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Rescatada de la oscuridad

Colección
Fenómenos y
CREENCIAS
CARA A CARA CON EL DEMONIO
Lucia e Francesco Casadei, la. ed.
MILAGROS CUANDO LA CIENCIA SE RINDE
Saverio Gaeta, la. ed.
¡NO ESVERDAD... PERO LO CREO!
Gilles Jeanguenin, la. ed.
NUESTROS “AMIGOS” LOS TESTIGOS DE JEHOVÁ
Sergio Pollina, la. ed.
NUEVA ÉPOCA, NUEVA ERA
Gaspare Barbiellini, la. ed.
¿QUÉ LE SUCEDE A LOS MUERTOS?
Marie-Thèrese Nadeau, la. ed.
REENCARNACIÓN, LA
Boaventura Kloppenburg, 2a. ed.
RESCATADA DE LA OSCURIDAD
Moira Noonan, la. ed.
VENIDOS DEL MÁS ALLÁ
Giuseppe Pasquali, 1a. reimpr.
MOIRA NOONAN

RESCATADA
DE LA
OSCURIDAD
La Nueva Era, la fe cristiana
y la batalla de las almas por su salvación
Título original Título traducido
Ransomed From Darkness Rescatada de la oscuridad
Autor Traducción
Moira Noonan Gustavo R. Ortiz

c 2005 Moira Noonan la. edición, 2011
San Francisco Queda hecho el depósito legal según
Estados Unidos Ley 44 de 1993 y Decreto 460 de 1995
ISBN
978-958-715-621-8

c SAN PABLO
Distribución: Departamento de Ventas
Carrera 46 No. 22A-90
Calle 17A No. 69-67
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BOGOTÁ - COLOMBIA
“...dando gracias a Dios... que nos rescató del poder de las
tinieblas y nos transportó al reino de su Hijo querido, en quien
tenemos la liberación y el perdón de los pecados”.

Colosenses 1, 12-14
Prefacio

El asombro es una emoción fascinante que sólo puede encontrarse


en los seres humanos, como lo advirtió Aristóteles. Un perro o un
gato pueden sentir temor, alegría, enojo, culpa y aun sorpresa,
pero nunca asombro. Una mascota no puede sentir asombro por
la destreza de un malabarista, un atleta, un mago, un bailarín
de tap, un cantante o un acróbata. Quizá por ser exclusivamen-
te humana, Dios utiliza la emoción del asombro con frecuencia
para persuadirnos espiritualmente y llevarnos a amarlo y alabar-
lo. Los contemporáneos de Jesús experimentaron asombro ante
sus muchas sanaciones, sus cautivadores discursos e, incluso, an-
te su correcta indignación frente a los abusos que cometían los
mercaderes y cambiadores de dinero en el templo.
Pero para extender su ministerio de evangelización y hacer
discípulos en todas las naciones, Jesús también escogió a algunas
personas para que fueran sus “instrumentos de asombro” (seres
humanos sin mayor preparación ni conocimiento como Pedro,
Felipe, Pablo, Esteban, y miles de almas nobles que han hecho
lo mismo a través de siglos) y, así, producir cambios en los co-
razones. Nótese, por ejemplo, cómo el espectacular cambio de
conducta que tuvo el endemoniado hizo que los ciudadanos de la
Decápolis se maravillaran del poder de Dios (Marcos 5, 20). A
través de los años y de los testimonios que han dado de los mu-
chos portentos del poder de Dios, estos instrumentos humanos
han obrado a favor de la gloria de Dios.

7
Pues bien, un instrumento de asombro usado por Dios en
nuestra era moderna es Moira Noonan, quien es la autora de
esta instructiva autobiografía. Está garantizado que la historia
de su vida despertará asombro en los lectores y esperamos, así
mismo, que los lleve a alabar a Dios por la bondad que manifiesta
al sacar a sus amados hijos e hijas de las arenas movedizas del
mal y desviar las maquinaciones del enemigo.
Si se propusiera un pasaje de las Escrituras para ilustrar el
contenido de este libro, bien podría ser la orden dada por Jesús
al recientemente exorcizado geraseno, un hombre poseído por
demonios, quien había encontrado compañía entre los muertos:
“Vuelve a tu casa y cuenta lo que Dios ha hecho contigo” (Lucas
8, 39).
En este fascinante texto, Moira Noonan cuenta cómo, por el
dulce llamado del corazón de Jesús, ella fue rescatada de la oscu-
ridad que representa la camaradería con quienes están muertos
espiritualmente y piensan que están vivos. Habiendo “regresado
a su hogar”, la Iglesia fundada por Jesús, y dedicada abiertamen-
te a “contar lo que Dios ha hecho con ella”, Moira ha relatado la
impactante historia de su vida. Sus encuentros con espíritus ma-
lignos sirven para alertar a los lectores sobre los muchos peligros
que nos asechan y nos seducen por todas partes: los “espíritus
engañosos” del movimiento de la Nueva Era, que señalan el final
de los tiempos, espíritus sobre los que Pablo ha advertido (1 Ti-
moteo 4, 1). Nadie puede terminar de leer este libro y no desear
acudir con presteza a Jesús, así como un niño corre a los amo-
rosos y protectores brazos de su padre, cuando se encuentra con
un nido de víboras. En este contexto, lo asombroso de la historia
se convierte simplemente en el preludio de una emoción y una
virtud mucho más profunda: ¡el amor!

Rev. John Hampsch, C.M.F.

8
Al Sagrado Corazón de Jesús y al inmaculado corazón de
María, en agradecimiento; en memoria de mi abuela Katherine,
quien nunca perdió la fe en mí, y de la santa de su devoción,
Teresa, la florecilla de Jesús; a mi hija Malia, quien de alguna
forma siempre conoció el Camino, la Verdad y la Vida.

9
Prólogo

Rescatada de la oscuridad es una autobiografía y una exposición


acerca del movimiento de la Nueva Era, desde la perspectiva de
una persona que estuvo profundamente involucrada en él por
más de veinte años. Este libro tiene un doble propósito: por un
lado, mostrar a quienes son parte activa de la Nueva Era los ver-
daderos orígenes y fines de este movimiento, los cuales aprendí
por experiencia propia; por otro lado, deseo educar a los cristia-
nos que realizan prácticas relacionadas con la Nueva Era, en sus
comunidades religiosas, acerca del daño que ellas representan.
El texto está dividido en cinco partes. La primera parte, La
batalla por la salvación del alma, hace referencia a mi vida en la
Nueva Era y es un recuento de mi travesía personal dentro y fuera
del ocultismo. Enseña la verdadera naturaleza del movimiento
de la Nueva Era, a través de un ejemplo concreto, y muestra la
gracia de Dios que se hace presente cuando Él acude al rescate de
un alma que se encuentra atrapada. Después de mi conversión,
descubrí el papel que debía desempeñar en la evangelización de
aquellos que han sido presa de las mismas tentaciones que yo.
La segunda parte, Historias de conversión, describe cuatro
casos. Pude haber incluido otros, pero estas narraciones mues-
tran muy bien cómo la Santísima Virgen y los santos interceden
en el proceso de conversión.
La tercera parte, Apuntes sobre la Nueva Era, es una colec-
ción de breves observaciones extraídas de charlas que di durante
la década pasada y que destacan aspectos que considero esencia-

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les para el tema que nos ocupa.
La cuarta parte, Aclaraciones sobre Un curso de milagros, es
una introducción a la historia de un libro que es nada menos
que la biblia de la Nueva Era, y a las ideas expuestas en él. No
sólo ayuda a los lectores a entender el significado de una filosofía
inspirada por el demonio, que ha echado raíces entre muchos
cristianos bien intencionados, sino que enfatiza conceptos que
son fundamentales, incluso para los seguidores de la Nueva Era
que no han sido expuestos directamente a ella. Rescatada de la
oscuridad concluye con una reflexión acerca de cómo las ideas de
la Nueva Era se están infiltrando en la Iglesia, y sugiere algunas
cosas que los verdaderos cristianos pueden hacer para detener su
continuo avance.
He tratado de ser tan precisa como fue posible, pero algunas
limitaciones no se pudieron evitar. Por respeto a la vida privada
de algunas personas, he cambiado nombres y detalles específicos
de ciertos eventos. Así mismo, no puedo asegurar que el recuerdo
de todas mis experiencias sea perfecto o que su cronología sea
exacta; después de todo, la confusión es una de las herramientas
favoritas del maligno, y partes de mi historia tuvieron que ser
rescatadas de entre una nube de confusión. Aun así, tengo la
confianza de que cualquier distancia respecto a la exactitud no
compromete la veracidad de la narración. Todo lo que aquí se ha
descrito sucedió.
Tengo que agradecer a muchas personas, pero quiero mencio-
nar de manera especial a mi hija Malia, quien ha sido mi mejor
amiga, mi consuelo y mi maestra desde que vino al mundo; a Pa-
trick Locke, quien ha grabado y hecho videos de casi todas mis
presentaciones públicas en la década pasada; a Rosemarie, una
hermana convertida y sobreviviente de la Nueva Era, quien co-
laboró con la sección referente a Un curso de milagros, así como
también a Beberly Nelson C.M.C.

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Y, por encima de todo, le doy mi alabanza y agradecimiento
a mi Señor Jesucristo, a su bendita Madre y a todos los ángeles
y santos, a través de quienes he sido protegida y salvada.

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Oración a San Miguel Arcángel
San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla.
Sé nuestro amparo contra la perversidad
y asechanzas del demonio.
Reprímale Dios, pedimos suplicantes,
y tú, príncipe de la milicia celestial,
arroja al infierno con el divino poder a Satanás
y a los otros espíritus malignos que andan dispersos
por el mundo para la perdición de las almas.

Amén.

14
Introducción

Principados y potestades

“Revístanse de la armadura de Dios para que puedan resis-


tir las tentaciones del diablo. Porque nuestra lucha no es contra
gente de carne y hueso, sino contra los principados y potesta-
des, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los
espíritus del mal, que moran en los espacios celestes” (Efesios
6, 11-12; Hechos 19). Así les escribió san Pablo a los cristianos
de Éfeso, una ciudad conocida a lo largo y ancho del antiguo
Mediterráneo como centro de artes ocultas y cultos paganos.
“¡Sean sobrios y estén en guardia! El enemigo de ustedes, el
diablo, como león rugiente, da vueltas y busca a quién devorar”
(1 Pedro 5, 8). Esto es lo que san Pedro escribió desde Roma,
poco antes de su muerte, a los cristianos que sufrían persecución
en las ciudades de Asia Menor.
Cerca de dos mil años después, puedo decirles que estas ad-
vertencias de los apóstoles son todavía muy ciertas. No son sólo
antiguas palabras de la Biblia. Pablo y Pedro no nos hablaban de
“los dominadores de este mundo tenebroso” como una metáfora
referente a ciertas fuerzas abstractas del mal, o para atemorizar
a personas ingenuas, con el fin de que abrazaran su fe. Yo he sido
testigo de la confrontación que ellos describen y he sido rescatada
de ella.
“A través de toda la historia del hombre se extiende una dura
batalla contra los poderes de las tinieblas que, iniciada ya desde

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los orígenes del mundo, durará hasta el último día, según dice
el Señor” (CEC 409). Esta batalla, explica el Catecismo de la
Iglesia Católica, comenzó desde los inicios de nuestra presencia
en la tierra, cuando la serpiente prometió a nuestros ancestros
que, comiendo del árbol del conocimiento del bien y del mal, se
les abrirían los ojos y ellos serían como dioses.
El lenguaje del tentador, así como el orgullo que inspiró a
Adán y Eva a elegir el fruto prohibido, tendrán un sonido fami-
liar para cualquiera que se haya sumergido en las aguas oscuras
de la Nueva Era. Éstas son las promesas de la Nueva Era: “Tú
eres igual a Dios”, “tú eres el Creador”, “tú puedes reconocer
tu verdadera divinidad”. Este movimiento te ofrece maravillosas
soluciones para las dificultades de la vida, pero muchos de sus
remedios son sendas por medio de las cuales las fuerzas diabó-
licas toman poder de la vida de una persona. Esto fue lo que
me pasó a mí; por más de veinte años estudié y practiqué las
enseñanzas de docenas de escuelas esotéricas, primero en busca
de alivio para un dolor físico crónico y, luego, como una devota
apasionada de la “trinidad” de la Nueva Era: yo, mi ser, lo mío.
En pocos días fui liberada y en el curso de varios años viví una
verdadera conversión al cristianismo.
Escribir acerca de esta experiencia me hizo llorar algunas
veces, derramé lágrimas de agradecimiento por el asombroso y
santo Dios que tenemos; porque Él logró hacer algo bueno de
mi pasado, como leemos en el capítulo ocho de la Carta a los
Romanos; porque Él pudo vislumbrar la vida que yo llevaba en
el ocultismo y logró librarme de ella; porque Él pudo librarme del
mal, porque Él tomo mi alma que había estado en esa batalla
y se convirtió en mi guerrero y mi Salvador. En gratitud, me
quiebro y lloro ante Él y le agradezco, en lo más profundo de mi
alma, por mi liberación y por haber sido rescatada de ese lugar
de las tinieblas. ¡Alabado sea Dios!

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Parte I

La batalla por la salvación


del alma
Capítulo I

La erosión de la fe

Como muchos otros que terminaron enarbolando la bandera de la


Nueva Era, yo comencé como cualquier buena chica, estudiante
de una escuela católica. Desde el jardín infantil hasta el segundo
grado asistí a colegios de monjas en la ciudad de Detroit. Poco
después, mi familia se mudó y fui matriculada en una escuela pú-
blica. La educación religiosa la continué en una parroquia local,
donde completé la catequesis y recibí los sacramentos.
En noveno grado, fui enviada a un internado católico en el
convento del Sagrado Corazón de Filadelfia, el cual se encontra-
ba lejos de casa. Ésta fue una excelente escuela, muchas veces
he dado gracias por estas buenas hermanas, pero al final de mi
segundo año de estadía, hubo un gran incendio y la escuela que-
dó destruida. Por sugerencia de un consejero, fui matriculada en
otro internado, una prestigiosa academia de preparatoria para la
universidad, que estaba en Massachusetts. Esta escuela no era
católica ni tenía ninguna orientación religiosa. No había motiva-
ción alguna para ir a la iglesia, entonces yo pasaba los domingos
dentro de las instalaciones del internado y, de esta forma, per-
dí años de catequesis y de recibir los sacramentos, así como de
toda la educación religiosa que uno normalmente recibe en una
escuela secundaria católica.
En ese tiempo, yo era una chica curiosa de dieciséis años,
completamente abierta a cualquier influencia, que se desenvolvía
en una comunidad que carecía de principios y modelos de vida

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cristianos. Mi curiosidad espiritual estaba empezando a desper-
tarse y debido a que mi mejor amiga y compañera de cuarto era
judía, algunas veces íbamos juntas a la sinagoga.
Hubo una profesora que se convirtió en una influencia fuerte
en nuestras vidas; ella era nuestra maestra de historia y también
una de nuestras chaperonas. Esta joven mujer estaba fascinada
con la India y, en efecto, estaba comprometida con un profesor
indio de la Universidad de Princeton, quien venía a nuestra es-
cuela a recogerla para salir con ella. Era un hombre alto, moreno,
que llevaba un turbante en la cabeza; era atractivo y brillante
y llegamos a ser muy amigas de él. Quizá puedan imaginarse
lo placentero que era tener amigos adultos tan interesantes en
un internado donde no teníamos a nuestros padres cerca. Estas
personas nos llevaban a eventos los fines de semana. Fuimos a
conciertos de Ravi Shankar y aprendimos sobre la música hin-
dú. Él nos habló acerca de la meditación y nos regaló libros de
filosofía india. Mi chaperona estaba tan fascinada con la cultura
india, que nos siguió hablando de ella durante los dos años que
pasamos en la escuela. De esta forma, aprendí mucho sobre hin-
duismo y otras religiones orientales. Para cuando me gradué en
1970, había tomado la decisión de ir a la India algún día, para
encontrar allí a mi gurú y recibir la iluminación.
Recuerden que a finales de los años sesenta, mucha de la
música popular, como la de los Beatles y los Melody Blues, fue
escrita con entonaciones religiosas de la India. Los Beatles le
presentaron al mundo a Maharishi Mahesh Yogi, el fundador
de la meditación trascendental, y ellos fueron a la India para
quedarse un tiempo en su ashram. Al mismo tiempo, docenas
de maestros indios estaban trasladando sus negocios de gurús
a un lugar más lucrativo: el suelo americano. Las corrientes de
espiritualidad oriental fueron floreciendo en todas partes en los
Estados Unidos y parte de esa forma de pensar era la necesidad
de encontrar un verdadero “guía espiritual”, un “maestro vivo”,

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alguien de quien pudieras aprender directamente, alguien que
pudiera darte un “mantra” o enseñarte alguna técnica secreta
que te llevara al Nirvana.
Así fue como empezó, para mí, la erosión de mis creencias
judeocristianas. Todo comenzó con ese seductor hinduismo ame-
ricanizado, que había sido remasterizado y que estaba siendo
vendido a los curiosos jóvenes occidentales. Al mismo tiempo,
yo no podía evitar ser consciente de los movimientos basados
en el potencial humano que también estaban volviéndose muy
populares. Éstos hablaban, igualmente, de realización personal
e iluminación inducida por uno mismo, y parecían confirmar las
ideas que venían de Oriente. ¿Llegué a cumplir mi ambición de
encontrar a un gurú? No, no lo encontré, por lo menos no de
inmediato. Primero me encaminé hacia la universidad.

21
Capítulo II

El deseo de iluminación

Después de mi graduación en el internado, me mudé al oeste


de los Estados Unidos e ingresé a una gran universidad estatal.
Aún tenía en mi mente la idea de ir a la India. Esa semilla estaba
firmemente plantada. En todas las carteleras de la universidad
había anuncios que decían: “Ven a meditar. Se ofrecen clases gra-
tis de meditación”, y yo asistí a algunas de ellas. Por lo general,
eran reuniones de propaganda que tenían la finalidad de persua-
dir a las personas para que siguieran a un determinado gurú. El
movimiento Rajneesh fue muy grande en los Estados Unidos por
aquel tiempo, y muchas de las sesiones de meditación fueron aus-
piciadas por esta organización. Unos años más tarde, Rajneesh
terminó siendo una comuna de culto en el desierto del este de
Oregon, la cual contaba con diez o veinte autos Rolls-Royce y
un montón de problemas legales. Desde entonces, este maestro
hindú fue exiliado de los Estados Unidos, la India y otros países
más.
El uso de drogas era muy grande en los campus universi-
tarios, incluso mucho más popular que la religión. Yo siempre
fui muy reacia a eso; tenía un trabajo después de mis clases y
tuve que dejarlo, porque la mitad de las personas con las que
trabajaba usaban con frecuencia drogas. Todos los elementos del
movimiento de la contra cultura (no sólo las drogas, sino también
las protestas en contra de las guerras, el cuestionamiento a los
valores de nuestros padres, el rechazo a las instituciones estable-

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cidas, la rebelión contra de la Iglesia, etc.) empezaron a agravar
mis problemas a tal punto, que concluí que necesitaba escapar de
todo esto. Después de mi segundo año en la universidad, me fui a
estudiar a Europa. Simplemente no quería quedarme estudiando
en los Estados Unidos y continuaba pensando: “Tan pronto como
termine la universidad, iré a la India para encontrar a mi gurú;
si estoy en Europa, estaré mucho más cerca de allí”.
Durante el año que estuve en Europa, viajé cada vez que tuve
la oportunidad. Cuando mis clases terminaron, fui por tren y por
barco a Grecia y, después, me encaminé a Turquía. En ese punto
pensé que debería continuar en dirección al este. Podría terminar
mis estudios en otro momento y, quizá, realmente no necesitaba
la universidad; lo que yo necesitaba, en mi opinión, era recibir la
iluminación.
Mi abuela, quien vivía en Seattle, veía las cosas de una forma
diferente. Ella trató de localizarme y, de alguna manera, logró
comunicarse conmigo por teléfono en Turquía. Cuando se enteró
de que yo estaba planeando ir a la India, supo qué debía hacer.
Prometió que me quitaría la ayuda financiera si no regresaba a
casa de inmediato y terminaba los estudios universitarios; sos-
pechaba correctamente que tenía justo el dinero necesario para
regresar a los Estados Unidos, que no me quedaba nada para
viajar en otra dirección que no fuera mi hogar. Entonces regre-
sé para finalizar la universidad y pospuse mi iluminación para
después.
Fui a Seattle, me mudé con mi abuela y reanudé mis esfuerzos
con el fin de obtener un grado en la Universidad de Washington.
Continué comprando libros acerca de religiones orientales y parti-
cipé en unas cuantas clases de meditación, pero al mismo tiempo
asistía a misa de vez en cuando con mi abuela, y siempre lo hacía
en las fiestas de guardar. Durante la celebración, no pensaba en
Jesús ni sentía su verdadera presencia en la Eucaristía. Realmen-

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te no estaba viviendo mi fe. Pienso que aún creía en la Santísima
Virgen y en muchas de las cosas que había aprendido acerca de
Jesús, pero estaba convencida de que lo que yo necesitaba era un
maestro espiritual de carne y hueso, que viviera ¡aquí y ahora!
Estos asuntos me daban vueltas en la mente hasta que llegó el
cuarto año de universidad y me di cuenta de que tenía que enfo-
carme en mi graduación. Iba a misa para satisfacer a mi familia,
pero realmente no era partícipe de mi fe. Mi objetivo principal
era esforzarme para sacar adelante las asignaturas principales,
conseguir buenas calificaciones y prepararme para obtener un
trabajo. Tomando algunos créditos extras logré graduarme en
Comunicación en junio de 1975.

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Capítulo III

Una carrera muy breve

Al salir de la universidad, conseguí un excelente trabajo en el área


de relaciones públicas para Francis Ford Coppola en San Fran-
cisco. Él solía llamarme “La rubia que abre puertas”. Después
me mudé a Hawai y tuve una carrera vertiginosa en el campo
de las publicaciones. Me dediqué por completo a seguir adelante
en el desarrollo de mi carrera, como una ejecutiva prometedora
que hacía mucho dinero y se abría camino en el mundo de los
negocios. Cuando se persigue el éxito en el área de las revistas
y periódicos difícilmente le queda a uno tiempo para algo más,
y fue así como me alejé del camino espiritual; ya no me intere-
saba el asunto de la iluminación, mi único interés consistía en
tener un gran éxito. Y conseguí parte de mis deseos. A la edad
de veintiocho años, ya había comprado y vendido un periódico,
era la editora de una revista de turismo, tenía una casa propia y
manejaba un buen auto; tenía inversiones que debía administrar
y compré bienes raíces. En otras palabras, era el sueño americano
hecho realidad: acumular y consumir. Mis dioses eran el dinero,
el éxito y llegar a ser lo que otros decían que yo debía ser.
Pero un buen día, mientras manejaba el auto de la compañía,
con la mitad de los equipos de la oficina regados en el asiento
trasero y en el maletero, me vi envuelta en un serio accidente de
tránsito. Fui herida de gravedad y quedé parcialmente paralizada
y con un dolor crónico en mi cuerpo. Continuar con mi carrera
estaba fuera de las posibilidades y, por los siguientes dos años,

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mi cuerpo apenas funcionó. La mayor parte del tiempo yo estaba
incapacitada, aun para levantar una taza de café. Lo único que los
doctores pudieron decir fue que había muy poca o quizá ninguna
esperanza de una completa recuperación.
Mi alivio comenzó con una llamada telefónica de mi hermana,
quien se desempeñaba como abogada en California. Ella me dijo:
“Moira, me he enterado de la existencia de una excelente clínica
para el dolor en la zona centro del país. Ellos tienen un gran éxito
ayudando a pacientes que sufren dolores crónicos. Las compañías
aseguradoras están enviando pacientes allí para rehabilitarlos y,
de esta forma, lograr que se sientan lo suficientemente bien como
para regresar al trabajo. ¿Piensas que podrías ir allí?”
Para alguien que vive con un dolor constante y sin ninguna
esperanza de recuperación, ésta fue una gran noticia. Entonces le
respondí: “¡Hagámoslo!”, y mi hermana se puso en contacto con
la compañía con la que yo tenía mi seguro de salud para hacer los
arreglos necesarios. Entregué la revista a otras personas para que
continuaran con el negocio, renté mi casa y volé desde Honolulú
a Wisconsin.
La clínica a la que yo entré está ahora afiliada a la clínica
Menninger, pero en ese entonces era independiente. Aunque era
bastante nueva, estaba siendo imitada por otras clínicas que se
dedicaban a combatir el dolor a lo largo del país, en los hospi-
tales universitarios y en otros centros de salud. Casi todos mis
gastos estaban cubiertos por mi compañía aseguradora y hasta
el día de hoy, cuando la gente me pregunta cómo empezaron mis
experiencias con la Nueve Era, yo les respondo: “¡Se lo debo a
mi seguro médico!”

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Capítulo IV

El Nuevo Pensamiento

En los últimos años de la década de los setenta, las clínicas para


el dolor eran un fenómeno relativamente nuevo y, en muchos ca-
sos, eran experimentales. Su principal objetivo era lograr que los
pacientes abandonaran los medicamentos para aliviar el dolor y
no tuvieran necesidad de recibir compensaciones económicas por
incapacidad laboral. Por otra parte, se proponían brindarles una
terapia que fuera más económica y menos agresiva físicamente.
El modelo utilizado por algunas clínicas, incluyendo aquella a la
que yo ingresé, estaba fuertemente influenciado por la medicina
holística. Este modelo había sido iniciado por uno de los mejores
neurocirujanos del país. Después de practicar cirugías cerebrales
durante años, pensó que podía ayudar a sus pacientes a controlar
sus dolores de forma más efectiva, haciendo que cambiaran sus
procesos de pensamiento y sus sistemas de creencias.
Durante las cinco semanas que pasé en la clínica, seguí un
riguroso régimen diario, por el cual mi mente fue literalmente
reprogramada de acuerdo con un sistema conocido como el Nue-
vo Pensamiento; así era como ellos lo llamaban. Este término
proviene de un libro llamado La ciencia de la mente, escrito por
Ernest Holmes, el cual fue publicado por primera vez en el año
1926. La ciencia de la mente es el texto básico de la Iglesia de
la Ciencia Religiosa y de las Iglesias de la Unidad, y es similar
en su sentido a los escritos publicados por Mary Baker Eddy, la
fundadora de la Iglesia de Cristo Científico.

27
Para iniciar nuestro tratamiento, el personal nos retiró todos
los analgésicos y nos habló acerca de los maravillosos poderes que
tenían los sanadores psíquicos de las Filipinas y también los cha-
manes nativos de Suramérica. Observamos videos de estas perso-
nas haciendo su trabajo y después hicimos un curso exhaustivo de
instrucción mental llamado entrenamiento autogénico. Este cur-
so consiste básicamente en horas y horas de autohipnosis, que
tienen la intención reprogramar la mente para que se ajuste a la
realidad que queremos crear para nosotros mismos. Nos dijeron
que el Nuevo Pensamiento era la solución para nuestros proble-
mas; si pensábamos de una “nueva forma”, nos liberaríamos de
los sentimientos de culpa, y una vez que esto sucediera, estaría-
mos libres de dolor. Ésta fue la clase de enseñanza que recibimos
hace veinticinco años y que hoy continúa siendo impartida en
hospitales universitarios y en clínicas para el dolor, a través de
todo el país.
Durante diez horas al día, ejercitábamos técnicas para ali-
viar el dolor: escuchábamos casetes con mensajes subliminales,
practicábamos biofeedback, una técnica utilizada para controlar
ciertos procesos fisiológicos, y otros tipos de autosugestión. És-
tas son las mismas técnicas que aprendí tiempo después y que
son usadas por los psíquicos para aprender a salirse del cuerpo
y realizar viajes astrales. Nos reuníamos casi a diario con con-
sejeros, entrenadores y psicoterapeutas, que estaban entrenados
en los métodos del Nuevo Pensamiento. Los mensajes que nos
daban eran completamente anticristianos; por ejemplo que “no
somos realmente un cuerpo”, que “el dolor no existe, es sólo un
pensamiento, y todo lo que debemos hacer, entonces, es sanar
nuestros pensamientos”. Éste es el tipo de pensamiento que le da
fundamento a Un curso de milagros, del cual tengo mucho que
decirles más adelante.
En ningún momento, escuchamos algo acerca de Dios como
nuestro Creador; en efecto, se nos dijo de forma específica que

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si creíamos en un salvador que nos rescataría del dolor o nos
protegería en los momentos de angustia y en las experiencias
traumáticas de la vida, estábamos perdiendo el tiempo. Tener
esa esperanza era como sentarse sobre un caballito de madera y
esperar que éste nos condujera a algún lugar. Nosotros teníamos
que lograrlo por nuestra cuenta, entonces allí estaba la “santísima
trinidad” del yo, mi ser y lo mío entrando de forma subrepticia
por la puerta trasera. Rechazaban la idea de que pudiera haber
alguna virtud en el sufrimiento, algún valor en el dolor corporal
o en la enfermedad. El dolor no era de Dios, estaba en contra
de Dios. Todas mis creencias anteriores, todas mis actitudes res-
pecto al cuerpo y a la vida en general, respecto a Dios y a la
sanación, fueron borradas de mi ser. Así como este programa
eliminó mi necesidad de ingerir medicamentos para aliviar el do-
lor, así mismo eliminó mi comprensión del mundo y, al hacerlo,
erosionó las creencias judeocristianas que había recibido en la
niñez y las reemplazó por otras nuevas, en las que no existía el
sufrimiento y tampoco Dios.
El hecho es que fui atraída hacia todo esto; después de to-
do, aunque había dejado de tomar mis medicinas para el dolor,
mi salud había mejorado drásticamente. Mi cuerpo estaba fun-
cionando bien por primera vez en años. El sistema había dado
resultado y yo incluso llegué a tener algunas sensaciones fuer-
tes de abandonar mi cuerpo, las cuales me fascinaban; entonces,
me interese profundamente en las creencias y las filosofías de
la clínica. Hice muchas preguntas y supe que los terapistas, los
médicos y todo el personal de la clínica compartían las mismas
ideas espirituales, que se resumen en esto: “Tú estás más allá de
lo material, tú no eres un cuerpo, tú creas tu propia realidad”.
Todo esto encajaba a la perfección con lo que yo había apren-
dido desde la escuela secundaria acerca de la reencarnación y la
meditación.
Cuando se acercaba el final de la quinta semana y empecé a

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prever mi regreso a una vida activa, sentí la necesidad de pregun-
tar a mis maestros acerca de asistir a la iglesia. Ellos me dijeron
que necesitaría ayuda espiritual, pero que la Iglesia católica de-
finitivamente no era el lugar indicado. Para poder mantenerme
libre de dolor, yo necesitaba permanecer dentro de la estructu-
ra mental del Nuevo Pensamiento y sólo ciertas Iglesias ofrecían
esto. Algunas de ellas eran: las Iglesias de la Unidad, las Igle-
sias de Cristo Científico y los grupos practicantes de dianética.
También me dieron más casetes de entrenamiento autogénico y
de meditación, y otras herramientas de autohipnosis; así mismo,
me prometieron que haciendo uso de estos recursos, podía estar
segura de permanecer libre de dolor.
Quiero hacer una advertencia: estén atentos acerca de los
lugares a los que acuden en busca de alivio para sus cuerpos,
porque si te encuentras en el lugar equivocado y en las manos
equivocadas, puedes abrirte a influencias que son básicamente
demoníacas. Hay personas que me han dicho: “Mi quiroprácti-
co siempre mueve un cristal sostenido de una cuerda sobre mi
espalda, antes de empezar su trabajo. ¿Qué es esto?”. Yo les pre-
gunto: “¿Cómo encontraste a tu quiropráctico?”. Ellas me dicen:
“Leí acerca de él en el boletín de la iglesia”. “Bien”, respondo yo,
“déjame decirte que ese cristal es un péndulo y él lo está usando
para revisar la condición energética de tu cuerpo. Esta persona
está practicando artes de sanación psíquica, cuando tú pensabas
que simplemente te iban a ajustar la columna vertebral. ¡Bus-
ca un nuevo quiropráctico y comenta en tu iglesia acerca de ese
boletín!”
Deseo advertir a los cristianos acerca de esta clase de cosas,
que suceden todo el tiempo: el peligro es que una situación lleva
a la otra y, poco a poco, empezamos a creer que nosotros pode-
mos hacer cualquier cosa por nuestra cuenta, que somos nosotros
quienes producimos los eventos, y que hay fuerzas espirituales be-
nignas que nos pueden ayudar; pensamos que con su asistencia

30
podemos influir en los planes de Dios. Es a través de esta clase de
pensamiento que los espíritus demoníacos hinchan nuestro ego,
a veces al punto de hacernos creer que somos dioses creadores,
que podemos realizar lo que se denominan “manifestaciones”, en
fin, que podemos hacer cualquier cosa por nuestra cuenta. Esta
clase de lavado de cerebro sustituyó mis creencias judeocristianas
por aquellas provenientes del Nuevo Pensamiento e hizo germi-
nar la semilla de la Nueva Era que había sido plantada en mí,
con anterioridad, en el internado.

31
Capítulo V

El evangelio de la Iglesia
de la Ciencia Religiosa

Cuando regresé a Hawai, estaba completamente libre de medi-


camentos y sin dolor, pero para que esto continuara así, yo ne-
cesitaba seguir con los procedimientos de autohipnosis de forma
regular. Tomé muy en serio las recomendaciones que me habían
hecho en la clínica y tan pronto como pude fui en busca de apo-
yo espiritual. Me hice miembro de la Iglesia de la Unidad y me
interesé en todas las cosas que ellos hacían; una vez más, sur-
gían mis deseos de búsqueda. Ciertamente fue mucho más fácil
acceder a la religión instaurada por el Nuevo Pensamiento, que
viajar a la India en busca de un gurú, así que decidí convertirme
en ministra de la Iglesia de la Unidad. El evangelio que abra-
cé proviene de Mary Baker Eddy, la fundadora de la Iglesia de
Cristo Científico, el cual afirma que somos completamente di-
vinos, que cada uno de nosotros es su propio dios y cocreador
junto con otras fuerzas divinas. El Jesús que yo acepté era un Je-
sús gnóstico, cuya identidad espiritual era “infalible”, pero cuya
encarnación “no era Cristo”.
Esta idea era bastante común en comparación con algunas de
las ideas a las que yo había estado expuesta, pero representaba
faltar al primer mandamiento: “No habrá para ti otros dioses
delante de mí”. Este mandamiento es el cimiento de nuestra fe
y cuando es quebrantado, todos los demás se derrumban. Yo
quebranté el primer mandamiento y, eventualmente, este hecho

32
me condujo a todas las formas de idolatría descritas en el libro
del Deuteronomio (Deuteronomio 18, 9-12): adivinación, prede-
cir el futuro, brujería, consultar a los adivinos, interrogar a los
muertos, etc. Con el tiempo, me involucré en cada una de estas
prácticas y en algunas de ellas me ejercité de manera profesional.
Mis planes de convertirme en ministra de la Iglesia de la Uni-
dad nunca se materializaron. Antes de que avanzara en mi en-
trenamiento, decidí casarme y poco después quedé embarazada,
lo que trajo nuevas prioridades, gracias a Dios. Mi esposo y yo
conversamos y tomamos la decisión de dejar Hawai para criar
a nuestra hija en el continente. Hubo muchas razones para esto,
pero la más fuerte fue el hecho de que en esos años, el uso de dro-
gas (marihuana y otro tipo de sustancias psicoactivas) era muy
fuerte en Hawai, incluso en las escuelas primarias. Sólo pensé que
sería mucho mejor criar a nuestra hija en California.
Después de mudarnos a este lugar, la Iglesia más cercana
practicante del Nuevo Pensamiento que encontré fue la Iglesia
de la Ciencia Religiosa, una filial del siglo XX de las Iglesias
de la Unidad, también basada en las ideas de Ernest Holmes.
Entonces, decidí unirme a ella. Sin embargo, algo interesante
pasó cuando estaba esperando a mi hija, algo que estoy segura
desempeñó un papel importante en mi eventual redención.
Realicé un viaje de vacaciones a Europa con mi madre. Una
mañana, mientras estábamos en París, mi madre me dijo: “¡Ven
a misa conmigo!”, y fuimos a la basílica del Sagrado Corazón, esa
gloriosa iglesia que está ubicada en la parte alta del Montmartre
y que fue dedicada al Sagrado Corazón de Jesús. Allí descubrimos
la más bella estatua de Nuestra Señora y había velas frente a
ella. De alguna forma, sentí el impulso (tuvo que haber sido el
Espíritu Santo) de encender una vela allí por mi bebé que aún
no había nacido. Yo no sabía en ese momento cómo consagrar
al bebé a Nuestra Señora, pero algo dentro de mí me movía a

33
hacerlo. Mi madre ni siquiera estaba conmigo cuando lo hice; ella
estaba arrodillada en el reclinatorio cuando me acerqué, prendí
una vela y dije en silencio: “Santísima Virgen, éste es tu bebé,
yo te lo entrego”.
Una vez más, agradezco a las hermanas del Sagrado Cora-
zón, porque lo que me enseñaron permaneció en mi mente. Algo
me dijo que prendiera la vela y ofreciera este bebé a la Santísi-
ma Virgen, y así lo hice. Definitivamente este acto protegió de
muchas cosas a la que sería mi hija. Cuando mi niña nació, la
llamamos Malia, que significa María en hawaiano.
Cuando María dejó la infancia, la posibilidad de convertirme
en ministra me atrajo de nuevo. Me gustaba el sistema de la
Iglesia de la Ciencia Religiosa, porque ellos utilizaban el mismo
libro de las Iglesias de la Unidad: La ciencia de la mente. Retomé
los estudios del Nuevo Pensamiento que había dejado años atrás
y empecé el entrenamiento para convertirme en ministra, el cual
duraba cuatro años.
El Nuevo Pensamiento, ahora lo entiendo, es realmente una
forma de lavado de cerebro que conduce al abandono de todos
los mandamientos para, después, reemplazarlos por la “santísima
trinidad” de la Nueva Era que ya he mencionado: yo, mi ser, lo
mío. Ahora yo llamo a las Iglesias del Nuevo Pensamiento, las
Iglesias de las manifestaciones, porque lo único que les interesa
es la “manifestación” de los deseos personales. Sus enseñanzas no
tienen nada que ver con ideales cristianos tales como el rendirse
a la voluntad de Dios o recibir los dones del Espíritu Santo.
Estas Iglesias giran en torno a la creencia de que uno puede tener
control sobre las cosas y los eventos, de que al activar la presencia
del “yo soy”, uno se convertirá en la persona que puede realizar
una “manifestación”. Muchas de las técnicas que utilizan tienen
sus raíces en psicología del siglo XIX de Franz Mesmer, quien es
más conocido por el desarrollo de la ciencia del hipnotismo.

34
Como miembros de estas Iglesias, aprendimos a sentirnos or-
gullosos por lo mucho que podíamos manifestar. Por ejemplo,
escribíamos en una tarjeta: “Necesito tener $5000 dólares para
tal día”, y luego tratábamos de manifestar ese deseo por medio de
oración y meditación; aprendimos a practicar la oración y a im-
partir tratamientos para sanar física y psicológicamente a otras
personas, a través de ella. Me introdujeron en las artes psíquicas
de la clarividencia y la clariaudiencia, lo que era una ligera pre-
sentación de la clase de prácticas ocultas que yo aprendería más
tarde.
Es importante darse cuenta de que estas prácticas son reales y
no simples trucos, que están relacionadas con lo que se denomina
“espiritismo”, algo de lo cual la Biblia nos advierte que debemos
permanecer alejados. En el libro del Deuteronomio y en otros
lugares, Dios nos advierte con claridad: “Apártense de aquellos
que invocan a los espíritus y de quienes realizan brujería y toda
clase de adivinación”, y Jeremías advirtió a las personas para
que no buscaran señales del futuro en las estrellas. Como vemos,
la Biblia lo pone bien claro una y otra vez: “No acudas a esta
clase de lugares”. Pero éste fue un mensaje que yo nunca recibí
(cf. Deuteronomio 18, 9-14; Levítico 20, 27; Hechos 16, 16-18 y
CEC, 2116).
Por aquel tiempo, mi abuela y el resto de mi familia estaban
preocupados porque sabían que yo estaba tocando fondo. Me
enviaban libros cristianos que hablaban de la guerra espiritual
y de la atracción que ejercía el ocultismo en las personas. Ellos
trataban de sacarme de todo esto, pero yo estaba orientada hacia
otra dirección. Entre más trabajes con la idea del “yo soy”, más
crece que tu ego, y cuando empiezas a hacer “manifestaciones”,
como tus maestros prometen que lo harás, el deseo y el poder de
crear te seducen.
Recuerdo muy bien la impresión que me causó, después de

35
haber abandonado el movimiento y haber regresado a la Iglesia,
el escuchar decir a unas señoras católicas que yo era “una criatura
del Creador”. Yo había desperdiciado veinte años creyendo que
yo era un creador, que podía hacer una “manifestación” de lo
que quisiera porque yo era un dios, y ahora estas mujeres me
decían que yo era una criatura del Creador. Pensé que estaban
completamente locas. Así estaba de lavado mi cerebro y así de
lejos habían llegado las cosas: realmente llegas a creer que puedes
hacer cualquier cosa y que todo lo puedes. Tu dependencia del
“yo” es muy fuerte.
Una vez que mi entrenamiento como ministra concluyó, em-
pecé a servir como líder en una Iglesia de la Ciencia Religiosa
al norte de San Diego. Mi hija había asistido a preescolares de
Iglesias de la Nueva Era y ahora era estudiante de la escuela
dominical de la Iglesia de la Ciencia Religiosa. Un día, creo que
tenía seis años, se acercó a mí y me dijo: ¡Mami, esto no está
bien, no me gusta lo que me están enseñando!
Yo pensé: “¿Qué puedo hacer? Éste es el lugar a donde tengo
que venir todos los domingos, ¿cómo lo soluciono? Quizá puedo
dejarla en la casa de algún conocido todos los domingos por
la mañana”. En verdad no sabía qué hacer, no se me ocurrió
mandarla a la Iglesia católica, pensé que de todas formas no la
aceptarían, pues su madre se había desviado por completo de la
fe. Con seguridad no sería aceptada mientras su madre tuviera
las creencias que tenía. Confundida, decidí orar al respecto. En la
Iglesia de la Ciencia Religiosa fui entrenada para orar de manera
que pudiera “manifestar” mis deseos de la forma que yo quería,
pero por alguna razón la oración me salió diferente. Dije: “Dios,
si no deseas que Malia asista a esta Iglesia, ¿a dónde quieres que
vaya?”
La respuesta llegó pronto. Unas semanas más tarde, Malia y
yo fuimos a la piscina del vecindario y una señora a quien apenas

36
conocía se acerco y me preguntó: “¿Tienes a tu hija en la escuela
dominical?”. Yo respondí sin hacer ninguna pausa: “¡Que amable
de su parte hacer este ofrecimiento!”.
Sabía que la mujer me estaba interrogando, pero también
lo entendí como un ofrecimiento, y lo acepté. Esta señora (más
tarde se supo) sentía que llevar niños a la escuela dominical era
parte de su misión. Ella asistía a una iglesia luterana y yo no
sabía nada acerca de los luteranos. Sólo estaba enterada de que
eran cristianos, entonces pensé: “¡Éste debe ser el lugar al que
Malia tiene que ir!”
“¡Bien!” dijo ella, “recogeré a tu niña todos los domingos en la
mañana. Quiero que esté vestida y lista para salir a las 8:30, irá a
la iglesia con nosotros”. Yo pensé: “Gracias, Dios. Esto tiene que
ser lo correcto”, y por los próximos cinco años mi hija asistió con
mis vecinos a la Iglesia luterana. Cuando Malia anunció que se
acercaba el momento de hacer su primera comunión, yo todavía
seguía trabajando en la Iglesia de la Ciencia Religiosa en Del
Mar. Entonces decidí leer los libros de la escuela dominical que
ella utilizaba para prepararse, porque tenía el presentimiento de
que algo estaba incompleto. Hablé con Malia a solas y le dije:
“No quiero ofender a nuestros vecinos, pero sé que cuando hice
mi primera comunión dentro de la Iglesia católica, las enseñanzas
que recibí eran diferentes a las que imparte la Iglesia luterana.
¿Estarías dispuesta a hacer tu primera comunión también dentro
de la Iglesia católica?”
Había leído recientemente algo acerca de las apariciones de
Nuestra Señora en Medjugorje y sentía, de manera inexplicable,
que era importante que Malia recibiera los sacramentos dentro de
la Iglesia católica. Llamé a la iglesia de San Juan Evangelista en
la ciudad de Encinitas y hablé con la secretaria. Le dije que era
practicante de la Nueva Era y que trabajaba como ministra en la
Iglesia de la Ciencia Religiosa, pero que quería que mi hija hiciera

37
su primera comunión dentro de la Iglesia católica. También fui
muy clara al decirle que yo no asistía a esa iglesia y que tampoco
tenía la intención de hacerlo.
Cindy, la secretaria, se portó de forma maravillosa, pues co-
bijó a mi hija bajo sus alas. La llevaba los lunes por la noche a
la catequesis para que no interfiriera con el programa de clases
dominicales de mis vecinos. Entonces, mientras Malia asistía a
sus clases dominicales y a los servicios de la Iglesia luterana los
domingos, y a la catequesis en la Iglesia católica los lunes, yo
continuaba mi trabajo como ministra de la Nueva Era. Mi hi-
ja es una persona adulta ahora, es practicante de la fe católica
y está llena de gratitud para con nuestros vecinos, ya que ellos
protegieron su alma de mayores influencias de la Nueva Era y de
la guerra psíquica en la que yo me vería envuelta más tarde.

38
Capítulo VI

El ingreso al mundo psíquico

Cuando recuerdo los años que pasé dentro del movimiento de la


Nueva Era, pienso en puertas abiertas. Por un lado, mi trabajo
como ministra en la Iglesia de la Ciencia Religiosa me abrió las
puertas a docenas de prácticas esotéricas, muchas de las cuales
tuve la oportunidad de explorar profundamente; por otro lado,
estas puertas abiertas se convirtieron en sendas por las cuales
entraron en mi vida espíritus demoníacos.
La mayor parte de las primeras enseñanzas dentro del entre-
namiento recibido para llegar a ser ministra estaba enfocada en
el desarrollo de habilidades psíquicas. Empecé por explorar as-
pectos en apariencia inofensivos de la percepción extrasensorial,
esto es, lectura de la mente, adivinación, etc. Pero entre más
aprendía, más curiosidad sentía de saber lo que el mundo psíqui-
co podía ofrecer. Me inscribí en un programa de enseñanza sobre
el “yo soy”, el cual nos entrenaba para hacer uso del “tercer ojo”.
El “tercer ojo” se refiere al “ojo de la mente” que puede ver en
el mundo espiritual. La marca que las mujeres hindúes llevan en
medio de sus ojos y justo arriba de ellos es el símbolo del “tercer
ojo”.
Trabajando con las técnicas del “tercer ojo”, llegué a conver-
tirme en una excelente clarividente. Un clarividente es alguien
que puede ver el pasado, el presente y el futuro. Esto es dife-
rente a un psíquico clariaudiente, quien obtiene información a
través de lo que oye o un clarisentente, que es una persona que

39
recibe información por lo que siente. Yo recibía la información a
través de visiones, es decir, veía películas que se proyectaban en
mi mente. Cuando alguien se acercaba a mí pidiendo consejería
psíquica, yo podía ver los eventos de su vida pasando delante de
mí y podía saber muchas cosas acerca de estas personas, conocía
asuntos muy personales.
Tener habilidades psíquicas no es lo mismo que poseer los
dones de profecía y de conocimiento que provienen del Espíritu
Santo y de los cuales nos habla san Pablo en el capítulo doce
de la Carta a los Corintios. Las personas que reciben los dones
del Espíritu Santo son ungidas a través de una acción divina y
por voluntad de Dios. El ser humano no puede crear o desarro-
llar estos dones por su cuenta, como si fuera el hacedor de las
cosas. También hay que considerar que las habilidades psíquicas
le abren la puerta a invasiones espirituales que crean confusión
y ansiedad, mientras que los dones del Espíritu Santo brindan
paz.
Cuando llegué a ser muy competente en el área psíquica, es-
tuve en capacidad de ver ángeles y demonios, veía infinidad de
cosas y muchas de ellas ni siquiera las quería ver; después de
todo, los demonios no se te acercan gentilmente para preguntar-
te: “¿Tienes un tiempo para mí ahora?”. Una vez que la puerta
ha sido abierta, ellos te bombardean. Con el tiempo, se me hizo
difícil dormir porque mi mente estaba siempre en movimiento,
no había interrupción, y detener el transcurrir de las imágenes
estaba fuera de mi control. Pregúntale a cualquier persona que
haya trabajado como psíquica, en especial, como clarividente y
todas te dirán lo mismo: “No encuentro paz”. Así es, hay una
batalla espiritual de las almas y cualquiera que esté involucrado
en el ocultismo es consciente de ello.
Al final, yo necesitaba ayuda con desesperación. Los psíqui-
cos suelen decir: “Necesito tener claridad”, y la única solución

40
que se me ocurrió en aquel entonces fue buscar a otros psíquicos,
pero por supuesto eso no tuvo ningún resultado. Así es que, per-
mítanme decirles, si alguna vez se encuentran con una persona
que haya alcanzado este nivel de desarrollo psíquico, por favor
evangelícenla, pregúntenle: “¿Quisieras dejar de ver esas cosas?
¿Quieres liberarte de ese mundo?”. Sucede que en este nivel de
adhesión, ellas han vendido parte de su alma y lo saben muy
bien; no tienen paz, ven dentro del mundo de los demonios y eso
no les gusta (a mí no me gustaba). Esas personas están maduras
para ser evangelizadas. No te avergüences, háblales y diles que
Jesús es el Príncipe de la Paz.
Ahora que he regresado a la fe católica, sé qué era lo que
buscaba, es lo mismo que les he escuchado decir a otras personas
que fueron psíquicas, pero que crecieron en la fe católica y, des-
pués de mucho tiempo, regresaron a ella. De hecho, ellas también
buscaban los dones y los frutos del Espíritu Santo, pero lo esta-
ban haciendo en los lugares equivocados. Ahora, estas personas
pueden dormir en paz por las noches. ¡Alabado sea Dios!

41
Capítulo VII

Las artes de sanación

Mi experiencia en la clínica para el dolor me motivó a profundi-


zar mis conocimientos en el campo de la hipnoterapia, al punto
que llegué a convertirme en una hipnoterapista ericksoniana cer-
tificada, con un interés especial en la regresión a vidas pasadas.
Ésta es una técnica por medio de la cual una persona es guia-
da hacia el pasado para observar experiencias de supuestas vidas
anteriores. El movimiento de la Nueva Era promueve esta terapia
porque, de acuerdo con sus enseñanzas, las personas no logran
hacer manifestaciones de cosas buenas, como salud, dinero, amor,
en sus vidas actuales por la forma como piensan. Su pensamien-
to está moldeado, en parte, por los eventos que les sucedieron
en vidas pasadas, los cuales bloquean su progreso en el presen-
te. Los practicantes de la Nueva Era opinan que estas terapias
retiran esos obstáculos, para que el abundante flujo de energía
divina, que está siempre presente, regrese otra vez al interior de
las personas y fluya en ellas. Una vez que esta energía es recupe-
rada, la persona podrá utilizarla para crear su propia realidad.
La regresión a vidas pasadas le permitirá trabajar con las leyes
del universo e ir más allá del tiempo y del espacio, los cuales des-
pués de todo son sólo una ilusión. Por supuesto, las terapias de
regresión sólo tienen sentido si uno cree en la reencarnación, una
creencia que es fundamental para la filosofía de la Nueva Era. Se-
gún la doctrina de la reencarnación, los seres humanos tenemos
muchas vidas en las cuales podemos alcanzar la iluminación o el
autoconocimiento. De hecho, en cualquier sistema de creencias

42
en el que la persona debe actuar como su propio salvador, con
seguridad será necesaria ¡más de una vida!
Ahora entiendo que las experiencias de vidas pasadas que al-
guna vez induje fueron o bien imaginarias, o extraídas de expe-
riencias vividas en momentos anteriores de la vida del paciente.
En algunas de ellas pudo estar involucrada la acción de las fuerzas
del mal, pero es más probable que no haya sido así. La reencar-
nación, como sabemos por el pasaje de la Carta a los Hebreos
(Hebreos 9, 27), no fue ciertamente un factor determinante.
Sin embargo, no todas las formas de hipnoterapia son peli-
grosas y, en efecto, en muchos casos esta terapia puede cambiar
patrones de conducta destructiva. Lo que la hace riesgosa es el
hecho de que la persona que se encuentra bajo hipnosis ha entre-
gado su voluntad y está completamente abierta a la sugestión.
Entonces, es necesario conocer la formación, el sistema de creen-
cias y el entrenamiento que tiene la persona que te ofrece terapias
de hipnosis. Todo tiene que ver con la voluntad, porque cuando
estás en estado de hipnosis, entregas tu voluntad y quedas en un
estado de absoluta vulnerabilidad que te predispone a cualquier
influencia que el terapista utilice en su labor. Para mí, perso-
nalmente, esta terapia es un recipiente lleno de gusanos del cual
prefiero mantenerme apartada.
Otro sistema de sanación psíquica en el que estuve involu-
crada es el Reiki, el cual es un método de sanación a través de
la transmisión y activación de la energía espiritual de la perso-
na. Esta terapia se parece de alguna manera a la imposición de
manos cristiana, pero es engañosa. El simbolismo del Reiki es-
tá profundamente influenciado por tradiciones budistas y, en su
práctica, guías espirituales invisibles, que en realidad son espíri-
tus demoníacos, son invocados de forma específica por su nombre
para que confieran sus poderes de sanación. El Reiki es también
profundamente esotérico y para poder practicarlo se requiere de

43
un aprendizaje personal al lado de un maestro sanador, título
que eventualmente llegué a tener. Por otra parte, está prohibido
poner sus leyes por escrito.
Hace veinticinco años el Reiki era una práctica bastante ra-
ra, pero a través de los años se ha abierto camino en lugares
sorprendentes. Algunos de los más reconocidos y costosos spas,
en lugares como Palm Springs, ofrecen tratamientos de Reiki. He
visto folletos que lo describen como una mezcla oriental de los
masajes sueco y shiatsu, pero esto está lejos de la verdad. Tam-
bién tengo conocimiento de varios lugares en los cuales religiosas
católicas han aprendido Reiki y lo ofrecen como una alternativa a
las terapias convencionales de sanación. Pero, créanme, los espí-
ritus guías del Reiki no son compatibles con el Espíritu Santo. Si
un cristiano bien intencionado reemplaza los símbolos del Reiki
con símbolos cristianos e invoca el nombre de Jesús, dejaría de
ser Reiki y sería sanación carismática, la cual es una práctica
completamente diferente.
Entre los más reconocidos maestros de la sanación de la Nue-
va Era, haciendo uso de guías espirituales, está Bárbara Brennan,
autora de Hands of Light (Manos de luz) y fundadora de la Es-
cuela de Sanación de Bárbara Brennan, que ahora está localizada
en Boca Raton, Florida. Ella es una ex científica de la NASA y
no llama a su sistema de sanación Reiki, pero el contenido de
sus enseñanzas es similar. Yo perfeccioné mis habilidades en su
instituto. Tal como la señora Brennan lo admite, sus ideas fue-
ron extraídas de la comunicación directa con un espíritu guía
llamado Heyoan. Las canalizaciones que ella realiza con tal enti-
dad son publicadas palabra por palabra y en forma regular por
su instituto, y son ofrecidas al mundo como expresiones de sa-
biduría divina. A esto me refiero cuando hablo acerca del papel
que desempeñan los demonios en la práctica del Reiki y en otras
prácticas de sanación psíquica que utilizan espíritus guías.

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Como practicante, yo tuve mi propio espíritu guía. Años más
tarde, confesé ante un sacerdote con lujo de detalles mis experien-
cias en el ocultismo. Este ministro de Dios tenía un don especial
para trabajar con personas practicantes de la Nueva Era que
retornaban a la fe. Cuando mencioné el Reiki, el padre Philip
Pavich sabía acerca de las fuerzas de las que yo estaba hablando.
En efecto, él conocía el nombre de Heyoan y de otros espíritus
que están relacionados con el Reiki. Este sacerdote sabía que He-
yoan y sus secuaces eran adversarios del Espíritu Santo y estuvo
en capacidad de liberarme de ellos.

45
Capítulo VIII

Enseñanzas del Cristo Interno

Otro lugar en el que estudié se llamaba Enseñanzas del Cristo


Interno y en aquel tiempo tenía su sede en la ciudad de Lemon
Grove, cerca de San Diego. Este grupo enseña que el Jesús his-
tórico fue un “maestro ascendido”, un ser iluminado, miembro
de un grupo de seres celestiales e inmortales llamado la gran
hermandad blanca. Este consejo omnisciente ayuda a los limi-
tados seres humanos a conseguir niveles elevados de conciencia
y los poderes psíquicos que están relacionados con ellos. Dentro
de esta cosmología, “Cristo” significa “Cristo Conciencia”, que
es un estado de conciencia que toda persona tiene el potencial
de alcanzar, si observa las leyes de autoconocimiento que la gran
hermandad blanca ha puesto en marcha. Sus seguidores no se
consideran de la Nueva Era. Están más asociados a la antigua
tradición del espiritualismo. Por ejemplo, ellos hacen sesiones de
espiritismo en las que invocan a los espíritus de los muertos y les
consultan acerca de la vida en el otro mundo. Nosotros también
estábamos entrenados para hacerlo, y yo llegué a ser muy buena
en ello, porque como clarividente ya había desarrollado la capa-
cidad de ver espíritus y aunque no había sido entrenada como
clariaudiente, también podía escucharlos. Mi instructora, la doc-
tora Ann Makeever, cofundadora de las Enseñanzas del Cristo
Interno, era bastante experta y tenía casi todas las habilidades
del ocultismo; ella afirmaba que podía ver, oír, sentir y oler la
presencia de espíritus.

46
Con frecuencia, las personas asistían a nuestras sesiones de es-
piritismo para contactar a sus seres queridos que habían muerto.
Pero en realidad no era a ellos a quienes veían. La verdad es que
estaban invocando demonios sin siquiera saberlo, y éstos hacían
cualquier papel que se les solicitara, ya fueran familiares, guías
espirituales, personas conocidas, etc. La Iglesia católica llama a
esto necromancia y puedes consultar el tema en el Catecismo de
la Iglesia Católica (número 2116), así como en el libro del Deu-
teronomio, capítulo 18, versículo 11. Estos textos prohíben, de
manera específica, a los cristianos la práctica de la necromancia.
En aquel entonces yo no tenía idea de que aquello que prac-
ticaban los seguidores de las Enseñanzas del Cristo Interno era
demoníaco. Sus cursos abarcaban una serie de temas relaciona-
dos con la iluminación, los cuales adquirían perfecto sentido una
vez que el primer mandamiento había sido dejado de lado. Nos
enseñnaron que Jesús y otro maestro ascendido de la India lla-
mado Babaji habían traído mensajes de paz y armonía interna
al mundo, a través de la doctora Makeever y sus seguidores. Yo
fui engañada por esto, así como lo fueron muchos otros.
Algunos personajes de Hollywood venían con frecuencia a
participar en nuestros programas semanales en el centro de las
Enseñanzas del Cristo Interno. Recuerdo que los actores y el
equipo de filmación de la serie de televisión El crucero del amor
asistían a algunas de nuestras sesiones espiritistas. Durante esas
sesiones, colocábamos nuestros dedos en el borde de la mesa,
alrededor de la cual había varias personas, y luego invocábamos
al maestro ascendido, quien empezaba a levantar y balancear la
mesa. Llamábamos a esto “el balanceo de la mesa”. Hacíamos lo
mismo con las sillas y con otros muebles. Estas demostraciones
parecían validar las enseñanzas metafísicas del grupo, las cuales
son enteramente incompatibles con las enseñanzas de la Iglesia.
Incluso investigadores de la NASA vinieron a fotografiarnos y,
más adelante, publicaron una fotografía de una mesa cuando

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es taba siendo levantada. En esa imagen, las patas de la mesa
aparecen como cuatro rayos de luz brillantes, que supuestamente
eran rayos de energía.
De manera regular, la Dra. Makeever organizaba grandes
eventos en el templo masónico de San Diego y nosotros nos encar-
gábamos de publicitar estas reuniones, pasando la información
de boca en boca dentro de la comunidad de la Nueva Era, las
Iglesias fundamentadas en la ciencia de la mente y otros grupos.
La gente venía de todas partes del sur de California, incluyendo
un gran número de celebridades de Hollywood. Sesiones espiri-
tistas y demostraciones de “el balanceo de la mesa” con más
de quinientos espectadores tenían lugar durante horas. Todo el
mundo en el templo pensaba: “¡Caramba, aquí tenemos una ge-
nuina conexión con el mundo espiritual!”, pero por desgracia la
conexión era con los aliados de Lucifer, el máximo ángel de la
oscuridad, quien adora posar como un ángel de luz.

48
Capítulo IX

Visiones de los maestros

Sería sorprendente si mi vida dentro de la Nueva Era no hubiera


incluido ritos de iniciación con algún gurú de la India. Después de
todo, parte de mi plan original era viajar a la India para buscar
un maestro. Pero aun sin esta travesía, en los años ochenta era
difícil evitar la presencia de guías, provenientes de Oriente, que
te ofrecían llevarte a la iluminación, de manera especial en el sur
de California. Y esto es aún así en este lugar.
Yo hice mi iniciación con varios maestros. Durante la inicia-
ción, un maestro espiritual por lo general le entrega a su estu-
diante un mantra, el cual consiste en una serie de palabras o
letras del sánscrito que el estudiante debe repetir en meditación
para poder alcanzar estados elevados de conciencia. Luego, ha-
ciendo uso de la mirada o del tacto, el maestro despierta energía
en el estudiante, la cual, con el tiempo y la disciplina, promueve
el viaje hacia el autoconocimiento. Se han hecho comparaciones
con la tradición cristiana del bautismo, en particular en el caso
de Jesús y Juan el Bautista. Pero una vez más, las similitudes
son engañosas por la simple razón de que el dios que está detrás
de la iniciación del gurú es el mismo gurú.
Fui iniciada por un reconocido personaje llamado Sant Tha-
kar Singh, un maestro Sikh procedente del Himalaya quien, en
ese momento, vivía en los Estados Unidos. En el mundo de los
gurús, el linaje es algo muy importante, y el de Thakar Singh
es bastante antiguo, pues en su época más reciente pasa por dos

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muy conocidos maestros hindúes: Kirpal Singh y el maestro que
lo precedió Sawan Singh. Los iniciados dentro de estos linajes re-
portan tene muchas experiencias diferentes, incluyendo visiones
muy fuertes. En mi caso, al toque de Thakar Singh, sus propios
maestros, Kirpal Singh y Sawan Singh, los dos muertos hacía
mucho tiempo, aparecieron ante mí. Los vi en la habitación con
nosotros, observando el evento con aprobación. Interpreté esto
como un signo de aceptación.
Esa noche, después de regresar a casa y haberme ido a la ca-
ma, escuché que tocaban la puerta y el ruido me despertó de un
sueño ligero. Permanecí recostada pensando quién podría estar
tocando a esa hora, parecía algo muy extraño. Salí de la cama,
me puse la bata y bajé las escaleras, las cuales daban a la puer-
ta principal; en ese momento, la puerta se abrió con suavidad y
Thakar Singh, quien me había iniciado hacía unas horas, entró
a mi casa junto con Sawan Singh, quien apareció con su larga
barba blanca y sonriendo con benevolencia. Estas dos formas
fantasmales subieron las escaleras, me siguieron al dormitorio y
allí me presentaron una visión de luces y sonidos. Mientras ya-
cía en la cama en la oscura habitación, con las dos figuras con
turbantes paradas cerca de mí, fui sumergida en la música celes-
tial más hermosa que alguien pueda imaginar, y me mostraban
coloridas visiones de grandeza y belleza. Sin pronunciar palabra
alguna, mis maestros me transmitían lo siguiente: “Aquí tienes
un regalo para ti, nuestra más bienvenida discípula”
Yo relaciono este hecho con una experiencia que tuve más
adelante, en la sede principal de la Iglesia de Elizabeth Clare
Prophet, llamada Summit Lighthouse (El faro en la cima), que
en ese entonces se encontraba en Malibú. Prophet es otra maestra
que canaliza mensajes de la gran hermandad blanca. Yo parti-
cipé en varios de sus programas antes de que su organización
se trasladara a Montana, donde ella vive ahora. En ese día en
particular, estaba en camino al monte Shasta, un pico volcánico

50
cubierto de nieve que está al norte de California y es considerado
por muchos el hogar de otro maestro ascendido: Saint Germain.
Decidí, entonces, parar en Malibú para obtener más información
acerca de mi destino.
Ésta fue mi primera visita a Summit Lighthouse y, para ese
momento, todos esos maestros y hermandades eran aún nuevos
para mí. Mientras caminaba a través de la iglesia vacía, me sen-
tí fuertemente atraída hacia un icono que colgaba de la pared
y que era el retrato de El Morya, el maestro ascendido con el
cual Elizabeth Clare Prophet está más identificada. Se dice que
El Morya tiene su sede en Darjeeling, India, y que ha tomado
forma humana naciendo como Abrahán, Melchor, el rey Artu-
ro, Thomas Becket, Thomas More y otras cuantas respetables
figuras históricas.
Mientras miraba fijamente su retrato, la forma de El Morya
literalmente saltó fuera del cuadro y cayó a unos pocos metros
frente a mí. No sentí ningún temor pero, de manera espontánea,
caí de rodillas en postura de sumisión. En ese momento, sentí
que él debía ser mi salvador. Era consciente del poder que tenía
sobre mí y, como resultado de esta sensación, prometí seguirlo.
En los meses siguientes, leí todo lo relacionado con él que pude
conseguir y construí para él un lugar en mi panteón, el cual crecía
de manera gradual.

51
Capítulo X

Los espíritus del lago

Una característica común de la Nueva Era son los retiros espiri-


tuales. Estos retiros son uno de los métodos más populares por
los cuales los maestros de la Nueva Era llegan a sus estudian-
tes de forma directa. Algunos grupos tienen sus propios centros
y a ellos acuden las personas con el fin de estudiar al lado de
una autoridad en particular. Con mayor frecuencia, un centro
de retiros acoge maestros provenientes de diferentes escuelas y
desarrolla un programa que incluye sesiones de un fin de semana
y de semanas completas, a través de todo el año. Los centros de
retiros populares más conocidos son el Instituto Omega en Nue-
va York, Questhaven en el sur de California, Esalen en Big Sur
y Hollyhock en Canadá. Comunidades como Sedona y Arizona
tienen una próspera industria de retiros espirituales de la Nueva
Era.
Yo pasé gran parte de muchos veranos como residente de un
conocido centro de retiros situado en el área rural del noreste
del país. Acostumbraba ir allí por un mes o por seis semanas y
me inscribía en todos los talleres y seminarios que ellos ofrecían.
Este centro era uno de los más prestigiosos del país y, en cierta
forma, brindaba un programa intensivo en ciencias de la Nueva
Era, que duraba un año y conducía a la obtención de un título.
Chamanismo, yoga, técnicas corporales de sanación y meditación
eran parte de la oferta.
En este instituto hay un hermoso lago, el cual tiene una his-

52
toria, de hecho toda la propiedad tiene una historia. En el lugar
sube mucho la temperatura durante el verano, por lo cual mu-
chos de los participantes del retiro se dirigen al lago, en algún
momento, para nadar. Un día que era especialmente cálido, me
fui al lago con el resto del grupo y me senté sola por algunos
minutos en la arenosa playa para ordenar mis pensamientos. De
un momento a otro, tuve la sensación de que algo andaba mal.
Sentí que había algo muy extrañó y prohibido acerca de ese lago,
a pesar de que era un día calmado y soleado y todos estaban
divirtiéndose. Había tanta gente disfrutando del agua fría y del
aire de las montañas, y jugando al aire libre después de una ma-
ñana de talleres, que concluí que mis sentimientos debían estar
equivocados.
El lago tenía una plataforma anclada en aguas profundas, a
la cual llegaban las personas nadando para tomar el sol y lanzar-
se al agua desde allí. Me puse el vestido de baño, salté al agua y
nadé hacia la plataforma. Cuando llegué al lugar, la oscura emo-
ción que había sentido me invadió por completo. Salí del agua y,
sentada sobre la plataforma en la mitad del lago, rodeada por el
resto de alegres bañistas, empecé a llorar de forma incontrolable.
No podía parar, sabía que algo estaba muy mal y seguí llorando
sin detenerme; luego pensé: “¿Cómo voy a regresar a la orilla?”.
Era como si hubiera estado literalmente nadando a través de es-
píritus, era sobrecogedor y escalofriante. Sentí como si estuviera
nadando en sangre y ésta era tan espesa que no podía soportarlo.
Después de regresar a la playa, me bañé, me vestí y fui a
comer. Estando en el café, me acerqué al director del centro, un
muy conocido autor y maestro en el área de la medicina alterna-
tiva, y le pregunté: “Dr., ¿qué sabe usted acerca de la historia de
esta tierra y de este lago? ¿Pasó algo aquí?”. Él dio la vuelta y me
miró a los ojos. Creo que no habíamos hablado nunca antes. Lue-
go dijo: “¿Qué sabes?”. Yo le respondí: “Esta tarde nadé desde
el muelle hasta la plataforma y, mientras me desplazaba, empecé

53
a llorar y no podía dejar de hacerlo. Sentía que estaba nadan-
do en sangre y pude sentir la presencia de espíritus, ¡muchos de
ellos!”. “¿Cómo te llamas?”, me preguntó. Cuando respondí, hizo
una pausa y luego contestó. “Bien Moira, hay algo acerca de este
lago y te diré lo que es. Esta área fue colonizada por blancos.
Originalmente esta tierra era el hogar de verano de los nativos,
quienes acostumbraban acampar a lo largo de sus playas. Este
lugar era su fuente de pesca, de agua y medicinas, y ellos vivían
a lo largo de la playa donde nosotros estamos ahora. Cuando los
colonos llegaron por las montañas y quisieron tomar posesión de
las tierras, no pidieron permiso para hacerlo. Ellos los atacaron
y hubo una sangrienta masacre, mataron a todos los indígenas,
hombres, mujeres y niños, y no se tomaron la molestia de enterrar
los cuerpos, sino que simplemente los lanzaron al lago”.
Y ahora, este doctor, que era el médico que estaba a cargo de
este gran centro de la Nueva Era, supuestamente una autoridad
en asuntos espirituales, actuaba como si allí acabara todo: “¡Esto
es lo que paso aquí, así son las cosas!”, eso fue lo que dijo, como
no pudiera hacerse nada más al respecto. Nadie ha realizado un
ministerio de liberación en este lugar. Dentro de la Nueva Era,
ellos no entienden el significado de liberación. Lo máximo que
hacen en esos casos, es una ceremonia con cristales y cánticos,
pero lo que se necesita es una misa de sanación por esas tie-
rras, y hay sacerdotes que tienen experiencia en el ministerio de
liberación.

54
Capítulo XI

La primera señal en el camino

No tengo duda de que fue la Santísima Virgen quien me guió para


que yo pudiera salir de la ansiedad, la confusión y la oscuridad
de la Nueva Era. Ella colocó a lo largo de mi camino una serie
de pequeñas señales, y yo las seguí sin saber hacia dónde me
conducían o sin siquiera sospechar que estaba siendo guiada por
alguien. La primera señal que recuerdo apareció una mañana
durante la pausa matutina de un taller de la Nueva Era en Hawai.
Había pasado más de una década desde mi mudanza a Ca-
lifornia y estaba practicando la regresión a vidas pasadas con
mis clientes de hipnoterapia. También estaba interesada en un
campo terapéutico recién surgido llamado programación neuro-
lingüística, NLP por sus siglas en inglés. Se trata de una forma
de modificación de la conducta que ha sido popularizada, entre
otros, por Anthony Robbins, de quien probablemente hayas escu-
chado hablar. Robbins es uno de los oradores motivacionales más
solicitados en los Estados Unidos. Puedes verlo en los comerciales
de los canales de televisión por cable, en anuncios publicitarios
de librerías y también en algunas películas. Su reputación llega
hasta algunas de las corporaciones más grandes del país, incluida
la Casa Blanca. La programación neurolingüística de Robbins es,
en efecto, una hipnoterapia extremadamente avanzada; el pensa-
miento básico de su movimiento es: “Cambia tu estado, cambia
tus pensamientos, transforma tu mente, tu vida, obtén lo que
quieres”.

55
Un doctor en Maui, Hawaii, quien era un experto en hipnote-
rapia de Erickson y un consultor del grupo de Anthony Robbins,
ofrecía un curso intensivo de terapia de regresión a vidas pasa-
das, incorporando técnicas ericksonianas y haciendo uso de la
programación neurolingüística. Atraída por el tema, me inscribí
en este programa y con el fin de llevarlo a cabo regresé a Hawaii
por un corto tiempo, sin sospechar el giro que habría de tomar
mi vida.
Una mañana, mientras hacíamos una pausa entre las sesio-
nes, tomé una copia del New Age Journal, que se encontraba
en una mesa cercana. En aquel entonces, esta revista era la de
mayor circulación dentro de las publicaciones de la Nueva Era
en los Estados. Allí encontré un artículo escrito por una de las
personalidades más reconocidas del movimiento, llamada Sondra
Ray. Ella describía una experiencia que había tenido, mientras
viajaba a la India para conocer a su gurú, Babaji, a quien ella
describía como un “inmortalista”. Esto significa que se trata de
una persona que vuelve a nacer en diferentes momentos de la
historia, sin que tenga lugar una procreación humana. Él simple-
mente aparece en una cueva en la India. Este tipo de historias
siempre nos han fascinado: una americana que pudo ir y realmen-
te encontrarse con un hombre en una cueva en la India, quien es
inmortal y hace poco ha reencarnado por vigésima vez, alguien
que no tiene padres, y todo esto con las montañas del Himalaya
alzándose imponentes alrededor.
La señora Ray informaba que, mientras esperaba en el aero-
puerto de Heathrow en Londres para hacer su conexión a Nueva
Delhi, leyó por casualidad una historia acerca de las apariciones
de la Virgen María en Medjugorje, Yugoslavia. De inmediato,
sintió un deseo incontrolable de ir a ver de qué se trataba to-
do eso. Entonces cambió su itinerario con rapidez e hizo arreglos
para hacer escala en Yugoslavia, dentro de su ruta hacia la India.

56
Ésta fue la primera vez que pensé seriamente acerca del sig-
nificado de las apariciones de Nuestra Señora en tiempos moder-
nos. Era el año 1991 y me cautivaba la idea de que esta mujer
de mentalidad progresista, que no había sido educada en la fe
católica, ni siquiera en la cristiana, hubiera volado hasta Yugos-
lavia y allí se desplazara por tierra hasta llegar a la iglesia de San
Santiago, en Medjugorje. De acuerdo con el artículo, ella estaba
parada fuera del templo, cuando un sacerdote la invitó a pasar
al segundo piso para que observara a los jóvenes visionarios. La
autora daba una completa descripción de lo que vio allí. No vio
a Nuestra Señora, pues explicaba que sólo los jóvenes la podían
ver; sin embargo, relataba que sintió fuertemente la presencia de
la Virgen María. La señora Ray no experimentó una conversión,
pero su artículo era fascinante.
Lo desafortunado de este artículo era el relato de lo que suce-
dió después de la visita a Medjugorje. Esta mujer viajó a la India,
a Australia y a Nueva Zelanda. Cuando regresó a los Estados
Unidos y volvió a establecerse en su hogar, llegó a la conclusión
de que Nuestra Señora debía ser una diosa. Ella escribió: “La
Virgen María es la diosa del cielo que desciende para conocer a
la diosa Tierra”.
Conforme leía esto, de alguna forma supe que esa afirma-
ción era incorrecta. El artículo fue muy convincente y me llegó
al corazón pero yo sabía, aun habiendo sido adoctrinada en la
Nueva Era, que la Santísima Virgen no era una diosa. Gracias
una vez más a ustedes, hermanas del Sagrado Corazón, porque
parte de la verdad logró penetrar en mí. ¡Alabado sea Dios por
las enseñanzas que recibí de ustedes!
Posteriormente, Sondra Ray escribió libros acerca del “fenó-
meno de la diosa” y organizó una serie de talleres al respecto, que
han sido impartidos en todo el país. A partir de estos eventos,
surgió un enorme y falso movimiento mariano. El Wall Street

57
Journal, por ejemplo, cubrió una conferencia mariana en Monta-
na, que tuvo lugar en la iglesia Summit Lighthouse de Elizabeth
Clare Prophet. Allí, ellos se atribuyeron el hecho de haber “cana-
lizado” a la Virgen María. Más de cinco mil personas asistieron
a esa conferencia. Por desgracia, talleres acerca de la “diosa” son
aún ofrecidos en casas de retiros de monjes dominicos y benedic-
tinos. Como ven, Satanás imita y remeda burlonamente todo lo
que pertenece a nuestra fe católica.
Así pues, cuando leí las palabras de Sondra Ray, sabía que
Nuestra Señora no era una diosa; que ella no era como Artemisa,
la diosa pagana que era adorada por los efesios en tiempos de san
Pablo. En lo profundo de mi ser, yo sabía que ella era la Madre
de Jesús, una mujer judía de carne y hueso que vivió hace dos
mil años y caminó por este mundo. Conmovida y confundida al
mismo tiempo, tuve que dejar el taller. Me fui a la playa para dar
una larga y solitaria caminata y allí me sentí inspirada para hacer
una sincera oración en mi corazón. Dije: “¡Oh Dios! Si la Madre
de Jesús se está apareciendo en alguna parte, sé que ella no es
una diosa y sé que esta revista está equivocada. ¿Podrías, por
favor, mostrarme la verdad?”. Mi oración iba a ser respondida
a medida que la Virgen María me guiaba pacientemente en el
camino de regreso al jardín de la fe.

58
Capítulo XII

Dos señales más

Poco después de mi regreso a California, apareció otra señal. En


los estantes de un supermercado estaba la revista Life del mes de
julio del año 1991, y en la portada aparecía la fotografía de una
estatua de Nuestra Señora; al lado de la imagen, en letras grue-
sas y contrastantes, se leía la pregunta: “¿Crees en milagros?”. El
primer temor que tuve al ver esto fue que la revista Life hubiera
aceptado la idea de que la Virgen María era una diosa celestial
que había descendido a la tierra. Tomé una copia y, para mi
alivio, advertí que los reporteros tenían una historia diferente
que contar. El artículo enumeraba todos los lugares alrededor
del mundo donde la Santísima Virgen se había aparecido recien-
temente, y los milagros contemporáneos que se le atribuían, los
cuales eran bastantes.
Leí cada palabra del artículo y me dije: “¡Debo ir a Yugosla-
via!”. Asuntos financieros, el cuidado de mi niña y otras cuestio-
nes familiares hacían el viaje casi imposible, pero esos obstáculos
podían ser superados. Yo aún creía que podía crear las circuns-
tancias necesarias para el viaje, y empecé a hacer mi mejor ora-
ción de manifestación. Estaba determinada a hacer realidad este
viaje, que sólo existía en mi mente, a través del poder de mi
propia voluntad. Oré de esta manera con mucha intensidad, no
se me ocurrió que podía orar con fe en Dios, que podía rezar el
Rosario y que el Espíritu Santo me guiaría a donde debía ir.
Mientras esperaba que se materializara el viaje a Medjugorje,

59
descubrí otra señal. Todos los domingos en la tarde, una de las
señoras seguidoras de las Enseñanzas del Cristo Interno realizaba
sesiones de espiritismo en su sede de Lemon Grove. Era una
manera de atraer personas a la comunidad, y muchos domingos
yo estuve allí alrededor de la mesa que hacíamos mover a través
de la invocación de espíritus.
En esas ocasiones, invocábamos a los maestros ascendidos y,
entonces, llegaban diferentes espíritus a través de nosotras. Ellos
mostraban su presencia moviendo objetos que se encontraban
alrededor y, en ocasiones, algunos pianos fueron literalmente le-
vantados del suelo delante de nosotros y transportados a lo largo
de la habitación. Personas de todas partes venían para atestiguar
esto y participar en estas tardes de necromancia.
Una tarde, mientras tenía las manos sobre la mesa y espera-
ba la entrada de algún espíritu guía o de un maestro ascendido,
sentí la inconfundible presencia de algo completamente diferente,
algo cerca de mí que era muy hermoso y angelical; algo mara-
villoso. De inmediato, retiré mis manos de la mesa y no pude
volver a extenderlas sobre ella. Era como si estuvieran atadas
a mi cuerpo. Después de un momento, me levante y salí de la
habitación. Estando a solas afuera, pregunté: “¿Qué es esto? Di-
ganme qué está pasando”. Una voz interior me contestó: “¡Soy
la Reina de la Paz!”. Jamás había escuchado la expresión “Reina
de la Paz”, pero sabía sin lugar a dudas que se trataba de la
Santísima Virgen. El deseo de conocerla, de aprender acerca de
su inmaculado corazón, estaba empezando a germinar en mí y,
entonces, respondí: “¡Nunca regresaré a ese lugar!”.
Mi progreso hacia la conversión empezó a avanzar a un ritmo
más acelerado después de esta experiencia. Estaba empezando
a comprender que había algo equivocado en el camino que es-
taba siguiendo. Ya no debía practicar sesiones de espiritismo ni
invocar maestros ascendidos. La Santísima Virgen me había sa-

60
cado de esa mesa y de ese centro de aprendizaje. Ella me estaba
conduciendo hacia su Hijo Jesús.

61
Capítulo XIII

La medalla milagrosa

Semanas después de la última experiencia que tuve con la mesa


que se movía debido a la invocación de espíritus, mi abuela falleció.
Regresé al área de Seattle para su funeral y, días después, todas
las cosas de su grande y antigua casa fueron embaladas y sacadas
de allí.
La noche anterior a mi vuelo de regreso a San Diego, mi madre
y yo hicimos un último recorrido a través de la casa vacía. Cuando
di una última mirada al dormitorio de mi abuela, advertí una joya
que brillaba abandonada sobre una repisa. Pensé: “¡Qué extraño!
¿Cómo pude haber olvidado esto?”. Todas las antigüedades, los
libros y demás cosas habían sido removidos del lugar, pero esta
joya se había quedado allí y quizá era la única pertenencia de mi
abuela que aún quedaba en toda la casa.
Caminé hacia la repisa y recogí el collar, lo sostuve cerca de
mis ojos y lo miré con cuidado. Suspendida de una delicada cadena
había una medalla de oro de forma ovalada que tenía una pequeña
escritura a su alrededor. En el centro había una hermosa imagen
de la Santísima Virgen con los brazos abiertos. En ese momento,
yo no sabía que se trataba de la medalla milagrosa, sólo sabía que
mi abuela siempre la había usado. Yo la extrañaba mucho y me
dije: “Si esto era importante para ella, también es importante para
mí. Recordaré a mi abuela cada vez que la use”. Se me ocurrió que
esto podría ser el objeto más valioso que ella me había dejado.
Y así fue, pues muchas cosas pasarían después por causa de esta
medalla. Me la coloqué esa misma noche y, desde entonces, la he
usado siempre hasta el día de hoy.

62
Capítulo XIV

El cristal y el Rosario

Un lunes, al caer la tarde, pocas semanas después de mi última


sesión de espiritismo alrededor de una mesa, mientras llevaba a
mi hija Malia a sus clases de catequesis, observé un hermoso cua-
dro de la población de Medjugorje, que estaba colocado afuera
del despacho parroquial. Entré y pregunté si alguien de la comu-
nidad estaba planeando ir allá. La recepcionista respondió: “Una
de las religiosas acaba de llevar a un grupo de personas de nuestra
parroquia a ese lugar”, y me dio el nombre de la hermana. Más
tarde, esa misma noche, la llamé y ella sólo me dio una pequeña
información, estaba renuente a decirme algo más. Yo me sentía
lo suficientemente intimidada como para seguir molestándola, de
manera especial por el hecho de no ser una católica practicante.
A pesar de que estaba deseosa de saber más, no sabía a dónde ir
ó a quién preguntar.
Unas semanas más tarde, una amiga, quien era ministra de
la Nueva Era, me llamó y me dijo que encendiera la televisión.
Me dijo: “En el show de Joan Rivers se están presentando unos
sacerdotes1 y están hablando acerca de Medjugorje. Están mos-
trando unas camándulas que siendo de plata se transformaron
en oro. Hay una señora de Arizona que está con ellos y asegu-
ra canalizar a la Virgen María. Recuerdo que estabas hablando
de esos temas católicos y quise avisarte. Realmente deberías ver
esto”.
1
Los invitados eran el padre Ken Roberts, el autor Michael Brown y la señora Estella Ruiz.

63
Yo no suelo mirar televisión durante el día y estaba en la
mitad de un día muy ocupado, pero dejé de hacer lo que estaba
haciendo y sintonicé el canal de televisión. Cuando el progra-
ma finalizó llamé a mi amiga y le dije: “¡Caramba! Esto es muy
interesante, tenemos que investigar más, quizá haya un libro so-
bre el tema. En la librería deben saber o pueden orientarnos al
respecto”. La niñera de mi hija estaba allí y escuchó nuestra con-
versación. Entonces comentó: “Mi mamá trabaja en el Centro
Carismático Católico de La Jolla y tal vez pueda ayudarla”. La
chica llamó a su madre y ella nos invitó a La Jolla para que vié-
ramos lo que había. “Tenemos libros y hay varias personas aquí
que han hecho peregrinaciones a Medjugorje”.
A la mañana siguiente, recogí a mi amiga y condujimos hasta
La Jolla. Mientras estábamos en la librería, tomamos un par de
libros, miramos los artículos de joyería e hicimos muchas pregun-
tas. Dijimos: “Queremos saber más acerca de estas apariciones
de la Virgen María. Vimos ese programa fascinante en la televi-
sión y, en verdad, no sabemos nada acerca de ello. ¿Qué puedes
decirnos?”
Una de las mujeres que estaba trabajando allí tuvo una idea:
“Vamos a tener un estudio bíblico aquí el viernes por la noche.
¿Por qué no se reúnen con nosotros?”. Fue justo a tiempo. Ese
viernes, un hombre que recién había regresado de Medjugorje se
dirigió al grupo y comentó que uno de los negativos de su película
fotográfica había producido una foto que mostraba una perfecta
imagen de Nuestra Señora en un blanco nebuloso y con el azul
del cielo al fondo. Explicó que había tomado una fotografía del
paisaje de Medjugorje y que la imagen había aparecido, cuando
la película fue revelada de regreso en California. Tenía copias de
esta foto y nos dio una a cada uno de nosotros. Fue algo muy
inspirador.
Después de que el hombre terminó su exposición, una mujer

64
pasó al frente y empezó a hablar acerca de la Biblia. Nosotras
pensamos: “Bien, estas personas realmente no saben nada acerca
de la Biblia. Nosotras conocemos la historia que hay detrás, las
verdades secretas, las enseñanzas gnósticas, los libros perdidos,
etc”.. En nuestra opinión, era el momento de irnos de allí, pues
no estábamos interesadas. Pensamos que deberíamos ir a la pla-
ya, ver nuestros nuevos libros y consultar a nuestros espíritus
guías. Pero cuando nos apresurábamos a salir del centro caris-
mático, una senora mayor cruzó en dirección contraria, nos miró
sonriente y dijo: “¿Para dónde van? ¿Ya se acabó la reunión?”.
Respondimos: “Ya se acabó para nosotras, sólo vinimos para sa-
ber acerca de Medjugorje. Tenemos esta foto maravillosa, ¿desea
verla? Ahora ellos están empezando los estudios bíblicos y no
estamos interesadas en el tema. Nos dirigimos a la playa para
orar, vamos a hacer una manifestación para que se haga realidad
el viaje a Medjugorje”.
Esta dama, una completa extraña, nos informó: “Ustedes no
necesitan hacer el viaje hasta Medjugorje”. “¿De qué está hablan-
do?”, dijimos, “Por supuesto que sí necesitamos hacerlo. Quere-
mos ver a la Virgen María”. Ella respondió: “Ustedes pueden ir
a Scottsdale en Arizona, a la iglesia de Santa María Goretti”.
Nosotras preguntamos: “¿Dónde queda eso?”, y ella dijo: “Bien,
está cerca de Phoenix, pueden llegar allí en seis horas”. Entonces
pensamos: “Esto suena bien. Ni siquiera tenemos que tomar un
avión”.
Y he aquí que estábamos allí las dos preguntando, por vez
primera, acerca de apariciones de la Virgen María en Scottsdale.
Seguimos preguntando: “¿Quieres decir que ellos están canali-
zando a la Virgen María?”. Como devota católica, la mujer no
estaba segura de lo que queríamos decir con “canalizando”, y res-
pondió: “Bueno... sí, supongo que sí. Nosotros llamamos a esto
locución. Los jueves en la tarde, rezamos el Rosario y luego cele-
bramos la Eucaristía, es entonces cuando la Santísima Virgen se

65
aparece y da un mensaje. Hay una pequeña capilla, muy hermo-
sa, y una cantidad de cosas maravillosas que están sucediendo
allí”. La mujer nos dio el nombre de la iglesia, las indicaciones
para llegar y todo lo que necesitábamos saber. Pensamos: “¡Es-
to es grandioso!” y, después de agradecer a la desconocida, nos
dirigimos a la playa. En ese momento yo no tenía la menor idea
de que esa mujer, Beverly Nelson, quien era una misionera laica
de la orden de la Madre Teresa, tendría una enorme influencia
en mi vida en los años venideros.
Tan pronto llegamos a la playa, nos sentamos en la arena y
sacamos nuestros cristales. Todo buen practicante de la Nueva
Era lleva siempre sus cristales consigo para poder recibir men-
sajes de su “yo” superior, con la ayuda de espíritus guías. Ya sé
que suena extraño el hecho de obtener consejo de una piedra,
pero ésta era la forma como pensábamos en ese entonces. Los
cristales están atados al extremo de una cadena y, cuando están
sostenidos en forma de péndulo, comunican mensajes a través de
la manera como se mueven. Mi amiga sostuvo su cristal y em-
pezó a pedir opinión, pero extrañamente el cristal colgaba sin
hacer ningún movimiento, aun con la brisa del mar. Entonces
ella dijo: “Tu eres mejor que yo en esto, ¿porqué no tratas de
hacer una pregunta?”. Me estiré para alcanzar el péndulo, pero a
la mitad de este movimiento mi mano fue literalmente detenida.
Era como si hubiera una barrera impenetrable entre el péndulo y
yo. Cuando miré hacia abajo para ver qué era lo que bloqueaba
mi mano, observé que una hermosa camándula blanca había sido
colocada en ella. En ese instante, escuché una voz dentro de mí
que decía con claridad: “Sólo el Rosario, reza el Rosario. A través
de la oración todo es respondido”.
No podría llamar a esta experiencia un milagro. Yo aún no
había regresado a la Iglesia, y todavía era clarividente. Seguía
teniendo la capacidad de ver dentro de la esfera psíquica. Pero el
Señor utiliza todas las cosas para nuestro bien y para su gloria.

66
Pues bien, cuando observé mi mano, dije: “¡Oh Dios mío!, nece-
sito rezar el Rosario”. Después miré a mi amiga y le dije: “No
tengo autorización para tocar ese cristal. La Virgen María me
acaba de decir que debo conseguir una camándula; necesito re-
zar el Rosario, y ella responderá mis oraciones. No puedo volver
a utilizar los cristales nunca más, jamás”. Mi amiga sabía que
yo estaba diciendo la verdad. Ella sabía que yo era clarividente
y había tenido pruebas de ello muchas veces. Por eso, se entu-
siasmó mucho. “¿Crees que hagan camándulas con cristales?”,
preguntó en voz alta.

67
Capítulo XV

“Yo soy tu madre”

Había pasado poco más de un mes desde aquel episodio en la


playa, cuando llené un auto con adeptos a la Nueva Era y sali-
mos en dirección a Scottsdale. Estaba tan entusiasmada por lo
que pasó allí, que hice siete viajes más como éste, durante los si-
guientes seis meses. Llevé a docenas de amigos y muchos de ellos
compartían mi entusiasmo. Así de poderoso fue el encuentro con
Nuestra Señora. ¡Fue algo muy hermoso!
Nuestro primer viaje fue planeado como una parada en nues-
tro camino hacia Sedona. Llegamos a la iglesia de Santa María
Goretti justo a tiempo para la misa del jueves por la noche. El
servicio de ese día era una combinación de misa de sanación y
vivencia de la aparición de la Virgen María. Como preparación
para este viaje había decidido ayunar. No había comido durante
24 horas y había orado a Jesús y a María para que me ayudaran
a ser receptiva. Cuando entramos a la iglesia, ya no quedaban
asientos disponibles. El Rosario estaba empezando, mis amigos
dieron una mirada y decidieron que eso no era para ellos. Enton-
ces volvieron a salir, mientras yo tomaba las escaleras hacia el
balcón, donde encontré un asiento.
Cuando miré a la congregación, no advertí nada especial acer-
ca de las nueve jóvenes que estaban sentadas en la fila del frente,
pero cuando rezaron el Rosario, durante el tercer misterio, una
de las mujeres allí sentadas tuvo una locución, pues era una de las
videntes. Ella no comunicó el mensaje a nadie en ese momento,

68
pero podías verla escribiendo. Luego, durante la homilía (debo
aclarar que yo no entendí estas cosas hasta después de varios
viajes a este lugar), el sacerdote también recibió mensajes de la
Virgen María. Muchos de ellos fueron más tarde publicados en
una serie de libros llamada Soy tu Jesús de la Misericordia; creo
que se pueden conseguir más de una docena de estos libros.
Justo después de la homilía, el sacerdote, el padre Jack Spaul-
ding, se aproximó al altar, inclinó la cabeza, cerró los ojos y se
llenó de una profunda calma. Entonces empezó a pronunciar pa-
labras que no eran suyas, palabras que parecían provenir direc-
tamente de la Virgen María. Él dijo:

Mis queridos hijitos, ¡alabado sea Jesús! Yo soy su madre de gozo y


deseo que vivan en paz en el mundo, pero la paz no existe porque hay
división. Hay división debido al conflicto en el que se encuentran los
valores de este mundo. Mis pequeños, pequeños hijos, no cambien los
principios del Evangelio que deben seguir, con el fin de satisfacer las
necesidades de otros. Nunca se desvíen de la verdad de la Palabra de
Él. Ustedes no le agradan cuando ponen en peligro su libertad por
llevar formas engañosas de vida. El único camino hacia la libertad
es vivir la verdad descrita por mi Hijo. Él les ha dado su Palabra.
Ustedes no pueden cambiar sus palabras, vivir una vida deshonesta
y esperar ver la paz. Sólo hay un camino, y ese camino es el que ha
trazado mi Hijo con su Palabra en el Evangelio. Él es su Dios y sólo
hay un Dios. Ruego con ustedes para que se aferren con firmeza a su
Palabra, para que no se desvíen, para que mantengan una postura
firme respecto a la verdad o, de lo contrario, sufrirán terriblemen-
te en manos del hombre. Yo los amo, mis pequeños, y los bendigo.
Deseo que sean libres y felices. Ustedes deben regresar a Dios y a la
verdad de su Palabra. Matanzas en todas sus formas, avaricia, abu-
sos, egoísmo, cólera, maldad, deshonestidad, adulterio y escándalos
sexuales, pecados cometidos por niños, mujeres y hombres son vicios
que los privan de su libertad. Reconcíliense de sus pecados y vivan
en la verdad de Él. Gracias por responder a mi llamado. Ad Deum.

69
Esa primera noche, yo estaba profundamente confundida por
lo que había visto y escuchado. Había venido desde San Diego
para ver a Nuestra Señora y para tener una experiencia directa
de su presencia, y ahora veía a este sacerdote haciendo algo si-
milar a lo que se denomina canalización dentro de la Nueva Era.
Estaba molesta y confundida y me dije: “¿Qué está haciendo este
sacerdote? No lo entiendo. ¿Acaso la Nueva Era sé ha infiltrado
en la Iglesia católica de esta manera? Me daría igual seguir con
las personas de la Nueve Era”.
Estaba tan sorprendida e impresionada que me paré, cerré
mis ojos y oré dentro de mi corazón: “Señor Jesús, si este sacer-
dote te pertenece, dame una señal; de lo contrario, me iré de esta
iglesia y jamás regresaré”. Entonces abrí mis ojos y justo en ese
instante, sobrepuesta sobre el rostro del padre Spaulding, quien
estaba parado en el altar, vi la imagen del rostro de Jesús en su
pasión. Tenía la corona de espinas sobre su cabeza y estaba go-
teando sangre. Al tiempo escuché una voz interior que me decía:
“Éste es mi hijo, él es mi discípulo. Siéntate, estás en casa”. La
autoridad de esta voz interior era tan fuerte que me senté, no me
pude ir. Permanecí allí durante toda la misa, compartí la Euca-
ristía con una emoción profunda y presencié la sesión de sanación
que vino después. Yo, que había sido una sanadora por muchos
años, fui testigo por primera vez del increíble poder de sanación
del Espíritu Santo, cuando Él está en acción. El impacto de esta
experiencia es superior a lo que puedo expresar con palabras.
Cuando el servicio terminó, supe que necesitaba confesarme
de inmediato, quiero decir, realmente de inmediato. ¡No me ha-
bía confesado desde que tenía quince años! Mientras caminaba
hacia el estacionamiento, vi a alguien que parecía estar muy fa-
miliarizado con el templo y conocer muy bien sus alrededores.
Fui hacia él, un completo desconocido, y le dije: “Discúlpeme,
señor, necesito confesarme ahora mismo. ¿Puede ayudarme a en-
contrar un sacerdote?”. El hombre respondió: “Vaya y mira en

70
la sacristía, es muy probable que el padre aún esté allí”. Yo no
sabía qué era la sacristía o dónde podía estar ese lugar, entonces
caminé deprisa alrededor de la iglesia, buscando por todas partes
y pensando: “Tiene que estar por aquí, en algún lugar. ¡Tengo
que encontrarlo!”
De repente allí estaba el padre Spaulding, saliendo por la
parte posterior del templo y caminando en dirección a su auto.
Cuando estaba a punto de irse, fui hacia él y le dije: “Padre,
necesito confesarme ahora mismo”. “¿Aquí en el estacionamien-
to?”, preguntó él. “Si no le importa...”, dije yo. Muchas personas
pasaban caminando y hablando en grupos, encendían sus vehícu-
los, cerraban las puertas de sus autos y se alejaban del lugar. El
sacerdote probablemente pensó que yo era una mujer católica
de la localidad que necesitaba una confesión rápida por algún
pecado venial. Yo empecé diciendo: “Padre, no recuerdo cómo
empezar. ¿Cómo hago esto?”. El contestó: “Tú sabes, diciendo:
Bendíceme, Padre, porque he pecado. Ha pasado mucho tiem-
po desde mi última confesión”. Yo respondí: “Bendíceme, Padre,
porque he pecado. Han sido veinticinco años desde mí última
confesión”. Al sacerdote se le cayó la mandíbula de asombro. Era
tarde, estaba oscuro y hacía un poco de frío, y nosotros estába-
mos en el estacionamiento, parados cerca de la puerta abierta
de su auto. Había autos que se desplazaban por la calle y otros
que esperaban el cambio de luz del semáforo. El sacerdote no es-
taba preparado para esto, pero podía ver lo ansiosa que estaba,
entonces prosiguió con la confesión.
Durante esa primera confesión de treinta minutos en el esta-
cionamiento, mi viaje de retorno a la fe se despejó por completo.
Ya no habría vuelta atrás en mi proceso de conversión. Cuando
terminamos, agradecí al padre Spaulding y me fui muy entusias-
mada a buscar a mis amigos. El primer lugar en el que los busqué
fue la capilla de la adoración.

71
La capilla de la adoración en la iglesia de Santa María Goretti
es un lugar muy especial. Mis amigos de la Nueva Era habían
llegado hasta allí mientras yo participaba en la misa. Se habían
quedado meditando ante el Santísimo Sacramento por cerca de
cuatro horas. Ellos no sabían nada acerca de la presencia de Je-
sús, sólo sabían que la capilla era un lugar de paz y silencio, y
fueron impactados por la gracia de Dios. Gary, uno de mis ami-
gos, era músico y escuchó la voz de Nuestra Señora. Todas las
melodías que cantó por el resto de la semana, mientras viajá-
bamos de Scottsdale a Sedona y de regreso a California, fueron
cantos de devoción a la Virgen María, y fueron muy hermosos.
En la capilla de la adoración, mientras mis amigos meditaban
en silencio, oré a Nuestra Señora, agradeciéndole y pidiéndole
que me guiara. Permanecimos allí, todos juntos, por más de dos
horas y luego llegó el momento de irnos. Se estaba haciendo tarde
y teníamos un largo viaje por delante. Cuando me preparaba
para salir, me sentí un poco decepcionada. Desde mi llegada a
Scottsdale, no había escuchado directamente la voz de Nuestra
Señora. En la capilla de la adoración había percibido la presencia
de santidad y también había sentido una poderosa atracción por
ese lugar, pues no quería irme. Pero no fue sino hasta el momento
en que abrí la puerta para salir, que escuché con claridad la voz de
Nuestra Señora dentro de mi corazón. Ella simplemente me dijo:
“Yo soy tu madre”. Al sonido de esas palabras rompí en llanto.
Se trataba de una convicción muy profunda y yo le contesté:
“Regresaré”.
Conducimos hasta Sedona esa noche y yo seguía llorando de
alegría y gratitud. Nuestra Señora había llegado hasta mí para
mostrarme cuánto me amaba. Su presencia y su amor nunca
me abandonaron en la jornada que hicimos juntas a través del
extenso y oscuro desierto.

72
Capítulo XVI

El Príncipe de la Paz

Mi amigo Gary, quien nos acompañó en ese primer viaje a Scot-


tsdale, había seguido a un maestro hindú durante quince años.
Habíamos desarrollado una buena amistad debido al mucho tiem-
po que pasamos juntos hablando y aprendiendo acerca de gurús,
de objetos voladores no identificados y otros fenómenos de la
Nueva Era. Pocas semanas después de nuestro viaje, él notó la
medalla milagrosa que yo estaba usando y se sintió fascinado,
pues por largo tiempo yo sólo había usado cristales. Él también
había llevado siempre un sofisticado cristal alrededor de su cue-
llo. Entonces me preguntó: “¿Por qué estas usando esa medalla?
¿Qué pasó con tu cristal?”
Para ese entonces, ya había aprendido más acerca de la his-
toria de la medalla milagrosa, así que le hablé de santa Catalina
Labouré, de sus visiones y del poder que las personas le atribuían
a esta medalla. Luego dije: “Tengo que comprar mis regalos de
Navidad esta tarde. Este año he decidido hacer todas mis com-
pras en una tienda católica de regalos que está ubicada en la
misión San Luis Rey, en la ciudad de Oceanside. Allí también
hay una maravillosa iglesia de una antigua misión. ¿Quieres ve-
nir?”. Pensé que me diría: “¡No, por supuesto que no!” pero, para
mi asombro, respondió: “¡Sí, iré contigo!”.
Mientras nos dirigíamos hacia el norte desde mi casa, le dije
a Gary: “Cualquier cosa que quieras de esa tienda, te la voy a
comprar como regalo de Navidad”. Pensé que no iba a encontrar

73
nada de su agrado, pero resulta que se fijó en la medalla milagrosa
más grande y más costosa que había en el almacén. Le dije: “No
hay problema, yo te la compro”.
Cuando salimos de la tienda de regalos, nos dirigimos hacia
la capilla. La misión de San Luis Rey tiene un estupendo jardín
interior, con muchos árboles y viñedos, donde está la estatua de
Nuestra Señora y docenas de arbustos de rosas de toda variedad.
Por siglos, las personas han orado en este lugar. Las bendiciones
de Dios están presentes en el trinar de los pájaros, en la exube-
rante vegetación, y en el aire se percibe un espíritu de santidad.
En nuestro recorrido hacia la capilla, seguimos el camino empe-
drado y cubierto de hojas. Gary dijo: “Sabes, yo siento mucha
paz aquí. ¡Tiene que ser una tierra santa! ¿Por qué no me quito
mi cristal y me pongo esta medalla?”. Una semana después, recibí
una llamada de Gary, quien me dijo: “¿Sabes? Esta madre tuya
me tiene que estar hablando. Necesito rezar el Rosario. ¿Sabes
algo acerca de esto? ¿Dónde lo puedo conseguir?”.
Gary fue la persona que me mostró otro hermoso lugar san-
to: la abadía del Príncipe de la Paz, un monasterio benedictino
que también está en Oceanside. En su búsqueda de la camándula
perfecta, Gary descubrió este espectacular lugar de retiro en lo
alto de una montaña y empezó a ir allí para escuchar a los mon-
jes hacer la oración del oficio divino y celebrar la Eucaristía. Él
sabía que al abandonar la Nueva Era y acercarme a Jesús había
sido víctima de fuertes ataques psíquicos. Aunque había empe-
zado a encontrar paz al rezar el Rosario y al entrar en oración,
era imposible mantener la tranquilidad mental. Seguía teniendo
visiones de la vida de las personas y de sus experiencias pasadas,
y esas visiones se hacían cada vez más perturbadoras. Me man-
tenían despierta durante la noche, al punto que me encontraba
muy cansada todo el tiempo.
Un día me llamó Gary (él aún no era un católico) y me dijo:

74
“Quiero llevarte de paseo a un sitio especial”. Cuándo le pregun-
té: “¿A dónde?” él me respondió que era una sorpresa y que me
haría bien. Me recogió y nos dirigimos a Oceanside. Siguiendo la
autopista, nos dirigirnos al este y tomamos una de las salidas ha-
cia uno de los verdes valles que cubren el área norte del condado.
Mientras descendíamos por un camino desértico, vi un pequeño
letrero pintado a mano que decía: “Príncipe de la Paz”. Quedé
sorprendida y le dije a Gary: “¿Quién es el Príncipe de la Paz?”.
Pensaba que podía ser un santo franciscano, cuyo santuario ha-
bía sido dejado allí desde la época de las misiones, o algo por el
estilo, realmente no lo sabía. Él me respondió: “¿En verdad eres
tan tonta? ¿Nunca asististe a la escuela dominical? ¿No tienes
ningún recuerdo de eso? ¿No sabías que ese es uno de los nom-
bres dados a Jesús... Príncipe de la Paz?”. “Lo siento”, respondí,
“pero no me acuerdo. Supongo que nunca aprendí ese nombre”.
“Bueno, creo que en algún lugar del Evangelio dice que Jesús da
la paz que ningún hombre puede dar. Se trata de una paz que
no es de este mundo”, añadió Gary. Yo dije: “Podría asegurarte
que la necesito. No tengo paz y realmente la necesito”.
Cuando llegamos, la misa de mediodía estaba por comenzar.
Los monjes entraron en fila la iglesia y empezaron a cantar. Todo
parecía un poco medieval. Yo no me sentía cómoda, y la mayor
parte del tiempo ni siquiera sabía lo que estaba sucediendo. Es-
taban todos los sacerdotes en el altar diciendo y haciendo cosas
y yo sólo estaba allí sentada. Finalmente, bajé mi cabeza e hice
una oración diciendo: “Señor, si tú ofreces esa paz que está más
allá de este mundo, y si esa es tu voluntad, yo la acepto. Mi
amigo me dice que tú puedes dar la paz que ningún ser humano
puede dar, y eso es lo que busco”.
En efecto, al final de la misa, sentí que una profunda paz
me invadía, una paz más grande que cualquier otra que hubiera
sentido en toda mi vida. Había un perfecto silencio dentro de
mí, que no puede ser expresado en palabras. Cuando terminó

75
la misa, permanecí sentada en la banca orando tranquilamente
hasta que empezó a oscurecer afuera. No me podía salir, no me
podía mover, pues no quería interrumpir esa paz2 .
Cuando llegué a casa esa noche, me pareció fastidioso e irri-
tante el ruido de la radio, la televisión e incluso el del timbre del
teléfono. Traía conmigo el don de la tranquilidad y no quería re-
nunciar a eso. Les aseguro que cualquier persona que se encuentre
metida en los asuntos psíquicos o de la clarividencia sería feliz
de tener esta paz. Una vez más, como lo dije con anterioridad,
ellos deben ser los primeros en ser evangelizados. Los desafío a
ir y hablar con un psíquico, escojan el peor caso y descubrirán
que esa persona está más lista que cualquier otra para iniciar un
proceso de conversión.

2
Más tarde en mi caminar con Cristo, encontré a mi director espiritual, el padre David, en el monasterio
del Príncipe de la Paz. Este sacerdote me animó a seguir un programa que duró tres años, llamado
Sanación de memorias. Este programa está basado en el trabajo del escritor y sacerdote claretiano
John Hampsch.

76
Capítulo XVII

La limpieza de la casa

La Eucaristía, las lecturas espirituales y la oración eran ahora los


cimientos de mi proceso de conversión. Leí acerca de la Madre
Teresa de Calcuta, quien enfatizaba el mensaje de: “Llegar a
Jesús a través de María”. Las enseñanzas de la Madre Teresa
me animaron a consagrar cada uno de mis días al inmaculado
corazón de la Virgen María y a continuar usando la medalla
milagrosa con devoción. Estudié los libros de san Luis María de
Montfort sobre el Rosario e hice los cuarenta días de meditación
que él propone. Hacer esto fue una excelente práctica para mí:
aprendí de memoria las oraciones a San Miguel Arcángel y a san
Benito que se acostumbran hacer para liberarse de las garras de
Satanás, y las recitaba de forma periódica durante el día. Estas
oraciones, en mi opinión, parecían decirlo todo. Los espíritus
de la Nueva Era habían intentado arruinar mi alma, lo sabía
más que nadie, y con la ayuda de estos medios luchaba contra
ellos. También ayunaba por lo menos un día a la semana y, en
ocasiones, lo hacía durante varios días seguidos.
En todos estos esfuerzos, estaba segura de que la Santísima
Virgen estaba intercediendo por mí, tal como lo había prometi-
do. Por gracia de Dios, ella me condujo hacia la madre de una
de las amigas de mi hija Malia, quien me invitó a unirme a un
grupo de estudios bíblicos. Esta maravillosa mujer estaba deci-
dida a recogerme todos los jueves por la mañana y llevarme a su
reunión. Ella era firme en persuadirme para que la acompañara

77
cada semana, aunque yo me resistiera, inventara disculpas o no
tuviera ganas de hacerlo. Ella era muy constante y fue muy lindo
el hecho de que hiciera el sacrificio de soportar toda mi confusión.
Recuerdo el primer día que asistí a la clase y escuché a esos
entusiastas católicos carismáticos hablar de los seres humanos
como “criaturas del Creador”. Pensé: “¿No es extraño? ¿Estas
personas no se dan cuenta de que realmente no deben pensar
así? Ellos pueden ser cocreadores”. Luego hubo otra lección: “El
día que descubrimos que no somos Dios, ese día empieza nuestro
proceso de conversión”. Esta frase parecía estar dirigida directa-
mente a mí; sin embargo, me parecía muy inocente como para
aceptarla.
Continué asistiendo a las clases de Biblia, aunque no com-
prendiera por completo o no estuviera de acuerdo con todo lo
que decían allí. Yo había aprendido de Un curso de milagros y
de las Iglesias fundadas en el Nuevo Pensamiento, que los pen-
samientos en la mente son relativos; que no son reales; que nues-
tras mentes pueden ser iluminadas a través de ciertas prácticas
y meditaciones. Dentro de esta filosofía, podemos alcanzar el co-
nocimiento y no necesitamos ser perdonados o redimidos de algo
llamado pecado. Aún en ese momento, yo no estaba convencida
de que necesitaba un salvador. Sabía que debía seguir asistien-
do a los estudios bíblicos. Las personas de allí encarnaban tanto
amor, humildad y tranquilidad en sus vidas, que no pude evitar
verlas como modelos a seguir. Tenía el fuerte deseo de conocer
la Palabra de Dios tanto como ellos la conocían, deseaba tener
lo que ellos tenían. Su forma de vida se convirtió en mi meta.
Mi siguiente desafió consistió en deshacerme de todos mis li-
bros de la Nueva Era y de todas las demás cosas relacionadas con
el ocultismo. Todavía mi fe no era lo suficientemente fuerte como
para poder hacer esto por mi cuenta, pero con seguridad nunca lo
sería, mientras todos estos objetos e influencias no salieran de mi

78
vida. Junto con sus oraciones, sus ayunos y su apoyo incondicio-
nal, ésta fue otra manera como los miembros del estudio bíblico
me ayudaron a salir de la esclavitud. Primero, la líder del grupo
vino a mi casa y caminó por todas las habitaciones, señalando
los objetos de los cuales yo debía deshacerme. Fue algo así como
lo descrito en el capítulo siete de libro del Deuteronomio, cuando
Dios le dice a su pueblo que destruya todos los objetos paganos
que encuentre cuando entre en la tierra prometida; o lo que se
cuenta en los Hechos de los Apóstoles, en el capítulo 19, cuando
los seguidores de Pablo en Éfeso queman sus libros de ocultismo,
los cuales tenían un valor de 50.000 monedas de plata. Saqué
muchas de las cosas que ella me dijo, pero conservé otras cuan-
tas. Todavía estaba apegada a esos objetos de una forma que no
puedo explicar.
Esta mujer tuvo que venir varias veces a llevarse cosas por
su cuenta, pero aún yo no podía terminar el trabajo. Finalmente
Tom, otro amigo de un ministerio carismático de la localidad,
vino con su camioneta para retirar y botar los últimos objetos
ceremoniales de la Nueva Era que yo tenía. El trabajo duró varios
días. Yo tenía miles de dólares invertidos en objetos de ocultismo
en mi casa: libros, casetes, videos, iconos, joyas, estatuas, vesti-
mentas, cojines de meditación, mantas y plantas sagradas, velas
y un montón de objetos paganos de ritual. Mi colección de fotos
y videos de objetos voladores no identificados era probablemente
una de las más grandes del país. También tenía cristales, bolas
de cristal, collares de cristal, anillos, cristales para hacer visua-
lizaciones, costosos péndulos de cristal y trozos de amatista y
cuarzo programados con fines esotéricos. Éstas no eran sólo unas
gemas muy vistosas, sino piedras sobre las cuales se habían invo-
cado por su nombre ciertas fuerzas oscuras, para realizar tareas
ocultas.
Para mí fue muy difícil hacer esto, ahora lo entiendo, por-
que todavía no había sido liberada de los demonios que estaban

79
conectados con estos objetos. Entonces, cuando este dulce y com-
prensivo hombre cristiano vino a mi casa para librarme de todas
estas cosas, llegué a enfermarme físicamente. Tenía una resisten-
cia abrumadora a que él sacara cosas de mi casa, al punto que
me paralizaba. Él tomaba un libro y decía: “¿De qué trata este
libro? ¿Hace parte del ocultismo?”. Y cuando yo respondía: “¡Sí!”
él decía: “¡Bota esto!”. Este amigo vino a ayudarme así como la
Madre Teresa iba a servir a los pobres. Fue un acto de mucha
compasión, en especial porque él tenía que soportar mis reac-
ciones, las cuales eran irracionales y hostiles. En un momento,
cuando tomó el libro de Un curso de milagros, la más grandiosa
“Biblia” que yo había conocido durante los últimos veinte años
de mi vida, me sentí tan desbastada por la idea de dejarla ir,
que perdí el control. No tenía ni la fuerza ni la voluntad de re-
nunciar del todo a ese conjunto de enseñanzas. Sólo sé, porque
me lo contaron después, que empecé a gritar sin sentido o, más
bien, los demonios asociados al Un curso de milagros empezaron
a gritar a través de mí. Tom estaba asombrado por mi reacción.
Se dio media vuelta y dejó de razonar conmigo. Con calma, tomó
cada uno de los últimos libros de la repisa, los colocó dentro de
una bolsa grande de basura y se los llevó al patio de atrás. Luego
regresó, me tomó de la mano y me llevó afuera. Oró sobre mí y
luego nos sentamos a escudriñar la bolsa. Sacábamos uno a uno
los libros y decidíamos si debía irse o quedarse. Ni Tom ni yo
jamás olvidaremos esto.
Esta limpieza de la casa fue un gran trabajo de liberación, lle-
vado a cabo por dos laicos que tenían el don para hacerlo. Aunque
estos católicos carismáticos no tenían certificados que los acre-
ditaran en el ministerio de liberación, pudieron darse cuenta de
que participar en la Eucaristía y asistir a las clases de la inicia-
ción cristiana para adultos, así como a los cursos sobre Biblia,
no sería suficiente para liberarme de mi pasado, si cada día re-
gresaba a un espacio que estaba contaminado. Se referían a mi

80
casa; ellos sabían por sus lecturas bíblicas y a través del poder
del Espíritu Santo, que mi casa tenía que ser limpiada de todos
los ídolos.
Cuando nuestro trabajo finalmente terminó, la única cosa de
la que no pude deshacerme fue mi colección de videos sobre OV-
NI. Estos fueron entregados a Michael Brown, el autor cristiano
de Las trompetas de Gabriel, para su investigación acerca de la
posible conexión que puede haber entre los OVNI y el mundo de-
moníaco. Todas las demás cosas se fueron a la basura. Pero, como
lo descubrí al poco tiempo, aún había algo en mi vida que debía
ser limpiado de todo rastro de idolatría. Era yo quien también
tenía que ser limpiada.

81
Capítulo XVIII

Los dos lados de la barrera

Por un par de años, desde que hice mi primer viaje a Scottsdale


hasta mi peregrinaje a Medjugorje, la flor de mi devoción cris-
tiana creció lentamente pero con firmeza. Yo no diría que alguna
vez di un paso atrás hacia mi mundo de la Nueva Era, pero mi
discernimiento estaba muy lejos de ser perfecto.
Un día, por ejemplo, un amigo del grupo de estudios bíblicos
me prestó un casete del padre Richard Thomas, un sacerdote
carismático de El Paso, Texas. Él es fantástico. Quedé muy im-
pactada por este audio, porque el padre Thomas hablaba acerca
del poder del Espíritu Santo y, en efecto, las Iglesias de la Nueva
Era también hablan del Espíritu Santo. Lo que no estaba claro
para mí era que no se trataba del mismo Espíritu en absoluto,
y en mi orgullo, pensé que podía reconciliar estas dos creencias
que parecían opuestas: la Nueva Era y el catolicismo.
Días más tarde, mientras manejaba por la autopista interes-
tatal y escuchaba al padre Thomas, le oí describir algunas de
las experiencias que había tenido cuando ayudaba a los pobres
en Ciudad Juárez, México. Decía que de alguna forma, sin im-
portar la pobreza o las necesidades que tuvieran, ellos nunca se
habían quedado sin comida. Siempre tenían suficientes frijoles,
arroz, sándwiches y frutas para alimentar al hambriento. Él lla-
maba a esto “multiplicación” y describía varias situaciones en las
cuales la comida servida excedió con mucho la cantidad que sus
ayudantes habían preparado.

82
Le di vuelta al auto y regresé en dirección a la Iglesia de
la Ciencia Religiosa. Allí había alguien que necesitaba oír esto.
Cuando llegué, la ministra y yo nos sentamos y escuchamos la
historia del padre Thomas. Cuando se acabó el relato, me dirigí
a ella y le dije: “¿No es asombroso? ¡Aquí tenemos a un sacerdote
católico, quien de hecho está haciendo manifestaciones!”. Casi al
tiempo que estas palabras salían de mi boca, pude percibir lo
errado que era mi comentario. La mirada en sus ojos me decía
que, probablemente, ella pensaba lo mismo. En ese momento, fue
evidente para mí que lo que el Padre Thomas describía no tenía
nada en común con las técnicas de manifestación que yo había
aprendido en la Iglesia de la Ciencia Religiosa. En primer lugar,
el padre Thomas oraba a Dios para que se hiciera su voluntad, y
su oración decía que los pobres que estaban a su cuidado fueran
alimentados, si era la voluntad de Dios. A mí me habían enseñado
que yo era quien realizaba la manifestación y que mi éxito en
hacer realidad alguna cosa dependía de la fuerza y la pureza de
“mi” voluntad. Dios no era parte de la ecuación y la caridad
desinteresada no era nunca el objetivo por el cual yo trabajaba.
Cuando me fui del lugar esa tarde, no podía expresar con
palabras estos pensamientos encontrados, pero la ministra me
dijo: “Sabes Moira, yo también fui educada en el catolicismo
y creo que la mayor parte de nuestra congregación también lo
fue”. Este comentario me ha dado mucho en que pensar desde
entonces.
De alguna manera, esta experiencia en la Iglesia de la Ciencia
Religiosa tiene relación con algo que ocurrió casi al mismo tiem-
po del lado católico de la barrera. En el libro del Levítico dice:
“No consultarán a los nigromantes ni recurrirán a los adivinos, si
no quieren quedar impuros: yo, el Señor, el Dios de ustedes” (Le-
vítico 19, 31). Psíquicos, espíritus guías, consejeros espirituales,
clarividentes, todos éstos son términos actuales para la clase de
profesionales del ocultismo a la que Dios se refiere en este pasa-

83
je. Pero a pesar de las advertencias del Señor, muchos cristianos
acuden a médiums y adivinos hasta el día de hoy e incluso, en
ocasiones, los invitan a la Iglesia.
Unos vecinos filipinos, quienes son muy amigos míos, estaban
muy contentos por mi regreso a la fe. Un día me invitaron a una
misa especial, que tendría lugar para celebrar una fiesta anual
de la comunidad filipina. Después de la Eucaristía, iba a haber
un encuentro con una conferencista que venía de las Filipinas
y tenía grandes dones espirituales. Al finalizar lo que fue una
hermosa misa, pues el ambiente estaba lleno de devoción a Jesús
y a María, fue presentada una mujer de las Filipinas, alguien que
se llamaba a sí misma “Hermana” con “H” mayúscula. Sé que
esto no es permitido dentro de la Iglesia, a no ser que la persona
haya hecho votos religiosos. Pero esta mujer era casada y tenía
hijos.
El anfitrión del evento la presentó como una “médium en
trance” y explicó que la Hermana se recostaría y Jesús, como un
niño pequeño, nos hablaría a través de ella. Todos los asistentes
estábamos invitados a acercarnos y preguntarle cualquier cosa
que quisiéramos; también podíamos pedirle favores especiales.
Con seguridad, nuestras oraciones serían respondidas sin demo-
ra. Yo había visto muchas veces este mismo espectáculo dentro
de la Nueva Era. Aunque de alguna forma se asemejaba a lo que
la Iglesia llama locución, es decir, de lo que fui testigo en la igle-
sia de Santa María Goretti, estaba claro para mí que esto tenía
que ser la obra de un espíritu psíquico y no del Espíritu Santo.
Era una demostración de poder más que un llamado al amor. Las
personas estaban motivadas por la posibilidad de convertir sus
deseos en realidad, en vez de estarlo por el hecho de entregarse
a la voluntad de Dios. Pensé: “¿Qué? ¡Qué maravilla! ¡Aquí te-
nemos a nuestro propio médium cristiano! ¡Nuestro propio mago
católico!”

84
Mire todos esos rostros emocionados a mi alrededor. Sabía
lo que ellos estaban sintiendo y pensando, estaba segura de que
estaban respondiendo a un espíritu en el que no se debía confiar.
“¡Esto no está bien!” dije a mis amigos, “¿No han leído acerca de
esto en la Biblia? Yo he estudiado por años esta clase de cosas,
¡la iglesia no es un lugar para un médium en trance! Tengo que
irme”. Me levanté y salí al jardín a esperar que se terminara el
servicio. Siento decir que mis amigos se ofendieron y se sintieron
muy incómodos conmigo por cerca de un año. Al final, sin em-
bargo, llegaron a reconocer que la “Hermana” no era auténtica.
Concluyo que los cristianos necesitamos estar vigilantes. Jesús
está siendo continuamente imitado y burlado por su archienemi-
go, aun en la Iglesia, si no especialmente dentro de la Iglesia.
¡Éstas son cosas muy peligrosas!

85
Capítulo XIX

La liberación en Medjugorje

Aunque ahora era una devota practicante católica, yo seguía es-


tando afectada por la influencia de la Nueva Era. La “limpieza”
de mi casa, la asistencia regular a la santa misa, el confesarme
cada sábado y rezar el Rosario fueron pasos muy importantes,
pero sólo eran la preparación para recibir a Cristo Jesús como
mi único Salvador. Yo sabía esto: mi terca resistencia a muchas
de las cosas que escuchaba en los estudios bíblicos, la confusión
y la ansiedad que me asaltaban con menos frecuencia que antes,
pero que aun aparecían a menudo, me mostraban que el camino
de retorno a la fe todavía no había terminado.
Mirando en retrospectiva, no me sorprende. ¡Me faltaba mu-
cho por caminar! Todos los sistemas de pensamiento que había
recibido en mi juventud habían sido arrasados. Los “archivos”
de mi cerebro, que alguna vez fueron rotulados como creencias
judeocristianas, habían sido borrados y vueltos a programar con
mentiras de la Nueva Era. El Enemigo todavía me tentaba; por
ejemplo, con pruebas falsas de la reencarnación. Ésta fue unas de
las herejías más difíciles de rechazar. Había muchas otras menti-
ras que conservé en mi corazón, creyendo que después de todo no
eran muy importantes. Yo asumía que nunca tendría que encarar-
las en el confesionario o que, si lo hacía, sólo diría unas palabras
y ese sería el final de todo aquello. No sabía que cada una de es-
tas persistentes mentiras bloqueaba mi completa liberación; no
sabía que no había ninguna otra salida, para mí, aparte de abrir

86
mi corazón, pronunciar en voz alta el título de cada uno de esos
“archivos” y renunciar a ellos. Y, bien, para hacerme reconocer
esta necesidad y guiarme a través de este último río hasta llegar
a los brazos de Jesús se requirió de un sacerdote muy especial.
Durante los conflictos militares en Croacia en los últimos años
de la década de los noventa, yo apadriné a niños víctimas de la
guerra. Doné dinero para ayudar a mantener a algunos de los
jóvenes refugiados, quienes eran protegidos y cuidados en una
isla lejos de la costa de los Balcanes. En 1996 viajé con un grupo
de peregrinos a esa isla, con el fin de conocer a mis ahijados y, así,
saber qué más podría hacerse para ayudarlos. Poco después de
haber llegado a esa comunidad de refugiados, decidimos visitar
en grupo Medjugorje, para ver el lugar donde la Santísima Virgen
continuaba apareciéndose a diario y para orar en la iglesia de San
Santiago Apóstol. Por fin había logrado llegar a Medjugorje sin
necesidad de hacer oraciones de manifestación, sino a través de
la acción del Espíritu Santo.
El día de nuestra llegada, me acomodé en el hotel y luego ca-
miné por el pueblo hacia la iglesia. Deseaba confesarme antes de
la misa de la tarde. Cientos de peregrinos tenían la misma idea y
hacían fila frente a los confesionarios, cada uno de los cuales es-
taba destinado a personas que hablaban un idioma determinado.
En la fila de los angloparlantes había unas cincuenta o sesenta
personas esperando con paciencia. Era la fila más larga, pues ese
día sólo había un confesionario para esta lengua. Tomé mi lugar
al final de la fila y permanecí allí parada durante dos horas en el
calor asfixiante del mes de agosto. Intentaba recordar todos los
pecados que había cometido durante la semana pasada.
Finalmente me senté en el confesionario y le dije al sacerdote
algunas cosas acerca de mí. Cuando mencioné que había estado
involucrada en la Nueva Era antes de mi reciente conversión, su
respuesta me tomó por sorpresa: “¡Oh, no! Todos los ex practi-

87
cantes de la Nueva Era vienen a mí. Si tú perteneciste a la Nueva
Era terminas aquí en mi confesionario”. Su respuesta fue tan es-
pontánea, dicha con tanta ternura y comprensión, que me sentí
motivada a decirle mucho más que los pecados veniales que había
cometido. Poco a poco, comencé a revelarle piezas pequeñas de
mi formación dentro del ocultismo. Una historia llevó a la otra
y terminé contándole muchas cosas que nunca antes había com-
partido con un sacerdote; también le dije que seguía sufriendo
mucho debido a esto.
El confesor que me había tocado en esta ocasión resulto ser el
padre Philip Pavich, O.S.F. Más adelante me enteré de que era
un sacerdote franciscano, quien había trabajado muchos años en
Israel antes de haber sido trasladado a Medjugorje. Había sido
enviado allí por su extraordinario don de sanación durante la
confesión. Ese era su carisma. Mi confesión esa tarde duró dos
horas y media y hubiera durado más, pero no me sentía cómoda
por las personas que aún continuaban esperando en la fila. Más de
sesenta personas aún continuaban esperando afuera, y la mayoría
había estado esperando por horas. Le dije al padre Philip que
me sentía mal por eso, pero él me dijo que no me preocupara. Él
sabía exactamente lo que debía hacer y, entonces, comentó: “Lo
que me describes es más que una zambullida en la Nueva Era.
Tú llegaste a aguas profundas dentro del ocultismo y hay muchos
más cosas que tenemos que hacer. Debemos concluir por ahora,
pero si quieres terminar lo que acabamos de empezar, me gustaría
que nos reuniéramos en mi oficina mañana. Debemos hacer un
trabajo de liberación. Para poder liberarte de los demonios que
aún te atacan, debemos recorrer juntos todas tus experiencias
dentro del ocultismo. Ven a verme a la rectoría mañana”.
A la mañana siguiente, después de la Eucaristía, me dirigí a
la rectoría de San Santiago Apóstol y allí me recibió el padre
Philip, a quien le veía el rostro por primera vez. El día anterior,
él había estado oculto por las cortinas del confesionario. Este sa-

88
cerdote era una persona mayor, de cabello gris, contextura fuerte
y mediana estatura. Usaba el burdo hábito marrón de los monjes
franciscanos y llevaba una estola sobre sus hombros, aquella que
utilizan los sacerdotes cuando van a celebrar el sacramento de
reconciliación.
Su oficina estaba en el piso principal de la rectoría y me
pareció que era un lugar muy sagrado. Estaba bien iluminada con
la brillante luz del sol que resplandecía a través de las cortinas y
proyectaba largas sombras. La habitación era lo suficientemente
amplia como para dar cabida a un escritorio de tamaño mediano
con dos sillas al frente; había repisas alrededor de las paredes
con libros en diferentes idiomas, y al costado había un grupo de
sillas más cómodas, donde el padre Philip trabajaba en consejería
espiritual. Él y yo nos sentamos allí frente a frente. En la pared
que estaba sobre su cabeza colgaba una gran cruz de plata, con
lo que parecía ser un relicario dentro de ella. El padre Philip me
explicó lo que íbamos a hacer: él quería que yo le mencionara cada
“práctica”, esa fue la palabra que utilizó, que yo hubiera realizado
dentro del ocultismo. Necesitaba saber lo que había aprendido,
quiénes habían sido mis maestros y qué espíritus había invocado.
Él tenía que saber todo sin excepción y yo tenía que renunciar,
de manera específica y con devoción, a cada una de aquellas
prácticas. La seriedad con la que habló me atemorizó un poco,
pero también me animó a confiar en él por completo. Él dijo que
me dejaría limpia.
Empecé desde el principio. Le confesé al padre Philip mi tem-
prano escepticismo religioso, mi experiencia en meditación, mi
búsqueda de un gurú y mi extremado gusto por el éxito; después,
hice un recuento de mi accidente y de todas las implicaciones que
éste tuvo. La sesión duró catorce horas, todo un día y la mayor
parte del siguiente. Sólo parábamos para comer, descansar y, por
supuesto, para que él atendiera sus deberes como sacerdote. Aun
que fue una experiencia traumática, en última instancia también

89
fue liberadora. Aún ahora, cuando lo recuerdo, se me escurren
las lágrimas.
Mientras recitaba la letanía de todas mis actividades den-
tro del ocultismo, el padre Philip escuchaba y oraba. Sabía con
exactitud cuáles oraciones debía hacer. Por lo general, no podía
oír las palabras exactas que él pronunciaba, pero tampoco sentía
la necesidad de hacerlo. Yo había hecho entrega de mi voluntad
y continuaba confesándome sin interrupción, con profundo arre-
pentimiento y una gran fe. Después de confesar cada práctica, el
padre Philip me ordenaba renunciar, de manera formal y en el
nombre de Jesucristo, a ella, a los maestros involucrados en dicha
práctica y a los espíritus que la guiaban. No era suficiente que
yo dijera: “Yo hice estas cosas”, como si la confesión fuera una
versión católica del psicoanálisis. Se me exigía hacer una renun-
cia formal y definitiva, llena de remordimiento, a cada práctica
que había realizado. De esta forma, vacilante y a menudo con
una dolorosa resistencia, renuncié a cada escuela, cada maestro
y cada espíritu con los que alguna vez hubiera trabajado.
Hubo muchos acontecimientos de mi pasado que no pude re-
cordar. El tiempo que pasé dentro de la Nueva Era fue largo y
la memoria que tenía de los hechos era imperfecta. Pero cual-
quier cosa que no pudiera recordar, el padre Philip la decía. El
Espíritu Santo le había concedido el don de conocimiento y, por
esta razón, él sabía los nombres y las historias relacionadas con
cada demonio que me había afectado. Él conocía las relaciones
que había tenido con ellos mejor de lo que yo las conocía. Me
recordaba al Padre Pío, quien conocía los pecados de quienes se
confesaban con él durante la confesión, aun cuando ellos olvi-
daran mencionarlos. Las personas comenzaban la confesión y el
Padre Pío la terminaba.

90
En la década de los setenta, por ejemplo, yo había estudiado
EST (Seminarios de Entrenamiento Erhard), un método de auto-
conocimiento. Cuando mencioné la sigla EST, no pude recordar
el nombre del hombre que había fundado este movimiento. El
padre Philip lo dijo: Werner Erhard. Lo mismo sucedió cuando
mencioné la práctica de caminar sobre fuego, la cual yo había
realizado con Anthony Robbins. Había olvidado el nombre de
Robbins, pero el padre Philip lo mencionó. Él reprendió en voz
alta los espíritus que guiaron estas enseñanzas con oraciones for-
males, mientras yo renunciaba a su presencia en mi vida. Le dije
que había practicado la canalización y el Reiki, y en el nombre de
Jesús y por el poder del Espíritu Santo, él me liberó de los demo-
nios que presiden estas actividades. Él los llamó por sus nombres,
nombres que yo conocía y, entonces, pude ver con mayor claridad
que nunca, cómo cada práctica oculta tiene un demonio adherido
a ella.
En el Evangelio según san Juan, hay una historia acerca de
una mujer con quien Jesús se encuentra en el pozo. Aunque ella
era una desconocida, Jesús le relató la historia de su vida. Ella
le ofreció agua del pozo y, a cambio, Él le ofreció el agua viva de
la Palabra (cf. Juan 4, 4). Así fue mi experiencia durante esta
confesión. Era como si estuviera con Jesús, pues el padre Philip
sabía la historia de mi vida y, a cambio de abrirle espacio a Dios
en mi corazón con gran arrepentimiento, se me dio el agua viva
y purificadora de Jesús.
La lista de los espíritus engañosos a los cuales el padre Philip
me ordenó renunciar era larga. Cuando yo mencioné la sanación
psíquica, el sacerdote me recordó que Jack Schwarz había sido
mi instructor, lo que por supuesto era correcto. Con él había es-
tudiado la ciencia de los sistemas energéticos humanos, y ese día
renuncié a él. El padre también sabía de Bárbara Brennan y de
su espíritu guía, Heyoan, y de igual forma me ordenó renunciar a
ellos. Le comenté acerca de mi iniciación con el gurú sikh Thakar

91
Singh. Había olvidado los nombres de los otros maestros, Kirpal
Singh y Sawan Singh, pero el padre Philip los pronunció y me or-
denó renunciar a ellos. También me recordó la aparición de estos
personajes en mi habitación años atrás. Le dije que lo que más
quería era cerrar el tercer ojo de la clarividencia. No quería vol-
ver a ver nunca más secuencias psíquicas visuales. Él me ordenó
renunciar a esta habilidad y entregar de todo corazón mi poder
de clarividencia a la divina providencia. El padre Philip afirmó
que esto nunca me volvería a atormentar. Le pregunté: “¿Cómo
sabe usted eso?”, y él me explicó en qué consistían los dones de
conocimiento y de liberación. El Espíritu Santo le había dado
la habilidad de identificar a los demonios, de penetrar las vidas
de quienes habían sido atormentados por ellos y de invocar al
Espíritu Santo para liberarlos.
Cuando le dije que había practicado yoga, él empezó a men-
cionar los nombres de varias escuelas de yoga: tantra, hatha,
bhakti, kundalini y yo señalaba aquellas que había practicado.
Cuando podía hacerlo, nombraba sus maestros y guías espiritua-
les. Le conté que Maharishi Mahesh Yoghi, fundador de la me-
ditación trascendental, había venido a mí en sueños. Mencioné
la homeopatía y él me animó a renunciar a Samuel Hahnemann,
el fundador de esta ciencia. Me aseguró: “Necesitamos cerrar las
puertas que abrió la homeopatía. Los demonios han estado uti-
lizando esas puertas para llegar a ti”. Cuando era niña, había
jugado con la tabla Ouija y siendo adulta, aprendí a leer el I
Ching, una herramienta china de adivinación. Había estudiado
necromancia y lectura de las cartas del Tarot. Estas prácticas
de adivinación fueron nombradas y yo renuncié a ellas, así como
a los espíritus que las guiaban. Pronuncié el nombre José Silva,
pero no podía relacionarlo con ninguna práctica en particular.
El Padre Philip llenó el vacío diciendo: “La práctica hipnótica
llamada Control mental Silva”. Yo renuncié a ella también.

92
El padre Philip me había advertido que mi liberación podía
hacerme sentir enferma, y así fue. Durante todo el primer día
y la mayor parte del segundo, sentí una terrible náusea. En un
momento dado le hablé al padre Philip acerca de mis experien-
cias con Un curso de milagros, el cual había estudiado con el
Dr. William Thetford, quien era colega de la Dra. Helen Schuc-
man, a quien me referiré más adelante, y había sido uno de los
fundadores de este movimiento. Durante esta sesión, empecé a
balbucear palabras ininteligibles y me embargó una gran debili-
dad. El padre Philip me impuso las manos y oró hasta que me
recuperé. También pude recordar la visión que había tenido en
la iglesia Summit Lighthouse en Malibú, pero los detalles de ese
evento habían desaparecido de mi memoria. Cuando mencioné el
nombre de la iglesia, el padre Philip supo lo que había sucedido
allí y dijo: “Había un maestro ascendido. Su nombre es El Mor-
ya; en el nombre de Jesús, renuncia a él”, y así lo hice mientras
él oraba.
Una práctica que aún no he mencionado es el chamanismo
de los nativos americanos. Años atrás, yo había participado en
ceremonias de La rueda de la medicina con un hombre llamado
Sun Bear. Estos eran rituales elaborados que duraban todo el
día y eran llevados a cabo en el desierto del lado este de Wa-
shington con maestros nativos. Nosotros entonábamos cánticos
y hacíamos sonar los tambores, mientras invocábamos a los es-
píritus de la naturaleza. También estudié la filosofía de La rueda
de la medicina y la adivinación a través de las cartas con Ja-
mie Sams, quien ha escrito varios libros sobre la religión nativa
americana. Esta maestra enseña a sus seguidores cómo trabajar
con animales guías. La idea es que cada uno de nosotros tiene
su propio espíritu guía, el cual se aparece en la forma de un ani-
mal. Durante un retiro de un fin de semana, la maestra Sams
nos enseñó cómo descubrir cuál era ese animal y cómo entrar en
contacto con él. Mientras ella nos guiaba en nuestros esfuerzos,

93
mi clarividencia empezó a crear dificultades. Yo no dejaba de
ver el animal guía de la señora Sams. Entonces, actuando como
la alumna nueva de la clase, pregunté: “Señora Sams, ¿qué está
pasando? ¡Yo veo su animal guía!”. Le dije qué animal era y ella
me respondió: “¡Sí, usted está en lo correcto!”. Por el resto del
largo fin de semana que pasamos juntos, la señora Sams estuvo
pendiente de mí todo el tiempo. Finalmente, a medida que los
otros participantes del taller empezaron a descubrir sus anima-
les guías, yo podía observar cada uno de estos animales. Esta
vivencia fue muy perturbadora y cuando mi animal guía hizo su
aparición, después de haber regresado a casa, yo no quería saber
nada de él. Le conté esta historia al padre Philip, quien nunca
había estado en contacto con el chamanismo, y él ya sabía todo
acerca de esta experiencia.
A continuación, el Padre Philip me pidió que intentara recor-
dar cualquier práctica esotérica que me hubieran practicado a mí.
En otras palabras, quería saber si yo había permitido que alguien
hiciera algún rito o practicara alguna técnica ocultista en mí. Si
ese fuera el caso, entonces yo estaba contaminada y necesitaba
ser limpiada de todo eso. Por ejemplo, aunque yo no sabía nada
acerca de la lectura de las palmas de las manos, me había hecho
leer la palma de las manos muchas veces. “¿Dónde?”, pregunto
él. “En el Instituto de física mental”, le respondí. “Renuncia a
eso ahora, en el nombre de Jesús”, dijo el sacerdote, “renuncia
al hecho de haber permitido que alguien leyera la palma de tu
mano”. Yo también había visitado el Instituto de dianética. No
me interesó aprender dianética, créanme o no, pero hice que uno
de los maestros me llevara a una de sus sesiones. Eso era todo lo
que sabía acerca de esta técnica. Ni siquiera conocía el nombre
de la persona que la enseñaba, pero el Padre Pavich sí lo sabía y
me ordenó renunciar a la dianética y a ese maestro, diciendo su
nombre.
Para el comienzo de la tarde del segundo día, esta terrible

94
prueba había concluido. Ya no quedaba nada más que confesar.
No puedo decir con certeza que esta experiencia haya sido un
exorcismo. Lo que sé con seguridad es que excedió, en poder y
en efecto, a cualquier cosa que yo hubiera presenciado dentro de
los ritos de liberación. Me sentía como un bebé, con piel tersa
y nueva, como si alguien me hubiera limpiado hasta los huesos.
Tal como lo había prometido, el padre Philip me había dejado
completamente limpia. Yo era una nueva criatura, un recién na-
cido en la familia de Dios. Casi ni yo misma sabía quién era.
No tenía una identidad, pues lo que había sido antes había sido
retirado en su totalidad y aquello en lo que me convertiría era
muy nuevo aún. Tuve que agarrarme de las manos de Nuestra
Señora incluso para levantarme y salir de allí, para empezar mi
camino como una nueva criatura en Cristo, y sabía que nunca
más me soltaría de aquella mano.

95
Parte II

Historias de conversión
Capítulo I

Un profundo amor por las almas

Cuando regresé por vez primera a la Iglesia católica, me sentí


inútil, pensé que había desperdiciado la vida entera. Me dije:
“He malgastado muchos años buscando la verdad en los lugares
equivocados”. Pero como dice san Pablo: “Dios ordena todas las
cosas para bien de los que le aman” (Romanos 8, 28). Descubrí
que el Señor tenía el poder de crear algo bueno y útil, incluso a
partir de los restos de mi pasado en la Nueva Era.
Una mañana temprano, después de una larga noche de examen
de conciencia, me fui a la misa. Cuando se terminó, me arrodillé y
oré con todo el corazón: “Señor, yo sé cuanto tiempo he perdido,
pero te pido que no me dejes desperdiciar ni un momento más
de mi vida. Por tu gracia, he encontrado la paz. Señor, que esta
gracia aumente en mí para que yo pueda hacer tu trabajo. Mués-
trame cuál es ese trabajo, y yo intentaré hacerlo”. Recuerdo que
lloraba mientras decía: “Señor, no sé cómo puedas utilizarme,
pues me siento paralizada. Nunca he servido a nadie diferente
a mí misma, pero deseo cambiar. ¿Cómo puedo hacerlo? Yo soy
sólo un ser humano, en cambio tú eres divino. Por favor, toma
mi corazón humano y ayúdalo a hacer tu voluntad”.
Dios respondió mi oración, me hizo sentir un profundo amor
por las almas y un deseo ferviente de evangelizar. No necesité
salir a tocar puertas con una Biblia en la mano, o pararme a
entregar folletos en la esquina de una calle transitada. Él me guió
hacia personas que conocía y quienes recibieron bien el llamado

99
del Señor.

100
Capítulo II

La pequena flor en Hawaii

Siempre que guío a alguien hacia la conversión, siento que es-


toy participando en la comunión de los santos. Siento que ellos
me están ayudando, de manera especial, la beata Madre Teresa
de Calcuta (mejor conocida como la Madre Teresa) y la santa
favorita de ella, quien además es su tocaya: santa Teresita de
Lisieux, la pequeña flor. Santa Teresita siempre dijo que quería
salir y evangelizar al mundo, pero su vocación como carmelita y
su precaria salud se lo impidieron. Creo que de una forma mis-
teriosa, ella me ayuda a llevar a cabo su trabajo. La historia que
relato a continuación es ejemplo de ello.
Unas semanas después de la petición que hice en la iglesia,
mi hija Malia y yo fuimos de vacaciones a Hawai. Allá, en una
tranquila y preciosa playa al sur de Maui, hicimos una oración
muy sencilla que decía así: “Señor, gracias por el regalo de estas
vacaciones. Pero, si tú o Nuestra Señora desean que les sirvamos
de alguna forma mientras estamos aquí, les entregamos nuestro
tiempo”. Cuando haces una oración sincera, el Señor te escucha.
Como era de esperarse, en pocos días Él encontró un trabajo
para nosotras. Fuimos a visitar a una vieja amiga que vivía cerca
de allí. Ella era parte de mi pasado en la Nueva Era y nosotras
pensamos que el Señor podría usarnos para llegar a ella. Durante
nuestra primera visita, no tuvimos oportunidad de hablar acerca
de temas religiosos, pero ella nos presentó a su compañera de
habitación, Emily, una mujer de mediana edad que no se sentía

101
bien. A la mañana siguiente, mientras oraba por la recuperación
de esta señora, sentí el deseo de regresar y verla otra vez.
Entonces Malia y yo fuimos a la casa de mi amiga y hablamos
con Emily por un buen rato. Luego decidimos ir a la playa con
mi amiga y su hijo, para hacer un poco de buceo, compartir una
comida campestre y disfrutar del día. Yo esperaba tener la opor-
tunidad de conversar con ella acerca de mi nueva vida en Cristo.
Esa era mi idea, pero el Señor tenía otro plan. Ni siquiera pudi-
mos llegar a la playa. Mientras nos dirigíamos hacia el océano,
sentí el impulso de pedirle a mi amiga que diera media vuelta
y regresara. Le dije que necesitamos regresar a su casa para ha-
blar con su compañera de habitación, que yo debía testificar ante
ella. Estaba muy claro que tenía que hacer esto, pero mi amiga
no entendía exactamente qué era lo que yo estaba diciendo; sin
embargo, sabía que se trataba de algo importante.
Cuando regresamos a la casa, Emily estaba acostada sintién-
dose muy enferma. Decía que tenía que ser un catarro, pero a
todos nos parecía que era algo más serio. Le pregunté si quería
que la llevara a un hospital o que llamara a un médico. Ella res-
pondió que probablemente necesitaba ver a un doctor, pero que
primero deseaba orar. Le pregunte si podíamos orar juntas y ella
estuvo de acuerdo.
En la habitación de Emily había cuadros de gurús de la India
por todas partes, y en las repisas había varios objetos y libros
de ritual. Yo también sabía que mi amiga, quien vivía con ella,
era devota de un dios hindú llamado Krishna. De hecho, ella
pertenecía al movimiento internacional Hari Krishna. Le dije a
Emily: “Oraré contigo ahora, pero sólo oraremos a Jesucristo y
a Nuestra Señora, quien intercederá ante Él por ti. A ellos les
estaré orando y a nadie más”. Emily dijo que estaba bien. Le
pregunté si había sido bautizada y me dijo que sí, en la Iglesia
cristiana episcopal. Teniendo su aprobación, inicié con una ora-

102
ción de consagración de san Luis María de Montfort, en la cual
se renuevan los votos del bautismo. Dije así:

Yo, infiel pecador, renuevo y ratifico hoy en tus manos los


votos de mi bautismo: renuncio para siempre a Satanás, a sus
seducciones y a sus obras, y me doy enteramente a Jesucristo, la
sabiduría encarnada, para llevar mi cruz tras Él todos los días de
mi vida, y para que yo le sea más fiel de como lo he sido hasta ahora.

Te escojo hoy, en presencia de toda la corte celestial, como


madre y señora mía. Te entrego y consagro, en calidad de esclavo,
mi cuerpo y mi alma, mis bienes interiores y exteriores, y el
valor mismo de mis buenas acciones pasadas, presentes y futuras,
dejándote el entero y pleno derecho de disponer de mí y de todo
lo que me pertenece, sin excepción, según tu agrado y para mayor
gloria de Dios en el tiempo y en la eternidad.

Amén.

Después de nuestras oraciones, llamé a un médico para hacer


una cita, y Emily fue a verlo esa misma tarde. Cuando regresé
a visitarla el día siguiente, le pregunté si estaría dispuesta a ir
a una iglesia católica y permitir que un sacerdote le adminis-
trara el sacramento de la unción de los enfermos. Yo realmente
no sabía lo que le estaba proponiendo; acababa de terminar mis
clases de iniciación cristiana para adultos, pero aún no podía en-
tender que una persona que no fuera católica no podía recibir
los sacramentos. Tampoco estaba segura de los aspectos concre-
tos de ese sacramento, pero parecía ser lo correcto en este caso.
Después de todo, ¡ella estaba enferma! Emily estuvo de acuer-
do, entonces llamé a la parroquia local y hablé con un sacerdote
muy agradable, el padre Joseph, una persona muy amable. Le
dije: “Estoy con una señora que está enferma, ¿podría usted orar
por ella?” Aquí estaba yo, una completa extraña haciendo una
llamada imprevista y tratando de ayudar a una persona a quién
conocía muy poco y quien ni siquiera era cristiana; además, tenía

103
una enfermedad desconocida. Es obvio que yo no comprendía lo
que esta situación requería, pero el padre Joseph pudo percibir
mi absoluta fe en el poder de la oración, los sacramentos y el
sacerdocio. Sin dudar, él dijo: “Por supuesto, tráela”, y Emily
aceptó ir.
Fuimos juntas a la pequeña iglesia de San José, en Makawao,
y allí conocimos al padre Joseph. Él le preguntó a Emily cuál era
su formación religiosa y ella explicó que había sido criada dentro
de la Iglesia episcopal, pero que durante los pasados treinta años
había estado viviendo en Maui y practicando las enseñanzas de
la Nueva Era y el hinduismo. La gracia de Dios estaba con el
padre Joseph, pues este maravilloso sacerdote habló con ella por
un tiempo muy largo, oró por ella y la bendijo. Cuando nos fui-
mos, Emily se sentía mucho mejor y parecía apreciar lo que había
sucedido. Durante las siguientes dos semanas, Malia y yo visita-
mos a Emily todos los días. Mi antigua amiga nos dejaba solas y
nosotras tres rezábamos el Rosario, orábamos y conversábamos.
Cuando nuestras vacaciones terminaron, Emily hizo un esfuer-
zo para acompañarnos al aeropuerto y despedirse de nosotras.
Cuando estábamos listas para partir, ella nos sorprendió con un
regalo, era una guirnalda de flores al estilo hawaiano, a la que
ella le había dado la forma de una camándula. Ese fue nuestro
regalo de despedida, fue algo muy hermoso.
Después de nuestra partida, Emily se inscribió en el progra-
ma de iniciación cristiana para adultos con el mismo sacerdote y
en la misma iglesia que habíamos visitado, la iglesia de San Jo-
sé. Nos manteníamos en contacto por teléfono, su salud estaba
mejorando y parecía estar muy feliz. Dios la estaba guiando a la
verdad y a la plenitud de la fe. Un año y medio después, Malia y
yo regresamos a Maui. El programa de iniciación cristiana para
adultos, en la parroquia de San José, tomaba cerca de dos años
y en unos pocos meses Emily sería admitida en la Iglesia católica
durante la Vigilia Pascual. Sin embargo, estábamos preocupadas

104
porque Emily pensaba abandonar el programa. La madrina que
la iglesia le había asignado para el segundo año había sido una
completa decepción. Las dos mujeres nunca tuvieron una buena
relación y esta madrina sólo asistió a la mitad de las clases y los
eventos de la iniciación cristiana para adultos. Emily se sintió
bastante abandonada y pensó que no tenía ningún apoyo para
seguir edificando su fe. Es muy importante que los catecúme-
nos como Emily tengan un buen padrino o madrina, alguien que
realmente se preocupe, que los ayude y les enseñe. Desde que
me convertí en católica practicante, he servido como madrina en
el programa de iniciación cristiana para adultos unas seis veces
y he aprendido cuán importante es estar presente. Los padrinos
necesitan ser modelos de vida cristiana.
La madrina de Emily jamás se reunía con ella, no oraba con
ella y ni siquiera asistía a misa de forma regular. Emily aún
no había formado un círculo de amigos cristianos y sentía la
presión de sus amigos de la Nueva Era, quienes la incitaban a
tener sensatez y regresar a su antiguo estilo de vida. Ella había
vivido en una isla durante treinta años en la compañía exclusiva
de personas que pertenecían a la Nueva Era, entonces se pueden
imaginar lo difícil que era sobrellevar todo esto; Emily se sentía
desconcertada y nos pidió a Malia y a mí que nos mudáramos
a Maui por un corto tiempo para apoyarla, es decir, orar con
ella, ser sus madrinas por esos últimos meses y asistir juntas
a la iglesia y a las clases de iniciación cristiana para adultos.
Realmente necesitaba una ayuda directa, pero por desgracia no
podíamos prestarle esa colaboración. Malia estaba a la mitad
del año escolar y era importante que lo terminara. Entonces nos
pusimos a orar fervientemente por esta intención.
El último domingo de esas vacaciones en Hawai, un día antes
de nuestro regreso a California, Malia, Emily y yo decidimos ir a
misa a la iglesia de Santa Teresa, la cual queda en Kihei, al otro
lado de la isla. Llegamos a tiempo para la Eucaristía de las diez

105
de la mañana. Sabía que necesitábamos de la comunión de los
santos y de la ayuda de Dios más que nunca. Le dije a mi hija:
“Malia, ofrezcamos nuestra comunión por nuestra amiga Emily,
por su necesidad de encontrar un padrino a una madrina que se
preocupe por ella de la manera como nosotras lo hacemos, alguien
que esté dispuesto a asistirla cuando ella lo necesite y le brinde
apoyo físico y espiritual, alguien que ore con ella y por ella. Tú
y yo creemos en la comunión de los santos, sabemos sin lugar a
dudas que ellos nos escuchan y están dispuestos a ayudarnos”.
En ese momento no sabíamos mucho acerca de santa Teresa de
Lisieux. Teníamos la idea vaga de que era la santa patrona de
la Madre Teresa y sabíamos que había querido ser misionera,
nada más. Aún no la conocíamos de manera personal. Pero al
final de ese día ciertamente supimos quién era ella. Durante la
comunión, le pedimos que intercediera por nosotras y, después
de la misa, oramos un rato en la capilla de la adoración. Luego
salimos al jardín para rezar el Rosario al frente de la estatua de
santa Teresita.
Malia y yo no le dijimos a Emily que durante la misa ha-
bíamos ofrecido nuestra comunión por ella ni que le habíamos
pedido ayuda a santa Teresa, mientras hacíamos la adoración.
Pero cuando nos sentamos a rezar el Rosario afuera, saqué la
única estampita de santa Teresita que tenía conmigo y en ella
aparecía la oración de su novena:

Santa Teresa, pequeña florecita, por favor recógeme una rosa del
jardín del cielo y envíamela con un mensaje de amor. Pídele a Dios
que me conceda el favor que yo imploro y dile que yo lo amaré aún
más.

Amén.

Eso era todo lo que yo tenía, esa pequeña estampita. En ese


entonces, no sabía nada acerca de las novenas, no tenía idea de

106
que duraban nueve días ni que debían rezarse ciertas oraciones
especiales. Nosotras simplemente oramos mucho, combinando el
Rosario con la oración de la novena y teniendo mucha fe en la
intercesión de santa Teresa y de Nuestra Señora. Creo que es-
tuvimos allí por dos horas. La misa, la adoración y el Rosario,
todo esto nos tomó más o menos ese tiempo. Luego decidimos
dejarlo todo en manos de Dios e irnos al mar a bucear un ra-
to. Le entregamos nuestra intención a Dios, pusimos todo en sus
manos y nos dirigimos a la playa para disfrutar de una soleada
tarde. Alrededor de las seis, recogimos las cosas y nos encamina-
mos a la casa de Emily, al otro lado de Maui. Teníamos hambre,
por lo que decidimos detenernos en un restaurante tailandés que
estaba cerca de la iglesia de Santa Teresa. Mientras decidíamos
qué ordenar, vi un rostro que se me hizo familiar. Era una se-
ñora que estaba comiendo sola al otro lado del salón. Tiempo
atrás, yo había vivido en Kona, la isla más grande de Hawai, y
allí había conocido a una mujer llamada Anne. Cuando me en-
contraba en el apogeo de mi carrera editorial, ella había tratado
de evangelizarme. Ella era bautista y hacía constantemente refe-
rencia a pasajes del Evangelio. Llevaba siempre una Biblia bajo
sus brazos y era muy persistente. Aunque yo pensaba que era
una persona de buen corazón y que tenía buenas intenciones, la
había ignorado en ese entonces sin detenerme a pensar. Ahora,
veinte años después, estábamos juntas en el mismo restaurante.
Le dije a Malia: “Anda hacia y pregúntale a esa mujer si se llama
Anne e invítala a reunirse con nosotras”. Mi hija fue hacia ella y
le preguntó: “¿Usted se llama Anne? Mi madre quiere saberlo y
le gustaría que viniera a sentarse con nosotras”.
Efectivamente era ella y aceptó la invitación. Mientras se
acercaba a nuestra mesa, más recuerdos de esa época me vi-
nieron a la mente. Pensé: “Esa mujer intentó evangelizarme con
mucha insistencia. Era alguien a quien no podías contradecir.
¡Lo último que necesita Emily ahora es escuchar un montón de

107
habladurías en contra de los católicos!”. Mis temores me pusie-
ron un poco nerviosa y hasta agresiva al principio. Anne, por su
parte, fue muy amable y cariñosa. Cuando nos preguntó qué nos
había traído a Maui, le dije: “Estamos de vacaciones, pero nues-
tro principal objetivo es apoyar a nuestra amiga Emily. Después
de ser practicante del movimiento de la Nueva Era en esta isla
por treinta años, ella se está convirtiendo en cristiana católica.
Sin embargo, está teniendo ciertas dificultades y nosotras esta-
mos tratando de ayudarla” Anne me miró con asombro y dijo:
“Tú no sabes esto, pero en estos veinte años me he convertido en
católica y apadrino personas en el programa de iniciación cristia-
na para adultos. Yo soy la respuesta a sus oraciones”. “¿Cuáles
oraciones?”, respondí yo, “¿Qué sabes acerca de nuestras ora-
ciones?”. Entonces ella nos explicó: “Hoy a las tres de la tarde,
mientras estaba en casa orando, me sentí impulsada a venir a es-
te lado de la isla para asistir a misa en la iglesia de Santa Teresa,
que ni siquiera es mi parroquia. Acabo de salir de la misa de las
cinco de la tarde. Cuando ésta se terminó, vine directamente a
este restaurante para cenar”,
Anne sabía que estaba esperando a alguien. Sabía que el Se-
ñor la había llamado para que fuera a esa iglesia y a este res-
taurante, y cuando las tres desconocidas la invitaron a cenar con
ellas, no se sorprendió. Anne continuó diciendo que santa Teresa,
la hermana carmelita, era su santa y que ella de hecho pertene-
cía a la tercera orden de las carmelitas. ¡También habló acerca
de la comunión de los santos! Emily le contó su historia y ella,
sin dudarlo, dijo que iba a cambiar el plan que tenía para las
vacaciones de Pascua. En vez de viajar a Arkansas a visitar a su
familia (quienes seguían siendo bautistas), se quedaría en Maui
para ser madrina de Emily y convertirse en su apoyo. La lleva-
ría de la mano y caminaría con ella hasta la noche de la Vigilia
Pascual.
Era la combinación perfecta: Anne era una mujer soltera al

108
igual que Emily y las dos tenían casi la misma edad. Anne vivía
a mitad de camino hacia la montaña, al otro lado de la isla.
Resultó ser que las dos mujeres vivían a dos casas una de la
otra e incluso asistían a la misma iglesia; sin embargo, nunca se
habían conocido. Pienso que si hubiéramos colocado el perfil de
Emily en la computadora, no habríamos encontrado una madrina
más adecuada que Anne. ¡Gracias, santa Teresa, pequeña flor,
por tu milagrosa intercesión! Concluyo, entonces, que los santos
realmente trabajan. Quiero ponerlo bien claro: los santos nos
escuchan y se alegran de ser llamados para interceder. Esto es
algo maravilloso, es un hermoso regalo de Dios. Es la gracia de
Dios obrando en la tierra.

109
Capítulo III

Esparcir tu fragancia

El doctor Bill Schaefer fue el médico de nuestra familia durante


casi quince años. Creció en la Iglesia episcopal, pero durante
todo el tiempo que estuve en contacto con él durante esos años,
supe que era un activo practicante del budismo tibetano. Como
yo era una seguidora de la Nueva Era en ese entonces, pensaba
que sus creencias religiosas eran una razón más para que mi
familia lo consultara. Sin embargo, después de mi conversión,
empecé a incluir al doctor Schaefer en mis oraciones. No recuerdo
haberlo evangelizado con ahínco, pero él era consciente de que
mi fe cristiana había llegado a ser el centro de mi vida. Le regalé
una medalla milagrosa, que sé que conservó; también le entregué
un escapulario de color verde, un sacramental a través del cual
Nuestra Señora lleva a las personas a la conversión. Cada vez que
yo hacía la oración Esparcir tu fragancia, escrita por el cardenal
Newman y muy apreciada por la Madre Teresa, siempre pensaba
en el doctor Schaefer. La oración dice así:

¡Oh Jesús! Ayúdame a esparcir tu fragancia donde quiera que vaya.


Inunda mi alma de tu espíritu y vida. Penetra en mí y aduéñate
tan por completo de mí que toda mi vida no sea más que una
irradiación de la tuya.

Resplandece a través de mí y permanece en mí de tal mane-


ra que cada alma con la que entre en contacto pueda sentir tu
presencia en mí. Que al verme, no me vean a mí sino a ti en mí.

110
Permanece en mí, de suerte que resplandezca con tu mismo
resplandor y que mi resplandor sirva de luz para los demás. Que mi
luz venga toda de ti, oh Jesús, y que ni el rayo más leve sea mío. Sé
tú el que iluminas a otros por mi medio.

Permíteme alabarte de la manera que más te agrada: ilumi-


nando a quienes me rodean. Que más que con palabras, predique tu
nombre con mi ejemplo, con la fuerza contagiosa de tu atracción,
con la influencia compasiva de mis obras, con la fuerza evidente del
amor que mi corazón siente por ti.

Amén.

Malia y yo no teníamos idea de cómo estas oraciones estaban


afectando el alma del médico de la familia. Un día, mientras me
recibía en su consultorio, me anunció: “Esa madre tuya continúa
llamándome”. Yo pensé que se refería a mi madre, quien vivía
en Seattle y la había llamado muchas veces mientras recibía un
tratamiento de quimioterapia. El doctor Schaefer ayudaba a diri-
gir una clínica para pacientes con cáncer en Tijuana y mi madre
confiaba en él. Ellos se conocían bastante bien y se mantenían en
contacto de forma regular. Entonces le dije al doctor Schaefer:
“¿Qué es lo que ella quiere?”. Él contestó: “¡No sé!”. “Bien”, dije
yo, “¿qué es lo que dijo cuando llamó?”. “No me refiero a Cat-
herine, sino a esa otra madre, aquella de la cual siempre estás
hablando, ¡la que está en la medalla que me regalaste!”. “¿Qué
quieres decir?”, respondí admirada. “Ya son tres veces que María
se me ha aparecido en sueños. Siempre se ve igual. No tengo duda
de que se trata de ella”. Entonces me explicó que la Virgen María
no le hablaba, sólo se acercaba y con ese movimiento, aclaró él,
“lo llamaba”.
Mi hija y yo estábamos curiosas de saber cómo con exactitud
era esta figura que se le aparecía en sueños. Entonces, le pedi-
mos al doctor Schaefer, quien además era un talentoso artista,
que nos dibujara una imagen de ella. Unas semanas más tarde,

111
él nos entregó un hermoso boceto en color, que él mismo había
pintado. Era Nuestra Señora de Guadalupe. El doctor Schaefer
trabajaba en México y hablaba español con fluidez, por eso esta-
ba muy familiarizado con la cultura del lugar. Quizá no debiera
haberme sorprendido tanto el hecho de que la Santísima Virgen
se le apareciera de esta forma. Él me preguntó: “En tu opinión,
¿qué es lo que ella quiere?”. Yo le respondí con otra pregunta:
“¿Qué desea usted, cuando le entrega una tarjeta de presenta-
ción a las personas?”, y yo misma respondí: “Por supuesto, usted
quiere que ellas vayan a tu clínica. Usted es un médico y desea
que ellas vayan allí y logren recuperarse de sus enfermedades.
¡Estoy segura de que ella quiere que usted vaya a su casa!”. El
doctor Schaefer se rió y dijo: “¿Y dónde vive ella?”. Yo dije: “¡En
la iglesia! ¿Por qué no viene con nosotras?”. El doctor Schaefer
aceptó la invitación.
Pensé que el mejor lugar para llevar a un médico budista de
mediana edad y especializado en medicina oriental, quien jamás
había estado en el interior de un templo católico, era una iglesia
donde celebraran una misa de sanación. ¡Que mejor lugar para
llevar a un médico! Así que fuimos juntos a la misa carismática y
al ministerio de sanación que celebraba el padre Jerry Bevilacqua
en la ciudad de San Diego. El doctor Schaefer quedó impactado
con la experiencia, al punto que empezó a hablar a sus pacientes
de estos ministerios e, incluso, remitió a algunos de ellos al padre
Jerry. También decidió asistir con nosotras a la Eucaristía con
tanta frecuencia como podía. En un principio no fue tan seguido,
debido a las responsabilidades que tenía en México. Pero Nuestra
Señora no se rindió con él. Ella le seguía mandando pacientes
que llevaban la medalla milagrosa alrededor del cuello e incluso
le envió a la esposa de un ex sacerdote católico, quien estaba
muriendo de cáncer. De hecho, él y el ex sacerdote pasaron un
buen tiempo hablando de muchos aspectos de la fe.
Un día el doctor Schaefer me llamó y me preguntó si que-

112
ría visitar una clínica para el cáncer que hacía poco había sido
abierta en Tijuana. Él estaba muy orgulloso de este nuevo centro,
que él había ayudado a organizar, y quería hacerme un recorri-
do por sus instalaciones. Para ese entonces, yo pertenecía a los
Misioneros de la Caridad Laicos de la Madre Teresa y ellos tie-
nen un seminario y varios orfanatos en Tijuana. Entonces le dije
al doctor Schaefer que la próxima vez que yo fuera a Tijuana a
llevar ropa a alguno de los orfanatos, pasaría por la clínica para
verlo. Casi al mismo tiempo, la Armada Azul de Nuestra Señora
de Fátima vino a San Diego y celebró misas e hizo Rosarios al
lado de la estatua de la Santísima Virgen, la cual es una réplica
de la original que se encuentra en Portugal. La Armada Azul
había venido a San Diego el año pasado y yo había dejado una
camándula con el guardián de la estatua. Él me había dicho que
la llevaría junto con la estatua a todos los viajes. Muchas per-
sonas hacían esto en señal de devoción. Pues bien, después de
una de las misas de Nuestra Señora de Fátima, yo me acerqué
al guardián y le pregunté si se acordaba de la camándula que le
había entregado durante su visita anterior. Tenía la esperanza
de recuperarla. El guardián no se acordaba, pero fue muy com-
prensivo. Se la describí y él me dijo que la buscaría. No me había
dado cuenta de que nadie pedía que le devolvieran su camándula.
Por eso, él estaba tan sorprendido; no obstante, se mostró muy
complaciente conmigo.
El guardián dejó la iglesia por un momento y cuando regresó,
tenía en sus manos una hermosa camándula dorada. Me dijo que
no había podido distinguir con exactitud cuál era mi camándula
entre las muchas que llevaba durante sus viajes. Pero esta ca-
mándula era especial, explicó, y quería que yo la conservara. Me
dijo: “Cuando esta camándula nos fue entregada era de plata, pe-
ro mientras estuvo con nosotros se transformó en una camándula
de oro. Esto sucede algunas veces y yo no trato de encontrarle
una explicación; por lo general, entrego estas camándulas a las

113
personas que están enfermas o a punto de morir, pero en esta
ocasión tú la puedes conservar”. Acepté el regalo y me fui medi-
tando acerca de lo que me había dicho. Pensé: “No estoy enferma
ni me estoy muriendo, ¿0 sí?”.
Dos semanas después, me desperté con la certeza de que fi-
nalmente iría a visitar al doctor Schaefer en Tijuana. Lo llamé y
le pregunté: “¿Puedo visitar su clínica hoy?”. Él dijo que no era
el mejor día para él, pues tenía demasiados pacientes. En verdad,
para mí tampoco era el mejor día para desplazarme hasta allá.
Tenía invitados que debía recoger en el aeropuerto y estaba llo-
viendo a cántaros. Pero nada de eso pudo impedir que yo fuera
a Tijuana. Cuando siento que hay un llamado, respondo a él, y
yo sabía que había un llamado para hacer este viaje. Éste era
el día para hacer la visita, a pesar de los inconvenientes que se
presentaran.
El doctor Schaefer se dio cuenta de lo decidida que yo estaba
y aceptó que lo visitara, advirtiéndome que sólo tendría un poco
de tiempo para mostrarme el lugar. Eso era suficiente para mí,
así que conduje hasta Tijuana y encontré la clínica. Mientras el
doctor hacía las rondas del día, yo permanecí sentada en la sala
de espera. Me puse a rezar el Rosario con la camándula dorada
que me había dado el guardián de la Armada Azul. De repente
se me acercó una mujer que me pareció era de San Diego. Se
trataba de Sharon, una antigua vecina mía. En aquellos tiempos,
las dos éramos seguidoras de la Nueva Era y hacía muchos años
que no nos veíamos. Ella no sabía nada acerca de mi conversión.
Sharon me saludó y me preguntó si yo padecía de cáncer. Dijo:
“¿Por qué estás aquí? ¿Estás enferma?”. Le respondí que no,
que yo estaba esperando al doctor Schaefer con la esperanza de
que me hiciera un recorrido por la clínica. Después me preguntó:
“¿Qué tienes en tus manos?”. Yo le dije que era una camándula
y ella comentó: “¡Oh! ¿Crees que podrías rezar el Rosario en el
cuarto de mi padre? Él solía ir a la iglesia con mi madre antes

114
de que ella muriera. De eso ya hace doce años. Mi padre me
pidió hace poco que buscara la vieja camándula de mi madre
y se la trajera”. Ella no había podido encontrarla, pero sabía
el profundo significado que tendría para su padre el hecho de
que rezáramos juntos el Rosario. Sharon no había estado en una
iglesia católica desde que era una niña y había pertenecido a la
Nueva Era durante los últimos treinta años. Por tanto, no podía
recordar las oraciones. Yo le dije: “¡Sí, por supuesto! Me dará
mucha alegría poder hacerlo”.
Sharon tuvo que salir a una cita, pero me dejó con su pa-
dre y con su hija en la habitación privada del hospital. Cuando
estábamos a punto de terminar el cuarto misterio del Rosario,
alguien tocó la puerta. Era el doctor Schaefer y otros dos colegas,
quienes estaban haciendo sus rondas. Ellos entraron al cuarto y
nos miraron sin interrumpir. Después, durante una pausa, uno
de los doctores aprovechó la oportunidad para llevarme fuera de
la habitación. Yo estaba asustada, pues pensé que había hecho
algo equivocado. El doctor me preguntó: “¿Qué estaba haciendo
en esa habitación?”. Yo le enseñé la camándula y dije: “Estába-
mos rezando el Rosario en honor a la Madre de Dios”. El médico
observó las cuentas de la camándula, me miró y exclamó: “Re-
gresa a la habitación y continua haciendo lo que sea que estabas
haciendo. Le dijimos a este paciente, hoy temprano en la maña-
na, que se fuera a casa; que ya era tiempo de que pusiera sus
cosas en orden y se preparara para morir. A él le quedan sólo
unos días de vida. Hace una hora, estaba completamente angus-
tiado, realmente desesperado. Ahora parece que se ha calmado
y está en paz. Sea cual sea la oración que estás haciendo, está
funcionando. ¡Sigue adelante!”.
Esto fue lo que el especialista en cáncer dijo con exactitud.
Por lo menos cinco personas fuimos testigo ese día de lo que
logró la camándula de la Armada Azul: el doctor Schaefer, el
budista; su colega, quien era testigo de Jehová; mi amiga Sharon,

115
la practicante de la Nueva Era, su hija y su padre. Antes de
irme, le entregué la camándula al padre de Sharon, quien me
preguntó si podía ayudar a su hija a encontrar un sacerdote para
organizar un funeral católico. Así lo hice de inmediato. Cuando
regresé a San Diego, me contacté con el párroco la iglesia de
San Marcos y durante las siguientes dos semanas, el sacerdote
y el diácono visitaron al padre de Sharon, quien se confesó, y le
llevaron la sagrada comunión. El sacerdote reconfortó a la familia
y a muchos de sus amigos y familiares (varios de los cuales se
habían alejado del catolicismo) que fueron a verlo en sus últimos
días.
El doctor Schaefer y yo fuimos al funeral que se realizó en
una iglesia católica. Al finalizar el servicio, él me dijo: “¡Yo sé
que todo esto no sucedió por azar! ¿Qué debo hacer ahora?”. Yo
le respondí: “Tiene que inscribirse en el programa de iniciación
cristiana para adultos”, y así lo hizo. Le tomó dos años comple-
tar el programa y tuvo que asistir a dos parroquias diferentes,
pues tenía múltiples ocupaciones y trabajaba en dos clínicas. Fi-
nalmente, logró convertirse en cristiano católico en la noche de
la Vigilia Pascual, a la edad de cuarenta y ocho años.
Nuestro Señor sabe cuándo nacemos y cuando vamos a mo-
rir. Él sabía que al doctor Schaefer le quedaba muy poco tiempo.
Durante los años siguientes, el Señor lo utilizó para que diera un
bello testimonio del amor de Dios y de Nuestra Señora. Cuando
se enteró de que tenía cáncer, su final estaba muy cerca. Con-
forme se acercaba la hora, tratamos de localizar al padre Jerry
Bevilacqua, quien lo había guiado en la fe hacía unos años. El
padre Jerry estaba fuera de la ciudad, pero vino tan pronto co-
mo pudo y visitó al doctor Schaefer en el hospital antes de que
muriera. Estamos tan agradecidos por el hecho de que el doctor
empezó su camino con el padre Jerry y pasó sus últimas horas
al lado de él. Gracias a Dios, el doctor Schaefer está ahora con
Nuestra Señora en la familia de Dios.

116
Capítulo IV

¡Jesús es el Señor!

Rosemarie fue una de mis maestras de Un curso de milagros.


Durante el apogeo de la Nueva Era, ella fue muy conocida no
sólo por sus seminarios de Un curso de milagros, los cuales fueron
muy populares, sino también por la música que producía. Ella era
compositora y cantante y realizó conciertos por todo el país. Sus
grabaciones podían conseguirse en todas partes. Cuando empezó
mi conversión, Rosemarie y yo perdimos el contacto y, luego, ella
se trasladó del sur de California a Washington. Al igual que la
mayoría de mis antiguos amigos de la Nueva Era, Rosemarie no
tenía idea de lo que estaba pasando en mi vida.
Un día soleado, en San Diego, sonó el teléfono y era Rosema-
rie. Ella sabía que yo tenía un cómodo cuarto para huéspedes y
que vivía cerca de la playa; también sabía que ella siempre ha-
bía sido bienvenida en mi casa. Estaba de paso por San Diego
y se preguntaba si podría quedarse en mi casa. Ella había visto
crecer a Malia y también deseaba volver a verla. Por esto, que-
dó bastante sorprendida cuando dudé recibirla. Le dije: “Sabes
Rosemarie, desde la última vez que te vi han pasado algunas
cosas: regresé a la Iglesia católica y no estoy segura de que sea
una buena idea que te quedes aquí. ¿En qué andas ahora?”. Ella
respondió: “Continúo con Un curso de milagros, pero ahora tam-
bién estoy trabajando en hipnoterapia alquímica y el I Ching. El
I Ching es asombroso”. Yo no quería saber nada de estas cosas,
por lo que dije: “Bien Rosemarie, déjame orar al respecto y te

117
daré luego una respuesta. ¿Por qué no me llamas mañana?”. Al
día siguiente por la tarde, Rosemarie me llamó de un teléfono
público que estaba cerca de la autopista. Dijo: “Moira, voy en
dirección norte, ¿puedo quedarme en tu casa esta noche? ¡Es sólo
por una noche!”. Yo había orado al respecto y parecía que estaba
bien aceptar, entonces le dije que podía quedarse, pero le aclaré:
“Deja el I Ching en tu auto. ¡No quiero ninguno de tus objetos
de la Nueva Era en mi casa!”. Pensé: “¡Bueno, esto con seguri-
dad la ofenderá!”, pero no fue así. Aun con esta exigencia, ella
quiso venir a mi casa. Entonces le hice una segunda aclaración:
“¡Sólo trae tu pijama y tu cepillo de dientes, lo demás déjalo en
tu auto!”.
Cuando Rosemarie llegó, la conversación fue incómoda al
principio. Le hablé un poco de mi conversión y de la paz que
ahora sentía. Rosemarie fue muy respetuosa, pero no tenía mu-
cho que decir al respecto. Pienso que estaba un poco irritada.
Como se acercaba la hora de la cena, sugerí que fuéramos, en
compañía de mi hija Malia, a buscar comida china. De hecho,
me pareció una buena idea para un huésped que practicaba el
I Ching. Me alegré cuando ella aceptó la invitación, porque aún
no me sentía a gusto teniéndola en casa. La cena llenó de ener-
gía a Rosemarie y durante la mayor parte de ésta, ella enfocó
la conversación en temas de la Nueva Era. Eso me recordó mi
vida pasada y me perturbó tanto, que empecé a orar allí mis-
mo en el restaurante. Oré en silencio durante toda la comida:
mientras hablábamos, ordenábamos la comida y comíamos. El
Espíritu Santo estaba obrando. Mientras oraba, recordé que diez
años atrás, cuando me encontraba en su casa recibiendo un taller
sobre Un curso de milagros, Rosemarie había traído un buqué de
hermosas rosas rojas. Ella estaba radiante de alegría por las ro-
sas y por el vivero donde las había comprado. Nos dijo que el
lugar tenía un llamativo letrero en la entrada que decía: “Jesús
es el Señor”. Ese letrero, comentó ella, le había encantado y, por

118
eso, estaba rebosante de alegría. Recuerdo haber pensado: “Que
cosa más extraña que una maestra de la Nueva Era esté tan
emocionada por un letrero que proclama que Jesús es el Señor”.
Recordar este hecho me dio esperanza; además, me animaba
el hecho de que unos días antes había estado en una misa de
sanación con el padre Jerry Bevilacqua y, en su homilía, el ha-
bía citado las palabras de san Pablo: “Nadie puede decir: Jesús
es el Señor, si no es movido por el Espíritu (1 Corintios 12, 3).
Esas palabras se quedaron grabadas en mi mente desde entonces.
Pensé: “Si Rosemarie pudo declarar en un salón de clases de la
Nueva Era que “Jesús es el Señor” con tal alegría, entonces tuvo
que haber sido el Espíritu Santo quien la inspiró. Si ella lo pudo
decir en aquel entonces, quizá pueda decirlo otra vez; quizá el
Espíritu Santo pueda moverla a decirlo con fe”. Entonces decidí
actuar de manera audaz e invitarla para que fuera con nosotras
a una celebración Taizé. Taizé es una hermosa liturgia cristiana
que tiene sus propios cantos, sus oraciones y un largo y emotivo
tiempo de veneración a la cruz. Esta tradición empezó en Fran-
cia en el siglo pasado y se ha convertido en un movimiento muy
poderoso a lo largo de Europa y en las distintas denominaciones
cristianas. Le conté a Rosemarie un poco acerca del Taizé y le
expliqué que un servicio de este tipo se llevaría a cabo esa noche
en nuestra parroquia. “Si tienes curiosidad, podemos ir directa-
mente desde el restaurante. No es sólo para católicos, podría ser
un lugar maravilloso para que oraras y meditaras”. Rosemarie di-
jo que quería ver de qué se trataba, entonces pagamos la cuenta
y nos dirigimos a la iglesia. Llegamos justo a tiempo, el servicio
empezó y yo estaba segura de que Rosemarie, siendo una cantan-
te, estaría fascinada por los cánticos. Pero resultó que no fue así,
no le gustaron en absoluto. Ella estaba muy confundida y mani-
festaba resistencia a todo lo que estaba sucediendo. Después de
unos diez minutos, insistió en que nos fuéramos. Le expliqué que
yo necesitaba quedarme. Dije: “Para mí, esto es algo muy rela-

119
jante, de mucha contemplación y meditación, y no puedo irme
todavía”. En otras palabras, quise decirle: “Yo tengo las llaves
del auto y tú estás atrapada”. Malia tuvo una idea genial y le
propuso: “¿Por qué no vamos a la capilla de la adoración? Es
un lugar hermoso, puedes llevar un libro y állí podemos esperar
a mi mamá”. Ella aceptó y, entonces, salieron hacia la capilla,
donde se acomodaron. Por supuesto que Rosemarie no sabía na-
da acerca del Santísimo Sacramento, las velas ni las imágenes
sagradas. Tampoco sabía que allí debía guardarse silencio, por
lo que empezó a hacerle miles de preguntas a Malia: “¿Qué sig-
nifica este lugar? ¿Qué es ese objeto dorado que se ve encima
del altar? ¿Quién es el hombre del cuadro que está alzando a un
niño pequeño? ¿A qué vienen las personas aquí?”.
Malia respondió pacientemente una a cada una de sus pre-
guntas. Le habló acerca de la custodia, la hostia consagrada y la
presencia de Jesús. “Él está realmente en este lugar”, le explicó,
“parece pan pero es el mismo Jesús. Él está allí presente, sólo
empieza a hablar con Él”. “De la boca de los pequeños y de los
niños de pecho...” como nos dice el Evangelio, “empiecen a ala-
barlo, a hablar con Él”, y esto fue lo que hizo Rosemarie. Resulta
que en una de las mesas encontró una copia de La hora milagro-
sa, un texto escrito por la católica carismática Linda Schubert.
Entonces, tomó este maravilloso librito y empezó a hacer algu-
nas de las oraciones que aparecen allí. Transcribo una parte de
la oración de perdón:

Amado Padre, yo elijo perdonar a todas las personas que han pa-
sado por mi vida, incluyéndome a mí mismo(a), porque tú me has
perdonado. Gracias, Señor, por esta gracia. Me perdono por todos
mis pecados, mis faltas y mis equivocaciones. Me perdono por no ser
perfecto(a). Me acepto y tomo la decisión de dejar de hacerme daño
y de ser mi peor enemigo. Me libero de todas las cosas por las que
guardo rencor contra mí, me libero de toda atadura y hago las paces
conmigo mismo(a) hoy, por el poder del Espíritu Santo.

120
Yo perdono a mi madre por cualquier negatividad y falta de amor
que haya podido tener para conmigo a lo largo de mi vida, de
manera consciente o inconsciente; por los abusos de cualquier
clase que haya cometido conmigo, yo la perdono el día de hoy;
por no haberme brindado, en las distintas circunstancias, una
bendición maternal profunda, plena y satisfactoria, yo la perdono en
este momento; la libero de toda atadura y hago las paces con ella hoy.

Yo perdono a mi padre por cualquier negatividad y falta de


amor que haya podido tener para conmigo a lo largo de mi vida, de
manera consciente o inconsciente; por los abusos de cualquier clase
que haya cometido conmigo, por los actos crueles y las heridas que
haya podido infligirme; por las privaciones a las que haya podido
someterme, yo lo perdono el día de hoy; por no haberme brindado,
en las distintas circunstancias, una bendición paternal, plena y
satisfactoria, yo lo perdono en este momento; lo libero de toda
atadura y hago las paces con él hoy.

Yo perdono a mi esposo por cualquier negatividad y falta de


amor que haya mostrado hacia mí durante el tiempo que estuvimos
juntos. Por todas las heridas de nuestra relación, yo perdono a mi
esposo hoy, lo libero de toda atadura y hago las paces entre nosotros
hoy...

El servicio de Taizé terminó a las diez en punto. Me sentía


cansada y lista para irme a casa, pero cuando entré a la capilla
de la adoración, noté que Rosemarie no tenía ninguna intención
de marcharse. Entonces nos quedamos orando allí las tres hasta
después de la medianoche. Cuando finalmente salimos y nos diri-
gimos hacia el auto, a través del estacionamiento, Rosemarie me
miró y exclamó: “Ahora lo sé: ¡Jesús es el Señor!”. Eran exacta-
mente las mismas palabras que la habían conmovido tanto una
década atrás. Entonces nos reímos, llenas de alegría, por lo que
ella había dicho. Fue realmente grandioso y ella lo dijo con tal
convicción, que sabíamos que el Espíritu Santo la había tocado.
Rosemarie se quedó en nuestra casa tres días más. Cuando se
fue, se dirigió a Oregon, donde tenía programado un coloquio y

121
un concierto dentro de una gran conferencia de Un curso de mi-
lagros. Unos días después, nos llamó para decirnos que cuando se
subió al escenario, no pudo cantar. Entonces se puso a hablarles
a los allí presentes acerca de Jesús y los dirigió para que hicieran
oraciones a Jesús y al Espíritu Santo. Las personas se pusieron
inquietas y los organizadores de la conferencia estaban muy dis-
gustados. Pero aunque le dijeron que se retirara, más adelante se
enteró de que sus palabras habían inspirado a algunas personas
hacia la conversión. “¿Qué hago ahora?”, me preguntó y yo le
respondí: “El padre Jerry Bevilacqua estará en Seattle este fin
de semana para dirigir un retiro y celebrar una misa de sana-
ción. Pienso que debes ir a verlo”. Rosemarie aceptó ir y dijo que
llevaría a su hermana, quien también estaba involucrada en la
Nueva Era.
El padre Jerry es un agustino y tiene el don de sanación a
través del Espíritu Santo. Durante el ministerio, estando para-
do frente al templo, dijo: “¡Alguien aquí tiene la enfermedad de
Lyme!”. Rosemarie pensó que estaba hablando de otra persona,
pero cuando repitió las mismas palabras y nadie respondió, ella
se levantó muy nerviosa y dijo: “¡Yo tengo la enfermedad de Ly-
me!”. En ese entonces, yo no era muy consciente de ello, pero
la salud de Rosemarie se estaba deteriorando. La enfermedad de
Lyme estaba empezando a afectar sus articulaciones, y su sangre
y sus órganos estaban comenzando a mostrar señales que indi-
caban que su condición podría amenazar su vida. Pues bien, el
padre Jerry se acercó a ella de inmediato y le habló acerca de
sus síntomas, describiéndole su pronóstico de la misma manera
como lo habían hecho sus médicos. Después dijo: “¡Jesús desea
sanarte y te está sanando en este instante!”. Luego oró por ella
durante unos veinte minutos. Cuando terminó, exclamó: “¡Estás
sana! Tomará una semana para que todos los síntomas de esta
enfermedad desaparezcan de tu cuerpo, pero después de eso, ve
donde un doctor para que te revise”. Unas dos semanas después,

122
Rosemarie visitó a su médico, quien le confirmó que ella estaba
curada. Fue un milagro y, como se lo dijo después el padre Jerry
en privado, no sólo había sido curada físicamente, sino también
espiritualmente. Durante los meses siguientes, ellos se encontra-
ron y mantuvieron contacto por teléfono. Finalmente, Rosemarie
y su hermana ingresaron al programa de iniciación cristiana para
adultos en una iglesia católica en Washington. Ella y su hermana
son ahora cristianas carismáticas y tienen una fe muy profunda.
“¡Jesús es el Señor!”. ¡Gracias, Espíritu Santo!

123
Capítulo V

Perdona nuestras ofensas

Cuando me mudé por primera vez al área de San Diego a prin-


cipios de los años ochenta, no conocía casi a nadie. Sin embargo,
poco después de mi llegada, conocí a Carol en una clase de pre-
paración para el parto; ella, al igual que yo, esperaba su primer
bebé. Hacía poco se había trasladado desde el noroeste del Pa-
cífico y se había graduado de la Universidad de Washington el
mismo año que yo. Vivía en mi vecindario y fue inevitable que
nos convirtiéramos en amigas. En los años siguientes, Carol y yo
llegamos a ser como hermanas, al igual que nuestras hijas Malia
y Leslie. Ella compartía mi interés en la Nueva Era, aunque no
estaba tan involucrada como yo.
Hacia el décimo cumpleaños de Malia, me enteré de que Ca-
rol y su esposo Mark se estaban divorciando, y que ella y Leslie
regresaban al noroeste. Esto fue un golpe para nosotras, en es-
pecial cuando nos enteramos de la causa: el esposo de Carol, un
respetado y exitoso ejecutivo, admitió haber abusado físicamen-
te de su hija. Fue una de las cosas más humillantes y dolorosas
que he presenciado en mi vida. Después de que Carol y Leslie se
marcharon, Malia y yo las extrañamos mucho y sentíamos ver-
dadera ira hacia Mark. Él continuó viviendo en su casa cerca
de nosotras, y lo veíamos con frecuencia en el vecindario. Creo
que nunca en mi vida había sentido tanta ira, por no decir odio,
hacia otra persona. Fue una carga que llevé conmigo y que, fuera
de las personas agraviadas; debía permanecer en secreto. Nunca

124
pensé que pudiera sanar ese sentimiento.
Poco después de mi regreso a la Iglesia, empecé a asistir a las
clases del programa de iniciación cristiana para adultos y, a pe-
sar de haber recibido los sacramentos, era aún una catecúmena
en muchos aspectos. Necesitaba una completa reeducación. Pues
bien, en una de esas clases, un sacerdote que nos visitó hizo un
riguroso análisis del Padrenuestro. Este padre me aclaró en su
totalidad la verdad del verso: “Perdona nuestras ofensas, como
también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. “No hay
excepción ni negociación”, dijo él, “para el mandato que estamos
llamados a cumplir los cristianos: perdonar. Sólo perdonando po-
demos ser perdonados”. Cuando escuché esta explicación tan di-
recta, me di cuenta de que Jesús me estaba hablando”. Recuerdo
estar sentada en el salón de clases y pensar: “Sólo soy un ser
humano y no me es fácil perdonar, en especial a alguien como
Mark, quien traicionó por completo a mis amigas, arruinando
sus vidas. ¡Es algo muy difícil!”. Eso era exactamente lo que es-
taba pensando. Entonces hice una oración, diciendo: “Señor, sólo
soy un ser humano y tú eres divino. Por favor, toma mi corazón
humano con su capacidad finita de perdonar y conságralo a tu
corazón compasivo y misericordioso. Coloca tu corazón, Señor
Jesús, sobre el mío y dame la fortaleza que necesito para poder
perdonar a este hombre”
Se necesitó tiempo para que esta oración diera sus frutos. Pri-
mero, dejé que mis ojos se encontraran con los de Mark, cuando
lo veía en público. Después le envié una tarjeta de Navidad. Al
año siguiente, Carol me llamó para preguntarme si no me im-
portaría contactar a Mark y asegurarme de que les enviara unos
muebles y otras pertenencias. También me dijo que no sabía a
qué otra persona podía pedirle este favor. Esto fue una gran
prueba para mí, pero aun así, pude llamarlo e incluso visitarlo,
sin mostrarle la ira que sentía hacia él. Mientras caminábamos
por su garaje, escogiendo las cosas que debían ser enviadas a su

125
ex esposa, pude sentir la gran vergüenza y humillación que Mark
cargaba sobre sí. Nunca tocamos el tema de forma directa, pero
me sentía inspirada por las palabras de la oración Ayúdame a
esparcir tu fragancia. Tratándolo a él con compasión y respeto,
tuve la esperanza de que hubiera sanación para los dos. Una tar-
de necesité volver a ver a Mark, era probablemente la cuarta o
quinta vez que lo hacía, y decidí que mi hija me acompañara.
Cuando llegamos juntas, Mark quedó muy sorprendido. Él quizá
pensó que, sin importar cuanta consideración le hubiera mos-
trado, con seguridad mantendría a distancia a mi propia hija.
Él estaba visiblemente conmovido. Malia y yo nos dirigimos al
garaje y cuando estábamos revisando las cosas que debían ser
enviadas, Mark se acercó para hablarnos. Nosotras estábamos
paradas allí con la puerta del garaje abierta y rodeadas de cajas.
Entonces Mark se paró allí, nos miró y dijo: “¿Cómo pueden us-
tedes dos perdonarme? ¡Estoy completamente arrepentido!”. Yo
había imaginado este momento por meses y mi respuesta llegó
con facilidad: “Mark, créeme, nosotras no podemos perdonarte
por nuestra cuenta, pero por la gracia de Dios, hemos recibido
corazones de compasión para ti. Que Dios te bendiga y te perdo-
ne”. Él nos miró con una expresión de tristeza y alivio a la vez,
y dijo: “¡Gracias, gracias por decirme esto! ¡Gracias al Dios de
ustedes!”
Unos días después, terminamos el trabajo en la casa de Mark.
Cuando me estaba despidiendo, él me dijo: “Moira, creo que quie-
ro conocer más acerca de Dios”. Él lo dijo con toda sinceridad;
realmente lo sentía, quería conocer al Dios que había puesto esa
compasión por él en nuestros corazones. Entonces, lo invité a la
iglesia. Mark empezó a asistir a misa con nosotras de forma regu-
lar, una o dos veces al mes. Podíamos ver que los mensajes de las
homilías y las lecturas le hablaban a él de manera muy profunda,
por eso no me sorprendió cuando un año después me preguntó
si podía apadrinarlo en el programa de iniciación cristiana para

126
adultos. “¡Sí, por supuesto!”, le respondí. Pero una vez que Mark
tomó esa decisión, surgieron ciertas dificultades inesperadas. Ha-
bía una gran guerra espiritual. Durante los tres meses anteriores
a su primera clase, Mark dejó de ir a la iglesia por un tiempo,
siempre encontraba alguna excusa para no asistir. Su conducta
era muy confusa para mí y cuando le preguntaba si había cam-
biado de opinión, él se enfadaba. No me contestaba las llamadas
telefónicas y me evitaba en público. Le dije al sacerdote: “Mark
y yo ni siquiera estamos hablando, ¿cómo vamos a poder asistir
a las clases de la iniciación cristiana?”.
Un día, a finales de agosto, justo antes de la primera sesión
del programa de iniciación cristiana para adultos, me fui sola a
la capilla de la adoración y le entregué todo al Señor. Le dije:
“Señor, yo sé que has llamado a este hombre, sé también que me
estás pidiendo que ayude a llevar su alma a tu verdad. ¿Cómo
quieres que lo haga? Yo no conozco el camino”. Después de mi
oración, asistí a la misa de la mañana y ofrecí la Eucaristía por
Mark. Luego me fui a casa, oré y ayuné todo el día. Después de
casi ocho horas, finalmente recibí un mensaje del Señor. Escuché
en mi mente con claridad estas palabras: “Llama y haz una cita”.
Pensé: “¡Por supuesto! Él es un hombre de negocios”. Entonces
llamé a Mark a su oficina y le pregunté si tenía a mano su agenda.
Luego dije: “¿Podemos hacer una cita?”. Él respondió: “Creo que
sí”. Acordamos una cita para el próximo martes, poco antes de
las siete de la noche, en el estacionamiento de la iglesia. “Cuál
es el motivo”, preguntó él. “Bien, va a haber una presentación
introductoria sobre la Iglesia católica”. No mencioné nada acerca
del programa de iniciación cristiana para adultos o de nuestros
recientes conflictos. Él contestó: “Allí te veré”.
Ese fue el inicio de lo que terminó siendo un fabuloso progra-
ma y una hermosa época. El Señor realmente me dio la gracia
para poder acompañar a esta alma en el camino hacia su hogar,
que es la casa de Dios. También me dio la gracia para poder dejar

127
toda amargura, cólera, resentimiento y sentimiento de división,
de tal manera que pudiéramos sentarnos uno al lado del otro,
cada semana, en las clases de iniciación cristiana y en la iglesia.
Desde entonces, ha habido una gran sanación en la familia de
Mark. Él y Carol pudieron reconciliarse a tal punto, que él es
ahora parte de la vida de su hija. Mark ha visitado a su hija y a
su ex esposa en varias ocasiones y han compartido tiempo juntos.
Ahora él está ahí para su hija en los cumpleaños, las graduacio-
nes y otras fechas importantes. Ésta es una hermosa historia de
sanación. El Señor le dio a Mark la gracia de reconciliarse y re-
tribuir a quienes había ofendido, mientras aún está aquí en la
tierra; así mismo, pudo ofrecer su amor de padre a su hija, el
cual los dos pensaban que estaba perdido para siempre.

128
Parte III

Apuntes sobre la Nueva Era


Capítulo I

Conceptos y prácticas equivocados

Fantasmas y demonios

En ninguna parte de las enseñanzas de la Iglesia dice que las


almas de los muertos vagan por la tierra, apareciéndose a noso-
tros e influenciando nuestras vidas en forma de fantasmas. Sin
embargo, de acuerdo con mi experiencia de muchos años como
clarividente, curandera y practicante de las ciencias ocultas, yo
recibía información y poderes procedentes de entidades espiritua-
les. Yo las vi, las escuché y las sentí, Y también pude observar sus
acciones en el mundo. Yo no estaba invocando al Espíritu Santo,
a Jesús o a la Virgen María, entonces no se trataba de ellos ni
de sus ayudantes. Así que me remití a la Escritura y al Catecis-
mo de la Iglesia Católica para entender quiénes eran estos seres.
Pues bien, estas fuentes nos enseñan que son demonios. Jesús,
los profetas y los santos sostuvieron batallas con estas fuerzas
espirituales y, por esto, me refiero a ellas de la forma como ellos
lo hicieron, como demonios, malos espíritus, ángeles caídos, el
Enemigo, Satanás, el diablo. Éstos son los términos que hemos
heredado para referirnos a los seres espirituales que se interponen
entre nosotros y Dios.

Obras mayores

Los practicantes de la Nueva Era acostumbran tergiversar la


Biblia, en especial, los practicantes de sanación alternativa. Jesús

131
dice en el Evangelio según san Juan: “Les aseguro que el que cree
en mí hará las obras que yo hago y las hará aún mayores que
éstas...” (Juan 14, 12). Los seguidores de la Nueva Era se detienen
aquí y dicen: “Nosotros podemos hacer obras aún mayores, tal
como lo predijo Jesús”. Pero estas personas no citan el versículo
siguiente: “...porque yo me voy al Padre; y lo que pidan en mi
nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.
Lo que pidan en mi nombre, yo lo haré” (Juan 14, 12-14). Los
sanadores psíquicos dejan de lado esta parte. Pero, por favor, no
se confundan: a menos que ellos estén trabajando en el nombre
de Jesús y estén glorificando a Dios Padre, no están siguiendo las
palabras de Jesús, no están trabajando con el Espíritu Santo. Los
frutos del Espíritu Santo son obras de servicio para que el cuerpo
de Cristo pueda ser edificado; estas obras no son utilizadas como
una demostración de poder y ni engrandecen al individuo.

Las Iglesias del Nuevo Pensamiento

Mary Baker Eddy fundó las Iglesias de Cristo Científico y, a


partir de allí; Ernest Holmes empezó a enseñar la ciencia reli-
giosa, de la cual surgen los actuales unitarios universalistas y la
moderna Iglesia de la Unidad. Muchas personas no se dan cuenta
de que estas Iglesias no son Iglesias cristianas, pues ellas ense-
ñan la “santísima trinidad” de yo, mi ser, lo mío. Las palabras
que ellos utilizan para referirse a Dios son: “Espíritu de vida”,
“mente universal”, “inteligencia suprema”, “el gran arquitecto”,
etc. Básicamente su dios es una conciencia, no hay un salvador.
Si nos remitimos a los escritos originales de los fundadores
de estas Iglesias, Mary Baker Eddy y Ernest Holmes, notaremos
que ellos llaman a sus enseñanzas: el Nuevo Pensamiento, y en
esto fui entrenada durante muchos años. El Nuevo Pensamien-
to consiste en cambiar nuestra conciencia. No es ni siquiera una
religión, es una psicología de lavado cerebral. Ellos enseñan que

132
los seres humanos somos parte de una mente infinita. Dios es
una energía infinita sin forma, una fuerza cósmica a la que no-
sotros le damos forma y hacemos que se convierta en un mundo,
a través de nuestros pensamientos. Nosotros somos los creadores
absolutos de nuestro mundo y si cambiamos nuestra forma de
pensar, lograremos transformar las condiciones de nuestra vida.
Podemos hacer manifestaciones, porque nuestra voluntad por sí
misma es la ley de nuestro universo. La corriente del Nuevo Pen-
samiento sustenta esta idea haciendo referencia a la Biblia y, en
efecto, imparte cursos bíblicos haciendo uso de esta interpreta-
ción “metafísica”.

La hipnoterapia

En una ocasión, leí en la parte posterior del boletín de mi


parroquia lo siguiente: “Disminuya las presiones de su vida con
el poder del hipnotismo”. Llamé a la secretaria del despacho pa-
rroquial para saber un poco más acerca de este anuncio, y ella
me dijo: “Sí, monseñor sabe que ese aviso está en el boletín y lo
aprueba, porque cree que la hipnoterapia es un área legítima de
la psicoterapia”. Después de eso, llamé a la persona que ofrecía
la terapia de hipnosis y ella dijo: “Bien, no soy ni cristiana ni
psicoterapista. Tomé un curso de seis semanas en hipnosis y mi
texto guía es Un Curso de Milagros”. Entonces se encendieron
todas las señales de alarma en mi interior.
Yo continúo siendo una hipnoterapista certificada, aunque ya
no lo practico. El problema con el hipnotismo tiene que ver con
la voluntad. Cuando alguien te hipnotiza, ya sea en un club noc-
turno o en un entorno terapéutico, tú entregas tu voluntad, por
eso es peligroso. El hipnotista pudo haber sido formado en un
instituto de dianética o quizá pudo haber recibido entrenamiento
en autogénesis o en “limpieza mental”. Así que lo mejor es per-
manecer alejados de cualquier clase de terapia hipnótica, a no ser

133
que estés completamente seguro de la formación del terapista. Si
estás luchando con un dolor crónico o una adicción, busca a un
psicólogo cristiano.

Los cristales

El problema con los cristales es que cuando los compras o los


recibes (cristales de cuarzo, no aquellos de plomo) no sabes por
qué manos han pasado. Todos los cristales tienen una historia y
tú desconoces quién los cortó, quién les dio forma o los manipuló.
Cualquier cristal puede ser programado y cuando esto sucede,
hay un espíritu que queda asociado al cristal, el cual por supuesto
no es el Espíritu Santo. Espíritus demoníacos utilizan los cristales
para entrar en tu casa, pues ellos son vías de acceso.
Los practicantes de la Nueva Era saben que lo primero que
tienen que hacer con sus cristales es limpiarlos. Los llevan al
océano y los lavan en el mar para echar fuera a los malos espíritus.
Los cristianos podrían utilizar sal exorcisada y agua bendita para
lograr el mismo objetivo, pero ¿para qué molestarse? Tíralos a
la basura, sácalos de tu casa.

Una precaución acerca del ministerio de liberación

Los ministerios de liberación no pueden ser realizados sin pre-


paración y sin el debido conocimiento. Las persona más idóneas
para hacer una liberación son los sacerdotes, quienes están prote-
gidos por el sacramento del orden. Por virtud de este sacramento,
ellos han recibido el carisma apropiado para llevar a cabo dicho
ministerio. También hay laicos que han recibido de Dios el don
de liberar a otras personas de la influencia de espíritus, a tra-
vés del poder del Espíritu Santo. Si necesitas liberación, debes
encontrar a alguien que con seguridad tenga este don.

134
El primer mandamiento

Cuando empiezas a interesarte en los asuntos de la Nueva


Era, lo primero que haces es quebrar el primer mandamiento de
la ley de Dios: “No habrá para ti otros dioses delante de mí”.
¡Es así de simple! Estás empezando a dar los primeros pasos
dentro de la idolatría. Después de esto, se hace fácil racionalizar
los demás mandamientos y dejarlos de lado. Tu vida moral se
escapa por la ventana y comienzas a crear tus propias reglas y
tus propios valores; te conviertes en el creador de tu propia vida,
pues ya no es Dios quien está a cargo.

La actitud cristiana

Para la Nueva Era, el énfasis está en el “yo”, es decir, en la


idolatría personal y el fortalecimiento del “yo”, el cual lo hace
todo: el “yo” puede recibir la iluminación, el “yo” es el salvador
y es quien dirige todo. Tener una actitud cristiana es algo com-
pletamente diferente, pues el énfasis está en cultivar las virtudes
del alma, en fortalecer la humildad, la paciencia y el servicio.

Las artes marciales

Las artes marciales, de hecho, son parte del mundo del ocul-
tismo. Cuando alcanzas los niveles más altos, aprendes medi-
tación, y cuando practicas estas meditaciones, estás trabajando
con espíritus de demonios. No estoy hablando de los niños de
primaria que van a un centro comercial o a la Asociación Cris-
tiana de Jóvenes, después de la escuela, para tomar una clase.
Me refiero a aquellos que avanzan hasta los grados más elevados
de aprendizaje. Por otra parte, existe una asociación de artes
marciales cristianas y también hay parroquias que ofrecen estos
entrenamientos con un enfoque cristiano. Allí se enseñan medi-

135
taciones cristianas para los adultos que deseen avanzar a niveles
superiores.

lluminación inmediata

En los Estados Unidos queremos que todo sea rápido. Nos


gusta que haya comidas rápidas, servicios inmediatos, cajeros
automáticos y todo lo que pueda hacer más fácil nuestra vida.
De igual forma, deseamos vivir una espiritualidad rápida, una
iluminación inmediata. Todo esto, por supuesto, se opone a las
enseñanzas de Jesús. Por ejemplo, sabemos que Jesús nos redimió
de nuestros pecados por su resurrección y que, luego, ascendió al
cielo. Pues bien, hay varios lugares alrededor del país que ofrecen
una ascensión rápida, a cualquiera que esté dispuesto a pagar por
ello.
La Iglesia Summit Lighthouse es uno de estos cultos y, en la
actualidad, se encuentra en todas partes del mundo. Su líder,
Elizabeth Claire Prophet, incluso ha aparecido en la portada de
The Wall Street Journal. Los seguidores de la señora Prophet se
autodenominan “los portadores de la luz del mundo”. Su gurú,
El Morya, es supuestamente un maestro inmortal ascendido. Si
logras concluir con éxito sus meditaciones y oraciones, y sigues
sus prácticas, tú también ascenderás. Ni siquiera necésitas espe-
rar la muerte; puedes ascender en este mismo instante con tu
cuerpo etéreo y, aun así, continuar dentro de tu cuerpo físico en
la tierra, haciendo el trabajo de los maestros inmortales. Ellos
dicen que el mismo Jesús es uno de ellos.
Sé también que la Iglesia de Summit Lighthouse utiliza ora-
ciones, porque yo misma hice parte de ese grupo. Dentro de
sus prácticas, tienen oraciones y usan camándulas, haciendo una
completa mofa de la fe católica. Sus camándulas no tienen cruz
sino unas medallas “sagradas”. Recitan el Padrenuestro, pero le

136
cambian las palabras; recitan el Avemaría, pero omiten la frase:
“...ruega por nosotros los pecadores..”. Además, utilizan la ora-
ción a San Miguel Arcángel para pedir protección, pero lo llaman
“Señor Miguel” y, en su opinión, ¡él también es un maestro as-
cendido!

Las herejías

En el libro del Deuteronomio, leemos: “Cuando hayas entrado


en la tierra que el Señor, tu Dios, te da, no imites las prácticas
horrendas de aquellos pueblos. No haya en medio de ti quien
queme en sacrificio a su hijo o a su hija, ni quien practique la
adivinación, el sortilegio, la superstición, el encantamiento, ni
quien consulte a los adivinos y a los que invocan a los espíritus,
ni quien interrogue a los muertos” (Deuteronomio 18, 9-11). Pues
bien, si tuviéramos que reescribir esta lista en términos moder-
nos, deberíamos incluir las siguientes prácticas:

Hipnoterapia alquímica.
Alquimia.
Ángeles guías.
Canalización angélica.
Cartografía astral.
Proyección astral.
Astrología.
Trabajo con el aura.
Escritura automática.
Armonización de los chacras.
Canalización.

137
Clariaudiencia.
Clarisentencia.
Clarividencia.
Sanación con cristales.
Adivinación a través de cristales.
Baños.
Eckankar.
Trabajo con energía.
EST.
Trabajo en el cuerpo con luz etérea.
Caminar sobre fuego.
El Foro.
Geomancia.
Manos de luz.
Hipnotismo.
Movimiento del “yo soy”.
I Ching.
Colocar piedras.
La rueda de la medicina.
Necromancia.
El Nuevo Pensamiento.
Numerología.
Experiencias fuera del cuerpo.
Terapia de regresión a vidas pasadas.
Desarrollo psíquico.

138
Sanación psíquica.
Terapia de renacimiento.
Reiki.
Chamanismo.
Control mental Silva.
Viajes astrales.
Guías espirituales.
Psicoterapia espiritual.
Espiritismo.
Balanceo de mesas por invocación de espíritus.
Tantra.
Lectura de las cartas del Tarot.
Médiums en trance.
Trabajos de trance.
Visualización.
Wicca.

A esto se refería Dios cuando dijo: “Ustedes son mi pueblo.


No caigan presos de estas cosas. No sigan a dioses paganos”.
Pues bien, recordemos que el paganismo moderno tiene muchos
nombres.

El discernimiento

Una palabra que está ausente del vocabulario de la Nueva Era


es el “discernimiento”. La Biblia nos dice que debemos examinar
la procedencia de los espíritus (1 Juan 4, 1-6), pero los seguidores
de la Nueva Era raramente lo hacen. Ellos simplemente dicen:

139
“Hagamos esta canalización, esta iniciación o este ritual”. Todos
los espíritus caen dentro de una misma categoría. Los demonios
y los ángeles son lo mismo para ellos.
En el mundo cristiano, los visionarios pueden ver una apa-
rición o recibir una locución. Pero después de esto, se pone en
marcha un riguroso sistema de discernimiento para determinar si
esas experiencias son falsas o verdaderas. Uno de los problemas
con la Nueva Era es que las personas no tienen ninguna dirección
espiritual y no existe un proceso de discernimiento. Una persona
puede decir que está recibiendo mensajes de este espíritu, de es-
ta persona o de aquel santo, cuando en realidad quien habla es
el Enemigo. Satanás imita y hace burla de todos los dones del
Espíritu Santo. Un cristiano virtuoso que tenga una profunda
humildad y haya recibido el don de sanación, de conocimiento
o de profecía es completamente diferente de un psíquico que no
está trabajando en nombre de Jesús. Las habilidades psíquicas
imitan los dones del Espíritu Santo. Por eso, si estás recibiendo
información de una entidad en el ámbito psíquico, con seguridad
se trata de un espíritu demoníaco. Yo sé esto, porque yo misma
fui psíquica.
La fuente del mensaje puede ser difícil de discernir. Por ejem-
plo, en los Hechos de los Apóstoles, Lucas relata que una mucha-
cha que tenía un “espíritu de adivinación” seguía a Pablo gritan-
do: “Estos hombres son siervos del Dios altísimo y les anuncian
el camino de la salvación”. Ahora bien, esto pareciera ser al-
go bueno, pero el conocimiento de la muchacha no provenía de
Dios, era demoníaco. Después de varios días, Pablo hace el dis-
cernimiento y le ordena al espíritu: “En nombre de Jesucristo te
mando salir de ella”. Entonces, no era el Espíritu Santo quien
hablaba y Pablo tuvo que discernir esto. En la Nueva Era, te en-
señan cómo desarrollar esas destrezas y cómo trabajar con ellas,
pero jamás te dicen con qué espíritus estás trabajando ni cómo
puedes discernir quiénes son.

140
La profecía

San Pablo nos dice: “...ambicionen el don de profecía...” (1


Corintios 14, 39). La profecía, un don del Espíritu Santo, pue-
de ser muy útil para la edificación de la comunidad cristiana.
No obstante, en el mundo psíquico, la profecía es utilizada para
fortalecer el “yo”, para tener poder sobre otros seres humanos y
para conferir poder a ciertas personas con el fin de que ellas ten-
gan influencia en sus clientes. Los psíquicos utilizan la profecía
para invadir los límites. El Espíritu Santo, por su parte, tiene un
respeto profundo por las personas, Él no permite que alguien co-
nozca los asuntos privados de otras personas. ¿Qué razón tendría
para hacerlo? ¿Acaso eso brinda ánimo y consuelo? ¿Fortalece a
la comunidad?, ¿Promueve la salvación de las almas?

El orgullo y la humildad

Cuando trabajas con espíritus guías, es decir, espíritus de-


moníacos, ellos harán que te sucedan falsos milagros y te mani-
festarán signos y prodigios, pero estos signos se convertirán en
un estímulo para el orgullo. Recuerda que éste fue el pecado ori-
ginal. El orgullo fue la causa de la caída de Lucifer; el orgullo
es la razón por la cual las personas desean volverse adeptas al
gnosticismo y a otras enseñanzas esotéricas. Todo eso está basa-
do en el orgullo. ¿Cuál otra razón puede haber para que alguien
se esfuerce tanto por alcanzar ese nivel de autoconocimiento, de
iluminación inducida por sí mismo, de realización personal, de
dominio propio e individualismo? En contraste, Cristo nos pi-
de que nos entreguemos a Él. Así que si deseas saber si alguien
trabaja con el Espíritu Santo, observa la vida que lleva esa per-
sona. Hazte la pregunta: “¿Es humilde o está dominada por el
orgullo?”

141
Meditación oriental

Muchas personas están involucradas en prácticas de medita-


ción oriental, las cuales son enseñadas incluso en las parroquias y
los centros de retiros cristianos. En uno de ellos, observé un cua-
dro con la imagen de un monje budista, quien se supone vendría
a enseñarle a los cristianos cómo meditar. Su método se llama
Vipassana o meditación consciente. Esta técnica que se propone
vaciar la mente, claro que ellos no dicen esto en sus folletos de
propaganda.
El Espíritu Santo no nos pide que vaciemos nuestras mentes.
San Pablo nos dice que debemos someter todo entendimiento a
la voluntad de Cristo (2 Corintios 10, 5). Como cristianos, no
debemos usar la meditación para poner nuestra mente en blanco
y acceder a un estado de vacío interior. Lo que debemos hacer es
colocar la mente de Cristo en nuestra mente.

Un Dios, muchos caminos

Las personas pueden preguntar: “¿Por qué este sistema de re-


ligión es diferente del cristianismo? ¿No somos todos uno? ¿Acaso
no hay un solo Dios? ¿No existen muchos caminos para alcanzar
el mismo objetivo?”. Pero eso no es lo que la Biblia nos dice.
Moisés le dijo a su pueblo: “No sigan a dioses paganos, no sigan
sus caminos. Ellos no siguen a nuestro Dios” (cf. Deuteronomio
18).
Algunos sistemas de meditación, hindú, budista, de la Nue-
va Era, enseñan que puedes llegar a ser uno con un dios que
es evidentemente diferente al nuestro. Este dios no es llamado
“bueno”. Se trata de un dios indiviso que afirma que no hay opo-
sición entre el bien y el mal. El bien y el mal están envueltos en
un solo paquete y subsisten dentro de una misma entidad divina.
A nosotros no se nos enseña eso. ¡Ésta no es una enseñanza cris-

142
tiana en absoluto! Por el contrario, hemos aprendido que Dios
es una persona, no una fuerza energética impersonal; que Él es
Dios Padre y podemos dirigirnos a Él como nuestro Padre; que
somos sus hijos e hijas y podemos heredar su Reino (cf. Mateo
23, 9). Sabemos que somos salvos a través de Él y que no somos
niños perdidos. Entonces, se trata de un dios muy diferente a
aquel que pregonan los movimientos religiosos de Oriente y de la
Nueva Era.
De igual manera, nadie nos enseñó que el dios de los demo-
nios y el dios de los ángeles es el mismo dios y tiene un solo
rostro. En el budismo tibetano, por ejemplo, la guerra espiritual
significa que, a través de la meditación y estando tú vivo, puedes
encontrarte con ángeles y demonios sin temer ninguna cosa. Por
tu propio esfuerzo, puedes vencer el temor y alcanzar un nivel
de iluminación, donde el bien y el mal son uno solo. Esto se di-
ferencia por completo de la guerra espiritual del cristianismo y
no tiene nada que ver con la guerra espiritual de la cual habla
san Pablo en su Carta a los Efesios (cf. Efesios 6, 12). Estamos
luchando contra principados y potestades de mundos invisibles.
Los principios de estas dos religiones son irreconciliables, a no
ser que distorsionemos sus enseñanzas.

Señales de los espíritus

Cuando las personas trabajan con el Espíritu Santo, las se-


ñales que los acompañan son: la humildad, la santidad, la buena
moral. Como Juan Pablo II escribió: “Al Espíritu de Jesús, aco-
gido por el corazón humilde y dócil del creyente, se debe, por
tanto, el florecer de la vida moral cristiana y el testimonio de
la santidad...”3 . La señal de los demonios, por el contrario, es la
corrupción, ellos son mentirosos y llevan a las personas al peca-
3
Encíclica El esplendor de la verdad, 108.

143
do de manera cada vez más a profunda. Los demonios invisibles
del movimiento de la Nueva Era, por lo general, conducen a las
personas a cometer pecados sexuales. Esto es muy fácil, pues se
encargan de racionalizar la promiscuidad. Así mismo, traen con-
sigo un espíritu de opresión, para que las personas sientan una
culpa que las oprime. El Espíritu Santo nos muestra nuestro pe-
cado, pero no nos oprime ni nos lleva a un estado agobiante de
desesperación. Cuando el Espíritu Santo nos declara culpables
por nuestros pecados, nos llama al arrepentimiento y, a través de
él, nos hacemos libres. Eso no sucede en el mundo del ocultismo.
Los espíritus demoníacos hunden a las personas en el pecado, de
forma cada vez más profunda.

Qigong

Ciertas personas, incluyendo algunos cristianos, creen que el


qigong los ayudará a liberarse de fuerzas demoníacas, porque
esta técnica enseña cierta clase de respiración protectora. En su
opinión, con esta técnica y ciertas meditaciones, puedes hacer
uso de una fuerza de vida cósmica. Y con esta fuerza de vida,
puedes construir una burbuja de energía alrededor tuyo y quedar
conectado al sol, las estrellas, la luna, la tierra y todo lo demás.
Tienes este poder a tu disposición, toda la energía del universo,
y puedes protegerte con él. “¿Encaja esto con las enseñanzas
cristianas?” me pregunto yo.

El yoga y el cuerpo

Yoga significa, en sánscrito, “unión”, lo que en este contex-


to quiere decir, de forma bastante específica, unión con Dios. El
yoga no es sólo una forma de ejercicio corporal, como trotar, dan-
zar o realizar ejercicios aeróbicos. El dios del yoga es una deidad
impersonal que invade el universo. Entonces, como cristianos, el

144
yoga no es un programa al que debamos acceder a ciegas.
En la mayoría de las escuelas de yoga, el objetivo consiste en
transcender el cuerpo a través de posturas y técnicas de respira-
ción, es decir, hacer uso del cuerpo para separase de él. Ése es el
punto y no tiene nada que ver con lo que la Biblia enseña acerca
del cuerpo. La Palabra jamás dice que nuestro cuerpo sea algo
malo, esto es gnosticismo. Se nos ha dicho que nuestro cuerpo
es templo del Espíritu Santo (1 Corintios 3, 16; 6, 19). Lo que
es malo es el pecado y éste puede involucrar nuestro cuerpo. Así
que debemos tener mucho cuidado con cualquier práctica basa-
da en la creencia de que el cuerpo es malo de por sí. Según el
yoga, el espíritu se encuentra sometido por el cuerpo físico y el
objetivo es liberarse de esa esclavitud. Habiendo practicado yo
misma yoga, no veo cómo esta práctica pueda reconciliarse con
los principios del cristianismo.

La conciencia crística

Los seguidores de la Nueva Era, por lo general, no hablan


de Jesucristo. Ellos se refieren a Él como el “Cristo cósmico”, la
“conciencia crística” o “Jesús, el maestro ascendido”, y afirman
que si realizas ciertas prácticas, podrás alcanzar la “conciencia
crística”; esto es, vas a pensar como Cristo y, en consecuencia,
serás otro Cristo. Un curso de milagros dice que todos noso-
tros somos Cristos caminantes, lo que sucede es que no hemos
descubierto ese nivel de divinidad en nosotros. Cuando así lo ha-
gamos, resolveremos todos los problemas del mundo y habrá paz
en todas partes. Como ven, no hay necesidad del Espíritu San-
to. “Pero si todos trabajamos con nuestro espíritu guía privado,
¿cómo vamos a lograr que haya paz?”, me pregunto. No lo sé,
esto en verdad me suena a caos.

145
La adivinación

La adivinación es mucho más que predecir la suerte, es tam-


bién la lectura de la palma de la mano y de la bola de cristal,
el encantamiento de las aguas, los baños, la lectura de las cartas
del Tarot y de las hojas de té, la numerología y el análisis de las
entrañas de los animales muertos, como se hace en la santería.
También hay formas modernas de adivinación que son presenta-
das como algo científico; éstas incluyen el análisis de la escritura,
la iridología (lectura del iris del ojo) y la kinesiología, la cual es
utilizada por muchos sanadores holísticos.
La adivinación les da a las personas una sensación de control
sobre sus vidas, pero Satanás, siendo el padre de la mentira, nos
engaña a través de estos instrumentos. Estas prácticas debilitan
la voluntad humana y Satanás se introduce en nuestras vidas.
El control que la adivinación ofrece es opuesto a lo que la Biblia
nos enseña: sólo debemos tener fe en Dios, Él está en control de
todas las cosas y es completamente justo; el Espíritu Santo nos
guiará por medio de la Palabra y la Iglesia.

146
Parte IV

Aclaraciones sobre
Un curso de milagros
Capítulo I

Génesis de la biblia de la Nueva Era

Cuando me involucré por primera vez en la Nueva Era, a media-


dos de los años setenta, el texto de Un curso de milagros era algo
secreto. Un creciente pero no tan grande número de personas sa-
bía acerca de este libro, el cual sólo podía conseguirse por medio
de la organización que originalmente lo publicó: la Fundación pa-
ra la paz interior. En las últimas tres décadas, la suerte de este
cambió de forma dramática. Hoy día hace parte del catálogo de
prácticamente todas las librerías, y se mantiene como uno de los
libros mejor vendidos. Yo lo llamo la “Biblia de la Nueva Era”;
otros lo han llamado “el tercer testamento” de Dios a su pueblo.
Lo que encuentro más perturbador acerca de este texto es la
aceptación que ha tenido por muchos miembros de la comunidad
cristiana. Los libreros cristianos lo cargan y se puede encontrar en
las bibliotecas de las iglesias, los monasterios, los seminarios y los
centros de retiros cristianos, en donde incluso es impartido como
suplemento de las enseñanzas cristianas. Por favor, sean cons-
cientes de que Un curso de milagros no es un libro cristiano en
ningún sentido de la palabra. Como el texto lo declara de manera
abierta, se trata de un mensaje dictado por una entidad espiri-
tual. Esta entidad asegura revelar las verdaderas enseñanzas de
Jesús, cuyo significado ha sido distorsionado por generaciones de
errados y viciados trascriptores e intérpretes. No te sorprende-
rá saber que de acuerdo con esta entidad, todos nosotros somos
iguales a Dios.

149
Un curso de milagros es en verdad una serie de tres libros:
texto, libro de trabajo y un manual para los maestros. Estos li-
bros también pueden conseguirse en una edición rústica de un
solo volumen. El libro de trabajo está dividido en 365 leccio-
nes, con el fin de que el estudiante realice una lección por día
durante un año. Estos libros están basados en las experiencias
de la doctora Helen Schucman, una persona que se describe a
sí misma como atea y quien se desempeñó como psicóloga en la
Universidad de Columbia.
La historia es así: la doctora Schucman y su colega, el doc-
tor William Thetford, tenían una relación difícil y antagónica,
hasta que un día literalmente juntaron sus manos y prometieron
ayudarse uno al otro para encontrar una mejor forma de rela-
cionarse. Después de eso, la doctora Schucman empezó a tener
experiencias psíquicas: tuvo visiones de un antiguo culto a una
diosa y otras más, en las cuales veía “su libro”. Una vez lo vio en-
vuelto en perlas; otra vez, vio que era cargado en la bolsa de una
cigüeña; y en otra ocasión, vio que llevaba el nombre del dios
griego de la medicina, Esculapio. De acuerdo con la mitología
griega, este dios fue hijo de Apolo, el dios griego de la sabiduría,
y de la mortal Coronis. Su madre tuvo una aventura amorosa
y, en consecuencia, Apolo se enojó mucho y la mandó asesinar.
Cuando ella yacía en su pira funeraria, Apolo arrancó de sus en-
trañas al aún no nacido Esculapio y se lo entregó a un centauro,
una criatura que es mitad humano y mitad caballo. El centauro
crió al niño y le enseñó conjuros de sanación, así como la manera
de utilizar hierbas y pócimas para restablecer la salud. Esculapio
creció y se convirtió en un gran médico. Supuestamente, resucitó
a una persona y, por esta razón, el rey de los dioses del Olim-
po, Zeus, lo mandó matar. Después de su muerte, Esculapio fue
elevado a la condición de dios. En la última etapa del período
clásico, los devotos de Esculapio fueron los que ofrecieron ma-
yor resistencia al cristianismo. Él fue el último dios pagano en

150
sucumbir al mundo cristiano. Se cuenta que fue muy difícil des-
truirlo, porque las personas continuaban siendo sanadas en sus
templos.
Después de las visiones sobre el libro, la doctora Schucman
tuvo otra visión, en la cual se veía entrando a una cueva al lado
del mar. Allí ella encontraba un rollo de pergamino, lo abría y
leía unas palabras que estaban escritas en medio del pergamino
y decían: “Dios es”. Entonces, empezaron a aparecer pequeñas
palabras distribuidas en columnas a lo largo del pergamino y ella
escuchó una voz que decía: “Si lo desenrollas, conocerás el futuro
y el pasado”. La doctora Schucman desenrolló el pergamino por
completo, dudó por un momento y luego decidió que no tenía
interés en leer los acontecimientos del tiempo pasado y futuro.
Así que volvió a enrollar el pergamino. La voz le dijo: “Tú lo
hiciste esta vez, ¡gracias!”.
Un par de semanas después de haber tenido estas visiones,
la doctora escuchó la misma voz, dirigiéndose otra vez a ella. La
voz decía: “Éste es un curso de milagros, por favor toma notas”.
Al parecer, la voz repetía esto una y otra vez. Ella llamó a su
colega Bill Thetford por teléfono y le dijo: “Estoy escuchando
esa voz, ¿qué hago?”. El doctor Thetford dijo:“Bien, ¿porqué
no tomas notas? ¿Por qué no averiguas de qué se trata todo
esto?”. Y fie así como esa noche comenzó la trascripción de Un
curso de milagros. Casi todas las mañanas, durante los siguientes
siete años, la doctora Schucman llegaba a su oficina a las 7:30
y transcribía las palabras de su maestro invisible. Primero se
copiaron en taquigrafía y, después, se pasaron en limpio con la
ayuda de una máquina de escribir.
Si lees Un curso de milagros y la literatura que ha surgido en
relación con él, podrías pensar que el autor es Jesús de Nazaret.
El autor se llama a sí mismo Jesús. Sin embargo, los devotos de
Un curso de milagros son cautelosos acerca de identificar esta

151
figura con el histórico Hijo de Dios del Nuevo Testamento. El
Jesús de Un curso de milagros explica que su contraparte bíblica
ha sido mal entendida y erróneamente interpretada. Si alguna de
las dos figuras es ficticia, supone el autor, lo más seguro es que
se trate de aquella cuya historia fue escrita hace dos mil años.

152
Capítulo II

Enseñanzas de Un curso de milagros

El doctor William Thetford dedicó los siguientes veinte años a


divulgar las enseñanzas de Un curso de milagros. Cuando se re-
tiró, se mudó a La Jolla, California, al norte de San Diego. En el
punto álgido de mi carrera en la Nueva Era, participé en grupos
de estudio en los que él estaba directamente involucrado. Tam-
bién tomé una serie de talleres y seminarios sobre este tema y,
aunque nunca fui maestra de dicho curso, aprendí sus principios
básicos. Quizá debido a que invertí tanto tiempo y esfuerzo en
estudiar el curso de milagros, son tan claras y perturbadoras pa-
ra mí, las diferencias radicales que existen entre esa doctrina y
las enseñanzas de la Iglesia católica.
El primer principio que se menciona es que Dios vive en el
cielo y todos sus hijos (tú, yo y su Hijo) viven a su lado en este
momento. Nosotros estamos dormidos y nuestra pesadilla con-
siste en pensar que estamos separados de Dios. En este sueño,
creamos de manera colectiva nuestro mundo, el cual es funda-
mentalmente una ilusión. Cuando nos despertemos, descubrire-
mos que hemos estado en el cielo todo el tiempo y que nuestra
verdadera esencia es el amor. No tenemos que morir para poder
ir al cielo, sólo necesitamos despertar. Cada uno de nosotros es
exacta y enteramente lo que Dios quiso que fuéramos: libres de
pecado y completamente inocentes. El curso es inflexible acer-
ca de esto: ¡no hay pecado! Eso sólo es parte del sueño; enton-
ces, por supuesto, Jesucristo no murió por nuestra redención. Él

153
murió para demostrarnos que no somos verdadera carne y para
enseñarnos que el ataque más brutal que uno pueda imaginar,
cometido contra un ser humano, no tiene ningún efecto. El único
propósito de la crucifixión fue probar que Dios es amor y que
nosotros somos como Él.
Un curso de milagros enseña que, puesto que no hay pecado,
Dios no tiene necesidad de perdonar. El pecado original es una
ficción y nosotros jamás perdimos la gracia. Por tanto, nuestra
culpa y nuestro sufrimiento no tienen propósito alguno. Estas
ideas son sólo parte de la pesadilla terrena que hemos creado
para nosotros mismos. Sin embargo, el perdón tiene una función
en el mundo del curso de milagros y, en mi opinión, ésta es una
de las características que ha engañado a algunos cristianos. El
curso utiliza la palabra “perdón” todo el tiempo. Asegura que
una de las maneras que tenemos para llegar a la casa de Dios
es perdonando a nuestros hermanos, a todos los sagrados hijos
de Dios. De esta forma, superamos la ilusión del pecado. Pero
no es lo mismo que el perdón cristiano. Digamos, por ejemplo,
que alguien viniera y me diera una bofetada en la cara. Como
cristiana, yo lo perdono por esa acción, es decir, por haberme
abofeteado. En el curso de milagros, la perspectiva sería dife-
rente. En primer lugar, me daría cuenta de que yo no soy un
cuerpo. Luego, me percataría de que este evento fue una ilusión
y, en consecuencia, puedo perdonar rápidamente a alguien por
algo que nunca sucedió. Por extensión, lo mismo sucede con el
crimen, la pobreza, la carencia de un hogar, las guerras, etc. Na-
da de esto es real, son nuestras propias creaciones en este mundo
de ensueño que habitamos. La justicia social, por tanto, es una
pérdida de tiempo.
Una amiga mía, ex maestra de Un curso de milagros, relata
una conversación que tuvo con un estudiante y que la dejó muda.
Ella le estaba contando la experiencia de una joven monja católi-
ca en Bosnia, quien había sido violada por unos soldados serbios,

154
había quedado embarazada y había sido obligada a abandonar
el convento. Esta monja dijo textualmente: “Yo amaré y le en-
señaré a amar a mi criatura. Nosotros no perpetuaremos esto”.
El estudiante de su curso de milagros explicó su punto de vista:
“Esta monja”, dijo, “debió haber creado, en algún nivel, esta ex-
periencia. Esto no le hubiera pasado, si ella no hubiera deseado
que le sucediera”. Pues bien, esta clase de enseñanza es la base
de la apatía social que uno encuentra entre muchos seguidores
de la Nueva Era. Si observas injusticia, no hay necesidad de en-
trometerse. El curso enseña que si ayudas a una persona, estás
interfiriendo en su crecimiento espiritual.
Aunque el curso habla acerca del Espíritu Santo, rechaza la
idea de la Trinidad. El Espíritu Santo es simplemente un nombre
que se da al vínculo de comunicación que existe entre Dios y sus
hijos humanos. Debido a que Dios es amor puro, no puede ser
contaminado con ninguna clase de impureza. Por eso, el Espíritu
Santo expresa el deseo de Dios de llegar a la humanidad y sanar
su pensamiento inconsciente. Al mismo tiempo, Él mantiene a
sus ilusos hijos e hijas en sus brazos.
El curso niega por completo la existencia de Satanás. Las
ideas de la guerra espiritual, la batalla por la salvación del alma
y la necesidad de la salvación son rechazadas totalmente. El úni-
co mal es nuestra separación de Dios, la cual es una ilusión que
hemos creado. No hay legiones de ángeles caídos, como enseña la
Biblia, quienes causan estragos en la tierra entre los seres huma-
nos y trabajan para ganar nuestras almas. Te puedes imaginar lo
complacido que está el Enemigo con estas afirmaciones. A medi-
da que las personas leen esto, se alejan cada vez más de su fe, de
la creencia de que necesitan la ayuda de un amoroso salvador. Al
acoger la filosofía de Un curso de milagros, ellos unen sus fuerzas
a quienes están en su contra y al buscar la salvación, se arriesgan
a perder sus almas.

155
Capítulo III

La voz de la tentación

Hay mucho más que decir acerca de Un curso de milagros. Siete


años de dictado demoníaco no se pueden resumir en unas pocas
páginas. Es suficiente decir que este curso es la imitación y la
burla, pulidas a la perfección por el Enemigo, de ciertos conceptos
cristianos para la Nueva Era. Las personas están buscando la
liberación de los pecados y el curso les ofrece esto; las personas
buscan una explicación del sufrimiento que hay en el mundo y
el curso también la ofrece. Además, para quienes desean tener
control sobre sus vidas, las técnicas de manifestación enseñadas
por el curso tienen éxito con la frecuencia suficiente como para
darle credibilidad al curso.
Para los cristianos, una interpretación del Evangelio para el
siglo XXI y adecuada a la era informática es una idea muy pro-
vocativa. Por otra parte, en todas las épocas, la atracción que
ejerce el hecho de poder realizar de milagros es difícil de resis-
tir. Pero hago esta advertencia a los lectores para que no sean
engañados. Pienso que si tomáramos el concepto del Enemigo
tal como se nos muestra en la Biblia, es decir, como alguien que
fomenta la separación de Dios y siembra confusión en el mundo,
y actualizáramos su mensaje para un mundo moderno, sonaría
muy parecido a los aforismos de Un curso de milagros. Leamos
algunos de ellos:

− “Le he dado a todas las cosas que veo el significado que


tienen para mí”.

156
− “La inocencia es sabiduría porque no tiene conocimiento
del mal, y el mal no existe”.
− “Si no hacemos a nadie prisionero de la culpa, seremos
libres”.
− “Jesús llegó a ser lo que todos ustedes deben ser. ¿Es Él el
Cristo? ¡Oh sí, junto contigo... Él espera que aceptes que
tú mismo eres Cristo”.
− “Mi mente es parte de Dios, soy muy santo”.
− “Mi santidad cubre todo lo que veo”.
− “Mi santidad bendice al mundo”.
− “No hay nada que mi santidad no pueda hacer”,

157
Parte V

La Nueva Era y la Iglesia


Capítulo I

Una presencia destructiva

En el proceso de redescubrir mi fe católica, después de veinti-


cinco años de ausencia, muchas veces quedé impresionada de ver
cómo la Iglesia ha caído presa de las influencias de la Nueva Era,
las cuales pensé estar dejando atrás. Ésa es una de las razones
por las que escribí este libro: quiero ayudar a los cristianos, de
manera especial al clero, para que reconozcan de qué forma se
ha infiltrado el pensamiento de la Nueva Era en la Iglesia. Es
una presencia que finalmente resulta destructiva y que necesi-
ta ser enfrentada cada vez que aparece. Por ejemplo, mucha de
la mercancía destinada a obtener milagros que se vende en las
tiendas católicas hoy día (ángeles de piedra, libros de afirmación,
etc.) está diseñada para cambiar nuestra forma de pensar. Estos
productos oscurecen el significado tradicional del cristianismo y,
en especial, el significado mismo de los milagros. No vamos a ob-
tener un milagro por colocar un ángel de piedra y frotar nuestros
dedos en él, o por recitar afirmaciones todos los días. Entonces,
no compren nada de esas cosas; más bien, pídanle a los dueños
de esas librerías que retiren esa mercancía de sus estantes. Es
posible que logren persuadirlos de hacerlo.
Asistí a una conferencia hace algunos años en la Xavier Uni-
versity en Cincinnati, una de las universidades católicas más an-
tiguas del país. Uno supondría que se trata de un campus univer-
sitario relativamente conservador. Pues bien, en nuestro camino
al auditorio, pasamos al lado de la ventana de la librería estu-

161
diantil. Me sorprendió ver el parecido que tenía con la fachada
de un almacén de la Nueva Era. El título destacado era Las cró-
nicas del vampiro de Anne Rice. En aquellos días, incluso el Wall
Street Journal escribía acerca de la posibilidad de que hubiera
una influencia demoníaca en sus escritos, si bien la autora ter-
minó retornando a la fe católica. El libro de Ann Rice estaba
rodeado de una docena de otros títulos relacionados con el ocul-
tismo, entre ellos: El diccionario de Satanás, algunos libros sobre
astrología y los más populares acerca del movimiento de las dio-
sas. Al lado de todo esto había un volante pegado al vidrio que
promocionaba un retiro de meditación con un sacerdote católico
alemán, quien también era un maestro Zen. Me pregunto: “¿Có-
mo alguien puede ser sacerdote católico y maestro Zen a la vez?”.
Una de estas tradiciones tiene que haber sido distorsionada hasta
llegar a ser irreconocible, si no es que lo fueron las dos.
El pequeño grupo con el que me encontraba decidió hacer al-
go. Primero nos acercamos a los dos sacerdotes encargados de la
conferencia y les preguntamos qué podían hacer al respecto. Ellos
nos respondieron: “Ustedes son laicos, esto es algo que deberían
poder manejar”. Entonces hablamos con algunos miembros del
comité organizador de la conferencia y ellos nos presentaron a
una de las participantes, una alumna y benefactora de la univer-
sidad. Ella compartió nuestra inquietud y prometió llevar el caso
a la próxima junta de los miembros del consejo de la adminis-
tración. Al día siguiente, esta mujer se unió a nosotros mientras
sacábamos fotos de la ventana de la librería; después nos acompa-
ñó a la oficina del presidente de la universidad, a quien le dijimos:
“Esto es lo que está sucediendo en la librería”. Él fue muy recep-
tivo respecto a nuestras inquietudes y acordó ponerle atención
al asunto. Para cuando nos marchamos de Cincinnati, tres días
después, los libros y el volante ya no estaban allí. Así pues, ha-
gan algo en situaciones similares, vayan y digan: “No pensamos
continuar apoyando su almacén, si usted trae esa clase de cosas”.

162
Escriban cartas, eduquen a las personas. No podemos aceptar la
presencia del mal en nuestras librerías.
También me enteré de que en mi propia parroquia, en el pro-
grama de los viernes por la noche para los católicos divorciados,
solteros y separados, estaban utilizando el libro de Un curso de
milagros como uno de sus textos. Y esto no estaba pasando sólo
en la iglesia de San Francisco en California, sacerdotes de todas
las partes del país me han llamado para preguntarme acerca del
curso. Ellos no sólo escuchan decir a los feligreses que este libro
es muy interesante, sino que han visto parroquias vecinas que
auspician seminarios que utilizan el libro en mención. “¿De qué
se trata?”, me preguntan con interés.
No se equivoquen, este libro es la recopilación de las declara-
ciones dictadas por un demonio y transcritas por una psicóloga
de la Universidad de Columbia durante los años sesenta y se-
tenta. Dice ser una revisión actual y corregida de la Sagrada
Escritura, pero es completamente incompatible con las enseñan-
zas cristianas. Un curso de milagros es el documento definitivo
del culto del yo, mi ser, lo mío. Su transcriptora pasó los últi-
mos años en la más profunda depresión y en sus días finales, se
acercó en busca de ayuda a un sacerdote católico, quien había
sido estudiante suyo.

163
Capítulo II

Retiros espirituales
para apartarse de la fe

Quizá la forma más exitosa de introducir el pensamiento de la


Nueva Era dentro de la Iglesia ha sido a través de los centros de
retiros cristianos. Al parecer, puedes tomar cualquier periódico
diocesano y encontrar allí el anuncio de un retiro que nos lleva
a preguntarnos: “¿Es esto cristiano?”. Lo mismo puede decirse,
y aun con mayor razón, respecto a las revistas y los periódicos
católicos progresistas.
En una ocasión un sacerdote, quien dirige un centro de reti-
ros jesuita al norte de California, me dijo que ellos iban a ser los
anfitriones de un taller dirigido por una ex monja, quien había
hecho una peregrinación a la India y ahora estaba presentando
las ideas de la Escuela del Misterio de las Nueve Puertas, un ins-
tituto que enseña una espiritualidad “basada en la Tierra”. La
audiencia para este seminario estuvo compuesta de capellanes
que trabajaban en hospitales. El curso se enfocó en algo llamado
las “cartas de medicina”. Éstas son cartas del Tarot, herramientas
de adivinación. En realidad, se trata de una forma de chamanis-
mo en la cual cada carta representa un espíritu animal específico
o tótem. Con la ayuda de estas cartas y el tótem que las asiste, se
les enseñó a los capellanes cómo ayudar a los enfermos y los mo-
ribundos. No puedo entender cómo un sacerdote católico puede
dejar de lado los sacramentos y otros instrumentos propios de la
fe, para consultar espíritus de animales, en especial, en presencia

164
de los moribundos.
Aquí en San Diego, en un centro católico de dirección espiri-
tual, puedes tomar cursos de yoga, meditación budista e incluso
telepatía. Los folletos informativos que describen estos cursos ni
siquiera mencionan cómo pueden ayudar a los cristianos estas
prácticas extranjeras. La aceptación de estas influencias de la
Nueva Era está tan arraigada, que supongo que son aceptadas
de manera tácita. También conozco un convento en Minnesota, y
hay otros en California y Massachussets, donde las monjas ofre-
cen talleres de sanación con la técnica del Reiki. Yo fui entrenada
como maestra en Reiki, lo que significa que estaba autorizada a
iniciar a las personas en esta práctica, así como a enseñar tales
métodos de curación. El Reiki es definitivamente una práctica
ocultista. Los practicantes no invocan al Espíritu Santo, sino a
espíritus guías por su nombre; así que esto no tiene lugar en el
mundo cristiano.
Una casa franciscana de retiros en Kentucky ofrece un “retiro
holístico para el cuerpo, la mente y el espíritu”. Las hermanas
que realizan el retiro ayudan a las mujeres para que puedan crear
juntas un espacio sagrado, y les prometen dirigir al espíritu di-
vino dentro de este espacio, a través de meditación y sesiones
de energía sanadora. Estos programas tienen sus raíces en los
talleres de la diosa, los cuales se remontan a los años setenta.
De hecho, puedes encontrar docenas de anuncios de retiros en
las revistas de la Nueva Era que utilizan exactamente el mis-
mo lenguaje. En Arizona, un centro de retiros de un convento
ofrece instrucción en “oración contemplativa” con un instructor
que no es un sacerdote católico ni un religioso. Se trata de un
monje budista de la tradición vietnamita, quien enseña el arte
de la meditación consciente, conocido como Vipassana, y ofrece
entrenamiento acerca de cómo manejar el enojo, haciendo uso de
los conceptos de no dualismo, no ataduras y no “yo”. Esto no
suena en nada similar a colocar la mente de Cristo en nuestra

165
mente, o como dice san Pablo: “....someter todo entendimiento a
la voluntad de Cristo” (2 Corintios 10, 5).

166
Capítulo III

Una respuesta cristiana a la


Nueva Era

Las preguntas que debemos hacernos nosotros, como cristianos,


son éstas: “¿Por qué las personas se alejan de las enseñanzas
de nuestra fe? ¿Por qué tantos abandonan la Iglesia y ponen su
mirada en las religiones orientales, en el ocultismo o en cualquie-
ra de las fórmulas mágicas esotéricas que prometen una rápida
iluminación?”
Mi respuesta a estas inquietudes es que todo esto proviene de
la misma tentación que sedujo al ser humano y lo llevó a alejar-
se del plan de Dios en el jardín del Edén. Estas desviaciones de
la fe verdadera surgen del orgullo, de la ambición de querer ser
iguales a Dios, a través del conocimiento y de nuestros propios
esfuerzos. Entonces, ¿qué puede hacer la Iglesia para responder
a esta tentación? Está claro que se trata de algo que está profun-
damente arraigado en todas las personas, y ha sido así desde el
principio. Por tanto, sugiero que respondamos a esta situación,
educándonos primero a nosotros mismos y, luego, unos a otros.
En mi opinión, aquellos que abandonan la fe y aquellos que bus-
can caminos de acceso a la Nueva Era dentro de la Iglesia están
buscando, por encima de todo, el misticismo. De algún modo,
han perdido la hermosa riqueza del misticismo propio de la tra-
dición cristiana, entonces se alejan para encontrarlo en todos esos
lugares equivocados. Las religiones orientales y las ciencias ocul-
tas les prometen contacto con el misticismo y les ofrecen una

167
experiencia de Dios. Algunos de estos grupos de hecho propor-
cionan poderosas experiencias espirituales, yo lo sé. El problema,
no obstante, es que ellos alejan a sus seguidores de Jesucristo, los
distancian del único y verdadero Dios tanto como les es posible.
Por todo esto, yo les digo a los profesores de Educación Reli-
giosa, en especial a quienes imparten cursos de preparación para
el sacramento de la confirmación: “Enseñen a sus estudiantes
acerca de los santos. Transmitan esas preciosas historias que de-
muestran que un cristiano puede tener una relación directa con
Jesús, con Nuestra Señora y con el Espíritu Santo”. El formidable
y hermoso misticismo de nuestra fe sobrepasa con mucho al de
cualquier otra tradición religiosa. Consideren los santos incorrup-
tibles como santa Bernardita, a quien hoy día le siguen cortando
el cabello y las uñas, en el lugar donde está enterrada en Francia.
Piensen en las experiencias que tuvieron los Padres del desierto
en los tiempos de la Iglesia primitiva, en san Francisco o en Santa
Teresa de Ávila. En nuestros tiempos, el Padre Pío se apareció
al lado de la cama de un moribundo en Roma, mientras que su
cuerpo permanecía en su hogar en San Giovanni Rotondo. La
beata Teresa de Calcuta repartió comida y medicinas a miles de
personas, teniendo la certeza de que cualquier recurso que nece-
sitara, Dios lo proveería. Prácticamente, en todas las parroquia
hay personas que pueden atestiguar eventos milagrosos consegui-
dos a través de la oración. En Lourdes, Medjugorje, Fátima, y
en todos los hogares alrededor del mundo de quienes le piden a
Nuestra Señora que interceda, Dios ha mostrado su amor y su
compasión por medio de la manera como actúa en sus vidas.
En la Primera Carta a los Corintios, san Pablo anima a sus
hermanos cristianos a que “ambicionen dones más altos” (1 Co-
rintios 12, 31). Los actuales seguidores de la Nueva Era entienden
este llamado, pero no han tenido en cuenta que Dios ha construi-
do un hogar para nosotros, en el cual podemos recibir, entender
y utilizar estos dones. Este hogar es la Iglesia. La sanación, el

168
conocimiento, los dones de profecía que atraen a las personas ha-
cia las ciencias gnósticas son ardides demoníacos que imitan, de
forma burlona, los verdaderos carismas del Espíritu Santo. Las
personas necesitan saber esto y, como cristianos, tenemos la mi-
sión de enseñárselo. En la medida en que eduquemos a aquellos
que se esfuerzan por conseguir los dones espirituales, también los
estaremos ayudando a construir el cuerpo de Cristo, es decir, el
lugar en el cual cada uno de nosotros “vive, se mueve y tiene
todo su ser” verdaderamente.
La beata Madre Teresa de Calcuta dirigió un hospicio para
enfermos y moribundos en el corazón del barrio más pobre de
una de las más grandes y empobrecidas ciudades del mundo.
Miles de occidentales solían visitarla todos los años para ofrecer
sus servicios como voluntarios. Muchos de ellos eran seguidores
de la Nueva Era que, atraídos por la fama de la Madre Teresa,
hacían una escala allí antes de seguir su viaje a la India en busca
de un gurú. Pues bien, la Madre Teresa les entregaba medallas
milagrosas y, aunque ella nos enseñó a predicar con el ejemplo
“más que con las palabras”, cuando partían para continuar su
búsqueda, les preguntaba: “¿No es Jesús suficiente para ti?”.

169
Oración para la guerra espiritual
Padre celestial, te agradezco por enviar a tu Hijo Jesús,
quien venció la muerte y el pecado por mi salvación.
Te agradezco por enviar tu Santo Espíritu, quien me
enviste de poder, me guía y me conduce a la plenitud
de la vida.
Señor Jesucristo, me arrodillo a los pies de tu cruz y
te pido que me cubras con tu preciosa sangre, la cual
brota de tu sagrado corazón y de tus santísimas heridas.
Lávame, mi Jesús, en las aguas vivas que fluyen de tu
corazón. Te pido que me cubras, Señor Jesús, con tu
santa luz.
Padre celestial, permite que las aguas sanadoras de mi
bautismo fluyan ahora a través de las generaciones pa-
ternas y maternas de mi familia para que, así, se puri-
fique mi línea familiar de Satanás y del pecado. Vengo
ante ti, Padre, y te pido perdón por mí, por mis fami-
liares y ancestros, por cualquier invocación de poderes
que se opongan a ti, o que no den verdadero honor a
Jesucristo. En el santo nombre de Jesús, reclamo en
este momento cualquier territorio que haya sido entre-
gado a Satanás y lo coloco bajo el señorío de Jesucristo.
Por el poder de tu Santo Espíritu, muéstrame, Padre,
a las personas que debo perdonar, quienesquiera que
sean, y revélame toda área de mi vida en la que haya
pecados no confesados. Revélame aspectos de mi vida
que no te estén complaciendo. Padre, muéstrame todos
los caminos que le permitieron o pueden permitirle a

170
Satanás introducirse en mi vida. Padre, te entrego cual-
quier falta de perdón; te entrego mis pecados y todos
los medios por medio de los cuales Satanás tiene con-
trol de mi vida. Gracias, Padre, por estas revelaciones.
Gracias por tu perdón y por tu amor.
Querido Señor, tengo algo que confesar. Debido a mi
ignorancia, mi estupidez o mi terquedad, he buscado
tener experiencias sobrenaturales aparte de ti. Te pido
que me ayudes a renunciar a todas estas cosas. Limpia
mi cuerpo, mi mente, mi corazón y mi espíritu.
En el nombre de Jesús, renuncio a todo contacto con
la brujería, la magia, la tabla Ouija y cualquier otro
juego procedente del ocultismo. Renuncio a todas las
formas de adivinación, a la lectura de la palma de la
mano, de las hojas de té y de las bolas de cristal; re-
nuncio a la lectura de las cartas del Tarot y a cualquier
otro método de lectura de cartas. Renuncio a todo ti-
po de astrología, a las señales del nacimiento y a los
horóscopos. Renuncio a la herejía de la reencarnación
y a todoslos grupos de sanación que estén involucrados
con la metafísica y el espiritualismo.
Renuncio a toda clase de meditación trascendental, al
yoga, el Zen, a todos los cultos orientales y a la adora-
ción de ídolos religiosos. Renuncio al encantamiento de
las aguas y a los baños; a la levitación, al balanceo de
mesas por invocación de espíritus, a la levitación del
cuerpo, a la psicometría (adivinación a través de obje-
tos), la escritura automática y el análisis de la letra de

171
las personas. Renuncio a toda la literatura que alguna
vez haya leído y estudiado en cualquiera de estas áreas,
las cuales tienen como objetivo promover la Nueva Era
y el ocultismo. De igual manera, prometo destruir tales
libros y cualquier objeto relacionado con la Nueva Era
o el ocultismo. Renuncio a la proyección astral, a los
viajes astrales del alma y del cuerpo y a cualquier otra
habilidad demoníaca.
En el nombre del Señor Jesucristo, renuncio a todos
los poderes psíquicos que haya heredado y rompo cual-
quier atadura demoníaca en mi línea familiar hasta sie-
te generaciones atrás, en las dos ramas de mi familia.
En este instante, renuncio y abandono todo contacto
con lo psíquico, con la Nueva Era y el ocultismo, que
yo conozca y también a cualquier otro que desconoz-
ca. Renuncio a cualquier culto que niegue la sangre de
Jesucristo y a toda filosofía que niegue la divinidad de
nuestro Señor Jesús.
Señor, revélame cualquier otra cosa a la que yo nece-
site renunciar. En el nombre de Jesús, cierro cualquier
puerta que haya podido abrir a Satanás, a través del
contacto con la Nueva Era y el ocultismo. Ayúdame a
vivir, a amar y a servirte a partir del día de hoy y de
ahora en adelante.

Amén.

172
Índice

Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15

Parte I: La batalla por la salvación del alma 17


1. La erosión de la fe . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
2. El deseo de iluminación . . . . . . . . . . . . . . . . 22
3. Una carrera muy breve . . . . . . . . . . . . . . . . 25
4. El Nuevo Pensamiento . . . . . . . . . . . . . . . . 27
5. El evangelio de la Iglesia de la Ciencia Religiosa . . 32
6. El ingreso al mundo psíquico . . . . . . . . . . . . . 39
7. Las artes de sanación . . . . . . . . . . . . . . . . . 42
8. Enseñanzas del Cristo Interno . . . . . . . . . . . . 46
9. Visiones de los maestros . . . . . . . . . . . . . . . 49
10. Los espíritus del lago . . . . . . . . . . . . . . . . . 52
11. La primera señal en el camino . . . . . . . . . . . . 55
12. Dos señales más . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59
13. La medalla milagrosa . . . . . . . . . . . . . . . . . 62
14. El cristal y el Rosario . . . . . . . . . . . . . . . . . 63
15. “Yo soy tu madre” . . . . . . . . . . . . . . . . . . 68
16. El Príncipe de la Paz . . . . . . . . . . . . . . . . . 73
17. La limpieza de la casa . . . . . . . . . . . . . . . . 77
18. Los dos lados de la barrera . . . . . . . . . . . . . . 82
19. La liberación en Medjugorje . . . . . . . . . . . . . 86

Parte II: Historias de conversión 97


1. Un profundo amor por las almas . . . . . . . . . . . 99
2. La pequena flor en Hawaii . . . . . . . . . . . . . . 101
3. Esparcir tu fragancia . . . . . . . . . . . . . . . . . 110
4. ¡Jesús es el Señor! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 117
5. Perdona nuestras ofensas . . . . . . . . . . . . . . . 124

Parte III: Apuntes sobre la Nueva Era 129


1. Conceptos y prácticas equivocados . . . . . . . . . 131

Parte IV: Aclaraciones sobre Un curso de milagros 147


1. Génesis de la biblia de la Nueva Era . . . . . . . . . 149
2. Enseñanzas de Un curso de milagros . . . . . . . . 153
3. La voz de la tentación . . . . . . . . . . . . . . . . 156

Parte V: La Nueva Era y la Iglesia 159


1. Una presencia destructiva . . . . . . . . . . . . . . 161
2. Retiros espirituales para apartarse de la fe . . . . . 164
3. Una respuesta cristiana a la Nueva Era . . . . . . . 167
TALLER SAN PABLO
BOGOTÁ
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