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Certeza laboral.

Desde la década de los 1970, las economías viven tiempos turbulentos. La


expansión de la competencia comercial a escala mundial presiona por flexibilizar
tanto las tecnologías duras, como las formas de organizar el trabajo y de gestionar
las relaciones entre capital y trabajo asociadas a ellas. En este contexto, los
empleadores han venido implementando estrategias diversas para reducir sus
costos laborales, de las cuales México no ha permanecido al margen.

Voces reconocidas afirman que esta tendencia ha implicado pérdidas para los
trabajadores háblese de los docentes en este caso, y emiten expresiones fuertes en
el sentido de que el Estado de Bienestar se encuentra en crisis (Boyer, 2002), o aún
más contundentes en el sentido de que vivimos el fin del siglo del trabajador
(Standing, 2002), y de que la sociedad industrial vive una ruptura signada por el
cambio en el sistema de trabajo productivo, lo cual significa una entrada a la
sociedad del riesgo cuando se carcome a sí misma en uno de sus pilares
fundamentales: la garantía del pleno empleo (Beck, 1998/1986:175-195).

Aunque es de suyo complejo el establecimiento de relaciones entre los actores de


la producción de servicios educativos, conviene realizar un recorte analítico que
permitirá un acercamiento al complejo laberinto relacional que se construye en torno
de dos actores centrales de la oferta de servicios educativos, empleador (Secretaría
de Educación Pública (SEP)-Sindicato Nacional de los Trabajadores de la
Educación (SNTE)-Servicio Profesional Docente (SPD)) y trabajador docente, los
cuales acuden a los mercados laborales, portando cada uno sus propios intereses.

Ambos actores afectan dos aspectos centrales del mercado laboral. Los
empleadores (SEP), al aumentar o recortar sus plantillas influyen en la demanda,
mientras que los trabajadores, tienen que ver con la oferta de fuerza de trabajo. Y a
la vez que dichos actores acuden al mercado, también tienden a organizarse en
instituciones políticas y sociales (SNTE), en busca de una mejor representación de
sus propios intereses.

Si los intereses de empleadores y trabajadores educativos no se contraponen, el


resultado de sus encuentros y desencuentros en los distintos segmentos del
mercado laboral podría significar ganancias para ambos. Pero también es factible
que dichos intereses se encuentren en contradicción y que, como en un juego de
suma cero, una de las partes pierda mientras la otra gana, o bien, que como en un
juego de “todos pierden”, al final ambas partes resulten afectadas en sus intereses.
Al final, tanto trabajadores como empleadores podrían salir dañados porque
mientras del lado de los trabajadores una pérdida neta en su seguridad laboral
significaría necesariamente una pérdida neta en su seguridad socioeconómica, del
lado de los empleadores, una ganancia neta en flexibilidad no necesariamente
aseguraría una ganancia neta en rentabilidad.

En México, la discusión en torno al problema de la baja calidad educativa fue


reeditada a principios de la década de 1990, y se engarzó a la inquietud del gobierno
por impulsar una reforma educativa en el subsistema de educación básica. Aunque
dicha reforma se concretó sin expresiones claras de apertura, la presión tanto
interna como externa, por reformar en esa dirección al Sistema Educativo Mexicano,
ha seguido vigente.

Parece evidente que el Banco Mundial (BM) y la UNESCO tienen una fuerte
presencia en el diseño de políticas educativas, sobre todo bajo contextos de
austeridad financiera y reformas estructurales de las economías, que tratan de
reducir la responsabilidad estatal y el peso del financiamiento público, mediante la
introducción de soluciones de mercado a la elección escolar, y mediante la
promoción de modelos administrativos tomados del campo empresarial, como
marco para la toma de decisiones educativas (Burbules y Torres, 2000; Morrow y
Torres,2000).

El BM está jugando un papel hegemónico en el rediseño de políticas educativas en


América Latina. El peso de sus propuestas descansa en varios aspectos: 1) es el
principal agente externo que presta recursos frescos para invertir en nuevos
programas de educación; 2) dichos préstamos son otorgados en el contexto de los
programas nacionales de ajuste estructural; 3) al igual que el Fondo Monetario
Internacional (FMI), tiene poder para bloquear el acceso a los mercados de capitales
si las políticas de los gobiernos no son consideradas adecuadas; 4) a pesar de que
el monto de sus préstamos para educación apenas contribuye con el 1% del gasto
público en ese sector, según sus propios informes cada dólar prestado, es capaz de
dirigir la inversión de 1000 dólares de los gobiernos acreedores, lo cual potencia la
fuerza de sus ideas; y 5) el financiamiento viene normalmente atado a
recomendaciones y asesorías sobre cómo reformar el sistema educativo, en alianza
con agencias de las Naciones Unidas, como la UNESCO (Coraggio, 1995).

Si a esto se le aúna la figura del SPD, que con sus lineamientos normativos regula
el ingreso, permanencia, promoción y estímulos por desempeño, nos encontramos
con un trabuco más para lograr que la denominada certeza laboral se logre, y es
que estamos sujetos, maniatados porque nada garantiza que los docentes de
sientan seguros en su trabajo, mermando con ello su desempeño y bajando la
denominada calidad educativa.

Por tal razón con la finalidad de lograr la tan ansiada certeza laboral a la luz de la
Ley del Servicio Profesional Docente (LSPD), propongo se hagan en ella algunas
modificaciones particulares:
a) que se dé a la evaluación de desempeño un carácter meramente diagnóstico;
b) que se elimine la serie consecutiva de evaluaciones que siguen a la evaluación
de permanencia;
c) que se cree la categoría de “basificación”, categoría que se otorga al cumplir 10
años de servicio;
d) que se defina un límite máximo de años de servicio para los docentes que deben
someterse a la evaluación de desempeño (por ejemplo, 15 años).

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