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I
Transcurridos más de veinte años de puestos en escena y publicado mis
trabajos iniciales (Mater, Locas por Gardel, Gurka...), que a su vez
demandaron un buen tiempo de elaboración, veo a la Antropología Teatral
Poética como una metodología dialéctica de creación artística en plena
ebullición, aún sometida a sus pasiones y obsesionada en dar respuesta a
sus cuestiones.
Para lograr ser lo que es en su deseo, y todavía más en el devenir de su
necesidad, la Antropología Teatral Poética también se define desde su no
ser, con sus rechazos a un orden social perverso y en su negativa a la
parodia o al camuflaje de su esencia. (Ya abundan en el campo del arte los
bufones y alcahuetes de la Parca).
Por ello, con balbuceos y a dentelladas, marginada y entre
silencios, traída y alejada de puerto por un mar siempre cambiante
que esconde los rostros y los destinos, en un viaje que se acepta
dramático pero nunca trágico, obligada por la relación de fuerzas y
el espíritu de la época al uso y el abuso de la blasfemia y el
lenguaje atroz para no menguar su eficacia, la Antropología Teatral
Poética encara –quemando sus naves– a un poder tan cruel como
implacable (hablamos, finalmente, de la personificación metafórica
de un imperio y a la par de una multiplicación de acciones
dominantes que cubren toda la trama social), que se sostiene sin
temblor en un sistema de reproducción material de la existencia
cuya naturaleza es la antropofagia. (El bocado más preciado por el
poder es la cabeza del diferente y su comida habitual es el cuerpo
marchito de los pobres de toda pobreza.)
Tal sistema no permite al espíritu crítico de un artista, que devela
la verdad, otra opción que el enfrentamiento a cara de perro o la
sumisión.
La muerte y el destierro, la locura y el suicidio integran, históricamente, la
suerte del artista que da pelea; así como la sumisión y la complicidad se
enmascaran en los discursos del pragmatismo, la “pureza del arte” o tras
los dones de la objetividad, el equilibrio de las formas estéticas o la
contemplación serena y sensible, sin descartar el servilismo acrítico a los
instrumentos de la técnica, paradigma del consumismo sin fin.
Arrojándose al vacío en un salto sin red y sin un pérfido paracaídas, dando
otra completa vuelta de tuerca a los imperativos éticos de la realidad, como
un niño o un desesperado que se animan a iluminar al lado oscuro de la
luna, la Antropología Teatral Poética continúa rescatando la belleza –la no
bella, convulsiva y exasperada belleza- entre los pliegues más atroces y
opacados de la cotidianidad social. Su escenario es la vida y sus
personajes son en su mayoría humildes criaturas que rememoran
su historia sufriente, en una ceremonia de agonías –bajo la estética
de un auto sacramental–, con sueños y pesadillas, hasta producir la
conciencia y obtener la redención. (Hay un verdadero salto, una
poética, que va de la cantidad –el dolor– a la calidad del gozo social y el bien
público, construidos con tejido amoroso).
En esta antropología teatral que desnudamos poco a poco, con más pudor
que pericia, la poesía es el alma de las músicas y el filo del hacha, y es
también amparo del ser y esperanza de existencia ante la amenaza, aún
cuando la acción transcurra en un hospicio, en una cárcel pública o
clandestina, o en una calle o estación de tren a pura estampidas, donde los
cuerpos se martirizan hasta que el espíritu humano se vuelve un llanto
abstracto, fuera de toda medida, aún animal, y donde la agonía de un joven
piquetero indefenso –acribillado por la espalda por la canalla policial– pueda
ser alimentada en el vejamen con tanta liviandad que nuestro propio rostro
frente al espejo es el grito que nos espanta.
Hoy lo sabemos: La Antropología Teatral Poética no descansa en la
ficción, se mueve en la exasperante realidad de lo real.
II
En tanto proceso de trabajo, la Antropología Teatral Poética se desencadena
a partir de un suceso de la realidad social que conmociona profundamente
al artista creador, y que podemos ver como la primera chispa de un fuego
que deberá mantenerse vivo. (La realidad social también la integran los
sueños, pura materia humanizada, sin olvidar que el acontecer onírico es
aquí revelación que nos alerta, paradójicamente “nos despierta”.)
En la calidad del impacto inicial que recibe el artista está el origen y a la vez
el destino de la obra, sin perjuicio de los avances y retrocesos, hasta
concretar una existencia que en el arte nunca será definitiva. En esta etapa
fundacional –dentro del marco de la Antropología Teatral Poética- se
desvaloriza, que no es castrar, el rol de lo ilusorio, la fantasía y la
imaginación. Hay una conciencia crítica movida por una suerte de otredad,
una exterioridad con forma de hecho, historia, sueño o relato que supera los
recelos y defensas y al fin nos envuelve. (Jacobo Fijman nos diría caminando
por los patios del hospicio: “hemos entrado en la piel del otro, sea por la
fe, o por la poesía”).
La conciencia abre el camino para la revelación de la trama, en tanto sólo
será posible modificar lo que previamente se conoce. (O sea que atribuimos
a la Antropología Teatral Poética una capacidad de instrumentación de la
conciencia para conocer y operar en el espacio de lo real y ante la magnitud
de lo espiritual).
El suceso de la realidad que nos cuestiona hace a lo general y es en
principio ajeno, hasta que nuestra conciencia lo vuelve público y luego
interior (lo internaliza). La imagen, la voz del mundo exterior se detiene y se
reproduce en un nuevo sujeto, en un instante de lo absoluto; lo que pasó
nos pasa, y seguirá pasando, actuando en nosotros en un movimiento de
alegorías y símbolos que compromete la totalidad del ser (con su campo de
ideas y sus experiencias). También la subjetividad entra en juego, alterada a
partir de la identificación y la proyección, entre otros mecanismos del
psiquismo, y lanza al artista a cumplir con lo específico de su tarea: La
conversión de lo siniestro en maravilloso, como bien lo sintetizara Enrique
Pichon Rivière.
III
Una de las vías de la Antropología Teatral Poética es crear, a partir del
impacto del hecho, con el conocimiento más profundo de sus verdaderas
causas, –lo que se logra superando los miedos básicos, los prejuicios,
estereotipos, negaciones y también los ocultamientos que suele organizar el
poder en pos de la impunidad de sus actos y salvaguarda de su “eternidad”
que siempre siente amenazada– un primer relato abarcativo de la historia,
el suceso en sí como sustancia, relegando los pormenores y la anécdota a
nivel de cosa, y apuntando al rescate de la esencia (es aquí donde se aplica
originariamente la condensación poética.)
Puede haber un relato (como antes hubo en sustancia una escucha), donde
yace la épica, o ser varios, según la complejidad de las alegorías revividas,
que se complementan aún en la contradicción –no olvidemos que se trata
de un proceso de naturaleza dialéctica–, a partir de una diversidad de
estilos, géneros y formas. Así, el relato de origen, siempre con
textualidad dramática, recurrirá libremente a la historia de vida,
reportajes, poemas, una canción coral, panfletos, una oración o uno
cúmulo de blasfemias proferidas por un desesperado que siente en
Dios la voluntad del mal.
También el artista de la Antropología Teatral Poética podrá animarse a
plantar desde la faz inicial, sobre la misma línea de fuego, la escena teatral,
como si fuera un viaje con suerte incierta, por más que el puerto está
siempre ante sus ojos. O sea: se demandará al artista la comprensión
y la humildad para aceptar que la escena antes o después será
movida de aquí para allá por el viento social (que se cuela aún por
las rendijas de las ventanillas) y crecerá y crecerá en espirales
continuos, pudiendo incorporar, según las prioridades sensibles y
técnicas del artista o los artistas que participan del parto, los
demás materiales producidos, en su totalidad o a bocanadas,
originales y reelaborados, mixturados y multiplicados como los
peces y los panes del milagro a través de rapsodias que glorifican
la verdad, tanto en el sueño, donde se exaspera el deseo, o en la
pesadilla, cuando lo exasperado es la necesidad. (El espiral creativo
incluye los logros en la etapa de la pesquisa, como soporte que legitima los
enunciados, sean documentos, fotos, cartas, videos, recortes de diarios y
otros textos e imágenes propios del artista o bien ajenos, todo aquí
resignificado.)
La materialidad artística gestada (esa realidad intervenida desde la pasión y
la ideología), tiene en la Antropología Teatral Poética un fin manifiesto: ser
participada como obra de teatro, cualquiera sea su escenario y complejas
los circunstancias,. A la par, prolongar sus efectos, magnificarlos,
sembrando una espontánea y libre ramificación dramática que
permite al receptor activo, y en especial a otros artistas, críticos y
estudiosos del teatro el conocimiento intimo del proceso creativo
transitado, su trama originaria, también sus agujeros y zurcidos,
única manera, según advierte Freud, de acercarse a una obra de
arte, reviviendo la experiencia enriquecida con un juicio de valor, y
gozando así de sus dones con profundidad.
Se contribuirá entonces, eficazmente, al crecimiento de la obra (en
la Antropología Teatral Poética la obra se mantiene viva, nunca se
da por resuelta su conflictividad interna), alimentando las
capacidades críticas y sensibles de quienes se involucran en los
distintos movimientos y músicas de la aventura, compartiendo las
razones y alucinaciones de la Antropología Teatral Poética.
El círculo se completa con la creación, publicación y difusión de un libro (o
cosa semejante), que recoja el material gestado, sin perjuicio de aplicar otra
vez los mecanismos de condensación poética, y sin olvidar tampoco que la
desesperación por la justicia como absoluto que despierta la estética
cuando se cruza con la ética en los caminos de la Antropología Teatral
Poética, tendrá calma pero nunca fin.
IV
Queda abierta aquí la posibilidad de investigar las capacidades de la
Antropología Teatral Poética para convertir al libro, cualquiera sea la forma
que se de a la cosa (Heidegger, hablando de la coseidad en el arte) en una
obra en sí, una escena viva donde el receptor –espectador/lector – del
fenómeno exhibido (que tiene a la dramaturgia por núcleo que sostiene la
estructura artística) pueda sentir los efectos de conciencia en la
conciencia y belleza no bella, que el artista de la Antropología Teatral
Poética pugna por trasmitir con eficacia.
La síntesis sería: el escenario es el libro. O bien: el libro es el
escenario (otro, diferente, pero también posible)
En nuestro criterio la tradicional publicación de libros con obras de
teatros no cumple con el cometido de nuevo escenario que
preponemos, lo que si está al alcance de la Antropología Teatral
Poética en virtud de la fenomenología que la expresa y constituye.
Nace entonces otro interrogante: si la Antropología Teatral Poética puede
constituirse en un genero artístico (al menos en un espacio lúdico y
epistemológico), donde converjan y se fusionen dialécticamente momentos
del teatro y momentos de la literatura. Hablamos del teatro como vasto
lenguaje de acción, donde aún conviven el crescendo y la catarsis con el
distanciamiento, y donde los cuerpos en una aventura de vuelo se incendian
tras los fuegos de Prometeo, ante los ojos de Eros y de Thánatos... Y
hablamos de literatura como circunstancia fantasmática de la palabra
escrita, ligada al cuerpo de la muerte –así nos sugiera Sócrates en el
“Fedro” de Platón-, pero que también es mandataria de la vida, dando
contorno al vacío y sentido al silencio; y nombre, en la mirada del adiós, al
suplicante camino por donde transcurre la angustia de la finitud.
La Antropología Teatral Poética podrá mostrar los frutos de su cuerpo y de
su espíritu sobre dos escenarios básicos, diferenciados por los componentes
que priorizan, pero siempre complementarios, nunca dilemáticos y así
mismo públicos, por más que en un escenario (montado en una cancha de
fútbol, el patio de una prisión o en una sala de teatro oficial) se avive lo
comunitario y grupal, y en el otro, el del libro, la procesión vaya por dentro,
sujeto a sujeto. (Aquí lo público está dado por el deseo y la ideología que
fluyen del proceso creador, y que permite a los sujetos /receptores
vincularse en un proyecto común de praxis liberadora.)
Así como los antiguos griegos sostenían que la filosofía es el conjunto de los
trabajos de los filósofos, nosotros nos animamos a definir que la
Antropología Teatral Poética es la unidad de sus obras, las hechas y las que
están por devenir, con el plus de las reacciones que provoca su estrategia
de subversión cultural. (Hablamos de las históricas y renovadas culturas de
la dominación.)
Habrá que mostrar las obras por todos los medios, dando finalidad de moral
general a las fuerzas primarias del narcisismo; no se ocultarán las manchas
de sangre sobre las sábanas del parto, sin regodearse con ellas.
Se necesita de la poesía, pero a la par de la reflexión (la filosofía, la
psicología, la política y la historia son algunos de sus instrumentos). La
Antropología Teatral
Poética se sostiene en la loca creencia que el bien siempre será
bello, aunque la belleza more hoy en los desiertos espinosos de la
pobreza y el bien apenas pueda ser escuchado desde el silencio que
impone el lenguaje del mal.
V
Decimos que la Antropología Teatral Poética es el resultado posible de un
proceso de especifidad artística, en el marco de una sumatoria de
producciones sociales de naturaleza contradictoria, en permanente
beligerancia, que la incluyen y la afectan más allá de la voluntad de sus
protagonistas y del grado de su autonomía, real, ilusoria o fingida.
El proceso de la Antropología Teatral Poética incluye el azar y la
espontaneidad, lo lúdico le es afín, pero responde mucho más a las
reglas del trabajo, cuando es realizado en libertad, y a los llamados del
inconsciente, que suelen ser dolorosos antes que festivos.
Hay una realidad material (más que ideal o metafísica) que compromete a
los sujetos en una maraña de vínculos –muchas veces mantenidos a
oscuras, por cálculo, miedo o inocencia– y que simbolizan pasiones e
intereses enfrentados. Sobre ese escenario que recuerda a un volcán en
pleno ebullición y en un tiempo de crueldades que crecen en la crueldad, la
Antropología Teatral Poética construye su identidad, mientras construye a
su artista y a la obra de arte.
Un momento de la historia –como cruce del ayer y el mañana– se convierte
en presente vivo, iluminado desde la subjetividad del artista: siempre alerta,
siempre en sospechas, siempre asombrado.
La herencia de realidad recibida por el artista que se aventura en el proceso
de la Antropología Teatral Poética, no tendrá beneficio de inventario, se
acepta o se deja, es un juego a todo o nada. Pero la herencia podrá
ampliarse, con modificaciones críticas y tomar nueva identidad (las
identidades son plásticas, mutantes) por la participación en un segundo
momento de un conjunto de creadores que reciben el material inicial
(precario o desarrollado) y comparten su poiesis. Un paso adelante, con
una calidad superior, será la conformación de un grupo operativo.
Tendremos aquí unidad en la tarea –la obra–, con mutua
representación interna, intercambio de adjudicación y aceptación
de roles y demás condiciones que detalla la psicología social de
Enrique Pichon Rivière.
He aquí, otra cuestión: ¿en estas aguas, puede declararse neutral el arte sin
ahogarse?
En este camino Mater –la primera obra sobre la lucha de las Madres por sus
hijos desaparecidos– se puso en escena varias veces en la Plaza de Mayo,
en otras plazas del país, en estadios de fútbol y de básquet, en fábricas, en
ingenios, universidades, en improvisados espacios en villas miserias y en
distintas salas de teatro.
Tenemos una enseñanza: muy pocas veces una experiencia artística altera
de verdad las relaciones de fuerza con el poder.
Tenemos una certeza: la vida sin el arte no tiene sentido. O mejor: el arte le
da sentido a la vida. O mejor aún: el arte es nuestra única certeza cuando
se humilla la vida.
en el tiempo de la muerte,
VI
No hay arte sin artista que le de vida. Este artista, en cualquiera de sus
manifestaciones, especialmente las públicas (y el arte es en esencia
público, siempre hay un vínculo, amoroso o siniestro, con el otro y lo otro)
queda incluido, históricamente, en los sistemas de organización y
reproducción de la vida social.
El artista es un ser de pasiones. De grandes pasiones, visto desde la óptica
de la Antropología Teatral Poética, que rechaza al arte como un espacio de
objetividad, o peor todavía: de indiferencia.
Nos animamos a sostener que allí donde los artistas del arte por el arte, y
del arte para un elite, terminan con su propuesta primaria, inicia su camino
la Antropología Teatral Poética, aunque lo haga a los tumbos, con muletas,
asumiendo los riesgos y el ridículo –como dijera Vincent van Gogh– del ciego
que lleva a otro ciego de la mano.
Nos mentiríamos si decimos que hay algo en la realidad social que no esté
tocado, amarrado, intervenido por el poder. Con silencios y gritos, con
espanto o beneplácito nunca dejamos de relacionarnos con él. El artista
proclama su autonomía, pero tarde o temprano, forzado o voluntariamente,
tomará conciencia que el poder (político, económico y cultural) le demanda
rendición de cuentas. Por ello mismo la Antropología Teatral Poética no
niega ni idealiza los vínculos con el poder, los desnuda y después los
descarna. (El enfrentamiento de la Antropología Teatral Poética con el
poder, no es por el poder en sí, sino en tanto que al reducir la política
destruye la vida, a partir de dejar en el camino la conciencia de la otredad.
VII
Vaya tarea: habrá que sacar a flote el alma de cada cosa. (El alma de un
violín es un pequeño y humilde palito).
Aún la crueldad tiene un alma, hablamos de su verdad, y cuando no
se muestra tampoco podrá mostrarse el amor. La mayor blasfemia
permite tocar en simultáneo la cuerda más profunda del lirismo. En
la Antropología Teatral Poética para que un actor puede andar por las calles
de la vida, deberá subirse como un trapecista a la hamaca más alta de la
muerte; y quien se anima en los colores y olores de la pobreza, habrá
llegado, previamente, a la estación última de la belleza. Es que la pobreza,
más que en un pedazo de pan comido con desesperación, está en las
escrituras de propiedad de las grandes tierras y en el código penal, y así
seguirá, aunque la Diosa Justicia se quite su venda, si también no esgrime
su espada. (He aquí la pobreza, en una imagen de la Antropología Teatral
Poética: una gigantesca mujer desnuda, cortando la cabeza a las estatuas
de sal, mientras escucha música de violoncello, y se ve venir una luz roja
como el alba, recordándonos que hoy es mañana.)
IX
También la Antropología Teatral Poética piensa que Vincent van Gogh habló
por ella cuando dijo: los poderosos ya han robado todo, no debemos
dejarles la belleza.