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Huesos

“¿Qué soy?” La pregunta por lo que es el hombre pierde sentido cada día. No hay ningún universal
que pueda alcanzar con mi mirada particular. No puedo salir de mi mismo y entrar al otro. El otro
me es inconmensurable, y yo soy inexpresable. La comunicación es un constante absurdo en
desarrollo. Obviamos la imposibilidad que tenemos de entendernos para poder vivir. Pero es
imposible penetrar en el misterio del otro.
Un varón que pretenda hablar de todas las personas hablará con el mismo desconocimiento de
cualquier otro varón que de cualquier otra mujer. Porque tales esencias, “varón”, “mujer”, no
existen naturalmente. Cualquier lenguaje que universaliza es un lenguaje que universaliza el yo y
desconoce el otro, universaliza lo propio y desconoce la diferencia.
Incluso en discursos que pretenden hablar desde la diferencia, la diferencia es tomada como un
universal y no como una alteridad infinita. La multiplicidad es infinita y la distancia que separa
cada individuo es también infinita. Es necesario desterrar los dualismos para hacer visible la única
alteridad real: la imposibilidad de acceder al otro, la nada que nos une. Un discurso desde la nada,
que se reconozca a sí mismo como carente de ser, que se reconozca como creación, como intención,
como deseo. Pero que nunca deje de recordarse su carencia de fundamento.
Mientras haya esencia, habrá dualismo, mientras haya dualismo, habrá represión de un otro. No se
trata del fin de la diferencia, sino del fin de la igualdad. La esencia no tiene sentido en un mundo de
diferencias infinitas, porque no hay nada que generalizar, nada que categorizar, nada que pueda ser
sometido a un vocablo totalizante. Si bien hay infinitos más grandes que otros, sólo un dios podría
distinguirlos.
“¿Qué soy?” es la única pregunta que tengo derecho a realizarme. Sólo a mí mismo y por mi propia
decisión puedo condenarme a la avasallante esencia. Mi cuerpo es el límite de mi derecho
epistemológico. Y cuando el ser me persigue, sólo puedo escaparme a la nada.
Quien ha sido aplastado por el peso del ser, ya no verá la nada con angustia, ya no le temerá. La
nada me invita a mirarme, y en ella me veo como lo que soy: huesos.
Por mi complexión física, pensarme a mí mismo como carne y huesos es un absurdo. Soy huesos.
Soy huesos que no deberían estar erguidos, huesos recubiertos de una capa de piel que disimula mi
destino: la muerte. Cuanto más flaco es el cuerpo más asco genera a quien lo mira con atención. Es
un recuerdo del futuro próximo, de mi destino, mi posibilidad de ser cadáver. Los flacos, damos
asco, los desnutridos no dan culpa, asustan, porque nos recuerdan la verdadera cara de la muerte.
No la que venden las morgues, perfumadas de formol. La verdadera muerte.
La vida es todo lo que hacemos para no parecer un muerto. Por eso cuando alguien se mueve mucho
se dice que tiene mucha vitalidad. Relacionamos la vida con el movimiento, porque el cadáver está
quieto. Soy lo que hago para no parecer un cadáver, con este, mi cuerpo, mis huesos, mi futuro
cadáver. Soy un cadáver fingiendo estar vivo.

Nicolás Tropeano

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