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Introducción
Empiezo por el principio, tratando de precisar de entrada ciertas cosas. Aunque se presenta como
una colaboración académica con una enciclopedia, el trabajo de Marx sobre Bolívar no es una corta
biografía científica, ni debe ser considerado un trabajo histórico. Hay que evitar la trampa, o la
tontería, de leerlo como tal. No sólo carece del mínimo de objetividad requerido en esos casos sino
que ni siquiera intenta tenerla. Las fuentes que usa son parciales y la toma de partido del autor es
abierta en contra del personaje supuestamente biografiado. Es un panfleto político (o político-
ideológico) al que una reseña biográfica sesgada y manipulada le sirve de base argumental; y es
dentro de estos parámetros que debe leérselo si lo que se busca es entender algo al respecto y no
confundirse, o confundir a otros, en función de determinados intereses.
Como mostraré en lo que sigue, es poco o nada lo que puede aprenderse en términos históricos
sobre Bolívar en el texto de Marx, y –como ya señalaran varios autores¬– si de él puede aprenderse
algo es más bien acerca de Marx, de su contexto, de su visión política y de sus sentimientos
personales.
El análisis, pues, más que histórico tiene que ser político, tiene que enmarcarse dentro del examen
del panorama y de las ideas e intereses políticos en juego, tanto de entonces como de ahora. Tocaré
lo histórico dentro de esos parámetros; y aunque examinaré por supuesto el texto de Marx en
detalle, lo haré sobre todo para mostrar su carácter sesgado y lo lleno de errores, chismes y
falsedades que está; y antes haré un recuento de la historia del texto y de su uso desde que se lo puso
a circular en la tercera década del siglo pasado. Tras examinar el texto mismo, revisaré el contexto
histórico en que Marx lo escribe, lo mismo que la visión y los prejuicios que lo caracterizan. Trataré
luego de dar una visión de conjunto tanto de Marx como de Bolívar, mostrando la grandeza de
ambos y el absurdo que es pretender reducirlos a este pobre texto, a Marx como autor y a Bolívar
como biografiado, como si Marx no hubiese escrito ni hecho otra cosa y como si Bolívar fuese la
triste caricatura que surge del panfleto de Marx. Terminaré con un breve comentario acerca del
actual socialismo bolivariano y su necesaria relación con Marx y con el pensamiento marxista,
tratando de exponer algunas opiniones al respecto.
La historia del texto
Dos hechos circunstanciales rodean este controvertido texto de Marx acerca de Bolívar. Uno es la
casualidad que lleva a Marx a escribirlo; otro, la que lleva, casi un siglo después, a su
descubrimiento y a ponerlo en manos latinoamericanas.
En 1857 Marx y Engels, que tenían años colaborando en forma más o menos regular en un periódico
estadounidense, el New York Daily Tribune, que dirigía el amigo de ambos Charles Dana, se
comprometieron con éste a escribir unos artículos para la New American Cyclopedia que el editor
norteamericano estaba preparando. Se trataba de artículos biográficos y temas de historia militar y
correspondían a las primeras letras del alfabeto. Como Engels conocía mejor los temas militares,
Marx, que vivía en medio de serias dificultades económicas, se dedicó a escribir las cortas biografías
y así le tocó la de Bolívar, personaje al que todo indica que desconocía entonces por completo. Al
intentar documentarse sobre el Libertador sudamericano, en lo esencial con una bibliografía
sesgada escrita por enemigos de Bolívar, Marx detestó de entrada al personaje, que le pareció un
individuo elitesco, cobarde, petulante, ambicioso, dispuesto a todo para convertirse en dictador y
lleno de ínfulas napoleónicas. En consecuencia, dando curso a sus prejuicios contra el personaje y a
su odio contra el bonapartismo que veía recreado y caricaturizado en Bolívar, escribió a toda prisa
un texto parcializado, lleno de errores y muy distante del rigor y de la objetividad académica propios
de una enciclopedia (lo que Dana le reclamó, dando lugar a una respuesta deplorable de su parte).
El texto, al que Marx no dio más importancia, fue publicado en forma anónima, como suele ocurrir
en esos casos, cayó en el olvido junto con la enciclopedia, y más nunca se supo ya de él.
Fue en 1934/35 que se lo redescubrió, cuando los editores soviéticos preparaban la edición en ruso
de las Obras Completas de Marx y Engels y espulgaron los textos de ambos autores para la olvidada
Cyclopedia de Dana. La casualidad hizo que a Aníbal Ponce, un joven marxista argentino que se
hallaba en Moscú, revisando archivos en el Instituto Marx-Engels-Lenin, le fuera dado ver el texto.
De vuelta a América Latina, Ponce lo tradujo del inglés al español y lo publicó en marzo de 1936 con
un comentario propio en el primer número de ‘Dialéctica’, una revista que empezó a editar entonces
en Buenos Aires. Al año siguiente apareció en inglés en una antología rusa de textos de Marx y
Engels titulada Revolution in Spain, que se tradujo al español poco después como La Revolución
española. Desde entonces el resucitado texto de Marx ha sido del dominio público y ha estado sujeto
a permanente discusión.
La edición de Aníbal Ponce merece un comentario, así sea corto. Y lo merece porque Ponce no se
limita a traducir y editar el texto sino que le hace una presentación en la que defiende todos y cada
uno de los argumentos de Marx contra Bolívar y le mezquina al gran venezolano la condición de
Libertador, al mantener el entrecomillado del texto de Marx. No es este el sitio para analizar los
discutibles argumentos de Ponce ni las deficiencias de su formación marxista cargada de
positivismo sarmentino, pero sí me parece necesario hacer resaltar lo lamentable que es ese falso
nacionalismo con el que se ha intentado oponer, tanto en Venezuela como en Argentina, a Bolívar y
a San Martín, los dos grandes libertadores sudamericanos, como si la mayor grandeza del uno
exigiera necesariamente la reducción de la del otro.
En Venezuela la difusión del texto de Marx por la derecha y por los intelectuales que le sirven ha
pasado por varias fases. En los primeros años cuarenta del pasado siglo, tiempos de alianza
antifascista y de crecimiento del Partido Comunista, se lo usó, falso bolivarianismo en mano, para
tratar de alejar a los sectores obreros y populares del marxismo. En los años cincuenta, en tiempos
de maccarthismo y de dictadura perezjimenista, reapareció en forma ocasional. Sin mucho éxito,
porque al caer Pérez Jiménez el crecimiento del Partido Comunista fue notable. Y el de toda la
izquierda revolucionaria, estimulada por el triunfo de la Revolución Cubana. Reapareció entonces,
siempre con el mismo objetivo, siempre con escasos resultados, porque el crecimiento de la
izquierda y de la lucha revolucionaria no se vieron afectados por ello. Luego de la derrota de las
guerrillas y del ulterior ablandamiento y domesticación de la izquierda, el texto desapareció por
largo tiempo. Ya no hacía falta. Pero ahora reaparece con más bríos; y en estos años de despertar
popular y de lucha por la unidad latinoamericana ha vuelto sospechosamente a circular de nuevo, a
ponerse de moda y a dar lugar a nuevas intrigas. Y también a discusiones serias, como la que aquí se
intenta.
Y no es casual que sea ahora en Venezuela, en esta nueva Venezuela, chavista, revolucionaria y
bolivariana, abierta además al socialismo, que el texto de Marx haya sido puesto otra vez de moda.
Sólo que esta vez reaparece con nuevos objetivos; o mejor dicho, con un doble objetivo. Doble
objetivo porque ahora va al mismo tiempo contra Marx y contra Bolívar. La derecha, presa de su
carácter reaccionario y de su anticomunismo feroz, hoy por cierto bastante trasnochado, ha odiado
siempre a Marx y lo sigue odiando como antes. Y por supuesto, sigue interesada en atacar el
pensamiento marxista, todo lo que le huela a marxismo, a socialismo, a comunismo, usando en este
caso a Bolívar como arma contra Marx, para lo cual el panfleto del autor de El Capital es esencial y
debe ser difundido. Pero ahora quiere usar al mismo tiempo a Marx contra Bolívar para acabar de
una vez por todas con los dos. La razón de esto último es que la derecha venezolana es ahora
enemiga de Bolívar. Y este fenómeno es tan nuevo como interesante. Antes, esa derecha pasaba por
bolivariana, defensora como era de un culto sacralizador de Bolívar que no sólo falseaba su
pensamiento y ocultaba buena parte de él sino que mantenía al Libertador venezolano enmohecido,
encerrado en el distante panteón de los héroes y usándolo sólo para encubrir su entreguismo servil y
desintegrador de nuestras naciones mediante discursos vacíos llenos de oportunas referencias al
Padre de la Patria. Y los historiadores, de izquierda y de derecha, podían estudiar a Bolívar con
tranquilidad, como se estudia fríamente a los personajes y héroes del pasado.
Pero ahora las cosas han cambiado. Bolívar ha regresado a la política. Y ha regresado a la política,
espacio de la polémica, en medio de un proceso conflictivo. Como diría Neruda, ha despertado de
nuevo. Y la explicación es clara. Chávez y el movimiento bolivariano que dirige han empezado a
releer a Bolívar en función del proceso actual de transformación que vive Venezuela y que se
prolonga a lo largo de Sudamérica y el Caribe, y con ello a rescatar su visión de la Patria Grande
latinoamericana y su pensamiento anticolonialista y unificador de nuestros pueblos, lanzando así de
nuevo a Bolívar a la calle a participar al lado de los pueblos del subcontinente en la lucha actual por
la independencia y la soberanía. Esto no lo soporta la derecha, de modo que ella y los intelectuales
que le sirven se declaran ahora abiertamente antibolivarianos y se han dedicado a desmontar a
Bolívar para presentarlo en términos parecidos a como lo hace Marx, o al menos a describirlo como
describen a Chávez, esto es, como dictador y autócrata enemigo de toda democracia.
El escrito de Marx sobre Bolívar es un pobre texto. Ese escrito ha sido siempre instrumento de la
derecha para enfrentar a Marx con Bolívar. Pero Marx es mucho más que eso, así como Bolívar está
muy por encima de la caricatura que nos brinda Marx. De modo que, en mi criterio, para quienes
piensan que, descartando al respecto todo dogmatismo, un revolucionario venezolano o
latinoamericano puede ser a un tiempo marxista y bolivariano sacando provecho del pensamiento
de ambos, parecería entonces lo más sensato tratar de enfrentar y liquidar de una vez por todas este
problema, leyendo, criticando y desmontando el escrito de Marx, situándolo en su contexto, y
rescatando, para un proceso revolucionario que los necesita, tanto la figura de Bolívar como la de
Marx.
Necesario es hacer un comentario sobre estas fuentes y sobre sus autores. Estos últimos tienen algo
en común: tuvieron participación, aunque de duración y valor muy diferente, en las luchas por la
independencia sudamericana: Ducoudray-Holstein en Nueva Granada, el Caribe y Venezuela,
Hippisley en esta última, en Guayana y Apure, y Miller en Chile y el Perú; y todos por diversas
razones y en diverso grado tuvieron divergencias y enfrentamientos con Bolívar, lo que les llevó a
hacer críticas, a menudo discutibles o infundadas, contra el Libertador, críticas recogidas en sus
obras o memorias. Pero hay grandes diferencias entre ellos, como difiere igualmente el valor de sus
escritos.
Se expresa bien de indios y criollos, a los que considera ‘una bella raza’. En cuanto a Bolívar, aunque
a diferencia de Ducoudray-Holstein, lo considera valiente, dice que es incapaz como militar; que
pierde todas las batallas; que carece de visión estratégica y táctica; que se da aires de gran hombre;
que imita a Bonaparte y quiere ser su copia sudamericana aun careciendo de sus talentos; que
derrocha los esfuerzos de sus hombres, a los que considera ‘de un valor a toda prueba’, pero
indisciplinados y salvajes y lejos de constituir un verdadero ejército; y que para lograr la
independencia de Venezuela, contando con el apoyo de Mariño y Páez, bastaría con dos mil
soldados ingleses encabezados por sus propios oficiales. Relata por cierto una anécdota que Marx
ignora, en la que Sedeño, el general patriota, es perseguido por sus soldados para lincharlo bajo una
acusación de cobardía por haber huido en batalla, en Calabozo, abandonando a su tropa (lo que,
según Ducoudray-Holstein, hacía Bolívar en cada ocasión). Páez salva a Sedeño del linchamiento, y
ante el asombro de Hippisley, uno de los oficiales patriotas le dice que eso de linchar a los cobardes
es normal entre ellos y que incluso si se sospechara cobardía de Bolívar harían lo mismo con él. Otra
cosa que Marx ignora es que Hippisley, años después, luego del triunfo continental de Bolívar, le
dirigió una empalagosa carta en la que no sólo lo compara con Washington sino que le dice que éste
está muy por debajo suyo en todos los terrenos, carta que Bolívar al parecer no respondió.
En cuanto a Miller hay que decir que su caso es diferente. De entrada habría que precisar algo
acerca suyo, porque la referencia de Marx, que apenas usa esas Memorias para el marco general de
este período de la vida de Bolívar y para reforzar algunas intrigas contra él, es confusa. El que
participa en la independencia de Chile y del Perú es el General William Miller, pero quien edita sus
memorias añadiendo de paso observaciones suyas, es su hermano John, aunque todo indica que con
autorización de aquél. De modo que las Memorias son de ambos hermanos, pese a que por su
participación militar en la independencia de Chile y Perú debe pensarse que en ellas predominan el
pensamiento, las ideas y los documentos y materiales reunidos por William, y administrados,
editados y complementados por su hermano, que también viajó por Sudamérica.
William Miller es un héroe de la Independencia peruana y sus restos reposan en el Panteón limeño.
Inglés, nacido en Wingham, condado de Kent, en 1795, participa en las guerras de su país contra
Napoleón; y luego, a partir de 1817, como tantos soldados británicos, emigra a Sudamérica, a la
Argentina, a luchar al lado de los patriotas rioplatenses. Se incorpora al ejército de San Martín y
participa en la lucha por liberar a Chile y al Perú al mando del Libertador del Sur, dando frecuentes
muestras de valor. Estuvo en la marina chilena con Lord Cochrane y en la expedición de San Martín
al Perú en 1820. Permaneció en el país y se incorporó a las tropas de Bolívar desde 1823 habiendo
tenido destacada participación al lado de éste en la batalla de Junín y al lado de Sucre en la de
Ayacucho. Luego de volver a Inglaterra en 1825 y permanecer allí cinco años, regresa al Perú, donde
pasa el resto de su vida participando en la política, y donde muere en 1861.
Pero Miller es ante todo un súbdito inglés, defensor de los intereses de su patria, partidario del
librecambio, del comercio británico, de la liquidación de las industrias y artesanías tradicionales
sudamericanas y de la subordinación de las nuevas repúblicas a los intereses de Inglaterra. Es esto
lo que lo lleva a tener roces con Bolívar, que se negó a nombrarlo cónsul de Colombia en Londres
(aunque después de la desaparición de Bolívar llegó a ser cónsul británico en Ecuador). Pero las
críticas de Miller, que se dirigen sobre todo a los planes y proyectos políticos de Bolívar, son serias y
no meros chismes como las de Ducoudray-Holstein y Hippisley (razón por la que Marx casi no lo
usa). Además, más allá de esas críticas, Miller muestra respeto y admiración por Bolívar, al que
considera en una carta de noviembre de 1825 un héroe que se ha ganado merecidamente la
admiración ‘de todo el universo civilizado’. En sus Memorias mismas lo considera alguien
merecedor de gloria por sus inmensos servicios prestados a la causa de la libertad de Sudamérica.
Esas son, pues, las fuentes que Marx reconoce haber usado, aunque, como veremos, su texto
depende casi todo de las calumnias y manipulaciones de Ducoudray-Holstein. Veamos ahora el
texto.
Lo que sigue es algo que pretende pasar por una corta biografía del héroe venezolano en la que,
siguiendo grosso modo su historia personal tal como la narra Ducoudray-Holstein y la de la
independencia sudamericana de la que fue protagonista, se va intercalando de manera sesgada en
esa historia una interminable secuencia de errores, manipulaciones, chismes y abiertas falsedades
derivadas de Ducoudray-Holstein pero a veces condimentadas por el propio Marx y dirigidas todas
a mostrar a Bolívar como un ser cobarde, mezquino, ostentoso, autoritario y miserable cuya vida es
la de un falso héroe carente de todo mérito. Imposible e inútil sería señalar y desmontar una a una
las partes de esta secuencia de errores, medias verdades y abiertas mentiras porque ello alargaría
demasiado un escrito como este, que debe ser corto, y porque me parece más importante exponer
otros aspectos del asunto. Me limitaré por eso a señalar en lo que sigue sólo lo principal.
Las frases siguientes contienen una serie de pequeñas inexactitudes, todas derivadas de Ducroudray
Holstein, al que Marx sigue, repite o resume. Es cierto que el joven Bolívar, como era usual en la
élite mantuana, es enviado en su adolescencia a Europa, a España. Estuvo en París, pero no varios
años, como dice Marx, sino apenas unas semanas. Se casa en España en 1802 y regresa a Venezuela.
Luego de enviudar, Bolívar hace un segundo viaje a Europa, en 1803, que también dura varios años.
Regresa a Caracas en 1807, y no en 1809 como dice Marx. Tampoco es cierto que José Félix Ribas
haya sido su primo, como dice Marx, porque en realidad era su tío político. Es falso que al regresar a
Venezuela Bolívar no se haya adherido a la revolución de 1810. No estuvo presente el 19 de abril
porque había sido confinado a su hacienda de San Mateo por la autoridad española, como
sospechoso de actividades conspirativas. Pero sí participa en todo lo que sigue. Bolívar es uno de los
promotores de la Sociedad Patriótica, suerte de club jacobino con cierto apoyo popular que, ante las
vacilaciones de la Junta Patriótica gobernante, promueve la independencia de una vez por todas. Su
famoso discurso del 3 de julio de 1811 es uno de los hechos que contribuyó a que la declaración de
independencia se hiciera dos días más tarde. Si no hubiese tenido protagonismo en estos hechos,
como quiere Marx, no se entendería que haya sido enviado a Londres con López Méndez y Andrés
Bello a buscar apoyo de Inglaterra (y no meramente a ‘comprar armas’, como dice Marx). Tampoco
es verdad que luego de su misión (nada se dice que en Londres el joven Bolívar haya llamado a
Miranda a regresar a Venezuela a ponerse a la cabeza de la lucha por defender la independencia),
Bolívar se haya retirado a la vida privada. Así tampoco se entiende, ni a cuenta de qué, que ‘en
septiembre de 1811’ (nuevo error, es en mayo de 1812), Miranda lo haya sacado de su vida privada
para designarlo como comandante de Puerto Cabello. En realidad Bolívar, que participó en la lucha
y que se distinguió antes en el intento exitoso de recuperar Valencia para los patriotas, no estuvo
muy satisfecho con esta designación que, pese a su importancia, lo alejaba del centro de decisiones
militares y políticas.
Estos son empero errores menores, que pasarían con facilidad en un texto de encargo sobre un tema
poco importante para Marx, escrito de prisa para ganarse la vida. Las mentiras e intrigas serias
empiezan desde aquí y van a cobrar más importancia a medida que aumenta el protagonismo de
Bolívar en la lucha por la independencia.
Lo que sigue es la pérdida de Puerto Cabello, la capitulación de Miranda ante Monteverde con la
subsiguiente pérdida de la República, y la captura de Miranda por varios patriotas encabezados por
Bolívar y su ulterior entrega a los victoriosos españoles. En cuanto a la pérdida de Puerto Cabello,
golpe muy grave para las fuerzas patriotas, Marx presenta a Bolívar, responsable de la plaza, como
un incapaz y un felón que, contando con suficientes recursos para hacerlo, no defiende la ciudad y el
fuerte frente a un grupo de españoles casi desarmados, que huye cobardemente del combate
dejando luchar solos a sus subordinados y que se retira a su hacienda de San Mateo. Todo esto es
falso. En Puerto Cabello, donde se hallaban detenidos numerosos jefes, oficiales y soldados
españoles, estaba el parque de los patriotas. La ciudad y el fuerte se pierden por la traición de un
oficial republicano. Los traidores se apoderan del parque y controlan las mejores posiciones. Bolívar
es tomado por sorpresa, pero pese a ello y a la inferioridad de condiciones, responde al ataque con
su cifra menor de tropa y armas y trata de reconquistar Puerto Cabello luchando varios días y
sufriendo grandes pérdidas. Al final, viendo todo perdido, tras solicitar en vano los auxilios de
Miranda, se retira con parte de su tropa. Pero no va a meterse en su hacienda de San Mateo (la
ciudad estaba por cierto en poder de los realistas) sino que desembarca en La Guaira y pasa a
Caracas, donde permanece unos días, amargado por su derrota.
El confuso episodio ha suscitado siempre dudas y discusión; y las sigue suscitando aun, porque el
papel de Bolívar en esto no es muy heroico, y porque él, que acaba de perder Puerto Cabello, no es el
más indicado para inculpar a Miranda erigiéndose en su juez. Pero el relato de Marx, que resume en
este caso a Ducoudray-Holstein, es incompleto, sesgado y, como el de su fuente, está dirigido a
hacer de Bolívar un traidor. No son, como dice Marx, Bolívar y Miguel Peña quienes convencen a
Miranda de quedarse a dormir en tierra para acudir luego en forma alevosa a prenderlo de
madrugada. Miranda duerme en La Guaira porque quiere y esto es un claro indicio de que no hay
traición por parte suya, pues pese a la recomendación del capitán del velero inglés para que pase la
noche a bordo antes de zarpar en la mañana, prefiere pernoctar en el puerto, después de cenar en un
ambiente tenso con varios de sus oficiales. En la madrugada, Bolívar, Miguel Peña y otros acuden a
detenerlo. Pero no lo entregan a Monteverde, como afirma Marx, sino a Manuel María Casas,
comandante militar patriota de La Guaira, quien los acompaña. Es poco después, que los realistas se
apoderan de la plaza y que Casas, siguiendo lo pautado en la capitulación patriota, les entrega la
ciudad y con ella al ilustre prisionero, al que los españoles, que lo odian y han puesto por años
precio a su cabeza, encarcelan y luego envían a Puerto Rico y de allí a la cárcel de La Carraca, en
Cádiz, donde Miranda muere, enfermo y anciano, en 1816.
La culminación de esta poca gloriosa historia es lo tocante al salvoconducto de Bolívar, historia que
Marx nos cuenta en forma manipulada y sólo a medias, reforzando en este caso a Ducoudray-
Holstein con lo que dicen las Memorias del General Miller, la otra fuente que dice haber usado pero
que casi no usa. Marx dice que la entrega de Miranda a los españoles le vale a Bolívar ‘el especial
favor de Monteverde’, que lo premia por ello dándole como recompensa un salvoconducto para salir
del país. En realidad Bolívar huye de La Guaria y se esconde en Caracas en casa del marqués de Casa
León. Este hace gestiones ante Francisco Iturbe, otro amigo de Bolívar, español para más señas, e
Iturbe presiona a Monteverde para que se le conceda el salvoconducto a Bolívar. Después de varios
intentos Monteverde accede, aun siendo Bolívar uno de los que ha luchado armas en mano contra
España. Al acudir a recibir su pasaporte acompañado por Iturbe, Monteverde hace notar en efecto
que se le otorga ‘como recompensa por servicios prestados al Rey de España por haberles entregado
a Miranda’. Pero Marx corta aquí su relato omitiendo de modo intencional la respuesta de Bolívar,
que consta en las Memorias del General Miller. Bolívar, indignado, habría respondido a Monteverde
que había entregado a Miranda ‘no para servir al Rey sino porque había traicionado a su patria’.
Esta respuesta estuvo a punto de hacer que Monteverde anulara el pasaporte; y sólo los ruegos de
Iturbe resolvieron el impasse.
Marx sigue repitiendo o resumiendo a Ducoudray-Holstein. Me salto lo poco que dice acerca de la
participación de Bolívar en la lucha al lado de los patriotas neogranadinos y retomo lo que sigue. En
1813 Bolívar invade a Venezuela desde Cúcuta, en lo que se conoce en la historia venezolana como
Campaña Admirable. Al respecto Marx nada dice, salvo afirmar, para disminuir los méritos de
Bolívar, que los españoles que se le opusieron durante la campaña eran ineptos y cobardes, y repetir
varias veces que el verdadero héroe patriota era Ribas, al que los españoles oponen resistencia y a
los que Ribas habría derrotado en Los Taguanes. Los méritos y el valor de Ribas son innegables lo
mismo que el papel central jugado por él en la campaña, pero el líder de ésta es Bolívar, quien es por
cierto el vencedor de Los Taguanes. La entrada triunfal de Bolívar en Caracas es descrita por Marx
siguiendo en esto como de costumbre a Ducoudray-Holstein. Pero dejando de lado que en este caso
el autor francés reconoce los méritos de Bolívar, la descripción de Marx se centra en el detalle,
además de que contiene errores y exageraciones. Es verdad que hubo una carroza de la victoria y
que doce bellas muchachas de las familias mantuanas caraqueñas participaron en el desfile y
ofrecieron coronas de laurel a Bolívar, pero no es cierto que arrastraran ellas el carro de la victoria.
Tampoco que el propio Bolívar se proclamara Libertador, pues fue el cabildo caraqueño el que le
confirió ese honroso título, ni que Bolívar haya creado una Orden del Libertador, porque lo que se
creó fue una Orden de los Libertadores. En fin, que en el texto de Marx lejos de encontrarnos con un
guerrero que ha libertado a su país tras una asombrosa campaña militar y que es festejado por ello
luego de sus victorias lo que tenemos es una vez más un inútil carente de méritos, personalista y
adicto a la pompa y los festejos.
Marx nos da a continuación una primera muestra de ese racismo dieciochesco dominante en la
Europa de entonces hacia los latinoamericanos, racismo que comparte. Ducoudray-Holstein critica
a Bolívar y a sus oficiales por dedicar demasiado tiempo a fiestas y por caer con facilidad en la
molicie. A partir de ello Marx dice de Bolívar: “Pero, como la mayoría de sus compatriotas, era
incapaz de todo esfuerzo de largo aliento...” No sólo asombra escuchar esta frase en boca de Marx
sino más aún que se la intente aplicar a alguien como Bolívar, quien enfrentando miles de
obstáculos de todo tipo dedicó toda su vida a luchar por la independencia de su patria americana,
que liberó la mitad de Sudamérica, y que tuvo una visión de unidad continental que todavía
reclaman nuestros pueblos. Igualmente injusto es aplicársela a los venezolanos, y con ellos a los
colombianos, ecuatorianos, chilenos y argentinos, que lucharon por su libertad durante casi dos
décadas y que lograron derrotar al imperio español y conquistar su independencia al precio de su
esfuerzo y de su sangre.
En Cartagena, Bolívar se dedica a conspirar, explicación increíble por su pobreza y por la forma
sesgada en que omite la verdadera conspiración y las verdadera intrigas, las del inefable Castillo,
militar incapaz y enemigo redomado de Bolívar, de quien Doucoudray Holstein, que estuvo
entonces en Nueva Granada, a su servicio, sí habla largamente y en términos muy poco favorables.
Marx dice que Bolívar (que al parecer para lo único que es bueno, según él, es para huir) huye de
Nueva Granada ante la inminente llegada de Pablo Morillo, militar español que encabeza una gran
expedición de reconquista. Llegado a Jamaica, nos dice Marx que Bolívar escribe otra proclama para
hacerse pasar por víctima y defender su fuga ante los españoles. Todo esto es falso. Es ante las
intrigas de Castillo y no queriendo ser un elemento de división entre los patriotas neogranadinos,
que Bolívar abandona la Nueva Granada. Lo hace antes de que se anuncie la venida de Morillo.
Bolívar intenta luego regresar a la Nueva Granada; y renuncia a hacerlo cuando, estando ya en
camino, se entera de que Morillo ha destruido la resistencia imponiendo a los neogranadinos su
gobierno a sangre y fuego. Vuelve entonces a Jamaica, y lo que Marx considera un vulgar panfleto
oportunista es nada menos que la famosa y reconocida Carta de Jamaica, una de sus obras
fundamentales.
Continúa Marx: en Venezuela resisten Arismendi y Ribas, que es asesinado por los españoles (en
realidad Ribas ha sido capturado y ejecutado antes). Aparece entonces el armador curazoleño Luis
Brión, militar relevante, del que Marx, esta vez dejando de lado a Ducoudray-Holstein, dice que
como extranjero que es no puede tener papel autónomo en la lucha independentista venezolana, lo
que es un disparate, pues se trataba de una lucha abierta donde aun no se imponía el concepto de
patria chica y en ella tenían protagonismo no sólo latinoamericanos sino europeos. Esa sería la
razón, según Marx, de que Brión decidiera ponerse al servicio de Bolívar, lo que por cierto no deja
de llamar la atención, porque siendo Bolívar el correlón inútil y desprestigiado que Marx nos
describe, habría sido más coherente que Brión, ansioso del triunfo de las armas patriotas,
estimulara el liderazgo de un jefe más capaz.
Lo que sigue es la síntesis que hace Marx del relato, largo y manipulado, que dejara Ducoudray-
Holstein en su Histoire de Bolivar acerca de la expedición de Los Cayos y sus desastrosos resultados,
en particular acerca de lo ocurrido en la playa de Ocumare. Me detendré sólo en esta parte porque,
en cualquiera de sus versiones, los hechos, al parecer confusos y nunca aclarados del todo, dejan
mal parado a Bolívar; y su incómodo recuerdo lo persiguió toda su vida. Ducoudray-Holstein, que
no estuvo presente porque había sido echado poco antes del ejército patriota por Bolívar en
Carúpano, falsea todo el relato presentando al Libertador como el paradigma de los cobardes.
Repitiéndolo, nos dice Marx que luego de una escaramuza cerca de Ocumare entre la vanguardia
patriota (dirigida por Soublette) y la tropa del jefe realista Morales, escaramuza en la que la
vanguardia patriota se vio forzada a dispersarse, “Bolívar, según un testigo presencial, perdió toda
presencia de ánimo y sin pronunciar palabra volvió grupas rápidamente, escapó a toda carrera hacia
Ocumare, atravesó el pueblo al galope, llegó hasta la bahía próxima, bajó del caballo, saltó a una
lancha y se embarcó... dejando a todos sus compañeros sin ninguna posibilidad de ayuda”. Los
testimonios de quienes sí estuvieron presentes coinciden todos en que esto es falso. Pero para los
lectores del mercenario francés, ya convencidos de que Bolívar es un cobarde de siete suelas, esto no
es sino la cima de su cobardía. No se les ocurre pensar que el ‘testigo presencial’ no sólo es anónimo,
esto es, inexistente, sino que, como una sombra, parece haber seguido a Bolívar a todo galope él
también hasta que abordara la chalupa en la playa.
Aunque con lagunas, silencios y variantes, las versiones más probables (la de Soublette y la de
Salom, ambos generales patriotas, ambos testigos, uno cercano, el otro presencial) nos muestran
otra cosa. Ni la vanguardia patriota fue desbaratada por Morales, ni Bolívar salió corriendo al ver la
supuesta derrota. Hay un cierto tiempo en que no se sabe bien donde estaba; y Soublette ha
sugerido una aventura amorosa, hecho por demás irresponsable de su parte dentro de este contexto,
en caso de ser verdadero. Ciertamente hubo un gran desorden en la playa de Ocumare, donde los
capitanes de los barcos que habían traído a los patriotas desde Oriente, habían hecho descargar el
parque. En medio del desorden y ante el anuncio de la cercanía de Morales, Bolívar, en compañía de
Salom, trató de reembarcar el parque mientras se esperaban noticias de Soublette. Pero no había
barcos, porque dos de los capitanes, que no eran sino corsarios que apoyaban a los patriotas pero
que estaban más interesados en su negocio, habían cargado las embarcaciones con frutas y
simplemente se habían marchado a venderlas en las islas caribeñas cercanas, dejando a los patriotas
sin transporte. El mismo Brión, que además de almirante patriota era también corsario y
comerciante, había hecho lo mismo yéndose a Bonaire. Sólo quedaba a la vista un pequeño velero, el
de Villaret, que estaba igualmente a punto de largarse. Bolívar había perdido el contacto con la
vanguardia de Soublette y esperaba noticias suyas.
En eso surge un extraño personaje, un tal Isidro Alzuru, ex edecán de Mariño, que informa a Bolívar
de parte de Soublette que todo está perdido y que Morales y sus tropas están entrando ya a
Ocumare. Nunca se aclaró si Alzuru, que luego desapareció, era un irresponsable, un cobarde o un
traidor. Su información era falsa y lo que Soublette le había ordenado decir a Bolívar era que estaba
acampado cerca de Ocumare esperando órdenes para marchar hacia Choroní. La información
desata el pánico, y en medio del desastre y de la gente que huye o se arroja al mar, uno de los
marinos, Bideau, rescata a Bolívar y lo lleva al barco que está zarpando. Esto lo recuerda el propio
Bolívar en mayo de 1830 en carta a Fernández Madrid, diciendo que, abandonado en la playa,
estaba a punto de suicidarse para no caer en manos de los españoles cuando Bideau lo rescató. No
hay duda de que, cualquiera sea la verdadera entre las versiones patriotas del suceso, incluso si lo es
la que trata de justificarlo diciendo que sus oficiales trataron de salvarlo a toda costa para evitar su
captura por los españoles, algo absolutamente necesario, lo cierto es que Bolívar falló en este caso,
no por cobardía, como quieren Ducoudray-Holstein y Marx, sino por irresponsabilidad o por
insuficiente manejo de sus tropas y de la situación. Fue su noche triste, el punto más bajo en su
lucha, una lucha en la que se sucedían éxitos y derrotas con predominio hasta entonces de estas
últimas, y el momento en que estuvo más cerca de perder no sólo la vida sino su liderazgo y el
respeto de sus inquietos y ambiciosos subordinados.
Las tropas de Soublette y Mc Gregor sobrevivieron y marcharon hacia el interior a unirse con las
guerrillas de los llanos, pero la expedición fue un desastre y el parque patriota fue capturado al día
siguiente por Morales. Bolívar debió seguir en el barco que lo rescatara hasta Bonaire, donde
encontró a Brión; y luego de reclamarle su conducta, regresó con él hacia Choroní a reunirse con
Soublette, pero sin poder hacerlo porque fueron informados de que Choroní estaba ya en poder de
los realistas. Al regresar a Oriente, fue acusado de irresponsable y de cobarde por Piar y por
Bermúdez, debiendo sobrevivir a un intento de asesinato por parte de éste y viéndose obligado a
retornar derrotado a Haití, donde contó de nuevo con la solidaridad de Pétion para organizar una
nueva expedición hacia las costas venezolanas, esta vez más exitosa.
Sigue Marx repitiendo las mentiras y simplezas de Ducoudray-Holstein: liberada Guayana por Piar
y ahora controlada por Bolívar, éste, teniendo más y mejores tropas que Morillo, no se aprovecha de
ello, maneja mal las tropas y pierde todas las batallas. Bolívar deja la dirección de la guerra en
manos de Páez y de los otros y se retira a Angostura. Todo está a punto de derrumbarse por la
incapacidad de Bolívar. Y entonces llega la salvación para los republicanos: se incorporan a la lucha
patriota los legionarios europeos que vienen a poner orden y a darle dirección coherente al proceso.
Aquí se pone de nuevo en evidencia ese sesgo despectivo de corte racista que asume Marx con
respecto a Bolívar y a los patriotas venezolanos. Estos no valen nada como soldados y sólo la
capacidad europea y la disciplina británica son capaces a través de unos cuantos batallones de
legionarios de salvar una lucha que de otro modo está perdida. Una cosa es reconocer el importante
papel desempeñado por los legionarios extranjeros y otra atribuirles todos los méritos. Otro que
contribuye a salvar a Bolívar es Juan Germán Roscio que es según Marx quien lo induce a convocar
el Congreso de Angostura, con lo que se logra reclutar un nuevo ejército republicano. Y resulta por
lo menos asombroso (aunque ya no a estas alturas del texto) que la mención de Marx al Congreso de
Angostura se reduzca a esto, ignorando por completo el Discurso de Bolívar y su significado.
Lo que vale la pena señalar es que la nulidad de Bolívar se muestra a cada paso y que cada uno de
sus logros es siempre atribuido a otro o le es impuesto de algún modo por otro, quienquiera que sea.
Clara muestra de esto es lo que Marx añade a continuación: que son los oficiales extranjeros los que
lo convencen de atacar la Nueva Granada y liberarla para luego liberar a Venezuela. De la
expedición para liberar la Nueva Granada apenas se habla. No hay una sola palabra acerca de esa
inmensa hazaña que fue el paso de los Andes, y en las batallas que logran la independencia
neogranadina los héroes no son los llaneros y los venezolanos y colombianos sino los legionarios
europeos, sin olvidar que, según Marx, todo habría estado muy bien preparado por Santander. Es
decir, que el mérito de Bolívar es como siempre nulo.
Dice ahora Marx: Liberada Bogotá, Bolívar encarga del poder a Santander y se va a Pamplona a
desperdiciar dos meses dedicado a bailes y fiestas. Regresa luego a Venezuela. Disponía de soldados
y recursos para atacar a los debilitados españoles, pero no lo hizo y prefirió prolongar la guerra
cinco años más. Reaparece entonces Roscio para persuadir a Bolívar de que proclame a Venezuela y
Nueva Granada como República de Colombia e instale un Congreso común que redacte una
Constitución. Bolívar no hace nada en 1820. Se deja convencer por Morillo y acuerda un innecesario
armisticio de seis meses en cuya firma ni siquiera se reconoce a Colombia, algo prohibido de manera
expresa por el Congreso. Y cuando al fin está a punto de producirse la batalla de Carabobo, aun
contando con un ejército mayor que el de La Torre, el sustituto de Morillo, quien había regresado a
España, Bolívar, asustado de la buena posición del enemigo, propone a sus oficiales solicitar una
nueva tregua, lo que es rechazado frontalmente por éstos. Después de lograda la victoria, Bolívar
pierde la ocasión de tomar Puerto Cabello y dar así fin a la guerra porque prefiere hacerse
homenajear en Caracas y Valencia. ¿Es que acaso vale la pena refutar estas sandeces? ¿Es que
alguien podría explicar cómo una nulidad semejante pudo alcanzar el liderazgo, la gloria, la
admiración y el respeto alcanzados por Bolívar?
De hecho, para Marx la independencia venezolana sólo se logró debido a dos hechos favorables
ajenos al liderazgo de Bolívar y de sus subordinados: el fracaso de la expedición española de Riego
sobre América en 1820 y la presencia de la Legión Británica. Y Marx culmina esta apreciación
superficial y simplista con otra observación de corte racista y cargada de desprecio por los llaneros y
en general por los combatientes y soldados venezolanos y colombianos. Afirma que los españoles le
temían más a la Legión Británica que a un número diez veces más grande de colombianos, es decir,
de llaneros. Discutir esto es necio, pero lo que sí habría que decir es que todos los europeos que
combatieron al lado de los llaneros venezolanos reconocen no sólo el valor sino la inmensa
capacidad militar de éstos. Y Morillo, ex combatiente contra Napoleón en España, que debió
enfrentar a esos llaneros dirigidos por Paéz, tras caer varias veces derrotado por ellos, reconoció sin
ambages su invencibilidad, llegando hasta a decir en una ocasión que si dispusiera de cien mil
llaneros se pasearía como vencedor por toda Europa en nombre del Rey de España.
A partir de aquí el texto de Marx se acorta en forma abrupta y pasa a resumir en forma rápida, y
obviando muchas cosas, los años más gloriosos de la gesta de Bolívar. El texto deja de tener la vida,
la riqueza en chismes e intrigas menores que ha tenido hasta entonces, lo que se debe a que se le
acaba el libro de Ducoudray-Holstein, el cual concluye con la independencia de Venezuela a raíz de
la batalla de Carabobo. A partir de entonces, sin perder su carácter superficial y su interés en
destacar todo hecho útil para criticar a Bolívar así sea manipulando las cosas, Marx no tiene otro
camino que el de dar una visión general de lo que sigue, resumir los hechos y hacerle a Bolívar
críticas que van más allá de la pequeña intriga y que en cierto sentido son de mayor alcance. Para no
alargar demasiado esto y seguir repitiendo lo mismo, terminaré esta parte haciendo un breve
resumen de algunas de las cosas que Marx dice.
En la campaña del sur de Colombia y Ecuador tras decir que la dirección nominal es de Bolívar, y la
real de Sucre, reitera que los éxitos se deben íntegramente a la oficialidad británica. En la campaña
del Perú y del Alto Perú, Bolívar ya no sigue representando el papel de Comandante en Jefe y delega
el mando en Sucre para dedicarse a entradas triunfales, manifiestos y proclamación de
Constituciones. Habla de Bolivia como una tierra ‘sometida a las bayonetas de Sucre’ y no liberada
por él. Dice que allí Bolívar da rienda suelta a su tendencia al despotismo y proclama el ‘código
boliviano’ (es decir la Constitución de Bolivia), en su opinión mero remedo del Código napoleónico.
Y al afirmar que Bolívar quería aplicarlo a Colombia y al Perú, Marx considera a éste territorio
‘sometido por sus tropas’, lo que equivale a calificar a Bolívar de invasor extranjero y no de
libertador. Más adelante acusa a Bolívar de haber alentado en 1826 la revuelta de Páez contra
Santander porque necesitaba sublevaciones como pretexto para implantar su dictadura. Y remata
diciendo que en ese mismo año, cuando su poder empieza a declinar, Bolívar convoca un Congreso
en Panamá con el objeto aparente de promulgar un nuevo código democrático internacional cuando
en realidad lo que quería no era otra cosa que unificar toda América del Sur en una República
federal de la que él sería el dictador. Al fin, en marzo de 1830 (¡!), Bolívar se dirige a Maracaibo,
dice, para enfrentar a Páez, pero ante la fuerza y decisión de éste, su valor flaqueó y llegó hasta a
pensar en sometérsele. Pero viendo que perdía ascendente, decidió al fin renunciar, muriendo poco
después a fines de ese mismo año.
Concluye reproduciendo el retrato de Bolívar que trazara Ducoudray-Holstein y ofreciendo la
bibliografía utilizada, tres obras, de las que como he dicho antes, todo indica que sólo usó con
profusión la primera y apenas hojeó las otras dos.
Algo más para terminar con este lamentable texto. Es difícil entender cómo, en una guerra larga y
feroz y en una lucha por la independencia contra un imperio poderoso como el español, alguien tan
cobarde, inútil e incapaz como el Bolívar que Marx describe haya podido alcanzar tanta gloria,
conseguir tal liderazgo y someter a su poder absoluto a países enteros llenos de guerreros armados.
Cegado por su prejuiciado odio contra Bolívar, Marx no parece darse cuenta de esta flagrante
contradicción. Porque lo que está en el fondo de todo esto es que escribir una biografía de Bolívar a
partir de todo lo que contra él dice su enemigo Ducoudray-Holstein es tan absurdo como intentar
escribir la biografía de los herejes cristianos medievales a partir de las calumnias y del odio de los
inquisidores; o, algo más cercano de nosotros, intentar escribir la biografía de Chávez basándose
sólo en las calumnias que medios y dirigentes de la oposición venezolana escriben y difunden a
diario contra él.