983) hace a los psicólo­
gos organizacionales que confunden productividad con output o ejecución,
equiparando muchas veces productividad con producción o ejecución.
La eficiencia de los gmpos 137

Otros han desarrollado conceptualizaciones más precisas bien en térmi­


nos de eficiencia, es decir, una ratio de los «inputs» con los outputs, bien de
efectividad, o sea, vatios de output relativos a la meta o expectativa del grupo.
«Eficiencia de la ejecución se refiere al output logrado relativo a los inputs, en
relación al nivel de ejecución del output. La efectividad de la ejecución se
refiere al nivel de ejecución (producción, ventas, output) relativo a las metas a
que se aspira de desempeño» (Mahoney, 1988, p. 19).
Pero, como señalan Campbell y Campbell (1988), el argumento de Mahoney
es que «los vatios de productividad, tal como son usados corrientemente, son
legítimos para muchos propósitos comparativos, pero el valor absoluto de la vatio
es de limitado significado. Esto es, no tenemos modo de determinar si un valor
particular para un índice de productividad es bueno o es malo. Cuando estas
cuestiones son trasladadas a términos psicológicos, los temas son la validez de
constructo del índice de productividad y las propiedades del criterio de referencia
de la métrica misma» (1988, p. 83). Se ha de notar con Hackman (1980) que la
efectividad de grupo es variable y claramente específica de la tarea.
Este tipo de conceptualización de la productividad no considera que se
trate de la suma de los desempeños de cada miembro del grupo, sino que se
basa en la interdependencia de los componentes del grupo para conseguir una
meta u objetivo. Lo cual implica que cuando se hacen medidas de la producti­
vidad no es la productividad individual la que se mide, sino que se utiliza una
medida de grupo. Es necesario, com o señala McGrath (1984), que el nivel de
análisis para estudiar los grupos sea el nivel de grupo. La razón de que se
hayan utilizado más medidas individuales que de grupo es una cuestión de
pragmatismo, ya que «es más fácil usar medidas de los individuos que de los
grupos, es más fácil usar tareas simples que complejas, y es más fácil usar
situaciones donde las medidas simples son fácilmente disponibles que desa­
rrollar otras nuevas, más complejas» (Pritchard y Watson, 1992, p. 255).
Abundando en la idea de que la distinción entre efectividad y productividad
es una cuestión debatida y que no está clara, creo oportuna la elaboración de
Tuttle (1983) que intenta ofrecer claridad sobre la cuestión resumiendo la elabo­
ración que se ha hecho de la literatura: «a) La productividad es una dimensión
del concepto más amplio de efectividad; b) la productividad es un concepto
amplio que incluye tanto la eficiencia como la efectividad; c) la productividad y
la efectividad son conceptos separados pero relacionados» (p. 482).

4. Investigación psicosocial sobre la productividad de grupo

Entre los primeros estudios empíricos sistemáticos relativos a la relación


que puede existir entre los procesos de grupo y la productividad podemos
señalar, por ejemplo, el de M. Shaw (1932) en una tarea de solución de pro­
blemas con grupos de cuatro personas que interactúan libremente en puzzles
de palabras. Sin embargo, la idea básica está más en los resultados que en los
procesos mediante los cuales los grupos llegan a los mismos.
El interés de M. Shaw estaba en comprobar la idea, aceptada comúnmen­
138 P. González López

te por la psicología social de aquel tiempo, según la cual, en la solución de


problemas, los grupos son superiores a los individuos. Para ello trata de com ­
probar experimentalmente los comportamientos de los miembros del grupo
para así obtener medidas del proceso, llegando a la conclusión de que es
mejor la ejecución de los grupos que la de los individuos. Esto es atribuido
básicamente a que los grupos se preocupan de detectar los errores para evitar
que las respuestas no sean correctas, con lo que consiguen una mayor preci­
sión en la solución de los problemas (cfr. Davis, 1969, para una revisión).
Sin embargo, cuando la psicología social está aún en sus inicios, ya encon­
tramos estudios que se refieren a la ejecución de los individuos que realizan una
tarea solos o en presencia de otras personas (facilitación social). Así Triplett
(1898), que analiza los efectos de la presencia de otras personas en relación con
la facilitación o entorpecimiento de la ejecución de los individuos en diferentes
tareas, obtiene como resultado que los individuos mejoran su ejecución en pre­
sencia de otros. Se ha demostrado, no obstante, que no siempre mejora la ejecu­
ción en tales circunstancias, por lo que no son generalizables.
De estas primeras investigaciones se derivará más tarde todo un cuerpo
de investigación sobre la facilitación social que trata de explicar este fenóme­
no: por ejemplo, la «mera presencia» de Zajonc (1965) (Drive Theory o f Social
Facilitation), la pereza social (social loafing) con Latané, Williams y Harkins
(1979). Manstead y Semin (1980) intentan explicarla diferenciando procesos
automáticos de procesamiento de la información frente a controlados (cfr.
Weiss, 1984, sobre respuestas rutinizadas).
Un hito en la investigación de los grupos es el trabajo pionero de Lewin
para quien la conducta de los individuos no puede ser entendida sino en tér­
minos de los grupos a los cuales pertenecen. Los grupos, según la teoría del
campo, son entidades que como tales unidades deben ser estudiadas por su
propio derecho. Junto con sus discípulos, Lewin llevó a cabo una amplia e
intensa investigación que unía lo teórico con lo aplicado que se refleja en su
afirmación de que «no hay nada tan práctico como una buena teoría» (1951,
p. 169). Cuestiones como el liderazgo, la dinámica de los grupos, la resistencia
al cambio, la motivación, la práctica participativa, entre otras, forman parte
de su programa de investigación.
La conducta motivada es para Lewin el resultado de fuerzas psicológicas,
con su componente de dirección y energía, que actúan sobre el individuo.
Cuando los niveles de conducta son constantes significa que existe un equili­
brio entre fuerzas opuestas. Las fuerzas que empujan en ambas direcciones
producen un equilibrio cuasi-estacionario que es lo que explica la constancia
relativa que se produce en la conducta.
Si queremos inducir un cambio es necesario modificar la fuerza resultan­
te, mas para evitar que aumente la tensión en el sistema como consecuencia
de esta modificación Lewin considera que la mejor estrategia es reducir las
fuerzas opuestas. Esta reducción tiene un doble efecto: por una parte se redu­
ce la tensión en el sistema y, por otra se aumenta el nivel de ejecución. Un
ejemplo de ello es su trabajo en Harwood Manufactring para evitar la resisten­
cia a los cambios que los trabajadores oponían en situaciones de introducción
'te Ttoesio's demerites ^ consigue sóractfsnax
La eficiencia de los gmpos 139

participación de los trabajadores en los métodos de producción y en la imple-


mentación y evaluación de la participación en la toma de decisiones.
Después del florecimiento del estudio de los grupos que se opera entre
1930 y 1940 se produce desde los años cincuenta una fiebre de aplicación, sin
que se diera al mismo tiempo una evaluación rigurosa para valorar los efectos
de esta aplicación generalizada de las técnicas de grupo que son utilizadas
indiscriminadamente y sin una apoyatura teórica, saliéndose de los paráme­
tros que inspiraron la investigación-acción de Lewin.
Sin embargo, parejo a ello se da el desarrollo de las investigaciones de Bales
(1950) y de sus colegas sobre los grupos pequeños de discusión. Bavelas (1948) y
Leavitt (1951) trabajan sobre los grupos de toma de decisiones analizando las
estructuras de redes y sus efectos sobre la productividad. Schachter (1951) estu­
dia las relaciones del grupo a las opiniones de los desviados. Lorge y Solomon
(1955) desarrollan análisis matemáticos que servirán como elementos para esta­
blecer comparaciones de mayor rigor entre la ejecución individual y de grupo.
La decadencia del estudio de los grupos se produce a partir de la mitad
de los años cincuenta cuando en la psicología social empiezan a introducirse
una serie de teorías que centran el análisis en el individuo, v.g., la teoría de la
disonancia cognitiva, o la investigación sobre la comunicación en Yale.
La década de los sesenta marca un acusado descenso en el interés del
estudio de la relación existente entre los procesos de grupo y la ejecución. A
ello contribuye de modo principal la fascinación que ejerce sobre los psicólo­
gos sociales la investigación sobre el «risky shift» (desplazamiento hacia el
riesgo) de Stoner (1961).
La renovación del interés por los procesos de grupo adquiere con la obra de
Steiner (1972) «Group Process and Productivity» un nuevo impulso sobre cómo
la productividad del grupo está influida por sus procesos, afirmando que la
productividad actual de un grupo debe entenderse como la productividad poten­
cial del mismo (hipotetizada como una función de las demandas de la tarea y
los recursos de cada uno de los miembros) menos las pérdidas del proceso.
Aunque no directamente dirigida al estudio de los procesos de grupo en sí
mismos, la aportación de Davis (1973) con el modelo de esquema de decisión
social (SDS) de la toma de decisiones en grupo proporciona una representa­
ción matemática de los procesos sociales complejos en los grupos pequeños
que permite hacer inferencias lógicas sobre el proceso de interacción social
mediante el cual el grupo llega a tomar decisiones (cfr. Davis, 1992, para una
revisión), diferenciándolas de las preferencias iniciales individuales.
Uno de los desarrollos más importantes en el estudio de los procesos de
grupo lo encontramos a mitad de los 1970 con un modelo centrado en la
relación proceso-ejecución: el de Hackman y Morris (1975) (desarrollado pos­
teriormente por Hackman, 1986).
140 P. González López

5. Variables de grupo y de tarea en relación a la productividad


de grupo

Desde que empiezan a estudiarse los grupos se han utilizado una serie de
variables de la tarea y de grupo que, juntamente con otras variables, se relacio­
nan con la efectividad de la ejecución de la tarea. Los resultados de estos estu­
dios muestran en general unos patrones consistentes que aparecen con mayor
claridad en la investigación de laboratorio que en los estudios de campo.

5.1. Composición y tamaño de grupo

Al revisar la investigación de la psicología social en relación con la com­


posición del grupo, Jackson (1992) encuentra que hay dos tipos de variables
consideradas por los autores relativas a la composición del grupo: por una
parte, aquellos que operacionalizan la composición del grupo entendida como
la diversidad de los miembros, es decir, el grado de homogeneidad o heteroge­
neidad entre los mismos referida a atributos personales como, personalidad, valo­
res, actitudes, y variables demográficas que pueden tener relación con los va­
lores y actitudes mantenidos por los miembros del grupo. Por otra, están quie­
nes al estudiar el grupo consideran las diferencias en la composición compa­
rando las destrezas y habilidades, tanto de orden técnico como social, que los
miembros aportan al grupo.
Según McGrath (1984) pueden resumirse de la siguiente manera:

1) Existe una relación entre las destrezas, entrenamiento y experiencia


práctica de los miembros del grupo para la realización de tareas específicas,
de modo que de ellas depende el éxito en la realización de la tarea, a no ser
que haya otros elementos como pueden ser factores personales (v.g., el nivel
de motivación) o de grupo (v.g., la coordinación) que actúen para reducir la
efectividad de la ejecución.
Un estudio de Voiers (1956) obtiene como resultado que la heterogenei­
dad de las destrezas y habilidades de los miembros permite una ejecución
mejor de la tarea. Así parecen confirmarlo los resultados de Jones (1974) en
un estudio con equipos deportivos. Lo cual no parece tan obvio cuando se
trata de realizar tareas bastante diferentes, como las que pueden asignarse a
grupos organizacionales.
2) El tamaño y composición del grupo: Los grupos pueden diferenciarse
por el número de miembros que lo componen y por las características de
personalidad de los mismos.
No son muy abundantes los estudios que abordan la cuestión. En una
revisión comprenhensiva sobre la composición de grupo que abarca desde
1940 a 1968, Haythom (1968) muestra que los resultados de las investigacio­
nes revisadas no permiten una conclusión definitiva. Algo semejante se des­
prende de las revisiones de Shaw (1981) y McGrath (1984), si bien parece que
la mayoría de investigaciones apoyan la afirmación de que, especialmente
La eficiencia de los gmpos 141

para los grupos que requieren una alta interdependencia, la ejecución de la


tarea se realiza mejor en grupos cuya composición es de miembros homogé­
neos en relación a sus atributos personales.

No obstante, según el meta-análisis realizado por Wood (1987) de la investi­


gación de laboratorio sobre la composición del grupo, hay dos factores que
pueden explicar las diferencias en la ejecución cuando todos los miembros del
grupo son sólo hombres o sólo mujeres: a) Los contenidos de la tarea y los
marcos en que se desarrolla que pueden favorecer los intereses de un sexo u
otro; tí) o factores de nivel de grupo, como puede ser las diferentes tendencias
que en los hombres suelen ir en la dirección de ofrecer opiniones y sugerencias
y en las mujeres tienen más carácter emocional como actuar de modo amistoso.
Las diferencias culturales raciales o étnicas en la composición del grupo
se ha mostrado también que afectan a las conductas del grupo y cómo se
reduce la efectividad de los equipos multinacionales com o consecuencia de las
diferencias en los valores y en las conductas. Se puede decir, de acuerdo con
Shaw (1981), que cuanto mayor es la diversidad de un grupo, según se consi­
dere la naturaleza de unos atributos u otros (personalidad, actitudes, etc.), la
ejecución del grupo puede verse afectada. Igualmente, Jackson (1992) conside­
ra en su revisión de los efectos de la diversidad en la composición del grupo
que Ja diversidad y heterogeneidad tiene implicaciones tanto para la ejecución
de la tarea como para que los miembros se sientan satisfechos, si bien esta
diversidad está asociada con una falta de cohesión.
En cuanto al tamaño, es una variable que se ha mostrado consistente­
mente que afecta el proceso y resultados del grupo. A medida que aumenta el
tamaño de un grupo parece ser que se produce un descenso en la motivación
para conjuntar los esfuerzos de todos los miembros y la satisfacción. Como
señala Pinder (1984) la motivación junto con las destrezas de los miembros
son dos factores que afectan la calidad de la ejecución de los individuos.
Mullen, Symons, Hu y Salas (1989) realizaron un meta-análisis de ocho estu­
dios llevados a cabo en Estados Unidos que indica que a medida que los grupos
son más grandes tienden a estar más insatisfechos y la actuación del líder tiende
más a la iniciación de la estructura que a conductas de consideración. Esto pue­
de ser especialmente importante cuando se trata de tareas aditivas y conjuntivas,
menos en las disyuntivas, ya que puede llevar a una reducción considerable de la
efectividad del grupo. En términos de Steiner, a medida que el grupo está com­
puesto de más miembros se producirá una diferencia mayor entre la productivi­
dad potencial y la productividad real por la pérdida de proceso.

5.2. Estructura del grupo

La estructura cumple una función estabilizadora de las relaciones y de las


metas comunes, y se refiere a las interrelaciones entre los miembros del gru­
po, las directrices para el comportamiento del grupo que le hacen funcionar
de una manera ordenada y predecible (Zander, 1979). Además, tal y com o
142 P. González López

señala Brown (1988), los grupos dedican una importante cantidad de tiempo y
de esfuerzo para establecer su estructura.
La conducta de los individuos en un grupo depende de los patrones de
comunicación establecidos, el estatus y posición de cada miembro dentro del
grupo. Con ello puede quedar afectada la realización y precisión de las tareas
de grupo.
Dentro de la estructura de comunicación un elemento importante a tener
en cuenta es la disponibilidad de información por parte de los miembros que
actúa como uno de los determinantes de la ejecución del grupo. En un experi­
mento llevado a cabo por Shaw (1954) utilizando las redes de comunicación
de Leavitt (1951) obtuvo com o resultado que existen diferencias en la solución
de problemas cuando se trata de tareas simples (la rueda necesita menos
tiempo) que cuando se trata de tareas complejas (el círculo es superior). La
explicación de Shaw (1954) a estos resultados es que el flujo de información
es más rápido en la rueda que en el círculo.
Para Mulder (1960) no es la estructura de información la que determina
la ejecución del grupo, sino lo que él llama «estructura de decisión». Cuando
un grupo tiene una estructura de decisión más centralizada la tendencia será
a producir una ejecución mejor, más rápida y eficiente. La razón de ello es
que en esta estructura la contribución de los miembros puede ser fácilmente
integrada por la persona que ocupa la posición central, pero tiene el inconve­
niente que cuando se produce cualquier cambio o alteración en las funciones
de la posición central se resiente con ello el funcionamiento del grupo.

5.3. La recompensa

Los procesos de grupo tienen mucho que ver con el reforzamiento de la


conducta interpersonal tal como explícita la teoría del aprendizaje. Se han
propuesto diversas teorías para explicar los efectos que la recompensa, como
refuerzo, tiene en los procesos de grupo.
Homans (1961) entiende la recompensa en términos de intercambio, es
decir, lo que se recibe menos los costos, pues en una interacción social los
individuos esperan recibir su parte de recompensa. Para Thibaut y Kelley
(1959) la atracción que existe entre unos miembros y otros está en función de
la relación existente entre recompensas y costos, de modo que cuando se ma-
ximizan las recompensas y se minimizan los costos la probabilidad de un alto
grado de atracción entre los miembros es elevada.

5.4. Naturaleza de la tarea

Para quienes se dedican al estudio de los grupos tiene gran importancia la


tarea del grupo para el funcionamiento del mismo. La productividad de un grupo
está afectada por el tipo y naturaleza de la tarea que se realiza. Diferentes tipos
de tarea pueden llevar a diferencias en la ejecución de la tarea de un grupo. Por
La eficiencia de los gmpos 143

eso, como señala McGrath (1984), «si las tareas producen una diferencia —y
todos están de acuerdo que es asi— entonces parece que va\e \a pena dedicar
algunos de nuestros esfuerzos a analizar y clasificar las tareas de modo que se
relacionen significativamente con cómo las ejecutan los grupos» (1984, p. 53).

Clasificación tipológica de las tareas

Esto nos lleva a considerar algunas clasificaciones de las tareas que pueden
ser útiles para comprender la productividad de los grupos. Aparte las distincio­
nes entre las diferentes clases de tarea que han sido establecidas por diferentes
autores, sin ánimo de ser exhaustivos, consideraremos las clasificaciones tipoló­
gicas de las tareas de grupo propuestas por Shaw, Steiner y Hackman.
La clasificación de Shaw (1981) constituye el primer esfuerzo serio de clasi­
ficación realizado a partir de una revisión del trabajo de investigación que se
había realizado hasta el momento. De ello extrae seis características o dimensio­
nes que diferencian las tareas de grupo y que tienen efectos sobre su ejecución:

a) Requerimientos intelectuales versus manipulativos: tiene que ver con


las propiedades de la tarea en cuanto a tal.
b) Dificultad de la tarea.
c) Interés intrínseco.
d) Familiaridad de la población.

Las tres últimas tienen que ver con las relaciones entre la tarea y el grupo
que trabaja en ella.

e) Multiplicidad de la solución versus especificidad: tiene que ver con los


modos en que el resultado de la tarea ha de ser «puntuado».
f) Requerimientos de cooperación: tiene que ver con lo que los miembros
pueden hacer en relación con los otros.

La clasificación de Hackman (1968, 1976) se centra, por una parte, en


tareas intelectuales y, por otra en los «productos» resultantes de la ejecución
de estas tareas. Ello responde al deseo de analizar los procesos de ejecución
del grupo que quedan reflejados en el producto que resulta de estos procesos.
Hackman, además, no sólo utiliza y desarrolla un amplio conjunto de tareas,
sino que mediante grupos que realizan estas tareas consigue, sirviéndose de
un grupo de jueces, una clasificación de los productos con ello conseguidos
que le llevan a establecer tres tipos de tareas y seis dimensiones para valorar
los productos de estas tareas:

a) El primer tipo de tarea lo llama «producción». Se refiere a la genera­


ción de ideas que el grupo realiza sobre algo.
b) El segundo tipo de tarea lo denomina «discusión». Se refiere al modo
en que los miembros tratan las cuestiones suscitadas para ser discutidas.
c) Con el nombre de «solución del problema» se refiere al tercer tipo de
tarea. Tiene que ver con la generación de planes para la acción.
144 P. González López

Las seis dimensiones de producto son: orientación de la acción; originali­


dad; optimismo; calidad de la presentación; implicación en el tema; adecua­
ción. Las cuatro primeras especialmente pueden ser valoradas mediante lo
que el grupo presenta como producto escrito después de la realización de la
tarea sin que esta valoración tenga una relación directa con la tarea que se ha
realizado. Sin embargo, las dos últimas sí reflejan la interacción existente en­
tre la tarea específica realizada y el producto en cuanto a tal.
La clasificación de Steiner responde a una necesidad de comparar, por
una parte, la productividad individual con la grupal y, por otra, con la produc­
tividad en relación a cómo las destrezas, habilidades, actividades y caracterís­
ticas de los miembros se combinan para conseguir un producto mediante la
coordinación de la ejecución de la tarea.
Según Steiner (1972) pueden distinguirse cuatro tipos de tareas: a) aditi­
vas, b) compensatorias, c) disyuntivas, d) conjuntivas. La productividad del
grupo puede verse en el gráfico 1 (infra).

5.5. El desarrollo del grupo

La conducta y la ejecución de los grupos, como entidades dinámicas que


son, depende de una serie de características, como la tarea, la situación, el
ambiente, los procesos de grupo, las actividades, etc. A estas habría que aña­
dir dos características a las cuales los autores prestan últimamente especial
atención (v.g., Gersick, 1988; McGrath, 1991), la dimensión temporal e históri­
ca del grupo y el desarrollo del grupo.
Esta característica del grupo se refiere al «grado de maduración y cohesión

G r á fic o 1 . Productividad de grupo

Tipo de tarea

édas^ad» <k Stesssx


La eficiencia de los grupos 145

que un grupo consigue a lo largo del tiempo a medida que los miembros inter-
actúan, aprenden el uno del otro, y estructuran las relaciones y los roles dentro
del grupo» (Mennecke et al, 1992, p. 526). Muchos autores (v.g., McGrath, 1991)
entienden que no puede aplicarse un solo modelo de desarrollo de grupo a todos
los grupos. La razón estaría en que las conductas y las interacciones que se
producen en los grupos a lo largo del tiempo dependerían de muchos factores
que no podrían explicarse utilizando un solo modelo. Diferentes modelos tratan
de explicar las fases de desarrollo del grupo que, en mayor o menor medida,
comparten algunas de las fases de unos modelos u otros.

Los modelos no secuenciales

Estos modelos representan una nueva forma de conceptualizar las fases de


desarrollo del grupo (v.g., Gersick, 1988; Poole, 1983; McGrath, 1991) que se
aparta de los primeros modelos cíclicos o progresivos propuestos en un princi­
pio para dicha explicación. Los modelos progresivos (modelo del equilibrio de
Bales y Strodbeck; modelo progresivo lineal de Bennis y Shepard; Tuckman); y
los modelos cíclicos (modelos del ciclo de vida de Mann, Gibbard y Hartman;
modelos de ciclo recurrente, v.g., Schutz; Thelen) parten de la aceptación de una
asunción común según la cual los grupos poseen una naturaleza inherentemente
estática de desarrollo que no responde a las demandas del ambiente. Lo cual no
significa que estas fases no aparezcan frecuentemente y sean importantes, sino
que no deben tomarse de modo rígido ya que puede suceder que no sea esta la
norma que puede observarse en todos los grupos (cfr. Mennecke et al, 1992).
Las fases comunes de desarrollo de grupo propuestas por los modelos cícli­
cos y progresivos pueden resumirse en la siguiente figura (véase gráfico 2).
La concepción en los nuevos modelos no secuenciales tiene una filosofía
diferente. En vez de partir de una concepción bastante determinista del grupo
como los modelos anteriores, entienden que los miembros que componen los
grupos son individuos que aportan recursos al grupo y se sirven de los recur­
sos del grupo. Por otra parte, estos grupos no pueden entenderse fuera del
contexto en el que actúan, ya que son componentes de un sistema más amplio
y responden o pueden responder a las demandas del ambiente del cual reci­
ben inputs y al cual revierten outputs.
De entre los modelos no secuenciales tomamos com o ejemplo el desarro­
llado por McGrath (1990, 1991) llamado «Modelo del Tiempo, la Interacción y
la Ejecución» (TIP) y que parte del supuesto de que los grupos son multifun-
cionales. No es simplemente un modelo de desarrollo, sino una teorización
sobre la naturaleza del grupo, sobre los procesos de interacción que se produ­
cen en el mismo y sobre la ejecución o desempeño de la tarea del grupo.
El modelo de McGrath parte de la nueva filosofía que se está desarrollan­
do en la investigación de los grupos, preconizada por Goodstein y Dovico
(1979) al intentar explicar el porqué del declive de la investigación del peque­
ño grupo, según la cual estos son vistos dinámicamente, considerados dentro
del contexto físico, temporal y social en el cual los grupos se desarrollan.
Como señalan Worchel, Coutant-Sassic y Grossman (1992), «los grupos, como
los individuos, no existen en aislamiento. Tienen un contexto crítico que inclu-
146 P. González López

G r á fic o 2 . Fases de los modelos cíclicos y progresivos de desarrollo de grupo

Fases Contenido
Orientación Desarrollo y refinamiento de los objetivos y metas del grupo
Exploración Se exploran los límites conductuales a medida que la conducta
se centra en el estatus y en el poder
Normalización Establecimiento y refuerzo de los roles individuales y de las
normas
Producción Desarrollo de la cohesión y de la modificación del rol
maximizándose la conducta dirigida a la tarea
Terminación Disminuyen las conductas en relación con la tarea y se potencian
las relaciones interpersonales
Si hay una nueva tarea o proyecto el grupo se renueva

ye su historia, sus expectativas de futuro, su estructura, su propósito, y su


relación con otros grupos» (1992, p. 183). Pero el grupo no sólo no existe
aislado, sino que es una unidad dinámica, no estática, que está en continuo
flujo con cambios en el tiempo que pueden afectar a los mismos procesos del
grupo o a su composición y estructura.
Constituye una visión multidimensional de los procesos de grupo en la
cual se incorporan, por una parte, la interacción de las funciones del grupo y,
por otra, los modos de actividad en relación con los planes en los cuales está
comprometido el grupo. McGrath y colaboradores han desarrollado al respec­
to un amplio cuerpo de investigación.
Las proposiciones de McGrath acerca de la naturaleza de los grupos, de su
interacción y de la ejecución que forman la conceptualización del modelo son:

Proposición 1: «Se asume que los grupos son sistemas sociales complejos,
intactos, que se ocupan de múltiples funciones, interdependientes, sobre pro­
yectos múltiples, concurrentes, aunque parcialmente establecidos dentro de
los sistemas que le circundan, y flexiblemente acoplados a ellos» (1991, p. 151).

La interacción con el sistema y la contribución del grupo al sistema debe


entenderse en tres niveles:

a) El de los sistemas en los cuales el grupo está incrustado, a su ambiente.


b) El individuo como miembro del grupo.
c) El grupo mismo com o entidad singular.

Las funciones relativas a estas interacciones, entendidas como necesidades


del grupo que tienen su cumplimiento mediante algunos «modos» de actividad,
representan tres formas distintas de centrar la atención del grupo y sirven como
apoyo a las entidades constituyentes (sistema, individuo, grupo). Aunque pode­
mos considerar estas funciones como separadas en cuanto a poder analizarlas,
en realidad están íntimamente ligadas unas a otras y no pueden separase en los
La eficiencia de los grupos 147

sistemas concretos. Estas funciones son: a) función de producción (relacionada


con la tarea); b) función de apoyo al miembro; c) función de bienestar (relacio­
nada con lo socio-emocional).

Proposición 2: «Toda acción de grupo implica uno u otro de los cuatro


"modos” de actividad de grupo:
Modo I: iniciación y aceptación de un proyecto (elección de la meta);
Modo II: solución de cuestiones técnicas (elección de los medios);
Modo III: resolución del conflicto, esto es, de las cuestiones políticas
(elección de la política);
Modo IV: cumplimiento de los requerimientos del proyecto (consecución
de la meta)» (1991, pp. 152-153).

Estos modos de actividad de grupo y su relación con las tres funciones


aparecen representados en la figura que sigue (véase gráfico 3):

5.6. La meta de grupo

La cuestión de la meta de grupo o marco de meta (goal setting) se ha


estudiado ampliamente en ámbitos organizacionales. Se trata de una técnica
para mejorar la productividad. En esencia consiste en la asignación clara,
específica, de metas relativamente difíciles de ejecución. En una revisión de 17
estudios de marco de meta aplicado a las organizaciones, Locke, Feren,
McCaleb, Shaw y Denny (1980) encontraron que todos los estudios mostraban
algún aumento en la productividad usando la técnica de marco de meta, sien­
do la media del aumento de un 16 %. La asunción básica de Locke es que las
metas son los determinantes inmediatos de la ejecución y cumplen la función
de ser directoras y energetizadoras de las conductas de los individuos.
Sin embargo, en los últimos tiempos se ha puesto un énfasis especial en

G r á fico 3

Modos Funciones
I. Inicio Producción Interacción Inclusión
Demanda/ Demanda/ Demanda/
oportunidad oportunidad oportunidad
II. Solución Solución Definición Logros de
problemas técnica redes de posición/
problemas roles estatus
III. Resolución Resolución Distribución Relaciones
conflicto política poder/paga contribución/
conflicto paga
IV. Ejecución Desempeño Interacción Participación

M od os y funciones. Adaptado de M cGrath (1991, p. 154).


148 P. González López

el estudio de las metas del grupo, analizando especialmente las respuestas que
los componentes del grupo dan a estas metas. Parece indudable que la prime­
ra fuerza motivadora son las metas individuales, pero también parecen serlo
las metas de grupo como muestran diversos estudios.
Así, por ejemplo, Zander (1972) investiga los factores que influyen el mar­
co de meta del grupo, analizando cuáles son las presiones que influyen la
formación de las metas de grupo y qué diferencias existen en los patrones de
conducta habida cuenta que dispongan o no de feedback. Del estudio de Zan­
der se desprende que el establecimiento de las metas se basa en las expectati­
vas de éxito o fracaso junto con el valor que se otorga a cada resultado, y que
se produce un mayor desarrollo de metas después de tener éxito en los grupos
que se ocupan de tareas prolongadas en el tiempo y en las que se da feedback
que lo que supone de descenso de las metas en los grupos que han fracasado.
La investigación de Gowen (1986), realizada con estudiantes que se asig­
nan a tareas interdependientes de grupo en una condición de no-meta, mues­
tra que donde más aumenta la productividad (un 31 %) es en el caso en que
las metas individuales y de grupo son compatibles. Cuando se trata de metas
individuales la productividad se incrementa en un 19 %, mientras que en las
metas de grupo es sólo de un 12 %.
En una breve revisión de la literatura sobre la productividad de grupo,
referida especialmente a grupos organizacionales, Pritchard y Watson (1992)
destacan tres rasgos fundamentales que resumen la investigación que los psi­
cólogos han realizado en este campo:

1) Falta de una investigación coherente y sistemática. La mayoría de los


trabajos se centran bien en la cantidad de unidades producidas o bien en la
media de ejecución en la consecución de un producto u objetivo.
2) En segundo lugar, se hecha a faltar una investigación del trabajo con
grupos, al centrarse en la productividad de los individuos que se define como:
a) «output» del individuo, calidad del trabajo, cantidad de trabajo, costo/efecti­
vidad; b) conductas que muestran cómo el individuo rehúsa el trabajo que se
le ha encomendado; c) las disrupciones que se producen en el trabajo, como
pueden ser los accidentes.
3) Habitualmente la investigación se realiza, no con tareas complejas, sino
con tareas simples en las que es fácil establecer una medida de la productividad
al realizar todos una misma tarea o en que la división de la tarea lleva a que cada
uno haga sólo una cosa, algo muy diferente de lo que usualmente acontece en las
organizaciones donde el trabajo suele ser más complejo. Esto sucede lo mismo
en las investigaciones que se realizan en el laboratorio que en las de campo y
tanto cuando las medidas son individuales como cuando lo son de grupo.

6. La innovación en los grupos

Acabaremos esta exposición haciendo una referencia a una cuestión que


preocupa especialmente a los psicólogos de las organizaciones y que merece­
La eficiencia de los gmpos 149

ría un mayor desarrollo: cómo conseguir que los sistemas y los individuos se
adapten a los ambientes cambiantes con los que han de relacionarse, habida
cuenta que de ello puede depender la efectividad organizacional, o dicho con
otras palabras, cóm o pueden los grupos innovar.
En una revisión de la literatura sobre la innovación en los grupos, West y
Farr (1989) señalan una serie de características que caracterizan a los grupos
innovadores: Son grupos cohesionados, compuestos por miembros con una
alta propensión a innovar y con la motivación y habilidades apropiadas para
la tarea, disponen de un líder participativo, desarrollan normas fuertes para la
innovación, se centran en el pensamiento intuitivo y racional, y muestran inte­
rés en la calidad de la realización de la tarea. Pero también pueden darse
conductas como respuestas rutinizadas consecuencia de la exposición repetida
a situaciones semejantes (cfr. Weiss, 1984).
Un grupo se muestra creativo cuando supera los problemas basados en la
competición y alcanza unos niveles aceptables de cooperación e interdepen­
dencia.

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7

Procesos Inter e mtragrupales:


influencia del contexto intergrupal
sobre la dinámica intragrupal
Agustín Echebarría Echabe
J. Francisco Valencia Gárate

1. Introducción

El análisis de los procesos intergrupales constituye uno de los objetos de


estudio de la Psicología Social de más larga tradición, y que ha dado origen a
una de las bibliografías más extensas.
El objetivo de este capítulo no es el de resumir tan amplia literatura sino,
más bien, el de centramos en un aspecto parcial de la misma: la influencia que
las dinámicas intergrupales ejercen en el seno de los grupos en interacción.
Así, por ejemplo, es un hecho ampliamente constatado que la estructura
interna y dinámica de los grupos se ve afectada por el tipo de relación que
mantienen con otros grupos. También existe evidencia que señala que la posi­
ción que los grupos ocupan en la relación social con otros grupos (p.e. si son
grupos de bajo o alto estatus) afecta igualmente a la dinámica interna de los
grupos. Es a estos dos aspectos a los que vamos a dedicar este capítulo. Para
ello, nos detendremos en la producción más «genuinamente» psicosocial de
las últimas décadas, evitando remontamos a antecedentes históricos más o
menos remotos en la búsqueda de literatura sobre el tema.

2. Relaciones intergrupales y dinámica intragrupal.


Aproximación general

Ya en la década de los años cuarenta y cincuenta encontramos algunas


aproximaciones al tema desde perspectivas diferentes, mereciendo especial
mención los trabajos de G.W. Allport (1954/1977), Sherif (Sherif, Harvey, Whi-
te, Hood y Sherif, 1961) y Tajfel (1978, 1981, 1982; Billig y Tajfel, 1973).
Recordemos que la obra de Allport La naturaleza del prejuicio (1954/1977)
puede considerarse como una la las primeras sistematizaciones del abordaje
cognitivo del tema del prejuicio que, partiendo de un proceso inherente al
Procesos ínter e intragrupales... 153

funcionamiento cognitivo humano como la «categorización», trata de dar


cuenta de la complejidad de este problema social. Centrándonos en el tema
que nos ocupa (la repercusión que las dinámicas sociales tienen en el funcio­
namiento interno de los grupos), en dicha obra el autor señala algunas de las
repercusiones que el contexto intergrupal ejerce sobre los grupos.
En el análisis del autor, «endogrupo» hace referencia a aquel grupo con el
que el sujeto se identifica. En cuanto al concepto de «categoría social», este se
define por la utilización del término nosotros por parte de un conjunto de
sujetos portadores de un sistema común de valores (Allport, 1954/1977, p. 54).
Un elemento característico de todo grupo es la tendencia a desarrollar prejui­
cios o, en palabras del autor, «todos los grupos desarrollan una forma de vida
con códigos y creencia, normas y “enemigos" característicos que satisfacen sus
propias necesidades de adaptación. Además de lo anterior, también es caracte­
rístico de todo grupo el desarrollo de un “prejuicio de amor”, o la tendencia a
considerar y evaluar positivamente todo lo referente al propio grupo, y a con­
siderar negativamente lo referente al exogrupo» (Allport, 1954/1977, pp. 56 y
42). Así pues, encontramos que las tendencias etnocéntricas y el prejuicio se­
rían resultados de las dinámicas intragrupales que se ponen en juego para
preservar al endogrupo ante problemas y tensiones internas al mismo.
Además de lo anterior, Allport señala cómo los contextos intergrupales de
discriminación producen una serie de cambios potenciales en el seno de los
grupos blanco del prejuicio, entre los que destacan:

a) procesos de desidentificación con el grupo;


b) incrementos de la cohesión intragrupal;
c) auto-aborrecimiento, en el que además de la desidentificación con el
grupo se produce una identificación con el grupo que ejerce la discriminación;
d) ejercicio de acciones agresivas hacia los miembros del propio grupo
por parte de los sujetos que padecen dicho «auto-aborrecimiento»;
e) desarrollo del prejuicio en el seno del grupo hacia otros grupos;
f) o búsqueda de símbolos de estatus, entre otros.

Como podemos observar, en el análisis de dicho autor ¡a dinámica intra­


grupal no es ajena o independiente del contexto intergrupal, sino que se pro­
duce una relación bidireccional en la que la dinámica intragrupal afecta a las
relaciones intergrupales, y viceversa.
Sin embargo, y desde una aproximación diferente, dicha bidireccionali-
dad queda quizás mejor ejemplificada en la obra de Sherif (1982; Sherif, Har-
vey, White, Hood y Sherif, 1981; Taylor y Moghaddam, 1987; Horwitz y Rab-
bie, 1989).
Recordemos en primer lugar que para este autor el grupo se define como
«una unidad social consistente en un número de individuos que en un m o­
mento dado tienen un conjunto de relaciones de rol y estatus entre ellos que
están estabilizadas en algún grado, y que proveen un conjunto de valores y
normas que regulan las actitudes y conductas de sus miembros». En cuanto a
la conducta intergrupal, un contexto de interacción intergrupal es «cualquier
situación en la que un sujeto perteneciente a un grupo interactúa, individual o
154 A. Echebarría Echabe y J.F. Valencia Gáim&

colectivamente, con otro grupo o con sus miembros en términos de su identi­


ficación grupal» (Taylor y Moghaddam, 1987, pp. 36 y 37).
Centrándonos en el tema que nos ocupa, Sherif puso de manifiesto de
forma empírica en su célebre estudio de «La cueva de los ladrones» (Sherif
Harvey, White, Hood y Sherif, 1961) los cambios que tienen lugar en el inte­
rior de los grupos como resultado de los cambios que se producen en las
relaciones intergrupales. Desde la Teoría del conflicto realista, no solo el tipo
de relación intergrupal va a afectar a la dinámica interna del grupo, sino tam­
bién a los estereotipos del exogrupo (Hogg y Abrams, 1988).
La secuencia que resumiría esta perspectiva podría ejemplificarse gráfica­
mente com o sigue (véase gráfico 1).
Para referimos a los cambios que se producen en el seno del grupo como
resultado de los contextos de interacción con otros grupos recordemos breve­
mente el estudio mencionado (Sherif, Harvey, White, Hood y Sherif, 1961).
Dicho estudio tuvo lugar en un campamento de verano en el que participaron
niños de 12 años con un buen ajuste psicológico y social. El estudio se com­
puso de cuatro fases:

a) En la primera fase, los niños acamparon en un bosque, implicándose


en actividades cotidianas com o cocinar, juegos, aseo, etc. En esta fase se dio
la coexistencia de dos grupos, sin que ninguno de ellos tuviese conocimiento
de la existencia del otro grupo (fase de creación del grupo). A lo largo de esta
fase, la participación en actividades comunes fue dando com o resultado la
aparición de estructuras gmpales. Se crearon estructuras de roles; se desarro­
llaron normas gmpales; emergiron subculturas en el seno de cada gmpo (apo­
dos, gmpos secretos, símbolos, etc.), etc.

G ráfico 1
?nocesos inter e intragrupales... 155

b) Fase de competición-hostilidad intergrupales. En esta fase, los dos gru-


dos tomaron conciencia de la existencia del otro grupo, implicándose en acti­
vidades competitivas, aunque agradables (juegos de guerra, competiciones de­
portivas, etc.). La aparición de contextos intergrupales de competitividad mo­
dificó las estructuras grupales desarrolladas en la fase anterior. Los líderes
anteriores fueron sustituidos por otros más activos en la lucha contra el exo-
zrupo. Además, emergieron sentimientos de hostilidad hacia el exogrupo, la
percepción, representaciones y actitudes hacia el exogrupo fueron negativas
paralelamente a un incremento de la solidaridad intragrupal, y actitudes más
positivas hacia el propio grupo.
c) En la fase tercera los grupos comenzaron a interactuar en contextos
3 0 -competitivos con el fin de ver si esto reducía la hostilidad intergrupal (co­
mer juntos, acudir juntos al cine, etc.). El mero contacto intergrupal no com­
petitivo fue insuficiente para reducir la hostilidad mutua.
d) Fase de interdependencia cooperativa. En la última fase se introdujeron
metas supra-ordinales (metas atractivas para los miembros de ambos grupos
c e r o q u e no podían alcanzarse sin la colaboración del otro grupo). La modifi­
c a c i ó n del tipo de relación intergrupal (cambio de una interdependencia com-
r e t it iv a a una cooperativa) produjo cambios en los grupos: desaparición de la
h o s t i l i d a d y el conflicto intergrupal; difuminación de las barreras intergrupa-
js s ; desarrollo de lazos de atracción interpersonal entre los sujetos indepen­

d ie n t e m e n t e de sus pertenencias grupales previas.

Como podemos observar, este estudio ilustra la profunda influencia que el


rpo de contexto de interacción intergrupal ejerce sobre la dinámica que tiene
ngar en el interior de los grupos en interacción.
Finalmente, para acabar esta aproximación general a las influencias mu­
g í a s e n t r e dinámicas inter e intra-grupales caben mencionarse los estudio de
7 a ;fe l. Recordemos que este autor había ya mostrado que cuando estímulos
f í s i c o s (líneas) son mostrados de forma que parezcan corresponderse a grupos
d if e r e n t e s s e produce una doble consecuencia: la homogeneización intracate-
? o r i a l (los estímulos pertenencientes al mismo grupo o categoría se perciben
c o m o más iguales entre sí de lo que son en realidad) y la diferenciación inter­
c a t e g o r i a l (acentuación de las diferencias entre miembros de diferentes cate­
g o r ía s ) (Tajfel y Wilkes, 1963).
Posteriormente, Tajfel encontró que cuando pasamos de un contexto de
interacción interpersonal a un contexto intergrupal, además de los fenómenos
perceptivos ya encontrados en contextos de categorización de estímulos físicos
¡diferenciación intercategorial y homogeneización intracategorial), emergían
o t r o s de carácter motivacional y actitudinal: favoritismo intracategorial y dis­
criminación intercategorial (Richardson y Cialdini, 1989; Tajfel, 1978, 1981,
1 9 8 2 ; Tumer, 1978, 1987; Brown, 1985). Bastaba con que se explicitase un
c o n t e x t o de categorización (situación intergmpal) en base a un criterio estéti­
c o (preferencia pictórica) para que los sujetos manifestasen estrategias discri-
minativas en la distribución de recursos, favoreciendo a sujetos anónimos per-
onecientes a la misma categoría, pero tratando simultáneamente de benefi­
ciar lo menos posible a sujetos anónimos pertenencientes al exogrupo.
156 A. Echebarría Echabe y J.F. Valencia Gárate

3. Contextos intergrupales, homogeneización intracategorial


y diferenciación intercategorial

Como hemos indicado arriba, el mero hecho de estructurar una situación


de interacción de forma que ésta sea percibida com o un contexto intergrupal
produce una serie de fenómenos característicos que se difuminan cuando las
claves contextúales que estimulan procesos de categorización se difuminan
también. Existe cierto consenso entre los autores al señalar que la categoriza­
ción social (situación estructurada en base a pertenencias categoriales) condu­
ce a un incremento de la homogeneidad intracategorial y una acentuación de
las diferencias intercategoriales. Este fenómeno no sólo se refiere a la hom o­
geneización en términos de características o atributos de identidad grupal,
sino se extiende a la percepción de la variabilidad en los juicios y conductas
realizadas por los sujetos.
Este fenómeno de homogeneización intracategorial y diferenciación inter­
categorial fue confirmado por Taylor y sus colaboradores (ver en Hewstone,
Hantzi y Johnston, 1991) en un famoso paradigma experimental bautizado
con el nombre de quién dijo qué. En este paradigma se presenta a un grupo de
sujetos una cinta de vídeo en el que se observa la conversación que mantienen
tres blancos y tres negros sobre un tema. Para facilitar el seguimiento de la
conversación, se presentan además las fotografías de los seis interlocutores.
En la segunda fase, una vez visionada la cinta, se muestra a los sujetos una
lista de afirmaciones que se han realizado en la cinta de vídeo, junto a las
fotografías de las seis personas que han aparecido en el mismo. Los sujetos
deben asociar cada afirmación con una fotografía según quién la haya realiza­
do. En este paradigma se analizan los siguientes tipos de errores: a) atribuir
una afirmación realizada por un negro a otro negro; b) atribuir una afirma­
ción realizada por un blanco a otro blanco; c) atribuir una afirmación realiza­
da por un negro a un blanco; y d) atribuir una afirmación realizada por un
blanco a un negro.
Los resultados del estudio indican que el tipo de errores más frecuente
eran de tipo a) y b) (o sea, errores intracategoriales), pero poco frecuentes los
errores intercategoriales c ) y d). Taylor y sus colaboradores concluyen el efec­
to que ejerce la categorización sobre la memoria en términos de contraste y
asimilación (diferenciación intercategorial versus homogeneización intracate­
gorial).
Taylor afirma además que existen factores que podrían inhibir este efecto
de la categorización sobre la memoria: el tipo de tema sobre el que versa la
conversación (si es relevante, p.e. prejuicios raciales, o irrelevante, p.e. tema
de consumo) respecto a la categorización; el conocimiento de los subgrupos
(p.e. los blancos harían discriminaciones más finas dentro del grupo de los
blancos que entre los negros, y viceversa); o la dependencia de resultados (p.e.
anticipar que el sujeto va a interactuar posteriormente con quienes aparecen
en el vídeo).
Sin embargo, Hewstone, Hantzi y Johnston (1991), replicando este para­
digma, encontraron que determinados criterios de categorización que son al­
Procesos inter e intragrupales... 15 7

tamente visibles y accesibles (como el sexo o la raza), son muy difíciles de


suprimir, influyendo incluso aunque el tema de conversación no sea relevante
para dicho criterio de categorización.
De forma similar Mackie y Allison (1987) demostraron cómo la influencia
de la categorización no sólo se produce sobre la memoria, sino que se extien­
de a la percepción de homogeneidad en las actitudes de los grupos. Estos auto­
res encontraron que la gente tiende a utilizar las decisiones adoptadas por un
grupo para inferir las actitudes de sus miembros, incluso aunque exista infor­
mación que indica que no todos sus miembros apoyan dicha decisión (Group
Altribution Error). Además, confirmaron que esta tendencia es resistente a las
presiones ambientales. Así, cuando se le dice a un-sujeto que un grupo tomó
la decisión X en un momento dado, y que pasado un tiempo adoptó una
decisión diferente Y, los sujetos adoptan esta última decisión para inferir las
actitudes de los miembros de dicho grupo, incluso existiendo información que
indica que dicho grupo sufrió presiones externas para adoptar la decisión Y,
no habiéndose dado un cambio real. Esta tendencia anterior reduce la variabi­
lidad percibida entre los miembros de un grupo (especialmente si es un exogru­
po), en otras palabras, contribuye a la homogeneización intracategorial. Sin
embargo, la familiaridad (mayor hacia miembros del propio grupo) reduce la
tendencia hacia la percepción homogénea, siendo por tanto menos estereotípi­
ca la percepción de los miembros del propio grupo (Taylor, Fiske, et al., 1978).
Desde una perspectiva cognitiva, Mullen (1991) trata de explicar los fenó­
menos intergrupales, y especialmente la percepción más homogénea de los grupos
minoritarios a partir de un único elemento: la saliencia perceptiva. De forma
gráfica podríamos representar su modelo como sigue (véase gráfico 2) (Mullen,
1991, p. 310).
En otras palabras, el tamaño relativo (mayoritario o minoritario) del en­
dogrupo (ingroup) y del exogrupo (outgroup) determina la saliencia perceptiva
d e ambos (recordemos que los estímulos minoritarios serían salientes percep­
tivamente). A su vez, la saliencia perceptiva determinaría la forma como los
grupos son representados en la memoria, pudiéndose diferenciarse dos formas
d e representación:

a) La representación prototípica es aquella en la que una determinada ca­


tegoría o grupo se representa a partir de un prototipo: el miembro más proto-
xípico de la categoría. La pertenencia categorial se juzga por la similitud que
presente un estímulo respecto al prototipo que define su categoría. La infor­
mación sobre grupos salientes perceptivamente (minorías) serían representados
de esta forma, tanto por parte de los miembros de dicha categoría com o por
los miembros de otras categorías. La representación prototípica conduce a
juicios de menor variabilidad, o mayor homogeneidad intracategorial.
b) La representación ejemplar por lo contrario es aquella que representa a
un grupo o categoría a partir de una acumulación de ejemplares conocidos de
la misma. Este tipo de representación conduce a una percepción de mayor
variabilidad intracategorial. Esta sería la forma cómo, tanto los miembros de la
mayoría como de la minoría, se representarán cognitivamente a los grupos
mayoritarios. Así pues, encontramos que un elemento contextual (el tamaño
158 A. Echebarría Echabe y J.F. Valencia Gárate

G ráfico 2

Ingroup emerge com o figura Ingroup emerge com o fondo


el outgroup com o fondo outgroup emerge com o figura

relativo del endogrupo versus el exogrupo) afecta a la forma com o representa­


mos a ambos, generando influencias sobre la percepción y las actitudes hacia
el propio grupo y el otro grupo.

4. Favoritismo intragrupal, discriminación intergrupal


y relaciones intergrupales

Otra de las consecuencias que siguen a la estructuración de la situación en


términos intergrupales (p.e. haciendo saliente la categorización) en vez de inter­
personales es la emergencia de un favoritismo hacia el propio grupo y la acen­
tuación de conductas y juicios negativos hacia los miembros del exogrupo.
Ya Taylor y Jaggi (1974) en su célebre estudio en los que sujetos indúes
debían emitir juicios sobre conductas positivas o negativas realizadas bien por
supuestos actores indúes (endogrupo) o musulmanes (exogrupo) indicaron
cóm o la categorización conduce a atribuciones internas de las conductas posi­
tivas de miembros del endogrupo y externas en el caso de que el actor perte­
nezca al exogrupo, invirtiéndose los patrones atribucionales en el caso de con­
ductas negativas.
Pettigrew (1979) señaló cóm o la categorización (contexto intergrupal)
conduce a la aparición de un sesgo de positividad hacia los «otros íntimos» a
quienes se les concede el beneficio de la duda, lo que se traduce en patrones
atribucionales similares a los descritos en el estudio de Taylor y Jaggi (1974).
-•ncesos inter e intragrupales... 159

En este tipo de situaciones, este beneficio de la duda no se extiende al exogru­


po, emergiendo un patrón atribucional bautizado por Pettigrew (1979) como
Ultímate Attribution Error y que busca preservar el prejuicio hacia el exogrupo,
evitando atribuir las acciones positivas realizadas por sus miembros a factores
disposicionales de sus actores (para una mayor profundización en el tema
consultar Echebarría, 1991). Recientemente, Hunter, Stringer y Watson
(1991), en un estudio realizado con estudiantes católicos y protestantes de
Manda del Norte confirmaron que estos patrones atribucionales eran más
acusados cuanto mayor fuese el conflicto intergrupal.
En los estudios que han empleado el «Paradigma del grupo Mínimo» se
ha constatado que cuando se pide a los sujetos que distribuyan recursos entre
dos personas ficticias, las estrategias varían dramáticamente según se explicite
o no un contexto de categorización social. Así, en contextos sin una categori­
zación explícita (contextos interpersonales), los sujetos tienden a utilizar estra­
tegias «igualitarias» en la distribución. Por lo contrario, cuando se explícita
una categorización social emergen «estrategias discriminatorias» en las que se
favorecen a los miembros del endogrupo, pero tratando de perjudicar simultá­
neamente a los miembros del exogrupo (Echebarría, 1990; Tajfel, 1978; Doise
etaL, 1978; Billig y Tajfel, 1973).

5. Asimetría en las relaciones sociales: estrategias ante


identidades sociales negativas

Como hemos indicado con anterioridad, no sólo el tamaño relativo del


endo versus el exogrupo, o la explicitación de una categorización social afec­
tan a las dinámicas que tienen lugar en el seno de los grupos en interacción,
sino también la posición social que el propio grupo ocupa en el entramado de
relaciones intergrupales. En las relaciones sociales cotidianas, a diferencia del
laboratorio, los grupos no son equiparables en términos de estatus, poder,
recursos, influencia, etc. En otras palabras, nos encontramos ante situaciones
de asimetría en las relaciones sociales. Esta asimetría en las relaciones socia­
les tendría repercusión a diferentes niveles.

5.1. Asimetría en las relaciones sociales y conductas discriminativas

Uno de los temas de discusión clásicos es dilucidar si son los grupos de


mayor estatus o los de menor estatus los que ejercen mayor discriminación
hacia los demás grupos. En este aspecto, existen una gran multiplicidad de
resultados.
Así, por ejemplo, Rodin, Price, Bryson y Sánchez (1990, p. 481) encontra­
ron que las «conductas discriminativas dirigidas hacia el débil por parte del
fuerte son vistas como más indicativas de actitudes prejuiciosas que las mis­
mas cuando van dirigidas por los débiles hacia los fuertes» (Hipótesis de la
asimetría). Analizan dicho efecto en tres tipos de situaciones de discrimina­
160 A. Echebarría Echabe y J.F. Valencia Gárate

ción: situaciones de exclusión (rechazo); situaciones de derogación (minusva-


loración); y situaciones de trato preferencial.
Sachdev y Bourhis (1991) señalan la necesidad de diferenciar entre tres
conceptos que frecuentemente se confunden al estudiar la asimetría en las
relaciones intergrupales: el poder, el estatus, y el carácter mayoritario versus
minoritario.

a) El poder social se referiría a la capacidad del grupo para ejercer in­


fluencia sobre el destino propio y el de los demás grupos.
b) El estatus social por lo contrario se refiere a la posición que un grupo
ocupa en una dimensión de comparación valorativa (p.e. nivel educativo, eco­
nómico, ocupacional, etc.).
c) El carácter mayoritario versus minoritario, que vendría dado por el nú­
mero de miembros de cada grupo

En el estudio de estos autores en el que manipulan de forma ortogonal el


estatus (alta o baja ejecución en una tarea de creatividad), el tamaño, y el
poder (capacidad para distribuir o no créditos entre el endogrupo y el exogru­
po) encontraron lo siguiente:

1) Los grupos de mayor poder realizaron más elecciones discriminativas


y menos elecciones paritarias. Esta discriminación estuvo prácticamente au­
sente en los grupos de menor poder, indicando ello que la disponibilidad de
poder es condición necesaria para una discriminación efectiva.
2) Los grupos de mayor estatus manifestaron conductas más discrimina­
tivas así com o una mayor identificación con el endogrupo. Este mismo punto
es resaltado por Grant (1991) quien afirma que ios grupos de alto estatus son
más etnocéntricos, y que esta reacción etnocéntrica busca justificar las accio­
nes discriminativas dirigidas hacia grupos de menor estatus.
3) Los sujetos de minorías subordinadas y de bajo estatus fueron los me­
nos discriminativos, incluso se manifestó en ellos una tendencia al favoritismo
exogrupal. Concluyen que este fenómeno es típico de las minorías de bajo
estatus que han interiorizado su inferioridad.
4) El poder fue la variable que más varianza explicó respecto al tipo de
estrategias de distribución de recursos empleada, mientras que el estatus del
grupo lo fue para el grado de identificación con el grupo de pertenencia.

Esta mayor discriminación hacia el exogrupo por parte de miembros de


grupos de alto estatus ha sido confirmado por diversos estudios. Así, Clark y
Clark (en Brown, 1988) encontraron que los niños negros en USA manifestaban
una preferencia hacia los blancos. Tumer y Brown (1978) indicaron como el
etnocentrismo no se producía entre miembros de gmpos desfavorecidos (defini­
dos en este estudio por la pertenencia sexual). Hewstone (1988) indicó que en
ocasiones las mujeres realizaban evaluaciones más favorables de los varones
(exogrupo) que de otras mujeres (endogrupo). Deschamps (1984) encontró en un
estudio en el que el estatus se manipulaba a través de comparaciones de estu­
diantes de determinadas disciplinas con otros de otras disciplinas más o menos
Procesos inter e intragrupales... 161

valoradas socialmente, que el favoritismo intragrupal era mayor entre los estu­
diantes de mayor estatus. Reforzando esta tendencia, Echebarría (1990) encontró
que las mujeres adoptaban estrategias más favorables al exogrupo (varones),
—líentras que los varones manifestaban un mayor favoritismo endogrupal. Los
—ii.smns Sachdev y Bourhis (1987) habían encontrado con anterioridad el mismo
fenómeno. Ya Tajfel (1982) había señalado como los miembros de grupos desfa­
vorecidos tendían a interiorizar el consenso social existente sobre las característi­
cas de su endogrupo, manifestando preferencias por exogrupos de mayor estatus.
Siguiendo en la misma dirección, Martínez (1989) encontró que en situa­
ciones de negociación los grupos con bajos recursos eligen una distribución
similar de los recursos, independientemente del grupo al que se pertenezca,
mientras que los miembros de grupos con recursos tratan de incrementar sus
recursos a costa del exogrupo.
A pesar de esta acumulación de evidencias, también existen algunos datos
contradictorios. Así, Doise (1985) encontró una mayor discriminación hacia el
exogrupo en miembros de bajo estatus.
El resultado de Sachdev y Bourhis (1991) anteriormente expuesto (valora­
ción más positiva del exogrupo por parte de grupos de bajo estatus) es espe­
cialmente relevante porque nos remite a un fenómeno concreto: la identidad
social negativa.

5.2. Identidad social negativa

Como señala la teoría de la Identidad Social, nuestra identidad social se


va construyendo a partir de procesos de auto-categorización y heterocategori-
zación por los cuales interiorizamos como propios los atributos, actitudes,
opiniones, creencias, conductas, etc. que definen a nuestro grupo de pertenen­
cia. Sin embargo, en ocasiones, este proceso resulta «dañino» para la propia
imagen en la medida en que resulta en imágenes socialmente valoradas de
forma negativa (p.e. identidad de fumador).
Como indicaban Sachdev y Bourhis (1991) este hecho tiene lugar cuando
grupos de bajo estatus interiorizan su inferioridad. La identidad social negativa
es típica de los sujetos perteneciantes a grupos sociales estigmatizados (Gib-
bons y Gerrard, 1991). En general, parece que la auto-estima de grupos de
bajo estatus es peor (Wagner, Lampel y Syllwasschy, 1986). Tajfel (1982) ex­
plica este fenómeno afirmando que en la comparación social, los grupos de
bajo estatus suelen encontrarse ante un conflicto de identidad debido a las
evaluaciones negativas resultantes del proceso de comparación social.
Cuando se plantea el tema de los grupos de bajo estatus social es impor­
tante diferenciar dos tipos de situaciones ya planteadas por Tajfel (1981), y
que conducen a diferentes tipos de respuesta por parte de dichos grupos hacia
los grupos de mayor estatus social:

A) Situaciones de Identidad Social Segura. Son aquellas situaciones en las


que los miembros tanto del grupo de alto estatus, como los de bajo estatus
162 A. Echebarría Echabe y J.F. Valencia Gám

advierten las desigualdades entre ambos com o legítimas, y además se perci­


ben dichas desigualdades de estatus como estables (Tajfel, 1981; Echebarría
1989). En otras palabras, los desfavorecidos internalizan su inferioridad. Ante
este tipo de situación, los sujetos de bajo estatus suelen adoptar diferentes
estrategias cara a la construcción de identidades más positivas de sí mismos:

a) Estrategias de comparación downward (Gibbons y Gerrard, 1991): los


sujetos del grupo estigmatizado tienden a derogar al sujeto prototípico de su
categoría com o forma de crear una distancia psicológica entre el self y la cate­
goría. Este efecto lo encontramos en un estudio realizado por Echebarría et aL
(1992) en el que cuando se pedía a un grupo de drogadictos y de no drogadic-
tos que juzgasen a una persona etiquetada com o drogadicto que discutía con
un supuesto dueño de una tienda, los drogadictos eran los más críticos en sus
atribuciones y percepciones. Igualmente, en otro estudio realizado por Eche­
barría, Fdez. Guede y González (1994), ante una situación en la que la perte­
nencia categorial se hacía saliente, los fumadores reducían su grado de identi­
ficación con su categoría de pertenencia. Otra variante de este tipo de estrate­
gia consiste en la comparación con exogrupos de menor estatus. En este senti­
do, Spears y Manstead (1989) señalan que tras una comparación con un exo­
grupo de mayor estatus, se incrementa la saliencia y la comparabilidad con
grupos de menos estatus como grupos de referencia relevantes, incrementán­
dose así la valoración del endogrupo.
b) Otra estrategia diferente es la creatividad social. En otras palabras, los
sujetos en situación de desventaja buscan encontrar nuevas dimensiones en
las que la comparación les resulte favorable (Robinson, Tayler y Piolat, 1990).
Un ejemplo de esta estrategia la encontramos en el estudio clásico de Lemaine
(1966). En este estudio, se creó en un campo de vacaciones para niños una
situación de competición (realizar la cabaña cuya beldad sería juzgada por los
monitores), creándose dos grupos desiguales (a uno se le suministró medios
técnicos para hacerlo, mientras al otro no). El grupo desfavorecido introdujo
un nuevo elemento (además de la cabaña, construyeron un jardín alrededor),
de forma que si bien en una dimensión de comparación salían desfavorecidos
(la cabaña), la otra les dotaba de una distintividad favorable en la compara­
ción (el jardín). En este sentido, Spears y Manstead (1989) señalan com o una
de las estrategias de defensa de la identidad social es la de diferentes-pero-me-
jores. En otras palabras, el endogrupo se considera mejor en ciertas dimensio­
nes de comparación, y reconoce la superioridad del exogrupo en otras. Sin
embargo, esta estrategia requiere de un proceso de validación social, el alcan­
zar un consenso con el exogrupo. Así, frecuentemente, esta estrategia aislada
resulta idealista, pues el intento del grupo de bajo estatus por consensuar su
superioridad en una dimensión valorativa está estrechamente relacionado con
el contexto material y las jerarquías de estatus (Spears y Manstead, 1989).
c) Otra estrategia es la de invertir la valoración de la dimensión que po­
seía anteriormente connotaciones negativas (the black is beauty), para conver­
tirla en una dimensión valorada positivamente.
d) Otra estrategia que no produce cambios en la jerarquización existente
consiste en disminuir la importancia subjectiva de la dimensión de compara­
Procesos inter e intragrupales. 163

ción de la que resulta la desfavorabilidad para el endogrupo (Wagner, Lampel


y Syllwasschy, 1986).
e) Finalmente, tenemos la estrategia de movilidad social o «movimiento
de individuos, familias y grupos de una posición social a otra» (Tajfel, 1981,
p. 244). En otras palabras, los sujetos, de forma individual, tratan de abando­
nar el grupo para pasar a otro grupo socialmente más valorado. En estas
situaciones los miembros del grupo desfavorecido tienden a aproximarse ha­
cia el exogrupo de mayor estatus (Van Knippenberg, Vries y Van Knippen-
berg, 1990). Ahora bien, un elemento central en la movilidad social es la per-
n,leabilidad de las barreras que separan los gmpos (Echebarría, 1989; Ellemers,
Van Knippenberg y Wilke, 1990; Wright, Taylor y Moghaddam, 1990). La per­
cepción de permeabilidad de dichas barreras estimula la movilidad individual,
produciéndo procesos de desidentificación con el endogrupo (Echebarría y
González, 1994). Los sujetos de grupos de bajo estatus en situaciones de per­
meabilidad se identifican más con los grupos de alto estatus, mientras que la
percepción de inestabilidad en las diferencias de estatus conduce a una mayor
identificación intragrupal en los grupos de bajo estatus, pero no en los de alto
estatus (Ellemers, et al., 1990). Ahora bien, la permeabilidad de las barreras
no tiene por que corresponderse a la realidad, basta con que dicha permeabilidad
sea percibida como tal (Wright, Taylor y Moghaddam, 1990). La percepción
por parte del grupo desfavorecido de que las diferencias de estatus están basa­
das en la capacitación individual, atribuyendo características personales a la
pertenencia categorial, estimula dicha percepción de permeabilidad, incitando
a su vez comparaciones interindividuales en vez de intergrupales y favorecien­
do la movilidad social. La movilidad social suele ser restrictiva (Wright et al,
1990) pero basta con que se perciba que un grupo reducido de sujetos del
grupo de bajo estatus han podido acceder al grupo de alto estatus para que se
refuercen las creencias sobre que el éxito y el fracaso dependen de capacida­
des personales. Sin embargo, cuando los intentos de movilidad individual son
bloqueados sistemáticamente, los miembros de grupos de bajo estatus pueden
empezar a pensar que la estratificación se basa en pertenencias categoriales
(como la raza, el sexo, etc.) en vez de capacidades individuales, generándose
sentimientos de injusticia que incrementan la insatisfacción por la situación de
desventaja y la motivación por implicarse en acciones colectivas.

B) El segundo tipo de situaciones son las denominadas Situaciones de


Identidad Social Insegura. Son situaciones en las que se percibe una posibili­
dad de cambiar la distintividad negativa derivada de comparaciones entre gru­
pos que mantienen posiciones sociales desiguales (Tajfel, 1978). Este tipo de
situaciones se caracteriza por una percepción de ilegitimidad de las diferen­
cias de estatus, y una percepción de la inestabilidad de dichas difererencias
(Tajfel, 1981; Echebarría, 1989). En otras palabras, la legitimidad del viejo
orden se ve amenazada (Ng y Cram, 1988). Como afirma Tajfel (1981), la
ilegitimidad y la inestabilidad de las fronteras intergrupales constituyen catali­
zadores importantes para la lucha por el cambio del estatus del grupo. Este
cambio de legitimidad es desfavorable para el grupo ortodoxo, por ello se
llama inseguridad negativa, mientras que es favorable para el grupo heterodo­
164 A. Echebarría Echabe y J.F. Valencia Gárau

xo: inseguridad positiva (Ng y Cram, 1988). Es en este tipo de contextos en los
que los sesgos intergrupales son más acusados. Spears y Manstead (1989) seña­
lan cóm o este tipo de situaciones afecta también a los grupos de alto estatus
que tratan de incrementar su diferenciación ante la amenaza a su posición.
Aquí, los grupos de estatus elevado ven amenazada su identidad social, bien
por la amenaza de otro exogrupo, bien por un conflicto en su sistema de
valores derivado de que su situación de privilegio se percibe basada en la
injusticia y la explotación (Tajfel, 1978). El tipo de estrategia utilizada por los
grupos desfavorecidos en este tipo de situaciones es la movilización social
(Tajfel, 1978; Echebarría, 1989; Brown, 1988).

5.3. La movilización social

Los miembros del grupo desfavorecido se implican en acciones colectivas


orientadas a la modificación de la estratificación actual que resulta desventa­
josa para el grupo. Tajfel (1981, p. 244) define el movimiento social que se
deriva de este tipo de situaciones como «los intentos colectivos por conseguir
el cambio en ciertas instituciones o la creación de un orden social completa­
mente nuevo... representa el esfuerzo de un grupo amplio de personas por
resolver colectivamente un problema que lo sienten como común». Sin em­
bargo, existirían tres condiciones necesarias para que el grupo desfavorecido
inicie una acción colectiva (Echebarría, 1989; Tajfel, 1981):

a) Condición de identidad. Los miembros del gmpo deben desarrollar un


sentimiento de pertenencia gmpal, un sentido de «nosotros». Gurin y Townsend
(1986) distinguen tres dimensiones dentro de la identidad del gmpo: 1) similitud
percibida en ciertas características personales de sus miembros; 2) conciencia de
un «destino común», definida como la percepción de que los miembros del
gmpo son tratados de forma similar; 3) centralidad para el sujeto, importancia
para el self que tiene dicha pertenencia gmpal.
b) Condición de oposición, deben además identificar un exogmpo (p.e. el
exogrupo de alto estatus) al que culpabilicen de su situación desfavorable. En
esta dirección, Hewstone (1988) señala que la atribución de la situación desfa­
vorable en la que se encuentra el endogrupo a un exogmpo, por un lado
permite proteger la auto-estima de los miembros del gmpo desfavorecido,
pero además genera sentimientos de cólera hacia el responsable de la situa­
ción. Este tipo de atribución jugaría un papel central en la «ideología del des­
contento». Ya Tajfel (1982) señaló que los gmpos de bajo estatus buscan resol­
ver los conflictos de identidad derivados de su situación desfavorable buscan­
do atribuir las responsabilidades al sistema social.
c) Y deben elaborar un discurso que explique la legitimidad de su acción
colectiva hacia el exogmpo, y urja sobre la necesidad de tal acción colectiva.
Como afirmaba Tajfel (1978, 1981), cuando existen discrepancias entre ¡as
creencias en el cambio social y las facilidades para la movilidad social, emerge
una creatividad social asociada al desarrollo de nuevas actitudes e ideologías, y
Procesos inter e intragrupales... 165

sus concomitantes emocionales, incrementando una percepción dicotómica


del contexto social y facilitando las conductas en términos de pertenencias
grupales mutuas. Este tipo de «ideologías» pueden conducir a que los impedi­
mentos de la movilidad social no existentes en la realidad puedan ser «crea­
dos». Tajfel (1978) señala la existencia de tres tipos de creencias sobre el cam­
bio social:

1) Creencias sobre la existencia de un sistema de estratificación social rígi­


do, sin percepción de existencia de impedimentos para la movilidad social (p.e.
movimientos nacionalistas).
2) Individuos dentro de la sociedad que necesitan estructurar sus am­
bientes sociales en forma de creencias sobre la jerarquización impermeable de
los grupos sociales.
3) Conflicto de intereses entre grupos que no ocupan estatus diferentes.

Autores posteriores han introducido matizaciones en las formulaciones


tajfelianas sobre la secuencia de procesos que conducen a la acción social
colectiva. Así, Taylor y McKiman (en Taylor y Moghaddam, 1987) plantean el
modelo de las cinco fases. Estas cinco fases que serán descritas a continuación
podrían ser completadas rápidamente, o requerir siglos:

1) La sociedad está claramente estratificada en grupos sociales. Los gru­


pos desfavorecidos se autorresponsabilizan de su situación y los grupos domi­
nantes se encargan de propagar esta ideología. Completando esta fase Doise
(1978) señala cómo la función de toda ideología dominante es la de oscurecer
las contradicciones de un sistema dado, buscando reproducir las relaciones
existentes a través del mecanismo de la universalidad y el aislamiento. El Esta­
do aparece como representante del interés general, diluyendo los agentes eco­
nómicos su naturaleza de clase y estableciéndose una falsa identidad igualita­
ria entre los ciudadanos. El Estado aparece com o árbitro de individuos con
intereses privados divergentes. En otras palabras, dicha ideología cumple una
función de reificación social. Esta ideología dominante extendida se ampliaría
en la segunda fase.
2) Emergencia de una ideología social individualista. La pertenencia gru­
pal aparece asociada y basada en la capacidad de logro individual y no en la
pertenencia categorial. Se legitima la habilidad y el esfuerzo com o medios
para el cambio grupal, apareciendo las barreras intergrupales com o permea­
bles y abiertas. Las comparaciones son de carácter interindividual.
3) Movilidad social. Dada la extensión de la ideología anterior, los sujetos
dominados ensayan la estrategia de la movilidad social. Serán los sujetos con
«más talento» que se han comparado con sujetos de categorías favorecidas
quienes traten la movilidad social.
4) Incremento de la conciencia. El logro de la movilidad social legitima el
sistema demostrando que las diferencias de estratificación se basan en capaci­
dades y esfuerzos personales. Sin embargo, cuando se multiplican los casos de
sujetos de grupos desfavorecidos que fracasan en los intentos de movilidad
social se comienza a cuestionar la ideología anterior. Doise (1978) plantea que
166 A. Echebarría Echabe y J.F. Valencia Gárate

las contradicciones internas permiten el desarrollo de oposiciones a nivel ideo­


lógico. Los grupos discriminados desarrollan «contraideologías opositoras».
Según Gurin y Towsend (1986), esta contra-ideología, o ideología de los desfa­
vorecidos incluiría un triple componente: a) descontento con el poder relativo
del grupo; b) evaluación de la legitimidad de la estratificación social desventa­
josa para el grupo; y c) creencia en la necesidad de una acción colectiva para
obtener los intereses del grupo.
5) La fase final sería de relaciones intergrupales competitivas. Se corres-
pondende a la acción colectiva de los grupos discriminados por mejorar su
situación

Según algunos autores, un elemento fundamental en el estudio de la acción


social es la deprivación relativa, que puede ser definida como «la percepción del
individuo de la discrepancia existente entre sus expectativas de valor y sus capa­
cidades de valor... las expectativas de valor son cualquier cosa que una persona
piensa que merece tener, y capacidades de valor se refiere a las cosas que una
persona cree que le es posible obtener» (Taylor y Moghaddam, 1987). A la hora
de plantear la acción colectiva se suele distinguir entre la privación relativa per­
sonal y la privación relativa colectiva (Dube-Simard, 1983). En la primera, el
sujeto compara su situación individual (no la de su grupo) con la del exogru­
po, mientras en la segunda la comparación es entre la situación del endogrupo
como totalidad con la del exogrupo. Es este segundo tipo de privación relativa la
que aparece asociada a la militancia y la acción colectiva. Además, Runciman
(en Taylor y Moghaddam, 1987) distinguía entre deprivación egoísta (el sujeto
siente deprivación debido a su posición dentro del grupo) y deprivación fraternal
(la deprivación surge de la comparación del estatus del grupo en su globalidad
frente el estatus de otro grupo). La primera estaría asociada a acciones indivi­
duales (p.e. la movilidad social), mientras la segunda a la acción colectiva.
Taylor y Moghaddam (1987) señalan que los requisitos para que se pro­
duzca la privación relativa serían:

1. Que la persona o grupo vea que otra persona o grupo posee un valor
dado.
2. Que esa persona o grupo desee poseer dicho valor.
3. Que además se sienta acreedor del mismo.
4. Que perciba posibilidades para su obtención.
5. Que no se auto-culpabilice de la carencia del mismo.

5.4. Asimetría en las relaciones intergrupales y construcción


de la identidad social

Además de su influencia sobre las estrategias discriminativas llevadas a


cabo en contextos intergrupales, la asimetría en las relaciones intergrupales
ejerce una profunda influencia sobre la forma como se construyen las identi­
dades sociales en el seno de los diferentes grupos.
Procesos inter e intragrupales... 167

6. Discriminación intergrupal e identidad social: las funciones


de las prácticas discriminatorias

6.1. ¿Q u é función cumple la discriminación dentro de la identidad


del individuo?

La acumulación sistemática de datos que apuntan hacia la generalidad de


la conducta discriminativa puede llevamos a pensar si este tipo de práctica no
cumplirá algún tipo de función social. Existen datos que parecen ir en esta
dirección.
Abrams y Hogg (1988) realizan una revisión de los estudios centrados en
esta problemática concluyendo que la discriminación intergrupal cumple una
función de defensa e incremento de la autoestima. En refuerzo de esta postura,
Oakes y Tumer (ver en Abrams y Hogg, 1988), tras categorizar a los sujetos en
dos gmpos, a la mitad de los sujetos se les permitió ejercer acciones discrimi­
nativas hacia el exogmpo a través de la distribución de recompensas, mientras
a la otra mitad no se les dio dicha opción. Los datos de este estudio indicaron
que aquellos sujetos a los que se les permitió ejercer acciones discriminativas
manifestaron mayores niveles de auto-estima que aquellos que no tuvieron
dicha opción.

7. Asimetría intergrupal y construcción de la identidad

La asimetría en las relaciones del poder ejerce una influencia profunda en


la constmcción de la identidad social del los miembros de gmpos favorecidos
y desfavorecidos.
En esta dirección Deschamps (1982) señala que la distribución del poder
es fundamental en la definición de la identidad. La Identidad Social de los
dominantes se definirá en términos de sujeto, mientras que la identidad social
de los dominados se define como objeto. El primero se vería a sí mismo com o
un actor voluntario, autónomo y singular, no determinado por su afiliación
social. Por lo contrario, los segundos se definirían com o elementos indiferen-
ciados. Como evidencia empírica se remite a un estudio realizado en 1968 por
Gordon (ver en Deschamps, 1982) en el que se pidió a un gmpo de 156 estu­
diantes que respondiesen 15 veces seguidas a la pregunta ¿quién soy yo? Las
categorías que emergieron con más frecuencia fueron el «sexo» y la «edad».
Sin embargo, las minorías (mujer, negro, etc.) manifestaron en mayor medida
atributos asociados a su gmpo, y menos frecuentemente atributos de identi­
dad social subjetiva (p.e. inteligente, etc.). Los «dominados» se definían más
en términos de su posición social y pertenencia categorial, mientras los domi­
nantes lo hacían más en términos de características personales. En el mismo
sentido, Bemstein (en Deschamps, 1982) encontró que los miembros de clases
altas utilizaban con mayor frecuencia el pronombre «YO», mientras los miem­
bros de gmpos de bajo estatus utilizaban más formas pronominales no-indivi­
dualizadas (p.e. nosotros). Messick y Mackie (1989) afirma que la representa­
168 A. Echebarría Echabe y J.F. Valencia Gárate

ción de los grupos de alto estatus es más individualizada. Las representacio­


nes sociales que comparten los miembros de grupos dominantes y dominados
sobre lo que es la «persona» difieren. Las representaciones del sujeto en las
categorías sociales dominantes es la de agente activo, autónomo, único, e
ideosincrático, mientras que en los miembros dominados estará más vincula­
da a factores contextúales (Clemence, Deschamps y Roux, 1990).
También en la misma dirección, Echebarría (1990) encontró que las mu­
jeres hacían significativamente más referencia a su categoría de pertenencia
sexual que los hombres, y que además se describían más utilizando atributos
vinculados a los estereotipos de su grupo de pertenencia que los varones ante
la pregunta «¿quién soy yo?».
En otras palabras, los miembros de grupos dominantes se consideran a sí
mismos com o «puntos de referencia» en relación al cual se definen los otros,
concibiéndose en términos de individuos, y no de grupo. Lo contrario sucede­
ría en el caso de los miembros de grupos dominados (Deschamps, 1982).
Más recientemente, Lorenzi-Cioldi (1988; Lorenzi-Cioldi y Meyer, 1990)
ha desarrollado esta concepción afirmando la necesidad de diferenciar entre
dos tipos de grupos sociales: la colección y el agregado. Desde esta diferencia­
ción, afirma (Lorenzi-Cioldi, 1988, p. 36) que «los grupos dominantes y los
dominados se distinguen en función de su propensión a evocar la indiferen-
ciación y la intercambiabilidad de sus miembros, o por lo contrario, la unici­
dad y la especificidad de los mismos».
El grupo dominante será una colección de individualidades, cada una con
su especificidad, mientras que el grupo dominado es un agregado de individua­
lidades relativamente indiferenciadas unas de la otras.
«A nivel de la expresión de sus identidades, los miembros del grupo domi­
nante se van a adherir a propiedades personales, aparentemente extracatego-
riales, y a propiedades ideosincráticas; mientras que los miembros de un gru­
po dominado van a forjar sus identidades en tomo a las propiedades colecti­
vas que definen directamente a su gmpo de pertenencia. La identidad domi­
nada asume las características de una constmcción social en contradicción
con la norma dominante de la identidad que se presenta com o no-social»
(Lorenzi-Cioldi, 1988, pp. 37 y 40). Esta tesis del autor es confirmada en sus
estudios sobre el conflicto entre mujeres (gmpo dominado) y los varones (gm­
po dominante).
La tesis parte de una extensión del principio de dominación (Lorenzi-Ciol­
di, 1992). Según este principio, una característica del dominante es su capaci­
dad para afectar a la situación del dominado en la medida en que ejerce el
poder. Esto conduce a que el dominado focalice más la atención en el domi­
nante, en un intento por anticipar las decisiones del mismo. Esta tesis se
vería, por ejemplo, confirmada en los estudios sobre reconocimiento facial de
emociones en los que las mujeres aparecen como mejores decodificadoras de
expresiones emocionales.
Procesos inter e intragrupales... 169

8. Relaciones intergrupales y representaciones sociales

Como ya señaló Tajfel (1982), los grupos tienden a desarrollar discursos


(o representaciones) que explican su posición en el entramado social. Estos
discursos o representaciones sociales se encuentran íntimamente relacionadas
con la naturaleza de las relaciones que mantienen los grupos sociales (Eche­
barría, Fdez. Guede, San Juan y Valencia, 1992; Di Giacomo, 1986; Jaspars y
Hewstone, 1985; Doise, 1990). Como afirma Doise (1976, 1990), las discrimi­
naciones intergrupales funcionan en forma de una «espiral viciosa»: la discri­
minación conductual elicita discriminaciones en el plano evaluativo y repre-
sentacional, que a su vez facilitan conductas discriminativas ulteriores.
El tipo de representación que emerje al interior de un grupo dado va a
depender de la posición que dicho grupo ocupe en el contexto intergrupal. Los
miembros de grupos en una situación ventajosa en términos de recursos de
poder tienden a desarrollar discursos que justifiquen la desigualdad social y la
legitimidad de su posición favorable. La función de las representaciones en
dichos grupos sería la de justificar las prácticas discriminativas que ejercen
sobre los otros grupos (Echebarría, Fdez. Guede y González, 1994). Como
señalan Struch y Schwartz (1989; Schwartz y Struch, 1989), en toda sociedad
existe algún tipo de norma moral implícita que sanciona las prácticas discri­
minativas. Por ello, los grupos en situación de poder que discriminan a otros
grupos necesitan desarrollar discursos o representaciones que justifiquen di­
chas prácticas. Bar-Tal (1989, 1990) y Papastamou (1989) han analizado algu­
nas de estas estrategias de deslegitimación y control social utilizadas por los
grupos para justificar su discriminación hacia otros grupos.
Por lo contrario, en los grupos en situación de marginación social el tipo de
discurso o representación desarrollada cumpliría funciones claramente diferentes:

a) En el caso en que la situación de desigualdad en la distribución de


recursos sea percibida como ilegítima, estos discursos buscarían justificar in­
tentos ulteriores de transformación social (Tajfel, 1982), urgiendo al grupo a
la movilización social.
b) En el caso de grupos marginados que se encuentran en contextos so­
ciales en los que el discurso dominante que justifica su discriminación está
ampliamente extendido, incluso en el seno de los grupos desfavorecidos, los
discursos cumplirán fundamentalmente funciones de defensa de la identidad
social contra los intentos de estigmatización provenientes de la mayoría nor­
mativa (Echebarría, Fdez. Guede y González, 1994).

En otras palabras, la naturaleza de las relaciones intergrupales afecta al


tipo de discurso o representación elaborada en el seno del grupo. Un ejemplo
de tal influencia lo encontramos en un reciente estudio realizado por Echeba­
rría, Fdez. Guede y González (1994) en el que se analizaba experimentalmente
los cambios en las representaciones sociales del fumador, de los fumadores y
no fumadores como resultados de la explicitación de situaciones de conflicto
intergrupal. En este estudio se encontró que existía una representación domi­
170 A. Echebarría Echabe y J.F. Valencia Gárate

nante negativa del fumador compartida mayoritariamente tanto por no-fuma­


dores (92,3 %) como por los fumadores (88,2 %). Sin embargo, cuando se
explicitaba una situación de conflicto con un incremento de las prácticas re­
presivas hacia los fumadores, el 41,2 % de los fumadores se adherían o desa­
rrollaban un tipo de representación diferente a la anterior, y que giraba en
tom o a la exculpación del propio fumador y el estereotipo positivo del fuma­
dor (el gmpo normativo de los no-fumadores no veían afectado el discurso).

9. Resumen

La exposición que ha precedido ha tratado más de esbozar una pincelada


impresionista sobre los diferentes temas abordados en tomo a las relaciones
mutuas entre dinámicas inter e intragmpales que a desarrollarlos.
De lo dicho queda claro que lo que sucede en el interior de los gmpos no
tiene lugar en vacío social, sino que la posición social ocupada por el gmpo en
el entramado social, y el carácter de las relaciones que en tanto que gmpo
«posicionado socialmente» mantiene con otros gmpos afecta profundamente
lo que acontece en el interior del gmpo a múltiples niveles: a nivel de su
forma de organización y estmcturación internas; a nivel del tipo de discursos,
actitudes, conductas, creencias, etc., desarrolladas tanto en tom o al propio
gmpo, com o respecto a los otros gmpos; incide en la forma como se van
construyendo las identidades de sus miembros, etc.
Analizada dicha relación bidireccional desde el otro ángulo, los propios
problemas internos del gmpo afectan al tipo de relación mantenida con los
otros gmpos. Esta influencia que va del interior del gmpo a las relaciones
con otros gmpos se ha visto recientemente ejemplificada de forma dramática
en conflictos e intervencionismos internacionales cuya verdadera razón de ser
no son entendibles si no se observa lo que acontece en el interior de los gm ­
pos y países en conflicto.

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8

La perspectiva sociocultural
en el estudio del grupo
Juan José Arróspide
Javier Cerrato

1. Introducción

Ya desde los años ochenta (Shaw, 1983) y también en lo que va de los


noventa (Moreland y Hogg, 1993) se han podido escuchar numerosas voces de­
mandando una ampliación en la perspectiva de abordaje de los grupos, primor­
dialmente en lo referente a la explicación del fenómeno grupal, aunque también
para la intervención grupal. Buena parte de esa ampliación en la perspectiva
viene contemplada en lo que hemos denominado «perspectiva sociocultural».
Hendrick aporta una opinión autorizada sobre las nuevas vías de desarro­
llo de la Psicología de grupos: «Los procesos de grupo son un campo que de
nuevo muestra vitalidad después de haber estado moribundo durante un cuar­
to de siglo. En buena medida, esta revitalización es debida a nuestros colegas
europeos, especialmente Tajfel, Moscovici y sus colaboradores» (1987, p. 8).
La aportación de Tajfel, Moscovici y sus colaboradores estriba en una concep­
ción psicosocial que nos acerca al abordaje de lo que señalan Levine y More­
land cuando dicen: «[...], el grupo no puede entenderse si no se analiza el
marco en el que vive» (1990, p. 586).
Nosotros partimos de la aportación que Doise (1982, 1991) realiza acerca
de la explicación en Psicología social. Doise ha tratado de responder a la cues­
tión, prioritaria en Psicología social, de cómo poner en evidencia y estudiar la
imbricación de lo psicológico y lo social. Comenta Doise que algunos trabajos
tratan de dar cuenta de la manera en la que el individuo organiza sus percep­
ciones y su experiencia del medio social y mediante qué mecanismos cogniti-
vos lo logra. Se trata de un nivel de explicación intraindividual. Otros investi­
gadores se focalizan en el estudio de los procesos interindividuales, tratando
de mostrar lo que acontece entre los individuos en una situación dada y de
saber acerca de las dinámicas relaciónales y organizacionales que allí se des­
arrollan. Este tipo de estudio nos sitúa en un nivel de explicación interindivi­
dual o situacional. Aún hay otros investigadores que tienen en cuenta las dife­
rencias de posición social entre individuos y grupos, tratando de precisar los
perspectiva sociocultural en el estudio del grupo 175

efectos de estas diferencias (estatus, categoría social, etc.) sobre las interaccio­
nes que los individuos y los grupos mantienen entre ellos. Se trata de un nivel
de explicación posicional. Finalmente, hay investigaciones que hacen interve­
nir los sistemas de normas, de ideas, de creencias de un grupo social dado, y
que tratan de aflorar las funciones y los efectos sobre las interacciones que se
desarrollan entre individuos y entre grupos. Este último se trata de un nivel de
explicación ideológico (Aebischer y Oberlé, 1990). Tal y como es de sobra co­
nocido, este autor bebe en algunas fuentes intelectuales como son, entre otros,
Moscovici y Tajfel, lo cual hace que podamos considerarle una muy importan-
re pieza en la nueva conceptualización teórica de los grupos.
Las investigaciones sobre grupos se han situado durante mucho tiempo,
de manera prioritaria, en el nivel interindividual o situacional, pero las expli­
caciones de este nivel están siendo enriquecidas desde que se les articula con
explicaciones de tipo posicional e ideológico.
Las explicaciones desde el nivel I, es decir del que considera al individuo
como un organismo de tratamiento de información y consecuentemente al
grupo como articulado a partir de este nivel intrapersonal, son insuficientes ya
que no basta con situar el origen de los esquemas en las características del
¡funcionamiento psicológico del individuo, por encontrarse el origen del pro­
blema en mayor medida en un análisis ideológico.
La tradición que representan autores como Asch y Blumer (Morales,
1985) si bien admite que el marco en el que transcurre el proceso grupal está
constituido por la cultura y la estructura social, dicho proceso no es predicti-
ble a partir de los elementos de dicho marco, poniendo por su parte el acento
en la interrelación de las actividades e interacción psicológica, es decir en el
nivel II.
Más recientemente, Tajfel (1981) percibe que ciertos aspectos de la con­
ducta social que tradicionalmente se han encuadrado en «marcos individuales
e mterindividuales» comienzan a considerarse dentro de un contexto social y
cultural al que pertenecen. Como nos señala Morales (1985) el propio trabajo
de Tajfel es un buen ejemplo del cambio mencionado, siendo las relaciones
intergrupos el objeto focal de su estudio. «Se trata de tener en cuenta las
realidades sociales y su reflejo en la conducta social a través de la mediación
de sistemas de creencias socialmente compartidas» (1981, p. 13).
Es en este contexto en el que desarrollamos este capítulo sobre la pers­
pectiva sociocultural de grupo.

2. La explicación de la realidad grupal desde el nivel posicional

Doise nos aporta los niveles III y IV, lo que significa incorporar en el
estudio de los grupos su contexto social y cultural. A partir de ello las estruc­
turas sociales y culturales pasan a formar parte de la dinámica del grupo. A
estos dos niveles se ha referido Doise como nivel posicional y nivel ideológico.
También Bronfenbrenner (1979) se interna por los diferentes niveles que ac­
túan en la realidad grupal, tal y como nos señala Morales (1985).
176 J.J. Arróspide y J. Cerrato

Se puede decir que Doise (1982) introduce una perspectiva intergrupal en


el análisis de los grupos desde el concepto de «posición social» de los grupos.
La estructura social está definida en términos de grupos sociales que ocupan
posiciones diferentes en la escala social. Estas distintas posiciones sociales
afectan al funcionamiento del grupo a través de una de las variables básicas
que definen la estructura de un grupo: su grado de jerarquización interna.
Nosotros trabajamos con la hipótesis de que la estructura de un grupo es
fruto de una negociación permanente entre grupos y entre individuos que
tienen posiciones sociales diferentes.
Allport (1954), en su libro «La naturaleza del prejuicio» y partiendo del
proceso cognitivo de la Categorización, fué de los primeros en subrayar los
efectos del conflicto intergrupal sobre la estructura interna de los grupos.
Desde una perspectiva cognitiva, el conflicto intergrupal puede provocar
un aumento o una reducción de la cohesión grupal.
Sherif (1966) adopta la perspectiva del conflicto realista —conflicto de inte­
reses entre los grupos— y en su célebre estudio sobre la «Cueva de los ladrones»
(Sherif, Harvey, White, Hood y Sherif, 1961) puso de manifiesto los cambios
que tienen lugar en el interior de los grupos como resultado de los cambios que
se producen en las relaciones intergrupales. En situación de competición-hostili­
dad intergrupal, el conflicto es vivido en relación al exogrupo, mientras que se
reduce el conflicto intragrupal, aumenta la cohesión y se jerarquiza la estructura
interna del endogrupo. En situación de interdependencia cooperativa —obtenida
por la introducción de metas supraordenadas—, se reduce el conflicto intergru­
pal, se reducen las barreras intergrupales y se establecen lazos de atracción
entre las personas, independientemente de sus pertenencias grupales.
Las investigaciones de Sherif van en el sentido de los resultados obtenidos
por Tajfel y Wilkes (1963) en la categorización de los objetos físicos como
partes de una única categoría o de dos categorías: la homogeneización intra­
categorial de los objetos hace que éstos aparezcan como más iguales entre sí
de lo que son en realidad; mientras que la diferenciación intercategorial hace
que los objetos pertenecientes a las diferentes categorías aparezcan com o más
diferentes entre sí de lo que son en realidad.
Sin embargo, en la categorización social se juega con personas agrupadas
en categorías y esta diferenciación categorial va ligada a conflictos de intere­
ses, a conflictos de poder y a conflictos de estatus que afectan directamente a
la identidad social de las personas.

2.1. El poder en las relaciones intergrupales

El enfoque «realista» está ligado a la existencia de un conflicto de intere­


ses entre los grupos y no se resuelve en la vida real por la simple creación de
metas supraordenadas especialmente cuando se trata de una anticipación de
resultados en situación cooperativa. Hay dos variables que afectan directa­
mente a los conflictos intergrupales en una perspectiva «realista»: la escasez
de recursos y el control de recursos (poder). La escasez de recursos hace que,
La perspectiva sociocultural en el estudio del grupo 177

con frecuencia, el establecimiento de metas supraordenadas acentúe el con­


flicto intergrupal (Condor y Brown, 1988).
Respecto al tema del poder, Erika Apfelbaum escribe: «Sin embargo, la
mayor parte de la investigación realizada sobre las relaciones intergrupales ha
ignorado el análisis sistemático de la etiología y del funcionamiento de los
efectos de estos fenómenos —por ejemplo, los efectos de la discriminación y
de la segregación» (1989, p. 263, subrayado original).
Apfelbaum subraya la aportación de Lewin con los artículos sobre mino­
rías en conflicto, publicados en su libro postumo «Resolving Social Conflicts»
(Lewin, 1973). Lewin sostiene que los miembros de los grupos privados de sus
derechos fundamentales, aunque deben buscar apoyo en otros grupos, tienen
que confiar antes que nada en sus propios recursos. Tienen que luchar por sí
mismos y mostrar su fuerza y su determinación para conseguir respeto y ce­
rrar toda posibilidad de caer en una posición de subordinación. Señala igual­
mente Lewin, los efectos desorganizadores que causa al individuo la pertenen­
cia a un grupo privado de sus derechos fundamentales, el conflicto interno
resultante y los posibles intentos por asimilarse en la comunidad mayoritaria
con el fin de escapar a dicho conflicto. «El temprano énfasis de Lewin en las
funciones positivas del conflicto no ha tenido continuación en sus discípulos
que, sin embargo, han llevado mucho más lejos que él su énfasis en los aspec­
tos disfuncionales de la conducta de conflicto» (Coser, cit. en Apfelbaum,
1989, p. 268).
Lewin sugiere y Apfelbaum afirma explícitamente que «el poder se expre­
sa en la relación de dependencia entre dos grupos cuando uno se apropia de
los derechos y privilegios del otro y fija sus límites. El primer grupo se con­
vierte entonces (o se convierte aparentemente) en el representante/modelo y
en el garante/sancionador de las normas y valores sociales que a partir de ese
momento parecen ser universales, a la vez que declara explícitamente que las
normas y valores del otro grupo son peculiares e inaceptables. El poder tam­
bién se expresa de una forma más específica: asigna un espacio vital delimita­
do a cada grupo en el campo social definiendo una jerarquía relativa paro, silos
y situándose en ella. Ni el poder ni ninguno de los dos grupos puede existir
independientemente, al margen de la relación que los vincula a ambos» Apfel­
baum, 1989, p. 279, subrayado original).
La introducción del tema del poder en las relaciones intergrupales ha
puesto de relieve hasta el presente algunos datos que queremos subrayar por
su importancia para la comprensión del funcionamiento grupal:

1) El poder es algo más que posesión de recursos para ejercer influencia


sobre los demás. El poder conlleva el control de los recursos ajenos. Cuando
en la literatura de la Psicología social se relaciona el poder y el liderazgo,
definiendo ambos como la capacidad de ejercer influencia sobre los demás, se
olvida que el poder conlleva acaparación de recursos y el establecimiento de
unas relaciones de dependencia. Este aspecto del poder ha sido justamente
subrayado por los teóricos del Intercambio Social. Todo ejercicio de influencia
sobre los demás se convierte en ejercicio de poder, a no ser que la influencia sea
mutua o bidireccional. En este sentido, la posesión de recursos es importante
178 J J . ArróspideyJ. Cenwm

para tener poder, porque en la práctica, es la diferencia de recursos lo que


hace que la influencia desemboque en el control de los recursos ajenos, es
decir, en poder.
También el poder en las relaciones intergrupales supone la creación oe
unas relaciones de dominación y de subordinación.
2) En la estructura social, existe una jerarquización de los grupos, en ¿
sentido de que unos controlan más recursos que otros. Cada grupo está defini­
do por su posición en la escala social.
3) Los miembros de los diferentes grupos elaboran una interpretación
compartida de su propia identidad y de la relación que tienen con los demás
grupos. La situación objetiva de dominación/subordinación es sociocognitiva-
mente reconstruida com o representación colectiva de la identidad del endo­
grupo y del exogrupo, así como de la relación que une a ambos. Esta repre­
sentación colectiva se traduce en una serie de procesos perceptivos —mareaje
o estigmatización de los miembros de los grupos y estereotipia—, procesos
afectivos —sentimientos positivos y negativos— y procesos evaluativos —valo­
ración diferente de las pertenencias grupales— .
4) La estructura intergrupal tiende a reproducirse en la estructura intra­
grupal, pero a través de la construcción simbólica colectiva de las relaciones
intergrupales y de la identidad social de los individuos.

La relación entre asimetría en las relaciones de poder entre los grupos y


la construcción de la identidad social ha sido subrayada por muchos autores:
Deschamps (1982), Echebarría (1990), Lorenzi-Cioldi (1988).
Todos los datos van en la misma línea: los grupos dominantes son más
individualistas, en el sentido de que los miembros de los mismos acentúan
más su unicidad y especificidad, mientras que los grupos dominados o subor­
dinados son más grupalistas, en el sentido de que acentúan más las caracterís­
ticas comunes de su pertenencia grupal. A nivel de la definición de su identi­
dad, los miembros del grupo dominante se refieren más a propiedades perso­
nales e idiosincráticas, aparentemente extracategoriales; mientras que ios
miembros de los grupos dominados definen su identidad a partir de las pro­
piedades colectivas que definen directamente a su grupo de pertenencia.
Aquí estamos estableciendo una relación directa entre sistema social —re­
laciones jerarquizadas entre los grupos en la escala de poder— e identidad
social de los miembros de los grupos. Pero no debemos olvidar lo que ya se
explícito antes: dicha relación no es directa, sino que pasa a través de las
interpretaciones colectivas —discursos colectivos sobre los grupos sociales,
cuya finalidad es precisamente la de justificar las prácticas discriminatorias
que son reproducidas o reconstruidas en la interpretación colectiva que hacen
los grupos en su interacción social. Los grupos ocupan posiciones de poder y
desarrollan representaciones colectivas que justifican su situación. Los grupos
subordinados desarrollan representaciones colectivas que cumplen diferentes
funciones. En el caso en que la situación de desigualdad en la distribución de
recursos sea percibida como ilegítima, las representaciones sociales tratarían
de justificar intentos ulteriores de transformación social (Tajfel, 1982), urgien­
do al grupo a la movilización social.
La perspectiva sociocultural en el estudio del grupo 179

En conclusión, podemos afirmar que la naturaleza de las relaciones inter­


grupales afecta al tipo de discurso o representación colectiva elaborada en el
seno del grupo y afecta a la identidad social de sus miembros, de la misma
forma que hemos visto con Sherif que afectaba a la estructura intragrupal.

2.2. La identidad social y las relaciones intergrupales

Tajfel (1983, 1984) y Tumer (1982, 1989), juntamente con otros muchos
autores, han desarrollado el estudio de las relaciones intergmpales desde la
perspectiva de la Categorización, Comparación e Identidad social.
La hipótesis básica es que las presiones para evaluar positivamente al
propio gmpo —y reforzar de esta manera la propia identidad social— a través
de las comparaciones endogrupo/exogrupo llevan a los gmpos sociales a inten­
tar diferenciarse mutuamente entre sí, lo que da lugar al conflicto intergrupal.
Existen al menos tres clases de variables que deberían influir en la diferencia­
ción intergmpal en situaciones sociales concretas. Primero, los individuos tie­
nen que haber internalizado su pertenencia gmpal como un aspecto de su
concepto del yo: tienen que estar subjetivamente identificados con el endogru-
po relevante. Segundo, la situación social debe ser tal que permita que las
comparaciones intergmpales hagan posible la selección y la evaluación de los
atributos relaciónales relevantes. Tercero, los endogmpos no se comparan a sí
mismos con cada exogmpo cognitivamente disponible: el exogmpo tiene que
ser percibido como un gmpo relevante de comparación (Tumer, 1989, 240).
Esta es la perspectiva psicosocial en el estudio de las relaciones intergm­
pales —basada en la teoría de la Categorización cognitiva de la realidad social
(Tajfel, 1984)— que no se opone a la perspectiva realista del estudio de las
relaciones intergmpales • —basada en el diferente control de recursos políticos,
económicos y culturales, es decir, en diferencias de poder. «De ninguno de los
argumentos resumidos aquí cabe concluir que el tipo de conflicto psicosocial
o “subjetivo" se considera aquí prioritario o que se le atribuye una función
causal más importante en la realidad social que a los determinantes “objeti­
vos” del conflicto social, cuyo análisis básico ha de buscarse en las estmcturas
sociales, económicas políticas e históricas de una sociedad» (Tumer, 1989,
252).
Ambas explicaciones son complementarias y los intentos que se han he­
cho por separar la influencia de los factores «objetivos» de la de los factores
«subjetivos» no han dado resultados muy satisfactorios porque, entre otras
razones, es muy difícil manipular en el laboratorio la variable del poder. Por
ejemplo, en un reciente trabajo de Sachdev y Bourhis (1991) se quiere diferen­
ciar la influencia de las variables «Poder», «Estatus» y «Número» sobre el
favoritismo endogmpal y discriminación exogmpal. Los resultados atribuyen
una mayor influencia al «Poder» como variable explicativa del comportamien­
to intergmpal. El «Estatus» también influye, aunque menos que el «Poder».
Respecto a la influencia del «Número», «una clara operacionalización de las
minorías/mayorías numéricas ha sido muy difícil de lograr independientemen­
180 J J . Arróspide y J. Cerrato

te del "Poder” y del "Estatus” en la mayor parte de los estudios realizados


hasta el presente» (Sachdev y Bourhis, 1991, 6). En este estudio la operaciona-
lización del poder se ha hecho dando a los miembros del grupo dominante la
capacidad de conceder créditos para una determinada asignatura. Esta situa­
ción experimental reproduce parcialmente la realidad de las diferencias inter­
grupales en la escala del poder. Se reproduce la diferencia de recursos y la
situación de subordinación, pero no la situación de dominación, en el sentido
de que el poder del grupo dominante se deba a la pérdida de poder por parte
del grupo subordinado. Lo que es difícil de reproducir experimentalmente es
el proceso histórico, político, económico y cultural por el cual uno de los
grupos se adueña de los recursos del otro grupo.
En cambio, la diferencia de Estatus, es decir, la distinta valoración y el
distinto reconocimiento que se conceden a los grupos, es más fácil de repro­
ducir experimentalmente porque, finalmente, el Estatus de cada grupo ha sido
fijado por unos jueces que dirigen la investigación o colaboran en el experi­
mento.
A pesar de todas estas limitaciones, la investigación de Sachdev y Bourhis
pone de manifiesto que el poder y el estatus son dos factores diferentes que
tienen efectos muy distintos sobre las relaciones intergrupales.
En efecto, el poder tiene un referente «objetivo»: la estructura social y el
control social. El estatus tiene un referente «subjetivo»: la comparación y la
valoración que realizan los individuos miembros de los diferentes grupos so­
ciales. Y en esta valoración influyen aspectos ideológicos y axiológicos. Con
razón, Tajfel, desde el principio, unió el continuo «interpersonal-intergrupal»
con el continuo «movilidad social - cambio social». Y Sachdev y Bourhis aña­
den: «Es claro que las construcciones ideológicas relacionadas con la legitimi­
dad y la estabilidad de la estructura intergrupal son elementos socio-psicológi­
cos claves que afectan de manera decisiva al comportamiento de los miem­
bros de los diferentes grupos en las relaciones intergrupales» (1991, 20).
En conclusión podemos decir que el «Estatus» tiene relación con elemen­
tos ideológicos y axiológicos que intervienen en la reconstrucción psicosocial
que hacen los miembros de los diferentes grupos de la estructura social. El
«Estatus» nace de la lectura y de la valoración de la realidad social y esta
lectura y esta valoración se hacen desde determinadas expectactivas de cam­
bio social, desde un nivel de exigencia de cambio social y desde unos valores
que se quieren construir a través del cambio social.

3. La explicación de la realidad grupal desde el nivel ideológico

En este nivel de explicación, los análisis se realizan en términos de ideolo­


gías, de pensamiento colectivo, de símbolos colectivos, de creencias colectivas y
de valores colectivos. En general, consideramos como equiparables los concep­
tos «Nivel ideológico» y «Nivel cultural», aunque la cultura es más amplia que la
ideología. En este nivel ideológico-cultural situamos nosotros los modelos de
grupalidad tal como han sido elaborados por Anzieu (1981) y Kaes (1977).
La perspectiva sociocultural en el estudio del grupo 181

«Este análisis parte de las concepciones generales sobre las relaciones


sociales de los individuos estudiados en una determinada situación y muestra
cómo estas concepciones (creencias ideológicas universalistas) inducen repre­
sentaciones y conductas diferenciadoras, esto es discriminadoras. Ahora la va­
riable independiente es, por ejemplo, los juicios de valor de los sujetos. Doise
observa que muchos experimentos psicosociológicos, aunque hagan intervenir
este último nivel, no lo toman en consideración en las explicaciones» (Munné,
1986, 187).
Al hacer la distinción entre poder y estatus en el nivel III, nosotros mis­
mos hemos hecho intervenir elementos ideológicos del nivel IV. Y es que el
modelo que subyace a los cuatro niveles descritos por Doise es acumulativo.
Cada nivel implica los precedentes.
La tesis que subyace en la formulación de Doise implica que para explicar
hay que articular, es decir, que para explicar la realidad psicosocial es necesa­
rio articular la explicación que se obtiene a partir de los diferentes niveles de
análisis (Munné, 1991).
Ningún nivel es más fundamental o más general que otro y ningún nivel
es autosuficiente para la explicación de la realidad psicosocial.
«La idea vertebral de la teoría de Doise es que el mismo fenómeno puede
ser explicado desde varios niveles, o sea que puede tener y tiene varias explica­
ciones. Precisamente, el cometido propio de la Psicología social es, frente a
este pluralismo explicativo, integrar las explicaciones. En definitiva, de lo que
se trata es de articular, en el plano de la explicación, la Psicología con la
Sociología a través de diferentes modelos de análisis que ofrecen los procesos
psicosociales; de un modo especial, desde los niveles III y IV, que gráficamen­
te han sido calificados (Mugny, 1981) de “parientes pobres, los malqueridos de
h. Psicología social”» (Munné, 1986, 189).
Limitándonos al área de los grupos, está claro que los autores clásicos
como McDougall, Wundt, Durkheim explicaban el funcionamiento de los gru­
pos desde el nivel IV. En nuestros días, Bar-Tal (1990) retoma la idea de las
«creencias grupales», aunque en la perspectiva de la cognición social. Su con­
cepción no sugiere que debemos considerar las creencias grupales com o una
entidad especial supra-existencial del grupo. «Las creencias son mantenidas
por los individuos. Las organizaciones, las sociedades, o cualquier otro grupo
zo tiene creencias en el nivel colectivo, sólo los miembros individuales las
tienen. Sin embargo la presente concepción describe un fenómeno amplia­
mente reconocido, es decir, que los miembros comparten creencias que pue­
den considerarse como la definición esencial del grupo. Compartir no significa
Tampoco que las creencias grupales son conceptos sobrenaturales, ni tampoco
que existen fuera de las mentes individuales. Más bien, lo que se pretende
decir es que los miembros del grupo mantienen las mismas creencias grupales
porque han tenido experiencias similares, han estado expuestos a contenidos
comunes y a la misma influencia de procesos sociales» (Bar-Tal, 1990, 33). El
mismo autor, en otro lugar, al describir la naturaleza de las creencias, afirma:
«La moderna Psicología cognitiva ha desarrollado estas ideas. Conocimiento,
o cognición como se le llama frecuentemente, es considerada com o estructu­
rada y organizada en categorías de representaciones llamadas esquemas, sím­
182 J.J. Arróspide y J. Cerrzz:

bolos, marcos, mapas o imágenes, para indicar algunos de los nombres» (íc_
10). Esta línea de pensamiento nos llevaría a los estereotipos grupales. El
estereotipo del grupo de amigos, de la familia, del grupo de trabajo, etc.
Para nosotros, el conocimiento individual se desarrolla dentro de la cultu­
ra y las experiencias grupales comunes están organizadas por modelos de gru-
palidad de carácter cultural. Esto es algo que ya ha sido puesto de manifieste
por Levine y Moreland cuando señalaban: «Todo grupo está inmerso dentro
de una cultura. Consecuentemente algunas de las especificidades entre grupas
deben estar reflejando diferencias culturales... Tenemos a nuestro alcance evi­
dencias en tal sentido, pero demasiado poco se conoce para conclusiones en
firme. Evidentemente es necesario una mayor investigación de la influencia
cultural en los grupos pequeños» (1990, 590).
Después de la tradición grupalista, con F. Allport se inició la tradición
individualista, donde la explicación del grupo se buscaba en las relaciones de
los individuos frente a estímulos sociales. Era una interacción que no cons­
truía ni significados compartidos, ni estructuras de relación. Solamente se
tomaban en consideración los cambios que se daban en cada uno de los indi­
viduos.
Lewin llegó a una concepción más psicosocial del grupo ya que se puede
decir que combinaba los cuatro niveles de análisis de Doise en la explicación
de los fenómenos grupales. El propio Lewin lo dice explícitamente al describir
las tareas de la Psicología social: «a) La integración de vastas áreas de hechos
y aspectos muy divergentes: el desarrollo de un lenguaje científico (conceptos)
que sea adecuado para tratar hechos culturales, históricos, sociológicos, psico­
lógicos y físicos sobre un fundamento común, b) El tratamiento de esos he­
chos sobre la base de su interdependencia, c) El manejo de problemas tanto
históricos com o sistemáticos, d) El manejo de problemas relacionados tan­
to con los grupos com o con los individuos, e) El manejo de objetos y pautas
de cualquier "dimensión” (la Psicología social tiene que incluir los problemas
de una nación y su situación, así como los de un grupo lúdico formado por
tres niños y su lucha momentánea), f) Problemas de atmósfera (como la amis­
tad, las presiones, etc.), g) La Psicología social experimental tendrá que encon­
trar el modo de ubicar las pautas de grandes dimensiones dentro de un marco
suficientemente pequeño como para posibilitar las técnicas de experimenta­
ción» (Lewin, 1978, 131).
Muy pronto después de la muerte de Lewin, la Psicología social, y con
ella la Psicología de los grupos, volvió a explicaciones de los niveles I y II.
Solamente a partir de los años ochenta, y gracias a la Psicología social euro­
pea, la Psicología de los grupos tomaría en consideración tanto el nivel DI
com o el nivel IV.
El objetivo de nuestro esfuerzo intelectual es justamente lograr la articu­
lación de los cuatro niveles en un modelo psicosocial de grupo.
la perspectiva sociocultural en el estudio del grupo 183

- Evidencias empíricas de la influencia de la realidad


sociocultural en la construcción de la representación
social del grupo

A pesar de que por la exposición anterior pudiera, en algún caso, parecer lo


contrario, nuestra perspectiva está en consonancia con la noción de «construc­
ción social de la realidad», pero esta construcción está mediatizada tal y como
lo pone de manifiesto Ibáñez: «Para las representaciones sociales la realidad
social impone las condiciones de la interpretación. Las matrices socioestructura-
les y los entramados materiales en los que estamos inmersos definen nuestras
rejillas de lectura» (1988, 26). También Moscovici (1970) nos presenta la idea de
la «terciaridad», o lo que es lo mismo, en las relaciones sociales, sean estas entre
individuos, individuos y grupos, o grupos, es necesario dar cuenta de aquello
que mediatiza tales relaciones, sean objetos, situaciones, valores, etc., así como
de las regulaciones sociales que las orientan y organizan.
Es intención nuestra congregar alguna evidencia en la línea anteriormen­
te mencionada, es decir, en la de la influencia de los niveles III y IV de Doise.
En concreto, nuestros estudios (Arróspide, 1992; Ayestarán, Arróspide y Mtz.-
Taboada, 1992) han girado en tomo a la Representación social del gmpo.
Para ello hemos preparado varios diseños. Aquí traeremos solamente lo que
concierne a los niveles de análisis mencionados.
En un primer trabajo llegamos a la conclusión de que determinados mo­
dos de gmpalidad como son la familia, el gmpo de amigos y el gmpo de
trabajo, se imbrican en modelos de gmpalidad (Káes, 1977), o concepciones
generales sobre las relaciones sociales de los individuos. Tres modelos cultura­
les de gmpalidad quedan bien representados:

a) La cuadrilla es quien se sitúa más próxima al modelo cristiano de gm­


palidad, es decir, con las características de armonía y ausencia de jerarquía.
b) La familia es quien está más cerca de las características del modelo
hebraico de gmpalidad, imponiéndose la situación jerárquica y la armonía.
c) El gmpo de trabajo es quien más en línea está con el modelo celta de
gmpalidad, debido a sus características de ausencia de jerarquía y colaboración.

En un segundo trabajo, y entre otros aspectos, hemos estudiado la repre­


sentación que la juventud tiene del gmpo de amigos en función de categorías
de pertenencia. Las categorías de pertenencia suponen rejillas de lectura de la
realidad social por lo que mediatizarán, por ejemplo, la Representación social
del gmpo de amigos. La pertenencia a las diversas categorías sociales lleva
asociada la impronta e influencia de la estmctura social. Trayendo esto a
nuestro ámbito de estudio significa que podemos encontramos diferencias en
la representación social del gmpo de amigos en función de la ubicación del
sujeto de la representación en las diferentes redes y categorías sociales. Con el
objeto de contrastar las consideraciones previas analizaremos las variaciones
en la representación social de la cuadrilla en función de la pertenencia a la
categoría sexo.
184 J.J. Arróspide y J. Cerrato

Cuadro 1. Representación social del grupo de amigos por sexos

Hombres Mujeres Significatividad


Actitud
interpersonal Dependencia Colaboración .000
Estructura
grupal Jerarquizada Igualitaria .007

Atribución de
responsabilidad Personal G ru p a l .001
Gestión
emocional Espontánea Diferida .006

Se planteó el estudio a nivel de representación de la relación intragrupal,


y las preguntas fueron presentadas en tal sentido. La muestra fue de 1.125
jóvenes, a los que se les pasó un cuestionario de escalas tipo «Likert». La
muestra era suficientemente homogénea en lo que respecta a edad, nivel so­
cioeconómico, lugar de residencia y tipo de formación.
Realizados varios análisis de varianza, y tomando en todos ellos el sexo
com o variable independiente y como dependientes el nivel de jerarquización
percibido en el grupo, la actitud interpersonal, la atribución de responsabili­
dad y el estilo de gestión de las emociones, los resultados serían significativos
en todas estas escalas, tal y como podemos contemplar en el cuadro 1.
Por tanto, el grupo de amigos para los hombres presenta un perfil neta­
mente diferente al de las mujeres. En el de los hombres se pueden inferir
valores com o «individualización» y «visibilidad social», mientras que en el
caso de las mujeres los valores inferidos pueden ser los de «solidaridad» e
«indiferenciación». Estos resultados están en consonancia con lo mencionado
más arriba, en el sentido de que los grupos dominantes y dominados constru­
yen diferentes representaciones en función del anclaje en la realidad social e
ideológica. Lo cual conduce, en nuestra opinión, a poner de manifiesto que,
incluso en situaciones de ausencia de comparación social, la cual probable­
mente se vería con mayor saliencia en un diseño experimental o cuasiexperi-
mental, la incidencia de la pertenencia a categorías sociales es notoria e im­
prescindible si se quiere explicar la realidad social. No solamente cuando es­
tán en juego e interacción ambas categorías, sino que también por la inciden­
cia de esas pertenencias en otras relaciones sociales, tal y com o hemos puesto
de manifiesto anteriormente en el caso de la representación del grupo de ami­
gos para hombres y mujeres. Deconchy (1989) nos informa también de que no
se puede aislar las conductas y las interaciones sociales que se pretende estu­
diar de los sistemas socio-ideológicos que las hacen posibles. En el estudio
comparativo presentado pensamos que los grupos se posicionan sobre una
dimensión que podríamos denominar «sociocéntrica». A este respecto Doise y
Mugny presentan un interesante trabajo sobre los ejes «etnocéntrico», el prio-
rizado en las explicaciones intergrupales, y el «sociocéntrico». Comparan el
La perspectiva sociocultural en el estudio del grupo 185

sesgo endogrupal o su ausencia en una situación de comparación social entre


grupos de escolares y aprendices. «Los grupos no se sitúan solamente sobre
una dimensión etnocéntrica sino también sobre una dimensión sociológica.
Para los escolares, su grupo y el otro figuran en el mismo orden sobre las dos
dimensiones: su propio grupo se encuentra cada vez más próximo al polo
favorable. Esto no ocurre así en el caso de los aprendices: su propio grupo se
encuentra más próximo del polo favorable en la dimensión etnocéntrica, pero
el otro grupo se halla más cercano del polo favorable en la dimensión socioló­
gica. En este caso el peso de lo sociológico se opondrá a la sobrestimación
etnocéntrica. En consecuencia el efecto de las diferentes condiciones de en­
cuentro no será el mismo para los miembros del grupo socialmente privilegia­
do que para los miembros del grupo socialmente menos privilegiado. En
suma, se describe un funcionamiento individual, el de la categorización, pero
al mismo tiempo se postula que las condiciones que posibilitan que se dé este
funcionamiento dependen también del análisis al nivel interindividual (situa­
ciones de encuentro) y posicional (asimetrías de estatus entre las dos catego­
rías)» (Doise y Mugny, 1991).
En un tercer trabajo hemos podido estudiar la influencia de marcos ideo-
lógico-institucionales en la construcción de la representación que del propio
grupo habían realizado diferentes grupos de jóvenes.
Dentro del contexto de la teoría de la representación social y a partir de
las diferencias que observa entre las representaciones de diferentes grupos de
jóvenes, Amerio y De Piccoli nos ofrecen la siguiente reflexión: «[...], es preci­
so subrayar que las referencias de orden ideológico juegan un papel nada
despreciable en las representaciones sociales» (1990, 402).
Tratando de comprobar nuestra hipótesis de la incidencia que la perte­
nencia a un marco institucional tiene en el grupo hemos estudiado diferentes
grupos. En concreto cuatro que la Iglesia católica organiza para preparación a
la «confirmación», tres grupos de amigos y dos grupos deportivos.
Tras la pasación y el análisis de un cuestionario acerca de la percepción
que tienen de su intragrupalidad obtuvimos los resultados que aparecen en el
cuadro 2.
En el análisis previo hemos tomado el conjunto de los miembros de cada
marco para estudio. A continuación presentaremos unos resultados realizados
mediante análisis factorial de correspondencias considerando com o unidad el
grupo.
El objetivo es saber de la homogeneidad o heterogeneidad de los grupos
de cada contexto.
En una proyección sobre los dos ejes principales proporcionados por el
análisis factorial de correspondencias, en un extremo del primer eje se sitúan
dos grupos de «confirmación», y en el otro extremo están localizados dos
«grupos de amigos». En un extremo del segundo eje se sitúan dos «grupos de
amigos» y en el otro extremo un «grupo de deporte». Esta distribución espa­
cial es confirmada por la matriz de distancias.
Después de comparar entre sí a los nueve grupos reales con diferentes
marcos ideológico-institucionales podemos concluir que se perciben principios
organizadores. Tres variables aparecen como las que discriminan a los grupos,
186 J J . Arróspide y J. Cerz -

Cuadro 2. Representaciones sociales de diferentes grupos

¿Fráp'ó’s ' <jfotpt7S’ Scg.


deporte amigos confirmación
Postura ante
el conflicto Evitación Aceptación Intermedia .007
Gestión
emocional Intermedia Espontáneo Diferido .000
Pertenencia
grupal Intermedia Menor Mayor .023
Estructura
grupal Jerarquizada Intermedia Igualitaria .012

y son: manejo abstracto de las emociones (mayor elaboración) vs. manejo


concreto (inmediatez); aceptación vs. evitación de conflicto, e identidad perso­
nal positiva vs. negativa. En el resto de variables apenas hay diferencias signi­
ficativas.
Realizando la comparación por tipos de marcos ideológico-institucionales
se percibe una cierta homogeneidad en las respuestas proporcionadas por las
diferentes categorías de grupos. Se distinguen tres agrupaciones: grupos de
confirmación, los de respuesta más homogénea, con un manejo abstracto de
las emociones o más elaborado y alejados de la aceptación de conflicto. Los
grupos de amigos como segunda agrupación, con aceptación del conflicto y
manejo concreto e inmediato de las emociones. Los grupos de deporte compo­
nen la tercera agrupación, quienes se sitúan alejados tanto de la aceptación
del conflicto com o del manejo abstracto de las emociones.
Se puede concluir, en base a lo anterior, que existe relación entre la re­
presentación social del grupo y el marco ideológico-institucional, o dicho de
otra manera, que el marco delimita la representación que cada grupo constru­
ye de sí mismo, potenciando algunos elementos en detrimento de otros. Por
ejemplo, los grupos de confirmación organizados por la Iglesia, son en su
mayoría construidos para alentar la inquietud intelectual y la armonía, cues­
tiones que se ven reflejadas en las respuestas. Los grupos de amigos en nues­
tro medio cultural surgen para la relación personal y el apoyo social, y tal
com o aparecen en el estudio mantienen una espontaneidad emocional mayor
que el resto de grupos, así como una mayor aceptación del conflicto intragru­
pal. Los grupos de deporte mantienen el objetivo fuera del propio grupo, en
pos de la competición intergrupal y ven como improcedente la reflexión inter­
na y la elaboración, así también el conflicto intragrupal, tal y como se refleja
en su discurso.
En conclusión, creemos haber aportado cierta evidencia de la influencia
de los niveles de análisis III y IV, es decir, del nivel sociocultural y su relevan­
cia para una explicación psicosocial del fenómeno grupal.
La perspectiva sociocultural en el estudio del grupo 187

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9

La teoría psicosocial del gmpo


Sabino Ayestarán
Cristina Mtz.-Taboada
Juan José Arróspide

1. Introducción

Podríamos delimitar la perspectiva psicosocial en el estudio de los grupos


a partir de los siguientes criterios:

1) El grupo es definido en términos dinámicos o de relación. «Está claro


que la dim ensión social no puede definirse en términos de una tipología de los
objetos. No es la naturaleza del objeto sino el tipo de relación en que está
prendido quien le confiere su dimensión social» (Ibáñez, 1990, p. 278). Desde
una perspectiva psicosocial, los agrupamientos no pueden ser considerados
como grupos; tampoco una categoría social constituye necesariamente un gru­
po; algunos grupos terapéuticos y algunos grupos de trabajo pueden tener un
funcionamiento que no les permite ser clasificados en la categoría de grupos
psicosociales. Recordemos la palabras de Lewin: «Existen conjuntos con dis­
tintos grados de unidad dinámica: por un lado, agregados de objetos indepen­
dientes; otros, cuyo grado de unidad es muy pequeño; otros, de un grado
medio de unidad; otros, con un grado muy elevado de unidad; finalmente, en
el otro extremo, todos de tal grado de unidad que resulta inadecuado hablar
de partes» (Lewin, 1978, p. 142). Ni la similitud de los miembros, ni la igual­
dad de objetivos, ni el hecho de tener un enemigo común, ni el sentimiento de
pertenencia de sus miembros, son suficientes por sí solos para constituir un
grupo; todos estos elementos pueden definir a un grupo, a condición de que
isn lugar a una interdependencia entre los miem bros. L /á" ' f -■
¿xjt L
Lo social es consustancial con lo sim bólico. «En efecto, lo social no
aparece hasta el momento en que se constituye un mundo de significados
:om partidos entre varías personas. Es este fondo común de significados el que
ks permite investir a los objetos con una serie de propiedades que no p o s e e n /
de p o r sí, sino que son construidas conjuntamente a través de la com un icación
y que se sitúan por lo tanto en la esfera de los signos» (Ibáñez, 1990, p. 278).
3) Una tercera característica de lo social es la intersubjetividad. Lo social
190 S. Ayestarán, C. Mtz.-Taboada y J.J. Arróspide

no radica en las personas, sino entre las personas. De ahí que lo social sea
constitutivo de la identidad de los sujetos. Tanto Mead como Lewin y Vigotski
han subrayado suficientemente esta característica de lo social. De aquí se de­
duce que no todas las interacciones entre las personas pueden ser consideradas
co m o interacciones sociales. Consideramos interacciones sociales solamente
aquellas que se generan de y, al mismo tiempo, generan una intersubjetividad.
Esta es una característica fundamental para un análisis preciso de los grupos.
A medida que éstos se van formalizando, en la misma medida se va reducien­
do el espacio de las interacciones informales y las interacciones interpersona­
les van perdiendo la cualidad de ser constructoras de significados. Lo formal
se asocia con la reproducción de estructuras preexistentes, mientras que lo
informal se asocia con la reconstrucción de esas mismas estructuras.
4) La intersubjetividad presupone la reflexividad, tal como ha subrayado
Mead. La reflexividad significa que el sujeto se toma a sí mismo como objeto de
investigación. Lo cual implica, tal como ha subrayado acertadamente Mead, un
funcionamiento mental específico —abstracto, descentrado y demorado— que
se opone a un funcionamiento concreto. Esta distinción tiene una importancia
capital para el estudio de la comunicación en los grupos y para distinguir al
grupo de una masa. Sin embargo, ha sido un aspecto sistemáticamente olvidado
por los teóricos de los grupos. En el capítulo de la comunicación grupal se ha
hablado mucho de los canales de información, de la participación en la comuni­
cación y su relación con el liderazgo, de los componentes cognitivos y afectivos
de la comunicación, pero solamente los clínicos que han trabajado en la psicote­
rapia grupal han recogido la distinción de Mead (Yalom, 1986).
5) La interacción social tiene lugar en un entorno cultural. La construc­
ción de significados compartidos o simbólicos tienen un referente cultural y
están ligados al pensamiento colectivo, a través del lenguaje, de las creencias
colectivas, de los símbolos colectivos y de las ideologías que se organizan en
tom o a determinados valores. Pero no queremos sostener aquí ninguna postu­
ra que se aproxime a un determinismo cultural. Los significados culturales
son reconstmídos y recreados en la interacción social, en grado mayor o me­
nor. Ello dependerá del funcionamiento del gmpo. En cualquier caso, es im­
portante no separar radicalmente la constmcción social de significados com­
partidos en un gmpo de los modelos culturales de gmpalidad (Kaés, 1976).
6) La interacción social tiene lugar en un entorno social. Entendemos
por entorno social la estructuración de las relaciones interpersonales a través
de las actividades y de los roles sociales. La diferente distribución de las fun­
ciones —a la que se añade una diferente valoración social de estas mismas
funciones— y la diferente distribución de recursos —materiales, económicos,
culturales y políticos— desembocan en una diferenciación de estatus y de po­
siciones de poder de los gmpos y de los individuos en la estmctura social, lo
que conlleva determinadas expectativas de conducta en relación a quienes
ocupan dichas posiciones sociales.
La interacción social tiene lugar dentro de la estmctura social, pero la es­
tmctura social se mantiene gracias a las prácticas y a los significados constmidos
por los individuos. A través del cambio de los significados sociales y de las
prácticas sociales se pueden modificar las estructuras sociales, siempre que la
La teoría psicosocial del gmpo 191

correlación de fuerzas —dentro de una organización o dentro de un grupo— no


se incline excesivamente a favor de unos grupos o de unos individuos.
7) La interacción social es una constante negociación entre individuos
situados socialmente. No se negocian ideas que están solamente en la mente
de los individuos. Se negocian significados sociales, es decir, posiciones socia­
les de los individuos y de los grupos. Mientras haya posibilidad de negociar,
hay también posibilidad de cambiar las posiciones sociales, es decir, la estruc­
tura social. Pero ni en los grupos ni en las organizaciones se puede negociar
todo y en todo momento. Hay estructuras sociales que obligan a los indivi­
duos a una interacción pautada, donde simplemente se reproducen significa­
dos impuestos por la estructura social y/o el sistema cultural.

En tentant ainsi de repenser l’acquisition des savoirs d’un point de vue so­
cial, culturel et historíque, je m’oppose aux théories conventionnelles qui tracent
de maniére simpliste des frontiéres entre l’individu (et par conséquent le cognitif)
et une versión quelconque du monde exterieur, ou bien qui adoptent une visión
constructiviste radicale selon laquelle le monde serait construit (uniquement) de
fagon subjective ou intersubjective. Selon moi, l’acquisition des savoirs n’est ni
entiérement subjective ni entiérement tributaire des interactions sociales. Elle ne
se constitue pas non plus isolément du monde social (avec ses structures et ses
significations propres) dont elle fait partie [Lave, 1991, p. 145].

Lo importante en el estudio de los grupos es conocer qué factores hacen


que una estructura grupal permita una interacción interpersonal creadora y
constructora de significados y de roles, y qué factores son los que obligan a
¡os individuos a reproducir un sistema de valores y una estructura social de­
terminada. Con otras palabras, qué factores son los que favorecen la innova­
ción y cuáles son los que favorecen la conformidad.
El objetivo de este capítulo es identificar las dimensiones básicas que permi­
ten definir tanto la dinámica innovadora como la dinámica conformista de los
grupos sociales.
A partir de la historia de los grupos es posible definir dos dimensiones
básicas: una dimensión cultural, definida en términos de cultura individual vs.
cultura grupal, y una dimensión estructural, definida en términos de relacio­
nes interpersonales vs. relaciones intergrupales.
La elaboración de una metateoría de los grupos nos permitirá organizar
mejor tanto la investigación en el área de los grupos como las técnicas de
intervención.

2. La formulación de Back

En 1981, Back describía de esta manera las dos dimensiones que definen
la estructura del grupo: «Nuestra clasificación está basada tanto sobre la ac-
ñón individual com o sobre el comportamiento grupal. La dimensión de la
individuación, se refiere a la fuerza con que las normas del grupo regulan la
interacción entre los individuos partiendo de la posición que ocupan éstos en
192 S. Ayestarán, C. Mtz.-Tahoada y J.J. Arróspide

el grupo. En condiciones de baja individuación, la persona individual está cla­


sificada por las características sociales que se le han asignado y tiene poca
libertad para una opción personal de conducta; en condiciones de alta indivi­
duación, se maximiza la iniciativa individual, la cual se expresa por mecanis­
mos tales como autonomía, control y competición. Grupo es definido en tér­
minos de tiempo y energía invertidos por los individuos del grupo y del acuer­
do logrado entre los miembros respecto a los límites del grupo— quién está
dentro y quién está fuera. Condición de alta gmpalidad significa total implica­
ción en el grupo para todas las actividades y rechazo claro de las' personas
situadas fuera de los límites bien definidos del grupo; condición de baja grupa-
lidad significa que la persona se considera a sí misma como centro de un
entorno propio que no tiene límites bien definidos» (Back, 1981, p. 336).
Por una parte, tenemos la dimensión de individuación, que hace referen­
cia a la posición social que ocupan los individuos en la sociedad y la influen­
cia de los roles sociales sobre la acción individual dentro del grupo. La condi­
ción de baja individuación significa que la persona recibe dentro del grupo
una posición en función de sus características socialmente adscritas (por
ejemplo, hombre o mujer, joven o anciano y profesor o alumno etc.). Esto
significa que la conducta de la persona en el grupo está regulada por la posi­
ción que ocupa en la estructura social (roles sociales). La condición de alta in­
dividuación significa que la iniciativa de la conducta reside en la persona indi­
vidual, con la capacidad correspondiente de elección personal, con la autono­
mía y el control sobre sus propias decisiones (cfr. capítulo 3).
Por otra parte, está la dimensión de gmpalidad, que alude a la conducta
grupal propiamente dicha. Está constituida por los esfuerzos llevados a cabo
por los miembros del grupo en la realización de la tarea grupal, por la inver­
sión de tiempo y de energía que despliegan para lograr ese objetivo y por el
consenso que se establece entre ellos sobre quién pertenece y quién no perte­
nece al grupo, es decir, sobre los límites o fronteras grupales.
En situación de alta grupalidad, la implicación de los miembros en las
actividades grupales es completa y el rechazo de quienes caen fuera de los
límites grupales es contundente. En situación de baja grupalidad, la persona
se implica en sus propias actividades y el grupo carece de unos límites plena­
mente recognoscibles.

3. La dimensión de gmpalidad

En la historia de los grupos, esta dimensión ha recibido distintas denomi­


naciones: cultura grupal, mente gmpal, cohesión gmpal, identidad gm pal... En
todos los casos, el grupo es considerado com o una entidad supraindividual
que impone a los individuos determinados valores, creencias, objetivos grupa­
les y normas de conducta, que controlan tanto el egoísmo individual com o la
competición entre individuos.
En el capítulo 1 hemos desarrollado los aspectos históricos de esta di­
mensión. Ahora vamos a centramos en el significado de esta dimensión que
La teoría psicosocial del grupo 193

nosotros consideramos como una de las dimensiones básicas para compren­


der la dinámica grupal.
Una concepción grupal del grupo incluye por lo menos dos ideas:

1) En primer lugar, supone la idea de que se comparten determinados


valores, creencias, objetivos y normas de conducta, lo que facilita la identifica­
ción de los individuos con el grupo y reduce el conflicto interpersonal.
2) En segundo lugar, implica la idea de un grupo que funciona como
sistema cerrado, evitando la confrontación interna y la evaluación del sistema de
valores del grupo por parte de los individuos.

Esta segunda idea es la que nosotros identificamos com o función ideoló­


gica del grupo, en consonancia con la función atribuida por Mintzberg a la
ideología en las configuraciones organizacionales (Mintzberg, 1991).
Una fuerte ideologización del grupo supone dependencia de los indivi­
duos con respecto al grupo, con la consiguiente reducción de la confrontación
de los individuos con el grupo. Si a esta ideologización se añade la norma
interna del grupo que exige el mantenimiento de la cohesión, el funcionamien­
to del grupo tendrá unas características muy definidas: reducción de la compe­
tición interna y reducción de la creatividad, de la autonomía y de la iniciativa
de los individuos.
El funcionamiento de un grupo desde unas creencias impuestas y comu­
nes o desde la exigencia de una cohesión que excluye la competición interna
conduce a la asfixia de la libertad individual y convierte al grupo en un siste­
ma cerrado que no permite la aceptación del conflicto interno com o algo posi­
tivo y, por lo mismo, tampoco permite el manejo adecuado del conflicto intra­
grupal. La imposición de los valores grupales y de la norma grupal de la
cohesión a los actores sociales no tiene más que una finalidad: mantener la
unidad del grupo, evitando el conflicto entre los individuos y el grupo (Moscovi­
ci y Doise, 1992; Touraine, 1992). La evitación del conflicto intragrupal va
unida a un aumento del conflicto intergrupal. El proceso de despersonalización
del yo (Tumer, 1990) acentuará todavía más la identificación con el endogru-
po y el conflicto con el exogmpo.
Esta aproximación entre la dimensión de grupalidad y el continuo aceptación
vs. evitación del conflicto, significa que la acentuación del polo gmpal —creencias,
valores y objetivos de gmpo— tiende a crear una cultura gmpal de evitación del
conflicto, mientras que la acentuación del polo individual —motivaciones y es­
quemas cognitivos individuales— tiende a asociarse con una mayor aceptación
del conflicto. No decimos que la aceptación/evitación del conflicto depende exclu­
sivamente de la cultura gmpal —porque veremos a continuación que la acepta­
ción/evitación del conflicto tiene también una vertiente socioestructural—, sino
que afirmamos que la aceptación vs. evitación del conflicto tiene una dimensión
sociocognitiva: depende de la valoración que se haga del conflicto como algo
positivo o negativo (Kruglanski, Bar-Tal y Klar, 1993) y que esta valoración está
relacionada con la cultura gmpal o individual del gmpo. «Ante una pregunta
explícita, la mayor parte de las personas contestarían que el término conflicto
denota una incompatibilidad de objetivos entre las partes implicadas. Sin embar­
194 S. Ayestarán, C. Mtz.-Taboada y J.J. Arróspide

go, aun cuando el significado denotativo de la categoría conceptual del conflicto


sea ampliamente compartido, las personas o los grupos de personas pueden va­
riar en cuanto a las connotaciones que tiene dicha categoría. Estas diferencias se
relacionan con el significado afectivo del conflicto y las diferentes formas de ac­
tuar que tienen los individuos frente al conflicto» (id., p. 46). Una lectura socio-
cognitiva del conflicto incluye tanto el aspecto propiamente cognitivo como el
aspecto afectivo que condicionan el comportamiento de los individuos frente a
los conflictos intragrupales. Y esta lectura sociocognitiva del conflicto está condi­
cionada por el carácter individual o grupal de la cultura del grupo.
La aceptación del conflicto como algo positivo y estructurante se asocia
con la valoración del individuo como actor social, dotado de libertad, autono­
mía y creatividad, mientras que la evitación del conflicto se asocia con la
valoración de la colectividad cohesionada por unas creencias compartidas que
aseguran la cooperación en favor de unos objetivos comunes.

4. La dimensión de individuación

Si la dimensión de gmpalidad nos ha situado frente al problema de la


dependencia de los individuos con respecto a las creencias, objetivos y normas
de funcionamiento interno del grupo, la dimensión de individuación nos lleva
a planteamos la cuestión de los roles impuestos a los individuos en función de
su p osición dentro de la estm ctura social.
El proceso de institucionalizadon de los gmpos supone una definición más
precisa y más social —es decir, más próxima a las necesidades sociales de la
institución— tanto de las posiciones de los individuos dentro de los gmpos
como de los criterios para acceder a dichas posiciones (Homans, 1950). A medi­
da que se definen socialmente las posiciones de las personas en la estmctura
gmpal y los estatus correspondientes a dichas posiciones, su comportamiento
queda definido en términos de roles socialmente asignados. La consecuencia de
este proceso de institucionalización es una mayor jerarquización interna del
gmpo y una mayor formalización de las relaciones interpersonales.
En cambio, la dimensión de individuación será alta cuando la iniciativa
de la conducta reside en la persona individual, con la capacidad correspon­
diente de elección personal, con la autonomía y el control sobre sus propias
decisiones. Esto nos conducirá a unas relaciones interpersonales más igualita­
rias, en el sentido de que cada individuo participa más activamente en la toma
de decisiones en cuestiones que afectan al gmpo.
Esta dimensión de individuación puede entenderse en términos de jerarqui­
zación vs. igualdad, tomando como base de la distinción la mayor o menor
participación de los individuos en la toma de decisiones del gmpo. Las posicio­
nes sociales están jerarquizadas cuando a cada posición se le atribuye un estatus
diferente tanto desde el punto de vista del reconocimiento social como desde el
punto de vista de la asignación de recursos y de responsabilidades. A mayor
diferenciación del sistema Estatus/Roles, mayor será su grado de jerarquización.
De ahí la importancia de la comparación social en el plano intergmpal. Porque,
La teoría psicosocial del grupo 195

las posiciones sociales tienden a categorizarse, es decir, se definen independien­


temente de las características individuales de las personas que las ocupan. Ade­
más, las personas que ocupan posiciones sociales similares tienden a organizar­
se como grupos. Diferenciación y formalización del sistema Estatus/Roles, jerar­
quización de las relaciones e intergrupalidad son tres consecuencias del mismo
fenómeno: la definición de los roles por la posición social que ocupan los indivi­
duos. En cambio, la definición de los roles a partir de la interacción entre los
individuos acentúa el carácter informal de las relaciones, la igualdad en la opor­
tunidad de todos para participar en la toma de decisiones y el carácter interper­
sonal de las relaciones. Tenemos que matizar, sin embargo, que la igualdad es
solamente subjetiva porque, en realidad, las relaciones informales tienden tam­
bién a jerarquizarse a causa de la comparación interpersonal («liderazgo infor­
mal»). El conflicto interpersonal tiene la función de neutralizar la jerarquización
que se da a nivel informal, de la misma forma que el conflicto intergrupal tiene
ia función de neutralizar la tendencia a la jerarquización formal.
La teoría de los roles fue elaborada en el contexto del Estructural-funciona-
lismo (Parsons, Linton, Merton), que «considera el Estatus-Rol como la unidad
de análisis más apropiada para analizar los sistemas de interacción» (Stryker y
Statham, 1985, vol. I, p. 333). «Un sistema de Estatus/Roles es una red de posi­
ciones que conllevan determinadas expectativas de conducta y determinados
premios y sanciones por el cumplimiento y el no cumplimiento de las mismas:
es el proceso de la institucionalización. Este proceso supone una solidificación
de las relaciones a lo largo del tiempo, de tal forma que el comportamiento
asignado a cada Estatus/Rol se mantenga constante cualquiera que sea su ocu­
pante. La sociedad en su conjunto, y las distintas instituciones en la sociedad,
pueden ser consideradas como una red de Estatus/Roles, cada uno de ellos regi­
do por determinados valores y normas» (Craib, 1984, pp. 41-42).
Si se plantea el sistema de roles grupales com o un sistema rígido, contro­
lado por el sistema de normas y valores del entorno socio-cultural, indepen­
diente de las características personales de quienes ocupan las posiciones gru­
pales (Bales, 1950), desaparece la libertad del individuo, su creatividad y su
capacidad de participar en la toma de decisiones. Desaparece igualmente la
intersubjetividad constructora de nuevos significados y de nuevos roles en la
interacción interpersonal. Los grupos muy formalizados sólo pueden reprodu­
cir los significados y los roles impuestos por el sistema sociocultural de la
sociedad. En ese momento, los grupos dejan de tener un funcionamiento que
pueda ser considerado como psicosocial.

5. ¿Por qué dos dimensiones y no una sola dimensión?

Nuestro modelo metateórico del grupo se apoya en dos dimensiones bási­


cas, una dimensión socioestructural —intergrupal/interpersonal— y una di­
mensión sociocultural —grupal/individual. Moscovici y Doise (1992) unifican
smbas dimensiones y distinguen dos formas de funcionamiento grupal: la de
los grupos cerrados y la de los grupos abiertos. Los grupos cerrados son los que
196 S. Ayestarán, C. Mtz.-Taboada y J.J. Arróspid¿

no pueden manejar los conflictos de forma constructiva y tienden a desplazar­


los hacia el exterior: se niega el conflicto interpersonal acentuando el conflicto
intergrupal. Los grupos abiertos son los que manejan los conflictos intragru­
pales de una manera constructiva, lo que les permite mantener una actitud de
colaboración con los exogrupos.
Desde la perspectiva del manejo del conflicto, las dos dimensiones que
hemos distinguido nosotros —dimensión socioestructural y dimensión socio-
cultural— se solapan entre sí, porque el polo grupal de la dimensión cultural
se asocia al polo intergrupal de la dimensión estructural y el polo individual
de la dimensión cultural se asocia al polo interpersonal de la dimensión es­
tructural. Para un tratamiento sistémico de los grupos resulta, efectivamente,
más cómodo definir los grupos como cerrados y abiertos, tomando como base de
la distinción el manejo del conflicto.
Sin embargo, no siempre coinciden ambas dimensiones. Por ejemplo, algu­
nos partidos políticos, en este momento, están exigiendo a sus miembros un
comportamiento intergrupal, con una total identificación con el endogrupo y
oposición radical al exogrupo. Se acentúan las pertenencias grupales, se reduce
la crítica interna hacia el propio partido y se refuerza el poder central. Pero al
mismo tiempo que se desarrolla esta perspectiva intergrupal, se difuminan las
referencias a valores compartidos. Las ideologías se van difuminando. Se admite
una mayor discusión sobre creencias, valores y objetivos globales del grupo polí­
tico, aunque se refuerce la conciencia de la pertenencia grupal.
En muchos grupos cristianos de base —distanciados de la institución ecle­
siástica— se puede observar un proceso inverso: acentuación de los valores co­
lectivos, es decir, un control mayor por parte de los grupos respecto a los valores
que regulan la conducta de sus miembros y una reducción de la conciencia
intergrupal, es decir, una reducción de la exigencia de la identificación social con
el grupo y, por tanto, un menor control de la identidad social de los individuos.
Generalizando, podemos afirmar que el control de los individuos desde
unos valores y objetivos grupales puede estar asociado a:

1) Una jerarquización de las relaciones, lo que nos conduciría a una fuer­


te diferenciación de los diferentes Estatus/Roles. Ejemplo típico serían las Or­
todoxias religiosas estudiadas por Deconchy (1971). Estos grupos desarrollan
un liderazgo de carácter autocrático y formal. Los diferentes estamentos fun­
cionan com o grupos de intereses.
2) Una igualdad formal en las relaciones interpersonales, con poca diferen­
ciación de los diferentes Estatus/Roles. Un ejemplo podrían constituir las comu­
nidades cristianas u otras comunidades que funcionan en base a unos valores
compartidos por todos. El liderazgo tiende a estar distribuido en el grupo.

En ambos casos, se da un predominio del sistema de valores del grupo y


una clara evitación del conflicto intragrupal, aunque la regulación psicosocial
del conflicto sea muy diferente en ambas situaciones: en las situaciones auto-
cráticas, es la autoridad la que impide la aparición de los conflictos, mientras
que en los grupos más igualitarios es el grupo el que culpábiliza la aparición
de los conflictos intragrupales.
La teoría psicosocial del grupo 197

El predominio de las motivaciones y esquemas cognitivos de los indivi­


duos y la aceptación del conflicto como algo positivo para el desarrollo del
grupo puede igualmente dar lugar a situaciones diferentes:

1) Una situación de fuerte jerarquización y lucha de intereses entre sub-


grupos, com o ocurre en ciertos grupos de trabajo que desarrollan una fuerte
competición interna, basada en alianzas entre miembros del grupo. Por ejem­
plo, las configuraciones calificadas por Mintzberg de políticas. El grupo se
divide en subgrupos que luchan por el poder. Situación muy típica en los
partidos políticos.
2) Una situación de igualdad formal entre los individuos que utilizan la
confrontación, el desacuerdo y la evaluación interna para mejorar la coopera­
ción en la obtención de un mejor rendimiento del grupo. Un claro ejemplo de
esta dinámica grupal serían las organizaciones innovadoras de Mintzberg
(1991). Estos grupos tienden a apoyarse en un liderazgo de carácter más com ­
partido. Los intereses de los diferentes individuos están más integrados en los
objetivos grupales. De ahí que exista una cultura grupal de cooperación a pesar
de la competición existente entre los individuos. Esta cultura grupal no favorece
la aparición de alianzas internas y, en cambio, favorece la colaboración con
grupos externos.

En ambos casos se da un claro predominio del polo individual y una clara


aceptación del conflicto, pero la gestión del conflicto es muy diferente en ambas
situaciones: en la situación de fuerte jerarquización, el conflicto intergrupal
adopta la forma de una lucha por el poder entre las diferentes categorías socia­
les de los miembros que configuran el grupo; en la situación de igualdad formal,
el conflicto interpersonal da lugar a una negociación de significados y de roles
que permiten transformar la estructura y la dinámica del grupo.
Existen, además, razones teóricas por las que debemos diferenciar el eje
estructural del eje cultural. Ambos ejes se refieren a cuestiones antropológicas
diferentes. El eje cultural plantea el problema de la posibilidad de una comunica­
ción interpersonal que no pase a través de una mediación transcendental. Desde
una concepción pesimista del ser humano, se niega la posibilidad de una reflexi­
vidad total y, por lo mismo, la posibilidad de descentramiento total en el Role-Ta-
king. No hay, por tanto, posibilidad de una comunicación inmediata entre las
personas o, si se prefiere, no hay posibilidad de crear un mundo simbólico de
significados compartido por todos. Por lo mismo, es a través de una mediación
transcendental como es posible lograr una comunicación entre las personas.
«No hay que engañarse. El centrado sobre nuestra relación común no signi­
fica comunicación más que en la medida en que tanto el centrado como la
relación son inmediatos, es decir, se sitúan en el marco de una actitud fenome-
nológica. Porque, en el otro extremo del aislamiento de Tú y de Yo, aparece la
falsedad de nuestra pretendida reunión por medio de la aceptación común de
una transcendencia exterior sea cual fuere la careta que haya adoptado. Parafra­
seando a Nietzsche en Así hablaba Zaratustra, que describía el Estado como : "El
más frío de todos los monstruos, miente fríamente diciendo: Yo, el Estado, soy
el pueblo”, se podría decir. “Yo, la transcendencia, yo soy vuestro lazo", "Os
198 S. Ayestarán, C. Mtz.-Taboada y J.J. Arróspide

sometéis a mí o caéis en la anarquía, la soledad, el caos”, este es el común


lenguaje, tanto de los llamados Estados democráticos modernos como de los
grandes mitos antiguos del mediador solar» (Meigniez, 1971, p. 122).
En la perspectiva individualista, en cambio, se parte de una concepción
más optimista del ser humano: su capacidad de construir una historia común.
La participación en la construcción de su propia historia permite a los miem­
bros del grupo definirse a sí mismos como personas, al mismo tiempo que
definen su propia realidad sociocultural. Lo cual conlleva la necesidad de
afrontar y elaborar sucesivos conflictos sociocognitivos para acceder gradual­
mente a una mayor capacidad de reflexión sobre sí mismo desde las actitudes
que han construido juntos en la historia común. Este sería el proceso de co­
municación interpersonal que da acceso a un mundo simbólico compartido.
Es un tema en el que no podemos detenemos, aunque sea una cuestión
importante para entender el funcionamiento de los gmpos. Se trata de la
cuestión tantas veces analizada por los clásicos de la filosofía y de la sociolo­
gía: ¿es posible construir una cooperación entre los individuos sin recurrir a
una mediación transcendental de unos valores con los que se identifican los
individuos? Se trate de valores antropológicos, políticos, religiosos, científicos,
artísticos, económicos, etc., la mediación transcendental significa que dichos
valores son los que dan sentido al gmpo y su aceptación es una condición
para la pertenencia al gmpo.
Meigniez (1971) analiza esta cuestión desde la perspectiva de la filosofía
fenomenológica y describe ampliamente las consecuencias que tiene el recur­
so a la mediación transcendental para la dinámica del gmpo.
Dawe (1988) estudia la misma cuestión desde la perspectiva de los clási­
cos de la sociología: Hobbes, Rousseau, Marx, Weber, Durkheim y Parsons.
Una antropología pesimista del ser humano, respecto a su capacidad de
comunicación interpersonal, nos llevará a la acentuación del polo gmpal del
gmpo: creencias, valores y objetivos gmpales. El gmpo cumplirá las funciones
de protección y de control de los individuos, pero no podrá desarrollar la inicia­
tiva, la creatividad y la capacidad de toma de decisiones de los individuos.
Una antropología optimista del ser humano, respecto a su capacidad de
constmir una historia común, nos llevará a acentuar el polo individual del
gmpo, acentuando su capacidad de iniciativa, creatividad y libertad.
Ambas concepciones, tomadas por separado, son falsas. La perspectiva
psicosocial supone una constante interacción entre el grupo y los individuos.
La acción social es «a la vez, moral e instrumental», individualista y, a la vez,
generadora de valores altmistas. Desde la interacción entre los individuos se
da una constante transformación de los valores y objetivos del grupo al mismo
tiempo que se constituye la identidad de los individuos a través de la construc­
ción del gmpo.
El eje estructural se refiere al problema del poder, entendido com o con­
trol de recursos de un gmpo sobre otros gmpos. ¿Es posible avanzar hacia
intereses intergrupales compartidos desde unos intereses gmpales? ¿Existe
una interdependencia existencial entre los gmpos que hace que la competición
intergmpal llevada hasta un determinado extremo se convierta en búsqueda
de cooperación?
La teoría psicosocial del gmpo 199

Tampoco nos vamos a detener en esta cuestión porque ya ha sido tratado


por otros en este mismo libro (cfr. el capítulo 7).
En cualquier caso, para reducir los conflictos intergrupales y crear una ma­
yor colaboración entre los grupos, es necesario que el conflicto intergmpal no sea
utilizado para ocultar conflictos intragmpales y que las identificaciones y fideli­
dades grupales no impidan la confrontación de los individuos con el grupo.

6. Los niveles de análisis de la dinámica grupal

Recordemos los 4 niveles de análisis propuestos por Doise y que han sido
descritos en los capítulos 3 y 8: nivel individual; nivel interindividual; nivel
posicional; nivel ideológico.
La dinámica de un grupo puede ser analizado desde cualquiera de estos
cuatro niveles, tal como quedó reseñado en el capítulo 3 de este libro. Tam­
bién las intervenciones en los grupos pueden realizarse desde cualquiera de
estos cuatro niveles. Lo que queremos subrayar ahora es que estos cuatro
niveles de análisis y de intervención no son independientes de las dos dimen­
siones básicas que definen el modelo piscosocial del grupo.
Efectivamente, un análisis del grupo desde la perspectiva de símbolos co­
lectivos, de creencias colectivas y de valores colectivos tiende a subestimar la
influencia de las motivaciones y esquemas cognitivos de los individuos. Las
intervenciones grupales realizadas desde este nivel grupal e ideológico, refuer­
zan la influencia del grupo sobre los individuos y reducen la capacidad de
estos para la crítica interna del grupo. Es decir, crean en los grupos una cultu­
ra de evitación del conflicto.
Un análisis de grupo y una intervención grupal, realizadas desde el nivel
individual, acentúan la influencia de la creatividad, autonomía y libertad de
los individuos y tienden a reforzar la importancia de las motivaciones, de las
ideas y de los proyectos individuales, con lo que se refuerza la crítica de los
individuos hacia los valores y las normas del grupo. Es decir, se refuerza la
aceptación y la valoración positiva del conflicto.
Si nos situamos en el nivel posicional a la hora de interpretar el funciona­
miento de un grupo y pretendemos intervenir en los grupos desde ese nivel,
reforzaremos la saliencia de nuestras pertenencias a las diferentes categorías
sociales y haremos una lectura intergrupal de los fenómenos del grupo. Tanto
la comparación social como los conflictos ligados a dicha comparación social
se establecerán a nivel intergrupal. Dentro de esta perspectiva intergrupal, la
dinámica del grupo diferirá en función de la estrategia que utilice para hacer
trente a los conflictos: si el grupo niega los conflictos intergrupales existentes
entre los miembros del grupo, la dinámica grupal se desarrollará en la línea
¿e nna mayor centralización del sistema de información del grupo, el despla­
zamiento del conflicto endogrupal hacia el exogrupo, el reforzamiento de un
liderazgo autocrático y una mayor jerarquización y formalización de las rela­
ciones dentro del grupo. Si el grupo es capaz de afrontar los conflictos inter­
grupales existentes dentro del grupo, la negociación de estos conflictos condu-
200 S. Ayestarán, C. Mtz.-Taboada y J.J. Arróspide

eirá al grupo a un cambio de significados y de roles, a un funcionamiento más


democrático y a una mejor colaboración con otros grupos.
Finalmente, si nos situamos en la perspectiva del nivel interpersonal, hare­
mos una lectura del grupo en términos de cohesión interpersonal, de comunica­
ción interpersonal y de conflicto interpersonal. Este conflicto interpersonal es el
que pone de relieve justamente las diferencias que existen entre los individuos
que pertenecen a un mismo grupo, lo cual significa, en la práctica, facilitar la
comunicación entre los individuos de los diferentes grupos, fovoreciendo la apa­
rición de movimientos innovadores que conducen al cambio de las estructuras
endogrupales y a un cambio en la percepción de los exogrupos (Ng, 1984; Ng y
Cram, 1987; Moscovici y Doise, 1992). Todo ello significa el cuestionamiento de
las relaciones formales y el reforzamiento de las relaciones informales.
Una lectura psicosocial de la dinámica gmpal no puede excluir ninguno de
estos cuatro niveles de análisis gmpal. Todos ellos, en diferentes combinacio­
nes, están presentes en el grupo y participan en la configuración tanto de la
estructura com o de la dinámica del grupo. Esto no significa que en un estudio
diacrónico del grupo no podamos distinguir fases diferentes, en las que los
diferentes niveles de análisis se hagan más salientes. Pero ninguna lectura
unilateral del grupo puede eliminar la presencia de alguno de estos niveles de
análisis y ninguna intervención grupal puede excluir sistemáticamente actuar
sobre los valores grupales, sobre las motivaciones individuales, sobre los esti­
los de relación interpersonal y sobre la dimensión intergrupal del grupo.

7. Análisis de la estructura grupal desde la perspectiva


de la teoría psicosocial del grupo

La clásica distinción de Bales y Slater (1955) entre el rol de tarea y el rol


socioemocional diferencia el funcionamiento de un grupo centrado en la tarea
y el de un gmpo centrado en las personas.
El centramiento en la tarea, propio del rol de tarea favorece la formaliza-
ción de las relaciones intragmpales y la diferenciación de estatus/roles. Si, al
mismo tiempo, hay aceptación y valoración positiva del conflicto, tendremos
un gmpo autocrático y dividido en subgmpos que compiten entre sí. Si, en
cambio, se da una evitación del conflicto, tendremos un gmpo autocrático
dirigido por un líder dominante que no permite la manifestación de la compe­
tición entre los subgmpos del gmpo.
El centramiento en las personas, propio del rol socioemocional, favorece el
desarrollo de unas relaciones interpersonales basadas en la participación, inicia­
tiva y creatividad de las personas. Si, al mismo tiempo, se valora positivamente
el conflicto intragrupal, tendremos un gmpo con un alto grado de competición
interna. Si, en cambio, se evita cualquier tipo de conflicto intragrupal, tendre­
mos o un gmpo tipo laissez-faire o un gmpo que refuerza la cohesión interna
por el desplazamiento del conflicto intragrupal a las relaciones intergmpales.
Desde nuestra perspectiva, la distinción introducida por Bales y Slater toma
en consideración únicamente la dimensión estructural —el continuo intergru-
La teoría psicosocial del grupo 201

pal/interpersonal. No tiene en cuenta la dimensión cultural —el continuo indivi-


dual/grupal. La cuestión de si la cultura del grupo es de carácter grupal o de
carácter individual y hasta qué punto dicha cultura permite la confrontación de
los individuos con los valores del grupo, no tiene mucho sentido en el sistema
de Bales. En este sistema, el gmpo pequeño es considerado como el macrocos­
mos en miniatura. Las pautas de interacción de los pequeños grupos revelan las
normas sociales y culturales de la sociedad. Esto es lo que permite a Bales
generalizar los resultados obtenidos en los grupos de laboratorio a los grupos
naturales. Pero esta generalización no tiene sentido si no es partiendo de la
concepción parsonsiana de la jerarquización de los sistemas cultural, social y
personal. Es esta una concepción que no puede explicar el cambio social. El
conflicto es siempre considerado como disfuncional. Sorokin (1959) realizó una
crítica a los gmpos pequeños de Bales que sigue siendo actual y es válida para
todas las concepciones de grupo como sistema cerrado, cuya dinámica se expli­
ca únicamente en función de las características de los individuos y de la tarea
sin tomar en consideración el sistema social y el sistema cultural del entorno.
Los 4 puntos que critica Sorokin a los teóricos de los gmpos pequeños
—especialmente a Bales porque utiliza únicamente sus textos en la crítica a
los grupos pequeños— son los siguientes:

1) La separación entre grupos pequeños y gmpos sociales. Esta separación


hace que resulte imposible definir el pequeño grupo, porque tanto las definicio­
nes por el número —definiciones que Bales no acepta como válidas— como las
definiciones a partir de la interacción cara a cara conducen a confundir el grupo
pequeño con una reunión artificial de individuos. Hay dos ideas básicas en este
primer punto de la crítica de Sorokin a los grupos pequeños.
Primero, un grupo se define por su historia, que es la que explica tanto su
estructuración social como su dinámica. Segundo, esta historia no se entiende
si no es en relación a otros grupos sociales y a las fuerzas sociales y culturales
de la sociedad.
Respecto a esta primera crítica hay que decir que la historia de los grupos
pequeños ha demostrado claramente que su separación de los grupos sociales
ha sido el error metodológico fundamental y que la revisión de Levine y More-
land (1990) demuestra que dicha separación está siendo superada, al menos
en el plano teórico. La concepción del grupo pequeño, tal com o se desarrolló
en los laboratorios, no responde exactamente a las ideas de Lewin. El movi­
miento de los grupos pequeños no nació de la Dinámica de grupos de Lewin,
sino de la concepción estructural-funcionalista de Bales.
2) ¿Es el pequeño grupo la más simple y la más pequeña unidad del
macrocosmos social y de los grupos sociales que se integran en él?
Sorokin responde que no es la unidad más simple porque la familia, por
ejemplo, siendo una unidad pequeña, es más compleja que muchos de los
grandes grupos sociales. Los grupos pequeños tienen, con frecuencia, una di­
námica más compleja que los grandes grupos, en los que la interacción está
más pautada.
3) Los pequeños grupos que realmente se han estudiado en los laborato­
rios son grupos artificiales, sin ninguna historia previa, por lo que las interac­
202 S. Ayestarán, C. Mtz.-Taboada y J J . Arróspide

ciones estudiadas en ellos no pueden ser generalizadas a los grupos sociales


reales.
4) Los estudiosos de los pequeños grupos de laboratorio no han tomado en
consideración los estudios previos sobre grupos sociales existentes desde hace
milenios en Babilonia, en China, en Grecia, en toda la tradición monástica, etc.

En conclusión, lo que Sorokin critica a los estudiosos de los grupos pe­


queños es su artificialidad, su falta de conexión con una historia propia del
grupo y con los procesos sociales y culturales; critica igualmente la generaliza­
ción de los resultados del laboratorio a los grupos naturales y el desconoci­
miento de los trabajos previos sobre los grupos sociales.
La crítica de Sorokin es pertinente, porque realmente, durante al menos
tres decenios, en el área de los grupos han dominado los estudios de laboratorio.
Sin embargo, los estudios sobre el liderazgo no han sido realizados sola­
mente en el encuadre artificial de un laboratorio. Las teorías del liderazgo más
importantes han sido construidas en el marco de las organizaciones y como
respuesta a problemas organizacionales.
En los estudios sobre el liderazgo es donde más claramente se puede
constatar la dificultad que existe para llevar a cabo el análisis de cualquier
fenómeno grupal sin tomar en consideración las dimensiones básicas que de­
finen la dinámica de un grupo desde una perspectiva diacrónica.
Siguiendo a Hollander y Julián (1970) nosotros entendemos el liderazgo
com o una relación de interdependencia entre los miembros de un grupo, rela­
ción que se va transformando en función del proceso grupal. El líder puede
ser un jefe dominante que exige sumisión si el grupo está centrado en la tarea
y desplaza el conflicto intragrupal hacia las relaciones intergrupales. El líder
se convertirá en una especie de animador del grupo si éste presta una mayor
atención a las personas, a sus motivaciones y a sus circunstancias particula­
res. Si, al mismo tiempo, se acepta la competición interpersonal tendremos un
grupo que tiende hacia una cooperación sostenida. En cambio, si no se acepta
dicha competición interna, tendremos un grupo que evolucionará rápidamen­
te hacia formas más autocráticas de funcionamiento —con el consiguiente
cambio del estilo de liderazgo—- o puede evolucionar hacia un funcionamiento
de tipo laissez-faire.
Los diferentes modelos teóricos sobre el liderazgo pueden ser interpreta­
dos desde la perspectiva de la acentuación de uno de los niveles de análisis del
grupo en detrimento de otros niveles. El modelo de Categorización de Tumer
(1982) supone una lectura del gmpo desde la perspectiva intergmpal y una
lectura ideológica del liderazgo, en el sentido de que el líder es la encamación
de los valores y de las normas del gmpo y, en consecuencia, los individuos del
gmpo no pueden cuestionar al líder si no es porque, de acuerdo con la per­
cepción de los miembros del gmpo, el líder ha dejado de representar los valo­
res y las normas del gmpo.
ÍL\ mode\o de Wderazgo Vransíormaciona\ de HoWander y 'Bass su­
pone una lectura del gmpo desde la perspectiva de las necesidades y caracte­
rísticas de los individuos —nivel individual de análisis del gmpo. Este lideraz­
go transformacional evolucionará hacia un liderazgo de tipo carismático, si la
La teoría psicosocial clel gmpo 203

cultura grupal no permite la crítica al líder; pero puede ser de tipo participati-
vo si la cultura grupal favorece la competición entre el líder y los demás
miembros del grupo.
El modelo de liderazgo sociocognitivo de Smith y Peterson (1990) hace una
lectura del grupo desde el nivel interpersonal, en la medida en que el líder trata
de encauzar y canalizar los diferentes significados que los individuos del grupo
atribuyen a los acontecimientos del grupo y los diferentes conflictos que surgen
en la interpretación de los acontecimientos. Es una perspectiva en la que se
toma en consideración el valor estructurante del conflicto sociocognitivo. Este
constituye el medio más importante para que el grupo logre una interpretación
consensuada de la realidad, lo que, a su vez, conduce a la toma de decisiones
compartidas por los miembros del grupo. Sin embargo, en este modelo, los
aspectos socioestructurales del conflicto, es decir, el conflicto entre intereses de
subgrupos que tienen diferentes posibilidades de influir sobre los demás —lo
que se traduce en diferentes cotas de poder—, no ha sido tomado suficiente­
mente en consideración. Este modelo cognitivo, basado en la orientación de los
significados y de las decisiones y en el encauzamiento de los conflictos internos,
recupera, en cierto modo, una de las funciones atribuidas por Yalom (1986) al
terapeuta de grupo como iluminador de los procesos grupales.
Todos los modelos de liderazgo, desde los modelos de liderazgo com o un
estilo de comportamiento hasta los modelos sociocognitivos, pasando por los
modelos de contingencia, los modelos transformacionales y los modelos basados
en la categorización, se sitúan entre el polo interpersonal y el polo intergrupal,
por una parte, y entre el polo grupa1 y el polo individual, por otra. Se trata de
dos bipolaridades que definen la dinámica del espacio grupal. Según sea la
perspectiva que se adopte en el estudio del liderazgo, tendremos distintas teo­
rías sobre el fenómeno del liderazgo.

8. Análisis de los procesos de influencia social desde


la perspectiva de la teoría psicosocial del grupo

Hasta los años ochenta, el único proceso de influencia social estudiado en


los grupos fue el de la conformidad. Y era comprensible que fuera así, porque
el grupo era considerado como un sistema cerrado y muy jerarquizado.
Moscovici y Faucheux (1972) llamaron la atención sobre el fenómeno de
la innovación, insistiendo en que no siempre la conformidad era funcional en
el grupo y que no siempre la desviación con respecto a las normas del grupo
podía ser considerada como disfuncional.
Más allá de la distinción entre influencia normativa e influencia informa­
tiva, la innovación fue situada por el mismo Moscovici en la perspectiva de un
conflicto social y cognitivo. El conflicto representaba, por tanto, un mecanis­
m o de influencia social más básico que el de la influencia normativa e infor­
mativa, Pero es importante aclarar si estamos hablando de un conflicto subje-
::vo o de un conflicto objetivo.
Explicar la conformidad y la innovación en términos de influencia normati­
204 S. Ayestarán, C. Mtz.-Taboada y J.J. Arróspide

va e influencia informativa, o en términos de pensamiento convergente y diver­


gente (Nemeth, 1986) es explicar el funcionamiento del grupo desde una pers­
pectiva cognitiva. En nuestro modelo, esta explicación cognitiva está suponiendo
que la lectura del grupo se realiza desde los niveles intra e interindividual, sin
tener en cuenta los aspectos más estructurales que parten de una diferente posi­
ción social de los individuos y una diferente distribución de los recursos y, por
lo mismo, una diferente capacidad para influir sobre los demás. Se supone,
además, que la cultura grupal es cooperativa, en el sentido de que el conflicto
socio-cognitivo no destruye la actitud básicamente cooperadora de los miem­
bros del grupo. En este contexto, la influencia social aparece como un proceso
colectivo de resolución de conflictos basado en determinados estilos de negocia­
ción (consistencia, compromiso, autonomía y flexibilidad) (Mugny, 1981). Dos
grupos que negocian, aunque estén en una relación de mayoría/minoría, están
buscando una solución compartida al problema y, además, piensan que la solu­
ción se puede lograr modificando la forma de percibir y de valorar la situación
en que se encuentran ambos grupos o subgrupos.
La comparación social —atribuida preferentemente a la mayoría—- y la
validación social —atribuida preferentemente a la minoría— son igualmente
mecanismos socio-cognitivos que se dan a nivel de un conflicto subjetivo. Am­
bos mecanismos expresan muy bien las dos formas que puede adoptar un
conflicto «subjetivo»: quién obtiene mayor reconocimiento social y quién se
acerca más a la respuesta correcta.
La influencia de los mecanismos de comparación social —quién obtiene
mayor reconocimiento social— y de validación social —quién se acerca más a
la respuesta correcta— variará en función de la tarea, en concreto, tarea de
resolución de problemas o tarea creativa y el grado de implicación social atri­
buida a la tarea (Pérez y Mugny, conferencia dada en el Joint Meeting de
Lovaina los días 15-18 de julio de 1992).
Justamente, es a partir del tipo de tarea y de sus implicaciones sociales
com o elaboran Pérez y Mugny un modelo integrador de las distintas explica­
ciones que se han dado sobre los procesos de influencia social. Es un modelo
que, finalmente, se apoya en la idea de que los procesos de influencia social
en un grupo son mecanismos de negociación y de elaboración de conflictos y
de que esta elaboración depende del tipo de tarea y de su grado de implica­
ción social.
También nosotros consideramos a los procesos de influencia social en el
grupo com o mecanismos de resolución de conflictos y estamos de acuerdo en
que 1a tarea —tarea de resolución de problemas o tarea creativa y tarea con
implicaciones sociales o sin implicaciones sociales— determina las estrategias
que se van a utilizar en el grupo para hacer frente a los conflictos internos.
Siguiendo a Abric (1985), nosotros consideramos que las tareas objetivas
o de resolución de problemas tienden a crear en el grupo una dinámica de
mayor jerarquización interna —aproximación hacia el polo intergrupal—,
mientras que las tareas subjetivas o de carácter creativo tienden a crear una
dinámica más participativa y más igualitaria —aproximación al polo interper­
sonal. Las tareas con implicación social suponen una mayor presión del grupo
La teoría psicosocial del grupo 205

tareas sin implicación social suponen una mayor autonomía de los individuos
—aproximación hacia el polo individual.
Sin embargo, una explicación de los procesos de conformidad y de inno­
vación desde la perspectiva de la negociación de conflictos acentúa demasiado
el origen sociocognitivo de los conflictos (Tjosvold y Tjosvold, 1991; Kruglans-
ki, Bar-Tal y Klar, 1993).
Roux, Sánchez-Mazas, Mugny y Pérez (1993) hacen ver cóm o el conflicto
entre nativos y extranjeros en Suiza varía en función de la desigualdad en la
distribución de recursos y de la escasez de recursos. Un movimiento innova­
dor, si quiere mejorar la situación de los extranjeros, no puede contentarse con
campañas publicitarias orientadas a poner de relieve la complementariedad e
interdependencia positiva entre los intereses de los suizos y los de los extranje­
ros. De poco servirán dichas campañas si no aumentan los recursos de la
sociedad y si no se cambia la distribución de los recursos entre los grupos de
nativos y extranjeros.
Un proceso de innovación supone también un cambio en la estructura de
las relaciones intergrupales. Una intervención sociocognitiva —la cual, final­
mente, consiste en modificar la percepción de la realidad social— no es sufi­
ciente para hacer frente a los conflictos intergrupales. De la misma forma en
que tampoco lo es para para hacer frente a los conflictos intragrupales. Desde
la perspectiva estructural, la innovación endogrupal consiste en el paso de una
estructura autocrática —jerarquizada y controlada por un líder o un subgrupo
dominante— a una estructura participativa —una estructura más descentrali­
zada y una distribución formal más igualitaria del poder. Desde una perspecti­
va dinámica, la innovación supone una mayor participación de los individuos
en la definición de los objetivos del grupo.
La innovación, cuando es introducida en un sistema autocrático, transfor­
ma la dinámica grupal en una competición entre una mayoría y una minoría
—donde mayoría y minoría, además de un significado numérico, tienen tam­
bién un significado de poder. Para pasar de la competición entre subgrupos
—dentro del mismo grupo u organización— a la cooperación, no basta con la
aceptación del conflicto intergrupal dentro del grupo. Hace falta superar este
conflicto intergrupal. Para ello será necesario actuar a nivel individual y gru­
pal. A nivel individual, atendiendo a las necesidades y a las características
cognitivas de los individuos. A nivel grupal, con una distribución más equitati­
va de los recursos en el interior del grupo y elaboración de unos objetivos
compartidos por los diferentes subgrupos.
Esta transformación incluye cambios cognitivos individuales, cambios en
la cultura del grupo y cambios en la distribución de recursos y responsabilida-
l e s en el grupo.
En resumen: el estudio de la influencia mayoritaria y minoritaria tiene
q u e ser abordado desde los diferentes niveles de análisis: individual y grupal,
por una parte, interpersonal e intergrupal, por otra (Fisher, 1993).
206 S. Ayestarán, C. Mtz-TaboacLa y J.J. Arróspic¿

9. Análisis de la eficiencia del grupo desde la perspectiva


de la teoría psicosocial del grupo

Ya se ha explicado anteriormente (cfr. capítulo 5) que el rendimiento,


productividad o eficiencia de un grupo depende de tres tipos de variables:
exigencias de la tarea, recursos de los miembros del grupo y procesos del grupo.
Teniendo en cuenta que la productividad potencial del grupo es la productivi­
dad máxima que puede lograr un grupo cuando emplea todos sus recursos
para satisfacer las exigencias de la tarea, la ecuación de Steiner establece la
siguiente relación entre las tres variables arriba indicadas: productividad efecti­
va = productividad potencial del grupo - las pérdidas debidas a un proceso erró­
neo del grupo.
Esta fórmula nos dice que las variables del proceso nunca pueden aumen­
tar la productividad potencial; sólo pueden aumentar o disminuir la diferencia
entre la productividad efectiva y productividad potencial.
Sin embargo, cuando Steiner quiso verificar su teoría mediante el examen
de los datos obtenidos en numerosas investigaciones sobre la conducta de los
individuos y sus diferencias con la conducta del grupo, se encontró con la sor­
presa de que la productividad efectiva tenía un valor muy próximo al de la pro­
ductividad potencial. Para ello, Steiner definió, en primer lugar, el nivel de recur­
sos de los miembros del grupo recogiendo los datos correspondientes al rendi­
miento individual y, en segundo lugar, realizó un análisis de las exigencias de la
tarea asignada al grupo. Definidos los recursos de los miembros del grupo y las
exigencias de la tarea, Steiner podía predecir el rendimiento potencial de grupos
de dimensiones diversas y compararlo con el rendimiento efectivo.
Shaw (1980, p. 51), basándose en el dato de que la productividad efectiva
está, en muchos casos, muy próxima a la productividad potencial, subraya el
papel de estimulación que ejercen unos individuos sobre otros en el gmpo, de
tal forma que las aportaciones de unos potencian el trabajo mental y/o físico
de otros. Por eso, Shaw propone corregir la ecuación de Steiner y sustituirla
por esta otra: productividad efectiva del grupo = productividad potencial del
grupo - pérdidas debidas a un proceso erróneo del grupo + ganancias debidas al
proceso acertado del grupo.
Normalmente, pérdidas y ganancias se equilibran, pero es posible que en
algún caso las ganancias sean mayores que las pérdidas. En ese caso, la pro­
ductividad efectiva sería superior a la productividad potencial.
Por tanto, cuando se trata de mejorar la eficiencia de un gmpo y supo­
niendo que el grupo esté compuesto por individuos idóneos para la tarea asigna­
da al mismo, el problema se reduce a dos cuestiones:

1) ¿Cómo conseguir que el proceso gmpal sea capaz de hacer rendir al


máximo a los individuos, cualquiera que sea la tarea asignada al gmpo? Nos
referimos aquí al tema de la motivación y estimulación de los miembros del
gmpo.
2) ¿Cómo conseguir que el proceso gmpal sea el más adecuado par? u n a
tarea específica del gmpo? Aquí la cuestión se refiere al tipo de liderazgc
La teoría psicosocial del grupo 207

adecuado a la fase en que se encuentra el grupo y a la tarea específica que


tiene que realizar el mismo.

Dirección y participación: los dos ejes que definen el proceso grupa!.


La dirección está asociada a la tarea: un buen director de grupo es aquel
que consigue que el grupo realice bien la tarea asignada. La dirección tiene
que lograr que el grupo:

— Fije unos objetivos claros.


— Establezca una estrategia apropiada para lograr dichos objetivos.
— Distribuya las actividades que se deben llevar a cabo.
— Coordine dichas actividades.
— Evalúe los resultados.

La dirección puede estar reservada exclusivamente a una persona o a un


subgrupo (liderazgo autocrático), en cuyo caso la participación del resto de los
miembros del grupo en la dirección será muy reducida. La dirección puede
también ser compartida por todos los miembros del grupo (liderazgo partici-
pativo). El liderazgo autocrático significa que es el mismo líder — o un sub­
grupo— quien toma las decisiones propias de la dirección; el liderazgo partici-
pativo significa que el líder ayuda al grupo a tomar las decisiones correspon­
dientes a la dirección.
En cuanto a la participación, es importante distinguir la participación
formal de la informal.
Participación informal existe en todos los grupos porque las personas in-
teractúan entre ellas y esta interacción se traduce en actitudes muy variadas,
positivas o negativas, con respecto a la dirección.
Cuando hablamos de participación, nos referimos a la participación for­
mal de los miembros del grupo en la gestión del grupo. Se trata de una parti­
cipación regulada por normas explícitas del grupo. Lo importante para un
buen proceso grupal es que la participación formal e informal vayan en la
misma línea. Que la participación informal apoye y refuerce el tipo de partici­
pación formal.
Cuanto más se jerarquiza la estructura del grupo, tanto más se separa la
participación formal de la informal en la dirección del grupo. La participación
formal en la dirección queda reservada a determinados estamentos o subgru-
pos, mientras que el resto tiene solamente una participación informal. Y esta
participación informal se traduce en actitudes negativas hacia la dirección del
grupo: pasividad, rutina, desmotivación, resistencia, oposición abierta... Se
crea una gran separación entre las relaciones interpersonales informales y las
relaciones formales que evolucionan hacia unas relaciones de carácter inter-
grupal, en el sentido de que no cuentan tanto las personas, sino las posiciones
ocupadas por las personas.
Cuanto más igualitario el grupo, tanto más se refuerzan mutuamente la
participación formal e informal en la dirección del grupo. La participación
informal da lugar a posturas positivas de apoyo a la dirección formal del
grupo, lo cual produce un aumento de iniciativa, de motivación, de estimula­
208 S. Ayestarán, C. Mtz.-Taboada y J.J. Arróspide

ción mutua, de creatividad entre los miembros del grupo. La división del tra­
bajo introduce en el grupo una exigencia de especialización en la ejecución de
las tareas. Las actividades están diversificadas en función de las capacidades
de las personas, no tanto en función de posiciones sociales.
Una buena combinación de la dirección con la participación exige, por
tanto, la construcción de significados y de roles grupales desde la dialéctica
entre el polo interpersonal y el polo intergrupal del grupo, o, lo que viene a ser lo
mismo, entre la participación formal e informal de los miembros del grupo. Si
el polo interpersonal representa la influencia de las motivaciones y esquemas
cognitivos de los individuos sobre los roles grupales, el polo intergrupal repre­
senta la influencia de las categorías sociales sobre los mismos roles grupales.
Para que el proceso grupal sea constructivo y eficiente, tiene que darse,
no una exclusión de uno de los dos polos, sino una relativización y una inte­
gración de las exigencias provenientes de ambos polos de la dimensión estruc­
tural del grupo.
Hasta ahora nos hemos fijado únicamente en la dimensión estructural del
grupo. Para que el proceso grupal sea constructivo y eficiente tenemos que
tomar en consideración también la dimensión cultural, definida en términos
de individuo vs. grupo.
El polo grupal representa la identificación de los individuos con los valo­
res, creencias y objetivos del grupo. Es el dominio de las características grupa­
les sobre las individuales. En términos de la teoría de la Categorización del yo
de Tumer, supondría el predominio de la identidad social sobre la identidad
personal.
El polo individual representa la autonomía, libertad, iniciativa y creativi­
dad de las personas. En términos de la teoría de la Categorización del yo de
Tumer, supondría el predominio de la identidad personal sobre la identidad
social.
El predominio del polo grupal supone inhibición y evitación del conflicto
entre las exigencias grupales y la libertad de los individuos. Se evita la con­
frontación entre los individuos y el grupo.
El predominio del polo individual supone aumento del conflicto en el
grupo, aumento de la confrontación de los individuos con los valores, creen­
cias y objetivos del grupo.
Una buena combinación entre la dirección y la participación en los gru­
pos supone igualmente la relativización e integración de las exigencias prove­
nientes tanto del polo individual como del polo grupal. Lo ideal no sería la
exclusión de cualquiera de los dos polos, sino la integración de ambos polos,
lo que se podría traducir en el desarrollo de un compromiso crítico de los
individuos con el grupo. Una excesiva polarización hacia el polo individual
nos llevaría a una competición interpersonal o intergrupal, dependiendo de
cuál sea la estructura del grupo.
Una excesiva polarización hacia el polo grupal nos conduciría al fenóme­
no llamado de la desindividuación.
Todos los grupos reales, en la medida en que están insertos en alguna insti­
tución y en un entorno sociocultural, tienen determinados valores, creencias y
objetivos que transcienden las motivaciones y los esquemas cognitivos de los
La teoría psicosocial del grupo 209

individuos. La pertenencia a los grupos conlleva, por lo mismo, la aceptación de


ios valores, creencias y objetivos que definen socialmente al grupo. Pero esta
aceptación básica no significa que se deba evitar la crítica y la reconstrucción
activa de los valores, creencias y objetivos del grupo. Es la única forma de asegu­
rar la cooperación entre los miembros del grupo, sin evitar la competición inter­
personal e intergrupal. La cooperación no se opone a la competición, al contra­
rio, una cooperación sostenida se apoya en la conciencia que tienen los miem­
bros del grupo de que tienen recursos para poder competir. De lo contrario,
la cooperación se rompe por miedo a la dominación de los más debiles por los
más fuertes o por miedo a la explotación de los más fuertes por parte de los más
débiles (Abric, 1987). Dicho más sencillamente, la cooperación —tanto en el
plano interpersonal como en el plano intergrupal— no puede ser duradera si no
hay una cierta igualdad de recursos para influir sobre los demás.
Adecuación del proceso grupal a las características de la tarea.
La distinción entre tareas simples y de resolución de problemas —tareas
que permiten una valoración objetiva del rendimiento del grupo— y tareas com­
plejas y de carácter creativo —tareas que sólo permiten una valoración subjetiva
del rendimiento— es importante desde el punto de vista de cuál es el proceso
más adecuado para asegurar la eficiencia del grupo. Las estructuras grupales
más jerarquizadas se adecúan mejor a las tareas simples y de valoración objeti­
va, mientras que cuando se trata de tareas complejas y de valoración subjetiva la
estructura grupal tiene que ser más igualitaria. La razón es clara: en las tareas
simples y de valoración objetiva, interesa una dirección centralizada y capaz de
organizar el proceso del trabajo, mientras que en las tareas complejas y de valo­
ración subjetiva interesa una dirección descentralizada y participativa.

10. Las diferentes fases del proceso grupal y su relación


con las variables individuales, grupales y sociocognitivas
/p3 y s
Sin entrar a discutir las diferentes fases que se pueden distinguir en la
evolución de un grupo (cfr. el capítulo 5), éste tiene siempre una historia y
esta historia pasa por fases diferentes. Nosotros definimos las fases de los
grupos en función del predominio de las dimensiones básicas que hemos to­
mado para definir el espacio grupal. Insistimos en que las dos dimensiones
inciden sobre la dinámica del grupo, pero esa incidencia no es la misma en
todas las épocas de la historia del grupo.
La historia del grupo la construyen los miembros del grupo a partir de las
fuerzas que mantienen la dinámica del sistema grupal. Siguiendo a Lewin
(1978), consideramos el grupo como un sistema de fuerzas en equilibrio ines­
table. Estas fuerzas son las siguientes: las motivaciones y características indivi­
duales de los miembros del grupo —polo individual— ; los valores, creencias y
objetivos del grupo —polo grupal—; los roles informales construidos en la inter­
acción interpersonal —polo interpersonal—; los roles sociales asignados a los
individuos ■—polo intergrupal.
Estas 4 fuerzas se combinan de distintas formas a lo largo del proceso
210 S. Ayestardn, C. Mtz.-Taboada y J J . Arróspide

grupal dando lugar a diferentes fases, cuya dinámica vamos a describir a con­
tinuación a partir de una serie de variables interpersonales —identidad perso­
nal y estilo de relaciones—; socioestructurales —clima social y cohesión del gru­
po— y sociocognitivas —manejo del conflicto, atribución de responsabilidad y
funcionamiento mental.

1) Combinación del polo interpersonal con el polo grupal: predominio de


la interacción interpersonal y de los valores y objetivos del grupo. Se trata de
una fase de fuerte identificación con los valores del grupo y muy centrado en las
relaciones interpersonales. Es una fase de replegamiento del grupo sobre sí mis­
mo, donde se favorecen las interacciones afectivas positivas y se culpabiliza la
agresividad y la competición interpersonal. El grupo funciona como si fuera un
sistema cerrado. Bennis y Shepard (1956) denominaron esta fase con mucho
acierto la fase de ilusión y huida. Ilusión de unidad y huida de la agresividad.

— El clima social es más bien igualitario: poca diferenciación intercate-


gorial en funciones, estatus y poder; mayor atención a los aspectos personales
e interpersonales.
— Cohesión aparente, basada en una armonía forzada.
— Evitación del conflicto en la interacción interpersonal: comunicación
superficial, banalizante; se evitan los temas que pueden producir desacuerdos
y confrontaciones; se maneja mal la agresividad porque se culpabilizan los
sentimientos negativos.
— Comunicación interpersonal sometida a normas o pautas específicas
culturales. No es una interacción creativa.
•— Atribución de responsabilidad de carácter personal. Los problemas y
las dificultades en el funcionamiento del grupo son interpretados en términos
personales. De ahí la tendencia a la creación de chivos expiatorios.
— Tendencia a una cultura cerrada y a una interpretación estereotipada
de los acontecimientos. Predominio de la asimilación sobre la acomodación.
•— Relaciones intergrupales más bien conflictivas: la agresividad negada
en el interior es orientada hacia otros grupos.
-— Clima afectivo bueno, pero controlado, con explosiones emocionales
que no permiten la elaboración compartida de las emociones. Funcionamien­
to mental de tipo concreto.
— Inseguridad respecto a la identidad personal, justamente porque no
hay transparencia en las actitudes mutuas y en la comunicación.

En la historia de cualquier grupo, esta fase tiene la función de reforzar la


identificación de sus miembros con los valores y objetivos del grupo y estable­
cer unos lazos interpersonales que favorezcan la creación de una cultura de
cooperación.
Hay grupos que toman esta fase como su ideal de funcionamiento grupal,
como pueden ser ciertos grupos terapéuticos y ciertas comunidades o grupos
sociales que tienen una fuerte carga ideológica antiinstitucional. Pero esta re­
flexión nos llevaría a convertir las fases de la historia de los grupos en una
tipología de los grupos y esto es algo que queremos evitar explícitamente.
La teoría psicosocial del grupo 211

2) Combinación del polo grupal con el polo intergrupal: predominio de los


valores, creencias y objetivos del grupo con una fuerte influencia de los roles
sociales en la estructuación grupal. Es la fase de la institucionaliz.ación del grupo.

— Se define por una estructura grupal jerarquizada y la evitación del


conflicto en la interacción social.
— Estructura jerarquizada quiere decir mucha diferenciación intercate-
gorial en funciones, estatus y poder; mayor atención a los aspectos formales;
poca participación de los miembros en la toma de decisiones; liderazgo de
carácter autocrático; comunicación centralizada.
— Evitación del conflicto en la interacción social del grupo quiere decir
sumisión a las normas del grupo; poca comunicación personal e informal;
tendencia a una comunicación formalizada; se evita la expresión de la agresi­
vidad y la competición por miedo a la autoridad.
— La cohesión grupal es baja. La sumisión al grupo es más fuerte que la
cohesión.
— La interacción interpersonal está sometida a normas específicas direc­
tamente relacionadas con los objetivos y la misión del grupo.
— El grupo funciona como un sistema abierto a los valores y a las nor­
mas de la institución de la que forma parte.
•— Atribución de responsabilidad de éxitos y fracasos a la dirección del
grupo.
— Relaciones intergrupales conflictivas porque dominan las relaciones
en términos de grupo y porque la agresividad reprimida en el grupo tiende a
desplazarse hacia otros grupos.
— Clima social de poca afectividad y hostilidad reprimida.
-— Estilo relacional basado en el aislamiento y la desconfianza.
— Inseguridad respecto a la identidad personal porque la comunicación
interpersonal es inexistente o poco transparente.

Esta fase cumple una función importante en la historia de los grupos:


refuerza su sentido institucional. El grupo está al servicio de la institución y
funciona desde las exigencias de la institución.

3) Combinación del polo intergrupal con el polo individual: fuerte influen­


cia de los roles sociales sobre el funcionamiento del grupo y exigencia de auto­
nomía, libertad, iniciativa y creatividad por parte de los individuos. Es la fase de
la lucha política al interior del grupo. Representa la fase de la crisis de la concien­
cia de pertenencia y del compromiso con el grupo, la creación de alianzas que
divide al grupo en subgrupos y la lucha intergrupal por el poder en el grupo.

— La estructura grupal es marcadamente jerarquizada, con un liderazgo


autocrático cuestionado por los miembros del grupo y poca participación for­
mal de éstos en la dirección del grupo, mientras que la participación informal
es muy acentuada, aunque de signo contrario a la dirección formal del grupo.
Hay una clara oposición entre la participación formal e informal.
— No existe cohesión grupal, más bien existe una competición abierta.
212 S. Ayestarán, C. Mtz.-Taboada y J.J. Arróspide

— Hay una clara aceptación y utilización del conflicto a nivel intergru­


pal, es decir, entre los subgrupos del grupo. Aparentemente, no existe un gru­
po, sino varios grupos que compiten entre sí.
— Aparecen los mecanismos clásicos de las relaciones intergrupales: la
comparación intergrupal, los estereotipos, el favoritismo endogrupal, los pre­
juicios que distorsionan la percepción del exogrupo, atribución endogrupal de
la responsabilidad en los resultados positivos y atribución de responsabilidad
al exogrupo en los resultados negativos.
— Dado el carácter intergrupal de la dinámica grupal, los aspectos perso­
nales e interpersonales pasan a un segundo plano, pero realmente es una fase
en la que los individuos toman conciencia de sus necesidades e intereses per­
sonales, adoptan una postura activa y desarrollan un estilo de colaboración al
interior de los subgrupos.

Esta es una de las fases más importantes en la historia de los grupos:


supone un paso importante en el proceso de maduración tanto de los indivi­
duos com o del grupo en su conjunto. El grupo no puede llegar a una fase de
verdadera cooperación sin pasar por esta fase de competición. Se rompen
muchas dependencias interpersonales e intergrupales, aumenta la conciencia
que tienen los individuos de sus capacidades y la comunicación se hace más
transparente.

4) Combinación del polo individual con el polo interpersonal: fuerte in­


fluencia de las características personales y de la interacción interpersonal. Es la
fase de la verdadera cooperación desde la participación de todos los miembros
en la tarea de la reconstrucción cognitiva y social del grupo. El grupo trabaja en
equipo en la redefinición de los objetivos, de los valores y de la misión del
grupo. Al mismo tiempo se reestructura la organización social del grupo.

— La estructura del grupo tiende a ser igualitaria, en el sentido de que


todos participan en la toma de decisiones correspondientes a la gestión del
grupo. No quiere decir que no haya funciones y roles diferentes en el grupo,
sino que estos roles han sido definidos en el grupo desde la interacción inter­
personal.
— El liderazgo es participativo, con una atención constante por parte del
líder tanto a las personas como a los objetivos del grupo.
— Se da la comunicación y la confrontación a nivel interpersonal, lo que
reduce la competición intergrupal.
— El sistema de comunicación es directo —no hay tantas negociaciones
de pasillo— y centrada en los temas que se discuten.
— Los canales de comunicación son abiertos y no hay informaciones
reservadas.
— La cohesión está basada en una clara conciencia de interdependencia
de los miembros del grupo, lo cual los conduce a una cooperación real que no
excluye el conflicto de intereses y la competición interpersonal. Sin embargo,
el grupo tiene capacidad para negociar dichos conflictos de intereses y buscar
soluciones consensuadas.
La teoría psicosocial del grupo 213

— La responsabilidad de los éxitos y de los fracasos es compartida por


todos los miembros del grupo.
— Mejora la identidad personal de los individuos por su participación
activa y responsable en la gestión del grupo.
— El estilo de relación interpersonal es de abierta colaboración.

Esta cuarta fase de la historia de los grupos es realmente la fase de la


maduración del proceso grupal. Difícil de conseguir, pero condición indispen­
sable para que el grupo se convierta en instrumento de terapia o en instrumento
de trabajo en equipo.
Las cuatro fases forman un sistema dinámico del que no se puede excluir
ninguna sin romper todo el sistema.
La primera fase asegura la identificación de los miembros con los valores
y los objetivos del grupo. La segunda fase sitúa al grupo en su contexto insti­
tucional. La tercera fase rompe la rigidez de los valores y normas sociales
impuestas desde la institución, lo cual permite a los miembros del grupo recu­
perar su protagonismo. La cuarta fase supone la transformación del grupo en
un instrumento o medio para facilitar la colaboración entre los individuos y
las instituciones.
En la perspectiva psicosocial, el grupo no tiene sentido en sí mismo: no es
un refugio afectivo, no es un ente autónomo, no es un instrumento de domi­
nación, es un lugar de interacción entre las personas y las instituciones creadas
por la sociedad para satisfacer las necesidades básicas de las personas.

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10

Estudio de los grupos en el área


de la salud
Cristina Mtz.-Taboada

1. Introducción

El objetivo de este capítulo es contemplar algunas de las aplicaciones de


la teoría psicosocial de los grupos en el área de la salud. Este área define un
amplio campo de interés por su pluridimensionalidad, por su incidencia en las
comunidades sociales y en el bienestar de sus miembros.
El considerar al grupo com o un proceso mediador entre la realidad social
y la actividad de los sujetos (Tumer, 1990; Brown, 1988), convierte a los pro­
cesos grupales en un medio. Puede servir para apuntalar o reconstruir la es­
tructura psicosocial de los miembros que, en situación de crisis, componen los
grupos, a la propia estructura grupal a la que pertenecen y más ampliamente
a su entorno social.
Podemos clasificar los grupos de intervención en este área desde tres
orientaciones: los grupos psicoterapéuticos, los grupos de apoyo y los grupos
de autoayuda. Entendiendo que el procedimiento de aprendizaje de conductas
socialmente competentes (Gil y García, 1992) podrá darse en todos ellos. Este
capítulo enfoca las metas y factores que les identifica y algunas de sus aplica­
ciones.
Al abordar estos contenidos, nos acercamos a dos conceptos importantes
e inter-relacionados en el tema que presentamos: salud y grupo. A continua­
ción, nos aproximaremos a las variables más relevantes que conforman el
marco psicosocial de los grupos. Éste nos posibilitará diferenciar algunas de
las orientaciones teóricas que los grupos tienen en el área de la salud. Poste­
riormente, nos centraremos específicamente en cada tipo de grupo subrayan­
do sus diferencias y aplicaciones. Por último, presentaremos la evolución de
grupo de apoyo a grupo de autoayuda en un diseño de intervención psicoso-
ciaí con la Asociación de Mujeres Mastectomizadas de Guipúzcoa. Y, para
concluir, desde nuestra perspectiva, haremos ciertas reflexiones sobre el abor­
daje psicosocial de los grupos en este campo.
216 C. Mtz.-Taboada

2. Definición de dos conceptos claves: salud y grupo

El concepto de salud que define la OMS se basa en el estado de bienestar.


Se consideran incluidas las áreas mental y social aparte de las puramente
biofísicas. Esta definición se complementa con la visión de la salud (Sánchez
Vidal, 1988) como recursos frente a la vida diaria: creación de estrategias
adecuadas a las demandas estresantes del medio (Alvaro, Torregrosa, Garrido,
1992). Se subrayan, como conceptos positivos, los recursos intrínsecos a cada
dimensión (habilidades sociales, personales además de las capacidades físi­
cas). Todos estos elementos, podemos considerarlos como determinantes del
grado de salud contemplado desde diferentes niveles de análisis: biológico,
psicológico, y sistema de respuestas adaptativas o confrontativas en relación
con el entorno psicosocial o sociocultural.
La salud como proceso dinámico puede contemplarse evolutivamente, el
individuo va haciendo frente a diversas etapas vitales que irá condicionando
las siguientes, y, ecológicamente, el individuo va haciendo reajustes e interac­
ciones con el contexto de sistemas psicosociales que le rodean.
Sensu contrario, las diversas alteraciones que perturben un buen funcio­
namiento biológico, psicológico o social serán una amenaza para la salud. La
percepción de vulnerabilidad (Rodríguez-Marín, 1992) asociada con emocio­
nes negativas, centrará las situaciones de riesgo o de estrés psicosocial como
blanco de intervención. De esta manera, podemos entender ciertos momentos
en la vida en el que se siente una amenaza grave, respecto a uno mismo o a lo
que nos rodea. El afrontar cambios que someten al individuo o a la comuni­
dad a una presión psicosocial por encima de su control, puede convertirse en
un factor que atenta contra la salud. Como señala Amalio Blanco, (1992) «es
esencial la idea del hombre como actor de su propia conducta, como creador
de espacios interactivos en los que están implicados otros agentes y con los
que se mantiene una relación permanente de interdependencia» (p. 12).
En este sentido, nunca es suficientemente señalada la importancia de la
prevención com o factor de amortiguación que minimiza el riesgo y/o la inci­
dencia de ciertos trastornos y sus efectos.
El concepto grupo nos lleva a un ámbito particular de la conducta social.
Las personas evolucionan, se reconocen y organizan en grupos. El grupo es
un proceso básico de la interacción social (Tumer, 1990) en el que confluyen
procesos psicológicos y sociales. Esto convierte al grupo en un marco de ac­
tuación eficaz en el que se posibilita la negociación entre los individuos y los
diversos sistemas que le determinan (Ayestarán y Mtz.-Taboada, 1992).
El grupo tendrá una realidad psicológica, una representación simbólica de
algo personal y privado que permite ser constituida por todos los miembros
que componen el grupo y a la vez constituyente de nuevas realidades en el
constante cruce de referencias de la propia interacción social. Al mismo tiem­
po, permite transcender el subjetivismo de esta definición (Brown, 1988) en el
reconocimiento de su existencia por parte de otros, desde una realidad objeti­
va. Estas dos perspectivas enmarcarán el trabajo que presentamos.
Estudio de los grupos en el área de la salud 217

3. Marco explicativo de los grupos en el área de la salud

La aplicación del modelo psicosocial de grupos en ámbitos de la salud


lleva a reflexionar sobre dos dimensiones consideradas nucleares (Ayestarán,
Mtz.-Taboada, 1992; Mtz.-Taboada, 1992) en el análisis y abordaje de los fenó­
menos de grupo.

— La dimensión socioestmctural. Definida por las formas de estructura­


ción del poder en el grupo.
— La dimensión sociocognitiva. En tomo al procesamiento de los datos
de la realidad y a la valoración positiva o negativa del conflicto en diferentes
niveles de análisis.

Estos indicadores o principios estructuradores de la interacción y desa­


rrollo psicosocial, son los que determinan el manejo del conflicto y por lo
tanto el carácter formal o informal de las relaciones. No podemos olvidar que
este aspecto es además reconocido como idea clave en la regulación de las
relaciones (Doise y Mugny, 1983; Mugny y Doise, 1991). Por ello, nos parece
interesante delimitar su posición en los ámbitos grupales aplicados a la salud.

Dimensión socioestmctural. Definida por el grado de jerarquización en los


grupos. Se diferencia bipolarmente.
Los grupos de psicoterapia y de apoyo como grupos jerarquizados. Los
individuos se reúnen en tomo a un psicoterapeuta o profesional de la salud.
Se proveerá al grupo de medios para que los miembros creen sus propios
recursos bien frente a sus dificultades de relación intra-interpersonal, bien
frente a sucesos vitales estresores (Rodríguez-Marín, 1992) ante los que se
sienten vulnerables. El manejo del poder, en esta situación, se define clara­
mente, y existe a priori una relación basada en la contratación de unos servi­
cios a cambio de una retribución económica.
Los grupos de autoayuda son inicialmente igualitarios (Borkman, 1991).
Los individuos se ayudan mutuamente. Se comparte la responsabilidad de la
interacción para hacer frente a un problema común. Dan y reciben en una
dialéctica de iguales sin retribución económica intermediaria. Se autoproveen
de apoyo emocional y social al compartir las propias experiencias e intercam­
biando recursos. Medvene (1984) los describe como una relación basada en la
reciprocidad y el «regalo» mutuo. No es una relación contractual basada en el
dinero a cambio de determinados servicios, sino de información sociocogniti­
va y apoyo emocional que facilite la confrontación de un mismo conflicto. El
poder ser tanto «consumidor como proveedor» (Borkman, 1991) desarrolla un
estilo de relación y un tipo de roles muy diferentes a los que se dan en la
relación profesional-cliente.
Considerando que el justo medio entre el individuo y la sociedad es donde
reside la interacción social, la articulación de distintos niveles de análisis en el
grupo supondrá un conexionismo, un modo de introducir o establecer nexos
que enlacen los diversos aspectos de la realidad (Munné, 1991). Esto ayudará
218 C. Mtz.-Taboada

a comprender mejor los fenómenos que allí acontezcan. Los niveles de análi­
sis de la interacción social (Doise, 1979; Moscovici, 1992) podrán ser entendi­
dos com o procedimientos de observación, de los contenidos de la dinámica,
de los diferentes grupos.
Detectar el nivel adecuado en la saliencia del conflicto será fundamental
para crear estrategias de intervención eficaz (Sánchez Vidal, 1988). El reflexio­
nar sobre cómo emergen, se destacan en un momento determinado sobre los
otros o pasan a un segundo orden (Mtz.-Taboada, 1992) confiere una especial
atención a la segunda dimensión.

Dimensión sociocognitiva, que condiciona el manejo del conflicto en los


grupos.
Los grupos de psicoterapia, desde el inicio, contrastarán los conflictos
emergentes para promover el cambio de las personas y/o del grupo.
Los grupos de apoyo y de autoayuda no se centrarán en los conflictos
psicosociales sino en la asunción de las limitaciones existenciales del ser hu­
mano que se ponen en evidencia en circunstancias determinadas: enfermeda­
des o minusvalías mentales, sociales o biofísicas propias o de los que com po­
nen el núcleo afectivo y social. El reforzamiento de la autoestima, de la identi­
dad social y la integración de la situación crítica serán sus objetivos. Ahora
bien, en la medida en que el grupo transcurra constructivamente, los procesos
irán acercándose a los de los grupos de promoción del cambio. Los proce­
sos psicosociales y afectivos serán similares.
Si contemplamos los diferentes niveles de análisis de la interacción social
de cualquiera de los grupos, podremos observar:

Nivel intrapersonal. El conflicto será el punto de inflexión donde el indivi­


duo contrastará sus propias dificultades. La necesidad de organizar un objeto
no estructurado crea incertidumbre. La percepción de vulnerabilidad depen­
derá de la posibilidad interna de hacer frente o no a la situación. Al analizar
los mecanismos que permiten su afrontamiento se parte de la asunción de que
las causas del problema están en los déficits (Sánchez Vidal, 1988) o carencias
del individuo y en su mayor o menor capacidad de reacción ante lo que no
controla. Por ello, la apreciación primaria del conflicto estará moldeada por
un conjunto de factores entre ellos los personales, que servirán de «lentes
perceptuales» ante la realidad a afrontar (Rodríguez-Marín, 1992, p. 107). En
este sentido, la estrategia de intervención estará centrada en el individuo y en
sus peculiaridades.
Nivel intragrupal. El conflicto se centrará en la propia interacción entre
los miembros del grupo. El manejo de las diferencias y similitudes inter-per-
sonales focalizará el conflicto en el grupo. La aceptación o evitación de los
conflictos por parte del grupo marcará claramente su trayectoria. De esta for­
ma, el ámbito social creado no permanecerá estático y permitirá una evolu­
ción en el tiempo adaptada a las necesidades de sus integrantes. Los procesos
de influencia social tendrán mucho que ver con los fenómenos de cambio y
evolución grupal.
Nivel intergrupal. El conflicto se centrará en el posicionamiento frente a los
Estudio de los grupos en el área de la salud 219

conflictos intergrupales. La representación de sí mismo toma la forma de au-


tocategorización (Tumer, 1990) en oposición a otra clase de individuos. La auto-
percepción en una categoría disminuida o desventajosa frente a la población
«normal» considerada sin carencias físicas y/o sociales, será un tema vital a la
hora de afrontar la situación en su globalidad. Las repercusiones en el bienestar
subjetivo y la auto valoración personal estará ligada a la integración de la nueva
identidad social. Las estrategias de movilidad y cambio social en este tipo de
conflictos (Hogg y Abrams, 1988) definirán la dialéctica endogrupo-exogrupo
que coexistirá y definirá además la interacción de los integrantes del grupo.
Nivel sociocultural. Se contrastará el sistema de valores dominante donde se
instauran los grupos (Gidron, Chesler y Chesney, 1991). No se debe olvidar que
la identidad social esta totalmente ligada a una determinada estructura sociocul­
tural (Tumer, 1990) repercutiendo directamente en la valoración de ésta.

Los diferentes niveles de análisis de la interacción social pueden conside­


rarse por lo tanto isomórfícas en cuanto a sus elementos de estructuración
(poder y manejo de conflicto) pero asimétricas en su funcionamiento (Mtz.-
Taboada, 1992). El enmarcar la interacción social en el nivel emergente ayu­
dará a comprender los fenómenos que se estén dando en el grupo y a crear
estrategias desde él.

4. Factores asociados al cambio en los grupos

Existen ciertos factores que se consideran clásicos en el principio de orga­


nización y estructuración de los grupos en el área de la salud. Algunos de
estos factores, aceptados como generativos y promotores de los procesos nece­
sarios para enfocar la intervención en los grupos, fueron especificados por
Yalom (1986) como fluctuantes en el transcurrir del grupo. Es de resaltar su
utilidad a la hora de abordar la intervención en grupo.
La creencia en la bondad de un tipo de tratamiento puede ser en sí mismo
eficaz, mientras otros factores surten efecto. En los grupos, invariablemente, hay
individuos que están en diferentes puntos de un continuo. En los grupos psico-
terapéuticos y de apoyo los nuevos miembros del grupo tienen como punto de
referencia al terapeuta o al profesional que convoca el grupo. Es el representan­
te principal de lo que allí van a encontrar. En los grupos de autoayuda la fuente
personal y social más valorada es el encontrar a otros con ía misma situación
vital (Gidron, Chesler y Chesney, 1991): el poder identificarse entre ellos, com­
partir sus sentimientos como miembros del grupo, formar parte de la misma
categoría social. El pasar por una situación similar brinda estrategias concretas
ante los conflictos cotidianos, además de un modelo ante la situación percibida
como amenazadora. Impartir esperanza es sinónimo de refortalecimiento ante
3a percepción de vulnerabilidad e impotencia.
Grupos com o los de Synanon o Alcohólicos Anónimos apuntalan este he­
cho. Los miembros con éxito cuentan en cada reunión la historia de su caída
y su recuperación. Todos los jefes de grupo son ex drogadictos o ex alcohóli­
220 C. Mtz.-Taboada

cos. Los miembros de estas Asociaciones tienen la fuerte convicción de que


sólo puede comprenderlos alguien que ha recorrido el mismo camino que
ellos. La mejora de ios otros y el manejo eficaz de condiciones muy similares
a la suyas abrirá un nuevo camino de expectativas, y será una forma de apoyo
social (Barron, 1992) que influirá en el bienestar. Las sugerencias de acción y
de control proveerán de esperanza para continuar.
En los ámbitos grupales de estas características, el proceso imitativo es
difuso, ya que los miembros pueden modelarse con aspectos de otros miem­
bros y, en aquellos que lo hubiera, del propio profesional. Son puntos de
referencia que ayudan a los individuos a integrar pautas de acción desde un
aprendizaje vicario.
Muchos pacientes entran en los grupos de psicoterapia y en los de apoyo
con el inquietante pensamiento de que son únicos en su desgracia, que sólo
ellos tienen ciertos problemas, ideas, impulsos y fantasías. El sentimiento de
singularidad a menudo se ve fortalecido por su aislamiento social. En los gru­
pos de autoayuda, saben a priorí que comparten la misma situación vital de­
safortunada, sin embargo, el proceso es muy parecido. Ver negado el senti­
miento de singularidad, en especial en las primeras etapas, constituye una
poderosa fuente de consuelo. Después de escuchar a otros miembros revelar
preocupaciones similares a las suyas los pacientes informan sentirse más en
contacto con el mundo (Yalom, 1969; Gidron, Chesler y Chesney, 1991) perte­
necientes a una categoría social reconfortada.
Podemos inferir que la inclusión en una categoría social más revalorizada
y compartida se asociará a una autopercepción más positiva de sí mismo
(Hogg y Abrams, 1988). El sentimiento de pertenencia a un grupo que puede
manejarse más allá de sus limitaciones estará ligada a una mejor adaptación a
la realidad cotidiana.
La explicación y la aclaración, funcionan como agentes curativos eficaces
por derecho propio. Bajo este título general se puede incluir la instrucción
didáctica, consejos, sugerencias y la orientación directa. El hombre siempre
ha aborrecido la incertidunbre y, a través de los siglos, ha anhelado ordenar
su universo ofreciendo explicaciones, básicamente religiosas o científicas. La
necesidad de información siempre ha estado ligada a intentar comprender y
organizar «la realidad social» (Hendrick, 1987).
La necesidad y la dependencia de información es una de las motivaciones
que explica la interacción social en los grupos (Hendrick, 1987). No se puede
olvidar que explicar un fenómeno es el primer paso para controlarlo. La per­
cepción de no control, es en sí una fuente de ansiedad. La angustia secundaria
que surge de la incertidumbre con frecuencia causa más daño que la enferme­
dad primaria. En la medida en que se desarrollan actitudes solidarias, los
miembros se descentran de sí mismos para apreciar los de su entorno. Pueden
ayudarse los unos a los otros más eficazmente. Ofrecen apoyo, sugerencias,
ideas, y comparten problemas similares. Se confía en los otros miembros para
obtener reacciones y retroalimentación espontáneas y sinceras. Toman con­
ciencia de que reciben dando.
En los grupos de psicoterapia y de apoyo la fuente de ayuda más aprecia­
da inicialmente es la del conductor del grupo. En muchas ocasiones se dan
Estudio de los grupos en el área de la salud 221

resistencias a aceptar las sugerencias de los otros miembros. En la base de esa


conducta suele hallarse la percepción de sí mismo como incapaz, a su vez, de
aportar gran cosa. En la medida en que el grupo evolucione el intercambio
será más fluido y valorado, la autopercepción será más positiva y se desarro­
llará la capacidad de rol-taking y de descentramiento ante los conflictos.
El ofrecer una estructura que permita comprender mejor la realidad psi­
cosocial en la que se está inmerso, tiene un valor intrínseco. El distinguir
socioestructuralmente los grupos de psicoterapia y de apoyo, dirigidos por un
profesional, y los grupos de autoayuda regidos por un tema compartido por
todos sus miembros, nos lleva al abordaje de algunas consideraciones diferen-
ciadoras desde lo que consideramos variables nucleares (Moliner, 1989) de la
representación social de grupo.

5. Grupos de psicoterapia

Hemos visto cómo la dimensión socioestmctural de los grupos de terapia


viene definida por la relación terapeuta-paciente. El terapeuta es el que convo­
ca y último responsable del grupo (Yalom, 1986). Él debe crear un sistema
social terapéutico adecuado a las necesidades de los pacientes (Ayestarán,
Mtz.-Taboada, 1992). Se esforzará por establecer un código de reglas o nor­
mas de conducta que guiará la interacción del grupo dependiendo de su orien­
tación formativa.
En este sentido, hemos visto cómo la dimensión sociocognitiva en tomo al
manejo del conflicto en el grupo, refleja diferentes niveles de análisis. El tera­
peuta suele incidir más en uno de ellos en función de su escuela teórica.
Analizaremos tres escuelas clásicas que pueden sintetizar dicha focalización.
La centrada en el nivel intrapersonal. El más destacado exponente de esta
corriente, que ha tenido y sigue teniendo sus adherentes, especialmente en los
Estados Unidos de America, es Slavson (1976). Se aplican sistemáticamente
los conceptos psicoanalíticos a los grupos. Se analizan los conflictos indivi­
duales a través de las fantasías y emociones de cada uno de los miembros del
grupo sin tener en cuenta la dinámica grupa!. Parte de la idea de tratar al
individuo en grupo y se opone al concepto organísmico del grupo. Para Slav­
son, el grupo terapéutico funciona como un «sistema cerrado» mientras los
grupos sociales son «sistemas abiertos».
La centrada en el nivel intragrupal. Bion en su Experiencias en grupos
(Bion, 1974), parte de la dinámica de grupo como un todo en el que cristaliza
la relación de los individuos con el proceso de grupo. El grupo existe en la
medida en que los miembros comparten unos sentimientos comunes de amor
y odio, ligado a las fantasías esquizoparanoides vividas por el niño en sus
primera relaciones (Ayestarán, Mtz.-Taboada, 1992). La conceptualización que
hace Bion se centra en tres conceptos:

a) La cultura de grupo o manera com o un grupo determinado hace fren­


te a las principales emociones de los individuos.
222 C. Mtz.-Taboada

b) El grupo de trabajo como actividad aparejada a una tarea que pone el


principio de realidad y su expresión secundarizada.
c) El grupo de los supuestos básicos de:
— Dependencia. Se espera recibir del terapeuta lo necesario.

— Ataque-huida. La agresividad por no recibir lo esperado desembocará
en dificultad para expresar la agresividad contra él.
— Emparejamiento. La integración de lo anterior creará un clima de ex­
pectación esperanzadora por el futuro del grupo.

La centrada en los niveles intra-intergrupal desde el modelo psicosocial Gru­


po analítico de Foulkes (1980). El grupo terapéutico es considerado una reali­
dad social dinámica en continuo movimiento. Utiliza tres conceptos básicos:

— El proceso del grupo desde el concepto de «red», o representaciones


que los miembros traen al grupo desde su experiencia en otros grupos. El
network o red más importante será el familiar de cada miembro.
— La estructura básica e inconsciente del grupo que conforma la matriz.
— El contenido del grupo. Comunicaciones, pensamientos e imágenes
que intercambian los miembros del grupo.

Estas tres clásicas escuelas en la psicoterapia de grupo sugieren la focali-


zación de los conflictos en los grupos en diversos niveles de análisis. Podemos
entender por lo tanto el sutil engranaje ante el que nos encontramos al planifi­
car estrategias de intervención psicosocial que tomen en consideración dicha
complejidad teórica.
Por último, el Modelo psicosocial, considera el proceso terapéutico en­
marcado en todos los niveles de análisis. Es un proceso de resocialización con
diferentes lecturas. Se parte de una representación social de grupo jerarquiza­
do. Sin embargo, el terapeuta facilitará el acceso a una estructura más iguali­
taria. Se potenciarán conductas más adaptativas social y emocionalmente. El
cambio de representación mejorará la capacidad de entenderse a sí mismos y
a los demás en un contexto más amplio. El funcionamiento mental será más
reflexivo, con capacidad de ponerse en el lugar del otro. El sistema de atribu­
ción de la responsabilidad será más grupal y el conflicto sociocognitivo empe­
zará a percibirse más positivamente, menos amenazador, como un instrumen­
to de progreso y/o cambio (Ayestarán, Mtz.-Taboada, 1992).
Nos parece interesante puntualizar cómo lo grupos psicoterapéuticos uti­
lizan elementos ansiógenos para descubrir y reelaborar aspectos básicos de la
personalidad y/o del grupo. No así los grupos de apoyo y autoayuda orienta­
dos a la aceptación de las limitaciones de la existencia humana.

6. Grupos de apoyo y grupos de autoayuda

Cuando la gente se enfrenta a situaciones conflictivas y amenazadoras


que generan tensión y estrés, tiende a afiliarse con otros. Se buscará satisfacer
Estudio de los grupos en el área de la salud 223

necesidades psicológicas importantes como la adquisición de cierto control de


la realidad, la obtención de soporte y el mantenimiento de la autoestima. Es
por esto, que los llamados «grupos de apoyo» se convierten en un término
genérico para todas las formas de ayuda común con o sin profesionales que
faciliten el quehacer grupal (Borkman, 1991). Sin embargo, esta confusión
terminológica tiene sus consecuencias y se va haciendo cada vez más evidente
la necesidad de diferenciar los dos tipos de ámbitos: el de apoyo y el de autoa­
yuda (Powell, 1987).
Desde una perspectiva sociocognitiva, podemos hablar de similaridades
entre ambos tipos de relación. Se busca facilitar la adaptación de las personas
a presiones circunstanciales que les exigen una gestión nueva de sus capacida­
des o posicionamiento psicosocial. Las dos clases de grupo están dirigidos a la
parte más consciente de la personalidad y su fortalecimiento facilitará el abor­
daje de situaciones vitales críticas que los miembros comparten y asumen.
El objetivo primordial de ambos es generar recursos de afrontamiento
para manejar la situación de vulnerabilidad, favorecer la canalización adecua­
da de la agresividad y crear estrategias de soporte social frente al conflicto.
Sin embargo, los grupos de apoyo y los de autoayuda tienen una dinámi­
ca propia y una diferencia estructural que les delimita.
Grupos de apoyo: ámbito grupal cuyos miembros tienen variables simila­
res pero incorporan profesionales que inician y controlan la situación com o
responsables (Borkman, 1991; Powell, 1987, 1990) lo que introduce una jerar-
quización de roles.
Grupos de autoayuda: ámbito grupal de pares surgido de individuos que
al compartir un problema se organizan para controlar la situación a través de
asociaciones (grupos u organizaciones) igualitarias y voluntarias (Borkman,
1991).
En el caso de los grupos de apoyo se considera más indicado el ayudar al
grupo con información sobre sí mismo, sus objetivos, y formas de funciona­
miento. El profesional, como líder formal del grupo, gestiona un marco acoge-
, tdor y seguro, facilita la adaptación de las personas a los cambios o presiones
coyunturales o endémicos que les exijan una gestión nueva de sus capacidades
; o posicionamiento psicosocial.
El profesional que ofrece apoyo no ocupa enteramente el lugar del saber.
Deja autonomía y refuerza a los miembros del grupo. Realiza una labor de
reafianzamiento y seguridad. Facilita que los miembros del grupo puedan vol­
ver a confiar en sí mismos, a revalorizar su autoestima, y de esta forma llegar
a resolver por sí mismos parte de los conflictos que deben afrontar y para los
cuales no encontraban solución. El profesional consolida algunos de los meca-
-_smos de defensa y suaviza otros. El apoyo, sin embargo, debe conducir a la
: educción de la dependencia. La relación debe interrumpirse en el momento
:r. que los miembros del grupo son capaces de afrontar su realidad. Este j I
n o d o de relación puede, ser muy breve, repetido, o convertirse a veces en
permanente.
El éxito de este tipo de grupos estará en función de la promoción de
term in a d os procesos grupales que lleven a situar al grupo y a sus miembros
=. una posición lo más autogestionadora posible.

T’Tv, /-/V.
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224 C. Mtz.-Taboada

En el caso de los grupos de autoayuda el propio grupo gestiona sus obje­


tivos , y formas de funcionamiento. El liderazgo podrá ser asumido, en princi­
pio, por cualquiera de sus miembros. Las variables socioculturales de donde
surja, su posición intergrupal, los componentes individuales y el tema al que
se circunscribe, serán fundamentales para predecir los procesos y estructura
en los que desembocará un determinado grupo. No existe un estilo óptimo de
liderazgo, sino un liderazgo útil y situacional que posicionará a los miembros
diferenciadamente en función de los procesos de influencia social que pro­
mueva el grupo.
A finales de 1990, principios del 91, se crearon con gran rapidez cientos
de grupos de apoyo y de autoayuda con los familiares y amigos de los milita­
res que se habían enviado al conflicto del Golfo Pérsico (Borkman, 1991). El
desarrollo de los grupos pequeños como soporte psicosocial para esta pobla­
ción en crisis permitió desarrollar toda una serie de estrategias de prevención
y de contención para paliar el riesgo de una experiencia desequilibradora.
Esta medida puso de relieve la importancia de este tipo de grupos en la inter­
vención para la salud psicosocial de los conciudadanos.
El contemplar este tipo de grupos como un modo de generar espacios de
autoayuda y prevención en sectores definidos intrínsecamente como en crisis,
plantea paradójicamente la posibilidad de utilizarlos por los profesionales de la
salud en el diseño de programas de intervención psicosocial. Es paradójico, pues­
to que el profesional puede ser el incentivador. En esta línea, hemos gestionado el
paso de grupo de apoyo a grupo de autoayuda como parte de una intervención
que intenta generar grupos de autogestión que den más autonomía y capacidad a
los miembros que lo llevan a cabo. Este es el caso de la Asociación de Mujeres
Mastectomizadas de Guipúzcoa que presentamos a continuación.

7. Evolución de un grupo de apoyo a un grupo de autoayuda

Hace unos años se hacían determinadas llamadas de atención respecto a


la práctica inexistencia de asociaciones que pudieran atender las demandas de
las mujeres en general y en concreto a las mujeres mastectomizadas de la
comunidad autónoma vasca. La resolución de determinadas mujeres con pro­
blema tumoral mamario de asociarse fue un medio para afrontar la proble­
mática derivada de esta situación. No como un grupo estigmatizado luchando
en contra de la corriente (Katz y Bender, 1976) sino com o una alternativa o
respuesta a una necesidad psicosocial de determinada población en crisis.
Desde aquí quiero expresar mi agradecimiento por haber tenido el honor,
durante este último año, de compartir sus actividades. Como profesional, por­
que siempre es un reto colaborar en la evolución de un grupo, com o persona,
porque compartir un espacio lleno de mensajes solidarios diseña los implícitos
universales, por lo menos los más constructivos, del proceso social humano.
La asociación cuenta en este momento con 275 asociadas. La edad media
está entre 45 y 55 años y el 72 % están casadas. El nivel socio-cultural predo­
minante es medio.
Estudio de los grupos en el área de la salud 225

Toda enfermedad se considera grave cuando rompe el orden y el equili­


brio del cuerpo humano. Cuando se producen alteraciones biológicas que hay
que atajar con medios agresivos como son las mastectomías u otro tipo de
operaciones, puede influir de tal manera en la existencia de la persona que la
revolucione. Se afronta la pérdida de la salud, la alteración del propio cuerpo
y, en ocasiones, se agrava la situación al haber una disminución de la partici­
pación normal en la actividad socioeconómica y familiar.
La asociación hace una demanda al detectar por parte de ciertas mujeres
la necesidad de un ámbito de apoyo psicosocial. El objetivo se centra en facili­
tar la afrontación de problemas que su condición les trae. En estas circunstan­
cias la Organización gestiona la colaboración de profesionales que se hagan
cargo de dicha demanda.
El análisis de la situación, sin embargo, reviste una mayor complejidad
que la aparente, por lo que siguiendo el modelo psicosocial, se conceptualiza
la situación de la siguiente manera.
Inicialmente, se estructurarán los grupos en tomo a los profesionales. El
clima socioestmctural del grupo será jerarquizado.
Para facilitar el abordaje grupal se tienen en cuenta los factores diferen-
ciadores de este contexto. Desde nuestra perspectiva, lo contemplamos así.
Nivel de análisis personal de la enfermedad. El cáncer de mama, posee
diferentes significados para cada mujer que lo padece. Influirá la evolución y
desarrollo de los propios recursos personales hasta ese momento. En cual­
quier caso, la pérdida de la salud se asocia a un proceso íntimo de temor y de
vulnerabilidad. La persona se cuestiona incrédulamente si es posible que lo
que le están contando se trate realmente de ella misma (Oyarzábal, 1988).
El impacto del diagnóstico y de la operación marca la percepción de la
situación. La sensación de estigma y de aislamiento surge en muchos de los
casos (Rogers y Bauman, 1985). Se sienten ante una injusticia. La aceptación
del problema es dificultosa por lo que se evita la confrontación del mismo. En
consecuencia (Mtz.-Taboada, 1992), el funcionamiento mental será concreto,
centrado en las consecuencias de la enfermedad, entre la impotencia o la ra­
bia. Se hacen atribuciones de responsabilidad personal en los médicos, las
enfermeras, o el mismísimo Dios. La aceptación del conflicto sin embargo no
es fácil. La pérdida de lo que se tenía, de que nunca será com o antes, puede
llevar, dentro de la misma dinámica, a la inmovilidad y la autocompasión
como un círculo vicioso sin salida. El asumir la situación podrá facilitar el
afrontamiento de las limitaciones y conflictos internos. En este sentido se aso­
ciará a un funcionamiento mental más abstracto (Ayestarán, Mtz.-Taboada,
1992) más descentrado, haciendo una atribución de responsabilidad menos
culpabilizadora, más situacional que permitirá una mejor integración de la
enfermedad en lo cotidiano y una percepción de vulnerabilidad más llevadera.
El ser conscientes de este proceso, ver en que medida afecta o como estas
fases se van reproduciendo diacrónicamente, puede ayudar a cierta ilusión de
control, a comprender mejor lo que sucede, y a darse un margen de tiempo
para la adaptación.
El segundo nivel de análisis, interpersonal o intragrupal, estará centrado
en las repercusiones de la situación de crisis en el sistema de relaciones de la
226 C. Mtz.-TaboG rifa

mujer mastectomizada. Su reflejo en el grupo ayudará a crear estrategias de


afrontamiento. Las posibilidades de aprendizaje observacional se incrementan
con un valor recíproco (Gil y García, 1992).
El diagnóstico de una enfermedad grave en un miembro de una familia
tiene una transcendencia especial para toda ella. La familia varía cuando la
situación de un miembro varía porque tiene una organización especialmente
sensible. La repercusión del sistema familiar de comunicación, de las posturas
adoptadas frente al conflicto, definirán la identidad social de las mujeres que
integrarán el grupo a formar. Su estilo de relación interpersonal será un refle­
jo de ello.
Los sentimientos de vergüenza, culpa o miedo frente a los demás con
conductas de dependencia y aislamiento (Ayestarán, Mtz.-Taboada, 1992) ver­
sus iniciativa, busqueda abierta de ayuda, expresión de sus temores y afectos
con conductas de acercamiento e iniciativa serán los dos polos de un abanico
a contrastar en el grupo de apoyo psicosocial.
El soporte psicosocial que la familia puede ofrecer es considerado de
vital importancia. En el estudio de Spiegel, Bloom, Kraemer, y Gottheil
(1989) con pacientes metastásicas de cáncer de mama, se encontró que aque­
llas a las que se les ofrecía al azar la combinación de un grupo de apoyo
semanal, además de una vez al mes una experiencia de grupo de soporte a la
familia, sobrevivían 18 meses más, con más calidad de vida, que una muestra
de control al azar.
Las mujeres consideran que la familia es el espacio social con una res­
puesta más directa y gratificante y que el 54 % de los cónyuges o parejas
responden positivamente a las demandas de la mujer con cáncer de mama. La
capacidad de apoyo y de adaptación no sólo es uno de los signos más expresi­
vos de vitalidad familiar sino un factor reductor de síntomas para la mujer
mastectomizada (Spiegel, Bloom, y Gottheil, 1983).
Indudablemente es difícil improvisar situaciones favorables sobre núcleos
familiares conflictivos o con escasa práctica de la comunicación. Incluso, aun­
que ésta sea aceptable, hay limitaciones que se hacen más evidentes en estas
circunstancias. Por ello, en la medida en que las mujeres se identifiquen con
el grupo, podrán crear estrategias de apoyo y comunicación más adecuadas.
Pedirán menos implícitos a la familia e incidirá en su propio bienestar.
El tercer nivel de análisis que queremos señalar es el intergrupal, en él
se desarrollan conflictos relacionados con la autopercepción e identidad so­
cial. Hay un gran sentimiento de pertenecer a otra categoría diferente a la
que hasta el momento de la enfermedad se autocircunscribían. Se pierde la
categoría adscrita a la salud. Se encuentran tendencias a ocultar vergonzo­
samente la situación, a negarla incluso para no ser diferentes de las demás.
Temen, y en ocasiones así sucede, ser tratadas com o una categoría inferior.
Categoría de desvalimiento, reflejo de temores de otras mujeres que estando
sanas las rehuyen para no tener que afrontar su propia ilusión de invulnera-
bilidad. Las relaciones se ponen a prueba. Se encuentra, a veces con sorpre­
sa, cierto tipo de alejamiento o evitación por aquellos que les rodean. El
efecto de estigma (Goffman, 1963) tendrá mucho que ver con la manejabili­
dad de la situación en su entorno social. La tentación de negar su existencia
Estudio de los grupos en el área de la salud 227

será una muestra de desadaptación y no podemos olvidar (Lazarus y Folk-


man, 1984) que la negación no ayudará al reajuste psicosocial sino todo lo
contrario.
Un cuarto nivel de análisis es el nivel sociocultural del conflicto. Debemos
recordar que la identidad social está totalmente ligada a una determinada
estructura sociocultural y la nueva situación confronta con los valores socio-
culturales que nos rodea. La escala de valores circundante no es fija y varía
según los tiempos. La representación social de la enfermedad en general y del
cáncer en particular se asocia a elementos que perturban la ilusión de invul-
nerabilidad de nuestra sociedad. El dolor, el deterioro corporal y la muerte
son factores que generan tanto en su conjunto como aisladamente, temor,
ansiedad e incertidumbre.
Las instituciones sanitarias responden de alguna manera a los aspectos
científico-técnicos de la salud pero una importante parte del individuo queda
en desconcierto ante su propio ser.
Debemos reconocer que la sociedad en la que vivimos establece un culto
especial a la belleza, a la juventud, y a la estética corporal con valores que se
asocian en especial a la valía física de la mujer. Esta apreciación sustenta
valores que dificultan la aceptación de las propias limitaciones y como tal
podemos asumir una mastectomía. Este aspecto puede impulsar a ocultar so­
cialmente una minusvalía física para intentar desde ahí facilitar las relaciones
con los demás. Cuanto más joven sea la persona o más cercana a los valores
sociales que estamos hablando más surgirá el sentimiento de apremio y ago­
bio por este factor (Oyarzábal, 1988). Este choque de valores crea un monto
de conflicto con el entorno. Puede parecer que sólo se valoran cosas banales
cuando uno está luchando por la vida y el subsistir mejor.
En este contexto es donde surge un grupo de apoyo de veinte mujeres.
Los parámetros son los siguientes; socioestructuralmente, el profesional es el
líder formal, el facilitador de la interacción social y de los objetivos grupales.
Sociocognitivamente se aceptarán los conflictos que vayan surgiendo en
la interacción. Inicialmente el grupo se centrará en crear un ambiente adecua­
do para compartir y obtener apoyo. Posteriormente se irán apuntalando estra­
tegias de afrontamiento en cada nivel de análisis. Se incitará a los miembros
del grupo a compartir sus dificultades, a disminuir las autoevaluaciones nega­
tivas, a revalorizar sus aportaciones.
Las mujeres trabajan sus necesidades y dificultades y diferencian tres mo­
mentos de mayor vulnerabilidad en el proceso de la mujer con cáncer tumoral
mamario:

1. Las mujeres mastectomizadas en el hospital (impacto de diagnóstico


y/o de operación).
2. Las mujeres mastectomizadas una vez que estén en casa (reincorpora­
ción a la vida cotidiana con las nuevas limitaciones).
3. Las enfermas terminales (Mtz.-Taboada, Arróspide, en prensa).

Si cruzamos en un cuadro de tres por tres las situaciones diferenciales en


el proceso de la mujer mastectomizada y los niveles de análisis en los que se
228 C. Mtz.-Taboa¿s

Hospital Reintegración Enf. terminal

Personal Necesidad Necesidad de Necesidad de


amortiguación integración sostén psico-
impacto diagn. del cambio en socio afectivo
y operación el día a día ante la muerte
Grupal Apoyo *Función de so- Acoge y
psicosocial porte psicosocio- sostiene
indirecto/ afectivo ante la acción de
directo lo cotidiano apoyo indirecto
Apoyo directo
Asociación Enmarca Formaliza Sostiene formal
la acción y apoya e inform. el
intergrupal. la situación proceso duelo
Da recursos grupal

* Es aquí don d e situam os el grupo de ap oyo inicial y el de autoayuda posteriorm ente.

puede leer las necesidades de las componentes del grupo, tendremos áreas de
acción específica o de abordaje que ayudarán a estructurar las sesiones (véase
gráfico adjunto supra).
El objetivo último a nivel personal y grupal es relativizar la percepción de
vulnerabilidad. Aprender a vivir con la situación de la mejor manera posible
incluyendo el duelo por las pérdidas a las que se asocia. El promover estrate­
gias de afrontamiento compartidas (Barran, 1992) reduce los efectos de la
situación estresante que están viviendo. Se proporciona apoyo social y cierta
red de relaciones hasta ese momento inexistentes.
Al cabo de diez sesiones semanales, se contrastan los beneficios de este
tipo de experiencia apreciando cierta evolución. Las mujeres se descentran de
las propias consecuencias de su enfermedad para escuchar y aprender de las
demás. La aportación de cada una es valorada, el sentimiento de identidad
social, iniciado ya al asociarse, se consolida y crea compromiso. La categoría
de mujer mastectomizada se comparte, se habla de ella como una experiencia
vital, estresante y dura, la cual les ha permitido contemplar su existencia y su
red de relaciones desde una perspectiva cualitativamente diferente.
La autocategorización y el sentimiento de identidad social favorece un
posicionamiento más positivo ante la enfermedad y sus consecuencias.
El darse cuenta de lo fructífero de compartir mutuamente las dificultades
vividas, abre el sentimiento de utilidad social. La posibilidad de que la propia
experiencia pueda servir a otras mujeres como fuente de apoyo, da más senti­
do al esfuerzo. Surge cierto sentido de transcendencia social que incrementa
la autoestima y el bienestar.
Siguiendo a Tumer y Giles (1981), podremos decir que la representación
cognitiva de las componentes es más asequible para sí mismas. Esta autocate­
gorización adquiere significado por la comparación con otras categorías si­
guiendo el principio del metacontraste. La nueva identidad social, se procesa­
Estudio de los grupos en el área de la salud 229

rá como un beneficio en sí misma (Gidron, Chesler y Chesney, 1991). Además,


promoverá un grado de despersonalización que hará que se presten a dedicar
tiempo y acciones que transciendan a otras mujeres en su misma situación. El
ayudar a las otras significará ayudarse a ellas mismas reforzando el senti­
miento de utilidad social.
Es en este punto de partida donde empezamos a trabajar la posibilidad de
crear un grupo de autoayuda. Numerosos estudios han demostrado que las aso­
ciaciones de autoayuda proveen a sus miembros de un apoyo emocional efectivo
Medvene y Krauss, 1989), de información práctica, médica y psicosocial (Gi-
iron, Chesler y Chesney, 1991), contactos sociales y un rol social más activo y
fuerte (Gidron, Guterman y Hartman, 1990). Es en este sentido, que sugerimos
La permanencia del grupo con un parámetro diferente: la autogestión del grupo.
La responsabilidad, la convocatoria, los objetivos, deben de ser abordados desde
;ma estructura igualitaria con un principio de colaboración. En la medida en
qpe esto sea posible el grupo podrá funcionar creando un espacio de apoyo
mutuo para aquellas mujeres con un cáncer tumoral mamario.
Un ámbito de iguales con un compromiso común que dé cabida al trasbase
ie información, al mantenimiento de una red de relaciones y de comunicación
difícil de encontrar en otros lugares. La importancia de la información y del
apoyo socioafectivo generado por pares será la base del grupo de autoayuda.
Para facilitar el paso de una a otra estructura planteamos dos fases de
aproximación: la inicial o de transición con nueve mujeres dispuestas a asu­
mir el rol del liderazgo hasta que se cree un clima grupal adecuado. Y, poste­
riormente la supervisión de este grupo, ya en funcionamiento con otras muje­
res, desde la distancia.
El grupo en la primera fase comienza sus sesiones solo, sin asistencia de
radie más. Durante dos meses son supervisadas cada quince días. Se trabajan
Las dificultades que surgen. Abordan la planificación formal del grupo de auto-
-cporte.
Posteriormente hacen frente a la segunda fase: abrir el grupo al resto de
—ujeres para generar una cultura de autosoporte que permita continuar al
pupo por sí solo en el tiempo.
El apoyo implícito de la asociación que com o organización funciona den­
tro de los parámetros de autoayuda, estructura la viabilidad del proyecto. No
podemos olvidar que el grupo está enmarcado en una organización social más
amplia la cual influye decisivamente en su logística, en sus creencias (Guzzo,
Yost, Campbell y Shea, 1993) y funcionamiento.
Teniendo en cuenta a Sánchez Vidal (1988), los componentes de esponta-
neidad, empatia, compartir información y esperanza desde la propia vivencia,
son los puntos clave. En tanto que la inexperiencia, la falta de conocimientos
e involucramiento excesivo pueden conformar Jas dificultades y problemas
jue disminuya la eficacia. Es en este sentido que planteamos una evaluación
jangitudinal con las participantes en el grupo de autoayuda. Utilizaremos la
escala de estrés de Norris, el P.N.A. sobre bienestar psicológico, además de
preguntas abiertas sobre la percepción de vulnerabilidad.
230 C. Mtz.-Taboada

8. Consideraciones finales

La definición de los parámetros donde se contempla el amplio término de


salud es compleja. Cualquier readaptación trae consigo una serie de ajustes en
los que los grupos tienen plena razón de ser. La oportunidad de airear los
sentimientos (Spiegel, 1992) y afrontar los conflictos sociocognitivos mejorará
el sistema de relación y el soporte psicosocial incrementando la percepción de
bienestar.
Desde un modelo psicosocial los conflictos no serán puros y en ocasiones
habrá que tener en cuenta más de un nivel de análisis. En los momentos críti­
cos será la emergencia singular lo que los definirá.
En los grupos psicoterapéuticos el conflicto se utiliza como instrumento
de cambio. En aquellas preferencias teóricas centradas en el individuo o el
grupo com o un todo, el conflicto está entre las demandas de los pacientes y la
respuesta del terapeuta generadora de un proceso ansiógeno. En Foulkes, el
conflicto reside entre los diferentes sistemas de relación que los pacientes
aportan al grupo. El modelo psicosocial, enmarca el proceso terapéutico en
todos los niveles de análisis.
Los grupos de apoyo y de autoayuda no son ansiógenos sino procuradores
de amortiguación del impacto de una situación vital crítica o excesivamente
estresante. Tratan de crear un entorno adecuado para que los individuos sean
capaces de reparar, en la medida de lo posible, y hacer frente al conflicto que la
propia existencia les ha deparado. Ahora bien, el conflicto existencial que inicial­
mente no es psicosocial sino que se despliega en el plano de la identidad huma­
na, tendrá connotaciones psicosociales cuando los miembros una vez descentra­
dos de la angustia de la situación crítica son capaces de ver la repercusión que
dicha circunstancia tiene en su sistema de relaciones sociales, o en la categoría
minusvalorada socialmente a la que se adscriben. El contraste con un sistema
cultural de valores que prima lo sano, lo joven, lo perfecto y sobre todo lo
normalizado hará que tomen conciencia de su situación desde otra perspectiva:
revalorizando su nueva identidad social, creando estrategias cognitivas frente a
dicho conflicto y potenciando sentimientos de transcendencia y de utilidad so­
cial hacia los que tendrán que pasar por la misma situación.
Hendrick (1987) subraya la necesidad de construir un marco de referen­
cia para comprender la realidad psicosocial (máxime en condiciones de deses­
tructuración) y la necesidad de (re)construcción social de dicha realidad en sí
misma. Es en este sentido que desde nuestra perspectiva ubicamos la labor
más afortunada de los grupos en el campo de la salud.

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La creación de equipos de trabajo
en las organizaciones
Sabino Ayestarán
Javier Cerrato

1. Introducción

Existe un claro consenso entre los especialistas de psicología industrial y


organizacional en considerar al «equipo de trabajo» como la piedra angular
de las organizaciones futuras (Cannon-Bowers, Oser y Flanagan, 1992; Martí­
nez, 1993; Pallarés, 1993). Ello se debe, en buena medida, a la creciente
complejidad de las tareas que deben realizar los trabajadores. La ejecución
de tareas complejas requiere, normalmente, la colaboración de varias perso­
nas. Es importante subrayar esta primera razón para justificar la necesidad
de los equipos de trabajo: es la misma tarea la que exige la realización del
trabajo en equipo. Esto significa que la incapacidad o la dificultad para tra­
bajar en equipo supone reducción de productividad y, por lo mismo, pérdi­
das económicas.
Pero también las personas exigen una mayor participación en la organiza­
ción, ejecución y control de la tarea. A medida que sube el nivel cultural de los
trabajadores y la democracia se impone como la mejor forma de organización
política, la participación de los trabajadores en la toma de decisiones que
afectan a su trabajo se hace cada vez más necesaria.
Los equipos de trabajo se apoyan en esta doble exigencia, de la tarea y de
los trabajadores, pero no pueden convertirse en realidad si la organización
laboral, dentro de la cual se insertan los equipos de trabajo, no permite su
desarrollo. Hay «configuraciones organizativas» (Mintzberg, 1991) que no per­
miten el desarrollo de los equipos de trabajo (por ejemplo, los tipos de organi­
zación que Mintzberg llama empresariales y maquinales), mientras otras con­
figuraciones (por ejemplo, las organizaciones llamadas profesionales e innova­
doras) sólo pueden funcionar con una cultura de equipo.
La eficacia y productividad del grupo de trabajo va a depender de tres
tipos de variables: variables relacionadas con el grupo —composición y estruc­
tura grupal—, variables relacionadas con la organización —recursos disponi­
bles y estructura organizativa— y variables relacionadas con la tarea — comple­
234 S. Ayestarán y J. Cervato

jidad, interdependencia e inseguridad ambiental (Salas, Dickinson, Converse y


Tannenbaum, 1992).

2. La historia de los grupos de trabajo en la industria

Entre la gran variedad de tipos de grupos de trabajo que han funcionado


en la industria (Cannon-Bowers, Oser y Flanagan, 1992) nos fijaremos única­
mente en tres: los «círculos de calidad», los «grupos semiautónomos» y los
«equipos de investigación y desarrollo». Son los tres tipos de trabajo en equi­
po más conocidos y que han sido objeto de más estudios empíricos.

2.1. Los círculos de calidad

Se plantea una primera cuestión relacionada con el objetivo principal de


los círculos de calidad. Los japoneses los consideran como un medio para
mejorar la calidad y la productividad. Los americanos los utilizan, preferente­
mente, para mejorar los procesos humanos en el trabajo, es decir, el cambio
de actitudes en los trabajadores. En la investigación sobre los círculos de cali­
dad, no siempre se han distinguido bien estos dos tipos de objetivos.
En general, si nos atenemos a las investigaciones de autores como Griffin
(1988), Steel y Shane (1986), Barrick y Alexander (1987) y Ferris y Wagner
(1985), la investigación sobre la eficacia de los círculos de calidad es de carácter
anecdótico y testimonial, con poco control empírico y ninguna sistematicidad.
Sin embargo, los datos que nos aportan dichas investigaciones pueden ser
útiles para mejorar el diseño y la evaluación de los equipos de trabajo.

a) ¿Cómo influyen los equipos de trabajo sobre los individuos y sobre la


organización?
Barrick y Alexander (1987) revisaron los resultados de 33 estudios realiza­
dos en los años ochenta sobre la eficacia de los círculos de calidad. La eficacia
se medía con variables tanto individuales como organizativos, pero los autores
no tomaron en consideración cada una de las variables, sino el sesgo general,
positivo o negativo, de los resultados. De los 33 estudios analizados, 16 ofre­
cían resultados más bien positivos; 9 llegaban a conclusiones más bien ambi­
guas o poco significativas; 8 daban resultados claramente negativos.
Marks et al. (1986) y Griffin (1988) llevaron a cabo estudios longitudinales
en los que comparaban un grupo de trabajadores que participaban en círculos
de calidad con otros trabajadores que no participaban en los mismos. Los
resultados son, en ambos casos, positivos a favor de los participantes en círcu­
los de calidad en medidas individuales como la implicación, participación y
comunicación percibidas y la oportunidad percibida por los trabajadores res­
pecto a la autorrealización y autodesarrollo de los trabajadores. Marks et al.
(1986) añaden el aumento de productividad y la reducción del absentismo
como resultados de la participación en los círculos de calidad. Más que los
La creación de equipos de trabajo.. 235

resultados en sí mismos, resultan interesantes las explicaciones que dan los


autores sobre la eficacia de los círculos de calidad. Marks et al. opinan que los
círculos de calidad amortiguan o neutralizan los factores organizativos de tipo
negativo^ Griffin, tras haber constatado que los efectos individuales produci­
dos por la introducción de los círculos de calidad tienden a remjtir con el
tiempo, opina que los círculos de calidad pueden ser considerados com o una
técnica útil para cambiar una organización hacia unas prácticas de dirección
más participativas.
Zahra (1984) y Berman y Hellweg (1989) subrayan la misma idea cuando
relacionan la introducción de los círculos de calidad en las empresas de pro­
ducción con una mejora en las relaciones entre supervisores y trabajadores y
una mejora en el ejercicio del liderazgo.
Aunque los resultados empíricos no sean del todo claros ni tampoco muy
fiables, podemos aceptar como hipótesis más plausible que la introducción de
los círculos de calidad favorece una mayor participación de los trabajadores
en la organización laboral, lo que conlleva un cambio en la comunicación, en
la supervisión y en el liderazgo. Este cambio en la estructura organizativa
favorece una mayor satisfacción e implicación personal por parte de los traba­
jadores.

b) ¿Cuáles son los factores que aumentan la eficacia de los círculos de


calidad?
Nagamachi, Nakai, Hatamoto y Matsushima (1989) compararon los 23 círcu­
los de calidad calificados como «mejores» con los 23 círculos de calidad califica­
dos como «peores». La calificación se realizaba en base a los resultados obteni­
dos con un cuestionario de respuestas referentes a la política de dirección, a la
cultura organizacional, a la implicación de los trabajadores y al conocimiento de
las técnicas de resolución de problemas utilizadas en los círculos de calidad. Los
autores llegan a la conclusión de que la eficacia de los círculos de calidad depen­
de fundamentalmente de una dirección participativa.
Wayne, Griffin y Bateman (1986) siguieron la misma metodología de
comparar los mejores círculos de calidad con los peores, tomando estos tres
criterios de clasificación: el número de mejoras sugeridas por el grupo; el
número de sugerencias aceptadas por la dirección; el nivel de satisfacción de
los miembros del grupo. Los «mejores» círculos de calidad destacaban de ma­
nera significativa en cohesión interna, normas de ejecución, satisfacción en la
tarea, autoestima de los miembros y el compromiso organizacional percibido
en relación con los círculos de calidad. En este estudio, dada la metodología
seguida, no sabemos cuál es el sentido de la causalidad. No sabemos si la
satisfacción y la cohesión interna es causa o es efecto del buen funcionamien­
to de los círculos de calidad.
En el estudio de Honeycutt (1989) la eficacia de los círculos de calidad
depende del entrenamiento de los miembros y del apoyo de la organización.
Los estudios de Tang, Tollison y Whiteside (1987 y 1989) demuestran que
la eficacia de los circuios de calidad depende de otros dos factores: la iniciati­
va en la formación de los círculos de calidad y la implicación de la dirección
en los resultados. Los círculos de calidad iniciados por los mismos trabajado­
236 S. Ayestarán y J. Cerrato.

res son más numerosos y menos productivos que los iniciados por la direc­
ción. Entre los iniciados por los trabajadores, los círculos de calidad sofi más
productivos cuando la dirección pone mucho interés en los resultados de los
mismos. ' .. , •- ..
Todos estos resultados son difíciles de interpretar porque en todos ellos se
controlan unas pocas variables y se desconoce la influencia de otras variables
de un nivel u otro. Además, se plantea siempre el problema de hasta qué
punto podemos generalizar unos resultados obtenidos dentro de una determi­
nada cultura a otras culturas diferentes. En cualquier, caso, teniendo en cuen­
ta todos los resultados, nosotros apoyaríamos la hipótesis de Ifoneycutt
(1989): no parece que haya un único factor responsable del éxito de; tos círcu­
los de calidad, aunque el entrenamiento de los miembros parece ser tin factor
más importante que otros. l\fosotros añadiríamos un segundo factor que des­
taca por su importancia sobre los demás: la implicación, el interés y el apoyo
ofrecido por la dirección a los círculos de calidad. El entrenamiento de los
miembros, siendo probablemente el factor más importante —aunque, al mis­
mo tiempo, el más descuidado hasta el presente—, no es suficiente para el
éxito de los círculos de calidad. Hace falta, además, que los sistemas de infor­
mación, de supervisión y de liderazgo se adecúen a la mayor participación de
los trabajadores en la organización laboral. No es posible que se dé esta ade­
cuación sin una clara implicación y apoyo por parte de la dirección de la
empresa.

2.2. Los grupos semiautónomos de trabajo

Los grupos semiautónomos provienen del movimiento de los sistemas


sociotécnicos de los años cincuenta, muy ligados al Instituto Tavistock de
Londres. Su objetivo es lograr en las organizaciones una integración del siste­
ma social, es decir humano, y el sistema tecnológico. En la práctica, el sistema
sociotécnico incluye las siguientes actividades: nuevos diseños de las tareas y
de la metodología del trabajo; nuevos diseños de la estructura social; modifi­
cación de la tecnología. Para lograr la integración entre el sistema social y el
sistema técnico, se crean grupos de trabajadores que asumen la responsabili­
dad de gestionar todo el proceso laboral correspondiente a un determinado
producto.
El proyecto del grupo de trabajo se configura en tom o a la «toma de
decisiones» que constituye el núcleo central del diseño. Con otras palabras, el
funcionamiento del grupo gira en tomo a la toma de decisiones colectivas. La
toma de decisiones incluye 4 fases: identificación de criterios, desarrollo de las
decisiones posibles, selección de una decisión, implantación de la decisión toma­
da. Para aplicar estas fases al proceso del diseño de un producto industrial,
necesitamos un modelo de las actividades que incluyen las diferentes etapas
del diseño del producto industrial. Apoyándonos en Pugh (1986) y en Pugh y
Morley (1988), dividimos el diseño de un producto industrial cualquiera — el
modelo es válido para cualquier tipo de producto— en 6 etapas:
La creación de equipos de trabajo.. 237

1) Investigación del mercado.


2) Especificación de un diseño correspondiente a un determinado pro­
ducto.
3) Diseño conceptual del producto.
4) Diseño operativo del producto.
5) Fabricación del producto.
6) Venta del producto.
t
**
Cada una de estas 6 etapas del diseño de un producto corresponden a un
área de decisión. En cada una de las 6 áreas se aplica la secuencia de la toma
de decisión con las 4 fases a las que hemos aludido anteriormente: identifica­
ción de criterios para diferentes decisiones; desarrollo de las distintas decisio­
nes posibles; selección de una decisión; implantación de la decisión tomada
(Hosking y Morley, 1991; Hickson y Miller, 1992).
Estos grupos semiautónomos de trabajo son los más conocidos y populares
de los sistemas sociotécnicos y han sido utilizados en Europa, concretamente en
los países escandinavos, más que en Norteamérica. A pesar de su popularidad,
los resultados empíricos no son muy favorables a los grupos semiautónomos de
trabajo.

a) ¿Cómo influyen los grupos semiautónomos sobre los individuos y so­


bre la organización?
Trist, Susman y Brown (1977) realizaron en una mina de carbón un estu­
dio longitudinal —con medidas antes y después de la introducción de los gru­
pos semiautónomos en la organización— y transversal —comparando grupos
semiautónomos y no autónomos en una serie de variables. Los resultados
obtenidos fueron los siguientes: por una parte, mejoi'a en las variables organi-
zacionales al introducir los grupos semiautónomos —mejor cumplimiento de
las normas de seguridad y de salud; reducción de accidentes; reducción del
tiempo perdido; mantenimiento del nivel de productividad, mientras en los
grupos no autónomos se redujo la productividad—; por otra, mejora en las
variables individuales según la percepción de los trabajadores —mayor auto­
nomía; mayor interdependencia de los miembros del grupo; creencia de que
los supervisores tomaban menos decisiones. Los trabajadores estaban conten­
tos con los grupos semiautónomos, pero el programa hubo de interrumpirse.
Razones: envidia de los otros grupos de la organización; la percepción de falta
de equidad entre los trabajadores; la oposición de los sindicatos.
En el estudio de Kemp, Wall, Clegg y Cordeiy (1983), en el que se utilizaron
igualmente grupos de control, se llegó a los siguientes resultados: mejoraron en
los grupos semiautónomos la percepción del valor intrínseco de la tarea y la
satisfacción en la tarea, así como la complejidad de la tarea realizada y la impli­
cación de los trabajadores en la toma de decisiones; sin embargo, no hubo dife­
rencias significativas en cuanto a la motivación, salud mental y confianza en la
dirección. Tampoco mejoró la productividad. Si tomamos los resultados en su
globalidad, éstos no constituyen un apoyo para los grupos semiautónomos.
Hay otro grupo de estudios que ofrecen resultados mucho más positivos
en favor de los grupos semiautónomos, pero son estudios metodológicamente
238 S. Ayestarán y J. Cerrato

muy débiles: no utilizan grupos de comparación, ni tampoco ofrecen datos


sobre la significatividad estadística de las diferencias.

b) ¿Cuáles son los factores que aumentan la eficacia de los grupos semi­
autónomos?
Seers (1989) hizo depender la eficacia de los grupos semiautónomos de la
calidad de las interacciones entre los miembros del equipo. Manz y Sims (1987)
en otra investigación, realizada a base de entrevistas y de observación directa,
encontraron que la relación más significativa se establecía entre la valoración
de la eficacia de los grupos semiautónomos y el ítem «favorece la autoobser-
vación y la autoevaluación» de la escala referente al estilo de liderazgo. Es
decir, Manz y Sims (1987) relacionan la eficacia de los grupos semiautónomos
con el estilo de liderazgo y, en concreto, con un liderazgo que favorece la auto-
observación y autoevaluación de los miembros del equipo. Koch (1979), en
base a los resultados de su investigación, sugiere que la eficacia de los grupos
semiautónomos depende de la retroalimentación de carácter grupal, puesto que
dicha retroalimentación afecta positivamente a la cohesión, a la definición de
objetivos y al proceso grupal.
Como se ve, los resultados de las investigaciones tienden a acentuar la
importancia de las variables grupales a la hora de explicar las diferencias
encontradas en la eficacia de los grupos semiautónomos. Sería ésta la hipóte­
sis más plausible. Pero queda pendiente la cuestión de por qué en unos casos
los equipos semiautónomos de trabajo funcionan bien, mientras en otros ca­
sos no lo hacen tan bien, teniendo en cuenta que el «buen funcionamiento» se
identifica con un funcionamiento descentralizado y cooperativo.
Como en el caso de los círculos de calidad, también aquí podríamos decir
que hay muchas variables que afectan al funcionamiento de los grupos semi­
autónomos, siendo la más importante el entrenamiento de los individuos para
el funcionamiento en equipo. Sin embargo, sería ésta una respuesta insufi­
ciente. Hay que tomar en consideración las variables estructurales de la orga­
nización.
La hipótesis que trataron de verificar Bramel y Friend (1987) es ésta: el
uso y la duración de las técnicas de dirección participativa en las empresas
depende de la correlación de fuerzas entre la patronal y los trabajadores y
dicha correlación de fuerzas depende de factores macro-económicos.
Para verificar esta hipótesis, Bramel y Friend analizaron 4 períodos histó­
ricos en los que la correlación de fuerzas entre dirección y trabajadores varió
de manera significativa en los EE.UU. de América.

1) Período de fortalecimiento del poder de los trabajadores: 1935 a 1954.


Es un período en que los trabajadores se sentían fuertes —en términos de
seguridad en el puesto de trabajo, subida de salarios, descenso de la tasa de
desempleo y aparición de numerosos movimientos sociales que se enfrentaban
con las estructuras autoritarias— y exigían mayor participación en la organi­
zación técnica de las empresas, mejores condiciones de trabajo y aumento de
sueldos.
Este fue el período en que el uso de las técnicas grupales en las empresas
La creación de equipos de trabajo.. 239

tuvo mayor desarrollo tanto en los EE.UU. de América como en los países
nórdicos de Europa, especialmente en Noruega. Bramel y Friend constatan
que las técnicas grupales no favorecieron una participación real de los trabaja­
dores en el proceso laboral y ello por varias razones:

— Porque los grupos de trabajo fueron utilizados para frenar la afiliación


de los trabajadores a los sindicatos.
— Porque los técnicos de las Relaciones Humanas y de la Dinámica de
grupos utilizaron las técnicas grupales para entrenar a los mandos en técnicas
de liderazgo que fueran menos «autoritarias» —porque éstas reducían la pro­
ducción del trabajador— y más «democráticas» para reforzar el poder de la
dirección sobre los trabajadores.

En realidad, por los años cincuenta, la preocupación de los técnicos de


los grupos que intervenían en las empresas no era tanto la participación de los
obreros en el proceso laboral, sino más bien la «democratización» de los esti­
los de liderazgo.

2) Período de equilibrio de fuerzas: 1954-1963.


Fue éste un período de cierta estabilidad en las relaciones laborales, po­
tenciado por un acuerdo entre la patronal y los sindicatos, por el que los
trabajadores se comprometían a colaborar con la dirección, mientras ésta
concedía mejores condiciones laborales y mejores sueldos.
Dada la relativa paz social existente en las empresas, el discurso de los
psicólogos sociales e industriales pasó de la «democratización» de la dirección
a la «participación» del trabajador en el proceso laboral. La investigación de
los psicólogos sociales se orientaba a la búsqueda de un estilo de liderazgo
capaz de favorecer la participación de los trabajadores. En este período se
utilizaron poco las técnicas grupales. El entrenamiento se dirigía más bien a
los individuos por medio de técnicas que exigían responsabilidad individual,
participación y delegación del poder. Todo ello con la finalidad de reforzar la
motivación y lograr una mayor productividad y mayor lealtad a la empresa
por parte de los trabajadores.
En los años cincuenta, los grupos de trabajo fueron atacados porque fo­
mentaban la conformidad de sus miembros, de la misma forma que Whyte
(1956) atacó a Mayo por sus conceptos de «pertenencia» a la empresa y de
«vinculación social», los cuales, finalmente, ahogaban la creatividad y la ini­
ciativa individuales.
Por los años sesenta, la idea de un grupo de trabajo organizado democrá­
ticamente y capaz de enfrentarse con la dirección y romper las estructuras
jerarquizadas había sido prácticamente abandonada.

3) Período de reforzamiento del poder de los trabajadores frente a la


dirección: 1964-1974.
Es un período de cierta seguridad en el puesto de trabajo, subida de sala­
rios, descenso de la tasa de desempleo y aparición de numerosos movimientos
sociales que se enfrentaban con las estructuras autoritarias. Mientras los tra­
240 S. Ayestarán y J. Cerrato

bajadores más antiguos querían mantener el nivel de productividad y de coo­


peración con la dirección del período anterior, los más jóvenes no aceptaban
las relaciones laborales existentes.
Ante la nueva crisis de las organizaciones laborales se recurrió otra vez a
los grupos de trabajo, de acuerdo con el modelo de los sistemas sociotécnicos.
Los grupos semiautónomos constituyen un caso particular de los sistemas
sociotécnicos.
Sin embargo, con la aplicación de técnicas de dirección más democráti­
cas y más participativas no siempre se consigue una mejora real del poder de
los trabajadores, porque el poder está ligado al control de la economía. Se
utilizan las técnicas grupales para controlar movimientos reivindicativos de
los trabajadores y/o mejorar la productividad de la empresa. La prueba está en
que la dirección abandona dichas técnicas en cuanto las condiciones históri­
cas, políticas y económicas desequilibran la balanza del poder en favor del
capital.

4) Recesión y retirada de los trabajadores: 1975-1985.


Este período ha visto la pérdida de poder por parte de los trabajadores:
aumento espectacular de la tasa de desempleo; cierre de empresas; debilita­
miento de los sindicatos; aumento de la competición extranjera. El trabajador
vuelve a encontrarse en una situación de inseguridad económica, en el sentido
de Maslow, y las organizaciones laborales prestan poca atención a las necesi­
dades sociales o de autorrealización de los trabajadores. Los intentos del pe­
ríodo anterior, en el sentido de dar a las organizaciones laborales una orienta­
ción más democrática y más participativa, han sido sustituidos por enfoques
neotayloristas: centramiento en los individuos —técnicas de selección, técnicas
de entrenamiento para el ejercicio de las tareas, motivación económica— y
gestión organizacional por objetivos, definidos en términos puramente econó­
micos. Locke y Schweiger (1979) son explícitos a este respecto: la democracia
tiene sentido en la política, pero no en el trabajo, donde hay que volver a
fórmulas individualistas y autoritarias y a formas verticales de organización.
Las fórmulas democráticas y participativas rebajan el nivel de productividad y
la calidad de las decisiones.
¿Qué sentido tiene la búsqueda de técnicas de transformación y mejora
de las organizaciones laborales si, finalmente, son los factores macro-econó-
micos y financieros, externos a la misma organización, los que determinan las
relaciones entre la dirección y los trabajadores?
Carey (1979), en su crítica a los experimentos noruegos con grupos semi­
autónomos de trabajo, subraya fundamentalmente la influencia del factor eco­
nómico que no se toma en consideración en el modelo sociotécnico. Por eso,
él propone un modelo socio-técnico-económico.
La participación real del trabajador en el proceso laboral supone partici­
pación social, técnica y económica. Aquí radica la mayor dificultad. La direc­
ción de la empresa no puede permitir una participación de los trabajadores en
la gestión económica de la empresa sin entrar en conflicto con los proveedo­
res de los fondos financieros que controlan el funcionamiento de la empresa.
La creación de equipos de trabajo.. 241

2.3. Los equipos de investigación y desarrollo (equipos I + D)

Con los equipos I + D entramos en una concepción elitista de los equipos


de trabajo. El objetivo de estos equipos no es el de aumentar la participación
de los trabajadores en el proceso laboral, sino el aumento de productividad de
las empresas y de su capacidad de respuesta a los cambios del entorno social,
económico y político.
Se trata de crear equipos especializados de investigación, diseño y planifi­
cación de los productos o de equipos especializados de servicios y gestión de
la empresa. Pueden ser equipos temporales, creados para un determinado pro­
yecto o programa, o pueden ser permanentes, en cuyo caso tendríamos una
organización matricial, es decir, una organización en la que una estructura de
proyecto y de élite se solapa con una estructura funcional de la organización.
Las investigaciones realizadas sobre los equipos I + D se han centrado
fundamentalmente en el tema de la comunicación: comunicación interna en­
tre los miembros del equipo y la comunicación externa de cada equipo con su
entorno —considerando como «entorno» tanto otros grupos de la organiza­
ción como los grupos externos a la organización.
Tomando los resultados de las investigaciones en su conjunto, podemos
establecer dos hipótesis como las más plausibles (Cannon-Bowers, Oser y Fla-
nagan, 1992, p. 368).
«Los equipos que tienen que realizar tareas complejas, com o pueden ser
las tareas de investigación, funcionan mejor con una estructura y una toma de
decisiones de carácter descentralizado, con una responsabilidad más bien di­
fusa y compartida por todos en cuanto a las comunicaciones con el entorno y
un alto grado de comunicación interna entre los miembros del equipo.»
«Los equipos que tienen que realizar tareas menos complejas, com o pue­
den ser las tareas orientadas a los servicios técnicos locales, funcionan mejor
con una estructura y toma de decisiones de carácter centralizado, con una
definición clara de los límites del grupo y la asignación a uno o dos miembros
del grupo de la facultad para las comunicaciones con el exterior.»
En conclusión, podemos considerar como la más plausible la siguiente
hipótesis: el sistema de comunicación, tanto interno como externo, es un fac­
tor determinante para el buen funcionamiento de los equipos I + D. No existe,
sin embargo, un único sistema de comunicación que sea válido para todas las
situaciones. La tarea determina, en buena medida, el sistema de comunica­
ción más válido para cada situación. Las tareas se diferencian en función de
su grado de complejidad y de su orientación hacia la investigación básica o
hacia determinados servicios técnicos.

3. La técnica de la formación de equipos de trabajo

La técnica del cambio personal y organizacional a través de métodos gru­


pales (Schein y Bennis, 1980) es bien conocida desde la creación de los Natio­
nal Training Laboratories de Lewin.
242 S. Ayestarán y J. Cerrato

La técnica de la creación de equipos de trabajo se diferencia de los grupos


de laboratorio en tres aspectos fundamentales:

— Los equipos de trabajo se construyen en tomo a un objetivo. El análisis


de las interacciones sociales está en función de la realización de unas tareas
planificadas en función del objetivo propuesto. Esto vale tanto para los equipos
permanentes como para los equipos temporales. Por lo mismo, en los equipos de
trabajo, la definición del objetivo y el análisis de las tareas a ejecutar es priorita­
rio con respecto al análisis socioemocional.
—- Los equipos de trabajo funcionan dentro de estructuras organizativas
más o menos rígidas y este entorno organizacional condiciona el desarrollo de
los equipos. Pero, a su vez, el entorno organizacional está influenciado por las
condiciones económicas, culturales y políticas del entorno social.
—• El objetivo último de los equipos de trabajo es la producción de bie­
nes materiales o de servicios a la comunidad. En última instancia, su utilidad
va a ser valorada en términos de máxima cantidad y calidad de bienes o de
servicios producidos con el mínimo coste. El control del gasto y una justa
retribución de los trabajadores será un aspecto ineludible de los equipos de
trabajo.

Los equipos de trabajo, incluidos los equipos I + D, exigen un alto nivel


de participación de los trabajadores en la organización de la tarea, en la ges­
tión de recursos humanos y en la gestión económica.
El término «participación» puede tener varios sentidos. Si hablamos de
participación en el capital nos estamos refiriendo a las cooperativas; si habla­
mos de participación en el control de calidad, nos estamos refiriendo a los
círculos de calidad; si hablamos de participación en la definición de objetivos,
en la planificación estratégica, en el análisis y distribución de las tareas y en la
evaluación de los resultados, nos estamos centrando en los equipos de trabajo.
Efectivamente, los equipos de trabajo suponen:

— Objetivos compartidos.
— Planificación estratégica compartida.
— Análisis y distribución compartidos de las tareas.
— Distribución de funciones y roles dentro del equipo.
— Evaluación compartida de los resultados, tanto a nivel grupal com o a
nivel individual.

3.1. Análisis y superación de las resistencias al cambio

La introducción de los equipos de trabajo en una organización supone un


cambio cultural y estructural en la organización y un cambio psicológico en
los individuos.
A nivel organizacional, una fórmula práctica para facilitar el cambio cul­
tural y estructural y preparar la introducción de los equipos de trabajo sería la
La creación de equipos de trabajo.. 243

elaboración de un proyecto de empresa con una doble finalidad: 1) construir


una cultura de mayor implicación de los trabajadores en la gestión económica
y humana de la empresa; 2) ofrecer a los trabajadores un medio práctico de
aprendizaje en el análisis de las causas de disfuncionamiento de la empresa.
La elaboración de un proyecto de empresa supone:

— Apoyo por parte de un experto exterior, aunque el proyecto de empre­


sa sea obra de los actores de la empresa.
— Intervención del experto: discreta, eficaz, corta.
— Capacidad interna de la empresa para llevar a cabo su propio proyec­
to de empresa: capacidad técnica, económica, comercial y humana.
—- Grupo de coordinación interno de la empresa.
— Implicación real de la dirección en el proyecto.

A nivel individual, la introducción de equipos de trabajo supone la supe­


ración de resistencias múltiples que pueden tener un origen emocional, cogni-
tivo o relacional.

A) Las resistencias emocionales.


Se parte de la premisa de que la resistencia a la creación de equipos está
centrada en las tensiones emocionales que existen en torno a los equipos de
trabajo.
El objetivo fundamental consistirá en identificar, verbalizar y relativizar
los temores de los individuos:

1) Miedo a los enfrentamientos que pueden perjudicar tanto a los indivi­


duos com o al trabajo.
2) Miedo a la evaluación del trabajo que realizan. La formación de equi­
pos pasa por algún tipo de evaluación interna y externa (por parte de algún
técnico externo).
3) La gente sabe cuáles son los problemas importantes en el equipo (un
jefe dominante, una rencilla personal entre dos o más miembros, políticas limi­
tantes que vienen de arriba, demasiado trabajo, poco personal) y no entiende
cómo se pueden resolver estos problemas mediante la formación de equipos.
4) Hay mucho trabajo y la formación de equipo les quitará tiempo valio­
so. No pueden entender que los beneficios de los resultados puedan justificar
el tiempo dedicado al proceso.
5) Han experimentado un mal esfuerzo de formación de equipos en e\
pasado o han tenido informaciones negativas sobre el proceso de formación
de equipos.

Las reuniones previas a la formación de equipo deben servir para verbali­


zar y relativizar todos estos temores.

B) Las resistencias de carácter cognitivo.


Se parte de la premisa de que los miembros del equipo no tienen una
idea clara y compartida de lo que significa funcionar en equipo.
244 S. Ayestarán y J. Cerrato

El objetivo fundamental será el de lograr una representación compartida


de la realidad de un equipo de trabajo, lo que, en la práctica, significa estable­
cer unas normas de funcionamiento consensuadas entre todos.

C) Las resistencias de carácter relaciona!.


La creación de equipos de trabajo significa un cambio en el estilo de
relaciones entre la dirección y los trabajadores. Se trata de cambiar una cultu­
ra autocrática en una cultura más democrática y más participativa.
El objetivo fundamental será el de poner de relieve cómo un funciona­
miento autocrático del grupo favorece la inhibición de los miembros del gru­
po, mientras que un liderazgo más participativo aumenta la motivación de los
trabajadores y su implicación en los objetivos de la empresa.
La superación de las resistencias al cambio, tanto a nivel organizacional
com o a nivel individual, es tarea continuada que se va completando con el
análisis de las dificultades que van surgiendo en el funcionamiento de los
equipos de trabajo. Sin embargo, es necesario que se dé una preparación y un
entrenamiento, previos a la introducción de los equipos de trabajo, tanto a
nivel de la organización en su conjunto como a nivel de los individuos.

3.2. La toma de decisiones en equipo

El funcionamiento de un equipo de trabajo se articula en tom o a la toma


de decisiones que afectan a todo el equipo. En concreto, dichas decisiones
afectan a las siguientes variables:

1) Objetivos: ¿cuáles deben ser los objetivos del equipo? ¿Cuáles son los
objetivos personales de cada uno de los miembros del equipo? ¿Cómo pode­
mos integrar los objetivos personales en los objetivos del equipo?
2) Planificación estratégica: ¿cuál es nuestro objetivo para dentro de 6 me­
ses, de un año y de 2 años? ¿Con qué medios contamos para lograr dichos
objetivos? ¿Cuáles son las tareas prioritarias para lograr dichos objetivos?
3) Expectativas: ¿qué espera cada uno de los miembros del equipo de las
otras personas y de la dirección? ¿Cuáles son las expectativas de la dirección
respecto a los miembros del equipo?
4) Regías que regulan la toma de decisiones: ¿quién toma las decisiones?
¿Cómo se toman las decisiones?
5) Organización: ¿estamos organizados adecuadamente para lograr nues­
tros objetivos? ¿Están bien distribuidas las funciones y las actividades del equi­
po? ¿Cómo funciona la coordinación de las actividades y de las funciones?
6) Moral: ¿cuál es la moral actual del equipo? ¿Cómo podría mejorarse?
7) Relaciones con otros equipos de trabajo: ¿cuál va a ser el sistema de
comunicación con otros grupos de la organización? ¿Cuál va a ser el sistema
de comunicación con grupos exteriores a la organización?
8) Fuerzas y debilidades del equipo: ¿cuáles consideramos que son nues­
tras fuerzas y nuestras debilidades como equipo?
La creación de equipos de trabajo... 245

3.3. La resolución de los conflictos dentro del equipo

Los conflictos son inherentes al funcionamiento de las personas en equi­


po. Por lo mismo, uno de los aprendizajes más importantes es el que se refie­
re a la adquisición de estrategias para la resolución de conflictos.
He aquí algunos de los mecanismos sociocognitivos para la resolución de
conflictos (Tjsvold, 1992):

1) Considerar el conflicto como algo inevitable y potencialmente cons­


tructivo. El buen manejo de los conflictos exige fortaleza psíquica, habilidades
sociales y una concepción positiva del conflicto.
2) Afrontar el conflicto. Los conflictos interpersonales, si no son afronta­
dos con claridad, tienden a estructurarse en tomo a conflictos intergrupales
dentro del grupo, lo que implica la creación de subgrupos dentro del grupo.
3) Colocarse en el papel y en la perspectiva de los intereses de la otra
persona o del otro subgrupo. Cada subgrupo está cumpliendo un rol dentro
del equipo y responde a determinadas necesidades de las personas.
4) Analizar conjuntamente el conflicto grupal.
5) Buscar motivaciones para resolver el conflicto. Los conflictos suponen
la existencia de dos partes. La superación del conflicto supone igualmente que
las partes implicadas estén motivadas para superarlo.
6) Buscar objetivos cooperativos. Las partes implicadas en un conflicto
olvidan fácilmente que están metidos en el mismo barco. No es posible colo­
car toda la responsabilidad en una de las partes. La responsabilidad tiene que
ser compartida. El objetivo común tiene que ser el de salir de la situación, no
el de buscar culpables.
7) Mostrar respeto y aceptación mutua, evitando enfrentamientos e insul­
tos que ponen en cuestión la honradez y la competencia de los otros.
8) Seguir la regla de oro en la solución de conflictos. Esta regla de oro dice
así: utiliza con los demás el comportamiento que tú quisieras que utilizaran ellos
contigo. ¿Quieres que te escuchen? Intenta escuchar. ¿Quieres que los demás
se coloquen en tu lugar? Colócate tú en su lugar. ¿Quieres que los demás se
presten a compromisos? Ofrece tú un compromiso.
9) Utilizar estrategias apropiadas: reducir los costes que tiene la coopera­
ción para ambas partes; ofrecer apoyo y reconocimiento mutuos; establecer
puentes.
10) Lograr acuerdos aportando nuevas informaciones. La solución de
un conflicto supone generalmente ampliar la percepción de la situación con­
flictiva.
11) Reforzar los acuerdos logrados, aunque existan todavía puntos de
conflicto. Rara vez se consigue resolver un conflicto de una vez y en todas sus
dimensiones. Se avanza poco a poco en la resolución del conflicto.
12) Mostrar alegría por los acuerdos logrados. La capacidad de resolver
conflictos es muy importante para trabajar en equipo. Si eres capaz de lograr
acuerdos con otros, tienes que sentirte contento contigo mismo.
246 S. Ayestarán y J. Cerrato

Las estrategias cognitivas para la resolución de conflictos son necesarias,


pero no son suficientes. Hay que tener en cuenta el grado de interdependencia
real que existe entre los miembros del equipo. Esta interdependencia no es la
misma para todos los miembros: varía en función del poder que tiene cada uno
de los miembros para influir sobre los otros, es decir, de los recursos que tiene
cada uno para influir sobre los demás. Las diferencias de poder introducen
entre las personas y entre los subgrupos una rivalidad constante que alimenta
un conflicto latente que no puede ser superado mientras no se consiga una
igualdad que no se logra nunca. Lo que quiere decir que no es posible eliminar
los conflictos, sino aprender a vivir con ellos y a manejarlos positivamente.

3.4. La retribución económica

Una de las expresiones más claras de las diferencias de poder entre los
miembros de un equipo son las diferencias económicas. De ahí que, tarde o
temprano, en todos los equipos se plantee el problema de las diferencias en
las retribuciones económicas percibidas por los distintos miembros del equi­
po. Estas diferencias introducen necesariamente diferencias de estatus entre
los miembros del equipo.
Las diferencias no pueden y no deben evitarse, porque no todos trabajan
igual y no todos rinden igual. El problema radica en encontrar un sistema de
evaluación que sea justo. Este es uno de los problemas más difíciles de resol­
ver en los equipos de trabajo.
Pero, finalmente, estas diferencias económicas son las que mejor expre­
san una realidad inevitable en cualquier equipo: no todos son iguales; no to­
dos influyen en la misma medida; no todos tienen los mismos recursos; hay
diferencias de estatus.
Un equipo de trabajo sólo puede funcionar cuando esas diferencias son
asumidas y reconocidas como realidades inevitables. Son realidades cambian­
tes porque todos los miembros tienen posibilidad de cambiar su estatus. De
ahí, la constante competición que existe dentro del equipo. La voluntad de no
destruir el equipo y la conciencia de que el éxito del equipo es un bien para
todos, son los factores más importantes de cohesión y de cooperación. Si no
se reconocen y no se asumen las diferencias, éstas dan lugar a una lucha
camuflada que destruye al equipo.

3.5. Entrenamiento en habilidades sociales

El trabajo en equipo exige un aprendizaje de los miembros del mismo.


Este aprendizaje supone:

— Aprendizaje en la negociación de conflictos: no hay innovación que no


perjudique a alguien. Por lo mismo, no hay innovación que no provoque con­
flictos interpersonales que deben ser negociados constantemente.
tm creación de equipos de trabajo.. 247

— Construcción de significados compartidos: al mismo tiempo que se


diferencian los roles y se adquieren estrategias de negociación de conflictos,
io s miembros del equipo tienen que ponerse de acuerdo en la interpretación
de los acontecimientos cotidianos que afectan al funcionamiento del equipo.
Esta actividad de construcción social de la realidad exige:

— Capacidad de escucha.
— Capacidad de descentramiento mental.
— Capacidad de colocarse en el papel que otros le asignan a uno.
— Capacidad de tomar en serio los intereses de los demás.
— Capacidad de reconocer y asumir las diferencias existentes entre las
personas en función de los roles psicológicos y sociales.

Conclusión

Hemos comenzado este capítulo diciendo que hay tres tipos de variables
que influyen sobre el funcionamiento de los equipos de trabajo: los relacionados
con el grupo, los relacionados con la organización y los relacionados con la
tarea. Después de la revisión de los trabajos sobre los equipos de trabajo, pode­
mos reafirmamos en lo dicho anteriormente. No todas las personas son capaces
de funcionar en equipo; de ahí que la composición de los equipos de trabajo sea
una cuestión a tomar muy en consideración. El equipo de trabajo exige, ade­
más, un sistema de comunicación y un sistema de liderazgo que permitan la
participación de todos los trabajadores. Sin embargo, estructura participativa no
es lo mismo que estructura igualitaria. Puede haber participación de los trabaja­
dores en la gestión del equipo aunque la estructura grupal sea jerarquizada,
como ocurre con los círculos de calidad dentro de la cultura japonesa. En nues­
tra cultura occidental es muy difícil que haya participación de los trabajadores
en la gestión del trabajo si el equipo está estructurado de una manera jerarqui­
zada, porque la rivalidad con las figuras de autoridad lleva a los trabajadores a
boicotear a la autoridad, en lugar de cooperar con ella.
Tampoco en la cultura occidental se puede decir que la estructura iguali­
taria sea siempre mejor que la estructura jerarquizada. Depende de la tarea.
Las tareas complejas y universales exigen una estructura descentralizada,
mientras que las tareas poco complejas y limitadas a un campo reducido de
intervención exigen una estructura más centralizada.
Finalmente, la implicación de la dirección de la organización es muy im­
portante para que los equipos de trabajo tengan resultados positivos. Los equi­
pos de trabajo no pueden ser unas islas dentro de la organización.
Concluimos con una idea que hemos subrayado a lo largo del capítulo: la
introducción de equipos de trabajo requiere una preparación previa, tanto de
la organización en su conjunto como de los individuos que forman parte del
equipo.
248 S. Ayestarán y J. Cerrato

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12

El estudio científico de los grupos^


representaciones prototípicas y de la variabilidad
de los grupos; el estudio de datos grupales
dependientes e investigaciones de procesos
colectivos y grupales
Darío Páez
José Marques
Patricia Insúa

Este capítulo presenta algunos de los desarrollos metodológicos recientes


en el estudio de los grupos. No se desarrollarán ciertos temas fundamentales,
com o el estudio observacional de la interacción grupal o como el estudio de la
estructura informal de los grupos mediante la sociometría, ya que hay intro­
ducciones actualizadas en castellano más o menos recientes (Bakeman y Gott-
man, 1989; Clemente, 1992). Señalemos que los análisis actuales de ese tipo
de datos se realizan mediante los modelos de regresión logística (véase Kenny,
1988 para una presentación básica).
Nuestro texto va a exponer tres aspectos del estudio actual de los grupos.
Primero, las medidas de inspiración cognitiva sobre la representación de
los grupos, de sus atributos y variabilidad. Segundo, el estudio estadístico de
la interacción entre personas en el seno de los grupos (en particular el Modelo
de Relaciones Sociales de Kenny). Tercero, el estudio de los niveles y cons-
tructos colectivos, es decir, las formas actuales de contrastar la existencia de
procesos e influencias grupales diferentes de los procesos individuales.
Nuestro propósito es mostrar cómo se puede hacer investigación de nivel
grupal, que sin caer en generalidades y sin limitarse a apreciaciones cualitati­
vas; permita el contraste formalizado de procesos colectivos frente a procesos
individuales.
El estudio científico de los grupos... 251

1. Representaciones de grupos y estereotipos: aspectos


metodológicos

En este apartado revisaremos las formas clásicas de investigación de las


creencias o representaciones sobre grupos, en otras palabras, los aspectos me­
todológicos de las investigaciones sobre estereotipos. La mayoría de las inves­
tigaciones en representaciones de grupos se han hecho sobre los sexos y sobre
las naciones (Stroebe e Insko, 1989). Pese a esto, se pueden utilizar estos
resultados para enmarcar cóm o investigar sobre la percepción social de los
grupos pequeños.
A partir de los resultados empíricos presentaremos las concepciones so-
ciocognitivas más recientes sobre las representaciones de grupos, com o una
forma de ampliar la comprensión de los resultados metodológicos.
Se definen las representaciones sobre los grupos o estereotipos com o los
atributos que se perciben socialmente caracterizando y diferenciando a los
distintos grupos.
Las áreas de descripción de grupos más frecuentes en nuestras culturas son:

a) apariencia física;
b) conductas de rol;
c) rasgos de personalidad;
el) roles laborales.

Las representaciones de grupo de género se pueden definir como los atri­


butos o características que se creen que diferencian a los sexos estereotípica­
mente, o que se creen deseables de manera diferencial en cada sexo (Lenney,
1991).
De forma más general, un estereotipo es el conjunto de atributos que se
cree consensualmente que caracterizan a los miembros de un grupo, en una
cultura o subcultura dada (Stephan, 1985; Stroebe e Insko, 1989).
Hay cuatro métodos destacados en la investigación de representaciones
sobre grupos.
Un primer método, el de Katz y Braly; se basa en que la mayoría de
miembros de un grupo, sub-cultura o cultura comparten la opinión de que los
grupos sociales (por ejemplo, los sexos) se caracterizan y diferencian en cier­
tos atributos. Siguiendo con nuestro ejemplo, puede ser una opinión subjetiva
consciente mayoritaria el que las mujeres son más expresivas que los hom­
bres. En el método de Katz y Braly se le pide a las personas que elijan de una
lista de atributos (84 atributos de personalidad por ejemplo) los 10 que son
típicos de los grupos evaluados. Después de asignar los atributos, los sujetos
deben elegir los cinco más típicos de entre los asignados a cada grupo.
Utilizando estas repuestas individuales, Katz y Braly elegían los 12 atribu­
tos más frecuentemente mencionados para cada grupo. Las investigaciones de
estos autores, que se realizaron en 1935, se replicaron en 1950 y 1967; mos­
trando la relativa estabilidad de los estereotipos sobre naciones (Stroebe e
Insko, 1989). Destaquemos que el método de Katz y Braly se apoya en una
252 D. Páez, J. Marques y P. Insúa

visión de las representaciones de grupo o estereotipos de tipo consensual y de


comparación explícita entre grupos salientes.
Una segunda operacionalización, el método de Brigham, hace referencia
a los porcentajes de asignación de atributos a los individuos que componen
los grupos (según los sujetos, ¿cuál es el % de mujeres emotivas?). Señalemos
que este método (Stroebe e Insko, 1989) se ha utilizado sobre todo para el
estudio de estereotipos nacionales, aunque por motivos pedagógicos utilizare­
mos el ejemplo de los estereotipos de sexo.
Las distribuciones de frecuencia de atributos (% de mujeres emotivas, % de
hombres emotivos) se asocian a la probabilidad percibida de que los rasgos
estén asociados con un grupo social (¿en qué medida el ser emotivo está asocia­
do o relacionado con ser mujer o con pertenecer al grupo de las mujeres? ¿En
qué medida el ser emotivo está asociado o relacionado con ser hombre o con
pertenecer al grupo de las hombres? Las respuestas a estas cuestiones se hacen
en una escala desde 1 = nada asociado a 7 = muy asociado).
Las investigaciones empíricas han mostrado que existen correlaciones sa­
tisfactorias entre las estimaciones de porcentajes y las evaluaciones de proba­
bilidad o asociación; entre 0,80 y 0,90 (Joñas y Hewstone, 1986).
Esta segunda operacionalización es consensual, como la anterior, pero,
presupone que los grupos son una colección o agregado de individuos, mien­
tras que la anterior hacía referencia a una impresión global o representación
abstracta.
Como tarea cognitiva, esta última parece más fácil de realizar que la ante­
rior. Además, los resultados obtenidos comparando el método de Brigham
con el método de Katz y Braly han sido convergentes (Stroebe e Insko, 1989).
Una tercera operacionalización se apoya en la diferenciación de tipo diag­
nóstico: cuáles son los atributos que se distribuyen diferencialmente entre los
grupos. El atributo de ser humano o mortal caracteriza al 100 % de hombres
y mujeres, por ejemplo. Es evidente que estos atributos no se incluyen gene­
ralmente en los estereotipos.
McCauley y Stitt (1978, en Stroebe e Insko, 1989) proponen una razón
diagnóstica. Ésta consiste en una división del porcentaje de individuos que po­
seen un rasgo en un grupo (por ejemplo, mujeres emotivas) por el porcentaje
general de individuos que se perciben tenerlo en una cultura dada (porcentaje total
de emotivos en el conjunto de hombres y mujeres reunidos de una cultura o
subcultura dada). Cuando la razón diagnóstica sea superior a uno (y mientras
más grande sea) indica que esta característica es importante en la representa­
ción del grupo. Lo inverso ocurre cuando la razón es inferior a uno. Por ejem­
plo, ser expresivo/a puede ser un atributo que discrimine significativamente en­
tre los sexos. Un 43 % de las mujeres puede ser percibida como expresivas y un
21 % de los hombres. Suponiendo que los sujetos crean que hombres y mujeres
son el 50 % del mundo social evaluado, esto quiere decir que el 32 % del total
son expresivos. La razón diagnóstica de McCauley y Stitt es de 1,34 para las
mujeres (43/32) y de 0,65 para los hombres (21/32). Estos resultados sugieren
que ser expresiva hace parte del estereotipo de las mujeres y no serlo del de los
hombres. Digamos que los porcentajes anteriores en la investigación original de
McCauley y Brigham hacen referencia al atributo de tener una mente científica,
El estudio científico de los grupos.., 253

siendo el grupo con la razón diagnóstica el de los alemanes y el porcentaje


general se extraía de la respuesta a cuál es el porcentaje de todos los sujetos del
mundo que tienen una mente científica (Stroebe e Insko, 1989).
El método de asignación probabilística de atributos de personalidad, físi­
cos, de conductas de rol y de posiciones laborales ha sido aplicado satisfacto­
riamente a los estereotipos sexuales, incluso en nuestro contexto (Moya,
1990).
Creemos que el razonamiento es válido en general y hace referencia a la
diferenciación entre grupos o probabilidad de que un atributo diferencie entre
un grupo y otros, es decir, utiliza no sólo la posesión, sino la diferenciación.
Además, como se puede comprobar, los atributos no se asignan al 100 % de
los sujetos (no son atributos con distribución 100 % en un grupo y 0 % en
otro).
Empíricamente, comparando el método de Katz y Braly con el de porcen­
tajes, Brigham encontró que el porcentaje asignado a los individuos de los
cinco atributos más típicos de un grupo, tenía una media de 55 % y un rango
entre 10 y 100 % (op. cit. ant.).
Una última definición hace referencia al carácter normativo, prescriptivo
o ideal deseable de la distribución diferencial de los atributos entre los grupos
(hombres y mujeres en este caso).
Esta aproximación se ha utilizado antes que nada para los estereotipos
sexuales, pero, creemos que es válida para todo tipo de grupos con una posi­
ción social definida y con una cierta estabilidad de estatus y normativa.
Una investigación empírica de este carácter fue la de Bem, quién buscaba
tener una lista de atributos positivos que representaran los rasgos que se con­
sideraban deseables culturalmente para los hombres y las mujeres.
Para seleccionar estos ítems procedió a compilar una lista de 200 caracte­
rísticas de personalidad que fueran valoradas positivamente y que se considera­
ran estereotípicamente masculinos o femeninos, y se presentaron a estudiantes
universitarios. La mitad de los sujetos evaluó cada rasgo de personalidad en
términos de su deseabilidad social para el grupo sexual masculino (en la socie­
dad estadounidense, ¿cuán deseable es para un hombre ser asertivo?). La otra
mitad evaluó los rasgos en términos de deseabilidad social femenina (en la so­
ciedad estadounidense, ¿cuán deseable es para una mujer ser asertiva?).
Ningún sujeto evaluó los rasgos simúltaneamente para hombres y muje­
res. La escala de evaluación iba de 1 = nada deseable a 7 = extremadamente
deseable. Los atributos que eran significativamente más deseables para las
mujeres que para los hombres constituyeron la escala de femineidad y los
opuestos la de masculinidad.
De las características que cumplieron este criterio se seleccionaron 20
para cada escala. La media de deseabilidad de las escalas de Masculinidad
(M) y Femineidad (F) era similar según Bem (Lippa, 1991; Lenney, 1991).
La escala de Bem se aplica a la autopercepción y se ha demostrado que
los sujetos que puntúan alto en femineidad-expresividad-comunalidad así
com o los que puntúan alto en masculinidad-instrumentalidad-individualismo
procesan la información social de distinta manera, y tienen formas de interac­
ción específicas (véase Vergara y Páez, 1993 para una revisión en castellano).
254 D. Páez, J. Marques y P. Insúa

2. Representaciones colectivas, estereotipos y percepción social

Si se dan simultánemente los criterios antes descritos, es decir, el carácter


de creencias compartidas o estereotípicas sobre grupos, el carácter de atribu­
tos diferenciales o diagnósticos entre grupos y el carácter ideal o deseable
socialmente para cada grupo de los atributos percibidos, podemos hablar de
una representación colectiva sobre los sexos.
En otros términos, estas creencias pueden ser un hecho social en el senti­
do durkheimiano, aunque pueda haber diferencias interculturales.
Sin embargo, las creencias que conforman estas representaciones no tie­
nen porqué ser pertinentes para las interacciones cotidianas, ni ser utilizadas
(hay que confirmar que los contenidos de las representaciones tienen una fun­
ción social). Que en el estereotipo que se tiene de los negros esté el contenido
de tener facilidad para la música, no asegura que este atributo sea pertinente
para la mayoría de las interacciones ni que se utilice cotidianamente en la
percepción social.
En nuestro ejemplo, las investigaciones de percepción social confirman
que las dimensiones de expresividad e instrumentalidad son centrales y que
los estereotipos sexuales son estables transculturalmente (Zebrowitz, 1990).
En este sentido, podemos afirmar que las dimensiones de expresividad-
comunalidad-sociabilidad y las de instrumentalidad-asertividad-individualismo
tienen importancia transcultural en la percepción social.
Como ya hemos comentado, esto incluye a la autopercepción, ya que se
ha encontrado que los sujetos que puntúan alto en la dimensión de expresivi­
dad o en la dimensión de instrumentalidad, se caracterizan por formas de
conducta y pensamiento social específicas. Sin embargo, hay algunas relativi-
zaciones en relación a la relevancia de la representación de los grupos para la
representación del sí-mismo o del yo.
Por un lado, la heteropercepción no se aplica directamente a la autoper­
cepción: hombres y mujeres difieren en cómo caracterizan en general a hom­
bres y mujeres, pero, en las autodescripciones, las diferencias entre sexos son
menores (Doise y Lorenzi-Cioldi, 1990).
Además, los sujetos tienden a proyectar o a generalizar sus creencias y
sentimientos (lo que se ha llamado falso consenso: si yo soy expresivo, creo
que la mayoría de la gente es expresiva) y a destacarse o compararse social­
mente de forma positiva en atributos y capacidades (lo que se ha llamado
falsa unicidad o primus inter pares: yo creo que mi capacidad de autocontrol
emocional es mayor que la de la mayoría) (Fiske y Taylor, 1991).
En un estudio realizado por Azcona et al. (1989, en Echebama y Páez,
1989), se encontró, en sujetos de nuestro contexto, una tendencia a percibirse
uno mismo como más inmune a la influencia de la emoción en el pensamiento
y la conducta que las personas en general. Es decir, se confirmó una tendencia a
percibir a sí mismos de forma destacada y superior a la de la mayoría.
Por otro lado, un porcentaje importante de personas dan evaluaciones
muy bajas a las características de expresividad e instrumentalidad com o ele­
mentos que definen su identidad. En otras palabras, alrededor de un tercio de
El estudio científico de los grupos... 255

los sujetos no consideran relevantes para su identidad ni la expresividad ni la


instrumentalidad (Páez, Torres y Echebarría, 1989).
Generalizando, que unas creencias sobre grupos sean consensúales, típi­
cas y diagnósticas, no implica que estas sean relevantes para la interacción y
la percepción social, ni que los sujetos apliquen las representaciones de la
identidad social a su identidad individual o personal.

3. Representaciones prototípicas y de la variabilidad de los grupos

Las discusiones actuales sobre las representaciones cognitivas de las cate­


gorías sociales com o prototipos y/o conjuntos de ejemplares, permiten enmar­
car los resultados antes descritos en el apartado de métodos de investigación
sobre representaciones de grupos.
Primero, a diferencia de la denominada concepción clásica de las catego­
rías o conceptos de sentido común, en la actualidad se concibe a éstos como
difusos y no con diferenciaciones del tipo todo frente a nada. Es decir, no
existen atributos que definan de forma necesaria y suficiente la pertenencia a
una representación de grupo.
Segundo, la pertenencia o clasificación dentro de un grupo se hace me­
diante un gradiente o parecido familiar. Si uno es expresivo, puede ser hom­
bre o mujer, pero, es más probable que sea mujer. Si uno es expresivo y
emotivo, es aún más probable que sea mujer y aún menos probable que sea
hombre. La pertenencia a un grupo se decide en la percepción social median­
te una comparación entre el episodio o individuo y los atributos que son típi­
cos y diagnósticos del grupo, aunque estos atributos existan en los diferentes
grupos en mayor o menor medida.
Además, en las representaciones de grupo puede haber tanto una colec­
ción de ejemplares, como abstracciones de éstos. Hay prototipos o medidas de
tendencia central (medias si son dimensiones) o conjunto de atributos más
típicos y diagnósticos (modas ponderadas si se trata de categorías).
Por último, puede haber normas evaluativas que guíen el juicio social
(Fiske y Taylor, 1991).
Revisemos las discusiones y resultados que nos permiten afirmar estas
conclusiones.
Además de un marco conceptual, la aproximación de los prototipos ha
generado una serie de medidas y un programa metodológico para elaborar
una representación de un concepto o categoría (un grupo relevante en nues­
tro caso).
Primero, se pide a los sujetos que elaboren libremente una lista con los
atributos que ellos creen que caracterizan a un concepto dado. Se reduce la
lista uniendo los que son sinónimos (trabajador, laborioso) o diferentes for­
mas gramaticales del mismo concepto (el trabajo, trabajadores, trabajar). Ge­
neralmente se utilizan los atributos utilizados por al menos el 10 % de los
sujetos de la muestra (Fehr, 1988; Fehr y Russell, 1991).
Segundo, otra muestra evalúa la tipicidad de los atributos del concepto
256 D. Páez, J. Marques y P. Insúa

(grupo). Por ejemplo, evalúan en qué medida es típico (de 1 = nada típico a
7 = muy típico) el atributo «X» del grupo/grupos en cuestión.
Generalmente se encuentra una asociación entre la libre enumeración o
saliencia en el recuerdo libre del atributo y las puntuaciones de tipicidad
(Páez y Vergara, 1992; Fehr, 1988; Fehr y Russell, 1991). Recordemos que
resultados conceptualmente similares se han encontrado en el área de los es­
tereotipos sobre grupos nacionales (Stroebe e Insko, 1989). En otras palabras,
la frecuencia de asignación de un atributo a un grupo y la evaluación indepen­
diente de la tipicidad de éste en relación al grupo deben asociarse.
Tercero, se constata el efecto de la representatividad o tipicidad en el juicio
y en el recuerdo. Los miembros del grupo evaluados como más típicos, tienen
más atributos diagnósticos que los menos típicos. Las medidas de tipicidad o
representatividad del individuo o episodio en relación al grupo toman la siguien­
te forma: cuán buen ejemplar, o representante de su grupo es «X», desde 1 =
nada buen representante a 7 = muy buen representante (Fiske y Taylor, 1991).
Las medidas de parecido familiar se apoyan en listas de atributos que
cada individuo o instancia posee (enumeradas libremente). Los atributos se
ponderan según su repartición entre diferentes grupos. Supongamos el caso
de 3 personas. Juan es concienzudo, le gustan las matemáticas y el arte; a
Pedro le gusta el arte, pintar y salir con los amigos; a María le gusta el arte,
pintar y es concienzuda; y son todos estudiantes de arquitectura. Le damos un
peso simple a los atributos (cada vez que un miembro de un grupo presenta
un atributo, le damos un punto). Que el arte les guste es el atributo más
prototípico, con un peso de 3. Pintar y ser concienzudos tienen un peso de 2.
Que les guste las matemáticas o salir con los amigos son atributos de peso 1.
Si sumamos, tenemos la puntuación de parecido familiar de los individuos. El
de mayor parecido es María. Teóricamente, puntuaciones directas de cuán
buen representante son las personas de su grupo, deberían dar una mayor
puntuación a María (Fehr y Russell, 1991).
Utilizando operacionalizaciones como las anteriores, se ha encontrado
que se responde más rápidamente que un buen ejemplar es miembro de una
categoría o grupo que sujetos con menos atributos diagnósticos. El tiempo de
respuesta se mide por la latencia de reacción en tareas de clasificación de
ejemplares o instancias en categorías. La idea general es que los ejemplares o
miembros de un grupo que son altos en prototipicidad o representatividad, se
categorizan más rápido, se aprenden antes, se utilizan como regla de referen­
cia cognitiva y están más accesibles en la memoria (Stephan, 1985, 1989; Fis­
ke y Taylor, 1991).
Stephan (1985) revisa varios estudios que muestran que al activar la catego­
rización de la pertenencia a un grupo (estereotipo racial, sexual, estudiantil) los
sujetos atribuyen a los sujetos evaluados los rasgos típicos de estos grupos. Por
otro lado, si el individuo es representativo o típico de su grupo, se ha encontra­
do que se activan más fácilmente los afectos y las actitudes ante ese grupo, que
si no lo es. También se ha encontrado que si el individuo es un buen represen­
tante o si es típico de su grupo, se generalizan sus conductas y actitudes a las
del grupo. Igualmente, se ha encontrado que se cambian más las actitudes y
creencias ante un grupo, si los sujetos que actúan u opinan de forma contraeste-
El estudio científico de los grupos... 257

reotípica son prototípicos del grupo, que si no lo son (Stephan, 1985; 1989;
Hewstone, 1989; Fiske y Taylor, 1991). Dando un ejemplo simplista, si me dicen
q u e X es la una «madrileña pija» deduciré que la gusta la charla frívola, está
interesada en la ropa de marca y que le gusta M. Jackson. Si X posee todos esos
atributos, se me activará más fácilmente una actitud negativa (si me disgusta
e s e grupo) o positiva (si me gustan las chicas así). Igualmente, si me dice que le
gusta el conjunto de música Mecano, generalizaré que los seguidores de ese
grupo son «madrileños pijos». Por último, si esa chica prototípica me dice que
su autor preferido es J. Cortázar, que le gusta la música africana y milita en
Amnistía Internacional (todas opiniones y conductas contraesterotípicas) cam­
biaré más mi actitud (negativa) y la representación (como reaccionarios y con­
servadores), que si la que expresa esas opiniones contraestereotípicas es menos
típica (tiene un solo atributo: por ejemplo le gusta la ropa de marca).
Algunos autores han postulado que no es necesario presuponer que los
sujetos abstraen una tendencia central o prototipos de medias ni infieren un
conjunto de atributos categoriales diagnósticos o prototipos de rasgos. Estos
autores presuponen que las representaciones de grupos son sólo una colección
de individuos que conforman el grupo. Los juicios sobre el grupo se harían
recuperando de la memoria los ejemplares y efectuando algún tipo de álgebra
mental en esos momentos (Fiske y Taylor, 1991; Park, Judd y Ryan, 1990).
Este modelo no abstracto da cuenta fácilmente del cambio de las repre­
sentaciones de grupo y de que los sujetos tengan una idea de la variabilidad o
heterogeneidad del grupo. Sin embargo, investigaciones experimentales han
mostrado que si se activa antes una información sintética sobre un grupo (se
da información sobre el grupo en general por ejemplo), esto influye en las
percepciones posteriores del grupo.
Otros autores, con los que coincidimos en mayor medida, piensan quedas
representaciones de grupo constan tanto de aspectos abstractos, generales, de
información sobre el grupo com o categoría, como de información sobre los
individuos que son miembros del grupo (op. cit. ant.).
Además de los resultados antes reseñados, señalemos que la representa­
ción de un grupo no se puede reducir a la simple categorización o clasificación
de un grupo de sujetos como similares entre ellos y diferentes de otros. Una
representación de grupo hace referencia a éste como una totalidad. Los resul­
tados de recuerdo social son diferentes según si se presenta a los sujetos com o
miembros de un grupo, que como miembros de una masa difusa o un agrega­
do de individualidades. Cuando los sujetos son miembros de grupos cohesi­
vos, las conductas contraesterotípicas o inconsistentes con las expectativas
ante ese grupo se recuerdan mejor, mientras que en el caso de un grupo laxo
y poco cohesionado, se recuerdan mejor las conductas congruentes con el
estereotipo (Fiske y Taylor, 1991).
Por otro lado, los cambios de actitudes y creencias ante miembros de
grupos no se generalizan al grupo en su conjunto; es decir, aunque hay una
actitud más positiva para el sujeto con el cual se ha interactuado cooperativa­
mente, las creencias esterotípicas sobre el grupo no cambian (Hewstone, 1989;
Tlorwitz y'Rátíóie, ejemplo, ra's ’3£ajt-
tos racistas que deben colaborar con personas de raza negra, y que están
258 D. Páez, J. Marques y P. Insüa

satisfechos de esa colaboración, no cambian automáticamente sus prejuicios


anti-negro.
Por todo lo anterior, pensamos que las representaciones de grupo no se
pueden reducir a la representación de los individuos que se categorizan como
similares. Es más probable que las representaciones de grupo reúnan tanto
información categorial, de tipo prototípico, como información sobre los ejem­
plares o individuos que lo componen.
Agreguemos además que las representaciones de grupo no se pueden li­
mitar a ser listas de atributos diagnósticos o medias prototípicas y colecciones
de ejemplares o individuos. Una representación de grupo hace referencia ge­
neralmente a los objetivos o fines del grupo, así com o a alguna relación expli­
cativa por sencilla que sea entre los atributos (véase Páez, Marques e Insúa,
1993 para una crítica más general a la concepción prototípica de los concep­
tos de sentido común).
No siempre las relaciones postuladas por la teoría de prototipos se confir­
man en los conceptos que hacen referencia a objetivos o fines, como los gru­
pos (Fehr y Russell, 1991).
Por último, aunque no se sepa muy bien cómo los sujetos se representan
y computan estas dimensiones, las representaciones de grupo también inclu­
yen representaciones de la heterogeneidad y variabilidad de éstos, y no sólo de
sus rasgos pro to típicos y sus tendencias centrales.
Linville, Park, Judd y cois, han propuesto una serie de medidas para reco­
ger la representación de la variabilidad en los grupos. Estas medidas se reú­
nen en dos dimensiones (Park, Judd y Ryan, 1990).
Una primera dimensión se refiere a la heterogeneidad o variabilidad de
los grupos.
Como señala Linville, la diferenciación de atributo se refiere a la probabi­
lidad de distinguir entre los miembros de un grupo en términos de un atribu­
to dado. El Pd (la probabilidad de diferenciación) nos da una medida directa
de esta propiedad.

Pd = 1 - Ei = 1 , mP}

El Pd refleja la probabilidad de que dos miembros del grupo elegidos


sean percibidos como difiriendo en el atributo en cuestión.
Para ilustrar las propiedades de esta medida, consideremos la figura 1,
que muestra la distribución percibida para un atributo de 5 niveles. Por ejem­
plo, si el atributo en cuestión es expresividad emocional, los niveles 1-5 supo­
nen muy baja, baja, media, alta y muy alta expresividad emocional respectiva­
mente.
Así, para la distribución que encontramos en la figura 1:

Pd = 1 - (0,12 + 0,22 + 0,42 + 0,22 + 0,12) = 0,74

indicando que hay un 74 % de probabilidad de que 2 miembros de la catego­


ría elegidos al azar difieran en expresividad emocional.
El estudio científico de los grupos. 259

10 % 20 % 40 % 20 % 10 %
Muy baja Baja Media Alta Muy alta
expresividad expresiv. expresiv. expresiv. expresiv.
em ocional em ocional em ocional em ocional em ocional

1 2 3 4 5

El Pd asume su mínimo valor posible si un nivel de atributo tiene una


probabilidad de 1,0, teniendo todos los otros, una probabilidad 0.
En este caso, el Pd = 0. Esto quiere decir que hay un 0 % de probabilida­
des de que un observador distinga entre dos miembros de la categoría en
términos de ese atributo; porque todos los miembros de la categoría son per­
cibidos com o iguales con respecto a ese atributo.
El Pd asume su valor máximo, cuando cada nivel de atributo tienen la
misma probabilidad de ocurrir (por ejemplo: 20 %, 20 %, 20 %, 20 % y 20 %).
En general, cuanto mayor es el número de niveles de un atributo dado, mayor
será el valor posible del Pd.
Como Linville et al. (1989) señalan, la variabilidad percibida, se refiere al
grado en el cual se percibe a los miembros de un grupo com o ampliamente
dispersos en términos del atributo en cuestión.
Esta medida, es similar a otra propuesta por Judd y Park (1988). Estos
autores proponen una medida de desviación típica (Sd) que está altamente
correlacionada con el Var.
En el experimento comentado por Linville et al. los resultados para Sd y
Var fueron esencialmente idénticos.
Siguiendo, pues, a Linville et al. (1989), si X es un atributo de escala de
intervalos y el n.° de niveles del atributo es discreto, entonces la varianza de la
distribución percibida es definida por:

Var = E¡= 1 , mP¡ (X¡ - Ai)2

Var = 0,1 (1-3)2 + 0,2(2-3)2 + 0,4(3-3)2 + 0,2(4-3)2 + 0,1 (5-3)2 = 1,2

donde m es la media de la distribución percibida y es definida por:

M=Ei= 1 , m PXi
10(1)+ 20(2)+ 40(3)+ 20(4)+ 10(5) 300
100 100
Por ejemplo, para la distribución de la figura 1; M = 3,0 y el Var = 1,2.
El Var asume su mínimo valor posible, cuando un nivel de atributo tiene
una probabilidad de 1,0 y todos los demás tienen una probabilidad de 0. En
este caso, el Var = 0.
En un estudio más reciente, Park, Judd y Ryan (1990) mostraron que
aunque el Pd y el Var eran sensitivos para niveles diferenciales de familiari­
dad, otras medidas parecían serlo más.
260 D. Páez, J. Marques y P. Insúa

Una medida de este tipo, sería la desviación absoluta entre instancias de


categorías extremas (rango).
Una segunda dimensión reúne las medidas que examinan en qué medida
los miembros del grupo se adaptan o son congruentes con el estereotipo gru­
pal. Las medidas que se integran en esta dimensión son:

a) La prevalencia media de atributos estereotípicos menos la prevalencia


media de atributos contraesterotípicos. Para hallarla, se pide a los sujetos el
porcentaje estimado de miembros del grupo que poseen un rasgo (ser emoti­
vos), una conducta (dar apoyo afectivo a otros) o que comparten una afirma­
ción estereotípica (hay que expresar siempre sus emociones) del grupo (muje­
res en este caso). Lo mismo se pide en relación a rasgos (ser asertivo, instru­
mental), conductas (centrarse en la tarea y no en la relación con otros) y a
opiniones (sólo los débiles expresan emociones com o el miedo, la tristeza,
etc.) contraestereotípicas.
La prevalencia media de atributos estereotípicos se resta de la prevalencia
media de atributos contraestereotípicos.
b) La diferencia de media de rasgos estereotípicos (media de expresivi­
dad) y contraestereotípicos (media de asertividad menos la media de instru­
mentalidad en el caso de las mujeres).

Judd, Park y cois, encontraron que el rango era el mejor indicador de la


primera dimensión y la diferencia de medias el mejor indicador de la segunda.
Además, de forma congruente, mientras más se conocía a los grupos,
mayor era la heterogeneidad o variabilidad de atributos y menor la congruen­
cia percibida con el estereotipo, utilizando a mujeres y hombres evaluando al
endo y al exogrupo (Park, Judd y Ryan, 1990).
Por otro lado, la estereotipia de la representación y la variabilidad perci­
bida del grupo eran independientes (Judd y Park, 1993).
Sin embargo, la familiaridad o el nivel de conocimiento directo del grupo
no parece ser la única variable que explique este efecto de una percepción de
mayor homogeneidad o menor variabilidad en el exogrupo. Este efecto se pro­
duce en condiciones de creación de grupos artificiales (Park, Judd y Ryan,
1990) y a veces sigue más una lógica normativa que de nivel de familiaridad
(Páez, Marques e Insúa, 1993).
Hay bastante información que confirma que los sujetos se representan a
su endogrupo de forma más compleja (hacen más referencia a subgrupos),
con un nivel de información más profunda (recuerdan más información su­
bordinada y utilizan más categorías abstractas de lenguaje, si las conductas
del endogrupo son positivas), y con una mayor cantidad de dimensiones inde­
pendientes (Maass, Salvi, Arcuri y Semin, 1988; Park, Judd y Ryan, 1990).
Como ejemplo, mencionemos los resultados de protocolos de pensar en voz
alta sobre la variabilidad del grupo, cuando los sujetos hablaban sobre su
grupo (ingenieros) o sobre un exogrupo (economistas). Los sujetos menciona­
ban más referencias a sí mismo y a subgrupos, hablando menos de ejemplos o
instancias concretas de conductas individuales, al reflexionar sobre el endo­
grupo que sobre el exogrupo (véase la siguiente tabla).
E l estudio científico de los grupos... 261

Frecuencia de contenidos referidos a sí mismo, a instancias y ejemplares


y a subgrupos para el endo y el exogrupo

Endo Exogrupo

Sí m ism o 1,00 0,20


Instancias y ejemplares 0,05 0,71
Subgrupos 2,45 1,38

La complejidad y variabilidad de la representación de los grupos tienen


consecuencias para la percepción social de éstos.
Primero, como ya mencionamos, se ha encontrado que las personas que
perciben a un grupo como homogéneo tienen mejor recuerdo para la informa­
ción incongruente que para la congruente.
Segundo, los sujetos que ven un grupo de forma variable o menos homo­
génea, generalizan menos de la conducta esterotípica de un miembro del gru­
po al grupo en su conjunto,
Tercero, los sujetos que tienen una representación más compleja o de
mayor variabilidad del grupo, clasificarán más fácilmente a sujetos poco pro-
totípicos com o miembros del grupo.
Por último, las representaciones grupales más complejas, al incorporar
una mayor aceptación de la información desviante de la tendencia central,
pueden ser más susceptibles de evolución (Park, Judd y Ryan, 1991; Judd y
Park, 1993).
Todo esto comparando sujetos de alta y baja complejidad y manteniendo
constante las variables motivacionales, ya que la representación del exogrupo
es simultáneamente más compleja y más implicante según el nivel motivacio-
nal, lo que matiza los resultados anteriores (para una revisión de los efectos
de la categorización intergrupo y de la motivación en la percepción endo y
exogrupal, véase Páez y Ayestarán, 1987).
Concluyendo, las tareas cognitivas de listado de atributos prototípicos
grupales, de puntuaciones de representatividad o tipicidad de atributos grupa­
les, de parecido familiar de los individuos pertenecientes al grupo, de evalua­
ciones de la variabilidad de grupos y el análisis de contenido de la compleji­
dad de las representaciones de grupos, nos permiten tener instrumentos más
finos para la percepción social de éstos.
Sin embargo, estas aproximaciones hacen referencia sólo a representacio­
nes, a creencias sobre los grupos, que en el mejor de los casos, son comparti­
das socialmente. Tanto o más importante que el estudio de las creencias sobre
los grupos, es el estudio de los procesos de interacción grupal.
Después de revisar la aportación de la psicología social cognitiva al estu­
dio de los grupos, veamos ahora algunas de las formas de investigación de la
interacción en el seno de los grupos.
262 D. Páez, J. Marques y P. Insúa

4. Investigando la interacción y la interdependencia grupal

Una de las limitaciones en el desarrollo de la investigación sobre grupos


es la incapacidad de los modelos estadísticos para analizar datos dependien­
tes; en otras palabras, la incapacidad de los modelos estadísticos para estimar
los procesos emergentes de la interacción. Las soluciones existentes, como
tomar la media de la interacción diádica o estudiar la interacción de las perso­
nas con comparsas preprogramados o con oponentes fantasmas, en realidad
resolvían el problema estadístico, pero, eliminaban el estudio de la interacción
(Kenny, 1988).
A partir de los setenta se han desarrollado aproximaciones que permiten
estudiar estadísticamente la interacción. Aclaremos que el concepto de inter­
acción de la regresión y del análisis de la varianza presupone que la conjun­
ción de dos variables autónomas tienen un efecto sinérgico o específico, pero,
las mediciones de la variable dependiente se presuponen independientes. En
otros términos, no permite estudiar la interdependencia de respuestas.

4.1. Dependencia entre diadas: correlación intraclase

Dado que no hay (a nuestro conocer) una presentación en castellano de


los mecanismos estadísticos más sencillos para estudiar la dependencia, pre­
sentaremos el cálculo y lógica de la correlación intraclase.
Consideremos el caso más sencillo de interacción. A responde a B y vicever­
sa. Si A se distingue de B en algún criterio, podemos calcular la correlación
entre A y B y entre B y A. Así tenemos la correlación del número de veces que
hablan mujeres (A) a hombres (B) durante una tarea grupal (N = 2) y la correla­
ción del número de veces que los hombres (B) hablan a las mujeres (A).
Esta estimación sin embargo es imposible cuando no tenemos criterio de
diferenciación. Un coeficiente de correlación producto-momento de primer
grado (el coeficiente de Pearson habitual) no es adecuado en este caso, ya que
es arbitrario en que columna se ponen los sujetos.
Consideremos los datos de la tabla 2, que representan las veces que han
hablado sujetos interactuantes. La correlación entre X persona 1 e Y persona 2
es de 0,65. Basta sin embargo cambiar a los sujetos de la última diada para
que la correlación suba a 0,72. La solución consiste en aplicar el coeficiente
de correlación intraclase en el que cada par de observaciones interviene dos
veces en el cálculo, una vez bajo la forma A-B y la otra bajo la forma B-A
(Kenny, 1988; Yzerbit, Leyens y Dupont, 1988).
Este coeficiente nos informa sobre la reciprocidad de las emociones,
creencias o conductas entre los individuos.
En nuestro ejemplo, tomado de Kenny (1988), hay 24 personas y doce
diadas (simbolizadas por n); y la puntuación para la diada i se escribe Xu y
X\i. Para cada diada se calculan los siguientes términos:
E l estudio científico de los grupos... 263

(X¡\ + Xj2)
m¡ = -

d i = X n - X i2

El término M representa la media general.


A continuación se calculan a y b

2E{m.i - Ai)2
ü~ (n - 1)

, Ed2
b=■
(2 rí)

Correlación intraclase tomado de Kenny (1988)

Diada Persona 1 Persona 2 m d d2 m-M


1 10 11 10,5 -1 1 3,875
2 9 10 9,5 -1 1 2,875
3 8 6 7 2 4 0,375
4 5 5 5 0 0 -1,625
5 7 2 4,5 5 25 -2,125
6 8 5 6,5 3 9 0,125
7 3 3 3 0 0 3,625
8 9 9 9 0 0 2,375
9 5 5 5 0 0 -1,625
10 9 9 9 0 0 2,375
11 6 10 8 -4 16 1,375
12 1 4 2,5 -3 9 -4,125
Total 79,5 65

M_ X—m _ 79 5 = 6,625
n 12

2X (m -M )2 2(76,563)
a= ñ^r— =— n— =13’92
. 65
2n 2x12 ’

a-í> 13,92-2,708
Yintraclase ~ '
a+fc 13,92+2,708

a__U92__
2,708 “ '
264 D. Páez, J. Marques y P. Insúa

En la tabla ejemplo, a es igual a 13,920 y h a 2,708. La correlación intra­


clase es igual a a - b / a + b. La media cuadrática entre diadas es a, y b es la
media cuadrática intra-díadas.
Definiendo a las diadas como variables independiente (con doce niveles
en este caso), se puede calcular el coeficiente intraclase mediante el programa
corriente de análisis de la varianza. La media cuadrática intergrupo pasa a ser
a y la media cuadrática intragrupos pasa a ser b.
Como una correlación normal, el coeficiente de correlación intraclase
para las diadas varía de -1 a +1. Se aproxima a +1 cuando cada miembro de
la diada tiene una puntuación similar y las medias de las diadas difieren. Se
aproxima a -1 cuando las medias de las diadas es la misma o similar en todas,
pero hay una variación negativa dentro de ellas (cuando un sujeto puntúa
alto, el otro puntúa bajo).
La correlación intraclase se puede contrastar mediante un test de F. Se
computa a/b (o b/a si el coeficiente es negativo) y se toman n-1 y n grados de
libertad (o n y n-1 grados de libertad si la correlación es negativa). La tabla
estándar de F debe ser dividida por 2, ya que el test es de dos colas.
En el ejemplo, la F es de 5,14 y el coeficiente es positivo, con 11 grados
de libertad en el numerador (12-1) y 12 en el denominador (n = 12), valor que
es significativo o inferior a 0,05.
Un coeficiente de correlación intraclase indica no independencia e impli­
ca que no se puede utilizar a los sujetos como unidad de análisis. Un test para
comparar dos correlaciones intraclases para diferentes grupos está en Krae-
mer (1975).
Si el coeficiente de correlación intraclase es significativo, se pueden con­
trastar las relaciones de diferentes maneras. Podemos ejemplificar nuestra
problemática utilizando como variable independiente el sexo, que es dicotómi-
co. La variable independiente puede ser interdíada, intradíada o mixta.
La variable es interdíada cuando las diadas son homogéneas y lo que se
hace es comparar a diadas de hombres con diadas de mujeres. Se calcula la
media de la diada y se aplica un t-test para grupos independientes, oponiendo el
grupo de hombres al de mujeres (un test de Mann-Withney se puede aplicar si
la variable dependiente es ordinal o un Chi cuadrado si la variable categorial).
La variable es solamente intradíada si todas las diadas son mixtas (por
ejemplo, si estamos analizando parejas de novios heterosexuales). En este caso
se calculan puntuaciones de diferencias. Estas puntuaciones de diferencias se
calculan siempre de la misma forma, en nuestro ejemplo, sustrayendo siem­
pre la puntuación de las mujeres a la de los hombres. El contraste de este
efecto es que las diferencias son cero. Un t-test apareado se puede usar para
variables dependientes de intervalo, un test de signos para ordinales y un test
de MacNemar para variables categoriales (Kenny, 1988).
Si la variable independiente es simultáneamente intra e interdíada (es
decir, hay hombres y mujeres en algunas diadas y otras son homogéneas) el
análisis es más complicado, pero, permite justamente estimar la interacción
entre los dos tipos o categorías de la variable independiente.
Estimando la interacción o relación en un diseño mixto de una variable
independiente dicotómica y una variable dependiente.
E l estudio científico de los grupos... 265

Para estimar la asociación entre variables que no son independientes, en­


tre varios sujetos y en varios grupos, se han desarrollado modelos estadísticos
específicos. El modelo más desarrollado en la actualidad es el Modelo de Re­
laciones Sociales de Kenny, implementado en el programa Soremo.
Antes de exponer este modelo conceptualmente, vamos a presentar el mo­
delo de análisis de la varianza de Kraemer y Jacklin (1979) para variables inde­
pendientes dicotómicas y diadas. Este modelo nos permitirá mostrar el cálculo
de efectos de actor, de interlocutor y de interacción en un caso sencillo.
El modelo de Kenny desarrollará de forma más compleja esta lógica.
En el ejemplo que se expone, se trata del intercambio de juguetes en
diadas de Hombres-Hombres (h-h), Mujeres-Hombres (mixta) y Mujeres-Mu-
jeres (m-ra). En otras palabras, se trata de un diseño mixto, en el que la
variable independiente actúa tanto a nivel inter com o a nivel intradíada. Hay
entonces tres tipos de diadas.
La variable dependiente es la frecuencia de ofrecer un juguete a su pareja.
Para cada diada se calcula una media. Luego se calcula la media de esas
medias para cada tipo de diada (m i es la media de medias de las diadas tipo
1, m2 es la media de las medias de las diadas tipo 2 y m3 es la media de las
medias de las diadas de tipo 3).
También se calculan las varianzas (designadas como dtl 2, dt22 y dt32 respec­
tivamente). Para las diadas tipo 2 (m-h) se calcula una puntuación de diferencia.
Para esto se resta la puntuación de la niña de la del niño y se divide por dos.
Por ejemplo, en la primera diada 1-2/2 = 0,5. La media de estas diferen­
cias se designa como d2 y su varianza com o dt42.
Dicho de otra manera, para analizar estos datos se derivan cuatro conjun­
tos de puntuaciones: la media de cada diada en cada condición (una h-h, otra
m-m y otra diada mixta) y la puntuación de diferencia de cada diada en el
grupo mixto. A partir de la media y de la varianza de cada conjunto de pun­
tuaciones, se estima el tamaño del efecto y los errores típicos del efecto de la
influencia del sujeto, de su pareja y de la interacción entre ambos. La tabla 3
presenta un caso concreto.

Ilustración del procedimiento de Kraemer & Jacklin,


corregido por Kenny (1988)

Diadas m-m mu Diadas m-h m2i dr¡ Diadas h-h mi ¡

3,1 6,5 12 1,5 -0,5 2,1 1,5


5,0 2,5 0,0 0,0 0,0 2,1 1,5
2,2 2,0 0,9 4,5 -4,5 1,1 1,0
1,5 3,0 3,2 2,5 0,5 3,3 3,0
3,0 1,5 5,2 3,5 1,5 0,2 1,0
2,3 2,5 2,3 2,5 -0,5 2,0 1,0
2,3 2,5 5,5 5,0 0,0 1,4 2,5
3,0 1,5 0,1 0,5 -0,5 5,4 ,5
2,7 4,5 3,3 3,0 0,0 1,1 1,0
2,3 2,5 5,5 5,0 0,0 1,0 0,5
1,5 3,0 4,3 3,5 0,5 1,4 2,5
266 D. Páez, J. Marques y P. Insúc

Diadas m-m mu Diadas m-h m2\


m2i da
dn Diadas h-h mu
5,8 6,5 2,0 1,0 1,0 0,0 0,0
1,2 1,5 -0,5
3,14 8,5 -5,5
4,1 2,5 1,5
7,2 4,5 2,5
0,0 0,0 0,0
0,0 0,0 0,0
0,0 0,0 0,0
3,1 2,0 1,0
12 1,5 -0,5
Medias: M, 3,208 M2
M 2 2,524 -0,19 M3 1,667
Varianzas: 2,975 4,662 1,561
Estimadores:
Actor = 0,25(3,208 + 2(-0,19) - 1,667) = 0,29
Pareja = 0,25(3,208 - 2(-0,19) - 1,667) = 0,48
Interacción = 0,25(3,208 - 2(2,524) + 1,667) = -0,043
Errores típicos:

Actor-Pareja = 0,25 V 2>^ 5 + -4(? ¿ ^ - + = 0,249

Interacción = 0,25a/ 2 y|— + 4(4¿ 62) + í ’^ 1 ■= o,281

Para cada diada va la presentación de la puntuación del primero y del


segundo sujeto.
La diferencia o d2i se calcula restando en las diadas mixtas tipo 1 (h) de
tipo 3 (m) o mujer menos hombre en este caso. Por ejemplo 1-2 = 1/2 = 0,5
para la primera diada mixta.
El modelo de Kraemer-Jacklin tiene tres estimadores. En nuestro ejem­
plo, el efecto actor mide la tendencia del tipo 1 (niña o mujer), relativa a la del
tipo 3 (niño u hombre) de ofrecer un juguete a su pareja. El efecto pareja
evalúa la tendencia de que a las niñas se les ofrezcan más juguetes, compara­
das con los niños.
El efecto de interacción implica justamente la interdependencia de acto­
res y parejas. Evalúa en qué medida las diadas del mismo sexo intercambian
más juguetes comparadas con las diadas de sexo opuesto.
Los estimadores de los parámetros del modelo de Kraemer-Jacklin son:

Actor = <m' + 2f i-~


4

Pareja =
X 14.1 Cyu. — ^
E l estudio científico de los grupos... 267

Interacción --------------------------
4

Las fórmulas para estimar los errores típicos son las siguientes:

t, . cu r
Actor-Pareia = 0,25 v------+ -------- + ------
ni n2 m

M il M
Interacción = 0,25 V------+ -------- + ------
n\ n2 m

Como se puede comprobar en la tabla 3, los efectos de la pareja y del


actor son positivos. En nuestro caso esto quiere decir que las niñas tienden
más a dar y más a recibir juguetes, que los niños.
La interacción es negativa, aunque pequeña. Indica una ligera tendencia a
ofrecer menos juguetes en las diadas del mismo sexo, comparadas a las diadas
del sexo opuesto.
Para contrastar la hipótesis nula, es decir que el efecto real es igual a
cero, se forma una Z dividiendo cada estimador por su error típico. Al nivel
convencional de 0,05, la Z debe ser superior a 1,96.
En el ejemplo, sólo el efecto de pareja es tendencial (inferior a 0,10).
Estos tests sólo son potentes con grandes muestras.
Kenny (1988) señala que para maximizar el poder estadístico de contraste
de la interacción, hay que tener el doble de sujetos en la condición mixta o
tipo 2 que en la tipo 1 o en la tipo 3 (n i debe ser igual a 2n, cuando n = n i =
n3) y expone un test más sensible, que se puede utilizar cuando las varianza
entre los grupos son homogéneas.
Seay y Kay (1983) elaboran un modelo que incorpora más variables inde­
pendientes; Mendoza y Graziano (1982) han elaborado un test para múltiples
variables dependientes y Wasserman e Iacobucci (1986) han modificado el
modelo para variables dependientes ordinales y categoriales.
Como un ejemplo de lo que se puede obtener con esta aproximación,
podemos señalar la investigación de Locke y Horowitz (1990) sobre la satis­
facción producida por la interacción entre dos personas, según su estado afec­
tivo. Los resultados de estos autores mostraron que las personas que pertene­
cían a diadas homogéneas desde el punto de vista afectivo (ya sea formada
por dos personas en buen estado de ánimo o por dos personas en mal estado
de ánimo) mostraban mayor satisfacción con la interacción. Las personas en
diadas heterogéneas (uno en buen estado de ánimo y el otro en mal estado de
ánimo o viceversa), estaban más insatisfechas, se percibían mutuamente como
más frías y progresivamente hablaban sobre temas más negativos.
Expondremos esta investigación y el análisis de datos a partir del que se
derivaron las anteriores conclusiones como un ejemplo de aplicación de los
procedimientos antes descritos.
A partir de su estado de ánimo evaluado por una escala de depresión, los
sujetos fueron asignados aleatoriamente al tipo de diada. Los sujetos eran 40 es­
268 D. Páez, J. Marques y P. Insúa

tudiantes de cada sexo (80 en total) y formaron 40 diadas. Dos diadas fueron
eliminadas por datos incompletos o porque se conocían de antes.
Se les pidió que hablaran por tumos, primero uno y luego el otro, no
utilizando en cada tumo más de un minuto y medio. Elegían el tema de una
lista de 90 asuntos y podían hablar de él, de manera seguida, tantas veces
com o quisieran.
Una vez elegido un tema no se podía volver a elegir.
Después de que ambos sujetos hablaran una vez evaluaban su satisfac­
ción con la charla, en una escala de 1 = nada satisfecho a 5 = muy satisfecho.
Después de diez rondas de hablar se interrumpía la sesión. Se evaluaba glo­
balmente al final al otro mienbro de la diada en calidez y asertividad.
Primero se utilizó el coeficiente de correlación intraclase para constatar si
las diez evaluaciones estaban asociadas dentro de cada diada. El r intraclase
fue de 0,45, correspondiente a una F(37,38) = 2,65, p<0,01.
El procedimiento de Kraemer-Jacklin, antes descrito, se utilizó para exa­
minar los efectos del estado de ánimo del sujeto, del estado de ánimo de la
pareja, y la interacción. Únicamente los efectos de interacción fueron significa­
tivos igual a 0,18 (z = 2,3, /?<0,025).
Para contrastar la evolución temporal, calcularon para cada sujeto una
diferencia entre la media de satisfacción de los primeros cinco tumos, con la
media de satisfacción de los últimos cinco. El procedimiento de Kraemer-
Jacklin aplicado a estas dos series de datos, no encontró efectos significativos
para el actor ni para la pareja, aunque sí para la interacción. Esto quiere decir
que la diferencia en satisfacción entre diadas homogéneas y heterogéneas au­
menta con el paso del tiempo.
El coeficiente de correlación intraclase para las evaluaciones globales de
calidez y asertividad de la pareja no fue significativo. Tampoco fue significati­
vo para la valencia y el grado de intimidad de los temas elegidos, por lo que se
aplicaron las técnicas de análisis de varianza clásica. Estos resultados mostra­
ron que los sujetos de las diadas homogéneas evaluaban com o más cálidos a
sus parejas y que los sujetos de las diadas heterogéneas tendían a elegir temas
más negativos a medida que pasaban los tumos de hablar.
Estos resultados se pueden interpretar en el sentido de la necesidad de los
sujetos de compartir y validar sus emociones con otros de similar estado afec­
tivo (Páez, 1993).
Ahora bien, la aproximación de Kraemer y Jacklin solo es válida cuando
las diadas son asimétricas (hombres versus mujeres, alto versus bajo estado de
ánimo) y no cuando todos las posiciones son simétricas y todos los sujetos las
ocupan; por ejemplo, son todos simultáneamente observadores y actores
(Yzerbit, Leyens y Dupont, 1988).
Para casos simétricos, en que todos los sujetos son simultáneamente juez
y parte, o perceptores y estímulos, Kenny y sus cois, han desarrollado el Mo­
delo de Relaciones Sociales.
Este modelo y sus implementaciones estadísticas permiten además esti­
maciones multivariadas, es decir, sobre más de una variable dependiente (op.
cit. ant.).
E l estudio científico de los grupos.., 269

4.2. El modelo de relaciones sociales

Kenny y sus cois. (1986, 1988; Kenny y La Voie, 1984; Yzerbit, Leyens y
Dupont, 1988) han desarrollado un procedimiento y un modelo matemático
que permite estudiar la interacción.
Este modelo presupone que las relaciones entre variables son lineales y
que el efecto de interacción se produce diádicamente. Este modelo, denomina­
do Modelo de Relaciones Sociales, se puede concebir com o una ampliación o
extensión generalizada del procedimiento antes descrito de Kraemer y Jacklin.
Su razonamiento es el siguiente: una conducta es una función del nivel
general de ella (constante o media general), de la capacidad del actor para emi­
tirla, del interlocutor o pareja del actor para evocarla en el otro, de la interac­
ción o relación diádica específica entre ambos y de una estimación de error.
Por ejemplo, podemos describir verbalmente este modelo así:

Puntuación de cuánto Jorge aprecia a Carlos = media general aprecio +


cuánto Jorge como actor aprecia a otros + cuánto Carlos com o pareja es apre­
ciado por otros + cuánto Jorge aprecia particularmente a Carlos o interacción
entre ambos + error o variabilidad.
Puntuación de cuánto Carlos aprecia a Jorge = media general aprecio +
cuánto Carlos com o actor aprecia a otros + cuánto Jorge com o pareja es apre­
ciado por otros + cuánto Carlos aprecia particularmente a Jorge o interacción
entre ambos + error o variabilidad.

Esta lógica se puede extender a conductas (verbales; cuánto Jorge habla a


Carlos y viceversa), a expresiones (faciales; cuánto Jorge le frunce el ceño a Car­
los y viceversa); y a percepciones (cuánto percibe Jorge que Carlos es expresivo y
viceversa).
Matemáticamente, el modelo es el siguiente:

Xijk = Mk + ai + bj + gij + e

donde Xijk es la puntuación X del actor «i» ante el estímulo o pareja «j» en el
grupo K. Mk es la media del grupo K. Los coeficientes «a» y «b», correspon­
den al peso «a» de la puntuación del actor «i» y al peso «b» de la puntuación
de la pareja «j».
El coeficiente «g» es el peso de la interacción específica entre el actor «i»
y la pareja «j». El último coeficiente es «e», el coeficiente de error.
Vamos a ignorar el componente grupal Mk y el de error e, y nos focaliza­
remos en los componentes actor, pareja e interdependencia o interacción. No
hay que olvidar que la fórmula anterior no es más que la modelización de lo
antes descrito.
Esta fórmula no hace más que repetir de forma abstracta que, en el caso
particular en que «i» o actor es Jorge y «j» o pareja es Carlos, la puntuación de
cuánto aprecia (o habla, o mira, o frunce el ceño o sonríe o evalúa positivamente)
Jorge a Carlos es una función del nivel base o medio del grupo (que ignoraremos
270 D. Páez, J. Marques y P. Insúa

de ahora en adelante); de la evaluación media (del tiempo medio que Jorge les
habla, les sonríe, les frunce el ceño o mira a los otros, o les evalúa positivamente)
que Jorge da a los otros, de la evaluación media que Carlos recibe de los otros
(del tiempo medio que se le habla, se le mira, se le sonríe, se le frunce el ceño),
de la evaluación específica que Jorge le da a Carlos o interdependencia relacional
o interacción que recibe (tiempo específico que Jorge a Carlos le habla, le mira, le
sonríe, le frunce el ceño); y por último de un término de error.
Si invertimos los términos, la fórmula es:

Xjik = Mk + aj + bi + gji + e

y su caso concreto es el de Carlos como actor y el de Jorge com o pareja.


Se repite todo lo antes dicho, cambiando a Jorge por Carlos y viceversa.
La puntuación que «j» o Carlos como actor le da a «i» o Jorge com o pareja, es
una función de la media grupal, de cuánto Carlos como actor aprecia a los
otros, de cuánto Jorge como pareja es apreciado, y de cuánto Carlos aprecia a
Jorge específicamente, además del término de error.
Mediante diferentes programas estadísticos (Soremo, Blocko) y a partir
de matrices de datos en los que los sujetos se evalúan, interactúan conductual-
mente, expresan emocionalmente o juzgan, se puede estimar este modelo. Se
necesitan al menos cuatro sujetos por grupo, más de diez y preferentemente
quince grupos y dos o más medidas por variable (ya sea en dos tiempos o más
o dos medidas o más en el mismo tiempo) para estimar la importancia de los
fenómenos antes descritos: el efecto del actor, el efecto de la pareja u otro y el
efecto de interacción.
La matriz de observación y de datos más común utilizada es aquella en
que todos los sujetos evalúan a todos; es el llamado diseño round robin (véase
el cuadro y el ejemplo matemático)
Respuestas de un diseño en que todos evalúan a todos de 0 = mal a 2 0 =
muy bien:

F ig u r a 2 . Estímulo pareja

Juez o Juan Pablo Miguel Guillermo Efecto


actor actor/fila
Juan — 12 12 15 39/3 = 13
Pablo 9 — 4 13 26/3 = 8,7
Miguel 14 9 — 15 38/3 = 12,7
Guillermo 11 8 7 — 26/3 = 8,7
Efecto pareja/
columna34/3 = 11,3 39/3 = 13 23/3 = 7,7 43/3 = 12,3

Con un diseño round robin se tienen tantas diadas com o N*(N- 1 )/2 , en
nuestro ejemplo 4 * ( 4 - l ) / 2 = 6 diadas. En este ejemplo, el efecto actor, es decir,
la media de respuestas del actor o juez o evaluador ante el conjunto de inter­
locutores, estímulos o parejas es el efecto fila.
Juan evalúa con una media de 13 a sus parejas.
El estudio científico de ios grupos...

El efecto pareja o media de respuestas de los otros a las personas com o


estímulos, parejas o interlocutores es el efecto columna.
Juan es evaluado como media 11,3.
En nuestro ejemplo, el más popular es Guillermo y el menos popular es
Miguel (examinando las columnas). El que más aprecia a los otros es Miguel y
los que menos aprecian son Guillermo y Pablo.
Utilizando diferentes estimadores, que no son los comúnmente usados en
el análisis de varianza, se puede establecer la importancia de la varianza expli­
cada por el actor, por la pareja y por la interacción (véase Kenny y La Voie,
1984 e Yzerbit, Leyens y Dupont, 1988 para presentaciones bastantes accesi­
bles de los aspectos estadísticos y algrebraicos de estos estimadores).
Los efectos del actor y de la pareja se estiman y hay una prueba estadísti­
ca para ellos. Para el efecto de interacción sólo hay una estimación de su
importancia, pero no una prueba de contraste (por problemas estadísticos).
La primera información que entrega el programa es entonces la impor­
tancia relativa de cada factor (en términos matemáticos, se divide la varianza
en una proporción explicada por el actor, otra por la pareja y otra por la
interacción) (Kenny, 1992).
Como ejemplo daremos el funcionamiento de 29 grupos de 128 sujetos,
que se evaluaban mutuamente en liderazgo y eficacia, en tres momentos dife­
rentes de un semestre.
Tenemos entonces dos medidas para una variable de competencia social
(competencia = liderazgo + eficacia), realizadas en tres tiempos y en 29 gru­
pos. Los porcentajes de la varianza explicada por el actor, por la pareja y por
la interdependencia o relación, fueron los siguientes:

Varianza explicada por


Actor Pareja Interacción o ;
Tiempo 1 27% 37% 36%
Tiempo 2 9% 40% 51 %
Tiempo 3 8% 48 % 44%

La varianza producida por el actor o juez muestra un declive temporal


claro. La varianza producida por la pareja o persona evaluada presenta un
incremento y la de la interacción es importante en todos los tiempos.
Esto quiere decir que la tendencia de unas personas a ver a las otras como
incompetentes y la tendencia de otras personas de percibir a las otras como com­
petentes, disminuye con el tiempo. En cambio, la tendencia de unas personas a ser
percibidas como competentes por los otros y la tendencia de otras personas a ser per­
cibidas como incompetentes por los otros, aumenta con el tiempo. La reciprocidad
o interacción específica se mantiene estable.
En términos substantivos, esto quiere decir que a medida que pasa el
tiempo en los grupos, el sesgo del actor o evaluador disminuye de importancia
y se incrementa la importancia de la pareja o probablemente de la actuación
del sujeto estímulo, mientras que la importancia de la interdependencia se
mantiene más o menos igual (Kenny, 1986).
272 D. Páez, J. Marques y P. Insúa

La revisión general de estudios realizada por Kenny y La Voie (1984)


muestra los siguientes resultados sobre percepción social y comunicación no
verbal, a partir de comparar la importancia de cada fuente de varianza. Com­
parando la importancia del juez o persona que percibe socialmente, con la de
la pareja o persona que es percibida socialmente, esta última explica una ma­
yor parte de la varianza que la anterior, explicando la interacción otra parte
substancial.
Esto quiere decir que hay en la percepción social bastante más consenso
sobre las personas que lo que se había pensado.
En lo referente a la comunicación no verbal, comparando la importancia
del receptor de comunicación no verbal o actor, con la del emisor de comuni­
cación no verbal o pareja, se ha encontrado una pequeña varianza explicada
por las capacidades del receptor o actor, y una gran cantidad de varianza
explicada por las capacidades del emisor o pareja; siendo también importante
la varianza explicada por la interdependencia.
Esto no quiere decir que la posición del perceptor no tenga influencia, ya
que en dos estudios de los tres revisados, la varianza explicada por el receptor
o actor fue significativa (aunque pequeña) (Kenny y La Voie, 1984).
Estos resultados referidos a percepción social y comunicación no verbal,
sugieren que hay bastante más estabilidad en la percepción y comunicación
social de la que se cree.
Si las varianzas son significativas o importantes (una varianza inferior del
diez por ciento es insuficiente), se pueden establecer las correlaciones entre
efectos actor, pareja e interacción para diferentes variables. La correlaciones
pueden seV individuales, entre actor y pareja. Estas correlaciones de nivel indi­
vidual constatan en qué medida si el actor aprecia a los otros en general, es
apreciado a Su vez por ellos (*'' 'se dibujo).

ilaciones
les diádicas

i + gv + e
£ %

+ ga + e

PatSi o itivas) entre la evaluación del ac-


O <j\
Miguel o, % «s % el actor evalúa positivamente a
Guillermo 'fe v*
'ositivamente (las personas que
Efecto pareja/
‘ % A
n^ C%%!
o 'A, ^ . las personas que sonríen más,
columna %
h rkh Si \cciones (véase dibujo ante-
Con un diseño roundf^C v P0 ^ "sona evalúa positivamente
nuestro ejemplo 4*(4-l)/2 = 6 al ^ & sonríe más o le observa
la media de respuestas del actor o°, t-
locutores, estímulos o parejas es el efeS* <§., indicando que la corre-
Juan evalúa con una media de 13 a sui •nentos:
E l estudio científico de los grupos... 273

Correlación intraclase = correlación individual + correlación diádica

Expresado en una forma diferente, la correlación diádica o entre efectos


de interdependencia es la correlación intraclase estimada a partir de las dia­
das, controlando estadísticamente la correlación entre el efecto actor y pareja
genérico.
En una investigación desarrollada por Kenny y cois, sobre la evaluación
positiva o apreciación entre sujetos, el coeficiente de correlación individual
fue de -0,38; lo que sugiere que mientras más una persona aprecia a las
otras, menos las otras lo aprecian a el. Sin embargo, el coeficiente diádico
fue de 0,65; mostrando que había una reciprocidad específica entre que A
aprecie B y viceversa (Kenny, 1986; 1988). Es decir, si controlábamos estadís­
ticamente el efecto actor y pareja, aparecía un efecto de interdependencia
significativo.
Revisando 19 investigaciones, y concibiendo a la reciprocidad como expre­
sándose en la correlación diádica, Kenny y La Voie (1984; Kenny, 1992) encon­
traron que en las relaciones a largo plazo, existía una reciprocidad de atracción
o apreciación; si A se sentía atraído por B, a su vez B se sentía atraído por A.
Investigaciones puntuales habían llevado a la Cbnclusión contraria, que no había
relaciones de reciprocidad en relación a la atracción mutua.
Si hay correlaciones significativas entre la evaluación y otra variable
(supongamos la conducta prosocial) esto quiere decir que hay congruen­
cia; mientras más aprecio a otro, más realizo conductas prosociales delante
de él.
Estas correlaciones se pueden establecer a nivel diádico e individual.
Supongamos que tenemos un diseño multivariado con conductas expresi­
vas (sonreír) y evaluación o aprecio. El programa Soremo permite extraer,
además de las correlaciones y proporciones de variánza antes descritas, las
siguientes correlaciones:

Individuales.
1. Los sujetos que aprecian más a los otros, en general sonríen más a los
otros (correlación individual actor-actor o de congruencia).
2. Los sujetos que aprecian más a los otros, provocan más sonrisas en los
otros (correlación individual actor-pareja o de reciprocidad cruzada).
3. Las personas que son más apreciadas por los otros, tienden a sonreír
más (correlación individual pareja-actor o de reciprocidad cruzada).
4. Las personas que son más apreciadas, tienden a evocar o a provocar
más sonrisas en los otros (correlación individual pareja-pareja o de congruen­
cia invertida).

Diádicas.
5. Si A aprecia más a B, A sonríe más a B (correlación diádica de con­
gruencia o intrapersonal).
6. Si A aprecia más a B, B sonríe más a A (correlación diádica interper­
sonal) (Kenny y La Voie, 4984).
274 D. Páez, J. Marques y P. Insúa

Supongamos que la correlación actor-actor entre apreciar y sonreír sea


significativa y positiva, de 0,60. Esto indica que si una persona aprecia a las
otras, tiende a su vez a sonreírles.
Supongamos que la correlación pareja-pareja entre apreciar y sonreír sea de
0,30, positiva y significativa. Esto significa que si una persona tiende a ser apre­
ciada por los otros, a su vez tiende más a evocar o*producir sonrisas en los otros
(aunque la correlación de congruencia sea menor que en el caso anterior).
La correlación intrapersonal entre apreciar y sonreír implica que la mis­
ma persona es el actor en cada variable. Esto quiere decir que se examina la
correlación entre el nivel en que A aprecia específicamente a B, con el nivel en
que A le sonríe específicamente a B.
Por el contrario, la correlación interpersonal examina la asociación entre
la relación específica de aprecio de A con B, con la relación específica de
sonreír de B a A.
Supongamos una correlación negativa y significativa de -0,30; entonces si
A aprecia a B, B tiende a no sonreírle a A (Kenny, 1992).

4.3. Limitaciones del Modelo de Relaciones Sociales y efectos grupales

El Modelo de Relaciones Sociales se apoya en algunos supuestos, que lo


limitan.
Primero, presupone que los efectos se combinan aditivamente y que las
relaciones entre variables son lineales. En lo referente a lo primero, el modelo
aditivo y lineal es bastante robusto, aunque es de suponer que no todas las
relaciones son lineales (van de forma simétrica de más a menos).
Segundo, presupone que no hay efecto de orden (que la primera evalua­
ción sigue la misma lógica que la última). Sin embargo, es evidente que a
medida que los sujetos van avanzando en sus juicios o conductas, se pueden ir
haciendo más confiados y seguros (y dar puntuaciones más extrema al final
que al inicio, por ejemplo). Igualmente, hay efectos de contexto y de contraste
(si mi primera pareja es muy desagradable, esto me puede arrastrar a anclar
mis juicios en un área negativa o al revés a provocar un efecto de contraste y
de rebote y a evaluar mucho más positivamente a los siguientes).
T ercero, e ) M údelo¿presu pon e p u e Jos s¿/JeJos s e ha/? £Y¿raJd¿? d e fo rzo s
afeatoría de fa poó/acíón y que ía interacción social es exclusivamente diádica.
Es decir, el grupo se reduce a las relaciones diádicas entre los sujetos (véase
Ayestarán, Arróspide y Mtz.-Taboada (1992) para una presentación en caste­
llano del Soremo y una crítica a la concepción reduccionista del grupo implí­
cita en el Soremo). Cuando se trabaja con grupos naturales o cuando hay
efectos de grupos, este modelo es insuficiente. Por ejemplo, investigando la
relación entre diadas formadas por estudiantes que vivían en el mismo piso, y
que por ende tenían una alta similaridad y atracción mutua en general, se
encontraron resultados estadísticamente anómalos; mostrando la fragilidad
del modelo cuando se rompe el supuesto de independencia y aleatorización de
los grupos (Kenny y La Voie, 1984).
E l estudio científico de los grupos... 275

Hasta aquí nos hemos centrado en los efectos actor, pareja e interdepen­
dencia o interacción. De hecho, son estos efectos los que analiza el Soremo
(véase en la nota al final como se puede obtener el Soremo).
Sin embargo, en el modelo, la media del grupo, si hay varios grupos,
refleja el efecto del grupo.
Expresado verbalmente, si los efectos son únicamente de actor, pareja y
de interdependencia, las medias de los diferentes grupos no deberían ser muy
diferentes y sus diferencias deberían ser explicadas por los efectos individuales
(actor, pareja) y diádicos (interdependencia).
Sin embargo, en ocasiones se ha encontrado que la varianza entre grupos,
1a diferencia de medias entre grupos, puede ser importante. Por ejemplo,
Kenny y Nasby (1980, citados en Kenny y La Voie, 1984) encontraron que la
media de atracción entre grupos variaba de forma importante. Algunos grupos
apreciaban mucho a sus miembros y otros muy pocos. Esto significa que
había varianza entre grupos que no respondía únicamente a los efectos del
actor, de la pareja ni a las interacciones dos a dos.
Cuando hay varianza importante entre grupos, se puede interpretar como
evidencia de que existen normas grupales.
La revisión de datos de Kenny y La Voie (1984) indica que, utilizando
este criterio estadístico, existen normas grupales para la atracción, pero no
para el liderazgo.
El modelo anterior puede ser reformulado de la siguiente manera, para
dar cuenta de los efectos grupales, diferentes de los efectos de interacción:

Dados X ijkm, donde sujeto i actor, sujeto j pareja, m igual media grupo y
k especifica el grupo,
Xijkm = Um + a im + b jm + g ijm + e ijk m
Yijkm = U’m + a’ im + b ’ jm + g' ijm + e ijk m
Verbalmente, esto quiere decir que hay cuatro niveles de efectos y correla­
ciones (supongamos que X es apreciar e Y sonreír):
a) la correlación entre nivel grupal de Um con Um’]
b) la correlación díadica de g ijm con g’ijm;
c) las individuales a y b con a’ y b';
d) las de error (Kenny y La Voie, 1984).

Kenny y sus cois, han propuesto que para grupos en los que cada miem­
bro da una sola puntuación, se puede plantear que ésta es función de un
componente grupal y de un componente individual (resaltemos que el compo­
nente de interacción díadica y el componente de la pareja se eliminan en esta
formulación).
Aunque simplificado, este modelo permite diferenciar los efectos indivi­
duales de los grupales y permite examinar la mayoría de las matrices de datos
obtenidas en estudios de grupos y de organizaciones (Kenny y La Voie, 1985).
Su formulación algebraica es:
Xik = Um + a im + e im [Kenny y La Voie, 1984; 1985].
276 D. Páez, J. Marques y P. Insiíc

En los posteriores apartados, desarrollaremos esta idea de descomponer


la asociación entre dos variables individuales en componentes grupales e indi­
viduales.
Aunque elaborados al margen del Modelo de Relaciones Sociales, las dis­
cusiones sobre niveles de análisis colectivos frente a individuales y la estima­
ción de sus efectos, convergen con el anterior en buscar contrastar formaliza-
damente la influencia de variables de relación social de un grado superior a la
interacción díadica.
Para esta última estimación, el Soremo y el modelo de Kenny son indis­
pensables.
Para modelos e indicadores de nivel grupal, superior al díadico, hay que
utilizar procedimientos más sencillos y rudimentarios, como los que describi­
mos más abajo.

5. Niveles de análisis colectivos: problemas teóricos


y metodológicos

Varias líneas de desarrollo sobre el análisis de constructos y procesos colec­


tivos se han dado recientemente en el área de la psicología organizacional, por
un lado, y en el área de la psicología social básica por el otro (Pfeffer, 1985;
González y Peiró, 1992; Ross y Nisbett, 1991; De Rivera, 1992; Pennebaker,
1990, 1993; Páez y Asun, 1992; Jodelet, 1992; Páez y Basabe, 1993). Desde la
psicología social ibérica y latinoamericana también se ha desarrollado un interés
teórico por recuperar niveles de análisis propios de la psicología colectiva (Mon­
tero y Blanco, 1992; Femández-Christlieb, 1989; Garzón y Rodríguez, 1989).
Con diferentes matices, estas aproximaciones buscan comprobar como
constructos e indicadores de nivel superior al individual se asocian entre ellos.
Se postulan procesos que si bien se apoyan en actividades individuales y
se actualizan en ellas, tienen una autonomía y eficacia propia (así se habla de
procesos colectivos de memoria, de clima emocional, de clima organizacional,
de valores y sistemas culturales, etc.).
Desde un punto de vista metateórico, es decir, filósofico y explicativo ge­
neral, estas aproximaciones se oponen al individualismo metodológico. Este
último postula desde una perspectiva individualista y racionalista, que los pro­
cesos psicosociales y sociales se explican mediante la simple suma de procesos
y actos individuales; orientados a minimizar los costes y a maximizar los be­
neficios (Coleman, 1986; Wacquanty Calhoun, 1989; Pfeffer, 1985).
Los análisis que presuponen constructos colectivos se apoyan en tradicio­
nes psicosociológicas que postulan que el todo es más que la simple suma de
las partes y que existen hechos sociales; que se autonomizan e imponen a los
sujetos, aunque se originen en sus interacciones o en el pasado histórico (Co­
leman, 1986).
Esta perspectiva dentro de la psicología social, busca particularmente la
articulación entre lo micro y lo macro (Doise, 1982; Páez, Valencia, Morales,
Sarabia y Ursúa, 1992). Además, busca investigar cómo los procesos «macro-
El estudio científico de los grupos... 277

psicológicos» producen efectos macro-estructurales (sin caer en entidades


ideales com o el «alma del pueblo» ni en la asignación de atributos psicológi­
cos a entidades e instituciones). Se postula que existen procesos psicológicos
que trascienden lo individual, aun cuando se manifiesten a través de los indi­
viduos. Esta trascendencia se da tanto en el input, ya que estos procesos se
apoyan en actividades compartidas y en estilos de pensar y sentir dados por
las prácticas y símbolos sociales, como en el output, ya que se cristalizan en
productos culturales formales (normas y reglas institucionales) o informales
(normas implícitas y de grupos).
Dos elementos fundamentales de los procesos colectivos, consisten en que
son externos y no ocurren sólo «dentro de la piel» del sujeto, y que están
distribuidos socialmente; y segundo, que se apoyan en interacciones, institu­
ciones y representaciones compartidas socialmente (Wertsch, 1991; Garzón y
Rodríguez, 1989).
Hablar de memoria colectiva no niega que la memoria sea una actividad
típica de los individuos, pero agrega que el proceso de memoria se apoya en el
procesamiento interpersonal de la información.
También pone de relieve que la información que se recuerda está distri­
buida entre los miembros del grupo y que la memoria social es más que la
simple suma individual de los recuerdos individuales.
Además, afirmar que la memoria es un proceso colectivo, recalca que
objetos semióticos (obras de arte, esculturas, etc.) e instituciones (prácticas
consolidadas, actividades de conmemoración, etc.), sirven de mediación y apo­
yo externo al recuerdo y al olvido.
Por último, esta perspectiva indica que hay efectos globales del recuerdo
y del olvido social que no tienen porqué ser dependientes directamente de
actividades individuales conscientes y voluntarias (Garzón y Rodríguez, 1989;
Jodelet, 1992; Páez y Basabe, 1993).
Si una de las limitaciones que explicaban la dificultad del estudio de los
procesos grupales era la incapacidad de los modelos estadísticos para analizar
datos dependientes, otra limitación importante es la dificultad para reunir y
contrastar indicadores colectivos.
Basar la investigación en constructos colectivos, como la cultura o el cli­
ma organizacional; permite estudiar el funcionamiento macrosocial de las ins­
tituciones y grupos; y esto exige indicadores colectivos.
La perspectiva antes expuesta, busca investigar lo que se denominaba his­
tóricamente la psicología de masas, la psicología colectiva y que en la actuali­
dad se denomina «macropsicológico» o los aspectos subjetivos compartidos
socialmente y que tienen un efecto en la dinámica social (el estado de ánimo
de las masas, el aprendizaje de las masas, las emociones y pensamientos co­
lectivos, las tradiciones simbólicas (Katona, 1979; Páez, 1982).
Podríamos definir más precisamente a lo macropsicológico com o los pro­
cesos y efectos de la cristalización de las emociones, intenciones y percepcio- ~
nes individuales en climas o fenómenos grupales emergentes. Los indicadores
construidos por agregación global a partir de respuestas individuales de acti­
tudes, emociones, percepciones, juicios e intenciones de conducta los definire­
mos com o indicadores macropsicológicos (Katona, 1979).
278 D. Páez, J. Marques y P. Insúa

Por indicadores agregados nos referimos a medidas de tendencia central


y de dispersión obtenidas a partir de respuestas individuales (Pfeffer, 1985;
Lincoln y Zeitz, 1980; González y Peiró, 1992). Por ejemplo, las respuestas de
los sujetos a escalas de actitud serían un indicador individual. La media gru­
pal de estas mismas escalas sería un indicador colectivo y representaría a la
norma grupal (Kenny y La Voie, 1985).
Todos los indicadores que se refieran a atributos estructurales, organiza-
cionales o a patrones de conductas colectivas, los consideraremos com o indi­
cadores macrosociales,
El análisis de procesos colectivos implica el contraste de modelos holísti-
cos mediante la puesta en relación de los indicadores macrosociales y ma-
cropsicológicos. Las diferencias macrosocial, microsocial e individual son evi­
dentemente relevantes; pero, para no complicar la discusión colapsaremos lo
macro y lo micro, oponiéndolo a lo individual.
Esta clasificación es sólo una tentativa de tipologización y no prejuzga
sobre el carácter ontológico de los niveles de análisis.
Empíricamente, un análisis colectivo implica el tener indicadores macroso­
ciales «objetivos» (número de manifestaciones, nivel de paro, porcentaje de la
población inmigrada, etc.), e indicadores macrosociales «subjetivos» (medias,
modas o juicios globales realizados por expertos e informadores claves sobre
procesos sociales). Los primeros se obtienen de datos de archivos y mediante
análisis de los documentos oficiales de las organizaciones. Los segundos me­
diante la entrevista a informadores claves (Lincoln y Zeitz, 1980; Glick, 1988).
También implica tener indicadores macropsicológicos, ya sean de nivel
grupal directo (decisiones de grupos, opiniones de grupos recogida mediantes
grupos focalizados) o indirecto (medias simples, medias ponderadas, modas,
rangos y desviaciones típicas extraídas de grupos de respuestas individuales).
Por ejemplo, si queremos constatar la relación entre estructura social y
clima grupal, necesitamos indicadores macrosociales objetivos (tamaño del
grupo, tipo de tarea, ingresos) y macrosociales subjetivos (evaluación por ex­
pertos del clima de los grupos). También necesitamos indicadores grupales
directos (discusiones grupales sobre el clima predominante), que a su vez se
puedan comparar con encuestas individuales de bienestar y percepción del
clima social. Estas últimas permitirán tanto la elaboración de indicadores ma­
cropsicológicos o grupales indirectos (medias, modas de acuerdo con valores,
percepción del clima grupal de los grupos pertinentes) así como la constata­
ción de las relaciones a nivel individual entre los indicadores.
Un análisis de este tipo exige tener indicadores de grupos en posiciones
sociales, y/o en momentos históricos y sociedades diferentes. Presupone que
los procesos grupales son más que un resultado simple de las actividades indi­
viduales.
Desde la psicología social, Sherif fue uno de los primeros en postular y
mostrar cómo ¡as normas sociales eran más que la simple suma de las deci­
siones individuales y que tenían una «vida propia». Una vez establecida una
norma de juicio, ésta se transmitía a otros sujetos y no era la simple media de
los juicios individuales (para una descripción del experimento clásico de She­
rif, véase Sherif, 1973). Algunos autores han criticado a la tradición de Sherif
E l estudio científico de los grupos... 279

y Asch por no ser suficientemente colectivista, al reducir lo social a la interac­


ción cara a cara y por plantear una concepción individualista del sujeto (véase
Garzón y Rodríguez, 1989, para una argumentación extensa). En nuestra opi­
nión Sherif, Asch, y su tradición experimentalista postula claramente que la
formación de normas y de juicios sociales, mediante la interacción cara a cara
o con el grupo, reflejan los valores y normas culturales y que enmarcan la
actividad posterior de éste (Sherif, 1982, 334).
Empíricamente, en las investigaciones de Sherif y posteriores, las respuestas
de los sujetos a las escalas de juicio representaban la disposición individual y la
moda del grupo era un indicador de la norma grupal (Kenny y La Voie, 1985).
Otra tradición importante que ha mostrado empíricamente las diferencias
existentes entre los actos individuales y los colectivos, es la tradición de la
toma de decisiones en grupos. Esta ha mostrado consistentemente que las
decisiones grupales son más extremas que la simple adición de decisiones
individuales en más de 300 experimentos.
Las decisiones grupales son en general más polarizadas en dirección a la
actitud original del grupo. Por ejemplo, si los miembros del grupo estaban a
favor del aborto individualmente, la toma de decisión o posición después de
una discusión grupal, será aún más pro aborto.
El paradigma clásico consiste en que los sujetos evalúen un objeto, tomen
una decisión, emitan una opinión o evaluación, etc. y que posteriormente re­
pitan la misma decisión, pero, después de una discusión de grupo.
Señalemos que esta tendencia a la polarización en ocasiones tomaba la
forma de decisiones más arriesgadas que las individuales.
Ahora bien, esta tendencia al riesgo disminuye si la toma de decisiones se
da sobre alternativas reales importantes (Barón, Kerr y Miller, 1992).
Empíricamente, las opiniones previas representaban las disposiciones indivi­
duales y la media grupal post discusión representaba la norma grupal emergente.
En la siguiente investigación vamos a ver com o la afectividad influye en
esta polarización grupal y como la discusión grupal modera los efectos de la
afectividad en la percepción.
La figura 3 muestra los resultados de una investigación de Forgas. En ella
las personas evaluaban, estimaban la competencia y la confianza de personas
pertenecientes a diferentes categorías sociales (granjeros, etc.). Las personas res­
pondían individualmente y dos semanas después, en grupo. Antes de cada jui­
cio, se indujo mediante la visión de filmes un estado de ánimo neutro, positivo o
negativo.
Se encontró el efecto clásico de congruencia afectiva: los juicios eran más
positivos en un buen estado de ánimo que en un mal estado de ánimo. Tam­
bién se encontró el efecto de polarización grupal: los juicios eran más extre­
mos cuando se hacían grupalmente. Coherentemente con lo anterior, la discu­
sión de grupo polarizaba positivamente los juicios en un estado de ánimo
positivo. Sin embargo, la discusión grupal eliminaba o contrabalanceaba la
distorsión negativa en un estado de ánimo triste. En otras palabras, en un
estado de ánimo negativo, la discusión grupal llevaba a juicios más pondera­
dos (Forgas, 1991).
280 D. Páez, J. Marques y P. Insúa

F ig u r a 3. Efecto del estado de ánimo en los juicios individuales sobre tres


dimesiones de juicio: la discusión grupal polariza las distorsiones afectivas
positivas, eliminando las distorsiones afectivas negativas en los individuos (los
juicios se realizan mediante una escala de 6 puntos que va desde -3 hasta +3)

Media de juicios

-0.5 Individuo Grupo Individuo Grupo Individuo Grupo

Evaluación Competencia Confianza

Estado de ánimo:
m positivo neutro [ [ negativo

Estos resultados se pueden interpretar de dos maneras. Primero, el hablar


grupalmente sobre los estímulos permite contrarrestar los efectos distorsiona-
dores negativos de la afectividad. Segundo, si se acepta que el estado de áni­
mo negativo se asocia a la prueba de realidad y a un procesamiento cuidadoso
de la información (Páez y Carbonero, 1993), vemos cómo este efecto se ve
reforzado en una discusión de grupo.
Este es otro ejemplo de cómo los procesos grupales modulan las asocia­
ciones encontradas a nivel individual.
Resumiendo las investigaciones antes examinadas, la importancia de los
procesos grupales y colectivos y su diferencia de las opiniones, decisiones y
conductas individuales se afirman tanto por presuposiciones teóricas, como
por los resultados de formación de normas grupales y de toma decisiones en
grupos, que muestran que las opiniones y decisiones grupales son cualitativa­
mente diferentes de las individuales.
Otros resultados que provienen del estudio de los movimientos sociales
reafirman la diferencia entre constructos individuales (como las emociones y
juicios sobre sí mismo o individuales) y constructos colectivos (como los jui­
cios y emociones percibidas por el sujeto ante entidades colectivas).
Primero, está ampliamente demostrado que la deprivación relativa y la
sensación de injusticia individual, autorreferente o personal, no se asocia con­
El estudio científico de los grupos... 281

sistentemente a formas de participación política. En cambio, la deprivación y


la injusticia evaluada sobre el grupo de referencia, sí muestran una relación
con la participación política (Guimond y Dubé, 1983; De Rivera, 1992).
En otras palabras, que uno se sienta enfadado y que sienta que la situa­
ción personal es injusta y que no tiene lo que espera, no se asocia a la partici­
pación sociopolítica.
En cambio, si uno percibe que su grupo de referencia no tiene lo que se
merece o se espera que tenga, y siente enfado por ello, es más probable que
participe en actividades sociales y políticas.
En el mismo sentido de mostrar la diferencia entre asociaciones a nivel
psicológico y a nivel macropsicológico, el cálculo individual de costes benefi­
cios generalmente no predice bien la participación política. Lo que uno gane y
pierda referido a su interés personal no tiene relación con la participación
sociopolítica. En cambio, la aceptación de los bienes u objetivos colectivos (lo
que uno valora y espera que su grupo debe obtener) y la de los motivos socia­
les (expectativas de reacción de los otros), predicen mucho mejor la participa­
ción (Klandermans, 1984; Páez, Echebama y Valencia, 1988; Valencia, 1990).
Estos resultados empíricos reafirman la idea que los juicios y sentimien­
tos o emociones realizados sobre grupos, son diferentes de las emociones y
juicios sobre sí mismo; así como que estos juicios y emociones sobre catego­
rías y grupos están más asociados a la emergencia de movimientos sociales y
conductas colectivas.
Por último otros resultados sugieren que la asociación entre indicadores
obtenidos a partir de datos agregados funciona a veces de forma diferente que
indicadores similares individuales, es decir, que la asociación entre datos ma-
cropsicológicos y comportamientos colectivos no sigue necesariamente la mis­
ma lógica que la asociación entre indicadores psicológicos y conductuales in­
dividuales.
Las medidas agregadas de bienestar económico predicen bien los ascen­
sos y descensos del partido gobernante. Cuando se compara la evolución de
indicadores globales subjetivos (media general de evaluación del bienestar
subjetivo actual comparado con el de dos años atrás) con la evolución del
apoyo político (votación a favor del partido gobernante en las elecciones par­
lamentarias), ésta es congruente.
Si las medias de las encuestas encuentran que los votantes se sienten
mejor ahora que hace dos años, se vota al partido gobernante. Si las medias
de encuestas muestran que los votantes se encuentran peor ahora que hace
dos años, se vota a la oposición.
Destaquemos que los análisis se hacen comparando años y asociando me­
dias globales de encuestas de opinión con porcentajes de votación a partidos
(Lau, 1990).
En cambio, cuando se aplica una lógica de costes-beneficios a nivel del
votante individual ésta funciona mucho peor. Que el votante esté cesante o en
el paro, que haya sufrido la inflación, etc. no tiene mucha relación con su
apoyo al gobierno o a la oposición (al menos para períodos sin crisis extremas
y en el contexto de la cultura política norteamericana) (Lau, 1990).
De forma más global, empíricamente se ha encontrado que los indicado­
282 D. Páez, J. Marques y P. Insúa

res macropsicológicos o subjetivos agregados son más fiables (más estables y


menos sujetos a variaciones debido a error) que los indicadores subjetivos o
psicológicos individuales (Cook, Campbell y Peracchio, 1990). También se ha
demostrado que los indicadores subjetivos agregados son mejores predictores
de conductas (agregadas o colectivas) que los indicadores subjetivos individua­
les. Recordemos los datos antes mencionados, en el sentido de que la media
de actitud político-económica (media global de la percepción del bienestar
económico) predecía mejor la evolución del voto para el partido gobernante,
que la relación entre actitud individual e intención de voto.
En el mismo sentido se puede mencionar que la relación entre medidas
agregadas de actitud económica (media global de pesimismo u optimismo) y la
conducta económica (medias de ventas de coches, recesión económica) es mu­
cho más satisfactoria y regular, que su equivalente individual (Katona, 1979).

5.1. Problemas de la investigación colectiva

Hasta ahora hemos mencionado los aspectos y resultados que apoyan la


investigación colectiva. Ésta también tiene limitaciones.
Una primera limitación es su gran coste: la investigación de tipo colectivo
implica grandes muestras y variabilidad entre grupos e instituciones. Por
ejemplo, Hofstede (1980) contrastó la asociación entre el tamaño de la empre­
sa, la situación económica de ésta y la media grupal de cuestionarios sobre
valores. Este análisis correlacional lo amplió a un análisis factorial (análisis
factorial ecológico) en el que constató las dimensiones que oponían cultural­
mente a los grupos de organizaciones laborales. Confirmó que un indicador
colectivo económico (producto bruto per capita del país) se asociaba significa­
tivamente (+0,82) a la media grupal por país de individualismo (Smith y
Bond, 1993).
Otra investigación de este estilo contrastó asociaciones entre variables de
nivel social (ingreso per capita) con la media global de cada país en una en­
cuesta transcultural sobre vivencia emocional. Entre las preguntas había cues­
tiones sobre la duración, la intensidad, el tiempo que había transcurrido y a
qué causa atribuían episodios emocionales de miedo, alegría, enfado, y triste­
za (Wallbott y Scherer, 1988).
Con respecto a la influencia de la estructura social en las emociones, los
resultados de esta encuesta transcultural sobre la vivencia emocional, conclu­
yen que los sujetos de los países pobres informaban de experiencias emocio­
nales menos recientes, de más duración y más intensas.
Estos sujetos atribuían la causa de estos sucesos a la suerte y a los otros,
mientras los sujetos de países ricos se la atribuían más a sí mismos (Wallbott
y Scherer, 1988). Como los mismos autores apuntan, una interpretación de
estos datos puede ser la marxista clásica (la estructura económica determina
las condiciones de vida y la conciencia, y entre otras cosas la calidad de la
vivencia emocional). La explicación sería que en los países pobres las perso­
nas se enfrentarían a sucesos de carga afectiva más severos y menos contro-
EL estudio científico de los grupos...
283

jabíes, según indicaría su atribución de causalidad a otros y a la suerte, por lo


que la vivencia emocional sería mayor.
Estas investigaciones, además de reafirmar la asociación entre estructura
social, valores y vivencia emocional, sirven para mostrar el valor heurístico de
la investigación de nivel colectivo, de indicadores agregados.
Por otro lado, además de su coste, estas investigaciones también ponen
de relieve los otros problemas básicos de las investigaciones colectivas.
Estos problemas son cuatro-.

a) ¿Son válidas transculturalmente las preguntas y respuestas sobre emo-


cusoas ^ Qwsvxespetíua este cpt asSsrmar me&anYe
análisis cualitativos (informantes claves, inmersión en la cultura) y cuantitativos
(factoriales, escalonamientos dimensionales a partir de asociación de palabras,
de respuestas al diferencial semántico, etc.) que e\ significado de las preguntas y
respuestas son similares o comparables, es decir, que son contextualmente simi­
lares a nivel de significado (Smith y Bond, 1993; Marín y Van Oss, 1991).
b) ¿Son comparables transculturalmente las escalas de respuesta o las
medias y dispersiones en cada unidad de análisis colectivo? Se sabe que hay
generalmente diferencias de medias significativas de medidas psicosociales en­
tre culturas (por ejemplo en el cuestionario de Instrumentalidad-Masculinidad
y de Expresividad-Femineidad de Bem). En ocasiones estas diferencias refle­
jan no sólo diferencias culturales, sino que una mayor reticencia o tendencia a
utilizar las respuestas extremas (Smith y Bond, 1993). En otros términos, aun­
que la escala de respuesta sea materialmente la misma, los sujetos de cultura
diferente tienen escalas de respuestas subjetivas diferentes.
Como una solución a esta problemática, cuando se analicen indicadores
subjetivos, estos se pueden normalizar a partir de su propio contexto. Por ejem­
plo, se puede trabajar con puntuaciones medias estandarizadas de valores, reali-
zásidessu m íü 'a y 'desviación tip'ica de cada
muestra. Así se pueden contrastar relaciones y estructuras entre unidades colec­
tivas, controlando las diferencias de medias y variabilidad entre países (Smith y
Bond, 1993). Recordemos brevemente que estandarizar una variabíe consiste en
restar a la puntuación directa la media y dividirla por la desviación típica (a su
vez raíz cuadrada de la suma de las puntuaciones individuales menos la media,
al cuadrado, dividido por n). Su efecto es provocar medias y desviaciones igua­
les entre muestras (en cualquier libro básico de estadística se encuentran las
fórmulas y los programas actuales estandarizan las variable con un comando).
Cuando los indicadores sean de tipo objetivo y se busquen variaciones
intra e interpaíses, lo mejor es utilizar indicadores basados contextualmente.
Por ejemplo, tasas de incremento anual de ingreso per cápita o tasas de incre­
mento de conductas colectivas (votos, crímenes, suicidios, participación políti­
ca, conductas antisociales). Estas tasas se elaboran en relación a la línea base
particular del colectivo de referencia, están basadas contextualmente, son sen­
sibles al cambio y permiten al mismo tiempo comparaciones intra e inter
(Teune, 1990; Pennebaker, 1992).
c) ¿Se habrán elegido adecuadamente las unidades de análisis? ¿No ha­
brá una variabilidad importante ignorada dentro de los países (por ejemplo,
284 D. Páez, J. Marques y P. Insúa

diferencias entre tipos de trabajadores o diferencias sexuales)? Veremos más


adelante com o enfrentar este problema.
d) ¿Las relaciones comprobadas, son válidas a nivel global y/o a nivel de
respuestas individuales? También examinaremos este problema en detalle, ya
que junto con el anterior forman el meollo de la investigación colectiva. Clási­
camente, al generalizar a partir de relaciones entre datos agregados a relacio­
nes individuales se le denominó falacia ecológica. Se calificaba de falacia eco­
lógica a las inferencias erróneas que se cometen cuando las asociaciones que
se observan entre medidas agregadas son extrapoladas a las unidades o medi­
das cuyas medidas o respuestas se agregaron (González y Peiró, 1992). Por
ejemplo, supongamos que en la provincia vasca donde hay más población
femenina, es más alta la votación al nacionalismo radical (HB). Afirmar que
las mujeres votan más a HB a partir de esas asociaciones agregadas es come­
ter una falacia ecológica (de hecho las mujeres votan menos que los hombres
al nacionalismo radical).

Una falacia opuesta, sugerida en González y Peiró (1992) sería la siguien­


te: constatamos una asociación positiva entre autonomía personal y rendi­
miento individual en las respuestas individuales a encuestas. De ahí inferimos
que las instituciones descentralizadas son más eficaces. Se trata en el fondo de
pasar sin justificación teórica ni constatación empírica de un nivel de análisis
(individual) a otro (institucional).
Los análisis colectivos implican «trabajar» sistemáticamente sobre la fala­
cia ecológica y comparar relaciones a diferentes niveles.
Por ejemplo, las personas de mayores ingresos estaban más a favor de la
creación de la CEE en varios países donde se realizaron encuestas, aunque el
apoyo a la CEE era mayor en los países más pobres de Europa. A nivel colecti­
vo, comparando las medias de ingreso por país con la media global de acuerdo
con la CEE, había una asociación negativa. A nivel individual, había en varios
países una asociación positiva entre el monto de los ingresos individuales y el
apoyo a la CEE. Hay dos procesos diferentes: uno colectivo internaciones, que
muestra que son los países de «furgón de cola» los más interesados en ampliar y
consolidar la CEE. Otro, en que los sectores de menores ingresos (agricultores,
ganaderos, etc.) temen la integración en la CEE por una visión negativa de sus
expectativas económicas ante las condiciones más competitivas que se avecinan.
Recordemos que empíricamente se ha encontrado que los indicadores
macropsicológicos o agregados son más fiables y mejores predictores de con­
ductas (agregadas o colectivas) que los indicadores individuales.
Sin embargo, nuestra posición es que la comparación de datos macrosocia­
les y macropsicológicos con los individuales tiene más importancia que el carác­
ter más fiable y válido predictivamente de los datos agregados. También nos
permite superar ciertas dicotomías estrechas en la investigación psicosocial.
En el área de la investigación en organizaciones, se oponen dos tradicio­
nes en la estimación de constructos colectivos, como el clima organizacional.
Una objetivista, que lo define a partir de indicadores estructurales. Otra subje-
tivista, que define al constructo como el acuerdo o consenso de las percepcio­
nes individuales (De Rivera, 1992; González y Peiró, 1992).
E l estudio científico de los grupos... 285

Nuestra opinión es que se trata de constructos que deben ser factibles de


triangulación entre niveles y entre tipos de indicadores. La triangulación es la
comparación de fenómenos similares a partir de observaciones y análisis de
datos obtenidos con al menos tres instrumentos diferentes metodológicamente
o de diferentes nivel de análisis. Este procedimiento nos permite superar la
oposición entre objetivistas y construccionistas.
Para aplicar este procedimiento debe haber indicadores objetivos de nivel
macrosocial e indicadores subjetivos de nivel macrosocial. También debemos
recoger indicadores macropsicológicos o grupales directos e indirectos (obte­
nidos a partir de la agregación de respuestas subjetivas de nivel individual).
Estos últimos deben contrastar que se dé una homogeneidad de percepción y
no presuponerla (véase Doise, Clemente y Lorenzi-Cioldi, 1992; para los crite­
rios de consenso y de estructuración de respuestas, individuales que permiten
inferir representaciones colectivas).

5.2. Validez convergente entre macropsicológico y macrosocial

Un primer prerrequisito de la aproximación colectiva, es el de mostrar la


validez convergente de los indicadores macropsicológicos con indicadores ob­
jetivos.
Para hacer menos árida esta exposición, nos apoyaremos en un ejemplo
específico. El clima organizacional o el clima emocional, como ejemplos, son
fenómenos colectivos, por lo que no son la mera suma de percepciones y

gente que agrega elementos nuevos y que está distribuido entre los miembros.
Así dentro de un grupo social habrá gente en la que predomine el enfado y la
rebelión y otra en la que predomine el miedo y la apatía, aunque compartan
con los primeros el miedo.
Decir que existe un clima de miedo y amedrentamiento que se disipa,
hace referencia al ambiente social dominante globalmente entre los integran­
tes de un grupo; y como en un cocktail, al unir actitudes y emociones contra­
dictorias, provoca un resultado nuevo, diferente de la simple suma de los in­
gredientes.
Sin embargo, esto no niega que una emoción colectiva tendría el papel
dominante sobre otras; en el caso de Chile entre 1973 y 1990, fue el miedo el
que ocupó este lugar.
Este conjunto de emociones básicas distribuido socialmente, unido a cier­
tas representaciones sociales sobre el mundo y el futuro social, cumple funcio­
nes de regulación social (De Rivera, 1992; Páez y Asun, 1992).
Mediante jueces expertos obtuvimos evaluaciones globales del constructo
grupal (el de clima emocional en nuestro ejemplo; Páez y Asun, 1992) y de­
mostramos que éstas se asociaban significativamente con indicadores agrega­
dos objetivos. En el caso de Chile, la evaluación de jueces expertos (psicólogos
viviendo en el país durante todo el período dictatorial) sobre los niveles me­
dios de miedo, alegría, tristeza y enfado de la persona prototípica de izquier­
286 D. Páez, J. Marques y P. Insúa

da, centro y derecha; diferenciaba signiñcativamente entre los grupos de años


creados a partir de indicadores objetivos (número de manifestaciones, número
de oponentes y número de policías muertos). Coherentemente, los niveles ma­
yores de miedo-tristeza y los menores de enfado en las personas prototípicas
de izquierda, según los jueces, se daban en los años de mayor represión y/o
menor movilización.
En síntesis, un prerrequisito de la investigación colectiva es que debe de­
mostrarse la funcionalidad de estos indicadores agregados subjetivos o ma­
cropsicológicos; dicho de otra forma, su validez convergente con indicadores
colectivos, en particular objetivos.
Como otro ejemplo de validación de la funcionalidad social de indicado­
res agregados directos, hemos demostrado que la media grupal de acuerdo
con los efectos positivos del alcohol; obtenida a través del análisis de conteni­
do de diez discusiones focalizadas de grupo; aumenta a medida que aumenta
la edad del grupo; confirmando que el indicador de creencia grupal se asocia
a un indicador objetivo indirecto de consumo, como es la edad media del
grupo (Páez y González, 1993; Páez, Basabe, Valdoseda, Igartua e Iraurgui,
1993).

5.3. Influencia de lo macropsicológico en lo individual

Desde la perspectiva colectiva, también se debe explorar el sentido y arti­


culación entre los niveles individuales y colectivos de los procesos estudiados.
Una primera forma de realizarlo, es constatar la influencia de indicadores
macropsicológicos sobre procesos individuales. Por ejemplo, el acuerdo con
las creencias compartidas o representaciones sociales más estigmatizantes del
Sida se asocian a una tendencia a responder o reconocer información inco­
rrecta sobre la transmisión del Sida; mostrando que un constructo colectivo
agregado tiene efectos en los procesos individuales de memoria (Páez, San
Juan, Romo y Vergara, 1991).
Otro ejemplo es constatar que la gente que comparte una evaluación ne­
gativa del clima laboral u organizacional, comparada con los grupos que com ­
parten una evaluación positiva, difieren coherentemente en satisfacción, estrés
y rendimiento (González y Peiró, 1992).

5.4. Contraste comparativo de las relaciones macro e individuales

Por último, se deben comparar las asociaciones encontradas entre indica­


dores macros, particularmente macropsicológicos, con las asociaciones entre
indicadores individuales.
Se puede buscar contrastar si las relaciones entre variables psicológicas
son las mismas que las existentes entre variables macropsicológicas y macro­
sociales y cuáles son los procesos explicativos de las similitudes y diferencias.
Explorar las asociaciones encontradas a nivel macropsicológico (entre
El estudio científico de los grupos...

medidas agregadas grupales) y a nivel psicológico (a nivel individual y/o den­


tro de los grupos), ya sea comparando correlaciones o coeficientes de regre­
sión múltiple, nos permitirá decidir a qué nivel se realiza el análisis, si la
investigación es exploratoria, o comparar la influencia intra e intemiveles, en
relación al modelo teórico, si la investigación es confirmatoria (Lincoln y
Zeitz, 1980; González y Peiró, 1992).
Un resultado firmemente establecido a nivel individual, es la relación po­
sitiva entre estrés, déficit de apoyo social y problemas de salud física y mental;
aunque estas relaciones sean sólo medias.
Landau (1984; citado en Smith y Bond, 1993) buscó contrastar estas rela­
ciones a nivel colectivo, en particular en lo referente a las conductas agresivas
(asesinatos). Se puede suponer que en los países en los que el estrés aumente
y el apoyo social decaiga, las auto y heteroagresiones deberían aumentar.
Como medida de estrés usó el Índice de inflación y com o medida de déficit de
apoyo usó la razón entre divorcios y casamientos. Las tasas de asesinatos y de
suicidios de cada país se usaron como indicador de agresión.
En 13 países examinados, un ascenso en los indicadores macrosociales de
estrés y de déficit de apoyo social, se asociaba a un aumento de la tasa de
asesinatos; y en el caso de Japón a la de suicidio.
Otro ejemplo macropsicológico que muestra cómo la cultura influencia la
salud de forma similar a cómo el apoyo social actúa como amortiguante del
estrés es el siguiente.
En las culturas colectivistas (como las asiáticas, las de Europa del Sur y
las meditérraneas, las de América Latina) los sujetos se identifican más con
los endogrupos y establecen relaciones estables extendidas de por vida con
ellos. En las culturas individualistas (de los países anglosajones, de Europa del
Norte y protestantes) los sujetos buscan más la independencia, entran en rela­
ción con más grupos de forma más instrumental e inestable.
La primera cultura provoca mayor conformismo y autocontrol, y la se­
gunda provoca mayor individualismo y aislamiento social. Cada una impone
constricciones diferentes sobre los individuos. De forma coherente, los blancos
de EEUU tienen cinco veces más tasa de ataque cardíaco que los japoneses,
para quienes la cultura colectivista sirve de amortiguador frente a un estilo de
vida tanto o más estresante que el norteamericano.
Reafirmando el carácter causal de la cultura sobre la salud; los japoneses
aculturados (que hablan inglés en casa y que educan a sus hijos «a la america­
na») tienen tasas de ataque cardíaco cinco veces más altas que los japoneses
no aculturados viviendo en EEUU; y esto ocurre controlando variables de esti­
lo de vida tales como fumar, dieta y ejercicio (Ross y Nisbett, 1991).
Ambos resultados reafirman que variables macrosociales y macropsicoló-
gicas funcionan de forma similar a variables psicológicas y en el último caso
que tienen un papel causal que no se limita a las conductas de alimentación e
higiene.
288 D. Páez, J. Marques y P. Insúa

6. Criterios para decidir el nivel de análisis

Una de las grandes limitaciones de los análisis de tipo de colectivo de los


años sesenta, que comparaban países a nivel de ingresos, insatisfacción labo­
ral y número de protestas por ejemplo, era que daban por sentado que los
países eran una buena unidad de análisis. Sin embargo, se constató que a
veces la variabilidad intrapaís era tan grande como la interpaís (por ejemplo,
había más diferencias dentro de Yugoeslavia, que entre Yugoeslavia y algunos
de sus vecinos) (Teune, 1990).
La necesidad de contrastar si la unidad de análisis es la adecuada a nivel
de la variabilidad de los fenómenos y de la asociación entre éstos es una
lección a extraer.
Partiendo de puntuaciones lo más individuales que se pueda, los métodos
de análisis de la varianza permiten contrastar a qué nivel se da la mayor
variabilidad.
Por otro lado, en la actualidad hay formas de contraste para examinar si la
unidad de análisis en la cual se da la asociación es el sujeto, el grupo o ambas.
El primer requisito es examinar cual es el monto de la variabilidad indivi­
dual y colectiva. El segundo, estimar la asociación entre las variables individuales
y las agregadas. El tercero, contrastar y comparar las relaciones a nivel individual
y colectivo. Examinemos como podemos contrastar estos pasos concretamente.
Si tomamos un caso de 12 grupos compuestos de 10 sujetos cada uno,
podemos examinar la relación entre cohesión y autocontrol emocional, por
ejemplo, ya sea a nivel individual (120 unidades) o a nivel grupal (12 unidades
de medias simples o ponderadas).
Generalmente, las puntuaciones de dos personas que forman parte del
mismo grupo son más parecidas que las puntuaciones de personas que for­
man parte de grupos diferentes. Esto ocurre por los procesos grupales de
normalización, conformidad, modelaje y otras presiones sociales (compara­
ción social). Las puntuaciones de los miembros de los grupos no son indepen­
dientes y debe por lo tanto considerarse este hecho en el análisis de datos.
Una forma de contrastar si hay dependencia es aplicar el coeficiente de
correlación intraclase antes descrito. Se sugiere aplicar un alfa más liberal
para aceptar que hay varianza a nivel intergrupal (de 0,25 según Myers, en
Kenny y La Voie, 1985).
Si las puntuaciones son independientes, se puede hacer un análisis nor­
mal, una correlación entre las puntuaciones de los 120 sujetos sobre cohesión
y autocontrol afectivo.
Si las puntuaciones de las dos variables no son independientes, el grupo
debe utilizarse com o unidad de análisis. Esto implica, por un lado, disminuir
el tamaño de la muestra y el poder estadístico de los tests, aunque por otro
implica trabajar con puntuaciones más estables y con menor puntuación de
error (Kenny, 1986; Cook, Campbell y Peracchio, 1990).
El monto de varianza en las variables asociadas al nivel grupal e indivi­
dual se pueden inferir de los análisis de varianza, con ciertas fórmulas.
Siendo N = número total de sujetos, J = número de grupos, GMX y GMY
El estudio científico de los grupos.., 289

medias globales de las variables x e y, MXj y MYj medias de cada grupo y Xi e


Yi las puntuaciones individuales; y si, por ejemplo, las dos variables son el
autocontrol emocional (X) y la cohesión grupal (Y), el monto de varianza indi­
vidual y grupal vienen dados por las medias cuadráticas intra e intergrupo.
La media cuadrática intragrupo para X (MCix), la media cuadrática intra-
grupo para Y (MCiy), la media cuadrática entre grupos para X (MCex) y la
media cuadrática entre grupos para Y (MCey) se extraen de un análisis de
varianza corriente. Como recuerdo, señalemos que la media cuadrática intra-
grupos para X es:

n k
MCix =
k(n - 1)

La media cuadrática entre grupos para X es:

k
(x.j - x ..y
M C /ex = — fe!---------------
k- 1

Reemplazando x por y tenemos las mismas fórmulas para y.

Para computar los productos cruzados se pueden utilizar los estimadores


anteriores del análisis de varianza.
La media de productos cruzados intra grupos se calcula mediante:

n k

MCP¡ =-feLfei— ----------------------


k(n - 1)

La media de productos cruzados entre grupos se calcula mediante:


k
yxY,0£,-3£.N cV ,-V .n
MCPe,_, = -”J—
k- 1

El monto de varianza asociado al nivel individual se estima directamente


a partir de la media cuadrática intragrupo. La media de varianza de nivel
colectivo o grupal es igual a:

para X
CMCex - MCu)
n
290 D. Páez, J. Marques y P. Insúa

para Y
(MCev - MC/v)

n
[Kenny y La Voie, 1985].
Con estos procedimientos podemos contrastar si hay varianza grupal o
colectiva e individual, y si estas últimas puntuaciones están relacionadas.
Aún en el caso de que las puntuaciones no sean independientes, podemos
estar interesados en estudiar los procesos a nivel individual. Además, es muy
común que haya varianza importante tanto al nivel grupal com o al nivel indi­
vidual. En este caso, según Kenny, el investigador debe computar la corre­
lación apareada intragrupo. Esto implica sencillamente extraer de cada pun­
tuación individual la media del grupo de sujeto y sobre estas diferencias o
residuos, calcular la correlación. Los grados de libertad de esta correlación
son N (número de sujetos) menos K + 1 (número de grupos más uno). Esto
ayuda a eliminar las diferencias que pueden ocurrir entre los sujetos y que se
pueden atribuir a la interacción en el mismo grupo (Kenny, 1986).
Otra perspectiva similar, desarrollada amplia y claramente en González y
Peiró (1992), es la del análisis intra-inter (recomendamos la lectura del texto
antes citado, ya que expone una visión sistemática de la investigación colecti­
va, desde el punto de vista de la psicología social de las organizaciones, con
un buen desarrollo estadístico, aunque comprensible para el lector medio).
Este análisis sugiere calcular tres correlaciones diferentes, para constatar
a qué nivel se dan las asociaciones más significativas. Repitiendo que N =
número total de sujetos, J = número de grupos, GMX y GMY medias globales
de las variables x e y, MXj y MYj medias de cada grupo y Xi e Yi las puntua­
ciones individuales, se realizan tres correlaciones:

a) La correlación intragrupo, que es similar a la planteada anteriormente


y que mide la asociación entre las puntuaciones individuales una vez elimina­
da las diferencias entre grupos. Conceptualmente, representa la asociación de
nivel individual controlando la influencia del nivel colectivo:

£ ( % - » ) ( y -y i)
x,y V z (X - X i )2 £ (Y - Y /)2
Grados de libertad = números de sujetos - número de grupos - 1
b) La correlación entre grupos, que corresponde a la asociación entre las
medias de cada grupo. Conceptualmente corresponde a las asociaciones y ex­
plicaciones de nivel colectivo.

Z (X i - J } (YÍ - Y)

*"v ^ (X / -X ) 2 £ ( Y / - Y )2
Grados de libertad = Número de grupos - 2
c) La correlación total entre x e y con N-2 grados de libertad.
El estudio científico de los grupos. 291

Esta última es la correlación simple entre x e y. La primera correlación a)


, -.c r o a 3í[[[(KG € [ m ¥ É ¿ ' ( ry
se puede realizar sobre una matriz de datos ™ i' pn™era correlación a)
ble que c o n s i s t e e n la puntuación , ,-„r! í;a. \,Cre,anvC;0 Una nueva varia-
partir de las medias de los grupos. En esta matriz los sujetos son los grupos y

sugiere multiplicar las medias por los efectivos de cada grupo (Kenny y La
Voie, 1985). Utilizando una matriz de datos normal, esto implica aplicar la
orden de correlación a las medias grupales asignadas a los sujetos.
Se examina cuál es la significación estadística y se comparan las correla­
ciones intra e intergrupo para ver si son significativamente diferentes, median­
te un test Z cuya fórmula es la siguiente:

y _ ZpMTRF - ZíNTRA

N-J- 3 J- 3

Cuando una correlación es significativa y la otra no, y además la correla­


ción significativa es claramente diferente de la olía, se elegirá, ese n\\’d de
análisis. Por ejemplo, si la correlación de nivel colectivo o intergrupo entre
cohesión y autocontrol emocional es de +0,80 y significativa, y la correlación
de nivel intragrupo es de -0,08 y no significativa, ambas son significativamente
diferentes siendo el nivel de análisis adecuado el grupal o colectivo.
Kenny y sus cois, proponen fórmulas para estimar la asociación específi­
ca entre variables, controlando o ajustando las asociaciones individuales y co­
lectivas.
La fórmula para la correlación individual es:

MCP¡m
rajustadav

Grados de libertad = KI (n - 1) -1

La fórmula para la correlación ajustada grupal es:

MCPe„ - MCP¡
rMM,, -
m cz ^ m rn c^ ci)

A esta correlación no se le pueden aplicar los tests corrientes de signifi­


cación.
Para evitar correlaciones anómalas se recomienda aplicar esta fórmula
sólo cuando los coeficientes intraclase de las dos variables sean significativos
(inferiores a 0,25; Kenny y La Voie, 1985).
Al comparar las asociaciones es conveniente examinar si las diferencias,
por ejemplo, com o la antes mencionada en que la asociación era significativa
a nivel grupal, pero no a nivel individual, no se explican por una menor va-
292 D. Páez, J. Marques y P. Insúa

rianza o un rango menor en el nivel no significativo. Si los coeficientes de


correlación intraclase no son muy elevados (menores que 0,5) esto permite
excluir un menor rango como explicación de la débil asociación.
Otra explicación no sustantiva de que exista una asociación a nivel grupal
pero no a nivel individual, es la diferencia de fiabilidad entre medidas simples
y agregadas. Estas últimas o indicadores grupales, com o las medias, tienen
menor puntuación de error. Si tenemos varios indicadores podemos estimar
la fiabilidad a nivel individual y grupal. Si la fiabilidad es mucho mayor a
nivel grupal, se puede aplicar la fórmula de desatenuar el error de medida
(por ejemplo, calculando coeficientes no estandarizados de regresión y divi­
diendo estos por los estimadores de fiabilidad) (Kenny y La Voie, 1985).

7. Contraste de la influencia de diferentes niveles

Si hemos confirmado que hay varianza significativa a nivel indidividual y


grupal, y comprobando la existencia de asociaciones entre variables a ambos
niveles, el siguiente paso es constatar o desentrañar cuál de los dos niveles de
procesos, el individual o el colectivo, es el más determinante.
Utilizando el modelo de la regresión con las puntuaciones agregadas o
medias y las puntuaciones individuales, se puede constatar la influencia de las
diferencias grupales e individuales en una variable dependiente individual.
Por ejemplo, podemos pensar que la satisfacción laboral de una persona es
una función tanto de su nivel personal autopercibido de autonomía, como de la
atmósfera o clima de autonomía que reina en su grupo de trabajo. Presupondre­
mos que el grupo es igualitario y que una simple media de las opiniones indivi­
duales representa este clima. En términos matemáticos tendríamos:

Yi,j = BlXi,j + B2 Xj + ei,j

donde Yi,j y Xi,j representan las puntuaciones del sujeto «i» del grupo «j» en
las variables Y e X; y Xj es la media del grupo «j» en la variable X. B 1 indica el
grado en el que la varianza de Y es explicada por una variable individual; y B2
indica el grado en el que esta varianza es explicada por el constructo colectivo.
Verbalmente y sin tomar en cuenta la puntuación de error, tenemos para
Pedro:
Nivel de satisfacción laboral de Pedro = 51 Autonomía personal de Pedro +
B2 Media de autonomía del grupo
Si los grupos son igualitarios o sin grandes diferencias y las preguntas
son relevantes, se puede trabajar con la media como indicador directo del
constructo colectivo o grupal. El examen del rango o de la desviación típica
nos puede servir para ponderar el impacto de la media.
Una medida sencilla sería dividir la media por su desviación típica, lo que
nos permitiría tomar en cuenta tanto la «norma» como la «cohesión» del gru­
po en tomo a ella.
E l estudio científico de los grupos... 293

Señalemos en todo caso que las tentativas de integrar la dispersión en la


misma ecuación (por ejemplo Blau propuso agregar a la ecuación anterior B3
Z, en que Z era igual a una función de diferencia entre la puntuación indivi­
dual y la media del grupo); pueden generar problemas de identificación, es
decir, que no se pueda resolver satisfactoriamente el análisis estadístico (Pfef­
fer, 1985).
Cuando sea posible, se puede generar una toma de posición o respuesta
grupal; sabiendo que esta tiende a polarizarse.
Un análisis de regresión permitirá contrastar si ios indicadores de nivel
individual o colectivo son los que tienen una influencia significativa en la
variable dependiente. En el ejemplo que dimos antes sobre cohesión y auto­
control emocional, suponiendo que regresionamos cohesión individual sobre
autocontrol individual y autocontrol grupal (media de autocontrol), encontra­
ríamos que sería el indicador grupal el que estaría asociado y no elrindividual.
Recordemos que la correlación intragrupo no era significativa y sí lo era la
intergrupo. En este caso hipotético, habría una asociación entre el indicador
individual de cohesión y el nivel grupal de autocontrol; representado aproxi­
mativamente por la media grupal de autocontrol emocional.
Otras alternativas posibles son la existencia de influencias tanto de la va­
riabilidad colectiva com o individual o influencias diferenciales (por ejemplo,
el autocontrol emocional grupal predice la cohesión individual, pero la cohe­
sión grupal es predecida por el estatus en la organización, y no por medidas
de tipo individual).
Por último, se puede suponer un efecto modulador del nivel grupal sobre
el nivel individual (González y Peiró, 1992). El efecto del autocontrol emocio­
nal individual varía o es diferente en función del nivel de autocontrol emo­
cional grupal. Los grupos excesivamente o muy poco controlados provocan
una asociación positiva entre autocontrol individual y cohesión percibida indi­
vidual. Los grupos medianamente controlados provocan una asociación nega­
tiva entre autocontrol individual y cohesión percibida. Esto implica integrar
una variable de interacción en el modelo de regresión, com o se representa
abajo:

Yíj = PtXij + P2X¡ + (3¡Xi'jXj + e¡,¡


donde
XijXj
es el término de interacción, que representa el efecto de la variable individual,
es decir,
X
en función de la variable del nivel grupal, es decir,

(Xj)

Estos ejemplos muestran dos problemas. Primero, ¿por qué es el autocon­


trol el que predice la cohesión, y no a la inversa? El orden causal de las
variables debe ser argumentado teóricamente o debe ser producido experi­
294 D. Páez, J. Marques y P. Insúa

mentalmente o se debe contrastar mediante diseños longitudinales y cuasi


experimentales.
Segundo, ¿es la media grupal a una pregunta individual de autopercep-
ción un indicador válido del clima grupal? Se pueden plantear al menos tres
alternativas factibles a la estimación del clima grupal: A) si el grupo es jerar­
quizado explícitamente, se le da a cada puntuación de la estimación de auto­
nomía el peso correspondiente al escalafón o un equivalente. B) si está jerar­
quizado informalmente, se puede tomar un indicador sociométrico de popula­
ridad (Clemente, 1992) y ponderar por él las opiniones individuales. C) un
experto externo o un informador clave interno puede evaluar los diferentes
climas grupales (esto puede ser combinado con los indicadores anteriores,
para triangulizarlos).
Otro elemento importante, es tomar en cuenta tanto indicadores colecti­
vos «subjetivos», tales como el autocontrol emocional o la cohesión; como
indicadores «objetivos» y estructurales. Ignorar factores objetivos relevantes
en la composición de los grupos, sesgará la estimación de las influencias indi­
viduales y colectivas (González y Peiró, 1992). En nuestro ejemplo hipotético
era una característica «objetiva» (el estatus en la organización) el que explica­
ba la cohesión grupal.

8. Conclusiones

Este capítulo ha buscado entregar una visión de algunos de los métodos


actuales de investigación de los grupos.
Primero, expusimos las posibilidades y limitaciones de las representacio­
nes de los atributos prototípicos de los grupos y de su heterogeneidad. Ade­
más hemos revisado algunas tradiciones de investigación colectiva en psicolo­
gía social.
Partiendo de la premisa que la dificultad para obtener indicadores colecti­
vos y la incapacidad para analizar datos dependientes son dos de las limitacio­
nes metodológicas más importantes, se presentan algunas alternativas. Los
indicadores macropsicológicos subjetivos compartidos, extraídos mediante
agregación de respuestas afectivas, cognitivas y perceptivas individuales, han
mostrado ser más estables y válidos predictivamente. Además, la lógica de la
asociación entre indicadores macropsicológicos e indicadores individuales no
tiene porque ser la misma: como se demuestra revisando la investigación so­
bre deprivación relativa, aqiitud socio-económica y conductas individuales y
colectivas de voto y movilización sociopolítica. Los indicadores macropsicoló­
gicos deben mostrar su validez convergente con indicadores objetivos, así
com o deben mostrar que influencian procesos psicológicos.
Investigaciones recientes han mostrado que indicadores de clima emocio­
nal o de un conjunto de emociones colectivas, se asociaban de forma coheren­
te con indicadores de movilización social objetivos, com o un ejemplo del pri­
mer aspecto.
Por otro lado, el Modelo de Relaciones Sociales, solventa cóm o analizar
E l estudio científico de los grupos...

datos dependientes y cómo estimar efectos grupales (medias grupales) frente a


los individuales. La comparación de procesos a nivel colectivo frente al indivi­
dual permite constatar cuando las lógicas explicativas son similares o diferen­
tes. El examen de la fuerza y del sentido de la asociación bivariada, como
multivariada, entre indicadores individuales y agregados, obtenidos de datos
dependientes, permite comparar modelos de multinivel explicativo (González
y Peiró, 1992).

Notas finales

Nota

Los programas Soremo y Blocko se obtienen escribiendo a:


David Kenny
Department of Psychology
University of Connecticut
Storss, CT 06269 - 1020
Existen bajo la forma de diskette IBM para mainframe (Vax, etc.) o para
PC (solo Soremo). Su coste es de 150 dólares.

Anexo

Fórmulas y comandos para calcular las medidas de variabilidad con el


SPSS-PC+.
Vamos a ejemplificar los comandos para computar Pd, Var y desviación
estándar a partir de una escala de 5 puntos en los que se les ha pedido a los
sujetos distribuir el porcentaje de miembros de un grupo que poseen esa ca­
racterística en ese grado. Por ejemplo, supongamos que un sujeto distribuye
así la capacidad de liderazgo en un grupo dado:

10% 20% 40% 20% 10%


Baja Media baja Media Media alta Alto
Capacidad de liderazgo

a) Primero, para poder comparar a ios sujetos aunque no redondeen en


cien el total hacemos una suma total.
compute tinlid = inlidl + inlid2 + inlid3 + inlid4 + inlid5.
b) Segundo, recalculamos el porcentaje de sujetos asignados a cada nivel
a partir de la suma anterior (esta precaución solo tiene sentido si hay sujetos
que escriben proporciones que sumadas resultan superior o inferior a 100).
296 D. Páez, J. Marques y P. Insúa

compute pinlidl = inlidl/tinlid.


compute pinlid2 = inlid2/tinlid.
compute pinlid3 = inlid3/tinlid.
compute pinlid4 = inlid4/tinlid.
compute pinlid5 = inlid5/tinlid.
c) A continuación calculamos la fórmula de la probabilidad de diferen­
ciación, es decir, Pd = 1 - Suma del porcentaje en cada grado del atributo al
cuadrado. En nuestro ejemplo es:
1 _ ( 0,12 + q,22 + 0,42 + 0,22 + 0,12 + 0,74), indicando que hay un 74 % de
probabilidades de diferenciar a dos miembros de ese grupo elegidos al azar en
capacidad de liderazgo.
El comando es:
compute tFtíinlid = 1 - ((pinlidl*pinlidl) + (pmlíd2"pínlíd2) + (pín!ící3“pín-
lid3) + (pinlid4*pinlid4) + (pinlid5*pinlid5)).
d) Como paso previo para calcular la medida Var y la desviación estándar,
calculamos la media de la percepción del grupo. En el ejemplo anterior es:
Media = (10*1) + (20*2) + (40*3) + (20*4) + (10*5)/100 = 3,0
El comando es el siguiente:
compute minlid = ((inlidl*l) + (inlid2*2) + (inlid3*3) + (inlid4*4) + (inlid5*5))
/tinlid.
e) La fórmula para calcular el Var es = suma de proporción en Xi* (Xi-
M)2. En nuestro ejemplo es igual a:
0,l*(l-3)2 + 0,2 *(2-l)2 + 0,4 *(3-3)2 + 0,2 *(4-3)2 + 0,1 *(5-3)2
0,4 +0,2 +0 + 0,2 + 0,4 = 1,2
Los comandos son los siguientes:
compute vinlidl = (l-minlid)*(l-minlid).
compute vinlid2 = (2-minlid)*(2-minlid).
compute vinlid3 = (3-minlid)*(3-minlid).
compute vinlid4 = (4-minlid)*(4-minlid).
compute vinlid5 = (5-minlid)*(5-minlid).
computetoVilid = (vinlidl *pinlidl) + (vinlid2*pinlid2) + (vinlid3*pinlid3) +
(vinlid4*pinlid4) + (vinlid5*pinlid5).
f) Para calcular la desviación estandar basta con computar la fórmula
de esta:
Sd = raíz cuadrada varianza.
El estudio científico de los grupos.

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13

Las variaciones interindividuales


e intergrupos
Fabio Lorenzi-Cioldi

El análisis de los datos no tiene acceso, como el


alma humana, al universal; pero, agrupando los rasgos
individuales, constituye agregados que son como un
pelotón que se detiene en el desconcierto, hasta que el
espíritu acaba por reestablecer el orden.
J.P. B e n z é c r i

1. Introducción

1.1. «El uso hace la técnica»

Designamos por análisis multivariados una vasta gama de técnicas de tra­


tamiento de datos que toman en cuenta un gran número de variables compro­
badas en muchos individuos: análisis factoriales, discriminantes, tipológicos,
etc. La variedad extrema de estas técnicas y sus utilizaciones hacen virtual­
mente imposible una clasificación estable y definitiva. Cierto, cabe organizar
los diferentes sondeos en función de sus semejanzas y, particularmente, en
función de sus filiaciones, pero éstas dependen siempre de los parámetros
arbitrariamente escogidos por el investigador. Así hemos hecho, en una obra
reciente (Doise, Clémence y Lorenzi-Cioldi, 1993), una división de las técnicas
multivariadas en tres grandes familias con miras a su aplicación al estudio de
las representaciones sociales: el estudio «sincrónico» del campo de una repre­
sentación u objetivación (p. ej., análisis dimensionales y jerárquicos), el estu­
dio de los posicionamientos individuales en este campo (p. ej., análisis facto­
rial e Indiscal) y el estudio de su arraigo (p. ej., análisis discriminante y de
segmentación).
Toda exposición de técnicas multivariadas que no sea estrictamente mate­
mática está, pues, condicionada por la adopción de un punto de vista particu­
lar sobre las características y el uso de cada técnica. Más todavía: se han
concebido variantes de cada técnica. Por regla general, estas variantes pueden
302 F. Lorenzi-Cioldi

aplicarse a los mismos conjuntos de datos, si bien algunas de ellas resultan


más adecuadas que otras en función de los fines teóricos que el investigador
se ha fijado previamente a la recogida de los datos.
Las técnicas estadísticas que tratamos en esta contribución ilustran esta
variedad. Mi fin principal es ayudar al investigador a proveerse de criterios
que le permitan fundar una opción estadística. En el estudio de las represen­
taciones sociales del grupo, en psicología social, la idea de la variación entre
individuos (p. ej., los miembros de los grupos) y de la variación entre estos
grupos, com o tales, reviste una importancia grande. Ahora bien, esta diferen­
ciación de las variaciones (inter-individuales e inter-grupos) es tanto una cues­
tión técnica como metodológica.
El análisis factorial de las correspondencias, de que aportaremos ejemplos
en el apartado 2, ofrece una excelente introducción a esta problemática. Esta
técnica aparece en dos variantes, llamadas simple (o estadística) y múltiple. La
versión simple, afín, como veremos, al análisis discriminante, trata de los table­
ros de frecuencias o trableros cruzados (el cruzamiento puede comportar varias
variables). El análisis de las correspondencias múltiple, que en términos mate­
máticos es su extensión y es afín al análisis en componentes principales, trata de
tableros de datos en términos de presencia/ausencia de modalidades en una
población de individuos. Pero la diferencia principal entre estos dos sondeos
sigue siendo de orden metodológico y concierne a la estrategia de utilización
más que a los algoritmos estadísticos que les subyacen.1
Consideremos un primer ejemplo ficticio de correspondencia estadística.
Imaginémonos haber cuestionado a una población de individuos, cuyo origen
social se conoce, a propósito de su ocio favorito (para simplificar nuestra
ilustración, admitamos que cada sujeto sólo da una respuesta). El cuadro 1
presenta los datos en forma cruzada de la pertenencia social de los sujetos
(líneas) con sus opiniones (columnas).

C uadro 1. Ocios expresados por los sujetos, en función de su origen social


(datos ficticios)

Cine Cartas Ópera Exposic. Música No resp.


Estrato social
Alto 40 1 70 55 20 5
Medio-alto 40 5 45 70 35 7
Medio 70 5 15 25 40 15
Medio-bajo 15 40 5 10 70 20
Bajo 10 ¡' 7 0 5 10 40 21
Total 175 121 140 170 205 68

Nota. Las frecuencias superiores o iguales a 40 están en negrita.

1. En el plan o m atem ático se puede efectivamente m ostrar que la versión m últiple trata d e un gran cu adro
de contingencia, el cuadro de Burt, que contiene tablas de contingencia de orden inferior. La m étrica utilizada
sigue siendo, pues, la de Chi-2.
Las variaciones interindividuales e intergrupos 303

Sometamos estos datos a un análisis de correspondencia simple. El resul­


tado obtenido toma la forma de un plano que cruza los dos primeros factores
(ver figura 1) y de una serie de índices numéricos (valores propios, contribu­
ciones) que ayudan a leer e interpretar esta grafía.

F ig u r a 1. Análisis factorial de correspondencias simple de los datos ficticios


presentados en el cuadro 1

MEDIA

cine
m úsica popular
no-respuesta

M EDIA-BAJA

MEDIA A L T A
BAJA exposiciones
ugar a las cartas ALTA
ópera

En la figura 1 leemos una representación simultánea de la pertenencia


social y de las opiniones de los individuos (el análisis de correspondencias),
Como cabía esperar, observamos en ella que la visita de las exposiciones y la
frecuentación de la ópera caracterizan más los estratos sociales alto y medio;
en contraste, los juegos de cartas singularizan al estrato bajo; el estrato medio,
que ocupa una posición intermedia en este continuum, se caracteriza por el
cine y, en menor medida (junto con estrato medio-bajo), por la escucha de la
música popular. En esta figura 1 he reportado las «no-respuestas» en subraya­
do, para señalar que han sido tratadas como elementos suplementarios (llama­
dos a veces ilustrativos o pasivos). En otras palabras: no han participado en la
constitución de los factores y han sido proyectados posteriormente sobre los
factores en función de la similitud de su perfil con la de las modalidades
activas. Las no-respuestas tienden a los estratos sociales más bajos y se hallan
particularmente próximos al estrato medio-bajo.
La figura 1 muestra otro aspecto que caracteriza con frecuencia a los
factores salidos de un análisis de correspondencias simple: los puntos se re­
parten aquí en una curva «U», llamada a veces efecto Guttman o, en la litera­
tura anglosajona, herradura de caballo. (Desde luego, la orientación de esta
curva carece de importancia.) En sus extremos, que corresponden a los polos
del factor 1 (horizontal), encontramos los estratos más opuestos (alto, hacia la
derecha; bajo, hacia la izquierda). Estas categorías están asociadas a ocios que
son, a su vez, muy divergentes y exclusivos (respectivamente: frecuentar la
ópera y jugar a las cartas). En la mitad de este continuum, fuertemente satu­
304 F. Lorenzi-Cioldi

rado en el factor 2 (vertical) vemos el emplazamiento del estrato medio, con


ocios de los que cabe pensar que son típicos de esta categoría. Esta propiedad
del plano de los dos primeros factores puede interpretarse de la manera si­
guiente: el factor 1 opone los extremos de la jerarquía social y de los ocios,
mientras que el factor 2 «corrige» el precedente, aislando las casillas interme­
dias y oponiéndolas en conjunto a los estratos extremos.2 A pesar de su inde­
pendencia estadística (ortogonalidad), los factores mantienen, sin embargo,
así lazos «funcionales». El cuadro 2 representa los datos, sometidos al análi­
sis, cuyas columnas han sido reorganizadas en función del emplazamiento (de
derecha a izquierda) de los ocios en el plano de la figura l.3
El cuadro 2 pone en evidencia que las casillas «de peso» se reparten a lo
largo de una diagonal noroeste-sudeste. ¿Qué significa esto? El análisis de
correspondencias hace algo más que mostrar los estratos sociales y los ocios
en sus mutuas relaciones. Si, en efecto, los datos de partida fueran puramente
cualitativos (a saber: los estratos fueran una medida ordinal, en lo posible, y
los ocios una simple clasificación nominal), el análisis cuantificaría los estra­
tos y los ocios, no menos que las relaciones entre sus dos conjuntos heterogé­
neos de modalidades. Los diferentes estratos y los ocios pueden, en efecto,
leerse en términos de distancias y de proximidades, conceptos que dependen
de una métrica o de un nivel de medida intervalo. La cuantificación de dos
variables nos permite inferir que, en nuestra muestra, la distancia entre los

C uad ro 2 . Ocios expresados por los sujetos (columnas ordenadas en función


de las coordenadas del factor 1 del análisis de correspondencias)

Ópera Exposic. Cine Música Cartas


Estrato social
Alto 70 55 40 20 1
Medio-alto 45 70 40 35 5
Medio 15 25 70 40 5
Medio-bajo 5 10 15 70 40
Bajo 5 10 10 40 70

Total 140 170 175 205 121

Nota. Las frecuencias superiores o iguales a 40 están en negrita.

2. E n los casos de cuadros de datos de mayores dim ensiones, la sim ple inspección del gráfico n o perm ite
avistar co n facilidad las m odalidades m ás importantes de cada factor. H abitualmente n os referim os a las con tri­
buciones d e las variables a los factores (llam ados a veces contribuciones absolutas) para seleccionar las m od ali­
dades m ás significativas. Estas contribuciones^jíxpresadas-en porcentajes, totalizan, p o r consiguiente, 100 p o r
cada factor y cada con jun to (líneas y colum nas). E n nuestro ejem plo, en lo concerniente a las líneas sobre el
factor 1, los estratos b ajo (43 %), m edio-bajo (21 %) y alto (22 %) aportan contribuciones superiores a la m edia
(que es de 20 % cu an do hay cin co m odalidades). Sobre el factor 2 alcanza una con tribu ción significativa
solam ente el estrato m ed io (64 %).
3. Las líneas han sid o igualmente reorganizadas en fun ción de los estratos sobre este factor. Sin em bargo,
este reordenam iento es im perceptible, porque, tratándose de una variable de nivel ordinal, correspon de al orde­
nam iento de origen. El análisis de las correspondencias permite, n o obstante, verificar que el orden teórico de
las m odalidades de esta variable corresponde al orden observado.
Las variaciones interindividuales e intergrupos 305

estratos «alto» y «medio-alto» es menor que la distancia entre los estratos


«bajo» y «medio-bajo», igualmente separados, sin embargo, de rango a nivel
ordinal (ver figura 1, en que se visualizan estas dos distancias).
Este razonamiento, evidentísimamente, quedaba excluido por la medida
inicial ordinal del origen social.4 El análisis nos permite así detectar, para
cada conjunto (estratos y ocios), cuáles son las modalidades más similares y
más diferentes y, por tanto, cuáles podrían agregarse en una fase ulterior de la
investigación. Pero también nos permiten detectar las correspondencias entre
conjuntos salidos de cuestiones diferentes. En términos más operacionales, el
análisis de los datos del cuadro 1 ha maximizado, pues, los tres parámetros
siguientes: 1) las diferencias entre los estratos (así, el factor 1 maximiza la
distancia entre los estratos bajo y alto); 2) las diferencias entre los ocios (de
modo análogo); 3) la relación (propiamente hablando, el coeficiente de corre­
lación de Pearson) entre los estratos y los ocios. La maximización de este
último parámetro es lo que hace ver, en el cuadro 2, el emplazamiento de las
casillas de peso en la diagonal (de manera análoga a la forma de una nube de
puntos, por ej. la talla y el peso de una población de individuos, que puede
construirse con datos directamente expresados al nivel intervalo). En este

apreciables de 0,65 (factor 1, correspondiente al ordenamiento de modalida­


des presentado en el cuadro 2) y de 0,31 (factor 2), para proporciones de
variaciones explicadas de 75,7 % y 17 % respectivamente (estas correlaciones
son las raíces cuadradas de los valores propios asociados a cada factor).
En definitiva, ¿qué hemos hecho sometiendo estos datos al análisis de
correspondencias? La respuesta no es unívoca-, siendo tanta lia. des los
resultados. P ero un p u n to m u y im portante, que co n mayor fuerza va a distin­
guir las variantes simple y múltiple del análisis, es el siguiente: hemos operado
una discriminación estadística de los grupos de sujetos a base de sus opinio­
nes. La interpretación de los resultados debe basarse en el hecho de que las
proximidades entre los ocios dependen de las proximidades entre los estratos.
Sin embargo, el razonamiento inverso es igualmente verdadero (las proximi­
dades entre estratos dependen de las proximidades entre los ocios), porque, en
este tipo de análisis, las líneas y las columnas del cuadro asumen roles perfec­
tamente simétricos (contrariamente al análisis que trataremos en la sección
3.2.). Es, pues, más apropiado decir, como afirman Lebart, Morineau y Ta-
bard (1977, pp. 97 ss.), que hemos operado un doble análisis discriminante.
Volvamos a las nociones de variabilidades inter-individuales e inter-grupos.
Quien dice variabilidad dice correlación. Como lo muestra el razonamiento em­
pleado hasta aquí, la variabilidad en el análisis de correspondencias simple re­
cae sobre grupos de individuos, no sobre los individuos como tales, a saber,
sobre los estratos en mutua referencia considerados como unidades de observa­

4. Se aprecian fácilmente algunas im plicaciones interesantes de esta cuantifícación de m odalidades nom ina­
les y ordinales. Los diferentes posicionam ientos, form ulados desde hace varios años sobre la naturaleza d e la
mejor rejilla de profesiones o categorías socio-profesionales, p. ej., pueden ilustrarse m ediante el exam en d e las
distancias entre diferentes niveles de una rejilla dada, y de los reajustes sucesivos de esta rejilla co n m iras a
obten er una representación m ás regular de los diferentes intervalos d e un continuum.
306 F. Lorenzi-Cioldi

ción. Al contrario, en el de correspondencias múltiple, el cuadro de los datos


analizados se presenta de muy distinta manera: aparecen los individuos en lí­
neas, y sus respuestas en columnas. Aplicado a nuestro ejemplo, el análisis trata­
ría un cuadro de 879 líneas (nuestra población total) y 11 columnas (5 ocios, la
no-respuesta y 5 estratos; codificado en «0» —ausencia— y «1» —presencia—■).
El uso de modalidades suplementarias adquiere una importancia mayor en esta
variante del análisis. Generalmente se efectúa el análisis sobre las respuestas de
los individuos (aquí, los ocios mencionados) y se proyectan, en cuanto elemen­
tos pasivos, las pertenencias de estos individuos (aquí, los estratos) o de las
respuestas de estos individuos a otras cuestiones (cf. ejemplo 2.1.1.). Sin esta
técnica de los elementos suplementarios, en efecto, se darían idénticos estatus a
los conjuntos heterogéneos: las opiniones y las pertenencias. La implicación más
importante de este procedimiento es, por tanto, que las opiniones y las perte­
nencias no tienen ya roles simétricos. La interpretación del plano de la figura
salida de una correspondencia múltiple debe, primero, comportar la lectura de
las proximidades entre las respuestas activas (ocios) y, luego solamente, su pon­
deración a través de cada una de las pertenencias pasivas de los sujetos (estra­
tos). Ahora bien: 1) la distribución de las opiniones en este nuevo plano se
efectúa por la maximización de las variaciones entre los individuos como tales
(las líneas del cuadro) y no los estratos sociales de pertenencia (los grupos de
individuos), 2) los diferentes estratos se posicionan en el plano unos tras otros,
sin afectar a su construcción y sin que puedan interpretarse, como ocurría en el
caso anterior, las relaciones entre un estrato y todos los demás.5

1.2. Las ilustraciones

Las ilustraciones de las técnicas de análisis multivariados, tratados en


esta contribución, conciernen a la psicología social de los estereotipos de sexo.
Los ejemplos tratan casi siempre de las palabras o frases suministradas por
los sujetos en las encuestas por cuestionarios y en las intervenciones experi­
mentales. Esta opción ha sido dictada por la pertinencia de las producciones
verbales en el estudio de las representaciones del grupo en psicología social, y
por el hecho de que el tratamiento estadístico de este material es complejo y
engloba la mayor parte de los problemas encontrados en el tratamiento de los
datos numéricos. La exposición de nuevas investigaciones empíricas permite
una verificación ulterior y el refinamiento de las tesis que hemos expuesto en
otro lugar (Doise, Clémence y Lorenzi-Cioldi, 1993).
El apartado 2 habla de la utilización del análisis factorial de las corres­
pondencias.6 Los ejemplos se apoyan sobre datos de encuesta tocante a la

5. En el cu ad ro de datos fuertem ente estructurado co m o el de nuestro ejem plo, los resultados salidos d e la
aplicación de d os variantes del análisis de las correspondencias son virtualmente idénticos, a excepción del porcenta­
je de varianza explicado p o r cada factor. Este porcentaje es siempre m ás débil en el caso de la correspondencia
múltiple (para una justificación m atem ática, ver, p. ej., Lebart, M orineau y Tabard, 1977, pp. 130 y 235).
6. La heterogeneidad de la pob la ción analizada puede plantear un p roblem a en las com ponentes principa­
les, p ero n o en las correspondencias múltiples. Introduce, en efecto, una con fusión entre variaciones individua­
les y variaciones inter-grupos.
Las variaciones interindividuales e intergrupos 307

androginia psicológica (sección 2.1.) y sobre datos experimentales concernien­


tes a los estereotipos de hombres y de mujeres (sección 2.2.).
La androginia, operacionalizada en psicología social por Bem en 1974,
designa la concomitancia de masculinidad y feminidad en el plano de la auto-
definición de los individuos. Como lo he detallado en una obra reciente (Lo-
renzi-Cioldi, 1994), la androginia, tanto en las teorías científicas com o en las
representaciones espontáneas que se hacen todos los individuos, aparece en
diversas modalidades. Éstas engloban, respectivamente, una sexualidad doble,
una sexualidad indecisa y la ausencia de sexualidad. Más concretamente, la
primera representación de la androginia corresponde a un individuo en el que
se adicionan y se equilibran las cualidades masculinas y femeninas; la segunda
corresponde a la fusión de estas cualidades; en fin, la tercera produce su
transcendencia y, por tanto, su superación. En la sección 2.1., muestro cómo
el análisis de las correspondencias interviene para tratar las respuestas libres
de los estudiantes a propósito de la androginia. Se pone en evidencia la plura­
lidad de las representaciones de la androginia, pero igualmente, de una parte,
sus relaciones con el sexo de los sujetos y, de otra, sus lazos con las respuestas
dadas por los sujetos a otras cuestiones pertinentes.
La serie siguiente de ilustraciones (sección 2.2.) saca provecho de una
cuestión clásica en el estudio de los estereotipos sexuales, el dominio de lo
no-verbal o de la expresividad. Una plétora de estudios (para las revisiones ver
Lorenzi-Cioldi, 1988; 1994) ha mostrado que la sonrisa es considerada como
una expresión prototípica de las mujeres, mientras que la expresión neutra se
considera mejor aplicada a los hombres. El análisis factorial de las correspon­
dencias se aplicará de nuevo aquí, pero sobre datos recogidos en varias expe­
riencias. Se trata especialmente de respuestas en una tarea de asociación de
palabras con miras a sentar lo bien fundado de la expectativa según la cual los
hombres y las mujeres mantienen relaciones distintas con el campo expresivo
representado por la expresión facial.
En cada sección de este capítulo expondremos las dos variantes del análi­
sis factorial de las correspondencias, simple y múltiple. El poner en paralelo
los dos usos de la técnica a propósito de los mismos ejemplos permite una
evaluación empírica de sus propiedades respectivas, e informa, igualmente a
nivel práctico, la elección de una u otra versión de la técnica.
El apartado 3 introduce el análisis discriminante, que reviste una impor­
tancia muy particular en el estudio de las representaciones del grupo. Propon­
go aquí una utilización nueva de esta técnica con miras a examinar las per­
cepciones de los blancos individuales caracterizados, simultáneamente, por
varias pertenencias. En particular, se utilizará esta técnica para evaluar los
pesos o saliencias respectivas de una dicotomía sexual (hombres-mujeres) y de
una dicotomía profesional (cuadros-empleados) en los juicios de blancos cate-
gorizados según estos dos criterios. El lector podrá fácilmente extender este
uso del análisis discriminante al estudio de la formación de los prototipos
categoriales (p. ej., formación de grupos y sub-grupos de individuos). Datos
semi-experimentales constituirán la base de este examen.
El capítulo conclusivo hace un balance de las relaciones entre las técnicas
de análisis multivariados y el grupo en psicología social. Seguramente, con
308 F. Lorenzi-Cioldi

nuestros ejemplos y con otros sondeos multivariados que evocaremos igual­


mente, veremos que la elección de una técnica particular y de sus variantes es
una etapa crucial, cuya importancia se ignora a menudo, del estudio de los
grupos en psicología social.

2. Análisis factoriales de las correspondencias

La distinción entre las versiones simple y mú/típle del análisis de corres­


pondencias, bosquejado en el apartado 1, sugiere la flexibilidad del uso de esta
técnica. Pero la flexibilidad es todavía más importante. Algunos programas
informáticos del análisis de correspondencias permiten, en particular, la apli­
cación de esta técnica a datos no sólo numéricos, sino también textuales (pa­
labras, frases), sin someter estas últimas a una numeración previa del usuario
(ej., logicales SPAD-N y SPAD-T; CISIA, París). En la sección 2.1. yo considero
un material salido de un sondeo por cuestionario. En la sección 2.2., el ejem­
plo atañe a un material salido de una tarea de asociaciones de palabras en un
cuadro experimental.
Aunque el principio del análisis de correspondencias simple sea más fácil
de exponer que el del análisis múltiple, la lógica de clasificación de estas dos
variantes, que he adoptado arriba, impone el orden opuesto: el último persi­
gue fines descriptivos, mientras que el primero realiza fines más explicativos.
Así, la versión múltiple se aplica mejor al examen de las encuestas por cues­
tionario (cf. Cibois, 1984)7 (ver la ilustración 2.1, donde comienza por exponer
esta versión), mientras que la versión simple se aplica más a los contextos de
investigación experimental (ilustración 2.2, donde comienzo con esta versión).

2.1. El tratamiento de cuestiones abiertas

Los sujetos, 48 estudiantes, respondían libremente a la cuestión: ¿qué te


evoca la palabra «androginia»? (para más detalles, ver Lorenzi-Cioldi, 1994).
Los sujetos disponían de una página de un cuestionario. Este cuestionario
incluía igualmente cuestiones cerradas, que llevan a precisar los cuadros de
referencia utilizados, a saber: ¿has pensado (en un hombre, una mujer, una
persona en general, otro) y has pensado en alguien en particular? (un conocido,
un personaje célebre, otro). Los sujetos podían escoger varios referentes en
respuesta a cada una de las dos preguntas.
He comenzado por someter a una simplificación mínima el corpus de las
palabras recogidas. Así, p. ej., he puesto todas las palabras en singular; he resu­
mido los nombres de personalidades mediáticas (p. ej., Michael Jackson) con las
indicaciones hombre célebre o mujer célebre. La simplificación más importante,

7. Se leerán co n p rovecho las aplicaciones del análisis de correspondencias múltiple a datos de encuestas
sociológicas en B ourdieu (1976; 1979); a textos, m ás precisam ente cartas de lectores, en Boltansky (1984); y a
datos experimentales, en Lorenzi-Cioldi (1988).
Las variaciones interindividuales e intergrupos 309

sin embargo, ha afectado a las partículas «o», «y», así como «ni». Estas partícu­
las ejemplifican, a su vez, las tres grandes concepciones de la androginia que he
evocado en el apartado 1: la androginia como equilibrio de cualidades masculi­
nas y femeninas, como fusión de sexos y como transcendencia de cualidades
sexuales. El corpus, tras la simplificación, no contiene estas partículas sino
cuando remiten de manera suficientemente explícita a estos tipos de lazos entre
los sexos o entre las cualidades sexuadas (p. ej., la partícula «y» en «hombre y
mujer», «fuerza y dulzura», ha sido conservada). El corpus reducido totaliza 672
palabras de las que el 40 % son distintas; 77 palabras, que aparecen al menos en
dos sujetos, son objeto de los análisis de correspondencias.
El párrafo 2.1.1. aplica la versión múltiple a las respuestas de los sujetos a
una cuestión abierta, y el párrafo 2.1.2. aplica la versión simple a estas mis­
mas respuestas.

2.1.1. Análisis a base individual

El corpus reduce las respuestas a la cuestión ¿qué te evoca la palabra


«androginia»? Por consiguiente, ha sido sometido a un análisis factorial de
correspondencias múltiple. Así cabe examinar las con-currencias de palabras,
colocando com o elementos pasivos en el plano formado por estas palabras, las
respuestas a las dos cuestiones cerradas tocantes a los cuadros de referencia.
Estas cuestiones ponderan el espacio de las palabras —las representaciones—
sobreponiéndoles las denominaciones de personas invocadas por los sujetos.
Los resultados se reportan en la figura 2.
El efecto Guttman visible en esta figura puede interpretarse como neta
oposición entre una androginia a la vez simbólica y sociológica, a la izquierda,
y una androginia más concreta y personificada, a la derecha. En el primer
polo encontramos el origen colectivo del tema andrógino en las normas socia­
les, el grupo de influencia. Encontramos ni masculino ni femenino, ni hombre
ni mujer, y el término no-identidad, que caracterizan muy precisamente la
androginia por su rechazo de inscribirla en el individuo, es decir, por su abs­
tracción, la anulación de la sexualidad. Los elementos pasivos que vienen a
sobreponerse en este punto del espacio atestiguan la variante de una androgi­
nia como unidad sublimada: encontramos aquí la referencia exclusiva a la
«persona» en su significación genérica, o también la mención «otro» sin espe­
cificaciones particulares. Aparecen términos substantivados en el polo opuesto
de esta misma dimensión. Aquí, la androginia es resueltamente concreta y
está abundantemente ilustrada con la ayuda de los personajes más frecuente­
mente mediáticos. Este punto del espacio, más complejo, abarca un gran nú­
mero de términos que se articulan en la dimensión vertical. De un lado, tene­
mos la armonía, la completividad, el arquetipo, la totalidad (pero también her-
mafrodita), palabras que, asociándose a ideal, revelan una manera de ser an­
drógino evaluada más bien positivamente. De otro lado, surgen el look uni-
sexo, la apariencia, los hombres y mujeres célebres, el hombre afeminado y
la mujer masculina, el homosexual, el sexo ambiguo, el sexo indiferenciado y la
confusión y los calificativos perturbador y misterioso, así como palabras de
tenor más descriptivo, com o cabellos.
310 F. Lorenzi-Cioldi

F i g u r a 2 . Análisis factorial de correspondencias múltiples de las palabras


porporcionadas por las respuestas a la cuestión «¿qué te evoca la palabra
“androginia"?» (factores 1 y 2)

arnoríioco
nlenitnü
opuestos
arquetipo HOMBRE-PERSONA
Yina-Yang
totalidad id e a l
herm afrodita
no d i f e r e n c i a reproducción
PERSONA-OTRO
posee órganos androginia
norm as sociales mito
dulzura cosa e stilo
no Id e n t id a d d os s e x o í d iferenc ia p sic ológica
PERSONA
influencia HO MB RE
li d a d e s
fem inidad y
ni m a s c u l i n o ni f e m e n in o parte
m asculinidad
a la v e z patología
O T R O ____________________________ irtart
ampo ca ra cte rística
hombre
a ce p ta :ión p ositivo
f isleo bisexuado
mujer o andrógino
identidad sexual persona hombre
rasgos personaie
CO N O CIM IEN TO a ctitud
e je ^ P 10 s e x o in d i f e r e n c i a d o
mu e r m a s c u l i n a HOMBRE-MUJER
ni h o m b r e ni m u i e r loo k u n i s e x perturbador
s in signi s ap ariencia m isterioso
ambioüedad ixo a m b i g u o c ab ellos
h o m b r e f e m e n in o
homosexual c a r a c t e r ís tic a s sexuales
:élenre
JJE R P ER S O N A CELEBR E

con fusión

Leyenda. Mayúsculas: variables pasivas (cuadros d e referencias dadas a las cuestiones cerradas).
Nota. Las modalidades, con una contribución significativa de un o al m enos de los dos factores, están en subrayado.

Este contraste parece corresponder a una distinción entre la interioridad


y el manifestarse, que es también una separación de sus componentes más
abstractos y más concretos. En la parte alta de esta dimensión, la androgenia
apela a los mitos y al psicoanálisis, por consiguiente a la unidad original; en el
otro polo, la androginia está clavada en la realidad cotidiana y mediática y
hace pensar más en una unidad paradójica, bisexuada e incluso super-sexua-
da. Se nota además que esta componente paradójica de la androginia es más
cosa de la exterioridad, de lo comprobable, que de una especie de psicología
de profundidad.
Es interesante constatar que la partícula «y» (connotando la fusión de los
sexos), como la «o» (alternancia), tienden a colocarse de modo coherente en esta
dimensión: «y» hacia la interioridad, «o» hacia la manifestación. Leyendo la
secuencia de las palabras en su disposición vertical, se pasa efectivamente de la
incorporación de la androginia, o sea de la designación de un sistema de dispo­
siciones y de potencialidades juzgadas más bien favorablemente, a su inscrip­
ción en los personajes. La fusión mítica de los sexos, ejemplificada en la figura
Las variaciones interindividuales e intergrupos 311

por el Yin y el Yang, la Tierra y el Cielo, el equilibrio de los principios femenino


y masculino, designa aleación proyectada en una totalidad deseable, aunque
confinada en la interioridad. Al contrario, la «o» que se manifiesta, para fijar las
ideas, en estrellas como Michael Jackson, rebaja la androginia a sus componen­
tes comprobables, a la vez estéticas, perturbadoras, ambiguas (notemos que M.
Jackson representa en cierto modo una figura de androginia, que generaliza el
rechazo de la pertenencia comprobable hasta el embrollo de las fronteras étni­
cas). Aquí, la androginia es la tensión que se mantiene en la unión de cosas
separadas que siguen potencialmente comprobables a la mirada inquisidora. Es
su reunión conflictiva más que la anulación de sus fronteras.
Las respuestas pasivas que se desprenden de esta porción del espacio ponen
de manifiesto hechos interesantes. Si el sexo de los sujetos interrogados no se
aparta del origen de los ejes (no se reporta en la figura 2), las referencias al
«hombre» afín a una «persona» genérica emergen del lado de la interioridad, de
la abstracción. Al contrario, en la androginia más concreta, objetivada, encontra­
mos la «persona célebre», pero también la referencia exclusiva a la «mujer» y la
designación simultánea de los dos sexos. Este posicionamiento de los cuadros
de referencia permite comprender la articulación de las dos dimensiones que
forman el plano de la figura 2. La definición más abstracta de la androginia se
aísla en la izquierda del espacio y hace eco a la evacuación de toda referencia
concreta. Encontramos aquí solamente «personas» no identificadas, o el referen­
te «otro». Cuando la androginia se caracteriza por su interioridad, el referente
prototípico es el «hombre», solo o en ligazón con una «persona» en general. En
fin, cuando la androginia está de alguna manera esculpida en el cuerpo y en las
actitudes de personalidades, los referentes recaen sobre la «mujer», o sobre el
«hombre» y sobre la «mujer» simultáneamente. El análisis evidencia, pues, un
hecho importante: los hombres y las mujeres, en cuanto cuadros de referencia,
mantienen relaciones diferentes con cada una de las representaciones de la an­
droginia. La persona genérica y el hombre, de una parte, y la mujer, de otra, se
asocian de modo diferente con estas figuras de androginia, en particular según
el eje del ser y del parecer, cuyo primer término parece ser una prerrogativa
masculina. El hombre sigue estando más próximo a una imagen genérica —v
potencialmente andrógina— de la «persona» en general.

2.1.2. Análisis a base de grupos

Como he señalado arriba, el análisis de correspondencias simple es menos


adecuado al examen de las respuestas a una cuestión abierta, fruto de un cues­
tionario. Su aplicación, sin embargo, no queda excluida. En el caso de nuestra
cuestión sobre la androginia, por ejemplo, hemos notado que el sexo de los
sujetos se situaba en el centro del espacio de los dos primeros factores. Esto
significa que el espacio de estos factores, descrito en 2.1.1., concierne también a
las respuestas de hombres y de mujeres, o bien que el sexo de los sujetos es el
centro de gravedad de este espacio. El resultado, sin embargo, no veda en modo
alguno la posibilidad de interacciones más complejas entre el sexo de los sujetos
y, por ejemplo, sus respuestas a las cuestiones cerradas que proporcionan el
cuadro de referencia de la cuestión. A fin de examinar esta posibilidad, he rebe-

-
312 F. Lorenzi-Cioldi

cho un análisis de correspondencias, versión simple, en un tablero de frecuen­


cias que cruza las 279 palabras distintas del corpus (líneas) con cada una de las
ocho posibilidades de respuesta a la cuestión Has pernada en (simples: hombre,
mujer, etc., y compuestos: hombre y mujer, hombre y persona, etc.) para cada
uno de los dos sexos (o sea: 16 columnas). Los dos primeros factores de este
análisis, explicando respectivamente el 15,7 % y el 15,2 % de la variación total,
están representados en la figura 3 (todas las palabras reportadas en esta figura
aportan contribuciones a los factores muy elevados).

F i g u r a 3 . Análisis factorial de correspondencias simple de las palabras


proporcionadas por la respuesta a la cuestión: ¿Qué te evoca la palabra
Androginia? (factores 1 y 2)

m a scu lin id a d
co mporta mien to
Hp
acep tación
Hh e s q u e m a
cu alidad p a to lo gía

independen cia Htt Ftt


c a te g o r i z a c i o n e sti lo
m a scu lin o Fp parte
fem enin o V
Hhf
h e rm a fro d ita ca ra cte rístico s
aparato ____ _________ mujer Fau ____ t±£_
reproductor f isleo
hombre
personaje Fhf m ujer m a scu lin a
Y in g-Y an g andrógino rasgos
dos sexos
co n fu sió n F hp
to ta lid a d Ff
cie n tífica hom bre-cólePre
b io ló gica ap arie n c
ad olescente Fh hom o se xu alidad

cantante ni h o m b r e ni m u j e r
m u ie r célebre
sexo am biguo
órganos perturbador
características
dulzura se xu ale s

Leyenda. El sexo de los sujetos viene en letras m ayúsculas (H, F = H om bre, Mujer). Los cuadros de referencia se
indican co n m inúsculas, en varias com binaciones: h = hom bre; f = m ujer; p = persona en general; tt = todas las
respuestas tarjadas; au = otro.
Nota ' idalidades representadas aportan contribuciones significativas a uno, al m enos, de los dos factores.

\ de los sujetos en el espacio de la figura 3, en función de sus


’x de las dos cuestiones subsidiarias (columnas del cuadro) evi-
eresantes. El primer factor (horizontal) opone los referentes
\ el «hombre»), a la derecha, a los referentes «hombre» y
✓6 ^ ios aquí el resultado constatado anteriormente, oposición
siciíÁ.' ^ada sobre contenidos análogos. Pero el factor 2 (verti-
ción en i1 'estas de los sujetos de sexo masculino (a lo alto) a las
Las variaciones interindividuales e intergrupos 313

respuestas de las mujeres (a lo bajo), con la notable excepción de las mujeres


que indican la «persona», o todos los blancos u «otro», como cuadro de referen­
cia. Esta interacción entre el sexo de los sujetos es manifiestamente lo que anu­
laba el efecto principal del sexo de los sujetos en el análisis múltiple.

2.2. El tratamiento de asociaciones de palabras

En varios estudios, Daffon y yo mismo hemos recogido juicios de prototi-


pia y asociaciones libres a propósito de dibujos que representan rostros de
hófflbféS y mujeres (cf. Lorenzi-Cioldi y Daffon, en preparación). Én una con­
dición, llamada expresiva, uno de los blancos de cada sexo sonreía, el otro
tenía una expresión neutra. En la otra condición, abstracta, los blancos de
cada sexo eran diferenciados por un criterio no pertinente, es decir, grabados
de densidad variable (claro-obscuro). Después de examinar estos rostros, los
sujetos respondían a varias cuestiones que servían para determinar su prototi-
picidad (escalas que van de «muy masuclino» a «poco masculino» para los
rostros de hombres, y de «muy femenino» a «poco femenino» para los rostros
de mujeres), y su evaluación (escalas análogas que van de «me gusta mucho»
a «no me gusta nada»). Se pedía, en fin, a los sujetos que asociaran libremen­
te palabras (adjetivos o frases) con cada rostro. Los resultados de las cuestio­
nes cerradas, tocantes a la prototipicidad y a la evaluación, muestran lógica­
mente que los sujetos no diferencian los dos rostros de hombres, o los dos
rostros de mujeres, en la condicion abstracta. En revancha, las diferencias
- aparecen w h a c-uTiaicibii expresiva. "En cuanto a la evaluación se nota que
todos los sujetos prefieren los rostros sonrientes a los neutros, pero las muje­
res significativamente más que los hombres. Dicho de otro modo, las mujeres
polarizan más las evaluaciones de los rostros en función de su expresión. En
cuanto a la prototipia, todos los sujetos, pero de nuevo las mujeres más que
los hom bres, consideran ojjie la m u i& r s o n r i& n ta v o\ h .omtre neutro s-q-stv. ejeasi.—
píos mejores de sus respectivas categorías, femenina y masculina. Estos dos
rostros son ambos prototípicos de sus categorías, como lo indica la similitud
de las medias de los juicios que se les refieren. Sin embargo, el hombre son­
riente está menos alejado del prototipo del hombre, que la mujer neutra del
prototipo de mujer; los sujetos diferencian menos intensamente (y en algunos
de estos estudios no diferencian nada) los dos rostros de hombres entre sí.
Lo restante de este apartado expone los análisis de correspondencias so­
bre las palabras asociadas por los sujetos a estos rostros. Veremos el grado de
adecuación entre los juicios sobre las cuestiones cerradas y el orden del dis­
curso libremente formulado.

2.2.1. Análisis a base de grupos

La tarea de asociaciones libres de palabras con cada rostro permite, pues,


precisar estas diferencias. Las 153 palabras diferentes recogidas en las dos
314 F. Lorenzi-Cioldi

condiciones, después de una mínima simplificación análoga a la operada en la


cuestión abierta sobre la androginia tratada anteriormente, han sido inserta­
das en un tablero que las cruza con los rostros a los que han sido asociadas y
el sexo de los sujetos. Este tablero ha sido sometido a un análisis de corres­
pondencias simple. La figura 4 reporta las palabras (todas las palabras apor­
tan contribuciones a los factores muy elevados) y el emplazamiento de los
rostros en cada condición experimental en función del sexo de los sujetos.

F ig u r a 4 . Análisis factorial de correspondencias simple de la tarea de


asociaciones libres con los rostros en las condiciones «expresiva» y « abstracta».
Posiciones de las palabras suministradas p o r los sujetos, de los rostros
estím ulos y de los sujetos según su sexo

f u n c i o n a r io
hU£VO
v a c ío
a d a p t a ció n
cuadrado
no d e p o r t iv o m asculino
m o re n o
franco H fc la rg o

Hhf f e m e n in o
típico
burócrata mujer
br o n c e a d o
Hhc H ff no f in o
F fc esmerado
Fhf Fhc
in t e le c t u a l
Fff joven
hombre deportivo
r ed ondo a ctivo
ló g ic o
du lce
in t e l i g e n t e

d e t e r m in a d o
t r io
duro dinám ico
im p a sib le ,'ahlp
ce r r a d o a m a b le
enojoso v i v i d or
triste reflexivo sim p á tico
serio F in a m i o a b l e F f s j o v ia l
reservado Fhn Hfn Hhs
p e n s a t i v o e n o ja do Hfs d i v e r t i do
adorm ilado Fhs abierto
in fe liz a g r a d a b le
Hhn
desagradable grave cuidadoso jocoso
antipático d ic h o s o
p e n e t ra n t e inge n uo
indiferente concentrado satisfecho " contento
com petente
in t r o v e r t i d o

Leyenda. El sexo de los sujetos se indica co n m ayúsculas (I.J, F = H om bre, Mujer). Los rostros-blanco y
las expresiones se indican en m inúsculas y en este orden: sexo: h = hom bre; f - m ujer. Expresión: s = sonriente;
n = neutro; f = obscuro; c = claro.
Nota. Todas las palabras han sido puestas en singular y en masculino antes de efectuar el análisis factorial. Las palabras
con una contribución dos veces más elevada que la media a uno, al menos, de los factores aparecen en subrayado.

Los dos factores retenidos en este análisis (38 % de la variación total)


separan las palabras en función de las condiciones experimentales. El primer
Las variaciones interindividuales e intergrupos 315

factor afecta a la condición expresiva y opone las asociaciones con los rostros
neutros (p. ej., reservaclo(a), introvertido(a), indiferente, impasible) a las asocia­
ciones con los rostros sonrientes (amigable, abierto(a), sociable). Se constata
que las respuestas suministradas por las mujeres delimitan, más fuertemente
que las de los hombres, la sonrisa y la neutralidad de los rostros, lo cual
atestigua la implicación más intensa de las mujeres en una diferenciación de
naturaleza expresiva. Pero el contenido de los rasgos imputados a los rostros
aporta otra modulación interesante. Los rasgos que aportan las contribuciones
absolutas más elevadas pueden, en efecto, formar un listado para describir los
prototipos de rostros que les corresponden en el plano de la figura 4. La mujer
de expresión neutra es triste, dura, cerrada, severa; el hombre neutro, en cam­
bio, es serio, determinado, reflexivo, penetrante, concentrado e inteligente. Pero
el hombre sonriente no es despreciado tan fuertemente; si es ingenuo, es
igualmente satisfecho, abierto, vividor y... sonriente-, la mujer sonriente, en
cambio, es amable, dichosa y dinámica. Si el prototipo del hombre es neutro y
el de la mujer es sonriente, la transgresión se penaliza más en el blanco mujer
que en el hombre. El factor 2 de este análisis reagrupa las respuestas de la
condición abstracta. El criterio no pertinente asociado a los rotros (la densi­
dad de los grabados punteados) no genera diferencias entre las palabras evo­
cadas (vacío, oval, largo, cuadrado, términos descriptivos que se aplican a to­
dos los rostros). Pero las proyecciones de los sujetos de sexo masculino son
aquí más extremas que las de los sujetos de sexo femenino. Estos resultados
muestran que la carga expresiva vehiculada por una sonrisa se valora de
modo casi unánime, pero que esto se da más en el caso en que el blanco es
una mujer. Si la sonrisa femenina es, no obstante, apreciada por todos los
sujetos, la neutralidad masculina lo es todavía más, pero lo que prima aquí
manifiestamente sobre la evaluación es su utilidad social (como lo señalan
los términos com o determinado y penetrante, asociados al rostro neutro del
hombre).

2.2.2. Análisis a base individual

En el contexto experimental de esta investigación sobre la estereotipia


masculina y femenina, un análisis a base individual puede servir para confir­
mar y dar mayor fundamento a los resultados obtenidos con ayuda del sondeo
precedente. Hemos efectuado, pues, análisis de correspondencias múltiples so­
bre el cuadro cruzando los individuos por las asociaciones a cada blanco (132
x 4 líneas) con las palabras asociadas (columnas). Hemos tratado las modali­
dades siguientes como suplementarias: el sexo de los sujetos, el sexo del blan­
co, la condición experimental (2 modalidades: abstracto vs. expresivo) la expre­
sión de los rostros (4 modalidades: sonriente vs. neutro vs. obscuro vs. claro),
y la interacción entre estas variables (16 modalidades: p. ej., Hombre que
asocia un rasgo a un hombre en la expresión neutra).8

8. E l h ech o d e que los elementos suplementarios se coloquen independientes unos de otros en el plano de
los factores autoriza la introducción de m odalidades redundantes en un m ism o análisis factorial.
316 F. Lorenzi-Cioldi

C uadro 3 . Número de palabras recogidas en la tarea de asociaciones en función


de diferentes umbrales de aparición de las palabras

Número de palabras: Total Distintas En %


Umbral:
Todas las palabras 1.182 347 29,3
Al menos dos veces 974 150 15,4
Al menos tres veces 883 99 11,1
Al menos cuatro veces 805 73 9,1

Nota. La colum na «E n % » es un indicador de la variabilidad individual. El valor del porcentaje está ligado al
ch an ce de que una palabra dada n o aparezca sino en un individuo (en el presente estudio, cada sujeto daba tres
palabras distintas a cada rostro).

La variabilidad de los contenidos asociados a los rostros es, desde luego,


más elevada, si se retienen más palabras diferentes. Cabe además pensar que
la variabilidad entre individuos sea más elevada también en este caso: por
consiguiente, sería tanto más elevada cuanto más bajo es el umbral de inclu­
sión de palabras en el análisis factorial. Si se retuvieran todas las palabras
asociadas a los rostros, incluidas por lo tanto las palabras únicas que, lógica­
mente, han sido suministradas por un solo individuo, la variabilidad sería
máxima. Si solo se retuviera un número bajo de palabras distintas, habría
muchos chances de que han sido suminstradas por la mayor parte de los indi­
viduos, y la variabilidad sería, en consecuencia, mínima. En la variante simple
del análisis factorial, donde la unidad de observación es el grupo de indivi­
duos, son muy elevados los chances de que los miembros de cada uno de los
grupos analizados hayan suministrado, siquiera una vez, todas las palabras,
incluidas en el análisis, y esto incluso con umbrales bastante bajos (es el caso
del ejemplo precedente). En la variante múltiple, en cambio, estos chances son
mínimos. En lo que concierne a nuestra tarea de asociación de palabras, da­
mos en el cuadro 3 la cuenta de la muestra de palabras en umbrales de apari­
ción creciente de dichas palabras.
En buena lógica, el cuadro 3 muestra que el número de las palabras dis­
tintas, es decir únicas, disminuye cuando el umbral crece. ¿Qué pasaría si se
efectuara un análisis de correspondencias múltiples en cada umbral (dos, tres
y cuatro veces)? La expectativa que cabe formular a propósito de este piano
de análisis múltiples es la siguiente. A medida que crece el umbral y que, por
lo tanto, disminuyen las palabras distintas y la variación inter-individtial, los
resultados deberían converger con los obtenidos en el análisis de las corres­
pondencias simples donde se toma en cuenta solamente la variación inter-gru-
pos. Tal es efectivamente el caso.
A título de ejemplo, la figura 5 muestra los resultados del análisis efectua­
do sobre las palabras que aparecen al menos tres veces, y la figura 6 muestra
los resultados en el umbral superior, en cuanto se refiere únicamente a los
elementos suplementarios.
Las variaciones interindividuales e intergrupos 317

F ig u r a 5 . Análisis factorial de las correspondencias múltiple de la tarea de


asociaciones libres a los rostros de las palabras que aparecen al menos 3 veces.
Emplazamiento de los elementos suplementarios

Fhc

rlfC
claro
Hff
F ff
Ffc ABST RA CTO
oscuro
Hfn Hhf
Fhn neutro
Hhn m ujer
MUJE
Ffn HÜntSK
Fhf hombre
Hfs
EX PR ESl' 10
Fhs
Hhs son rie n te
Ffs

Hhc

Leyenda. El sexo de los sujetos lo da la palabra entera en letras mayúsculas. El sexo de los blancos lo dan estas
palabras en letras minúsculas. Los rostros-blanco y las expresiones se indican p o r m inúsculas y en este orden:
sexo: h = hom bre; m - m ujer. Expresión: s = sonriente; n = neutro; o - obscuro; c = claro.

Una simple comparación visual de la figura 4 con las figuras 5 y 6 mani­


fiesta claramente que esta última (figura 6) se aproxima mucho más a la
primera (figura 4) (en cuanto a las palabras mismas, son coherentes con el
análisis precedente, sobre todo en el umbral superior representado en la figu­
ra 6). En efecto, si la figura 5 separa correctamente los rostros sonrientes y
neutros, aparece más confusa en lo tocante a los rostros de la condición abs­
tracta (nótese que el análisis de las palabras que aparecen al menos dos veces
y que renuncio a presentar aquí, ni siquiera manifiesta claramente la diferen­
cia entre rostros neutros y sonrientes). En cambio, la figura 6 aísla igualmen­
te, en la condición abstracta, a los hombres de las mujeres, com o en el análisis
simple.
Este ejemplo muestra así que, haciendo disminuir arbitrariamente la va­
riedad interindividual en el sondeo múltiple del análisis de las corresponden­
cias, nos aproximamos a los resultados del sondeo simple, que recae directa­
mente sobre los grupos. Este hecho, de extremada importancia, sugiere, de
una parte, que los resultados del enfoque simple tienden a ser más optimistas
318 F. Lorenzi-Cioldi

F i g u r a 6 . Análisis factorial de correspondencias múltiple de la tarea de


asociaciones libres a los rostros de las palabras que aparecen al menos 4 veces.
Emplazamiento de los elementos suplementarios

s o n rie n te
s H fs
Ffs EXPRES IVO
Hhs Fhf Hfn
hon ¡Dre
HDMF R F
neutro
MUJE } Hhn
mu er Fhn
Ffn
Fhc
Hhc
ABSTRACTO

Hhf
oscu ro
claro
Ffc
F ff

Hfc

Hff

Nota. Para la leyenda ver la figura 5.

que los del otro enfoque y, de otra parte, que el objetivo de verificar las hipó­
tesis del enfoque simple, sobre lo que he insistido en el apartado 1, debería
«controlarse» siempre por un enfoque múltiple que delimita su alcance.
Voy a introducir ahora otra técnica importante en el estudio de los gru­
pos en psicología social, el análisis discriminante.

3. Análisis discriminante

3.1. Introducción

El análisis discriminante recae sobre el estudio de las diferencias entre


grupos. Busca más precisamente pulsar el grado de homogeneidad de los indi­
viduos al interior de .los grupos y las diferencias entre los grupos. El análisis
predice la pertenencia de los individuos a sus respectivos grupos, utilizando
sus respuestas a cierto número de cuestiones. (Para una exposición no mate­
mática, ver, p. ej., Betx, 1987.) El análisis produce funciones que se interpre­
Las variaciones interindividuales e intergrupos 319

tan com o dimensiones factoriales, excepto que ofrecen configuraciones de res­


puestas que permiten distinguir lo mejor posible los grupos de individuos. La
extracción de estas funciones mantiene, pues, una analogía con la versión
simple del análisis de correspondencias, fuera de que, en la discriminación,
los grupos de sujetos y sus respuestas tienen roles asimétricos: las respuestas
de los sujetos se utilizan para predecir la pertenencia de los sujetos a los
grupos pre-definidos. Este análisis recae, pues, en su realización, sobre los
fines de verificación ya presentes en el análisis de correspondencias simple.
En este cuadro, las funciones discriminantes son especies de dimensiones fac­
toriales sometidas a una coacción suplementaria: la de diferenciar los grupos
de individuos maximizando al mismo tiempo la homogeneidad de los indivi­
duos en los grupos.
Sin embargo, en términos estadísticos, esta afirmación debe matizarse.
Hemos visto que el análisis factorial exploratorio (o de componentes principa­
les) y la versión múltiple de las correspodnencias dan cuenta de las variacio­
nes interindividuales, y que la versión simple de las correspondencias resume
las variaciones intergrupos. El análisis discriminante liga todos estos enfo­
ques. Opera, en efecto, una confrontación sistemática de la dispersión en los
grupos y entre los grupos. Esta tónica, pues, se sitúa, propiamente hablando, a
medio camino entre las versiones simple y múltiple de las correspondencias.
Las respuestas individuales se integran en las funciones a base de su capaci­
dad de diferenciar los grupos de sujetos. Esta propiedad del análisis discrimi­
nante favorece de nuevo cierta flexibilidad en su uso.
El enfoque se utiliza habitualmente de dos maneras. Para examinar la
homogeneidad de los grupos de sujetos, se pondrá un interés más específico
en comparar el reparto de los sujetos en estos grupos derivados del análisis
(grupos predichos) y el reparto que efectivamente se observa. Cuando se su­
perponen los dos repartos o, más verosímilmente, tienden a superponerse, se
concluirá que las fronteras entre los grupos son netas y que estos grupos están
asociados a representaciones específicas. Es igualmente posible utilizar el aná­
lisis discriminante cuando el interés recae prioritariamente sobre las diferen­
cias entre los grupos. En este caso, nos fijaremos en los valores discriminantes
y en las contribuciones de las variables a las funciones para subrayar las pro­
piedades que distinguen a los grupos entre sí.
Varias ilustraciones de los usos del análisis discriminante aparecen en
Doise, Clémence y Lorenzi-Cioldi (1993). En la sección próxima propongo una
tercera utilización del análisis discriminante que combina los dos usos men­
cionados.

3.2. Fronteras categoriales

Esta utilización del análisis discriminante se comprenderá mejor con un


ejemplo. En una encuesta por cuestionario pedí a 62 adultos que repartieran
16 adjetivos entre cuatro blancos, a saber, un cuadro y un empleado de cada
sexo. Los rasgos (en partes iguales: instrumentales y expresivos, positivos v
320 F. Lorenzi-Cioldi

negativos) representan los estereotipos habitualmente asociados, de una parte,


a los cuadros y a los hombres (p. ej., independiente, competitivo) y, de otra, a
los empleados y a las mujeres (p. ej., efusivo y tímido). Los blancos eran pre­
sentados con la ayuda de un pequeño texto (p. ej., Señor D., cuadro; Señora L.,
empleada). Cada blanco recibía, por tanto, cuatro rasgos, y un rasgo dado no
servía para describir sino un blanco. Los sujetos indicaban además, con ayuda
de una escala milimétrica, los estatus sociales respectivos de las cuatro perte­
nencias invocadas: los hombres, las mujeres, los cuadros y los empleados. Los
resultados de esta medida muestran, como me lo esperaba, que los blancos
se distribuyen con regularidad a lo largo de un continuum, con los cuadros,
en un extremo, que reciben la media más elevada de estatus, luego los hom­
bres, después las mujeres y, en el otro extremo, los empleados, con la media
más baja.
Un análisis discriminante aplicado a los contenidos que los sujetos han
atribuido a cada blanco enriquece la significación de estas diferencias. El aná­
lisis se ha efectuado conforme al plan siguiente. Los 16 rasgos han constituido
las variables independientes utilizadas para extraer las funciones y discriminar
los cuatro blancos. Estos blancos eran, pues, los grupos que el análisis con­
trasta entre sí y cuya homogeneidad interna indaga. A fin de realizar este
análisis con los programas corrientes, los datos se transcriben de la manera
ejemplificada en el cuadro 4.

C uadro 4 . Forma dada a los datos recogidos en la cuestión de las fronteras


categoriales con miras al análisis discriminante (ejemplo de respuestas
de 3 individuos)

Grupo 1 2 3 16
Independ. Competit. Vehemente Sensible
Sujeto 1:
Sr. N., cuadro 1 1 0 0 0
Sr. D., empleado 2 0 0 0 0
Sra. T., cuadro 3 0 1 0 1
Sra. L., empleada 4 0 0 1 0
Sujeto...:
Sr. N., cuadro 1
Sr. D., empleado 2
Sra. T., cuadro 3
Sra. L., empleada 4
Sujeto 62:
Sr. N., cuadro 1 0 1 0
Sr. D., empleado 2 1 0 0
Sra. T., cuadro 3 0 0 0
Sra. L., empleada 4 0 0 1

Nota. La clave de las respuestas es «1» para la asociación de un adjetivo co n u n blanco


asociación.
Las variaciones interindividuales e intergrupos 321

Conforme a la lógica de la cuestión planteada, cada línea del cuadro de


los datos analizados (ver cuadro 4 para un extracto) totaliza cuatro adjetivos,
y cada adjetivo aparece sólo una vez en las cuatro líneas (estas líneas repre­
sentan, en efecto, las respuestas de un individuo). El análisis discriminante,
aplicado a este conjunto de datos, nos permitirá comprender la manera como
los sujetos se representan las fronteras entre las categorías. Más precisamente,
se quiere responder a las dos cuestiones siguientes: 1) ¿Acentúan las repuestas
de los suejetos la frontera entre los dos cuadros y los dos empleados, la fronte­
ra entre los dos hombres y las dos mujeres, o bien oposiciones más complejas
que corresponden a una interacción entre estos dos órdenes de pertenencias?
2) ¿A base de qué contenidos (instrumentales, expresivos, positivos, negativos)
se delinean estas fronteras?9
Los principales resultados de este análisis incluyen la descripción de las
funciones discriminantes en términos de coeficientes asociados a los 16 adjeti­
vos (las funciones han sido extraídas con el método «directo» y han sufrido
una rotación según el principio de los componentes principales), los centroi­
des de los cuatro blancos y la tabla de clasificación de las respuestas en fun­
ción de estos cuatro grupos. Consideremos primeramente las funciones discri­
minantes. El análisis pone en evidencia dos funciones muy significativas y
otra tercera menos poderosa (dado el uso presente del análisis discriminante
con miras a seleccionar y jerarquizar los criterios de clasificación empleados
por los sujetos, retengo igualmente, en la continuación, esta función discrimi­
nante no significativa; la fuerza estadística de las funciones, que represen-
Vcvcx Vos, ds ex, ex\ á rn T O x ite á o impor­
tante). Las funciones y los centroides de los grupos están presentados en el
cuadro 5.
Expliquemos primeramente los índices presentados en el cuadro 5. El
Lambda de Wilks expresa la relación entre la variabilidad en los grupos (en
este caso, los blancos) y la variabilidad total de las respuestas: 0,29, 0,77 y
0,92 son, pues, las partes de la varianza en los valores discriminantes que no
se explican por las tres funciones respectivamente (los valores discriminantes,
com o veremos luego, son los valores de cada individuo —pero en este caso,
las respuestas— sobre las funciones discriminantes). Estas partes aumentan
fuertemente pasando de la primera función a la última. La correlación canóni­
ca es una medida de la asociación entre estos valores discriminantes y la
pertenencia a los cuatro blancos. El valor propio es la relación entre la varia­
ción inter-blancos y la variación intra-blancos. Aquí, la secuencia de las fun­
ciones da valores propios decrecientes, indicando que las funciones explican
sucesivamente las partes menores de variaciones entre los grupos (o, por utili­
zar el lenguaje del análisis de varianza, que el error de la medida asociada a
una función dada aumenta). Un valor propio elevado significa una discrimina­
ción eficaz y poderosa entre los blancos y, por tanto, que los sujetos han
trazado bien las fronteras entre estos blancos.

9. Va de sí que un cuadro así de los datos podría som eterse igualm ente a un análisis factorial de correspon­
dencias múltiple. Pero en este caso, la variable «grupo» se introduciría co m o m odalidad suplem entaria y n o
funcionaría, p o r tanto, co m o predictor.
322 F. Lorenzi-Cioldi

C uadro 5. Coeficientes discriminantes estandarizados y centroides de los grupos


para las tres funciones extraídas por el análisis discriminante

Funciones discriminantes
1 2 3
Decidido (a) -0,47 -0,01 0,29
Lógico (a) 0,01 -0,20 0,10
Independiente -0,34 -0,14 -0,44
Analítico (a) 0,04 -0,22 -0,14
Competitivo (a) -0,33 0,05 0,26
Egoísta -0,24 -0,06 0,50
Agresivo (a) -0,15 -0,25 -0,27
Intolerante -0,01 0,03 0,13
Sensible -0,17 0,52 -0,06
Afectuoso (a) 0,24 0,03 0,45
Efusivo (a) 0,20 0,19 0,14
Amable 0,35 -0,03 -0,08
Susceptible 0,44 -0,14 0,13
Tímido (a) 0,26 0,04 -0,01
Emotivo (a) -0,04 0,57 -0,25
Irritable -0,27 -0,09 0,31
Lambda de Wilks 0,29 0,77 0,92
Valor propio 1,67 0,19 0,08
Significación < 0,001 <0,001 <0,15
Correlación canónica 0,79 0,40 0,28
Centroides de los grupos
Sr. N., cuadro -1,22 -0,76 0,58
Sr. D., empleado 1,01 -0,06 0,11
Sra. T., cuadro -0,90 -0,48 -0,40
Sra. L„ empleada 1,11 1,30 -0,29

Nota. Los adjetivos están ordenados en fun ción de su estereotipo (m asculino, fem enino) y su evaluación (positi­
va, negativa).

Como indican los centroides, la primera función (85,7 % de la varianza


común) opone los cuadros a los empleados. Los primeros se describen com o
decididos (as), independientes y competitivos (as), mientras que los empleados
son susceptibles y amables. Ambos sexos son, pues, intercambiables dentro de
cada rol profesional. El contenido de esta función designa manifiestamente las
cualidades más útiles con miras a explicitar los dos roles profesionales y esto
sea cual sea el sexo del actor. La función 2, netamente menos poderosa y, no
obstante, significativa (9,9 % de la varianza común), aísla a la mujer emplea­
da, descrita como sensible y emotiva, oponiéndola sobre todo a los dos cua­
dros que reciben rasgos instrumentales (el empleado de sexo masculino ocupa
aquí una posición intermedia, sin embargo, más próxima a los cuadros). So­
bre la función 3, no significativa y que no explica sino el 4,35 % de la varianza
Las variaciones interindividuales e intergrupos 323

común, aparece el hombre cuadro, descrito como egoísta, irritable y afectuoso,


opuesto a los otros blancos, pero sobre todo a la mujer cuadro, descrita com o
independiente.
En su conjunto, estos resultados muestran que la oposición sexual (que
no aparece sino sobre la función 3) está muy netamente subordinada a una
oposición de estatus representada muy claramente sobre la función 1, la más
poderosa. Los contenidos expresivos están más asociados al estatus menos
prestigioso (más bien que a las mujeres en cuanto tales), mientras que los
contenidos instrumentales lo están al estatus del cuadro (más bien que a los
hombres en cuanto tales). Pero los contenidos de cada uno de estos conjuntos
se diferencian ulteriormente. Algunos contenidos expresivos están asociados a
los empleados en su conjunto, otros prioritariamente, a la mujer que desem­
peña este rol (función 2). El examen atento de estos contenidos señala que la
empleada se individualiza sobre la segunda dimensión en lo que hace a sus
tendencias a la empatia. Su sensibilidad, su emotividad y su calor subrayan la
atención que presta a otro en una relación de subordinación. En cuanto a los
jefes, sobre esta misma dimensión, se caracterizan precisamente por su caren­
cia de expresividad y, al contrario, por su espíritu analítico y lógico. Las cuali­
dades expresivas de la mujer empleada se completan con rasgos de personali­
dad más bien negativos, como la timidez y la susceptibilidad, cuando las des­
cripciones incluyen al empleado de sexo masculino. En cuanto a los hombres
en su conjunto, cuyo prototipo parece constituir el cuadro, se caracterizan por
rasgos instrumentales evaluados más bien negativamente, com o el egoísmo y
la intolerancia.
La subordinación de la división sexual a la división profesional aparece
igualmente en la tabla de clasificación de las respuestas a los cuatro blancos
Para clasificar las respuestas a nuestra cuestión, el análisis calcula, para —
respuesta y cada función, un valor discriminante. Este consiste en una cifra ctie
se interpreta de manera análoga al valor factorial de los componentes principe-
íes. Se obtiene multiplicando las respuestas de un sujeto (0 ó 1, en este caso) per
el coeficiente discriminante (no estandarizado) del objetivo correspondiente. Les
valores discriminantes se comparan luego con los centroides de los diferentes
grupos (los centroides no son sino las medias de estos valores discriminantes
así se clasifica una respuesta en el grupo cuyo centroide es más cercano. El
cuadro 6 muestra los resultados de esta clasificación.
Dado que los cuatro grupos tienen igual número de sujetos, la probabili­
dad de clasificar una respuesta correctamente al azar en el grupo adecuado es
de 25 % El porcentaje de respuestas clasificado correctamente pee d -sr-á'rasre.
llega a 63 y es, por tanto, ampliamente superior a dicho umbral I : ~ :
muestra el cuadro 6 (ver los casos de mayor peso sobre la r i ^ res­
puestas a los diferentes blancos son, en su mayoría, correctamente jn d k k a s
por el análisis discriminante. Se subraya, además, que son los blandís es^ ret-
típicamente «congruentes» (hombre-cuadro y mujer-empleaca ] as ; _ afacré-
nen el porcentaje más elevado de respuestas clasificadas m r - -. - - ; ; res­
ponden a las casillas más homogéneas. Otro resultado que larra ^a
se refiere a las confusiones que opera el análisis: la m ayo r parte ce La; n:efu­
siones tienen lugar en una profesión determinada, entre un hombre _r_a
324 F. Lorenzi-Cioldi

C uadro 6. Tabla de clasificación del análisis discriminante sobre


las fronteras categoriales

Grupo predicho
Total Hombre Hombre Mujer Mujer
cuadro empl. cuadro empl.
Grupo observado
Hombre-cuadro 62 41 2 18 1
66 % 3% 29% 2%
Hombre-empleado 62 5 34 6 17
8% 55 % 10% 27%
Mujer-cuadro 62 17 3 38 4
27% 5% 61 % 7%
Mujer-empleada 62 2 13 5 42
3% 21 % 8% 68 %

Nota. El 63 % d e los casos están correctam ente clasificados. Los porcentajes han sid o redondeados. L os p orcen ­
tajes d e los casos correctam ente predichos para cada grupo están en negrita.

mujer cuadros, o entre un hombre y una mujer empleados, mucho más que al
interior de cada grupo de sexo. Así, por ejemplo, si las tres funciones extraídas
permiten clasificar correctamente las respuestas de 66 % de sujetos al blanco
Hombre-Cuadro, los 34 % de sujetos mal clasificados corresponden al blan­
co Mujer-Cuadro (29 %), más bien que al blanco otro hombre (3 %) o por el
blanco mujer-empleada (2 %). Las figuras 7 y 8 ponen de relieve estos fenó­
menos (véanse páginas 325 y 326).
Ambas figuras permiten leer las proporciones de respuestas clasificadas
correctamente y las confusiones entre los blancos presentados en el cuadro 6.
En la figura 8, los valores discriminantes están representados sobre la base de
las profesiones y aparecen más separados en dos grupos que en la figura 7,
donde los valores están representados sobre la base sexual.

Conclusión

La idea, defendida en esta contribución, de que las diferentes técnicas de


análisis de los datos, lejos de constituir simples instrumentos al servicio de
fines que les serían totalmente exteriores, son otros tantos puntos de vista que
informan y estructuran estos datos, recibe confirmaciones substanciales. Por
otra parte, estos puntos de vista se manifiestan casi siempre complementarios
y, por lo tanto, no exclusivos (como en el caso de las variantes simple y múlti­
ple del análisis de las correspondencias). De hecho, cada vez que aplicamos
una técnica estadística multivariada, efectuamos el test de un modelo. Este
modelo es ya explícito, como en el análisis discriminante, o también en la
técnica del Log-linear y en los análisis causales, ya implícito, como en los
análisis factoriales que hemos considerado.
Las variaciones interindividuales e intergrupos

Análisis discriminante sobre las fronteras categoriales. Posiciones de


F ig u r a 7 .
los valores discriminantes de las respuestas sobre las 3 funciones extraídas,
con miras a poner de relieve la diferenciación sexual

I evenda

o M u je r-E m p le a da
o M ujer-C uadro
• Hom bre-Em pleado
• H om bre -C uad ro

Para concretar esta proposición, consideremos de nuevo el caso del análi­


sis de correspondencias simple. Los cuadros de que trata podrían desde luego
ser igualmente examinados, de una manera muy simple, calculando un Chi-2
(ver, p. ej., los datos presentados en el cuadro 1). Aplicado a este cuadro el
Chi-2 ofrecería una visión resumida de las diferencias en la independencia de
todas sus casillas (en el caso, tendría un valor muy elevado y sería, por tanto,
«significativo», es decir que conduciría al rechazo de la hipótesis de indepen­
dencia de líneas y columnas). El límite del interés de este cálculo está en que
no nos informa sobre la localización de las diferencias en la independencia; no
nos indica qué modalidades de líneas y de columnas mantienen los lazos más
estrechos. Los modelos log-lineares suministran estas informaciones (el good-
ness-of-fit cuantifica precisamente la discordancia entre el modelo de las dife­
rencias adoptado por el investigador y las diferencias efectivas). Ahora bien, el
análisis de las correspondencias, en su versión simple, procede de una manera
análoga. Como lo hemos considerado comentando el primer ejemplo (ver fi­
gura 1), la técnica maximiza, entre otros, el lazo entre las líneas y las colum­
nas del cuadro de contingencia y, para ello, ordena sus modalidades sobre
cada factor. Cuando el lazo es intenso, tenemos, al término del análisis, facto­
res que hacen aparecer un paralelogramo de los datos (una diagonal de los
pesos de las casillas de más peso en el cuadro de los datos reordenados, como
en nuestro ejemplo, en el cuadro 2). Así, la discordancia entre la hipótesis
326 F. Lorenzi-Cioldi

F 8 . Análisis discriminante sobre las fronteras categoriales. Posiciones de


ig u r a

los valores discriminantes de las respuestas sobre las 3 funciones extraídas,


con miras a poner de relieve la diferenciación profesional

I evenda

o Mujer-Empleada
• M ujer-C uadro -
o H om bre-Em pleado
• Hombre-Cuadro

nula del modelo (independencia entre líneas y columnas) y el resultado es


máxima.10 Ahora bien, el cuadrado de la correlación entre líneas y columnas,
desgajada sobre cada factor, es precisamente la cantidad de variación explica­
da por este factor. Así, el modelo del análisis de correspondencias, lo mismo
que el del análisis discriminante, es un paralelogramo de los datos que no coac­
ciona, sin embargo, las modalidades precisas que deben figurar en los diver­
sos lugares del cuadro reordenado. Son precisamente los factores sucesivos lo
que describen los diferentes ordenamientos de las modalidades en el cuadro.
En esta contribución no hemos hecho sino plantear el problema del plu­
ralismo metodológico. Muchas otras técnicas requieren su organización en
función de esta preocupación. Pienso, de una parte, en las relaciones entre
MDS e INDSCAL y, de otra, en los análisis factoriales y tipológicos, que po­
drían aplicarse con provecho a los ejemplos presentados en esta contribución.
Nuestra discusión debería igualmente incitar a los investigadores a proceder a
las verificaciones de sus resultados con la ayuda de varias técnicas (como, por

10. H ay que anotar todavía que el valor absoluto de Chi-2 n o está ligado a los resultados del análisis de
correspondencias. Contrariamente a los test de inferencia, el análisis de correspondencias n o es sensible a la
talla de la muestra. Se trata del efecto de homotecia descrito p o r Cibois (1984), según el cual es la estructura de
las diferencias en la independencia, y n o su intensidad, lo que afecta a los factores. Se recom ienda, en con se­
cuencia, n o h a cer los análisis de correspondencias sino sobre cuadros cuya significación de Chi-2 se ha verifica­
d o previamente.
Las variaciones interindividuales e intergrupos

ejemplo, el análisis de correspondencias y la clasificación jerárquica, o el aná­


lisis factorial y el enfoque INDSCAL). Apostamos que el acceso cada vez más
fácil a las técnicas estadísticas complejas, basado en la producción de paque­
tes de programas estadísticos de muy buenos resultados, favorecerá los traba­
jos de este tipo.

Referencias bibliográficas

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ración).
índice de materias

abordaje multidisciplinar: 133 ------- al exogrupo en los resultados


— psicosocial: 215 negativos: 212
aceptación privada: 104 ------- al endogrupo en los resultados
— y valoración positiva del conflicto: 199 positivos: 212
Action-Research: 71 atributos prototípicos: 294
actitudes prejuiciosas: 159 aumento de exigencia de cohesión: 48
actividad reflexiva: 41 ausencia de crítica: 48
Actor: 66 autoayuda: 224, 229
adaptación: 49 autocategorización: 228
agregado: 65, 75 — y normas prototípicas del grupo: 119
agolpamientos: 189 autoconflanza de la mayoría: 111
aislamiento: 48, 211 autoconsciencia: 106, 116
-— social: 220 autoestima: 218, 223, 228
ajuste: 61 — positiva: 94, 95
aliado: 106 autogestión: 223, 224, 229
alta grupalidad: 192 autopercepción: 221, 226
— individuación: 192 autorreferenciales: 68
ámbito grupal: 220, 223 autosoporte: 229
— social: 218
amortiguación: 216, 230 baja grupalidad: 192
análisis a base de grupos: 311, 313 — individuación: 192
individual: 315 barreras: 163
— de correspondencias múltiple: 302, 306 — intergrupales: 165
simple: 303, 305
— de la situación: 225 cambio de rol: 75
— de la varianza: 265 — o tendencia al riesgo: 117
— de los datos: 301 canales de comunicación: 212
— discriminante: 302, 318 carácter manipulador del grupo: 48
— en componentes principales: 302 — nómico o anémico de la minoría; 111
— factorial: 301, 302 — normativo: 253
------- de correspondencias: 306, 308 carisma: 97
----------- múltiple: 309 categoría: 219, 226, 228
— —• — simple: 303, 312 — borrosa: 89, 90
------- ecológico: 282 — social: 75, 153, 189, 219, 220, 255
— intra-inter: 290 categorización: 72, 153, 155-158, 179, 202
— multivariados: 301 — cognitiva: 60
analogía lamiliar: 89 — del yo: 208
anti-conformidad: 104 •
—•social: 63, 156, 159
apoyo: 226, 228 centramiento en la tarea: 200
— emocional: 217, 229 •
—•en las personas: 200
— psicosocial: 225 Choice Dilemma Questionnaire: 117
— social: 106, 111, 217, 220, 228, 287 circulares: 68
— socioafectivo: 229 círculos de calidad: 234
aprensión a la evaluación: 126 clase: 65
articular la explicación: 181 clima: 292
asignación de funciones: 43 — emocional: 285, 294
asimetría en relaciones intergrupales: 160, 166 — grupal: 278
— en relaciones sociales: 159 — laboral: 286
— intergrupal: 167 — organizacional: 284-286
atribución de responsabilidad: 210 — social: 210
330

— socioestmctural: 225 — canónica: 321


coeficiente de correlación de Pearson: 305 — entre efectos actor, pareja e interacción: 272

—■— individual: 273 — entre grupos: 290
------- intraclase: 262, 288 — interpersonal: 274

— intraclase: 291 •—•intraclase: 268
cohesión aparente: 210 -—•intragrupo: 290
— del grupo: 121, 210 — intrapersonal: 274
— intragrupal: 153 — pareja-pareja: 274
comparación: 162, 179 creación de alianzas: 211
— intergrupal: 212 creatividad social: 162, 164
— social: 111, 161,204 crédito idiosincrático: 83, 86, 106, 108
competición: 52 creencias colectivas: 63
comportamiento cognitivo: 52 crisis: 215
— colectivo: 281 cultura colectivista: 287
composición: 54 — de cooperación: 197, 210
— del grupo: 140, 141, 146 —•individualista: 287
compromiso: 75, 107
— crítico: 208 datos macropsicológicos: 281
comunicación: 189, 212 — macrosociales: 284
— no verbal: 272 decisiones grupales: 280
Comunidad y Sociedad: 35 definición del grupo: 71
conciencia de interdependencia: 212 dependencia: 48
conducta discriminativa: 159 —/poder de la información: 108
— intergrupal: 153 — social: 109
configuraciones organizativas: 233 deprivación relativa: 280
conflicto: 110, 193, 217-219, 221-223, 225- desarrollo del grupo: 144, 145
227, 230 — psicosocial: 217
— de estatus: 176 desconfianza: 211
— de intereses: 54, 176 desidentificación: 153, 163
— de poder: 176 desigualdad legítima: 162
— intergrupal: 169, 199 — ilegítima: 169
— intragrupal: 53, 54, 199 desindividuación: 115-117, 208
— objetivo: 203 deslegitimación: 169
— psicosocial: 218 despersonalización: 93, 94
— sociocognitivo: 54, 222, 230 desviación típica: 259
— subjetivo: 203 determinismo sociológico: 36
conformidad: 46, 61, 103-106, 113, 121, 191 dialéctica entre el polo interpersonal y el polo
— anticipatoria o retardada: 104 intergrupal del grupo: 208
— por comisión y por omisión: 104 diferenciación: 195
— pública y privada: 104 — de atributo: 258
— social: 109 — de estatus/roles: 200
— superior del yo: 95 ------- y de posiciones de poder: 190
confrontación interna: 193 — de funciones: 39
congruencia: 104, 105 — de las personas: 49
consecuencias de la obediencia: 115 — de tipo diagnóstico: 252
consideración individualizada: 97, 98 — intercategorial: 63, 155, 156
construcción de significados compartidos: 76 -------y homogeneización intracategorial:
— simbólica colectiva del grupo: 60 155, 156
constructos colectivos: 250, 276, 280, 286, 292 difusión de responsabilidad: 117
contactos sociales: 229 dimensión de grupo: 79, 80, 192
contraste de la interacción: 267 — de individuación: 79, 80, 192
control social: 49 — social: 189
convergencia: 120 — sociocognitiva: 193, 217, 218, 221
— idiosincrática: 105 —- sociocultural: 196
conversión: 104, 108, 109, 111, 112 — socioestmctural: 196, 217, 221
cooperación: 197 dinámica conformista: 191
— desde la participación: 212 — de grupo: 45, 70, 73
correlación: 291, 305 — innovadora: 191
— actor-actor: 274 — intergrupales: 152, 155, 170
— apareada intragrupo: 290 — interna de los grupos: 152
331

— intragrupal: 153, 155, 170 — intelectual: 97, 98


dirección descentralizada y participativa: 209 estímulo social: 40
— por excepción: 98 estrategias: 219, 224

—•y participación: 207 — cognitivas: 246
discriminación: 153, 159-161, 167, 169 — de intervención: 218
— intercategorial: 155 psicosocial: 222
— intergrupal: 158, 167 — para el manejo del conflicto: 67
diseño round robin: 270 estrés: 222
disonancia cognitiva: 60 — psicosocial: 216
distancias y proximidades: 304 estructura: 141, 142, 146, 215, 224, 229
doble análisis discriminante: 305 — de amistosidad: 135
dominancia: 84, 85 — de comunicación: 135, 142
— de los grupos: 54
ecología de los grupos pequeños: 54 — de poder: 135
efecto: 275 — de trabajo: 135
— actor: 266, 271 — disipativa: 68
------- , pareja e interdependencia o — grupal: 80-82, 136, 141
interacción: 275 — igualitaria: 222, 229
— de interacción: 266 — sociocultural: 219, 227
— de la influencia minoritaria: 112 esU%tcturación de los grupos: 219
— del grupo: 275 etnocentrismo: 153, 160
— Guttman: 303, 309 evaluación: 75
— individual: 275 evitación del conflicto: 199
— pareja: 266, 271 exigencias de la tarea: 61, 206
— tocar techo: 106 extremización: 118
eficiencia: 206
eje cultural: 197 facilitación: 103
— estructural: 197 — social: 122, 125, 126
ejemplares: 258 factores personales: 74
elementos afectivos: 50 — situacionales: 74
— cognitivos: 50 falacia ecológica: 284

— conativos: 50 falsa unicidad: 254
emoción: 282 falso consenso: 254
— colectiva: 285, 294 favoritismo: 158
endogrupo: 153 — endogrupal: 161, 212
enfoque psicoanalítico: 59 — intracategorial: 155
— sistémico: 63 — intragrupal: 158
entorno cultural: 190 fenómeno autocinético: 105
— físico: 54 — de la innovación: 203
— social: 54, 226 fiabilidad: 292
— temporal: 54 fluctuación: 69
entrenamiento: 71 forma de grupalidad: 35
equilibrio: 61 — ortogonal: 160
— cognitivo: 60 formación del grupo: 70, 73
— termodinámico: 68 formalización: 195, 200
equipo: 212 free riding: 124, 126
— de investigación y desarrollo: 241 Fronteras categoriales: 319
— de trabajo: 242 funcionalismo: 61
escala de valores: 227 funcionamiento mental: 210
espacio vital: 44 concreto y emocional: 37
— de autoayuda: 224
estado de ánimo neutro: 279 ganancias debidas al proceso acertado del
estatus: 152, 153, 159-168 guipo: 206
— social: 160 gestión del conflicto: 197
estereotipos: 212, 251 grupo(s): 75, 120, 189, 215, 216, 218, 219,
estilo conductual: 110 221-224, 226, 281
— de relaciones: 43, 210 — com o masa: 37
— directivo: 121 — como sistema: 52
estimadores: 266 — cultural: 63
estimulación: 206 — de apoyo: 215, 217-224, 226, 227, 230
332

— de autoayuda: 215, 217-224, 229, 230 — subjetivos: 283


— — igualitarios: 217 individualismo metodológico: 40, 276
— de psicoterapia: 217, 218, 220, 221 influencia de la mayoría: 104
— de referencia: 111 — de las minorías: 109
— de resocialización: 35 — informativa: 107-109, 111, 119, 203

—- de trabajo: 189 referente: 96
— dominados: 178 — minoritaria: 110
— dominantes: 178 — normativa: 107-109, 111, 119, 203
— jerarquizados: 217, 222 inhibición social: 122
— pequeños: 45, 201 innovación: 104, 109, 113, 114, 191
— primarios: 35 — en los grupos: 148
— psicoterapéuticos: 215, 219, 222, 230 — endogrupal: 205
— secundarios: 36 institucionalización: 43, 194, 211
— semiautónomos de trabajo: 236-240 instrumento de terapia: 213
— sociales: 201 — de trabajo en equipo: 213
— terapéuticos: 189 integración: 49
— vulnerables: 217 — afectiva: 74
— y comunidad: 34 — ambiental: 73
—- y espíritu del pueblo: 36 — cognitiva: 74
— comportamental: 73
habilidades sociales: 246-247 interacción: 71, 134, 136, 144-146, 217,
historia común: 198 218, 221
holgazanería: 126 — afectiva positiva: 210
— social: 103, 124-126 — cooperativa: 52
homeostasia: 61 — díadica: 275
homogeneización intracategorial: 63, 155-157 — interpersonal: 212
hostilidad reprimida: 211 — pautada: 191, 201
— simbólica: 41, 76
ideal deseable de la distribución: 253 — social: 133, 139, 142, 216, 218-220, 227
identidad: 117, 164, 230 interdependencia: 44
— individual: 116 — cooperativa: 62
— personal: 210, 211 — de objetivos: 51
— social: 93, 94, 162, 166, 167, 169, 179, 218, — de significados: 51
219, 226, 228, 230 — entre los miembros: 189
------- insegura: 163 — existencial: 198
----- -negativa: 159, 161 — real: 246
identificación: 75, 160, 162, 208 intergmpalidad: 195
— grupal: 154 interiorización de la cultura: 49
— social: 196 interpretación estereotipada de los
ideologización del grupo: 35 acontecimientos: 210
igualdad formal: 196 intersubjetividad: 189
ilegitimidad: 163 intervención: 219, 224
ilusión de control: 225 — psicosocial: 224
— y huida: 210 invulnerabilidad: 226, 227
impacto del diagnóstico y de la operación: 225
— social: 106 jerarquía entre los sistemas: 66
impermeabilidad: 67 jerarquización: 223, 225
implicaciones sociales: 204 — de las relaciones: 195
inclusión del entorno físico: 53 — formal: 195
independencia: 104 — vs. igualdad: 194
— estadística (ortogonalidad): 304 juicios: 256, 281
indicadores agregados: 278, 282, 286
— basados contextualmente: 283 laissez-faire: 98
— colectivos: 277, 294 Lambda de Wilks: 321
— individuales: 294 lectura psicosocial de la dinámica grupal: 200
— macropsicológicos: 278, 281-282, 284- legitimidad: 164, 166
286, 294 líder inspiracional: 97
— macrosociales: 278 liderazgo: 80, 82, 84, 85, 87-93, 95, 96, 202
— objetivos: 294 liderazgo autocrático: 199, 207
— psicológicos: 282 ------- cuestionado: 211
— com o un estilo de comportamiento: 203 — transformacionales: 203
— de tarea: 80 motor del camBio grupal: 53
— directivo: 121 movilidad individual: 163
— participativo: 207 — social: 163-165, 219
— sociocognitivo: 203 -------/cambio social: 180
— socioemocional: 80 movilización social: 164, 169
— transaccional: 86, 98 movimientos sociales: 280
— transformacional: 96, 97, 202 muestreo de información: 119
límites intersistémicos: 67 multitudes: 116
lucha política al interior del grupo: 211
naturaleza de la tarea: 142
M.L.Q.: 98 necesidad afectiva: 61
macrocosmos en miniatura: 201 — psicosocial: 224
macropsicológico: 277 negociación: 113, 191
maduración del proceso grupal: 213 — de conflictos: 246
manejo del conflicto: 67, 210 — de pasillo: 212
mantenimiento: 61 — interna: 42
— de pautas: 49 — interpersonal: 42
marco de referencia: 105 — permanente: 62
— ideológico-institucional: 185, 186 nivel catéctico de la acción social: 48
— psicosocial: 215 — cognitivo: 48
masa: 75 — cultural: 63
media: 275 — de análisis: 218, 219, 221, 222, 230
mediación transcendental: 197 — — grupal: 59, 200
medidas agregadas: 282, 292 intergrupal: 226
— simples: 292 — -— interpersonal: 225
memoria colectiva: 277 ------- intragrupal: 225
mente grupal: 38, 39 —•■— personal: 225
mera presencia: 122 — de explicación ideológico: 175
metas: 136, 137, 141, 147 ------- interindividual o situacionaL 174
— de grupo: 147 ------- intraindividual: 174
•— supra-ordenadas: 62 —•— posicional: 175
método de Brigham: 252 — grupal: 199, 292, 293
miedo a la dominación: 209 — ideológico: 63, 199
— a la explotación: 209 — individual: 292, 293
minoría consistente: 110 — intergrupal: 218, 222
modelo(s) abierto: 67 — interindividual y situacionaL 61
— atencional: 124 — intragrupal: 218, 221, 222
— basados en la categorización: 203 — intraindividual: 59
— cerrado: 67 — intrapersonal: 218, 221
— cíclicos: 145 — macropsicológico: 281, 286
— culturales de grupalidad: 190 — macrosocial: 285
— de atribución: 59 —- personal y grupal: 228
— de categorización: 59 — posicional: 62
—■de coherencia cognitiva: 59 — psicológico: 281, 287
— de comparación: 59 — sociocultural: 219, 227
— de contingencia: 203 norma emergente: 116
— de dependencia: 109 — grupal: 278
— de doble proceso: 112 normas de cohesión grupal: 54
— de grupalidad: 180, 182, 183 — sociales: 105, 278
—•de Relaciones Sociales: 250, 265, 269, 274, — y de juicios sociales: 279
276, 294 número relativo de las minorías: 106
— de Tajfel y Tumer: 93

—■del doble proceso: 111 obediencia: 103, 113, 114
—•funcional: 50 — a la autoridad: 114
— holísticos: 278 objetivo común: 72
— no secuenciales: 145 obtención de metas: 49
— progresivos: 145 organizaciones innovadoras: 197
— psicosocial: 59, 217, 222, 230 origen sociocognitivo de los conflictos: 205
— sociocognitivos: 203 ortodoxias religiosas: 196
334

otro generalizado, el: 41 — efectiva: 206


overconformity: 94 — potencial: 141, 206
— real: 141
parecido familiar: 256 progresiva desorganización: 68
participación: 242 prototipicalidad o pro to tipicidad: 91, 95
— formal: 207 prototipos: 88, 90, 91, 95, 96, 255
— informal: 207 proximidad de la víctima: 114
Pd: 258, 259 proyección de deseos y de fantasmas: 59
pensamiento colectivo: 63 psicología de grupos: 174
— convergente y divergente: 204 — de las masas: 37
— grupal: 104, 120, 121 — social: 103, 117, 174
percepción social: 272 psicologización: 46
pérdidas debidas a un proceso erróneo del psicoterapia de grupo: 222
grupo: 206 puntuaciones medias estandarizadas: 283
permeabilidad: 64, 67, 163
perspectiva diacrónica: 202 razón diagnóstica: 252
•— intergrupal: 53, 62 realidad psicosocial: 221, 230
— psicosocial: 189 •
— social: 222
— sociocognitiva: 223 reciprocidad de relaciones: 66
— sociocultural: 174, 175 — intersistémica: 67
pertenencia a la clase: 65 recompensa: 136, 142
— a un grupo: 220 — contingente: 98
poder: 84 reconstrucción activa de los valores, creencias
— de la autoridad: 114 y objetivos del grupo: 209
— desde: 84 — de estructuras: 190
— hacia: 84 (re)construcción social: 230
— sobre: 84 recuerdo: 256
— social: 109 recursos de los miembros del grupo: 206
polarización: 117, 120, 279 redefinición de la misión del grupo: 212
— grupal: 52, 104, 117, 118, 121 — de los objetivos del grupo: 212
posición social: 43, 62 — de los valores del grupo: 212
posicionamiento psicosocial: 223 reducción de la motivación grupal: 124
prácticas y significados: 190 reflexividad: 190
prejuicio(s): 153 registro imaginario: 60
— de am or 153 — simbólico: 60
— que distorsionan la percepción del regulación psicosocial del conflicto: 196
exogrupo: 212 relación de reciprocidad entre sistemas: 64, 66
presencia del grupo: 115 — entre los Actores y el Sistema: 70
presión psicosocial: 216 — intergrupal: 92, 153, 154, 158, 169, 175
— social: 52 — intragrupal: 92, 94, 200
prímus inter pares: 254 •— intra-interpersonal: 217
procesamiento de la información: 60, 124 — recíproca: 65
proceso(s): 216, 218, 220, 224 rendimiento: 206
— afectivos: 218 representación: 155, 216, 222
— cognitivo de la categorización: 62 — colectiva: 254
— colectivo: 276, 277 — compartida del grupo: 38
— de asimilación: 68 -— de grupos: 251
— de categorización: 89 — simultánea: 303
— de conformidad y de innovación: 205 — social: 168, 169
— de grupo: 133-135, 137, 139, 142, 144, 146, -------- del grupo: 183, 221
206, 215, 223, representatividad: 256
•— de innovación: 61 reproducción de estructuras: 190
— de socialización: 41 resistencia a la presión grupal: 113
-— intergrupales: 152 — al cambio: 242
— interindividuales: 61 — de carácter cognitivo: 243
— macropsicológicos: 276-277 relaciona]: 244
— psicosociales: 218 — emocional: 243
productividad: 134-137, 139, 140, 142-144, resocialización: 222
147, 148, 206 resolución de los conflictos: 245
— del grupo: 51, 136, 137, 139, 144 — de problemas: 60, 209

\
335

responsabilidad compartida: 75 — de la atribución: 60


respuestas dominantes: 122 — de la auto-consciencia objetiva: 123
resultados: 134, 137 — de la autopresentación: 123
— del grupo: 134, 141 — de la Categorización del Yo: 94
retribución económica: 246 — de la Comunicación Social Informal: 107
riesgo com o valor cultural: 117 •
— de la conformidad social: 123
rol(es) de tarea: 200 — de la mera presencia: 123
— grupales: 61 — de la norma emergente: 116, 117
—•instrumentales: 61 — de los procesos de Comparación Social: 107
—•sociales: 190, 211, 229 — de los roles: 42
— socioafectivos: 61 — del campo: 44
— socioemocional: 200
— del control/alerta: 123
ruptura de la unanimidad de la mayoría: 111

— del impulso/activación: 123
— del intercambio social: 50
saliencia perceptiva: 157
— implícitas: 87, 88, 91
salud: 215-217, 219, 225, 230
— psicosocial del grupo: 206, 215
— física y mental: 287
— psicosocial: 224 tipicidad: 255
secretismo: 48 tipo(s) de interacción: 71
secta: 75 — de tarea: 204
sentimiento de nosotros: 72 tipológica de las tareas: 143
sí mismo: 281 toma de decisiones en equipo: 244
significados compartidos: 189, 247 — — en los grupos: 60, 279
simbólico: 189 tradición colectivista: 34
símbolos colectivos: 60, 63, 190 — individualista: 39
sistema(s): 66 tratamiento de asociaciones de palabras: 313
— abierto: 68 — sistémico de los grupos: 196
— aislado: 68 turbulencia social: 53
— autónomos: 68
— cerrado: 46, 61, 68 unanimidad: 106
— cultural: 48 unidades de análisis: 283, 288
de valores: 230 uniformidad: 104
— de creencias: 175 utilidad social: 228-230
— de estatus: 54
— de personalidad: 49 validación: 111
— Estatus/Roles: 195 — social: 204
— personal: 71 validez convergente: 285
— psicosociales: 216 •—■transcultural: 283
— social: 49, 221 valoración objetiva: 209
— sociotécnicos: 236 — social: 43
soporte psicosocial: 224, 226, 230 — subjetiva: 209
— social: 223
valores: 282
Soremo: 265, 270, 275, 276
— colectivos: 63
sumisión: 107-109, 111, 112
— y vivencia emocional: 283
— pública: 104
Var: 259
SYMLOG: 81, 82
variabilidad: 257, 258, 305
tamaña 115,140, 141 — de los contenidos asociados: 316
— del grupo: 125, 136, 140, 141 — intrapaís: 288
— y conformidad: 106 variables agregadas: 288
tareas ac:r*.Tis: 125, 126, 144 — independientes dicotómicas: 265
— individuales: 288
— —_r _ :¿rácter creativo: 209 — socioculturales: 224
— conjuntivas: 126, 144 varianza: 275, 292
— disyuntivas 126. 144 — de la distribución percibida: 259
— strr. : . - - ................ r. de problemas: 209 — grupal o colectiva: 290
técnicas n d u a rix h s: 301 — individual: 289, 290
t e n d e r . : . e r ... uros: 257 — producida por el actor o juez: 271
— gmp¿ si lasssr: 120 ------- por la pareja o persona: 271
tes: j evaluación: 123 vulnerabilidad: 216, 218, 219, 223, 225, 227-229
En este libro se describen las diferentes formas de construir el
grupo humano. MI grupo puede organizarse como un encuentro
entre amigos o como un ejército disciplinado; como una lucha
por el poder o como un equipo de trabajo. Ello depende, por
un lado, de la capacidad que tengan las personas para abordar
y aprovechar los conflictos y, por otro, de la distribución que se
haga del poder.

v
ISBN 8 4 - 9 2 1 2 5 3 - 0 - 6

9M7 8 8 4 9 2 " 1 2 5 3 0 2

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