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Voces reconocidas afirman que esta tendencia ha implicado pérdidas para los
trabajadores háblese de los docentes en este caso, y emiten expresiones fuertes en
el sentido de que el Estado de Bienestar se encuentra en crisis (Boyer, 2002), o aún
más contundentes en el sentido de que vivimos el fin del siglo del trabajador
(Standing, 2002), y de que la sociedad industrial vive una ruptura signada por el
cambio en el sistema de trabajo productivo, lo cual significa una entrada a la
sociedad del riesgo cuando se carcome a sí misma en uno de sus pilares
fundamentales: la garantía del pleno empleo (Beck, 1998/1986:175-195).
Ambos actores afectan dos aspectos centrales del mercado laboral. Los
empleadores (SEP), al aumentar o recortar sus plantillas influyen en la demanda,
mientras que los trabajadores, tienen que ver con la oferta de fuerza de trabajo. Y a
la vez que dichos actores acuden al mercado, también tienden a organizarse en
instituciones políticas y sociales (SNTE), en busca de una mejor representación de
sus propios intereses.
Parece evidente que el Banco Mundial (BM) y la UNESCO tienen una fuerte
presencia en el diseño de políticas educativas, sobre todo bajo contextos de
austeridad financiera y reformas estructurales de las economías, que tratan de
reducir la responsabilidad estatal y el peso del financiamiento público, mediante la
introducción de soluciones de mercado a la elección escolar, y mediante la
promoción de modelos administrativos tomados del campo empresarial, como
marco para la toma de decisiones educativas (Burbules y Torres, 2000; Morrow y
Torres,2000).
Si a esto se le aúna la figura del SPD, que con sus lineamientos normativos regula
el ingreso, permanencia, promoción y estímulos por desempeño, nos encontramos
con un trabuco más para lograr que la denominada certeza laboral se logre, y es
que estamos sujetos, maniatados porque nada garantiza que los docentes de
sientan seguros en su trabajo, mermando con ello su desempeño y bajando la
denominada calidad educativa.
Por tal razón con la finalidad de lograr la tan ansiada certeza laboral a la luz de la
Ley del Servicio Profesional Docente (LSPD), propongo se hagan en ella algunas
modificaciones particulares:
a) que se dé a la evaluación de desempeño un carácter meramente diagnóstico;
b) que se elimine la serie consecutiva de evaluaciones que siguen a la evaluación
de permanencia;
c) que se cree la categoría de “basificación”, categoría que se otorga al cumplir 10
años de servicio;
d) que se defina un límite máximo de años de servicio para los docentes que deben
someterse a la evaluación de desempeño (por ejemplo, 15 años).