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Introducción

El siguiente ensayo tiene como objetivo principal poner en tela de discusión


la importancia del “silencio, el apoyo pasivo y la colaboración” de los diferentes
actores sociales, civiles, locales y globales en la construcción de hegemonía y
legitimidad de las practicas sistemáticas que emprendieron los distintos regímenes
nacionalistas totalitarios del siglo XX, con consecuencia final en delitos de lesa
humanidad y genocidios.

Mediante la utilización de conceptos teóricos, como hegemonía, legitimidad,


delitos de lesa humanidad, genocidio, etc. Sumado al análisis comparativo de dos
casos particulares (él genocidio durante la última dictadura cívico-militar en la
Argentina y los asesinatos en masa en Burundi), se intentara demostrar la premisa
de que el silencio o la omisión de los actores sociales del momento propicio la
legitimidad de los crímenes contra la humanidad que estos regímenes totalitarios
llevaron a cabo durante un periodo de tiempo determinado, cuando su propósito
real era la prevención de los mismos.

Legitimidad, hegemonía y la pasividad

Norberto Bobbio define la hegemonía como la supremacía de un Estado-


nación o de una comunidad político-territorial dentro de un sistema (Bobbio,
2005:1).1 Dentro de este sistema la potencia hegemónica ejerce una preminencia
tanto militar, económica y cultural sobre el conjunto de los demás actores. Esta
preminencia condiciona para Bobbio las elecciones del resto en base del prestigio
y el potencial intimidatorio y coerción de la potencia hegemónica, construyendo así
“comunidades hegemonizadas”.2

1
Se hace referencia a la numeración del material aportado por la catedra, la numeración
puede no coincidir con la del texto original.
2
Opcit, p.1

1
En consecuencia la hegemonía no es un concepto jurídico, sino más bien
prescinde de una reglamentación jurídica. A este respecto menciona el concepto
giobertiano de la hegemonía, según el cual la misma representa una primacía
ética y cultural fundada en la tradición histórica más que el poder de las armas. De
algún modo estas conceptualizaciones podrían explicar, por ejemplo, la
supremacía de una minoría como la de la tribu Tutsi en los países de Burundi y
Ruanda, que detentaron el poder gubernamental otorgado por los colonizadores
alemanes en base a sus rasgos físicos de piel más pálida y altura prominente, a
diferencia de la piel oscura y estatura menor de los integrantes de la tribu Hutu.

Pese a que la tribu Tutsi solo representaba el 15% de la población en


Burundi y el 10% en Ruanda, en ambos territorios los reyes Tutsi dominaban a la
tribu mayoritaria. Pero dicha supremacía comenzó a tener complicaciones durante
la fiebre de la independencia de los pueblos negros del África, y los Tutsi
comenzaron a temer perder su posición de poder frente a los Hutu (Chalk y
Jonassohn, 2010:2). Aunque la conceptualización tomada Bobbio más arriba hace
referencia a una preminencia moral e histórica, en ningún momento el autor
descarta el uso de la coerción para asegurar la posición hegemónica.

Esta oscilación entre ambos polos, como lo define Bobbio, se encuentra


reflejada en las matanzas de Burundi en 1972. Como medio para preservar el
poder por al menos una década más el gobierno de Tutsi de Burundi puso en
marcha un estrategia por medio de la cual elimino a los integrantes cualificados,
trabajadores de estado y ciudadanos con poder adquisitivo pertenecientes a la
tribu Hutu. Pero lo sorprendente, además de la frialdad del accionar del gobierno,
fue la pasividad del grupo mayoritario hutu que, comprendiendo el 85% de la
población del país, no ofreció demasiada resistencia.

La cuestión de la sumisión y la pasividad de la población está presente en las


reflexiones marxistas sobre la hegemonía. Dentro de dichas perspectivas el
componente coactivo se encuentra por sobre el cultural, por lo que hay sumisión
por parte del hegemonizado en cuanto a la legitimidad, aspecto que analizaremos
más adelante, y el consenso. De esta manera, para los marxistas, la clase

2
dominante tiene el poder de decisión sobre las metas de la vida social y política de
un país (Bobbio, 2005:2). Un ejemplo claro que podemos tomar dentro de este
caso es la presencia espontánea y pasiva de los ciudadanos hutu a las
comisarias, luego de una previa notificación, aun sabiendo el destino que les
aguardaba. Esto denota el grado de creencia en el gobierno y el grado de
legitimidad y consenso que el mismo posee dentro de la población.

La legitimidad es otro de los aspectos a tener en cuenta para el análisis, ya


que se encuentra estrechamente relacionada con la hegemonía. Este concepto
hace referencia al atributo del estado que consiste en la existencia, en una parte
relevante de la población, de un grado de consenso que asegure la obediencia sin
que sea necesario, salvo en casos particulares, el uso de la fuerza (Bobbio,
2005:1) el objetivo es transformar la obediencia en adhesión. Pero a diferencia
que el caso de Burundi, en la última dictadura cívico-militar ocurrida en Argentina
no hubo una conflicto tribal, donde una tribu sintiera peligrar su posición de poder
y eliminara a la mayoría que pudiera tomarlo, sino la aniquilación sistemática de lo
que en los fallos sobre los hechos en Argentina se llamó “grupo nacional”
(Feierstein, 2008:221).

Por otra parte la dictadura militar en Argentina presenta a la vez procesos de


construcción de legitimidad y hegemonía diferentes al caso de Burundi en África.
No se trata de la legitimación histórica del poderío de un conjunto sobre otro, sino
de una idea vida social de una nación, donde los valores de la vida anteriores han
llevado al surgimiento de un problema que amenaza la vida social ideal de la
nación.

La idea de una lucha contra la subversión se utilizó como método de


legitimar los actos de secuestro, desaparición y asesinato durante el periodo de
tiempo en que duro la dictadura cívico-militar, utilizando la educación y los medios
de comunicación- colaboración del sector civil- para ganar el consenso de la
mayoría de la población. La idea dominante y explicación causal de los actos del
gobierno militar fue la “reorganización nacional”, ideal que significaba para las
fuerzas armadas un servicio a la nación, el cual debía ser logrado mediante la

3
guerra contrasubversiva y la destrucción de las relaciones sociales de la
población. Estas acciones llevadas a cabo contra la guerrilla se deben “superponer
con una cirugía capaz de extirpar el mal de la sociedad”, teniendo como objetivo la
creación de una “republica nueva” en la cual se vislumbre la reorganización social
que el régimen político desea (Feierstein, 2008:226). En consecuencia es
necesaria la eliminación de una porción de la población argentina para poder
lograr el objetivo de la reorganización social, y lograr el consenso de la mayoría
restante de la población por medio del terror, la adhesión o la pasividad y de esta
forma legitimar sus acciones.

Crímenes contra la humanidad, genocidio y reacción mundial

En este apartado intentaremos ampliar la noción de que tanto la pasividad de


una parte de los ciudadanos, las conveniencias políticas que llevaron a los
gobiernos extranjeros y organizaciones religiosas a callar sobre los hechos que se
sucedían es ambos casos, la colaboración de los medios de comunicación,
legitimaron los crímenes que cometieron ambos gobiernos en los casos
presentados y que comprenden delitos contra la humanidad y de genocidio.

Atendamos primero el origen de los términos “delitos contra la humanidad” y


“genocidio”. Acabada la segunda guerra mundial y con la necesidad de explicar los
hechos acontecidos durante el régimen nazi, el derecho internacional surge como
ámbito en el cual conceptualizar dichas acciones y separarlas del derecho penal
moderno de cada nación. Es en el estatuto del tribunal de Núremberg donde
surgen las tres figuras jurídicas que darán cuenta de la peculiaridad de los hechos
del nazismo: crímenes contra la paz, crímenes de guerra y crímenes contra la
humanidad (Feierstein, 2008:212). Es esta última figura legal, la de crímenes
contra la humanidad la que nos interesa en particular, ya que de ella se
desprenderá posteriormente el concepto de genocidio.

Dentro del estatuto de Núremberg la figura de crímenes contra la humanidad


presenta dos modalidades; en primer instancia como el asesinato, exterminio,

4
esclavitud y otros actos cometidos contra cualquier población civil, antes o durante
la guerra; y en segunda instancia como persecución por motivos políticos,
religiosos, raciales o cualquier crimen que este bajo la jurisdicción del tribunal,
independientemente de que constituya una violación del derecho interno del país
donde se hubieren perpetrado.3

El tribunal intenta con esta clasificación diferenciar las acciones inhumanas


dirigidas contra cualquier población civil, de la persecución de un grupo específico
del conjunto social. Esta diferenciación daría como resultado la aparición del
concepto de genocidio para especificar un modo de acción que no se propone la
destrucción de individuos, sino el objetivo de la aniquilación de un grupo, y
aparece por primera vez en las fundamentaciones del juicio de Núremberg. En
consecuencia el nuevo concepto de genocidio da cuenta, tal como explica Daniel
Feierstein, del funcionamiento de los sistemas de poder en la modernidad, que
mediante la constitución de Estados nacionales tienen como objetivo destruir las
identidades previas de los grupos e imponer la “nueva identidad nacional” que
proviene de la identidad del opresor (Feierstein, 2008:214)

Del mismo modo aluce que el término fue acuñado por primera vez por
Raphael Lemkin en 1944 y entiende por genocidio a “la destrucción de una nación
o grupo étnico por medio de dos fases: una, la de destrucción de la identidad
nacional del grupo oprimido; la otra la imposición de la identidad nacional del
opresor”.4 El termino genocidio termina de diferenciarse y separarse del de
crímenes contra la humanidad luego de excluir a los asesinatos políticos y ser
incluidos en este último, lo que será utilizado, por ejemplo, en algunas
justificaciones en las cortes sobre el genocidio en Argentina.

3
Estatuto del tribunal internacional de Núremberg- 6 de octubre de 1945-
4
Lemkin, R. Axis rule in ocupied Europe, Carnegie endowment for international peace,
Washington D.C, 1944, en Feierstein, D. “La argentina:¿genocidio y/o crimen contra la
humanidad? Sobre el rol del derecho en la construcción de la memoria colectiva”, en
nueva doctrina penal 2008/A, Buenos Aires, Del puerto, 2008.

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Las matanzas de Burundi en 1972 tienen como antecedente los conflictos
según los cuales unos veinticinco mil hutu, al mando de ex rebeldes congoleños,
atacaron cuatro puntos de Burundi con el objetivo de ejecutar un genocidio sobre
la población tutsi. Esta versión de los hechos es la explicación que el gobierno del
presidente Micombero dio de los hechos que ocurrían después en un documento
que llamaron “el libro blanco”. La realidad es que desde la independencia del país,
los hutu habían tratado de tomar el control del gobierno por medio de golpes de
estado, pero fue el propio Michael Micombero quien derroco al rey tutsi junto con
oficiales del ejército tutsi (Chalk y Jonassohn, 2010:3)

Todos los intentos de los hutu fueron duramente reprimidos, pero el último, el
de 1972, fue el más duro de todos. Ambas tribus llevaban intercambiando
hostilidades por casi una década, pero lo que diferencia a estos hechos de los
anteriores fue la frialdad y la sistematización del aniquilamiento de los hutu.

Fuentes externas a Burundi coincidieron en que la versión no oficial no era


verídica, que la hipótesis de un levantamiento hutu era posible. Algunas fuentes
dijeron que el gobierno tenía conocimiento del posible levantamiento y no actuó
antes para poder utilizarlo de excusa para eliminar a los hutu. Se conocía la
circulación de listas con nombres de hutu que debían ser eliminados, desde
trabajadores estatales, hasta docentes secundarios y ciudadanos con poder
adquisitivo suficiente como para poder tomar el control del gobierno. Aunque estas
listas se seguían al pie, muchos cuyos nombres no figuraban en ellas murieron de
todas formas.

El accionar del ejercito era generalmente el secuestrar a las personas


durante la noche, pero muchos, como se dijo antes, aceptaban presentarse
voluntariamente en las comisarías. Los cuerpos se transportaban en camiones
desde la ciudad hacia un campo cerca del aeropuerto, al principio se hacia el
recorrido en pleno día y las topadoras cavaban las fosas comunes también de día,
pero luego el gobierno cambio de táctica y comenzó a trasportar los cuerpos y
cavar las fosas durante la noche. Los ciudadanos extranjeros que vivían en la
capital decidieron mirar a un lado y excusarse diciendo que como los trasportes se

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hacían en la noche no era posible enterarse de nada, pese a que muchos
trabajaban en las oficinas gubernamentales, donde en un día podían desaparecer
casi diez personas.

La reacción del resto del mundo y de las organizaciones religiosas y de


derechos humanos fue leve, ninguna considero denunciar públicamente las
matanzas de Burundi. Los gobiernos extranjeros no solo decidieron no hacer un
reclamo público, sino que por conveniencias políticas continuaron sus negocios
con Burundi, e incluso impidieron que las noticias de los sucedido llegaran a los
medios de sus países, un ejemplo claro es el de Estados Unidos, gobierno que
pudiendo interrumpir el principal ingreso del país que es la venta de café a una
empresa norteamericana no solo continuo con la compra, sino que el embajador p.
Melady prohibió las comunicaciones con los medios de Estados Unidos. El
gobierno estadounidense suspendió un fondo de veinticinco mil dólares para obras
en Burundi, pero gasto trescientos mil en apoyo humanitario, lo cual demuestra la
conveniencia política de no denunciar los actos del gobierno de Micombero (Chalk
y Jonassohn, 2010:6).

En cuanto a las organizaciones religiosas, la iglesia católica dirigió palabras


de dolor sobre lo que acontecía en el país, pero no se pronunció demasiado en
contra. Solo algunos clérigos, el obispo de Buyumbura y el papa Pablo VI pidieron
al gobierno de Burundi que terminara las matanzas sin sentido, pero el resto de los
clérigos católicos eran de hecho tutsis. Otro inconveniente para la iglesia católica
era perder su poderío como religión en el país, además de tener que justificar
como las matanzas se impartían de católicos hacia otros católicos.

Lo mismo sucedió por parte de los misioneros cristianos estadounidenses,


decidieron que el problema de las matanzas correspondía solo a la gente local y
que denunciarlo pondría en peligro la misión de convertir a la gente al cristianismo,
además de que podría ser motivo para el gobierno de expulsarlos del país. En
consecuencia impidieron que las noticias llegaran a los medios de Estados
Unidos. El único país extranjero que denunció los asesinatos como “un verdadero
genocidio” y amenazo al gobierno de Burundi con quitarles el fondo de asistencia

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exterior de medio millón de dólares fue la ex potencia colonial de Bélgica, a lo que
presidente Micombero respondió que los problemas acontecidos eran su culpa en
primer lugar (Chalk y Jonassohn, 2010:7).

Así vemos como los organismos de derechos humanos, organizaciones


religiosas y gobiernos, prefirieron hacer la vista a un lado y no denunciar la
matanza generalizada en Burundi. Las conveniencias políticas terminaron
torciendo la balanza para que la población hutu fuera masacrada por el gobierno y
las organizaciones que se suponía debían prevenir estos acontecimientos, vieron
las matanzas como moneda corriente en la zona debido a la rivalidad tribal.

El antecedente en el caso de la última dictadura en Argentina ocurrió en


1977 cuando el país todavía estaba bajo un gobierno democrático y funciono,
como dice Daniel Feierstein, como una especie de laboratorio de las prácticas
sociales genocidas que la dictadura luego se encargaría de sistematizar. Este
antecedente se denominó “operativo independencia” y sucedió en la provincia de
Tucumán con la aprobación y el apoyo de Isabel de Perón. El operativo tuvo como
jefe de operaciones a Acdel Vilas, quien en su obra sobre el “operativo
independencia” hace mención a la necesidad de reemplazar las prácticas sociales
militares de guerra por una política de destrucción de las relaciones sociales de la
población.

Durante el periodo de duración de este operativo se pondrán en práctica los


mecanismos de persecución y desarticulación de la población, pero además se
trata de ganar la conciencia de la población civil mediante la lucha política
(Feierstein, 2011:260). Pero para esta lucha política es necesario el consenso, la
pasividad, el apoyo y la colaboración, que serán generados a través del terror. Es
este operativo el que termina de reafirmar la idea de la necesidad de la
reorganización nacional que planteará el gobierno militar luego del golpe de
Estado.

Luego de la derrota en la guerra de Malvinas, el gobierno de Reynaldo


Bignone es el que asume la responsabilidad de realizar la transición hacia un

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nuevo gobierno democrático, pero además de redactar los documentos que den
explicaciones sobre los hechos acontecidos durante el proceso. Daniel Feierstein
(Feierstein, 2011:264) lo llama “los modos de del negacionismo” y hace referencia
a dos documentos fundamentales emitidos por el gobierno de Bignone, el
documento final de la junta militar y la 22.924 de autoamnistia, que encarnaran las
miradas sobre la dictadura en los años posteriores, visiones apoyadas por los
organismos de derechos humanos. En el primer documento se hace un análisis
institucional de las acciones de las fuerzas armadas, y en el segundo se resalta el
carácter de una guerra antisubversiva legitimada a través del carácter de acto de
servicio bajo el mandato del gobierno nacional.

Ambos documentos refieren a los hechos como errores y excesos por parte
de las fuerzas armadas en el cumplimiento de la misión asignada, lo cual se ve
reflejado en la “teoría de los dos demonios “, visión que intenta equiparar, como
resalta el autor, a víctimas y victimarios, donde el terror sufrido por la sociedad
argentina fue producido tanto por el gobierno militar, como por la extrema
izquierda. Otro ejemplo de intento de legitimación de los crímenes en Argentina
proviene de la idea de la “persecución política”, según la cual los crímenes habrían
sido ejecutados contra grupos políticos disidentes a la ideología política del
gobierno militar.

Uno de estos casos es el del cuestionamiento a la calificación de genocidio


en la causa contra Adolfo Scilingo en España, calificación que para el comité era
causa probada y que la organización de derechos humanos Nizkor discutió como
falta comisión sobre el delito de genocidio. La justificación jurídica que presento
esta organización de derechos humanos fue que los crímenes carecían del mens
rea, la intencionalidad de la destrucción de un grupo por sus mismas
características (Feierstein, 2008:222), y que las víctimas, como antes dicho fueron
elegidas por sus ideales políticos opuestos a los del gobierno militar y por ser
consideradas un peligro a la seguridad del país, no por sus características como
grupo. A este respecto es inevitable no reconocer en el acto de “una operación
quirúrgica” mencionada por los perpetradores como una forma de aniquilamiento

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de un grupo perfectamente delimitado, sin el cual sería posible instaurar el nuevo
orden político.

En consecuencia, y como afirma Feierstein “si bien el sentido del


aniquilamiento es eminentemente político, la unidad de las víctimas es más
compleja de formular en dichos términos” (Feierstein; 2008:226/27), dado que
incluye un numero grande de actores políticos, religiosos y actores “disonantes”
(psicólogos, psiquiatras, educadores, etc.).

Consideraciones finales

A lo largo de este ensayo se trató poner en relieve el papel como factor del
silencio, la pasividad, la colaboración, etc. En la construcción de la legitimidad de
los crímenes de genocidio en ambos casos analizados. Pese a no tratarse de un
tema no discutido con anterioridad y cuyos argumentos no comprenden sino más
que el análisis del material disponible, se ha podido responder a ciertos
interrogantes planteados a lo largo de la cursada previa a la confección del
ensayo.

Cabe resaltar, anqué quizás no se haya logrado eficientemente, la critica a


los organismos que deben prevenir y denunciar estos crímenes, al igual que la
responsabilidad de todo gobierno de condenar actos de violencia de cualquier
magnitud. Un caso ejemplificador hoy en día podría ser el uso de armas químicas
en los bombardeos efectuados en Siria por las fuerzas armadas de Estados
Unidos violando, no solo en tratado de Ginebra de 19255, sino la convención por la
prohibición de armas químicas en conflictos armados con vigor desde 19976. O
casos históricos como las bombas nucleares de Nagasaki e Hiroshima no
juzgadas dentro de la caratula de crímenes de guerra, por ejemplo.

5
Al respecto ver, protocolo de Ginebra de 1925 (Protocolo relativo a la prohibición del
empleo en la guerra de gases asfixiantes, tóxicos o similares y de medios bacteriológicos)
6
Ver, Convención de Naciones Unidas sobre la prohibición del desarrollo, la producción, el
almacenamiento y el empleo de armas químicas y sobre su destrucción.

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En cuanto a los aspectos que no se pudieron abordar en el ensayo, hubiese
sido interesante analizar los grupos intelectuales que elaboraron las ideas que
legitimaran estos crímenes, muchas de las ideas que hoy parecen recobrar
fuerzas en la población argentina.

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