Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
~1 ~
Susan Sizemore El precio de la pasión
SUSAN SIZEMORE
EL PRECIO DE LA
PASIÓN
~2 ~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~3 ~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Índice
Argumento.......................................................5
Prólogo.............................................................6
Capítulo 1......................................................11
Capítulo 2......................................................20
Capítulo 3......................................................30
Capítulo 4......................................................40
Capítulo 5......................................................50
Capítulo 6......................................................61
Capítulo 7......................................................71
Capítulo 8......................................................80
Capítulo 9......................................................88
Capítulo 10..................................................100
Capítulo 11..................................................114
Capítulo 12..................................................125
Capítulo 13..................................................134
Capítulo 14..................................................142
Capítulo 15..................................................149
Capítulo 16..................................................158
Capítulo 17..................................................165
Capítulo 18..................................................173
Capítulo 19..................................................186
Capítulo 20..................................................193
Capítulo 21..................................................202
Capítulo 22..................................................213
~4 ~
Susan Sizemore El precio de la pasión
ARGUMENTO
~5 ~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Prólogo
~6 ~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~7 ~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~8 ~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~9 ~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~10~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Capítulo 1
~11~
Susan Sizemore El precio de la pasión
días para que Annie cumpliera los diecisiete, y no era una mala edad para
empezar a pensar en un hogar y en un marido que lo proveyera.
—No estaría mal que conocieras a alguien este verano.
“Siempre que tengas un período de cortejo bien largo y un noviazgo
más largo todavía, pequeña.” Quería que sus hermanas llegaran a conocer
a los hombres de los que se enamorasen y a confiar en ellos. Pasó la
mirada de Annie a Pía, que aún estaba demasiado entusiasmada con los
perros, los caballos y los gatitos para preocuparse por los machos de su
propia especie. Sonrió para sí y volvió a mirar a Annie, y tomó nota
mentalmente de no emplear palabras como especie ni sacar a colación el
darwinismo cuando estuviera en compañía de otras personas. Estaba
segura de que Annie podía sacarle una lista enorme de los temas sobre los
que las damas no debían conversar.
—Espero que te des cuenta —dijo Cleo a su hermana mediana, que
estaba a punto de cumplir los diecisiete— que cualquier buen partido que
puedas conocer aquí, en Muirford, estará dando clases en la universidad o
estudiando en ella.
—El hombre con el que yo me case no terminará de profesor, de eso
puedes estar segura —proclamó Annie—. Ya tenemos demasiados en la
familia. A los jóvenes se les puede moldear.
Cleo no había descubierto que aquello fuera verdad, si bien Annie
parecía estar muy segura de su capacidad para manejar a un hombre.
Quizá debiera tener una charla de mujer a mujer con su hermana acerca
de las realidades de la vida. O también podía ser que Annie pudiera
enseñarle a ella una o dos cosas sobre las artimañas femeninas.
La verdad era que no constituía un tema que ella hubiera estudiado a
fondo. Sin embargo, en aquel momento no deseaba aguar el entusiasmo
que sentía Annie ante la perspectiva de ser presentada en sociedad.
—Entonces vas a tener que concentrar la caza de marido lejos del
Departamento de Historia, si no quieres tener por esposo a un polvoriento
profesor de universidad —le dijo a Annie.
—A mamá no le importó casarse con un polvoriento profesor de
universidad —intervino Pía y, al instante soltó una risita—. Claro que papá
no cuenta, supongo. Nunca ha permanecido en un sitio el tiempo
suficiente para acumular polvo.
—Hasta ahora. —Annie lanzó un suspiro de alivio—. Además, es nieto de
un conde. Mamá se casó con un hombre que tenía categoría además de
cerebro. Me alegro mucho de que haya aceptado el nombramiento aquí,
en Escocia, donde el apellido Fraser posee un cierto caché. Seguro que
encuentro un pretendiente entre los jóvenes que van a venir a estudiar a
Muirford.
—Por suerte para ti, Sir Edwards tiene la intención de que de la
universidad de Muirford salgan ingenieros y otros profesionales similares,
~12~
Susan Sizemore El precio de la pasión
prácticos y bien formados —apuntó Cleo—. Estoy segura de que, para ti,
supondrán un equilibrio entre los polvorientos y los presentables en
sociedad.
Sir Edward Muir, un hombre recientemente nombrado caballero y que
nadaba en el dinero ganado con el sudor de la frente de los obreros de su
fábrica, había fundado aquella nueva universidad creada en la aldea en
que había nacido. Había adquirido las tierras que la familia Muir había
trabajado a lo largo de varias generaciones como campesinos
arrendatarios y había construido una línea de ferrocarril que llegaba hasta
aquel pueblo remoto.
Poco a poco se elevaban sus bellos muros de piedra y ladrillo. Se había
contratado a un magnífico claustro de profesores. Incluso se iba a contar
con un museo. Estaban llegando eruditos venidos de todo el mundo para
asistir a una conferencia que iba a tener lugar aquella misma semana, y
se iba a organizar el gran Baile de las Highlands y otros muchos festejos
para celebrar el grandioso proyecto de Sir Edward. Cleo estaba de acuerdo
en que todo aquello resultaba muy emocionante, y se esforzaba con
ahínco en ocultar su amargura por ser una espectadora en vez de una
participante de tan maravillosos acontecimientos.
Lo había intentado, Dios sabía que lo había intentado. Sir Edward había
sido sumamente amable con ella y había mostrado gran interés por sus
ideas desde que se conocieron junto a la excavación que estaba
financiando él para su padre en la isla de Amorgis. Tuvieron numerosas y
agradables conversaciones acerca del futuro del mundo durante los tés
que tomaban con tía Saida, pero no aceptó permitir que asistieran mujeres
a su nueva universidad. Cleo señaló que Oxford y Cambridge permitían el
acceso de mujeres a las aulas y dijo que esperaba que Muirford hiciera lo
mismo. Lo convenció de que al menos echara un vistazo a los escritos de
Josephine Butler sobre la formación académica de las mujeres. Le contó
que ella misma había estudiado brevemente en Oxford, lo cual empujó un
poco a Sir Edward hacia su punto de vista. Luego su padre le recordó a Sir
Edward que tal vez Oxford y Cambridge permitieran que en algunas de sus
clases se sentaran mujeres, pero que estaba claro que aquellas grandiosas
aulas de aprendizaje jamás concederían una titulación universitaria a
alguien que usara enaguas.
Sir Edward terminó convencido de que permitir a las mujeres estudiar
en su joven universidad echaría a perder toda oportunidad de que
Muirford adquiriera prestigio y aceptación. Y para empeorar las cosas, tía
Saida estuvo conciliadora y se mostró de acuerdo con todo lo que decía el
caballero. Y lo peor de todo era que Cleo sabía que el miedo que tenía Sir
Edward de que aquella institución masculina no se tomara en serio a las
féminas estudiantes estaba bastante justificado.
Así que Cleo no quiso luchar contra semejante injusticia. ¿De qué iba a
servir? Sabía cómo arreglárselas con lo que le daban.
~13~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~14~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~15~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~16~
Susan Sizemore El precio de la pasión
—Nos han invitado a tomar el té con Lady Alison McKay —replicó Annie
despacio, como si Cleo fuera sorda o retrasada mental—. Lady Alison.
Cleo entendía que Lady Alison, viuda del fallecido Lord McKay de
Muirford, seguía siendo el árbitro social de aquella comarca, pese al hecho
de que la mansión ancestral de su esposo había sido adquirida por un rico
industrial. Una invitación de Lady Alison era un modo tácito de recordar a
los integrantes de la burguesía local que estaban relacionados con la
nobleza, y abría un abanico social más amplio para las hijas del profesor
Fraser. O eso había afirmado tía Jenny.
Cleo sabía con absoluta seguridad que todas las viudas e hijas de los
miembros del profesorado habían sido invitadas a aquella reunión, pero no
deseaba quitarle la ilusión a Annie con una dosis de realidad. Después de
todo, era solamente una fiesta.
—A las tres vendrá tía Jenny para llevarte a casa de Lady Alison.
—A llevarnos —corrigió Annie—. Aunque no sé cómo voy a hacer para
conseguir que estés presentable con tan poca antelación.
El ademán que hizo Cleo abarcó las estanterías vacías y las numerosas
cajas de embalaje.
—La biblioteca de papá...
—No eres su esclava —declaró Annie.
—Pero soy su ayudante —replicó Cleo, aunque, por supuesto,
oficialmente no lo era.
Su padre insistía bastante en que ella permaneciera en segunda fila.
Con los años había descubierto que la segunda fila, en la que nadie
prestaba atención a lo que ella hiciera, resultó ser un lugar de lo más útil.
Pero se había prometido a sí misma ayudar a su hermana a conseguir la
vida "normal" que tanto ansiaba.
—Supongo que tendré que ir —suspiró—. Me había resignado a tratar
con la sociedad de largo, pero no me siento nada cómoda con la gente de
la ciudad. Sobre todo con la que tiene un título delante del nombre. ¿Cómo
he de tratar a Lady Alison?
—Con cortesía —respondió Annie en tono firme—. Con deferencia, pero
recuerda quién eres tú.
—Conmigo es siempre muy amable —intervino Pía—. Me deja tener a
Saladino en sus establos. Dice que puedo ir a su casa todas las veces que
quiera. Me dijo que tu nota de agradecimiento fue uno de los mejores
ejemplos de caligrafía que nunca había visto, Cleo.
—Tú no tienes problemas para hablar con Sir Edward, Cleo —apuntó
Annie.
Aquello era cierto, pero es que había sido en su propio territorio. Y,
desde luego, Sir Edward había sido de mucha ayuda después del
~17~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~18~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Cleo se levantó del sillón del escritorio mirando al mismo tiempo por la
ventana. Vio a tía Saida leyendo, sentada en el banco que había en la
hermosa rosaleda rodeada por una tapia de la parte posterior de la casa.
La hija de Saida, Thena, que tenía nueve años, se encontraba muy cerca
de su madre, con un chal de cachemir sobre la cabeza y los hombros. Cleo
sonrió al verlas y le dijo a Annie:
—Ahora subo, dentro de unos minutos. No te preocupes, no me
retrasaré —añadió para tranquilizarla, y acto seguido abandonó la
biblioteca y salió al jardín.
~19~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Capítulo 2
~20~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~21~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Aunque estaban cubiertas desde el cuello hasta los pies con las
holgadas telas de la tradicional vestimenta con bordados y rayas, aquellas
suaves prendas destacaban más que ocultaban unos pechos y unas
caderas que se mecían y se agitaban de una manera que él no había visto
jamás. Sus gestos eran fluidos e incitantes; los crótalos que llevaban
prendidos a los dedos chocaban marcando un ritmo totalmente distinto.
Aquella visión y aquellos sonidos inundaron todos sus sentidos. Y todos
sus sentidos se centraron en la más alta de las dos bailarinas, una
muchacha esbelta como un sauce, de miembros etéreos, cuyo más
mínimo movimiento ofrecía una promesa de seducción.
Su melena suelta relucía igual que el oro de los faraones bajo el intenso
sol de la tarde. El se olvidó de quién era, se olvidó de la razón por la que
había bajado al río. Aquella joven era la criatura más hermosa, más
lasciva que había visto en toda su vida. Sus manos se cerraron en dos
puños a los costados, y empezó a arder con un calor más insistente que el
propio sol del desierto. Lo único que pudo sentir fue deseo.
La danza cesó cuando Cleo Fraser golpeó el suelo con el pie y se
transformó de diosa en mujer. Frustrada, se giró hacia Saida Wallace y le
dijo:
—¡Nunca consigo que me salga ese giro de hombro, por más que lo
practique!
—Estás mejorando. Tú no llevas toda la vida haciendo esto,
precisamente.
—Te agradezco que hayas aceptado enseñarme.
—Las mujeres de mi familia bailan. Dado que no tengo hijas, ¿a quién
más se lo voy a dejar en herencia?
—Puede que tengas una hija ahora. ¿Todavía te duele la espalda o se te
ha aliviado con el baile, como decías? ¿Y por qué papá ha dicho que soy
una tonta? —agregó después de que el joven Walter Raschid Wallace dejó
el tambor en el suelo y se fue a jugar—. Lo único que hice fue sugerir que
preguntase a las mujeres egipcias que llevan miles de años lavando ropa
cómo creían ellas que hacían los antiguos para plegar las prendas que se
ven en las pinturas de las tumbas. A mí me parece algo de lo más
sensato.
Saida Wallace se quitó los crótalos de los dedos y apoyó las manos en la
parte posterior de la espalda. Su preñez era apenas apreciable bajo las
holgadas ropas.
—Bailar ayuda —le dijo la mujer árabe a su sobrina escocesa—. Los
hombres rara vez son sensatos, Cleo; y los hombres como tu padre,
menos aún.
—Pero Ángel dice que...
~22~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~23~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~24~
Susan Sizemore El precio de la pasión
A tía Jenny no le iba a gustar nada. Pero si regalar a aquel público con
narraciones escogidas era el precio que debía pagar para que Annie
pasara a formar parte del mundillo social de aquel lugar, le contaría a
Lady Alison todo lo que ésta quisiera saber; y al diablo con la sensibilidad
de tía Jenny.
Cleo respondió a su anfitriona con una sonrisa.
—Estoy segura de que puedes contarnos cómo es la vida en Egipto y en
Grecia, querida —la incitó Lady Alison.
—Hace calor —contestó Cleo—. Annie, sentada a su lado en el sofá,
emitió un minúsculo suspiro, de modo que Cleo se apresuró a añadir—:
Ciertamente, he echado de menos las verdes colinas y la blanda lluvia de
mi hogar.
Era una descarada mentira. Cleo estaba deseando regresar a aquellas
tierras de Grecia inundadas por el sol, a las aldeas de casas blanqueadas y
tejados azules bañados por una sensual luz dorada, al verde plateado de
los olivares, al rojo anaranjado de las amapolas que brotaban a lo largo de
las carreteras polvorientas, al sabor dulce de los melones maduros y al
flamear y crujir de los molinos.
¡Y Egipto! A Egipto lo echaba de menos cien veces más que a las
encantadoras islas griegas. No había nada igual en todo el mundo. Aun
cuando había enterrado allí su corazón y todas sus esperanzas,
conservaba con profundo afecto los recuerdos que tenía de aquella tierra,
los malos y los buenos.
Sin embargo, aquellas damas de las Highlands no querían conocer la
realidad, con las moscas, las fiebres, las penalidades y los sufrimientos. Ya
tenían suficiente realidad en casa.
Pero la dicha... La dicha sí que podía dársela.
—Cuando era pequeña, mi padre y mi tío formaron parte de un equipo
de Oxford que excavó las tumbas del Valle de los Reyes de Egipto. Mi
padre nos llevó consigo a mi madre y a mí. Algunos de mis primeros
recuerdos son los de las estrechas calles de El Cairo, el canto de los
musulmanes llamando a la oración, los asnos y los camellos cargados de
toda clase de mercaderías misteriosas, y las mujeres caminando por las
calles cubiertas con tupidos velos y túnicas largas, pero vestidas de vivos
colores en el interior de sus casas.
¡Y las ruinas! Enormes, imponentes, con estatuas de dioses misteriosos
y reyes antiguos tan altos como un edificio. Los templos antiguos fueron
mi patio de juegos. En vacaciones íbamos a Alejandría para que mi padre
pudiera avanzar en su búsqueda de la tumba de Alejandro. Alejandría es
una antigua ciudad portuaria del Mediterráneo. Allí hay gentes venidas de
todas partes del mundo, y en los bazares se oye algo parecido a la Torre
de Babel. Huelen a especias exóticas, a café turco y al aroma dulce del
cáñamo quemado.
~25~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~26~
Susan Sizemore El precio de la pasión
—¡Cuidado!. —exclamó.
—¡Detrás de usted! —gritó él.
Ella se giró de pronto y disparó. Su atacante cayó al suelo.
Oyó disparos a su espalda y se volvió, y entonces vio que el hombre
que la había advertido también había despachado a su adversario. Luego
se giró hacia ella.
—¡Tu!—gritó.
Era alto y de hombros anchos, con unos ojos oscuros como la noche.
Ella se acercó. Cuando él dio un paso adelante, el feroz viento del desierto
le arrancó el sombrero de ala ancha y dejó al descubierto una densa
cabellera de color negro.
—¡Tú! —Ella quedó petrificada en el sitio. Dos años cayeron hechos
añicos, igual que un espejo roto. Si en aquel momento alguien le hubiera
pegado un tiro en la espalda, ella ni lo habría notado—. ¡Tú estás en
Estados Unidos!
—Y tú en Escocia.
—Estoy aquí —dijeron los dos a la vez.
—¡Cleo!
De pronto entre ambos apareció su padre, apremiándola para que se
dirigiera hacia los caballos.
—Pero... —Ella señaló a su espalda—. Ángel...
Su padre lanzó al otro una mirada breve, con gesto de desprecio.
—¡Olvídalo, niña! ¿Acaso no ves en qué se ha convertido?
—¿Qué ocurrió? ¿Os robaron?
—En realidad —respondió Cleo en tono ligero, como no queriendo dar
importancia a la cosa a pesar de los cristales rotos que tenía en el corazón
—, fuimos rescatados por unos ladrones de tumbas.
—Lady Alison también tiene una historia de robo que contar —
interrumpió tía Jenny—. Si entraran en mi casa y se llevaran un valioso
collar, yo lo consideraría si duda una aventura bastante importante.
Todas volvieron la atención con avidez a Lady Alison, más interesadas
en las noticias locales que en los relatos de viajes. Lady Alison ya había
dicho que no deseaba hablar de los rumores que corrían por toda la
comarca, y todo el mundo había obedecido sus deseos de mala gana
hasta ahora, pero a lo largo de toda la reunión había cundido en la sala
una súbita curiosidad apenas disimulada. Las palabras de tía Jenny
abrieron las puertas a la oportunidad que habían estado esperando.
—He oído decir que ha estado aquí el magistrado —dijo la esposa del
vicario—. ¡Un robo en Muirford! Sorprendente.
~27~
Susan Sizemore El precio de la pasión
—Yo ni siquiera estoy segura de que haya sido un robo —dijo Lady
Alison.
—¿Sufriste una impresión muy grande, querida? —inquirió la señora
Douglas.
—Ni siquiera me encontraba en casa.
—Una ventana rota. —La honorable Davida MacLean se estremeció—. Y
tus joyas robadas.
—Un collar —la corrigió Lady Alison—. El cual, es posible que
simplemente lo haya perdido.
—Pero había una ventana rota —dijo tía Jenny—. Vándalos, como
mínimo.
—O tal vez un sirviente torpe que no ha reconocido haber sufrido un
accidente —replicó Lady Alison.
—Habiendo tantos extranjeros por aquí, toda precaución es poca —
opinó la mujer del vicario. Dirigió una mirada siniestra a la señora Jackson
—. Hay muchos motivos para preocuparse por todos los cambios que está
sufriendo nuestro pequeño y tranquilo Muirford. No estaremos a salvo en
la cama con todos esos estudiantes y sassenachs1 pululando por ahí.
Antes de que nadie pudiera hacer un comentario al respecto, entró el
mayordomo portando una bandeja de plata con un sobre. Lady Alison
aceptó la nota con un decidido aire de alivio. Y pareció más aliviada aún
cuando volvió a mirar a sus invitadas, que aguardaban expectantes.
—Sir Edward ha enviado carruajes. Nos invita a trasladar nuestra
reunión a otra parte.
—¿A otra parte? —inquirió la señora Douglas—. ¿Se puede saber qué
quiere decir eso?
—Esto es un tanto irregular, pero mencioné a Edward que me proponía
celebrar esta reunión. Y él me dijo que él mismo pensaba celebrar otra
hoy mismo.
—Esta tarde mi padre fue invitado a la casa de Sir Edward —habló Annie
por primera vez—. ¿No es así, Cleo?
—Envió sus excusas, Annie. Todo el profesorado y los conferenciantes
invitados que han llegado se encuentran esta tarde en la casa de Sir
Edward —repuso Cleo—. Coñac y cigarros, me inclino a creer.
—Y nos han invitado a que nos unamos a ellos —dijo Lady Alison—.
Para, de ese modo, convertir dos fiestas en una sola. Edward ha
transformado la reunión en una cena bufé. Lamenta la informalidad del
evento, pero de ningún modo podemos desdeñar la galantería que ha
demostrado al enviarnos carruajes.
1
Ingleses. (N. de la T.)
~28~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~29~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Capítulo 3
~30~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~31~
Susan Sizemore El precio de la pasión
—No me la perdería por nada del mundo —dijo Evans, y recibió una
mirada fulminante de Divac.
Ocultando una sonrisa, Evans se alejó para dirigirse hacia Mitchell y Hill,
que se encontraban al otro lado de la mesa del bufé. Evans sabía muy
bien que Divac y quienes lo escuchaban no habían realizado nunca
trabajos sobre el terreno. Aquel día había un gran número de historiadores
de categoría en aquel salón, pero él era el único que poseía experiencia
arqueológica.
Allí él era el intruso, el rebelde, el objetivo de las disputas, las
murmuraciones y la guerra incruenta a la que se entregaban aquellos
hombres brillantes con todo su corazón y toda su alma. La mayoría de
ellos jamás habían puesto un pie fuera de las aulas, los museos y las
bibliotecas. Dominaban las lenguas muertas y el pensamiento profundo.
Mientras que ellos ponderaban, él actuaba, y muchos desconfiaban de él
por esa misma razón. Algunos lo odiaban abiertamente. Pero lo habían
invitado, y él había acudido. Él solo se metió en la guarida del león y
estaba disfrutando con ello. De hecho, se sentía como en casa.
—Coja un plato de comida mientras pueda —le aconsejó Mitchell al verlo
acercarse—. En cualquier momento llegarán las señoras. —Señaló un
ventanal cercano—. Acabo de oír llegar los carruajes.
—Así que Lady Alison ha decidido mandar al cuerno la decencia y ha
aceptado la invitación —comentó Evans—. Bien por ella.
—Se provocará un escándalo —confirmó Mitchell con los ojos
chispeantes tras las lentes—. Acuérdese de lo que le digo.
Hill se llevó una mano al oído.
—Oigo risitas tontas. Nos veremos inundados momentáneamente, me
temo. —Parecía bastante complacido por dicha perspectiva.
A Evans le caían bien aquellos dos individuos. Ninguno de ellos era
excavador, pero al menos salían de vez en cuando de las clases. A Mitchell
lo había conocido en El Cairo, a Hill en Aleppo. Ambos eran eruditos de
primer orden. Mitchell estaba felizmente casado y había sido padre
muchas veces; Hill afirmaba estar preparado para salir al mercado del
matrimonio.
Evans le dio una palmadita en la espalda.
—A lo mejor, en este preciso momento, viene de camino hacia este gran
salón la futura señora Hill.
—Abrigo esa esperanza.
Hill se volvió para mirar la puerta, mientras que Evans observaba la
mesa de las viandas. Oyó puertas que se abrían. Un mayordomo anunció a
la señora Alison y a sus invitadas, y seguidamente se oyó el murmullo de
numerosas faldas rozando contra el suelo de parquet. No prestó atención
a la llegada de las señoras. Los varones presentes en la sala fueron
~32~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~33~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~34~
Susan Sizemore El precio de la pasión
2
bestia. (Del lat. bestĭa). ~ negra. Persona, cosa, una historia, un secreto, un miedo,
una manía, etc. que concita particular rechazo o animadversión por parte de alguien
~35~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~36~
Susan Sizemore El precio de la pasión
hablar tomó a Carter por sorpresa. Mitchell y Hill se limitaron a asentir con
un gesto.
—El profesor Fraser se pondrá furioso al enterarse de que he aceptado
una invitación para presentar una ponencia en una conferencia en la que
él tiene pensado ser la atracción principal. Supondrá que mi único
propósito al acudir a este evento es el de echar a perder su presentación.
Jamás le dará por pensar que él no constituye el centro de mi mundo y
que yo tengo planes propios que llevar a cabo.
A lo largo de toda aquella perorata, la mirada de Ángel estuvo posada
todo el tiempo en ella. Cleo temblaba ligeramente a causa de la cólera y
del fuerte deseo de refutar lo que él había dicho acerca de su padre, salvo
por el detalle de que tenía razón. Debería sentirse avergonzado por haber
sacado a la luz la acritud tan abiertamente. Pero, claro está, él era
norteamericano y ella no había conocido en toda su vida a una persona
que fuera más peculiar y que tuviera tan pocos pelos en la lengua.
—Hay quien opina que la actitud presuntuosa de los yanquis resulta
refrescante. —¡Oh, Dios! ¿Por qué su voto de guardar silencio no se
traducía en una realidad palpable?
—Eso opinabas tú en otro tiempo —le recordó Ángel.
Ella no le hizo caso. La verdad es que consiguió ignorarlo y mirar a
Mitchell en su lugar.
—¿Cómo está su esposa? ¿Y sus hijos? —Así, perfecto. Aquél era un
tema agradable, inocuo y femenino, muy apropiado para hablar de él.
—Aún me siento intrigado por el tema de su nombre de pila, Azrael —
dijo Hill. Cleo procuró no suspirar al volver su atención hacia el caballero.
Hill estaba sonriendo. En dirección a ella. Poseía unos bonitos ojos; de
hecho, en conjunto era un hombre atractivo. No al estilo vivido de Ángel
Evans, pero sí estaba dotado de un atractivo propio, personal. Y sus ojos
reflejaban una mirada chispeante y traviesa que resultaba encantadora, si
bien incomprensible. ¿Qué sería lo que le parecía tan gracioso? Dado que
lo cortés era devolver la sonrisa, así lo hizo.
—¿Qué le pasa a mi nombre?
Evans dijo aquellas palabras prácticamente en un rugido. No sabía
adonde quería llegar Hill, no le gustaba la manera en que éste estaba
mirando a Cleo, y tampoco le gustaba cómo estaba transcurriendo aquella
jornada. Tal vez debería simplemente olvidarse de todo e ir a ver si
Apolodoro había llegado en el tren de la tarde. Si no era así, seguro que
llegaría de Grecia por la noche.
—Bueno, ya que le pusieron el nombre de un ángel —dijo Hill—, se me
ocurre que a lo mejor alguien lo ha llamado alguna vez por dicho nombre.
Ángel Evans. —Soltó una risita—. El Ángel Caído Evans, acaso.
~37~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~38~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~39~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Capítulo 4
~40~
Susan Sizemore El precio de la pasión
—¿A qué te refieres con ese sí? ¿De qué estás hablando? ¿Estás
escuchándome, Cleo?
Ella respiró hondo y se obligó a sí misma a concentrarse en su agitado
padre.
—Estoy tan molesta como tú por lo que está sucediendo, papá. Más,
mucho más, pensó.
—Y con razón.
Cleo hizo caso omiso de la acusación que implicaba aquella afirmación.
Su padre tenía tendencia a mostrarse irritable cuando se sentía molesto
por algo. Casi deseó no haberle traído la noticia en cuanto le fue posible
abandonar cortésmente la mansión de Sir Edward. Tal vez debería haberlo
postergado hasta el día siguiente y haber dejado que su padre disfrutara
de un sueño reparador después de una dura jornada de trabajo.
Se alegraba de que su padre no se hubiera presentado en la fiesta, y
sabía que lo encontraría completamente a solas en el pequeño museo
situado en el centro del recinto de la universidad. Los obreros iban
retrasados respecto del plan de los trabajos, aún no había sido entregada
la mayor parte de los armarios expositores, y muchos de los objetos que
iban a exhibirse todavía estaban por llegar de Grecia y Egipto.
Ellos mismos, su padre y ella, habían transportado los tesoros desde
Amorgis. Aquellos tesoros eran lo más importante del mundo para su
padre, la razón de que se hubiera convertido en jefe del Departamento de
Historia y conservador del Museo de Muirford. Representaban la
culminación de muchos años de trabajo duro y con frecuencia peligroso. Y
no sólo para Everett Fraser.
—Me lo merezco. —Golpeó la mesa con el puño una vez más—. No
pienso permitir que ese ladrón de tumbas...
—Actualmente Evans se define a sí mismo como procurador de
antigüedades —lo interrumpió Cleo—. Y arqueólogo por libre.
—Es lo mismo. —Su padre la miró con los ojos entornados—. No pienso
permitir que defiendas al hombre que te deshonró, niña.
Era en ocasiones como aquélla cuando Cleo se arrepentía de habérselo
confesado todo a su padre cuando ella y Pía regresaron de Escocia poco
más de un año después de su encuentro particular con Ángel. Extendió las
manos en un gesto que pretendía apaciguar.
—No estoy defendiéndolo. No existe defensa para algunas de las cosas
que ha hecho.
—¿Algunas?
Cleo aborrecía a A. David Evans por muchos motivos, pero su odio era
más selectivo que la obsesiva animadversión que sentía su padre hacia
todo lo que Evans era y representaba. Lo poco que representaba.
~41~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~42~
Susan Sizemore El precio de la pasión
aquel botín producto del saqueo de una tumba podía haber pertenecido
nada menos que a Alejandro Magno.
Y también estaba convencido de que Ángel robaría dicho tesoro si
tuviera ocasión. Dios sabía que ambos llevaban años persiguiéndose el
uno al otro por todo el este del Mediterráneo en busca de lo mismo.
Una parte de Cleo, la Cleo joven e ingenua, deseaba declarar que Ángel
jamás haría algo tan vil como intentar robar aquellos preciados objetos
ahora que había ganado su padre. Cleo empujó su faceta inocente al
pasado, donde le correspondía estar. A. David Evans, aquel diablo de ojos
negros y sonrisa de pecador, se sentía bastante cómodo con el
comportamiento vil.
—El tesoro está escondido y a salvo —recordó a su padre—, y Sir
Edward ha dispuesto lo necesario para que lo vigilen mientras permanezca
en exhibición.
—Evans está intentando robarme ese tesoro, y llevarse también el
mecenazgo de Sir Edward mientras tanto. Yo he luchado durante años sin
contar prácticamente con ningún recurso, hasta que Sir Edward Muir
decidió financiar la excavación de Amorgis. Tengo que regresar allí la
próxima temporada, y no puedo hacerlo sin el apoyo económico de Sir
Edward.
—Lo sé perfectamente, papá. —Cleo lanzó un suspiro—. Sir Edward es
un hombre amable. Un hombre razonable. No permitirá...
—Haz de ser amable con él. Eso lo sabes, ¿verdad, Cleo? —A ella no le
gustó nada la expresión calculadora que apareció en los ojos de su padre
—. Tienes que ser mucho más amable con Sir Edward —la instó éste—.
Adularlo más. A él le gustas. Se nota.
Ella hizo caso omiso de aquel repentino cambio de tema. El problema
era Ángel, no Sir Edward... a menos que Ángel se las ingeniara para
encontrar la forma de influir en el acaudalado mecenas de su padre.
—Evans se marchará pronto. La conferencia va a durar sólo unos días —
dijo, para tranquilizarse ella misma tanto como a su padre. Pero la visión
del frío invierno que la aguardaba después de que el deslumbrante sol de
la personalidad de A. David Evans pasara por Muirford no resultaba nada
tranquilizadora. Dicho pensamiento le suscitó un sentimiento sombrío y
gélido, pese a que era mitad del verano—. Su reputación lo precede. Estoy
segura de que nadie le prestará mucha atención, incluido Sir Edward.
—¿Tú crees? —A su padre se le iluminó el rostro y asintió con
vehemencia—. Evans es un necio si cree que va a poder tener éxito entre
eruditos de verdad. —Agitó la mano en un gesto de desdén—. Se pondrá
en ridículo él solo. Y yo disfrutaré mucho al verlo.
—Sobre todo cuando presentes tu monografía sobre los objetos
alejandrinos.
~43~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~44~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~45~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~46~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~47~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~48~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~49~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Capítulo 5
~50~
Susan Sizemore El precio de la pasión
—Pero...
—Vete.
Aguardó sólo lo necesario para ver cómo se cerraba la puerta detrás de
Pía, y acto seguido dio media vuelta y regresó, obedeciendo a su instinto,
derecha al centro del recinto de la universidad.
Desde su llegada no había visto gran cosa del recinto en sí, del pueblo
ni de los alrededores, lo cual no era en absoluto propio de ella. El mero
hecho de que hubiera estado ocupada en desembalar los objetos de la
casa, acomodar a las chicas en su nuevo hogar y trabajar en la
presentación de su padre no constituía una excusa para no haber salido a
explorar un poco.
Ya, ya, había prometido no hacer nada "aventurero" que pudiera
violentar o desacreditar el apellido Fraser, pero se encontraba sola en una
noche oscura y maravillosa. Si aquel iba a ser su hogar, ya era hora de
que conociera cómo era aquella tierra. Por no mencionar que deseaba
proteger lo que era suyo.
Además, le sentaría muy bien hacer algo que aplacase aquella agitación
que la dominaba y que hacía que tuviera la piel más sensible, que hacía
hervir su sangre y su cerebro. La pasión no lo era todo, ya hacía varios
años que se había convencido de ello. Pero es que cada vez que veía
nuevamente a Ángel Evans le costaba mucho recordar lo que tenía
importancia de verdad... o simplemente pensar, ya puestos.
Detrás del museo había una rosaleda recién plantada que le recordaba
lo único que la había hecho disfrutar enormemente durante los meses que
pasó en Oxford: los maravillosos jardines. Hacia allí se dirigió ahora.
Siempre le había producido un inmenso placer el hecho de ver y oler las
rosas.
Tomó asiento en un banco del jardín y volvió el rostro hacia el bulto
oscuro del edificio. Había una luz encendida en la habitación en la que
estaba trabajando su padre. El resto de las ventanas del inmueble se
veían oscuras, como debían estar. Con el chal envuelto alrededor como si
fuera un velo, Cleo cruzó los brazos sobre el regazo y esperó. Y su
recuerdo voló a un instante ubicado ocho años atrás en el tiempo.
—Sí hubiera sabido que eras tú, ¡yo mismo te habría pegado un tiro!
Aquéllas fueron las palabras que Ángel gritó a su padre, o posiblemente
a ella, mientras se alejaban a caballo de las ruinas. No pudo quitarse
aquellas palabras de la mente cuando paseó por el ruidoso y abarrotado
bazar de El Cairo. Ni siquiera lo que veía y oía en aquel lugar lograba
distraerla del recuerdo del odio venenoso que sentía su padre hacia Ángel
Evans. Un odio que, por lo visto, era recíproco.
Cuando preguntó por qué no estaba enterada ella de que Ángel se
encontraba en Egipto, la respuesta de su padre fue la siguiente: "Ese
~51~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~52~
Susan Sizemore El precio de la pasión
con la peor escoria de Oriente Próximo. Es muy probable que haya tenido
algo que ver con el ataque sufrido por la expedición de DeClercq. Y no
quiero que tú te relaciones con él en absoluto.
Aquellas palabras la dejaron destrozada. En cambio, Ángel también la
había salvado de los merodeadores del desierto. Tenía que averiguar la
verdad por sí misma.
Y aquélla era la razón por la que ahora iba siguiendo a Ángel Evans a
través del antiguo mercado de El Cairo. Había cruzado el río desde el
pequeño enclave británico ubicado en la isla Yazira con la sencilla
intención de hacer unas compras. Se dirigía hacia una librería situada
cerca de la entrada norte del mercado de Khan el-Kalili cuando al levantar
la vista descubrió más adelante, entre el gentío, unos hombros anchos y
el brillo fugaz de una cabellera de un color oscuro y sedoso.
En Egipto había muchos europeos: eruditos que estudiaban las ruinas,
comerciantes, ingenieros que trabajaban en los numerosos proyectos de
construcción de edificios con los que el gobierno del jedive Ismail
esperaba llevar el país a la modernidad. A Khan el-Kalili acudían muchos
hombres europeos, y muchos de ellos eran altos y de cabello oscuro. Tal
vez se hubiera confundido... salvo que ella era capaz de reconocer la
figura alargada, esbelta y elegante de Ángel Evans aunque ambos
estuvieran en el fondo de un pozo y durante un eclipse total de sol.
Ángel se dirigía hacia el norte, más allá de la librería, en dirección a las
calles en las que los artesanos del cobre fabricaban y vendían su
mercancía. Sabía muy bien que en algunas de las tiendas de aquella parte
de la ciudad se vendía algo más que vasijas de cobre. Sospechaba adonde
se dirigía Ángel, y su corazón se quebró otro poco más. Le hubiera
gustado dar media vuelta, pero tenía que saber si lo que afirmaba su
padre era cierto o no.
Iba vestida con túnicas y velos en lugar de los corsés, los corpiños y las
faldas que la señalarían como una forastera en las calles de El Cairo. Así
se sentía más segura, más anónima, más libre. Por supuesto, causaría un
escándalo que alguien llegara a enterarse de que se movía por la ciudad
vestida como una nativa, pero ello constituía también un don del Cielo,
porque así podía observar a Ángel sin temor de ser reconocida.
Su padre le había prohibido hablar de él o con él, y desde luego Ángel
no había hecho el menor esfuerzo por ponerse en contacto con ella. "Pero
es que él creía que yo me encontraba en Escocia", apuntó una vocéenla
melancólica en el interior de su cabeza. "Y el correo se entrega en
Escocia", se recordó a sí misma. Además, antes de acudir a su tienda de
campaña estaba convencida de que iba a tener que resignarse a no verlo
nunca más.
Después, claro está, se sintió de modo completamente distinto... pero el
daño ya estaba hecho.
~53~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~54~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~55~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~56~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~57~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~58~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~59~
Susan Sizemore El precio de la pasión
—Es griego —dijo Cleo tras contemplar la pintada por espacio de unos
instantes—. Y muy malo, además.
Ángel apartó la vista de las pintadas de la pared y la posó en Cleo. Si
ella no se había dado cuenta de que en aquel momento estaban cogidos
de las manos, él no pensaba sacarlo a colación.
—Por lo visto, no somos los únicos en andar por aquí esta noche.
~60~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Capítulo 6
~61~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~62~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~63~
Susan Sizemore El precio de la pasión
menos un poco. ¿Qué decía la pintada, Cleo? .—Se inclinó hacia delante y
susurró—: ¿Algo perverso?
—¡Annie! —exclamó tía Jenny. Agitó un dedo hacia Cleo con gesto
severo—. No digas una sola palabra, jovencita.
—Devuelve la vela— contestó Cleo sin hacer caso a su tía.
Annie inclinó la cabeza hacia un lado y formó con los labios las palabras
que había pronunciado su hermana. A continuación frunció profundamente
las cejas sobre sus bonitos ojos castaños.
—¿Estás segura de que decía eso?
—Es lo más que pude descifrar. En cualquier caso, le decía a alguien
que devolviera algo.
Annie se reclinó en su silla y perdió el interés.
—¡Qué raro! —Su mirada vagó hasta Hill y Carter. Sonrió y se tocó el
pelo—. Pórtate bien, Cleo. Vienen hacia aquí.
~64~
Susan Sizemore El precio de la pasión
¿Qué diablos se creía Hill que estaba haciendo? Sonreírle de aquel modo
cuando pensaba que ella no estaba mirando. ¿Quién se creía que...?
—¡Evans! —La voz de Apolodoro sonó grave y nítida—. ¿Estás despierto,
amigo? —le preguntó el griego hablando en su idioma nativo.
Evans no demostró el menor sobresalto, pero dirigió una mirada intensa
al mayor de los dos hombres que estaban sentados con él a la mesa. Hizo
caso omiso de la expresión de profundo desagrado que le lanzó Spiros, el
más joven de ambos.
Spiros no era mal tipo, pero era tan sincero que hacía perder los
estribos a Evans. Se preguntó si alguna vez él habría sido tan joven como
Spiros. Desde luego, no había sido ni la mitad de idealista que él. Un
idealismo sumamente peligroso, se recordó a sí mismo.
—¿Ya has dado con el tesoro? —le preguntó Apolodoro—. ¿Te lo ha
dicho esa mujer? Dijiste que era ella en quien había que concentrarse.
—Llegué a Muirford ayer por la mañana. —Señaló con el pulgar a Spiros
—. Aquí, este muchacho tuyo, llegó antes que yo.
—Mi misión consiste en vigilar a los Fraser —replicó Spiros—. Pero me
llevaban dos días de ventaja. No he podido entrar en su preciado museo.
—Y no entrarás —le dijo Evans.
Apolodoro apoyó una mano en el brazo de su socio.
—Así es mejor para nuestros propósitos. El doctor Evans es necesario.
—El doctor Evans es vuestra cabeza de turco —dijo Evans. Sabía que
ninguno de aquellos hombres entendía lo que quería decir, pero no se
tomó la molesta de explicárselo. Tan sólo sería cabeza de turco si lo
atraparan, y no tenía la menor intención de dejarse atrapar—. No necesito
que me ayudéis con distracciones y actos que desvíen la atención. —Miró
a Apolodoro, pero lo que dijo iba dirigido a Spiros—. Ese acto de
vandalismo ha sido una estupidez. ¿Para qué atraer la atención sobre
vosotros después de haber permanecido ocultos dos mil cien años?
—¡No he sido yo! —Spiros descargó el puño sobre la mesa, lo cual le
valió una mirada de advertencia de Apolodoro—. ¡Yo no he hecho nada! —
Habló con ferocidad.
—Ya hablaremos de eso en privado —dijo Apolodoro a Spiros.
Evans afirmó con la cabeza. Ya había dicho lo que quería decir; no
necesitaba presionar más. Correspondía a Apolodoro mantener a su gente
a raya.
—Sólo he tenido tiempo para echar un vistazo al exterior del museo —
los informó—. Todavía no dejan entrar a nadie. Están pensando organizar
una grandiosa ceremonia de inauguración en la última noche de la
conferencia.
~65~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Cleo no tenía idea de dónde había salido toda aquella gente, pero de
pronto su mesa se vio rodeada por un montón de hombres. En otras
circunstancias, ya estaría echando mano de un arma para defenderse de
un inminente ataque, pero una reacción así podría resultar un tanto
exagerada en el comedor de un hotel turístico escocés. Sin duda tía Jenny
~66~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~67~
Susan Sizemore El precio de la pasión
"¡Cielo santo, todavía conserva mi reloj!" Evans lo vio con toda claridad
desde la retaguardia del grupo, dado que les sacaba media cabeza a todos
los demás. Sintió deseos de agarrarla, zarandearla y exigirle la razón por
la que aún lo conservaba, la razón por la que lo torturaba con aquel
recuerdo.
Entonces se fijó en cómo acariciaba con el dedo pulgar el estuche de
oro antes de volver a guardárselo en el bolsillo de la falda, y el impulso de
zarandearla se convirtió en un vivo deseo de besarla primero y hacer las
preguntas después. ¡Dios... cómo ansiaba que aquellos dedos lo
acariciaran a él igual que tocaban un metal frío y sin vida! Constituía una
verdadera tortura no decir nada, no hacer nada.
Lo peor de todo era que no creía que Cleo se hubiera dado cuenta de lo
que acababa de hacer, ni que se percatara siquiera de que él se
encontraba allí. Aquella temporada había hecho muchos esfuerzos para
seducirla, y la única noche que había pasado con ella no había bastado
para disipar el deseo que había ido acumulándose en él a lo largo de
varios meses de anhelo. A veces tenía sueños en los que regresaba y
volvía a empezar otra vez, y le demostraba a Cleo cuánto mejor podía ser
el acto de hacer el amor. Vivía con pasión no correspondida cada minuto
de cada día de su vida. Ella había encerrado lo sucedido entre ambos en
alguna tumba de su mente y había ocultado allí sus sentimientos a la vez
que sus recuerdos. Él le había causado desgracia en más de un sentido.
Pero había conservado el reloj.
No era que él se lo hubiera entregado a modo de regalo o de recuerdo
—o pago— de una noche de amor. No, se lo dio casi por casualidad cuatro
años después, en el patio de la prisión del fortín rebelde de aquel canalla
del jeque Jamir.
—¿Sabe tu padre que has sido tú quien ha dirigido el asalto al fuerte?
El sol calentaba con fuerza. Volvió el rostro hacia el intenso color azul
del cielo y después fue bajándolo lentamente, absorbiendo la figura de
Cleo, la belleza de sus pechos y de sus caderas silueteadas y subrayadas
por el corte de las ropas de hombre que llevaba. Su melena rubia se
hallaba escondida debajo de un sombrero de ala ancha, y en las manos
sostenía su rifle favorito. Tenía las mejillas manchadas de suciedad y en
sus ojos brillaba una expresión reprobatoria. No se atrevió a decirle lo
hermosa que estaba. Ni a darle las gracias. Porque ella tampoco iba a
creerlo.
No se había creído nada de lo que él había dicho ni hecho desde aquel
día en El Cairo, un par de años atrás, el día en que la descubrió espiándolo
y decidió espiarla también por su cuenta. Aquel día, ambos descubrieron
la tumba de Alejandro. Y entonces fue cuando dio comienzo la
persecución.
—¿Sabe tu padre que has estado a punto de morir decapitado?
~68~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~69~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~70~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Capítulo 7
~71~
Susan Sizemore El precio de la pasión
y le besó la mano con una cortesía que resultó arrasadora. Murmuró una
suave pregunta con una voz profunda teñida de un delicioso acento y
clavó sus ojos en los de tía Jenny con un gesto de total concentración.
—¿Tía Jenny? —dijo Cleo, pero se vio ignorada. De modo que volvió la
atención de nuevo hacia su hermana.
—¿Es usted un alumno de la universidad? —preguntó Annie a Spiros en
tono esperanzado—. ¿Tiene previsto pasar varios años aquí?
—Así es —respondió él con un brillo especial en sus inmensos ojos—.
Tengo una de las becas otorgadas por Sir Edward Muir.
—En ese caso, vamos a vernos mucho.
—Pero hoy ya no —terció Cleo interponiéndose entre su hermana y
aquel joven increíblemente guapo.
El joven Spiros era casi tan apuesto como Ángel Evans, y Cleo sabía
demasiado bien que una muchacha podía verse atrapada en el deseo de
tan espléndida belleza varonil. Sabía que dicho deseo era capaz de
transformar la inocencia en adoración ciega, y sabía exactamente adonde
podía conducir aquello. Dirigió a Spiros una mirada severa que decía: Con
mi hermana, ni lo sueñes.
Cleo se llevó a Annie de la mesa.
—Discúlpennos, caballeros, pero nuestro sastre va a llegar de un
momento a otro.
—Pero usted ha dicho que... empezó Hill.
—Naturalmente, para las señoras la cita con un sastre es mucho más
importante que una jornada de conferencias aburridas —intervino Carter
con donaire. Consultó su propio reloj de bolsillo—. En lo que a mí respecta,
aborrezco la idea de llegar tarde.
—En ese caso, no deseamos entretenerlo más —dijo Cleo, y acto
seguido agarró del brazo a su hermana, y también a su tía, y las dirigió
hacia la salida del comedor.
Evans se quedó mirando cómo se iba Cleopatra, estupefacto. "Ha
dejado vivo a Carter. Él ya ha insultado su inteligencia dos veces por lo
menos, y ella le ha permitido vivir. Cleo, ¿qué mosca te ha picado?"
Carter tenía una expresión entre cariacontecido por la marcha de Annie
y aliviado por el hecho de que las damas no hubieran aceptado la
invitación de invadir el territorio masculino del salón de conferencias. Pasó
la mirada de Hill a Evans.
—Supongo que, si queremos encontrar buenos asientos para la charla
de Divac, deberíamos irnos ya.
La mirada de Evans se posó en Apolodoro y sus labios se apretaron en
un gesto severo, furioso. Dio un paso hacia él y le dijo en voz baja:
~72~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~73~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Evans reprimió una maldición, giró sobre sus talones y se marchó. Él era
tan sólo un hombre, y la Orden de los Hoplitas era una antigua, misteriosa
y secreta organización de fanáticos. Estaba dispuesto a hacer todo lo que
estuviera en su mano para proteger de dichos fanáticos a la mujer que...
poseía. Y si iba a ayudarlos era porque casualmente estaba de acuerdo
con ellos en que los objetos debían ser devueltos.
Y la parte más exasperante de todo aquel asunto era que el hecho de
que la situación fuera tan peligrosa era enteramente culpa de la propia
Cleo.
—¡Maldita sea esa belleza tuya!
~74~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~75~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~76~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~77~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~78~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~79~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Capítulo 8
~80~
Susan Sizemore El precio de la pasión
enemigo! Poco importaba que fuera más bello que Lucifer y que la
jovencita de dieciséis años que lo había amado todavía estuviera presente
en lo más profundo de su corazón. La mujer adulta sabía que no se podía
confiar en él. Estaba blindada contra una atracción que jamás
desaparecía. Ahora se ciñó bien dicha armadura, desgastada y maltrecha,
alrededor del cuerpo y echó a andar para averiguar qué estaba haciendo
aquel enemigo yanqui delante de "su" museo.
Tardó un momento en descubrir que Ángel no se hallaba solo. Tenía una
mano apoyada en el brazo del apuesto joven griego que había visto en el
hotel, y Pía estaba de pie en el segundo de los anchos escalones de
mármol que conducían al museo, lo cual le permitía situar sus ojos a la
altura de los de Spiros.
—Pía —dijo Cleo, apresurándose y saludando a su hermana con una
cálida sonrisa—. ¿Qué estás haciendo aquí? Hola, señor Tskretsis.
—Llámeme Spiros, por favor —replicó el apuesto joven.
Pía alzó una canastilla.
—Vengo a traerle el almuerzo a papá. Tía Saida no quería salir de la
casa —agregó en tono significativo.
Saida tenía la costumbre de llevar la comida a su padre cada vez que
éste se quedaba ensimismado en su trabajo y se olvidaba de comer. Cleo
era muy consciente de que Saida no había salido de la casa desde que
había llegado a Muirford. Cierto que era la viuda de Walter Wallace y una
fiel conversa de la Iglesia de Escocia, pero también era la hija, nacida en
Egipto, de unos eruditos musulmanes. Se había adaptado al estilo de vida
nómada que llevaba la familia de su fallecido esposo en su propio país,
pero, al igual que le sucedía a Pía, no estaba adaptándose a verse
trasplantada a las Highlands. Tía Saida se había recluido en casa desde su
llegada, y tía Jenny no ocultaba el alivio que le producía el hecho de que
Saida permaneciera dentro de casa y no aceptara invitaciones sociales.
—Ya hablaré yo con tía Saida —prometió Cleo a Pía—. A lo mejor
conseguimos convencerla de que asista al Baile de las Highlands. —Tocó
la punta de la barbilla de su hermanita—. ¿Acaso no me encargo de todo?
—No debería ser así necesariamente.
Aquellas palabras no salieron de la boca de Pía, sino de la de Ángel
Evans, al cual había ignorado notoriamente. Ya trataría con él una vez que
tuviera a aquellos dos inocentes apartados de la línea de fuego.
—Pía y yo nos conocemos de Amorgis —intervino Spiros—. De modo que
le ruego que no piense que he sido un maleducado y he hablado con ella
sin que nos hayan presentado. Entiendo cómo se hacen las cosas en su
país, señorita Fraser.
—¿Ya conocía a Pía? —preguntaron Cleo y Ángel a un tiempo.
~81~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~82~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~83~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~84~
Susan Sizemore El precio de la pasión
ella opinaba que cuando se quiere a alguien hay que aceptarlo con todas
sus imperfecciones.
"Ángel Evans no tiene imperfecciones", se dijo. "Y precisamente es
posible que sea por eso por lo que no lo amo." Era una excusa tan válida
como cualquier otra.
—Sir Edward... —Se interrumpió para no decir lo que había pensado
decir: que su mecenas estaba a punto de complicarles la vida. En vez de
eso, se frotó las manos y dijo—: Sir Edward nos ha ofrecido la oportunidad
de ofrecer un adelanto de la colección mañana por la noche.
—¿Mañana? Pero...
—Déjame terminar, por favor. —Cleo hizo un gesto con la mano para
indicar el caos que los rodeaba, pero con el firme empeño de no mirarlo
siquiera—. Vamos a tener que esforzarnos un poco, pero estoy segura de
que conseguiré que los obreros y el personal de Sir Edward me ayuden
para tener la sala presentable. Además, Walter Raschid y tía Saida pueden
echar una mano colocando los objetos que van a exhibirse.
—Pero... ¡el tesoro! ¡Ese demonio de Evans!
—El tesoro estará completamente a salvo. —Cleo sonrió—. Mañana no
se exhibirá ninguno de los objetos de Amorgis. La mayoría de los
asistentes a la conferencia nunca se han aventurado a trabajar sobre el
terreno más allá de la biblioteca de una universidad, y están ansiosos por
ver cualquier objeto tangible perteneciente a los antiguos pueblos que
estudian. Además, los habitantes de Muirford quedarán bastante
impresionados al ver objetos traídos de lugares lejanos y exóticos. Es una
fiesta, padre, un entretenimiento, no un congreso científico.
Fraser se frotó el mentón con aire pensativo.
—Joyas —dijo—. A las señoras les gustará ver los collares y los frascos
de perfume de la tumba de la princesa Mutnefer. Y las estatuas de Anubis
y Toth son interesantes y fáciles de desembalar.
—Eso es importante —convino Cleo—. Y una momia. Necesitamos una
momia colocada en el centro mismo de la sala. La princesa se encuentra
en un estado excelente.
—Le tienes mucho cariño a esa momia, aunque sabes que lo más
probable es que sea falsa.
—Se trata de una fiesta, padre. Si alguien derrama el ponche encima de
ella, no perderemos una reliquia de valor.
—Bien pensado, querida. Lo importante es que Sir Edward esté
contento. De eso depende todo.
Fue hasta Cleo y la tomó de las manos. Su padre poseía unas manos
fuertes y cálidas, pero no tan encallecidas como las tenía cuando ella era
~85~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~86~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~87~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Capítulo 9
—¿Dónde estará?
Evans miró furioso la nuca de Hill, aunque en su pensamiento no paraba
de dar vueltas a lo que había dicho éste. Los dos estaban vigilando la
puerta. Era perfectamente correcto que él estuviera impaciente por ver
aparecer a Cleo, pero, por ninguna razón lógica en absoluto, se le antojaba
que estaba claro a más no poder que no era correcto que a Hill le
ocurriera lo mismo. ¿Quién era Hill para hablar de ella, para pensar en
ella, para desear verla? Hill era poco más que un conocido.
—Es preciosa, ¿no cree? —preguntó Hill, girándose hacia él—. Me refiero
a la señorita Fraser.
Evans observó por entre la multitud de invitados un grupo de jóvenes
congregadas en el centro de la sala. Efectivamente, Annie Fraser era la
más guapa de todas, aunque a él le parecía una versión pálida y
excesivamente civilizada de su vibrante hermana mayor.
—Demasiado joven para mí —respondió a Hill—. Ríe tontamente.
Hill soltó una leve risa.
—Sabe muy bien a qué señorita Fraser me refiero. —Propinó un codazo
a Evans en las costillas, o quizá fuera un accidente provocado por el hecho
de tener que acercarse más el uno al otro para dejar pasar a unas damas.
La residencia del rector se hallaba rebosante de visitas, profesores
universitarios y notables que chocaban entre sí codo con codo. Evans
prefería los espacios abiertos; estaba acostumbrado a ver paisajes amplios
bajo un intenso cielo azul. El ambiente de aquella sala era intenso, sí, pero
debido a que estaba excesivamente llena de gente. Y había demasiado
ruido, fruto de animadas charlas y acalorados debates dialécticos.
—Me gusta el fuego que despiden los ojos de Cleo —continuó diciendo
Hill en voz baja, acercándose a Evans.
—Es una arpía —susurró Evans a su vez.
La leve sonrisa de Hill se transformó en una mueca lasciva.
—Y además está esa manera elegante que tiene de moverse...
—Años practicando el baile —musitó Evans. Hill no sabía de la misa la
mitad, y desde luego él no pensaba informarlo.
~88~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~89~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~90~
Susan Sizemore El precio de la pasión
esperanza de llegar con el retraso justo que estaba de moda, y no con una
falta de puntualidad desmesurada y que denotara mala educación. En fin,
mejor sería entrar de una vez y averiguarlo.
Salvo por el detalle de que allí dentro estaba Ángel.
Había estado a punto de no acudir a la fiesta, y podría haberse servido
de su trabajo como excusa. Pero es que se lo había prometido a Annie. Y
era capaz de todo con tal de no delatar la más mínima debilidad ante el
doctor A. Evans. Por supuesto, era más probable que él ni siquiera se
percatara de su presencia. Aquella idea reavivaba antiguas heridas que no
deseaba examinar, aunque sabía que no debería preocuparse.
—¡Por Dios, deja de titubear, Cleopatra!
Contempló los altos ventanales de la fachada de la casa, iluminados por
la cálida luz dorada de las lámparas, y percibió débilmente el murmullo de
las conversaciones incluso desde la orilla del camino de entrada. Dentro
había alguien tocando el piano, muy mal, y se oían unas voces femeninas
cantando una canción que Cleo no conocía. Sospechó que la mayoría de
las que cantaban tampoco la sabían, pero aun así se esforzaban. El
ambiente parecía alegre, acogedor.
Compuso el gesto más agradable que le fue posible, avanzó con
decisión por el camino de la entrada y golpeó la puerta con el flamante
llamador de bronce.
Dio las gracias a la doncella que la hizo pasar al interior y que le recogió
el chal, y, caminando con la cabeza bien alta, se mezcló con el público que
atestaba el salón de la residencia del rector. De inmediato descubrió la
figura de Ángel, alta y de hombros anchos. Le caía sobre la frente un
penacho de cabello negro como ala de cuervo. Los oscuros ojos de Ángel
la perforaron como un taladro, relampagueantes bajo un ceño
intensamente fruncido. Cleo percibió su cólera, pero no la entendió.
Como siempre, se sintió tentada de acercarse a hacerle frente, se sintió
tentada de acercarse a él. Era una idiota sin remisión. "Lo he sido. Pero no
volveré a serlo jamás."
"Tranquila, pequeña, tranquila."
Tenía cosas que hacer allí aquella noche, personas con las que hablar,
situaciones de las que ocuparse. Y Ángel Evans no figuraba en el orden del
día.
Ni tampoco el hombre que se le plantó delante y le dijo:
—Buenas noches, señorita Fraser.
No tenía la menor idea de cuál podía ser el motivo por el que el profesor
Hill se mostraba tan jovial, y a punto estuvo de apartarlo a un lado con
gesto impaciente. Pero entonces se le ocurrió que quizá se alegrara
sinceramente de verla, y se las arregló para borrar de su mente las tareas
que tenía por delante y retribuirle con una cálida sonrisa.
~91~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~92~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~93~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~94~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~95~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~96~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~97~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~98~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~99~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Capítulo 10
~100~
Susan Sizemore El precio de la pasión
ventilarlos en voz alta para sí misma. Para hacer aquello a veces solía
internarse en el desierto, o bien escogía un camello con el que conversar
durante la guardia.
—Me he quedado todo el tiempo que he podido aguantar, de verdad. He
recorrido todos los corrillos, me he desvivido por ser amable con Sir
Edward. Es una buena persona, aunque un poco rígido. A ti te gustaría. Es
bastante culto en su campo, pero a mí no me interesan los negocios, e
incluso la historia antigua de Escocia es demasiado reciente para mi
gusto. Aunque sí que he dicho algo agradable acerca de Robert Bruce. —
Tocó un pequeño broche de oro que llevaba prendido en el encaje del
cuello—. Hasta me las he arreglado para morderme la lengua cuando ese
idiota de Carter se me ha acercado y se ha ofrecido a traducir estos
jeroglíficos. Si Annie no estuviera con él, a lo mejor no me hubiera
mostrado tan amable.
¿Y te has fijado cómo se han mirado durante toda la velada Annie y ese
joven griego tan guapo? Voy a tener que hablar con ella en serio. O tal vez
tía Saida debería tener una charla con ella; esa charla que siempre decía
que debía tener conmigo pero no la tuvo hasta que ya fue demasiado
tarde, y luego se limitó a menear la cabeza y acariciarme la mano con
expresión de culpabilidad, como si de algún modo me hubiera fallado.
La verdad es que a la pobre le asesinaron al marido unos ladrones de
tumbas estando ella embarazada. Y precisamente en aquellos momentos
no tenía fuerzas para cuidar de nadie, ni siquiera de sí misma.
Cleo terminó de limpiar el grueso cristal de la urna de madera de cerezo
y levantó la vista hacia el techo.
—Esta tierra es fría y nubosa. A ti no te conviene la humedad, lo sé —se
disculpó con la momia—. Pero tampoco vas a tener que preocuparte de
que el sol te deteriore los vendajes. Una dama de tu edad ha de tener
cuidado con el cutis. Además, es sólo hasta mañana por la noche. En
cuanto termine la fiesta, te guardaremos en un lugar seguro. —Acarició el
costado de la urna—. Créeme, te entiendo. Yo tampoco me siento cómoda
con eso de verme trasladada de una fiesta a otra.
Cleo lanzó un bostezo, pero resistió la tentación de consultar su reloj de
bolsillo. Sabía sin lugar a dudas que era tarde y si descubriera cuánto
tiempo había pasado desde que desayunó en el hotel, lo único que
conseguiría sería sentirse más cansada aún. Puestos a pensarlo, no
recordaba si había comido algo desde entonces. A lo mejor la falta de
alimento y de sueño servía para explicar el delirante parloteo al que se
había entregado durante los últimos minutos.
—Por supuesto, es por culpa de Ángel.
Afirmó vigorosamente con la cabeza. Estar cerca de él siempre la
alteraba: o entorpecía o agudizaba sus procesos mentales, y llenaba sus
sentidos con toda clase de anhelos incoherentes. Era fácil echarle a él la
~101~
Susan Sizemore El precio de la pasión
culpa de casi todas las cosas incómodas o injustas que le habían ocurrido
a ella en la vida.
Soltó una leve carcajada, ligeramente histérica.
—Por lo general, siempre es culpa suya.
De hecho, sólo había una cosa de la que nunca le había echado la culpa.
Era una lástima que la única cosa que deseaba él no hubiera sucedido
nunca.
—Cabrón —dijo. Contempló una vez más la momia, y vio el demacrado
reflejo de sí misma en el cristal, superpuesto a la cara de la princesa. Se
sintió casi tan vieja como ella y desde luego más hastiada del mundo.
—También será un secreto entre nosotras que yo utilice semejante
lenguaje, ¿verdad, princesa Mutnefer?
Debería sentirse avergonzada de sus actos en aquella noche tan lejana
ya en el tiempo, pero no era así. Nunca se había avergonzado. Aquello era
lo que no entendía nadie, ni siquiera Ángel Evans.
Cleo dio una última pasada al cristal superior de la urna con un paño de
gamuza y después pasó a una urna más pequeña que descansaba sobre
un pedestal de madera. En su interior ya se había dispuesto un gran
número de objetos de pequeño tamaño. Había un diminuto escarabajo
tallado en lapislázuli, una elegante estatuilla de oro que representaba un
gato sentado, minúsculos recipientes de cristal de roca para ungüentos y
perfumes, un par de pendientes de oro en forma de flor de loto.
Cleo sentía especial inclinación por todos aquellos objetos pequeños y
femeninos; ponían a su alma en contacto con las damas del antiguo
Egipto. Miles de años la separaban de ellas, pero no creía que fueran muy
diferentes aquellas mujeres que vivieron y amaron hacía tanto tiempo.
Había leído la poesía y las cartas que escribieron. Las mujeres de aquella
época carecían de escrúpulos y de restricciones. Podían expresarse
abiertamente y sin vergüenza, y empleando palabras de ardiente
sensualidad, amor y anhelo.
Si le dieran a elegir, Cleo dejaría para siempre su corazón en las riberas
del Nilo. Y sus recuerdos regresarían una y otra vez a aquellas preciadas
semanas en las que ella y el guapísimo ayudante americano de su padre
conversaron, se tocaron y compartieron miradas robadas y fugaces
mientras desenterraban, codo con codo, aquellos valiosos objetos. Sabía
demasiado bien lo que se proponía él ahora, a una década de distancia.
Siempre había sido un mercenario y un oportunista. Cuando veía algo que
quería, hacía lo que fuera preciso para conseguirlo. Frunció el ceño y se
recordó a sí misma, como hacía siempre que se sentía tentada a dejarse
halagar por el trabajo que se había tomado él para seducirla, que era un
hombre de fuertes apetitos sensuales y ella era la única hembra
disponible en el campamento del delta.
~102~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Se echó a reír.
—Vaya, ya estoy otra vez viviendo en el pasado.
—Bueno, estás en un museo, Cleopatra.
Evans adoraba oírla reír. Si no hubiera reído, tal vez él no hubiera
llegado a hablar, pero es que aquel sonido lo impulsó a salir de las
sombras, y hablar con ella siempre había sido la cosa más natural del
mundo.
—Por cierto, no es siempre culpa mía —agregó cuando ella se giró en
redondo para mirarlo. No chilló, naturalmente, ni tampoco exigió saber
qué estaba haciendo él allí.
Lo que dijo fue:
—¿Cómo?
Evans sonrió. Directa como siempre, aquella era la Cleo que él conocía.
Y era suya, a pesar de todo lo que pudiera pensar ella, Hill o quien fuera.
Era algo en lo que no había caído hasta que se enfrentó a la desagradable
escena de ver a otro cortejándola. Todavía no se había hecho a la idea, ni
tampoco había asimilado los celos posesivos que aún le quemaban las
venas. Cleo apoyó las manos en las seductoras curvas de sus caderas, y
aquel movimiento atrajo la mirada de Evans hacia todo su cuerpo.
—¿Y bien? —lo apremió Cleopatra.
—Por la ventana de atrás de la tercera planta. El guarda estaba
dormido. Me he servido del cinturón para trepar por una de las columnas
hasta el tejado. Fue una buena idea hacer las claraboyas demasiado
pequeñas para que se cuele un hombre por ellas. Sin embargo, las
ventanas de atrás no son tan estrechas como tú crees. Y además los
pintores han dejado una convenientemente entreabierta. Para ser justos,
la puerta de la habitación por la que he entrado estaba cerrada con llave.
—Tú siempre llevas encima ganzúas.
Él arqueó una ceja.
—¿Tú no?
—Desde luego que no.
—¿Las has dejado en casa esta noche?
—Sí.
Cleo cruzó las manos recatadamente a la altura de la cintura. Tenía
unas manos preciosas, de dedos largos. Era la estampa ideal de una dama
decente, con la postura perfecta y una mojigatería propia de una maestra
de escuela en el gesto severo de la boca.
Sólo que ella no era en absoluto una dama, salvo en que por sus venas
corría sangre noble. Le vino a la memoria el día en que besó la pequeña
cicatriz que tenía ella en la palma de la mano derecha, recuerdo de una
~103~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~104~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~105~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~106~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~107~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~108~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Si el objeto que Cleo tenía más a mano no hubiera sido una vasija
cretense para vino de tres mil años de antigüedad, la habría cogido y se la
habría arrojado a Ángel. Y aun así se sintió tentada de hacerlo.
—Sé por qué dices esas cosas, pero no vas a lograr que pierda los
nervios lo suficiente para averiguar nada.
—He entrado aquí —Ángel adoptó una actitud propia del que echa
sermones— con la intención de ayudarte. Me pareció que tus medidas de
seguridad requerían ser puestas a prueba antes de que estuviera
expuesta la colección en su totalidad. ¿Y quién mejor que un hombre de
mi considerable experiencia en estos asuntos para llevar a cabo dicha
prueba?
—En efecto, ¿quién? —replicó Cleo.
—Tu sarcasmo me duele.
—Si tuviera un arma a mano tendrías mucho más por lo que
preocuparte, en vez de por el sarcasmo.
—Ah, pero las palabras pueden hacer daño.
Cleo se quedó muy quieta y su rostro perdió toda expresión, sin
embargo el dolor que se leía en sus ojos hizo sangrar a Ángel.
Levantó una mano.
—¿Cleo?
Ella no dijo nada.
Había perdido todo su arrebato. De alguna manera él lo había
conseguido, y se odió a sí mismo por ello. Hizo un esfuerzo por continuar
hablando, y lo que dijo fue una mezcla de cómo eran las cosas en realidad
y cómo deseaba él que fueran.
—Estoy aquí para ayudarte, Cleo. Esa es mi única intención. Te debo la
vida, y deseo hacer algo para pagar esa deuda. Tú crees que he venido a
Escocia a causa de lo que encontraste en Amorgis, pero he venido a causa
de lo que me sucedió allí. —Exhaló un suspiro y se pasó una mano por el
cabello—. Aquí tengo la oportunidad de reclamar mi posición académica,
de recuperar una parte del respeto que tu padre lleva años socavando con
las mentiras que ha contado sobre mí.
—¿Para qué iba a mentir mi padre sobre ti?
No era la primera vez que Cleo formulaba aquella pregunta. Ángel se
había limitado a contestar que su padre era capaz de hacer cualquier cosa
con tal de sacar a flote su propia reputación, que sentía celos. Que las
antiguas discrepancias entre ambos respecto de metodología e
interpretación habían aumentado hasta convertirse en una aversión
personal. Todo aquello era cierto, pero esta vez le reveló a Cleo la verdad
subyacente:
~109~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~110~
Susan Sizemore El precio de la pasión
los labios una O que sonó deliciosa, y Evans sonrió sintiendo al mismo
tiempo un fuego que lo quemaba en el punto de contacto entre ambos.
Presionó con todo su peso contra las curvas suaves y blandas de ella,
percibió cómo le temblaba todo el cuerpo. Entonces inclinó la cabeza
hasta que ambos quedaron mirándose a los ojos, las bocas una a la altura
de la otra.
—Confía en mí —susurró Evans contra los labios de ella—. Esta vez,
Cleopatra, confía en mí.
Cleo sabía que era más prudente fiarse de una manada de chacales
hambrientos, pero sentía a Ángel en todas las fibras y moléculas de su ser.
Lo tenía tan cerca de sí como su propia sombra, igual de oscuro pero
infinitamente más sustancial. A veces soñaba que estaban así de juntos,
eran sueños febriles y fútiles que estallaban dentro de ella con todo su
esplendor... pero que dejaban tras de sí un sentimiento de soledad.
Ahora tenía a Ángel allí mismo, enorme, exigente, temerario y dispuesto
a dejar todos los escrúpulos a un lado. Podía gritar. Podía forcejear. Podía
rogar y suplicar.
O podía besarlo.
De un modo u otro, al día siguiente se encontraría sola una vez más.
Pero eso sería al día siguiente.
Tomó su cara entre las manos y acercó la boca de él a la suya.
Momentos después, Cleo descubrió que Ángel estaba en lo cierto en una
cosa: tenía mucho que enseñarle en lo que se refería a besar. Y ella
estaba deseosa de aprender. Hasta aquel momento se guió por la
memoria y el instinto, pero a partir del instante en que se tocaron sus
labios, la inundó la pasión y se apoderaron de ella la excitación y el ansia.
Sus manos lo acariciaron con movimientos lentos y perezosos, pasando
de la cara a los hombros, bajando después hacia la fuerte musculatura de
la espalda. Ángel era duro y liso como el mármol, pero Cleo sintió que le
temblaban los músculos bajo la camisa, percibió su fuerza contenida. Ella
estaba siendo irracional y temeraria, mientras que él aguantaba con
firmeza el control que ella deseaba que perdiese. No era correcto ni justo
que él no compartiera aquel momento de abandono con ella. De modo que
introdujo las manos por debajo de su camisa.
Ángel dejó escapar un gemido contra la boca de ella y hundió un poco
más la lengua, y Cleo reaccionó emitiendo otro gemido que transmitía el
mismo anhelo. Él le rodeó la cintura con un brazo y tiró de ella con fuerza
contra...
—¡Ay!
Ángel se apartó de golpe. Cleo perdió el equilibrio y se inclinó hacia
delante, con los sentidos nublados. Se desplomó en el suelo en medio de
un revuelo de faldas y a punto estuvo de estamparse de bruces contra las
~111~
Susan Sizemore El precio de la pasión
losas. Oyó golpes por encima de ella y captó unas sombras que se
agitaban: Ángel, esquivando a su atacante. Cleo apenas logró oír nada por
encima de su respiración jadeante y los latidos de su corazón.
—¡Ay! ¡Pare ya!
—¡Pare usted! ¡Tráguese ésa!
Cleo alzó la cabeza de repente al reconocer la voz que había hablado,
justo a tiempo para ver cómo un enorme paraguas plegado y de color
negro se estrellaba con saña contra las posaderas de Ángel Evans.
—¡Ay! ¡Basta ya!
Si las circunstancias fueran otras, tal vez Cleo se hubiera echado a reír.
Pero, dada la situación, se puso en pie de un salto y se apresuró a
colocarse entre Ángel y su atacante.
—¡Tía Saida! —Alzó las manos enfrente de ella—. ¡No!
El paraguas no le acertó a Cleo por muy poco, pero sí que se
desprendieron de él unas pocas gotas de lluvia que le salpicaron el rostro.
—¡Debería darte vergüenza! —clamó tía Saida, dejando caer la
sombrilla a su costado—. No puedo dejaros solos a los dos ni un momento.
Preferiría ver cómo os disparáis el uno al otro; así por lo menos sabría que
no corríais peligro de haceros daño.
Cleo descubrió que Ángel y ella estaban de pie el uno junto al otro,
ambos con los hombros encorvados. Compartieron una expresión contrita
y rápidamente desviaron la mirada. Cleo no sabía qué mosca la había
picado. Desde luego, aquello había sido una locura, una equivocación y...
—Menos mal que he venido a buscarte. Empecé a preocuparme al ver
que se ponía a llover y que todavía no estabas en casa. —Tía Saida tomó a
Cleo de la mano—. Tú te vienes a casa conmigo ahora mismo, jovencita.
Cleo quería que su tía saliera más, pero esto no era precisamente lo que
tenía en mente. Tía Saida tiró de ella hacia delante, y ella se sentía
demasiado avergonzada para no adoptar una actitud sumisa. "Ya soy una
mujer", se dijo. "¿Por qué tengo que obedecer como una niña?" Pero
entonces se acordó de Ángel y se zafó de su tía. Dio media vuelta para
mirarlo a la cara y señaló con un dedo hacia la entrada principal del
museo.
—¡¡Fuera!! ¡Sal de mi casa!
Ángel echó la cabeza hacia atrás y lanzó una carcajada que se extendió
como un eco por toda la sala. Cielos, sí que tenía una garganta magnífica
y potente. A continuación, hizo una reverencia y recogió del suelo su
abrigo y su corbata.
—¿Desean las señoras que las acompañe a casa? ¿Qué les demuestre
que sé comportarme como un caballero? Estoy reformando mis modales
—agregó dirigiéndose a Saida.
~112~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~113~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Capítulo 11
~114~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~115~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~116~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~117~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~118~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~119~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~120~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~121~
Susan Sizemore El precio de la pasión
limones, y cada uno de los rincones de la terraza estaba decorado por una
enorme maceta pintada repleta de geranios de un rojo vivo. Era un lugar
luminoso y agradable en el que había estado bebiéndose un té con
tranquilidad hasta que irrumpió Ángel, subiendo por la polvorienta
carretera, e hizo añicos aquella pacífica mañana.
—Tú lo robaste primero —replicó apuntando con el dedo al hombre
corpulento y furioso que se había plantado delante de ella.
—Yo descubrí la existencia del papiro sin que intervinieras tú para nada.
—No es eso lo que dice mi padre.
—Tu padre miente.
Aquellas palabras le dolieron, de modo que ella lo aguijoneó a su vez.
—Y tú eres un saqueador de tumbas, un mercenario, un ladrón.
Él soltó una risa burlona.
—De algo hay que vivir, cariño.
—Canalla sinvergüenza.
—Si tú lo dices.
—Y, por favor, no grites; vas a despertar a todos los huéspedes del
hotel.
—Y a ti te espera una jornada muy dura —agregó él antes de que Cleo
pudiera decir nada más—. Ya he visitado el yacimiento. Los excavadores
están abriendo una tumba que yo, y no otro, debería haber descubierto
hoy.
—No es la tumba de Alejandro, de modo que no sé a qué viene tanto
aspaviento.
Abrigaban la esperanza de haber encontrado el lugar de enterramiento
de un capitán de los guardaespaldas de Alejandro. Era posible que junto a
dicho guardia hubiera enterrada información que los condujera hasta el
lugar de descanso del propio Alejandro.
—No estoy haciendo aspavientos por esa tumba. Los aspavientos,
cariño, se deben a que tú robaste el mapa que conducía a la tumba.
Ángel sólo la llamaba cariño cuando estaba sumamente enfadado y
burlón. Sus ojos oscuros lanzaban chispas con tal furia que Cleo
experimentó una corriente eléctrica por todo el cuerpo.
—Robar a un ladrón no puede decirse que sea delito —fue su altanera
respuesta.
—Ah, ¿no?—fue la reacción furiosa de él—. ¿Cuál de los dos tiene una
ética un tanto retorcida, cariño?
—No me llames...
~122~
Susan Sizemore El precio de la pasión
—¿Cleo?
Cleo volvió la cabeza hacia su hermana, y Annie le puso un pañuelo
debajo de la nariz. Ella sorbió.
—¿Para qué haces eso?
—Estás llorando.
—¡Oh! —Cleo cogió el cuadrado de lino bordado.
Por un instante sus pensamientos quedaron suspendidos en aquella
última discusión anterior al accidente, en el llamear de los ojos oscuros de
Ángel, en el mechón negro como ala de cuervo que le caía sobre la frente
y en su piel bronceada por el sol matinal. Incluso estando furiosa con él —
¿y cuándo no estaba furiosa con él?— siempre sentía un hormigueo en los
dedos que la empujaba a pasarlos por aquella mata de pelo de tacto
parecido al satén.
Se secó los ojos y las mejillas y se sorbió otra vez. Debía de tener una
pinta horrorosa. En la galería se encontraban también varias esposas de
profesores, así como Spiros, acompañado de otro par de estudiantes
extranjeros, pero por suerte sus hermanas y su tía eran las únicas
personas sentadas cerca. Spiros miraba a Annie, pero Annie era la única
que miraba a Cleo.
¿Cuánto tiempo llevaría llorando?
—Es que tengo algo en el ojo —dijo a su hermana.
—Por supuesto que sí —respondió Annie—. Algo del tamaño de un
obelisco, me parece a mí.
—Más o menos.
Cleo se fijó en que el orador había abandonado la tribuna y el público se
disponía a tomarse un descanso mientras esperaba a que anunciaran al
siguiente en hablar. Algunos se habían agrupado formando corros, otros
se dirigían hacia la puerta. Aquélla era una buena oportunidad para salir
ella también. Se volvió hacia tía Saida y le dijo:
—Tengo mucho que hacer. Todavía quedan muchos retoques para la
exposición de esta tarde, y tía Jenny va a traer a cenar al doctor
Apolodoro, antes de la fiesta de esta noche. La cocinera quiere que eche
un vistazo a la lista de la compra antes de ponerse a cocinar para un
"caballero extranjero".
—Eso puedo hacerlo yo —se ofreció Annie.
—Y con mucha más destreza doméstica que yo —convino Cleo.
Se levantó del asiento. ¿Qué pasaría si el siguiente en acercarse al
podio fuera Ángel? Desde que ella ayudó a confeccionar el programa de
ponencias había habido muchos cambios y añadidos, y aquel día no
estaba preparada para recibir más sorpresas. No estaba preparada para
~123~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~124~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Capítulo 12
—Esto es terrible.
El reverendo McDyess se encontraba de pie en medio del vestíbulo de la
planta baja, bloqueando la puerta y retorciéndose las manos. Lo
acompañaban el decano Smith y el profesor Mitchell, ambos con expresión
solidaria.
—Ya sabía yo que no iba a salir nada bueno de traer aquí extranjeros —
exclamó el ministro de la iglesia, que había inaugurado la sesión de
aquella mañana pronunciando una plegaria.
Fuera cual fuese la mala noticia que iba a dar, Cleo no sentía el menor
interés. Lo único que deseaba era huir de allí, pero para ello tenía que
dejar atrás aquel grupo de hombres.
Nadie se inmutó al verla llegar. De hecho, los tres miraron hacia ella.
Cleo sospechó que tal vez Smith y Mitchell vieran su aparición como una
oportunidad para escapar ellos también.
Por más que lo deseara, no pudo evitar detenerse un momento a darles
los buenos días.
—No tiene nada de bueno, jovencita —dijo el reverendo McDyess
agitando un dedo hacia ella—. Es usted hija de ese historiador, ¿cierto? Su
padre convenció a Edward Muir para que construyera su templo de
Satanás justamente aquí, en nuestro devoto pueblo. ¡Y vea lo que ha
pasado! Ya está todo invadido por la corrupción, y eso que este supuesto
templo del saber aún no ha sido inaugurado de manera oficial. ¡Es una
profanación!
El reverendo tenía el rostro congestionado y la respiración muy agitada.
Cleo se dio cuenta de que Smith y Mitchell ya se habían alejado
discretamente. ¿Por qué tenían que dejarle siempre a ella la tarea de
solucionar todas las crisis que se presentaban? Le gustaría dejar
bruscamente a un lado al reverendo e ir a ocuparse de sus cosas, pero
aquello no sería diplomático. Ni tampoco era posible, porque McDyess era
tan orondo como alto, y alto era un rato. Traía más cuenta intentar dar la
vuelta a una montaña antes que esperar que él se hiciera a un lado. Así
que Cleo dejó escapar un suspiro y le prestó toda su atención.
~125~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~126~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Evans tenía fija la atención más bien en los hombres que habían salido
de la sala con Spiros que en aquel gigante encolerizado, que por lo visto
estaba sumamente furioso con alguien. Era la segunda escenita en público
que presenciaba aquel día y sospechó que, seguramente, una vez más,
Cleo tendría algo que ver en ella.
—¿Qué es un sassenach! —preguntó.
Más importante: ¿quiénes eran los hombres que acompañaban a Spiros?
¿Serían los fanáticos hoplitas de los que le había advertido Apolodoro?
Como si la existencia de una orden secreta de dos mil años de antigüedad
no implicara el fanatismo de todos sus miembros. Entre Apolodoro y él
había nacido un cierto sentimiento de honor y confianza, y Spiros lo había
convencido de que jamás haría nada que pudiera perjudicar a Pía ni a
Annie Fraser. Aquello no resultaba muy tranquilizador en cuanto al destino
que podía sufrir Cleo, pero el hecho de saber que las dos pequeñas
estaban a salvo le daba menos cosas por las que preocuparse.
Y además sabía que Apolodoro le concedería al menos unos pocos días
más para encontrar el tesoro. Antes de perder completamente la cabeza la
noche anterior, Evans había llegado a la conclusión de que el tesoro no
estaba oculto en el interior del museo. Había explorado detenidamente la
sala central de exposición que estaba acondicionando Fraser para exhibir
el tesoro, pero la corona, la copa y los demás objetos funerarios no se
encontraban dentro del edificio. Lo cual no era una buena noticia para él,
ya que significaba que en última instancia podía ser muy malo para Cleo.
Cleo era, con mucho, demasiado inteligente. No pudo evitar sonreír al
pensarlo... ni experimentar un sentimiento de rabia y frustración.
Por encima de todo lo demás, Apolodoro deseaba que su sociedad
secreta continuara siendo secreta, pero los recién llegados llamaban
mucho la atención. Los hombres que flanqueaban a Spiros eran
corpulentos y de mirada furtiva, y se hacía evidente que se encontraban
fuera de lugar con aquellos trajes que tan mal les sentaban. Parecían
matones callejeros, no estudiantes universitarios. Los antepasados de los
hoplitas formaron parte de la guardia de élite de Alejandro, y aquella
pareja tenía todo el aspecto de descender directamente de soldados
curtidos en la batalla.
—¡Zorra presuntuosa! —seguía ladrando el vicario—. ¡Atreverse a
agredir a un siervo de Dios!
—¿Qué es lo que le pasa? —preguntó Hill a Mitchell.
—Creo que al principio estaba furioso porque unos vándalos han
volcado unas cuantas lápidas del cementerio. Cuando se enfurece, tiende
a expresarse en el dialecto local.
Carter se aventuró a acercarse al furibundo vicario.
—¿Señor? ¿Reverendo? ¿No podría usted...?
~127~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~128~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~129~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~130~
Susan Sizemore El precio de la pasión
financiación dependía. Así que Fraser hizo todo lo que estuvo en su mano
para fingir que aquel hombre ni siquiera existía.
Lo primero que hizo Evans fue trabar conversación con el rico mecenas
de Fraser, por supuesto. Resultó que Sir Edward Muir era un hombre de
negocios inteligente y testarudo y Evans provenía de una familia de
hombres de negocios prácticos y trabajadores. Ambos tenían en común
mucho más que un noble esteta con pretensiones de gran erudito. Así que
cuando los obreros despejaron el último resto de escombros de la entrada
a la tumba y Fraser se acercó a su patrocinador para invitarlo a que fuera
el primero en entrar, Evans se las ingenió para hacerse con una invitación
a acompañar a su nuevo amigo en aquel momento triunfal.
Fraser puso cara de estar a punto de explotar, pero no protestó.
Evans estaba exultante... pero sólo le duró unos seis segundos. Aquello
fue lo que tardó en mirar a Cleo y ver que aquel revanchismo suyo le
había echado a perder el momento a ella. Podría haber retrocedido, podría
haber presentado cualquier excusa a Muir, pero Fraser lanzó una risa
burlona y Cleo se volvió de espaldas a él, de modo que tuvo que seguir
adelante.
Así pues, Muir y él cogieron unos candiles y penetraron en la oscura
cámara subterránea forrada de piedra. La trampa en la que se habían
metido había sido tendida dos mil años antes, pero no obstante se accionó
con gran precisión. Se produjo un ruido horrendo cuando los muros se
vinieron abajo y se abatió sobre ellos la oscuridad, pero Evans hubiera
jurado que oyó una voz lejana que lo llamaba: "¡Ángel!"
Fue el recuerdo de aquella voz a lo que se aferró después, durante
todas aquellas horas de dolor y terror, atrapado en la más completa
oscuridad.
Y cuando por fin retiraron la última piedra y volvió a penetrar la luz en
su mundo, lo primero que oyó fue: "Ángel".
Lo primero que palpó fueron las manos de ella, que le apartaban el
cabello de la frente. Lo primero que sintió en la boca fueron sus lágrimas.
Lo primero que vio fueron los rasguños ensangrentados de las suaves
manos de ella.
—Me salvaste la vida —le dijo ahora, volviendo de aquella pesadilla, que
había terminado con la maravillosa sensación de estar en los brazos de
Cleo Fraser. Le debía la vida y mucho más... a ella, que nunca le había
pedido nada.
No se había dado cuenta de cuándo se había situado tan cerca de ella,
pero su rostro se alzó hacia él de modo muy seductor cuando le contestó:
—Yo no fui la única persona en participar en tu rescate.
~131~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~132~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~133~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Capítulo 13
—No estás muy guapa. —Evans se dio cuenta de lo que había dicho
incluso antes de que Cleo se volviera hacia él con una mirada fulminante
—. Es un vestido bonito, pero a ti no te favorece en absoluto —se apresuró
a añadir.
Cleo llevaba un vestido muy femenino, amarillo pálido con adornos
azules, ribeteado con cintas y encajes.
Aquel comentario tan rudo le arrancó una sonrisa.
—Annie va a alegrarse mucho cuando se entere. El vestido es suyo.
Evans había decidido no tomarse la molestia de asistir a la fiesta en el
museo. Pensaba pasar la velada buscando el tesoro. Cuanto antes diese
con él, antes estaría Cleo a salvo. Y antes podría marcharse él.
Pero cuando sus compañeros de cena en el hotel —Carter, Hill, Duncan
y DeClercq— solicitaron su compañía, acudió al museo con ellos. Todos
estaban ansiosos por contemplar aquel adelanto de la exposición; él tan
sólo ansiaba ver a Cleo.
Y Cleo fue lo primero que vio, de pie junto a una columna situada cerca
de la puerta, con aspecto de cansada y distraída pero profundamente
encantadora; aunque él la prefería vestida con el atuendo simple, austero
y práctico con el que estaba acostumbrado a verla.
La imagen de Cleo Fraser de pie al sol siempre le provocaba un
estremecimiento de deseo. Usaba una sencilla falda de paseo de color
tostado, destacaban su cintura esbelta y sus senos altos y redondos,
resaltados por una camisa blanca ajustada, y lucía en la cabeza un
sombrero de ala ancha que proyectaba su sombra justo sobre los ángulos
exactos de los pómulos, el mentón y la encantadora forma de la boca.
Vestida con aquella sencilla indumentaria, era la criatura más sensual
que había visto nunca. Resultaba demoledor su modo de moverse con una
falda pantalón de montar y un casco blanco en la cabeza. Sobre todo si
llevaba un rifle. Había algo francamente abrasador en la visión de
Cleopatra Fraser con un arma pesada en la mano. Con independencia de
lo que hiciera o lo que llevara puesto, la Cleo de postura perfecta y
movimientos sucintos y económicos, la Cleo de inconsciente elegancia,
~134~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~135~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~136~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~137~
Susan Sizemore El precio de la pasión
—Exacto.
Desde el punto de vista de Apolodoro, aquélla era una maniobra
brillante. Evans podría haber echado la cabeza atrás y lanzado una
carcajada de alegría ante la idea de que Everett Fraser fuera desterrado a
las Hébridas, excepto que para Cleo suponía un verdadero desastre.
La familia Fraser vivía de las rentas que le aportaba una pequeña
propiedad, una exigua herencia del bisabuelo conde, y de cualquier salario
que pudiera recibir Everett Fraser a cambio de procurarle antigüedades a
Sir Edward Muir. Lo poco que tenían se encontraba completamente bajo el
control de Everett Fraser, y las hijas de éste dependían de él. Allí donde
iba él, iban ellas. Y sobre todo Cleo. Aunque ella no estuviera dispuesta a
admitirlo, hacía años que Everett Fraser era consciente de que él no era
nada sin su inteligente hija primogénita.
Cleo arrugó el pañuelo de lino entre los dedos.
—¿Qué voy a hacer? Ángel, ¿qué voy a hacer?
La desesperación de Cleo se le hundió en el alma. Y también la
revelación de que aquélla era la primera vez que ella le suplicaba algo.
Todo su ser le pedía a gritos ayudarla, abrazarla, protegerla. Aquel
impulso le oprimió el corazón y se filtró en su cerebro para abrasarlo igual
que un acceso de fiebre. De inmediato surgió una solución y la expresó
impulsivamente antes de poder contenerse.
—Al profesor Hill le gustas. Sería aconsejable.
Ella lo miró con extrañeza.
—¿De qué estás hablando?
Evans no supo contestar. Aquellas palabras le salían de la boca, pero no
tenía la sensación de ser dueño de las mismas. El impulso de proteger a
Cleo se había apoderado de él y estaba provocando que la lengua se le
amotinara.
—De matrimonio —dijo, ya en tono más firme, más seguro—. ¿Alguna
vez has pensado en el matrimonio?
Cleo lo miró con expresión confusa.
—¿Para quién?
—Para ti, naturalmente.
—¡Yo no tengo tiempo para casarme! ¿Y quién iba a querer casarse
conmigo?
—Yo quise casarme contigo.
—¿Cuándo?
Antes de que Evans pudiera responder, Lady Alison gritó desde el otro
extremo de la sala:
~138~
Susan Sizemore El precio de la pasión
—¡Ese es mi collar!
—¿Qué sucede?
—¿Qué pasa?
—¿Has visto eso?
—Es de fabricación moderna —comentó alguien—. Del siglo XVII como
muy pronto. ¿Qué hacía ahí, mezclado con antigüedades de verdad?
—Es el collar perdido, el que robaron hace unos días —explicó la señora
Douglas.
—¡Bueno! —se elevó la voz de tía Jenny por encima de la algarabía—.
¡Esto ya ha ido demasiado lejos!
—Ciertamente —oyó Cleo que respondía el doctor Apolodoro con
bastante frialdad—. Desde luego que sí.
—¡Por favor, déjenme pasar!
Cleo no supo exactamente por qué echó a correr hacia el centro de
aquel revuelo; posiblemente porque le resultaba más fácil que enfrentarse
al dolor desnudo que vio en los ojos de Ángel Evans.
Cuando por fin llegó a la urna, tuvo un breve atisbo de su hermana
Annie, pálida de vergüenza y con los ojos muy abiertos a causa de la
sorpresa. Spiros le sujetaba la mano izquierda a modo de consuelo, y el
doctor Carter la derecha. No iba a pasarle nada.
Sin embargo su padre daba toda la impresión de ir a desmayarse en
cualquier momento.
—Yo... —balbuceó—. Yo...
Lady Alison le apuntaba con su bastón mientras en la otra mano
sostenía su collar de zafiros y diamantes. Detrás de ella se encontraba Sir
Edward, junto a la puerta abierta de la urna de cristal. A la vista de aquel
cuadro y de los comentarios que ya habían llegado a sus oídos, Cleo
dedujo que el collar había sido hallado expuesto entre los objetos egipcios.
—¡Me gustaría mucho saber cómo ha llegado a parar una valiosa joya
de familia de Lady Alison en medio de toda esta chatarra! —exigió Sir
Edward.
—¿Chatarra? —escupió el padre de Cleo.
Cleo oyó otras exclamaciones de indignación como la de su padre entre
los historiadores congregados en la sala.
—Ese collar es una bagatela moderna —apuntó alguien— . ¡No se puede
comparar con esas antigüedades de valor incalculable!
—¿Cómo ha llegado ahí? —inquirió Sir Edward.
—Otra barrabasada de estudiantes —declaró con gran seriedad el
decano Smith.
~139~
Susan Sizemore El precio de la pasión
—¿No será que alguien ha querido insinuar que lo que en una cultura es
una bagatela, en otra es una inestimable joya familiar? —sugirió
irónicamente el doctor Apolodoro.
Los murmullos ya hostiles del público presente en la sala aumentaron
de volumen tras aquel comentario.
—¡Bueno! —exclamó Lady Alison golpeando el suelo con su bastón.
"Justo lo que yo necesitaba", pensó Cleo, cada vez con más
resentimiento. "Otra crisis".
—¡Oh, cielos, qué cansada estoy! —Se apretó la mano contra la frente
dolorida.
A continuación respiró hondo, sonrió con seguridad en sí misma, irguió
la columna vertebral y se lanzó a la refriega.
—Enhorabuena —dijo, acercándose a Lady Alison—. Parece ser que ha
recuperado el collar perdido. —Apoyó una mano en el hombro de su padre
para calmarlo y después dirigió su sonrisa a Sir Edward—. Todos podemos
estar agradecidos de que quienquiera que sea el joven necio que ha
cometido esta travesura no tuviera la intención de hacer daño en serio. El
collar ha sido devuelto a su verdadera propietaria y no se ha causado
daño alguno a los valiosos objetos a los que tantos esfuerzos ha dedicado
usted para traerlos a su país. —Recorrió con mirada serena a los
académicos y dignatarios allí reunidos—. Además, parece ser que existe
algún problema de seguridad en el museo. Nada serio, pero estoy segura
de que a mi padre le gustaría disponer de unos momentos a solas a fin de
realizar una conveniente inspección del resto del edificio.
—Bien. —Lady Alison inclinó la cabeza hacia un lado. Sostuvo la mirada
imperiosa de Cleo, muy consciente de que ella misma y todos los demás
acababan de ser despedidos—. La sangre cuenta —murmuró en voz baja
para que sólo pudiera oírla Cleo—. Lo de "nobleza obliga" es algo natural
para la bisnieta de un conde.
—En realidad, me viene de dar órdenes a los camelleros —susurró Cleo
a su vez—. Una tiene que aprender a ser más arrogante y tozuda que un
camello si quiere conseguir algo.
La dama rompió a reír, y dicha reacción aflojó la tensión que se había
acumulado en la sala. Lady Alison se dirigió a los presentes:
—Propongo que regresemos todos a mi casa. Esta muchacha tiene
razón; ya he recuperado lo que era mío. Y opino que eso merece que lo
celebremos. —Extendió los brazos para indicar la puerta principal—.
Adelante. En mi casa nos esperan a todos oporto, coñac y tarta de
grosellas.
A Lady Alison no se le podía decir que no. Todos fueron desfilando al
exterior del edificio, hasta el último hombre y la última mujer, profesores
de la universidad, ciudadanos y profesores invitados. A Cleo le entraron
~140~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~141~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Capítulo 14
~142~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~143~
Susan Sizemore El precio de la pasión
en que hicieron el amor. Tenía que ser muy agradable sentirse abrazada
sin más, abrazar a Ángel a su vez, apoyar la cabeza sobre su pecho,
respirar su aroma y quedarse dormida.
—No tengo ni idea de cómo he llegado aquí —le dijo—. Ni la menor idea.
—Se llevó una mano a la frente—. Tengo el vago recuerdo de haber
trazado un plan para fugarme y convertirme en institutriz..., pero después
todo se volvió negro.
—¿Institutriz?
—En aquel momento me pareció lógico. Y no es la primera vez que
pienso en la posibilidad de fugarme. En esta ocasión pensé en irme con los
moros y hacerme institutriz, y el amo se enamoraría de mí, pero entonces
resultaría que yo era la heredera de una gran fortuna, de modo que podía
marcharme y hacer lo que me viniera en gana sin tener que depender de
ningún hombre. Al amo se le rompería el corazón, naturalmente.
—Naturalmente. —Ángel depositó la taza en el suelo y tomó la mano de
Cleo con las suyas, unas manos grandes, calientes, fuertes y muy tiernas.
Aquel contacto la reconfortó, pero en cambio no la hizo sentirse en
absoluto segura—. Cleopatra, ¿por casualidad no habrás estado leyendo
Jane Eyre?
—Pues sí. Todas las noches, antes de irme a la cama. Claro que
últimamente no he tenido muchas oportunidades de irme a la cama.
—La ficción no es como la vida real, Cleopatra.
—Ya lo sé. En general es mucho menos emocionante que la clase de
vida a la que estamos acostumbrados nosotros. —Y tenía más lógica, en
líneas generales, y la gente recibía lo que se merecía, de un modo u otro.
—La mayoría de las personas prefieren una vida tranquila.
—No concibo por qué.
—Ni yo.
Evans se quedó muy quieto, con la mirada perdida en las sombras del
minúsculo cuarto.
—¿Por eso estabas llorando? ¿Porque vas a tener que renunciar a esa
vida tan emocionante?
—¿Estaba llorando? —La verdad era que no lo recordaba.
—No deseas acordarte.
Evans la conocía demasiado bien... para ser una persona que en
realidad no la conocía en absoluto. Por supuesto, otro tanto podría decirse
de lo que Cleo sabía de él, ¿no? Estaban tan cerca el uno del otro, sobre
todo ahora que compartían el ancho de aquel pequeño diván, y sin
embargo tan lejos. Cleo podía alargar el brazo y tocarle la cara, pasar las
yemas de los dedos por la línea cuadrada de su mentón y rozar la textura
~144~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~145~
Susan Sizemore El precio de la pasión
—Eso es culpa mía. No debería habérselo contado. Hay cosas que uno
debería guardarse para sí. —Lanzó una mirada de advertencia a Ángel—.
¿No estás de acuerdo?
—Ya no.
—Aquello sucedió hace diez años. Dudo que recuerdes los detalles de lo
que ocurrió. Desde entonces has tenido a otras muchas —agregó Cleo con
amargura.
Dios, ¿de qué profundo pozo de su alma habría salido aquella réplica?
Posiblemente del mismo en el que pocas horas antes se había prendido
una llamita de rabia, cuando él le sugirió que se casara con un
desconocido. Como si Cleo fuera a tomar en cuenta a un hombre que no
fuera...
—¿Estás celosa, Cleopatra?
—No te vanaglories.
El momento de humor se esfumó al instante.
—No tengo nada de que vanagloriarme. He cometido un agravio
contigo.
—Con frecuencia, pero aquella noche no.
—¿Por qué no me dejas que asuma la responsabilidad de haberte
destrozado la vida?
—Si me la hubieras destrozado, te haría responsable; pero no fue así.
—Eras una virgen inocente. Yo te despojé de...
—¿Tienes que ponerte tan melodramático al respecto?
—Estás tan extenuada que eres capaz de caminar dormida. Tú crees
que estás demasiado cansada para discutir, pero tenemos que sacar esto
a la luz de una vez.
—Estoy perfectamente despierta. —La simple mención de la idea de
dormir le provocó el deseo de lanzar un bostezo, pero luchó por reprimirlo.
De ningún modo pensaba darle a Ángel la ventaja de estar más alto que
ella. Pasó las piernas por el borde del diván y se puso de pie con
inseguridad. Ángel seguía siendo mucho más alto, pero ya era una
diferencia de tamaño a la que estaba habituada.
Curvó brevemente los labios en una sonrisa irónica al comprender que
aquélla era la posición en la que acostumbraban a enfrentarse el uno al
otro, y dicha familiaridad le procuró cierto consuelo. No pudo evitar
recorrerlo de abajo arriba con la mirada, desde la punta de los lustrados
zapatos hasta las piernas fuertes y largas, el pecho amplio, los hombros
anchos, terminando por los pronunciados ángulos de las facciones de su
rostro. Seguía siendo y sería siempre el hombre más guapo del mundo,
aunque la dolorosa intensidad de su expresión lo hiciera parecer casi un
~146~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~147~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~148~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Capítulo 15
Ángel procuró sujetar con mano firme su reacción a las imágenes que
suscitó cada una de las palabras pronunciadas por Cleo, pero él no era de
piedra. El deseo inflamó su imaginación, se propagó igual que un latigazo
por su columna vertebral y le llegó hasta la ingle.
Durante años había tenido encerrado con llave el deseo por aquella
mujer, y ahora ella se aproximaba hasta dicha jaula y provocaba
despiadadamente a la criatura salvaje que se encontraba dentro.
Cuando el animal enjaulado se liberó finalmente, no hubo un lugar en
que pudiera esconderse ninguno de los dos. Descendió sobre ella con la
ferocidad de una tormenta de arena en el desierto.
Una intensa oleada de pánico recorrió a Cleo cuando la boca de Ángel
cubrió la suya, dura y caliente, exigente. Su peso la aprisionó contra el
diván, la aplastó contra el delgado colchón. Sus caricias fueron bruscas,
urgentes, y la hicieron sentirse pequeña, desvalida y frágil.
Ángel le acarició los pechos, la garganta, sin sutileza ni suavidad
alguna, marcándole la piel a fuego. Pasó los dedos por su cabello, acercó
su cabeza a la de él. Allá a lo lejos Cleo oyó el débil tintineo metálico de
unas horquillas que caían al suelo, y sintió que la gruesa mata de pelo le
caía sin orden alrededor de la cara. Ángel la rodeaba, la cubría, fuerte e
inflexible, bloqueando toda la luz; sus besos exigentes transformaban en
fuego su piel, su sangre, el aire mismo. Lo único que pudo hacer fue cerrar
los ojos y dejarse llevar por la tormenta.
Ángel quería saborear la piel de Cleo, hasta el último centímetro. Hundió
el rostro en su cuello y aspiró su dulce aroma. Una blanda nube de cabello
dorado le acarició la mejilla. Sus labios pasaron rozando la garganta y
bajaron despacio hacia el nacimiento de aquellos senos suavemente
redondeados. Cerró la mano sobre uno de ellos y acarició la punta del
pezón con el dedo pulgar por debajo del corpiño, la camisola y el corsé.
Hacía mucho tiempo que no tocaba ni saboreaba a una mujer, y ninguna
había provocado su deseo como la que ahora tenía en sus brazos. Había
soñado con ella. Había soñado con verla bailar, había soñado con tenerla
debajo de él. Se había imaginado su boca dándole placer y sus manos
acariciándolo.
~149~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~150~
Susan Sizemore El precio de la pasión
—Ángel...
Los besos de él iban resbalando por su garganta, derritiendo la piel a su
paso.
—Aquí no hay ángeles, cariño.
—Yo... me duele.
El dolor estaba siempre ahí, en lo más profundo, pero ahora se había
vuelto insistente, se había agrandado, se había expandido. .. Cleo se
sentía débil, muy débil. Se sentía sola y necesitada de las ardientes
caricias que siempre había anhelado. A los dieciséis o a los veintiséis, no
había nadie más que Ángel. "Lo necesito."
Pero no de aquella forma. No dominada, dolorida, controlada e
impotente. No. No. No.
—Si ha de haber un destino peor que la muerte, no va a ser para mí.
Cleo retiró las manos de los hombros de Ángel y lo golpeó con los puños
cerrados en ambos lados de la cabeza. Él lanzó un aullido. Cuando echó la
cabeza hacia atrás, Cleo asió el tupido mechón de cabello que le caía
sobre la frente y tiró con todas sus fuerzas.
—¡Ay!
—Apártate de mí —ordenó Cleo—. Apártate ahora mismo. —Lo empujó
en el pecho con la mano que le quedaba libre.
—¡Suéltame el pelo!
—No vas a violarme.
—¡Te deseo! —exclamó él.
Ángel captó el tono de irritación en su propia voz, y eso, más que
ninguna otra cosa, lo hizo volver a sus cabales. Aún tenía el cuerpo
arrasado por el deseo, le dolían los testículos y estaba duro como una
piedra... es decir, su conciencia había saltado por la borda y la moral y la
ética habían ido detrás. Jamás se había alegrado tanto de verlas
desaparecer. ¿De qué le servían, cuando podía tener a Cleo? Tenerla,
tomarla, usarla como se le antojase. ¡Oh, Dios! Todavía deseaba
intensamente entrar en ella, enterrarse en lo más hondo de su cuerpo.
Pero ella le había llamado la atención, lo había hecho pensar, y ya no pudo
seguir adelante.
—¡Maldita sea, Cleo, yo te deseo!
—¿Debo sentirme halagada? —le gritó ella al oído, sin dejar de
aporrearle la cabeza—. Si me tomas de esta forma, jamás te lo
perdonarás.
—Deja de intentar salvarme de mí mismo.
—Alguien tiene que salvarnos a los dos, pedazo de idiota. Vamos,
apártate.
~151~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~152~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~153~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~154~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~155~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~156~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~157~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Capítulo 16
—¿Cleo?
Ángel le tocó la mejilla y la encontró húmeda; la besó y le supo a sal.
Entonces se tendió a su lado, en el hueco que quedaba entre la fría pared
y la tibia piel desnuda de ella. Sus pechos subían y bajaban siguiendo el
ritmo de la respiración, los hermosos y sonrosados pezones aún estaban
enhiestos. Estudió la posibilidad de tapárselos con las manos, para darle
calor, por supuesto, pero se sentía demasiado saciado y satisfecho para
realizar aquel esfuerzo de momento. Pronto... pero pronto tenía que ser
ya; estaba haciéndose tarde.
Demasiado tarde para ellos, se dijo al recordar por qué estaba él en
Escocia. Estaba allí para traicionar a Cleo, no para hacerle el amor, y
aquella noche de amor tan sólo había logrado que ahora Cleo fuera
todavía más preciada para él, lo cual hacía aún más necesaria la traición.
Cleo iba a odiarle, y él no podría abrigar la esperanza de volver a disfrutar
de aquella intimidad con ella. Lanzó un suspiro. "Vas a pagar el precio que
tienes que pagar." Se dijo a sí mismo que la melancolía formaba parte de
los sentimientos que uno experimentaba después de hacer el amor.
—¿Cleo?
Cleo, con los ojos cerrados, sonreía igual que un gatito jugando con una
jarra de miel, pero aquella quietud suya empezó a preocuparlo. Le apartó
el cabello húmedo de la frente y depositó un dulce beso sobre ella. Aquel
gesto suscitó un suave ronroneo que surgió de lo hondo de su garganta,
pero aun así no se movió.
—De acuerdo, ya sé que he estado bien —dijo—. Tú has estado
fantástica, pero no te mueras. Por favor.
Cleo entreabrió un ojo y lo miró brevemente, sin ganas de volver al
mundo.
—Estoy saboreando.
—Mañana te sentirás dolorida, seguro, dado que eres casi virgen.
Cleo podría haber dicho unas cuantas cosas sobre el tema de su
condición de "casi" virgen, pero en cambio replicó:
~158~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~159~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~160~
Susan Sizemore El precio de la pasión
—El polisón.
No dijeron nada más mientras Ángel hacía de doncella de cámara para
Cleo. Una vez que estuvo completamente vestida, se entretuvo en alisar el
diván y lavar los platos que había usado Ángel para el té. Para cuando
quedaron borradas todas las pruebas de la presencia de ambos en aquel
cuarto, excepto las horquillas para el pelo que no había conseguido
encontrar, Ángel había terminado de vestirse. Cuando Cleo se encaminó
hacia la puerta, él la tomó por la cintura y la obligó a volverse.
—Hay una cosa que necesito saber, Cleo.
Ella no acertó a interpretar la expresión de su rostro. Ángel la había
enseñado a jugar al póquer y por eso sabía lo bien que se le daban los
juegos en los que había que arriesgarse y tirarse faroles. En aquel
momento el semblante de Ángel no delataba nada de lo que podía estar
sintiendo... si es que sentía algo.
Se vio tentada a preguntarle si lo que quería era información acerca del
tesoro de Alejandro, pero le concedió el beneficio de la duda y se dijo que
seguramente no se proponía sonsacarle dicha información valiéndose de
su cuerpo para proporcionarle placer.
—¿Qué te gustaría saber, Ángel?
—Esta noche me has dicho que el hecho de que yo te sedujera y
después te abandonara no era el motivo por el que has pasado diez años
enfadada conmigo.
Cleo ladeó la cabeza intentando hacer memoria. Aquel día las cosas se
habían sucedido muy deprisa unas a otras.
—¿Eso he dicho?
Ángel retiró la mano izquierda de su cintura el tiempo suficiente para
rascarse el mentón.
—Por lo menos lo has dado a entender. Tuve la clara impresión de que
todo lo que creía saber de ti... de nosotros... era incorrecto.
Nosotros. A pesar de la proximidad vivida en las últimas horas, aún
existía una década entera de conflictos que los separaban. ¿Qué
posibilidades había de que se curase del todo aquella profunda brecha?
¿Tal vez con un poco de verdad? ¿Con un poco de confianza? Quizá fuera
posible iniciar un comienzo.
Cleo apartó las manos de Ángel de su cintura y dio un paso atrás.
—Es cierto que nunca te he reprochado lo que sucedió aquella noche en
el delta. Imaginaba que no iba a volver a verte nunca más, así que escogí
hacer el amor contigo antes de que nos separásemos para siempre. —Se
encogió de hombros—. Yo tenía dieciséis años, es una edad muy
melodramática. —Sus labios esbozaron la más ligera de las sonrisas—.
Creía tener pruebas de que eras un ladrón de antigüedades. Teniendo en
~161~
Susan Sizemore El precio de la pasión
cuenta las veces que fuimos atacados y que tío Walter fue asesinado por
unos ladrones de tumbas, estando convencida de todo corazón de que los
tesoros del pasado tenían que ser estudiados y exhibidos para que el
público los conociera y los apreciara, sabiendo lo inteligente que eres tú y
lo mucho que podrías contribuir a que el mundo conociera mejor el
pasado... En fin, maldito seas, ¡creía que estabas desperdiciando tu vida!
Ángel retrocedió. De su semblante había desaparecido por completo
aquella expresión neutral.
—¿Llevas todos estos enfadada conmigo porque yo no estaba viviendo
conforme al ideal que habías imaginado para mí?
—Sí.
—Ángel se pasó las manos por la cara.
—Yo... Yo...
—Y ahora resulta que estaba muy equivocada. No tengo ninguna base
para odiarte.
Él dejó caer las manos a los costados. Su tono fue de profundo
agotamiento cuando respondió:
—Tienes mucha base, cariño.
Cleo compartía el mismo agotamiento.
—Vámonos a casa.
Tomó a Ángel del codo y lo guió hacia la puerta, apagó la luz de la
lámpara y salió tras él. Después de atravesar el despacho, Cleo lo condujo
por el pasillo hasta la entrada posterior del museo.
—Después de ti —le dijo abriendo la puerta e indicándole con un gesto
que saliera por ella.
—No te fías de mí, ¿verdad? —Ángel se llevó una mano al corazón—.
Incluso ahora que DeClercq ha limpiado mi nombre, incluso ahora que tú y
yo...
—¿Acaso te parezco idiota?
Ángel le acarició el hombro.
—Ésa es mi Cleopatra. No tienes ninguna prueba tangible para fiarte de
mí. —Ella se percató de que Ángel tampoco le había prometido que fuera a
proporcionarle ninguna prueba—. Vámonos —dijo, y se adelantó a ella
para salir del edificio.
—Voy a acompañarte a casa.
—Nada de eso.
¿De qué tenía miedo? ¿De que los viera su padre? Dicha posibilidad
enfureció a Evans. ¿Es que nunca iba a romperse el dominio que tenía
aquel hombre sobre ella? ¿O sería que Cleo temía por su reputación? ¿O
~162~
Susan Sizemore El precio de la pasión
acaso temía que una conducta tan civilizada como recorrer el recinto de la
universidad a pie fuera a unirlos más a ambos? La mayoría de las mujeres
no tendrían miedo de algo así... claro que la mayoría de las mujeres no
tenían una relación de adversario con sus amantes.
Amante... le gustó aquella palabra.
Y más le valía no cometer el error de acostumbrarse a emplearla.
Allí, en la noche, había cosas de las que Cleo debería tener miedo,
hombres que suponían una amenaza para su seguridad y para su vida. Por
un momento Evans estudió la posibilidad de contarle a Cleo lo de los
hoplitas, pero había hecho el juramento de no revelar su existencia a
nadie. Además, no era de esperar que una mujer sensata como Cleo fuera
a creerse algo tan descabellado.
Pero sí que dijo al alcanzar la rosaleda que había detrás del museo:
—Opino que no debes andar por ahí sola.
No lo sorprendió que Cleo reaccionara con una leve risa.
—Estamos en Muirford, Escocia, en el recinto de una universidad, y hace
una agradable noche de verano. A no ser que esperes que nos ataque un
par de chacales o que surja una manada de camellos en estampida de los
que yo no me haya percatado, me parece que no voy a correr ningún
peligro si vuelvo a casa andando sola.
" ¡Oh, cariño, si tú supieras!"
—¿Y los vándalos?
—Son una tribu de bárbaros que se instalaron en Europa alrededor del
año 400 a.C, creo.
—Sabes perfectamente de qué estoy hablando, Cleo.
—Estoy segura de que en estos momentos ese bromista está feliz en su
cama, ahora que ha depositado, triunfante, el collar de Lady Alison en la
urna del museo.
—No puedes tener la seguridad de eso.
—¡Ah!, pues estoy bastante segura.
El tono de voz de Cleo era severo, lo cual hizo que Evans se quedara
pensando qué habría querido decir. Pero antes de que pudiera
preguntárselo, Cleo se alejó de él con una zancada firme y rápida.
—Al menos podrías darme las buenas noches —voceó Evans.
—Buenas noches, Ángel.
Su voz quedó flotando en el aire tras ella.
Evans la observó durante unos instantes, y vio dos figuras que habían
estado acechando desde el otro extremo del recinto. Surgieron de la
~163~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~164~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Capítulo 17
~165~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~166~
Susan Sizemore El precio de la pasión
—Ya llevas diez años siendo viuda. No es necesario que sigas vistiendo
de negro, si no quieres.
—Sí que quiero. En ocasiones conviene recordar que soy viuda.
—En ese caso, ¿para qué has encargado a la modista el vestido verde?
—No lo sé. Habrá sido un impulso tonto —agregó tía Saida con un
suspiro.
De pronto a Cleo se le ocurrió que tía Saida venía actuando de forma
muy extraña, ya incluso antes de que la familia se trasladara a Escocia.
Tenía algo diferente, algo...
—¿Quién es?
Por fin Saida levantó la vista del bastidor. Sus ojos oscuros brillaron
debido a un sentimiento que no era del todo enfado y tampoco del todo
diversión.
—No eres tan lista como te crees, sobrina.
Cleo sonrió.
—¡Oh!, claro que lo soy. Pero a veces soy un poco lenta en lo que se
refiere a asuntos del corazón.
—No eras tan lenta hace un par de noches.
Cleo no tenía remordimiento alguno por sus actos... salvo por el detalle
de que no había pasado aquellos diez años enteros besando a Ángel
Evans.
—Ahora estamos hablando de ti —informó a su tía. Se tocó la barbilla
con el dedo mientras observaba con aire pensativo a aquella egipcia de
complexión menuda—. Venga, ¿quién...?
—Sir Edward —cantó Thena al lado de su madre.
Desde el otro extremo de la sala, Pía levantó la cabeza. Cleo se quedó
mirando a su joven prima.
Tía Saida se puso de pie y dijo:
—Me parece que ya es hora de vestirse para el baile.
En aquel mismo instante se abrió la puerta de la biblioteca y entró
Everett Fraser. Recorrió la estancia con la mirada, con expresión iracunda,
y realizó un amplio gesto de barrido con la mano.
—Buenos días. —Sostuvo la puerta abierta y repitió el gesto—. Dispongo
de muy poco tiempo y necesito hablar con Cleo a solas.
Pía se alegró de cerrar de golpe el libro de texto y salió corriendo sin
siquiera saludar a su padre. Saida cogió a Thena de la mano.
—De todas formas, ya nos íbamos, Everett —dijo, y acto seguido salió
detrás de Pía.
~167~
Susan Sizemore El precio de la pasión
—Ponte el verde —le dijo Cleo al tiempo que su padre cerraba la puerta.
—¿De qué verde hablas? —preguntó una vez que se quedaron solos—.
No importa. —Se acercó a la ventana—. Siéntate, niña.
Cleo volvió a sentarse y observó a su padre, y el corazón le dio un
vuelco de pánico al ver su expresión ceñuda.
—¿Qué ocurre?
Empezaba a ser habitual pensar que su padre podía haber descubierto
sus citas con Ángel. No le gustó nada pensar en cómo iba a reaccionar,
aunque se dijo a sí misma que tenía todo el derecho del mundo a disfrutar
aunque sólo fuera de unos breves momentos de felicidad robados. Si bien
no abrigaba ninguna esperanza de que pudiera construirse algo
permanente basado en un furtivo episodio de lujuria.
—Se trata de Sir Edward.
Cleo no se había dado cuenta de lo tensa que estaba hasta que se relajó
en el sillón. Una sonrisa asomó a sus labios.
—Precisamente estábamos hablando de Sir Edward...
—Ese hombre me está volviendo loco —afirmó su padre. Empezó a
pasear nervioso arriba y abajo, entre el escritorio y el sillón de Cleo junto a
la ventana—. Cuando acudió a mí en Egipto y formulamos los planes para
el Departamento de Historia y el museo, quedó claramente entendido que
íbamos a concentrarnos en el trabajo que estaba llevando yo a cabo con
Alejandro y el período helenístico.
—Y en tus hallazgos en Egipto —agregó Cleo. Su padre nunca había
considerado el trabajo en Egipto más que como un medio para
permanecer en Oriente Próximo mientras perseguía todo lo que tuviera
que ver con su querido Alejandro Magno.
—Sí, sí, Egipto.
—A mí me gustaría seguir explorando ruinas en Egipto. —Cleo rara vez
expresaba sus sueños en voz alta.
Su padre la ignoró.
—Pero el caso es —continuó diciendo— que Sir Edward accedió a
financiar más excavaciones en Amorgis. Pero ahora ha faltado a su
palabra según dicho acuerdo. Llevo desde ayer devanándome los sesos
para buscar la manera de hacerlo cambiar de opinión respecto a la
expedición a las Hébridas en busca de MacBeth. —Dirigió una mirada
especulativa a Cleo—. Sé perfectamente que a ti no te interesa esa
expedición.
Cleo había apartado de su mente el miedo al destierro en el norte de
Escocia ya desde la noche anterior, pero ahora dicho miedo regresó
acompañado de una sensación de intenso malestar en el estómago. Su
padre estaba en lo cierto; no quería ir al norte de Escocia. Allí no iba a
~168~
Susan Sizemore El precio de la pasión
estar Ángel Evans. ¿Cómo iba a vivir en un sitio que no le ofrecía la menor
oportunidad de verlo a él, ni siquiera desde lejos? Conocía la respuesta a
aquella pregunta desesperada, pero no tenía ni idea de qué podía hacer al
respecto.
—Seguro que la reacción que cundirá en el mundo científico cuando
desveles los tesoros bastará para que Sir Edward vuelva a fijarse en
Amorgis —propuso Cleo—. Lo que vas a exponer tú rivalizará con cualquier
cosa que haya encontrado Schliemann en Troya. Amorgis pasará a ser el
centro del mundo científico. Y a Sir Edward no le quedará más remedio
que enviarte otra vez allí. Tú eres el experto en la búsqueda de la tumba
de Alejandro. —Cleo esperó sinceramente que lo que estaba diciendo
resultara ser cierto—. El orgullo de Sir Edward...
—¡Eso es! —Su padre le cogió las manos y la levantó del sillón—.
¡Querida, eres una belleza con un pico de oro!
Cleo lo miró con gesto suspicaz, temerosa de la desesperación que veía
en sus ojos. Lo que menos hubiera esperado de su padre era un cumplido
acerca de su físico.
—Se está haciendo tarde —dijo—. Tengo que ir a vestirme para el baile.
Su padre dio un paso atrás y la miró de un modo que la hizo sonrojarse.
—Toda una belleza. A veces se me olvida.
Ella asintió brevemente con la cabeza.
—Gracias, supongo.
—Tú no me crees, pero es verdad. Piensas demasiado y tienes
demasiadas pretensiones de convertirte en una erudita.
—¿Pretensiones? —Cleo percibió el tono peligroso que dejaba escapar
su propia voz, aun cuando su padre no se percató de nada. Procuró
adoptar un tono deliberadamente blando al añadir—: Hago lo que puedo
para ayudarte, siempre que puedo.
La ancha sonrisa de su padre le reveló que aquel comentario había sido
una equivocación. Fraser le acarició la mejilla.
—Una chica lista. Siempre has sido muy lista. Estoy seguro de que no
hace falta que te diga lo que debes hacer.
Cleo apretó con fuerza la mandíbula y los puños. Escrutó el semblante
de su padre buscando al historiador bonachón al que amaba, bien
intencionado pero distraído. Pero lo que vio no fue aquel hombre. Su padre
era alto y todavía poseía cierto atractivo, si bien un tanto ajado, en cambio
daba la impresión de un hombre enjuto y hambriento. En sus ojos brillaba
el ansia que lo consumía, y ello le impedía ver que estaba haciendo daño a
su hija.
~169~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~170~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~171~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~172~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Capítulo 18
~173~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~174~
Susan Sizemore El precio de la pasión
unirse a ellos, pero no puedo prometer que me sea posible detener a los
demás.
—¿Más vandalismo? —Evans sintió una punzada de miedo al ver la
expresión cerrada y hostil del griego—. ¿Tienen pensado hacerle algo a
Cleo? ¿Qué están planeando? —Le entraron ganas de salir corriendo de allí
e ir en busca de los hombres que acechaban en las sombras en aquel
instante—. Estoy aquí para solucionarte los problemas, Apolodoro. Hicimos
un trato.
—Tú aún tienes un trato conmigo, Evans, pero los otros... —Negó con la
cabeza—. Tráenos el tesoro esta noche, o de lo contrario esa joven y su
padre morirán. Y puede que no sean los únicos. Los hoplitas están
preparados para hacer lo que sea preciso, con tal de proteger nuestro
deber sagrado. No puedo darte más tiempo.
—Acudiré a las autoridades —amenazó Evans.
—Hiciste un voto. Eres uno de nosotros. —Apolodoro apoyó una mano
en el hombro de Evans—. Hay papeles que demostrarán tu implicación en
los actos de violencia que puedan cometerse. Sobre ti, amigo mío, recaerá
toda la culpa. Se demostrará que eres el cabecilla de una banda de
ladrones que atacaron este pueblo pobre e indefenso.
Evans no se rió en la cara del griego; sabía que sería una necedad
revelar cualquier signo exterior de que aquel chantaje no tenía la menor
importancia para él. Si le sucediera algo a Cleo, ¿le quedaría algo por lo
que vivir? Así que respondió a Apolodoro con un gesto de asentimiento.
—Esta noche —aceptó—. Esta noche recuperarás tu maldito tesoro.
¿Cómo iba a hacer para cumplir aquella promesa? Se le ocurrió una
buena idea: perder la única cosa que atesoraba él, por supuesto. Hasta
que encontró a Cleo en Escocia, una mujer sensual, lista por fin para amar
y ser amada, no había comprendido verdaderamente lo preciada que era
para él.
En el entorno habitual de ambos Cleo formaba parte del paisaje; era un
elemento tan importante como el aire, pero el estimulante tira y afloja de
la tensión que flotaba entre ellos le resultaba tan común como la visión de
las pirámides en el desierto que se extendía más allá de El Cairo... e igual
de eterno. Sin embargo, la noche anterior lo había cambiado todo. Y esta
noche todo tocaría a su fin.
En la noche anterior todo había sido pasión pura, espontánea; esta
noche debía practicar la seducción, el engaño, mentirle y hacerle
promesas que no iba a poder cumplir para sonsacarle la información
necesaria. Iba a ser la mayor traición a Cleo, la más importante, la más
grandiosa de todas, totalmente inolvidable. Con ella sin duda le rompería
el corazón a Cleo, y también el suyo propio, e iba a hacerlo porque no
tenía otro remedio.
—Una velada magnífica, ¿no le parece?
~175~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~176~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~177~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~178~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~179~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~180~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~181~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~182~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Cleo se dio cuenta de lo apuesto que era Hill cuando éste le sonrió y le
dijo:
—Lo notaría cualquiera que haya coincidido con alguno de ustedes dos
en estos días. —Hill dejó escapar un suspiro—. Con todo, ya me enteré de
la disputa que existe entre ambos cuando estuve en Aleppo. Evans se
emborrachó y me contó parte de la historia. Estaba convencido de que
usted lo odiaba.
—Y no se equivocaba.
¿Así que Ángel había pensado en ella mientras estaban separados?
—Pero eso no le impidió a usted seguir amándolo. El amor y el odio son
sentimientos muy similares. —Suspiró otra vez—. Aun así, cuando la
conocí a usted alimenté ciertas esperanzas.
Cleo frunció el ceño, perpleja.
—¿De qué?
Hill sacudió la cabeza en un gesto negativo.
—Usted no ha pensado en ningún otro hombre que no sea él, ¿verdad?
—Desde que tenía dieciséis años, no —admitió Cleo, y miró por encima
del hombro de su acompañante para vislumbrar brevemente a Ángel y
Davida MacLean—. Pero al parecer él tiene otras ideas.
—Sería una suerte para mí que así fuera. —La sonrisa de Hill fue
luminosa y esperanzada—. Pero me temo que sólo me queda un baile.
—Así es como empieza —replicó Cleo acordándose de la noche anterior
—. Con un baile.
—Ya estamos bailando.
Cleo le sonrió.
—Esto no es bailar.
—Me rompe usted el corazón.
—Las mujeres que se llaman Cleopatra tienen fama de romper
corazones.
Hill rió.
—¿Por qué no se fuga usted conmigo, señorita Fraser, con ese
maravilloso vestido escarlata y esa cabecita suya, mucho más llena de
ingenio que la mayoría de los hombres presentes en esta sala? —En eso,
la música cesó y se quedaron parados en el centro de la atestada pista de
baile, pero Hill no le quitó la mano de la cintura—. ¿Le gustaría salir afuera
conmigo? —preguntó—. ¿O prefiere que le traiga una taza de ponche?
—Ninguna de las dos cosas —respondió Cleo, dado un paso atrás.
Cuando se dio la vuelta para buscar a Ángel, oyó a Hill que decía:
~183~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~184~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~185~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Capítulo 19
~186~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~187~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~188~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~189~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~190~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~191~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~192~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Capítulo 20
~193~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~194~
Susan Sizemore El precio de la pasión
—Puede que Sir Edward tenga algo que decir respecto del futuro de
Saida, y Walter Raschid va a empezar la universidad. Ya casi es un
hombre. —A continuación se enderezó e irguió la postura—. Y si te atreves
a decir que tu padre te necesita, soy capaz de marcharme de aquí sin ti. —
¡Aquello no era lo que tenía pensado decir! No podía decirlo si lo que
quería era convencerla suavemente de que se fuera con él—. Deja que tu
padre haga lo que tenga que hacer —prosiguió, incapaz de detenerse—.
Le vendrá bien excavar castillos en ruinas en las Hébridas Exteriores.
—Pero... Alejandro...
—Está muerto. —De repente le rodeó la cintura con un brazo y la atrajo
hacia sí. Después de besarla durante unos instantes, cuando ya el deseo
volvía a correr incandescente por sus venas, le dijo—: Nosotros no
estamos muertos.
Ella apoyó la cabeza en su hombro.
—Ya me había dado cuenta.
Evans se limitó a abrazarla durante un rato, y mientras tanto una nube
pasó despacio por delante de la luna y el mundo avanzó un poco más
hacia la mañana. Era una sensación maravillosa, perfecta. Pero tenían que
irse, tenían que buscar un lugar íntimo en el que él pudiera...
Evans dejó escapar un suspiro profundo, doloroso.
—No puedo seguir adelante con esto.
Puso un dedo bajo la barbilla de Cleo para levantarle la cabeza que ella
tenía reclinada sobre su hombro.
Cleo se apartó y lo miró fijamente. Incluso a la luz de la luna se
apreciaba la expresión de dolor de sus ojos.
—¿No quieres fugarte conmigo?
—Sí que quiero —contestó él—. Mucho. —La apartó ligeramente de sí y
le retiró un mechón de pelo de la frente. El hecho de tocarla suscitó en él
un deseo agridulce. Jamás en su vida se había sentido más solo—. Pero así
no.
Cleo, aun con los ojos brillantes de lágrimas y la voz temblorosa, habló
en su tono lógico de costumbre.
—Entonces es que entiendes lo de Pía. La pobre está arriba,
durmiendo... Estaba tan quieta que no me he atrevido a despertarla para
despedirme de ella. Aquí se siente muy desgraciada y me necesita, y...
—Esto no tiene nada que ver con tu familia, cariño.
—¿Por qué no puedes simplemente besarme y alejarme de todo esto?
—¿Subirte a un semental blanco y raptarte? ¿A eso te refieres?
—Me encantaría.
~195~
Susan Sizemore El precio de la pasión
—No. Tú eres una persona de las que siempre hacen las cosas por
voluntad propia. Lo has demostrado en numerosas ocasiones. Y la mitad
de las veces yo ni siquiera me he dado cuenta. No se te puede ni se te
debe obligar.
—Lo sé, pero...
Cleo jamás se había sentido más confusa en toda su vida. Era como si
una fuerte tempestad la estuviera azotando por dentro y por fuera, tirando
de ella en mil direcciones distintas. Lo único de lo que estaba de verdad
segura era que quería, necesitaba... amaba a Azrael Evans. El corazón le
decía una cosa, pero el cerebro la asediaba con una docena de ambiciones
y expectativas diferentes, hasta el punto de que maldijo su propia
madurez.
—Uno de los dos tiene que ser irresponsable, Ángel. Contaba con que
fueras tú.
Él se echó a reír, pero fue una risa tan amarga que aterrorizó a Cleo.
—No puedo obligarte a hacer esto. Ni sacártelo seduciéndote.
Cleo experimentó la alarmante sensación de no saber de qué estaba
hablando Ángel. La oscuridad de la noche pareció intensificarse conforme
él hablaba. "Es una nube que no deja ver la luna."
—Inténtalo —le dijo.
Evans la tocó, un levísimo contacto con las yemas de los dedos sobre
las mejillas y el cuello. Le recorrió la forma de los labios con el dedo
pulgar. Ella no pudo resistir el impulso de besarlo e introducirlo entre los
dientes de forma seductora. Evans reaccionó conteniendo la respiración
en una exclamación ahogada y se apartó de ella casi dando un brinco.
Cerró las manos en dos puños a los costados y volvió a apoyarse contra
la verja del jardín. Cleo nunca lo había visto tan tenso.
—Lo cierto es que iba a hacerlo... pero no puedo. Creí que iba a ser... no
fácil, pero que saldría bien. Se está agotando el tiempo, y yo...
Un rosal trepador cubría el rostro de Evans con una telaraña de
sombras, pero sus ojos oscuros continuaban siendo muy visibles. La
asustó la mezcla de crudo dolor y pesar que vio en ellos. Se quedó
petrificada en el sitio, con la mochila colgando de la mano. Estaba vestida
para fugarse con aquel hombre, para lanzar al viento toda respetabilidad
y...
—Entiendo —dijo en tono calmo, sereno, agonizante—. Es el mismo
juego al que has jugado siempre. Habías decidido seducirme, prometerme
amor eterno y convencerme para que te entregara el tesoro como símbolo
de mi devoción.
Era lo único que tenía el convencimiento de que Ángel no intentaría
hacer nunca. Ángel luchaba con pasión y podía ser taimado, pero jamás
~196~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~197~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~198~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~199~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~200~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~201~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Capítulo 21
—¿De Pía? No seas ridícula. Por supuesto que no fue Pía. ¡Fueron los
hoplitas! —Aquello no estaba yendo nada bien—. ¿Cómo puedes pensar
que la culpa es de Pía, cuando hay un número desconocido de fanáticos
escondidos por este pueblo que están sembrando el terror en...?
—Ahórrame los melodramas, Ángel.
—Pero no tienes pruebas de...
—Pía se encarga de cuidar del caballo que le regalaste tú en los
establos de Lady Alison. Fácilmente podría haber cogido el collar. Puede
acceder al museo sin ninguna clase de restricciones, así que no le hubiera
costado nada depositar el collar en la urna de la exposición. Y en cuanto a
las pintadas en la pared... La noche en que sucedió eso yo me tropecé con
ella en el recinto de la universidad, y aunque es cierto que habla muy bien
el griego, por escrito deja mucho que desear. Si te acuerdas, en la pintada
había faltas de ortografía.
—¿Pero por qué iba ella a...?
—Sin embargo, lo del camposanto es un misterio. —Cleo se tocó la
barbilla con aire pensativo—. Todavía no he logrado entender cómo hizo
para tumbar las lápidas. Pero supongo que con una simple palanca... Y
luego está Spiros. Los he visto conversando. A lo mejor la ayudó ese joven
griego. —Miró a Ángel con gesto severo—. Mi hermana es una diablilla, mi
querida bella durmiente. Quiere volver a la vida que llevábamos antes y
está montando todos estos numeritos porque aquí se siente desgraciada.
—Cleo volvió la mirada hacia la ventana del dormitorio, que estaba oscuro
—. Quién sabe qué travesura estará... urdiendo... en... sueños... —Su voz
fue haciéndose más lenta a cada palabra, hasta que exclamó en tono
agudo—: Olympías Fraser tiene el sueño ligero, y no obstante no ha
movido un solo músculo mientras yo me cambiaba de ropa y... No te
muevas de aquí.
También en el cerebro de Evans estaban sonando las alarmas. Mientras
tanto, Cleo echaba a correr hacia la casa.
—Spiros —susurró en voz ronca cuando se cerró de golpe la puerta
después de entrar Cleo. Se pasó una mano por la cara. Pía conocía a
Spiros, un miembro de la Orden de los Hoplitas, y se fiaba de él—. Cielo
santo, esto podría significar cualquier cosa.
~202~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~203~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~204~
Susan Sizemore El precio de la pasión
no había nadie, era muy posible que se debiera a que alguien había
eliminado a los guardas.
—Los objetos alejandrinos no están dentro del museo —dijo Cleo.
—Pero sí están ahí dentro tus armas —la informó Ángel con una ancha
sonrisa.
Aquello era cierto, Evans ya había echado una ojeada.
—Eres un hombre malvado, Azrael David Evans.
—Cuando a uno le ponen el nombre de un ángel, se ve obligado a
trabajar con lo que tiene. De lo que estoy seguro —prosiguió— es de que
los hoplitas están ahí dentro, y de que tienen a Pía. Lo más sencillo y más
furtivo que pueden hacer es esperar a que tu padre acuda a su despacho.
Lo estarán esperando allí, con su hija favorita como rehén.
A Cleo se le heló la sangre en las venas y se le encogió el corazón, tanto
por la furia como por el miedo. No estaba dispuesta a consentir que nada
ni nadie supusiera una amenaza para su hermana. Aquella gente iba a
pagarlo. Procuró conservar un tono de voz sereno al preguntar:
—¿La soltarán si mi padre coopera?
—¿Es que dudas que coopere?
—Ya sabes cómo es. —Naturalmente, su padre haría lo que fuese
necesario para salvar a Pía, pero podía ocurrir que vacilase un momento
cuando se enfrentara a un ultimátum para devolver los tesoros que había
ansiado poseer durante toda su vida. No era un hombre de acción; no
entendería que alguien pudiera no titubear en un momento tan decisivo y
peligroso. Cleo apoyó una mano sobre el brazo de Ángel y sentenció—:
Tenemos que recuperar a Pía. Ahora mismo.
—Bien —repuso él—. ¿Dónde está la entrada secreta?
Cleo le dirigió una mirada de profunda consternación.
—No hay ninguna.
—Esperaba que no dijeras algo así.
Ángel no tuvo que explicarle que un ataque frontal no iba a servir de
nada, aun cuando reclutaran para dicha misión a todo ciudadano de
Muirford que no estuviera impedido físicamente. Después de todo, había
sido la propia Cleo la que había planificado el exterior del edificio para no
permitir el acceso a los posibles intrusos.
—Tal vez deberíamos hacer venir al magistrado —sugirió Cleo
débilmente, y recibió como respuesta un sarcástico gesto de
arqueamiento de cejas—. Ya sé que estamos acostumbrados a resolver
nosotros mismos las emergencias —dijo—, pero...
—¿Cuántas personas quieren que resulten heridas? Estos locos no
dudarán en eliminar a tanta gente como sea preciso con tal de mantener a
~205~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~206~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~207~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~208~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~209~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~210~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~211~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~212~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Capítulo 22
~213~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~214~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~215~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~216~
Susan Sizemore El precio de la pasión
reclamado como tesoro cultural por nadie. Por lo visto todavía existen
restos del imperio de Alejandro, y para esas personas su tumba es terreno
sagrado. Si hay algo que no pienso ser nunca es una ladrona de tumbas.
—Te amo, Cleopatra.
Ángel se volvió para examinar la caja sin darse cuenta siquiera de que
había dicho aquello. Cleo se lo quedó mirando con la boca abierta y el
corazón retumbándole en el pecho. "Amar" era una palabra que jamás
habían empleado ninguno de los dos. Se acordaría.
—¡Santo cielo! —exclamó Ángel en tono reverencial, y a continuación
abrió la caja.
Cleo sabía lo que había dentro y no se molestó en mirar. No obstante,
después de contemplar la fuerte espalda y los anchos hombros de Ángel
con un anhelo que rayaba en adoración, sí que se acercó.
Lo rodeó con sus brazos y se apretó con fuerza contra él. Hundió la cara
en la fina lana de su chaqueta y aplastó los senos contra los duros
músculos de su espalda. Si hubiera podido fundirse con su cuerpo, lo
habría hecho, tan consumida estaba por el deseo de que ambos fueran
uno solo. "No me dejes", rezó con un miedo y una ansia irracionales. "Por
favor, no me dejes nunca". Estaba loca; lo sabía y no le importaba.
—¡Oh, Dios! —susurró Ángel de nuevo. Esta vez la voz le salió
entrecortada, teñida por una emoción sin límites. Los largos músculos de
su espalda se agitaron al moverse bajo sus brazos.
Cuando se dio la vuelta, Cleo irguió la cabeza. El veloz retumbar de su
corazón saltó del deseo al pánico y se apartó de Ángel en dirección a la
puerta del mausoleo.
Él le tendió una mano.
—¿Cleo?
—Ahí fuera hay alguien.
Evans se puso alerta al instante. Un momento antes había olvidado el
glorioso brillo del oro y el alabastro del tesoro de Alejandro, totalmente
absorto en disfrutar del contacto de la mujer que lo abrazaba tan
estrechamente. Fue más que su contacto físico, fue como si las almas de
ambos se hubieran unido por espacio de unos segundos. Juró en voz baja:
—Los hoplitas han debido de seguirnos.
Cleo corrió a apagar la llama parpadeante de las velas.
—Y yo he encendido una luz para indicarles exactamente dónde
estamos.
Aquel tono de reproche hacia sí misma dolió a Evans.
—Pensaste que estábamos a salvo. —Se asomó con cautela por el
marco de la puerta mientras sus ojos se adaptaban una vez más a la
~217~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~218~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Evans pensó que era una lástima que no hubiera modo de cerrar la
puerta con llave desde dentro, pero supuso que los futuros inquilinos de
aquella cripta no iban a sentir necesidad alguna de salir de allí.
Si los hoplitas decidían irrumpir en el mausoleo, estaban listos. La única
cuestión era cuándo.
—No estoy muy seguro de cómo vamos a salir de ésta —reconoció
abrazado a Cleo.
—Vamos a ver —dijo Cleo—. Atrapados en una cripta situada en un
cementerio remoto, sin otra cosa para bloquear la puerta que nuestro
propio peso, rodeados por un número desconocido de atacantes armados.
—Una arma sí que tenemos. Quizá podríamos salir de aquí a tiros.
—Ahí fuera está oscuro, Ángel. Ellos tienen dónde ocultarse, y nosotros
no.
—Correcto. Nada más salir nos matarán.
—Y si nos quedamos, también nos matarán.
—Una lástima.
Cambiaron de postura para quedar sentados juntos, codo con codo, con
la espalda contra la puerta. Evans se alegró de que ésta se hallara
recubierta tanto por fuera como por dentro por una chapa de metal; el
bronce decorativo era muy útil a la hora de desviar las balas.
Nuevamente estalló en pedazos otra ventana a causa del impacto de
una bala. Esta vez el proyectil rebotó peligrosamente por toda la cripta y
arrancó un fragmento de mármol de uno de los nichos.
—A lo mejor se quedan sin munición —sugirió Cleo.
—Nos queda esa esperanza.
Evans le rodeó el hombro con el brazo. Luego le alzó la barbilla y la
besó. Si les quedaban solamente unos minutos de vida, no quería
desperdiciar ni uno solo de ellos. Cleo sabía a fuego y a dulces recuerdos,
y a toda la pasión que habían sentido el uno por el otro y por la vida.
Evans levantó la cabeza y miró a Cleo como si la estuviera viendo por
primera vez. Le costó trabajo recordar aquella muchacha vivaracha,
inteligente y guapa a la que sedujo a las orillas del Nilo.
Sin embargo recordaba vívidamente a la mujer que acudió tan
dispuesta, maravillosa, a sus brazos y se convirtió en su amante, y
también todos los instantes compartidos que los habían conducido a
donde se encontraban ahora. Mirar a Cleo, estar con ella, tocarla, reír y
pelear junto a ella... Jamás había sido más feliz. El deseo que sentía hacia
aquella mujer era muy profundo, formaba parte de su ser. No podía vivir
sin Cleo.
—Vamos a morir —le dijo—. Y nunca te he dicho cuánto te quiero.
~219~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Cleo parpadeó para alejar las lágrimas. Cosa extraña, pero dadas las
circunstancias, eran lágrimas de alegría, de un gozo completo, imposible
de expresar.
—Sí me lo has dicho —replicó al tiempo que él le enjugaba una lágrima
de la mejilla con un beso. La suave sensación de los labios de Ángel en su
piel le provocó un delicioso escalofrío por todo el cuerpo—. Hace apenas
unos momentos. —Lo miró a los ojos sonriendo—. Pero no me importa que
me lo repitas.
—Te quiero —dijo Evans—. Con todo mi corazón, con toda mi alma y...
con todo.
—Con todo. —Cleo dejó escapar un suspiro y apoyó su frente contra la
frente de Ángel mientras fuera se oían más disparos y hombres que
empezaban a gritar—. Así te quiero yo —le susurró al oído—, con todo lo
que soy. Así es como te he querido siempre —admitió.
—Cuando no me odiabas.
—Incluso cuando te odiaba. Creo que cuando te quería más era cuando
estaba furiosa contigo.
—Sé a qué te refieres. —Evans le acarició los senos con las manos—.
Cuando te enfadas te pones... muy seductora. Oh, qué diablos. —Le besó
el cuello y le acarició el pecho sin dejar de hablar—. Me gusta ponerte
furiosa, porque estás muy excitante cuando empiezas a chillar como una
gata salvaje.
—¿Excitante? —se extrañó Cleo, dejando caer la mano sobre el bulto
que formaban los pantalones de Ángel—. ¿Yo? ¿En serio?
—Lo más probable es que no tengamos tiempo para hacer el amor,
¿sabes?
—No estoy segura de querer hacer el amor dentro de una cripta. Piensa
en el escándalo que daríamos cuando encontrasen nuestros cadáveres.
—Para entonces ya estaremos más allá de todo escándalo. —Ángel alzó
la cabeza de los pechos de Cleo y recorrió la pequeña estancia con la
mirada—. Por lo menos es una cripta vacía. Y bastante limpia, a excepción
de esos cristales rotos.
Fuera, los gritos se intensificaron.
—¿Cuánta gente habrá ahí fuera? —dijo Cleo—. Da la impresión de que
ha venido una aldea entera de griegos.
Cerró los ojos y escuchó atentamente intentando discernir qué estaba
ocurriendo en el cementerio.
—¡Trágate ésa, maldito sassenach! —exclamó una voz profunda de
hombre con marcado acento escocés.
—Eso no es griego.
~220~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~221~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~222~
Susan Sizemore El precio de la pasión
~223~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Muir y por Spiros, Ángel se llevó a Cleo al otro extremo del cementerio. Se
detuvieron bajo la sombra de un viejo árbol y dedicaron unos minutos a
besarse.
Cleo se sintió igual de mareada que un derviche cuando sintió unirse
sus bocas, e infinitamente feliz. Por sus venas empezó a correr el deseo,
lento y dulce como miel derretida.
—Haz eso otra vez, Ángel.
—Dentro de un momento. ¿Quieres que me arrodille ya, querida? —Le
preguntó deslizando las manos despacio por su espalda.
—¿Por qué? —Cleo se arqueó al sentir sus caricias. Cerró los ojos y dejó
caer la cabeza hacia atrás. Él tomó aquel gesto como una invitación a
besarle el cuello.
Transcurridos unos segundos más, le dijo:
—Tenemos que hablar, en serio.
—¿Por qué? —volvió a preguntar ella. Estudió la posibilidad de arrastrar
a Ángel hacia el blando suelo alfombrado de musgo y hacer con él lo que
se le antojara —. Deberíamos regresar a tu hotel.
—Me temo que no vamos a poder.
Cleo enderezó el cuerpo y abrió los ojos de golpe. Ángel rió suavemente
cuando ella lo miró sorprendida y con el corazón acelerado.
—¿Que no vamos a poder? ¿Qué quieres decir con que no vamos a
poder? Yo pensaba que...
—No podemos hacer el amor —declaró Ángel en tono solemne. Dio un
paso atrás y se llevó una mano al corazón—. No sería correcto. Sería un
escándalo.
—No lo sería. Sí que lo sería. ¿Adónde quieres ir a parar, Ángel Evans?
Él echó la cabeza atrás y lanzó una carcajada.
—¡Ángel! —exclamó Cleo con las manos en las caderas—. ¿Qué estás
tramando esta vez?
—En realidad es bastante sencillo —respondió él—. Cleopatra Fraser, ya
sé que estás empeñada de corazón en vivir en pecado, pero ¿te importaría
conformarte con el matrimonio?
Aquella palabra tardó unos instantes en calar. Matrimonio. Esta vez le
tocó a ella el turno de lanzar una carcajada, suave y entrecortada.
—Y con un miembro de la Orden de los Hoplitas, además. Vaya solución
tan elegante.
—¿Entonces aceptas casarte conmigo? Podemos llevarnos a Pía de
vuelta a Egipto. El doctor DeClercq estaría encantado de contar con tu
ayuda para la expedición que quiere que dirija yo. Será maravilloso. Tú
~224~
Susan Sizemore El precio de la pasión
Fin
~225~