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JUAN VERNET

ASTROLOGA
Y ASTRONOMIA
EN EL RENACIMIENTO
REVOLUCION COPERNICANA

ariel
ASTROLOGÍA Y ASTRONOMÍA
EN EL RENACIMIENTO
LA REVOLUCIÓN COPERNICANA
JUAN VERNET

ASTR0L06ÍA Y ASTRONOMÍA
EN EL RENACIMIENTO
LA REVOLUCIÓN COPÉRNICANA

EDITORIAL ARIEL
Esplugtiea da Llobregat
BARCELONA
Cubierta: Alberto Corazón

© 1974: Juan Vernet, Barcelona

Depósito legal: B. 33-892-1974

IS B N : 84 344 0758 2

Impreso en España

1974.-Ariel, S. A ., Av. J. Antonio, 134-13S, Esplugues de Llobregat- Barcelon


NOTA PRELIMINAR

Una de las figuras más conocidas de la historia de la


humanidad es, sin duda, la de Copérnico, el padre de
la astronomía moderna. Pero, a pesar de ello, son muchos
los puntos de su biografía que aún nos escapan. Y lo mis­
mo puede decirse sobre la génesis de sus obras: conoce­
mos las grandes líneas de la evolución de su pensamiento
científico, pero el detalle de cómo llegó a concebir el sis­
tema heliocéntrico permanece aún en la oscuridad.
Copérnico, buen helenista como hombre que era del
Renacimiento, conocía la obra de sus precursores clásicos,
a los que cita explícitamente. Mas las ideas de Aristarco,
tal y como él las conoció, no pasaban de ser un simple
enunciado de proposiciones sin demostración. En cam­
bio, el genio de Copérnico consistió en dar un soporte
matemático que resistió con éxito, desde el primer mo­
mento, el cotejo con los resultados de la observación: se
vio enseguida que las efemérides calculadas según las
doctrinas copernicanas eran más exactas que las estableci­
das con las Tablas alfonsinas, de uso común hasta aquel
momento y que se basaban en el geocentrismo de Hipar-
co y de Tolomeo. El que la predicción de eclipses o de
los aspectos celestes utilizada por los astrólogos fuese más-
exacta empleando los métodos de aquél, llevaba implícito
a la larga el triunfa del copernicanismo.
Las investigaciones realizadas con motivo del quinto
centenario del nacimiento del insigne astrónomo (1473)
han arrojado nueva luz sobre varios puntos de su biogra­
fía y de su obra, y al mismo tiempo han planteado nue­
vos problemas cuya solución tal vez nos reserve el futuro.
H oy en día parece claro que en la idea original de Copér-
nico no sólo influyeron los pensadores griegos, sino tam­
bién las ideas críticas del filósofo cordobés Averroes co­
nocidas en Cracovia, como mínimo, desde mediados del
siglo X V , es decir, antes de que Copérnico iniciara sus
estudios en esa universidad.
Menos sensacioñales, aunque no menos importantes,
han sido algunas de las precisiones aportadas acerca de la
aceptación del sistema heliocéntrico en distintos países
del mundo y en concreto en España. Dado que el coper-
nicanismo fue condenado rápidamente por ta Iglesia re­
formada representada por los propios Lutero y Melanch-
ton, puede sospecharse que su inmediata introducción en
España, admirablemente estudiada por E. Bustos, se de­
bió a la vez a razones políticas e ideológicas que explican
muy bien el respeto del rey Felipe II a las decisiones del
claustro de la universidad de Salamanca. Sólo después
de la condena formal de Galilea, es decir, casi cien años
después de la muerte de Copérnico, las autoridades reli­
giosas de la península adoptaron la misma línea de con­
ducta de las iglesias reformadas.
En las paginas que siguen exponemos el estado actual
de la cuestión siguiendo, entre otros, los estudios de
Hartner, Kennedy, Neugebauer y Rosen, y algunos nues­
tros que aparecen debidamente citados en las notas.

J. V.
Barcelona, noviembre de 1974.
ASTROLOGÍA Y ASTRONOMÍA
EN EL RENACIMIENTO

Pocas veces puede haber una fecha, un año, más carga­


do de simbolismo astrológico-astronómico que el de 1973.
1.11 efecto: Kepler nadó el 27 de didem bre de 1571;
Tycho Brahe observó el “ cometa” que iba a destruir el
dogma aristotélico de las esferas cristalinas el día 11 de
noviembre de 1572, y Copém ico n adó el 19 de febrero
de 1473. Así, en un pla?o de catorce meses escasos, se ce­
lebraron varios centenarios en honor de los padres de la
astronomía moderna: Copém ico, Tycho Brahe y Kepler.
En esos aniversarios se hizo espedal hincapié en sus apor­
taciones científicas, relegando al olvido o colocando dis­
cretamente en el último lugar el análisis de sus ideas seu-
docientíficas o supersticiones — bajo nuestro actual punto
de vista — que para ellos no eran tales sino partes vivas
•de su contexto científico. Así la cábala> la astrología, la
gemiatría, etc.
En este capítulo voy a ocuparme de un punto concreto
de su quehacer: del influjo de la astrología medieval, la
hija rica de lá astronomía según Kepler,1 en algunos as­
pectos de la obra de los tres grandes hombres que acaba­
mos de citar. Pero antes de seguir adelante tendremos que
/admitir dos postulados que nos darán una base discursiva
común: 1) Cuando un estado, una empresa, un-mecenas 1

1. Cf. De stella nova in pede Serpentarii (Praga, 1606), en Ge-


sammelte Werke ( GW ), ed. M ax Caspar, vol. 1 (Munich, 1938).

5
o un editor tiene a sueldo a funcionarios, imbajadores o
escritores es porque éstos realizan una función en cuya
bondad y efectividad creen. 2) Es indifercnlc que la astro-
logia sea o no una ciencia para el fin que aquí nos intere­
sa. Lo importante es que haya individuos y pueblos que
crean o hayan creído en ella y, en consecuencia, que sus
decisiones dependan o puedan depender de unas predic­
ciones previas. Buen ejemplo, aunque poco significativo
de lo que decimos, lo constituyen nuestras supersticiones:
no encender tres cigarrillos con la misma cerilla, evitar el
número trece, no viajar en determinadas fechas, etc.
Por otro lado conviene señalar que ni el cristianismo,
ni el judaismo ni el islamismo han adoptado una política
decidida frente a las predicciones astrológicas y sus teólo­
gos se han dividido en dos bandos: el de los que las re­
prueban, como san Agustín, y el de quienes las toleran
siempre que sus adeptos admitan que los astros influyen
pero no determinan, com o santo Tomás de Aquino,2 quien
a la pregunta: “ ¿Son los cuerpos celestes la causa de los
actos humanos?” , responde: “ Se debe decir que los cuer­
pos celestes ejercen sobre los cuerpos una acción directa­
mente y por ellos mismos” .3 Idénticas discrepancias ha­
llamos entre los teólogos del islamismo y del judaismo.
A guisa de ejemplo citaremos a Baqillánl, quien, en el
momento de disponerse a salir de viaje y preguntado so­
bre si el ascendente (grado de la eclíptica que en aquel

2 . Suma teológica, vol. I I I , 2 (Madrid, 1959) 1 q. 115 a 4-6.


3 . Compárese con Kepler, A Herwart, en GW, 13 (Munich,
1945), p . 3 0 5 : “ ¿D e qué manera determina el carácter la configura­
ción del cielo en el momento del nacimiento? Obra sobre el hombre
durante la vida como los hilos que un campesino anuda al azar en
torno a las calabazas de sus tierras. Los nudos n o hacen crecer la
calabaza, pero determinan su forma. L o mismo el d é lo : no da a
los hombres sus costumbres, su historia, su felicidad, sus hijos, su
riqueza y su mujer sino que moldea su condición” .

6
linimento surgía por levante) era favorable, respondió que
l.i :;nerte y la desgracia depéndían de Dios y no de los as­
nos.4 Marco Polo,56 *en cambio, nos refiere que el empera­
dor chino Kubilai hizo decidir por sus astrólogos la mujer
.nlccuada para contraer matrimonio con Argón, iljan de
l'ersia (1284-1291), y Cardano procuró determinar las ho-
ras favorables para invocar a la Virgen y a los santos. En
cambio, Nicolás de Oresme8 negó la posibilidad de las
predicciones astrológicas basándose en la inconmensurabi­
lidad de los movimientos celestes. Este argumento que
parece remontar a Duns Scot parte del principio de que
si cada configuración, constelación o aspecto celeste ejer­
ce, siempre que se presenta, los mismos efectos en nues­
tro bajo mundo, esos efectos nos son desconocidos ya que
dos o más astros jamás se encuentran en la misma posición
relativa con respecto al zodíaco, es decir, jamás vuelven a
coincidir exactamente en el mismo grado, minuto y segun­
do. Los astrólogos rechazan este argumento afirmando que
para que los aspectos (conjunción, oposición, trígono, sex-
,til, cuadratura, etc.) ejerzan un influjo idéntico al de otras
ocasiones, y por tanto conocido, no es necesario que ocu­
pen exactamente las mismas posiciones, sino que basta
con que se encuentren dentro de ciertos límites que de­
signan con el nombre de “ orb e” .
Ambas doctrinas quedarán suficientemente aclaradas si
pensamos en el típico problema del reloj que todos núes-

4 . Apui cadí cIyyád, Tarñb al-madarik, ed. A . Bakrl Mahmüd


(Beirut, s. d .), vol. I I I , p. 594. [Sólo hemos transliterado científica­
mente los nombres árabes en estas primeras páginas. E n el resto y
dada la reiteración de los mismos hemos preferido los variantes
consagrados por la tradición.]
5 . C f. Millione, cap. 72.
6. C f. J. E . Murdoch, “Rallones mathematice”. Un aspect du
rapport des matkématiques et de la philosophie au Moyen Age
(París, 1961), pp. 12-15.

7
tros estudiantes de álgebra han tenido que resolver alguna
vez. Supongamos que la esfera es el zodíaco, la manecilla
menor, Saturno, y la mayor, Júpiter. Cuando ambas estén
superpuestas (las doce en punto, por ejemplo), diremos
que están en conjunción. A l estar diametralmente opues­
tas, consideraremos que están en oposición. El problema,
tal y como se plantea a nuestros bachilleres, consiste en de­
terminar a qué horas, después de las doce, volverán a su­
perponerse las agujas. Dado que el movimiento de ambas
es uniforme, el resultado se obtiene sin demasiadas com ­
plicaciones. En cambio, con el movimiento de los planetas
no ocurre así y un aspecto determinado jamás volverá a
reproducirse exactamente en el mismo punto del zodíaco
aunque sí en sus vecindades. Los límites en que puede ad­
mitirse la reiteración de los influjos de una conjunción u
otros aspectos es de unos 8o de orbe en más o en menos,
algo así como si consideramos que la hora exacta de nues­
tro reloj va desde dos minutos antes a dos minutos des­
pués de la verdadera.
Nuestra civilización actual, es decir, todos nosotros,
estamos acostumbrados a leer en muchísimos periódicos
rúbricas bajo el título de “ su horóscopo diario” o bien se­
manal o mensual. Desde el punto de vista de la astrología
esférica esas predicciones carecen de valor, puesto que no
tienen en cuenta ni la hora ni el lugar de nacimiento del
lector ni consideran los aspectos celestes del horóscopo
radical.
Por tanto, no es ésa la astrología que aquí nos intere­
sa sino la horaria en cualquiera de sus ramas, es decir:
1) genetlíaca o de investigación del futuro del individuo,
que se basa en el horóscopo levantado a partir de la hora,
minuto y segundo — si tanta aproximación es posible —
del nacimiento del consultante. Tal, por ejemplo, el horós­
copo de cAli b. Ridwán, traductor del Tetrabiblos de To-

8
lomeo al árabe7 o bien el levantado por Kepler a Wallen-
••ifin. Una variante del sistema consiste en los que los mé­
dicos levantaban al inicio de una enfermedad o en los
momentos cruciales de la misma para poder establecer un
pronóstico. Sabemos, por ejemplo, que el 13 de octubre
de 1601 Tycho Brahe, después de asistir a un banquete
y de regreso a su casa ya no pudo orinar. A l principio de
la enfermedad que le aquejó, la Luna estaba en oposición
a Saturno, en cuadratura con Marte en Tauro y este últi­
mo planeta ocupaba el mismo lugar que en su horóscopo
radical.8
2 ) O tro sistema — violentamente atacado por san
Agustín — es el de las elecciones, es decir, determinar el
inomento en que los astros ocuparán una posición favora­
ble para emprender una acción determinada (campaña mi­
litar,9 viaje, sangría, etc.), del cual nos hablan Roger Ba-
con y Cardano. Así se procedió para la fundación de Bag­
dad; Tycho Brahe puso la primera piedra del observatorio
de Uraniborg el 8 de agosto de 1576 en el momento de la
salida del Sol, porque en ese instante Júpiter estaba en
conjunción con el Sol a 2 5 ° de Leo y en la inmediata ve­
cindad de la estrella Régulo (alfa del León), formando trí­
gono con Saturno, situado a 2 2° de Sagitario (obsérvese
que admitió l . ° de orbe) y la Luna a 2 2° de Acuario y

7 . Cf. Ibn A b l Usaybi'a, cUyün d-anba’ ft tabaqit d-alibba’,


vol. I I I (Beirut, 1377-1957), p. 64. Pueden verse también los ho­
róscopos descritos por E . Poulle, “ Horoscopes princiers des x iv et
xv siécles” , BSNAF (1969), pp. 63-77.
8 . Cf. Coeli et siderum irt eo errantium observationes Hassia-
eoe illustrisrími principis 'Willhelmi Hassiae lantgravii.. . (Leiden,
1618). Contiene también observaciones de Tycho Brahe y, posible­
mente, del propio editor W . Snellius. Algunos valores numéricos
parecen incorrectos.
9. Cf. J. Vernet, “ Astrología y política en la Córdoba del si­
glo x ”, R1EI, 15 (1970), pp. 91-100.

9
a 3o de distancia de su plenitud.101El mismo sistema de
Tycho empleó Flamsteed para determinar el momento en
que debía poner la primera piedra del observatorio de
Greenwich.11 Es, si se quiere, el procedimiento inverso
del empleado por los jesuítas en el observatorio del Ebro,
en el suelo de cuyo vestíbulo puede observarse el momen­
to fundacional no porque “ eligieran” previamente la posi­
ción de los astros para que su institución tuviera una lar­
ga y próspera vida, sino porque quisieron dejar escrita la
fecha de fundación mediante los recursos que les facilita­
ba la propia ciencia que estudian. Estas técnicas de “ elec­
ciones” , en especial para la guerra, fueron usadas muy
probablemente en la última guerra mundial.12
Aparte de la astrología genetlíaca y de elección cabe
citar 3) la mundial en sus dos variedades de natural o físi­
ca, destinada a predecir catástrofes naturales (terremotos,
huracanes, etc.) y la político-religiosa. Esta última es la
que más nos interesa aquí desde el momento en que gozó
de gran credibilidad — al igual que la genetlíaca y de elec­
ciones — durante el Renacimiento.
Podríamos establecer largas listas de pensadores me­
dievales tanto árabes13 com o cristianos — Villani, arci­
prestes de Hita y de Talavera, Arnau de Vilanova — que
creyeron firmemente en la astrología, que intentaron justi­
ficar sus fracasos en la insuficiencia del instrumental astro-

10. Tycho Brahe, Explicatio partium tnajoris et praecipae do-


mus, en Opera omttia, ed. I . C. L . Dreyer, vo l. V (Copenhague,
1921), p. 1 43; W . Hartner, Oriens. Occidens (Híldesheim, 1968),
p. 453 n.
11. C f. S. H utin, Histoire de l’Astrologie (Verviers, 1970),
p. 146.
1 2. C f. E . H ow e, Le monde étrange des astrologues (París,
1968), pp. 2 09, 2 7 6 y passim; L . de W oh l, The stars of toar and
peace (Londres, 1952).
13. Para algunas predicciones árabes, cf. J. Vernet, “ Astrolo­
gía y política . . . ” , loe. cit.

10
nómico-matemático y cóm o sus quejas motivaron el avance
<le la trigonometría y de la astronomía. E l gran número de
l ablas y almanaques de la época sólo puede explicarse por
la necesidad que de ellos sentía la sociedad para que los
astrólogos pudieran trabajar a sus anchas. Es más: las dis­
torsiones encontradas en los elementos de las Tablas al-
fonsinas,14 tal vez emparentadas con las dobles excentrici­
dades empleadas por Copérnico,1 15 pueden ser resultado de
4
lo que decimos. Igual ocurre con la doctrina del animo-
dar,16 equivalente al procedimiento de rectificación de la
hora de la natividad a partir de los vaivenes de la vida del
consultante anteriores al levantamiento del horóscopo.
Los procedimientos y sistemas hasta aquí descritos
fueron utilizados por los astrólogos-astrónomos del Rena­
cimiento. Si es cierto que carecemos de datos sobre la ac­
tuación de Copérnico en el campo que nos interesa, no lo
es menos que nuestro autor creyó en la astrología, en un
procedimiento algo distinto del actual, que permite inclu­
so incluirle dentro de la corriente magidsta de la ciencia.17
En efecto, en De revólutionibus, 1, 10, nos habla del
más legendario de todos los ocultistas, al que el árabe Al-
bumasar hizo a la vez uno y trino para poder explicar los
orígenes de la cultura humana, es decir, cita a Hermes
Trismegisto.18 Rético, en su Narratio Prima, que se impri­

14. C f. E . Poulle y O . Gingeridi, “ Les positions des planétes


au M oyen Age. Application du calcul electronique aux Tables A l-
phonsines” , CRAIBL (1967), pp. 532-548.
15. C f. v. g., De revolutiortibus, libro V , al tratar de los pla­
netas superiores.
16. C f. E . Poulle, “ Astrologie et tables astronomiqucs au
xn r siéde: Robert Le Febvre et les Tables de Malincs ”, BPhH
(1964), pp. 793-891.
17. C f. H . Kcarney, Orígenes de la ciencia moderna, 1500-1700
(Madrid, 1970).
18. C f. A . J. Festugiere, La révélalion d’Hermes Trismegisle
(París, 1944); D . Pingree, Tbe Tbousands of Abu Masbar (Lon­
dres, 1968).

11
mió a veces junto con el De rcvolulionibus, afirma (pero
hay que entender que quien lo dice es el propio Copér-
n ico)19 que cuando la excentricidad de la órbita terres­
tre alcanzó su máximo, la República romana se transformó
en monarquía; su disminución trajo consigo la decadencia
de Roma y cuando alcanzó su valor medio surgió el Islam
y otro gran imperio que desde entonces no ha hecho más
que crecer. Cuando llegue al mínimo, ese gran imperio
(turco) desaparecerá, y cuando alcance de nuevo el valor
medio, Jesucristo volverá a la tierra, puesto que el orbe
celeste se encontrará en el mismo lugar en que ocurrió la
creación del mundo. Este período no es muy distinto del
de la profecía de Elias según el cual el mundo debe durar
seis mil años.20 Estas doctrinas trascienden más tarde al
Harmonices mundi21 de Kepler.
Mucho más diáfanas y arriesgadas son las predicciones
de Tycho Brahe y de Kepler. El primero tiene en cuenta
en sus pronósticos no sólo los planetas, sino también las
estrellas que influyen en el mundo sublunar según su con­
textura conocida, por ejemplo, a través de las múltiples
reimpresiones del Flores astrologiae de Albumasar. Cita,
siguiendo al libro De incertitudine et vanitate scientiarum
(1527) de C om elio Agripa de Nettesheim (1486-1535), la
creencia india de que existen dos planetas más de los co­
nocidos, diametralmente opuestos, que giran en sentido
retrógrado en un período de 144 años y sólo son visibles
de tarde en tarde.22 Estos seudoplanetas son el célebre
19. Manejo a Koyré, Des révolutions des orbes celestes (Pa­
rís, 1970). Koyré entiende que el pasaje aludido de Rético pertene­
ce, realmente, al mismo Copérnico.
2 0 . C f. A . Koyré, Des révolutions . .., pp. 10-11.
2 1 . C f. F . Warrain, Essai sur l'Harmonices Mundi ou Musique
iu monde ile Johann Kepler (París, 1942); GW, 6 (Munich, 1940).
2 2 . C f. Tycho Brahe, De nova et nullius aevi memoria prius
visa slella (Copenhague, 1573), cap. I X ; Astronomiae instauratae
progymnasmatum, tertia pars, cap. I X .

12
l-.-iyd,28 que tanta tinta ha hecho correr en los últimos
anos y constituyen una buena prueba de la supervivencia
<te las doctrinas astronómicas indias llegadas a Europa a
•ravés de España. Ricio'J1 añade2 25 que “ Alpetragio creía
4
2
3
■;:?e en el cielo existían movimientos aún ignorados por el
hombre” . H e aquí un ejemplo claro: Abraham Zacut, en
su Gran Edición,"6 dice que ha encontrado en las Tablas
de los astrónomos de Hipsala (Sevilla), de acuerdo con la
autoridad de los indios, que en el cielo existen dos estre­
llas, diametralmente opuestas, que recorren el zodíaco con
movimiento retrógrado en 144 años. Los árabes llaman a
una de ellas Alcavir y a la otra Alvardi. Estas palabras sig­
nifican “ grande” y “ ílor” o “ rosa” . La primera tiene la na­
turaleza de Saturno y de Marte y la segunda la de Júpiter
y Venus.
Este período de 144 años, según Bailly,27 es el resul­
tado de dividir la precesión, 25.920 años, por un van, ci­
clo de 180 utilizado por los mogoles. Sería, en resumidas
cuentas, un m odo más o menos hábil de expresar el valor
de la precesión de los equinoccios.
Kepler es, sin duda, el que más nos interesa de todos
estos autores, puesto que en una carta a Fabricio (2 de
diciembre de 1602) dice sin rodeos:

. . . L e ruego que tom e en serio lo q u e le escribí acer­


ca d e la astrología. Si n o recuerdo m al, dem ostré m e­

23. Cf. W . Hartner, “ L e probléme de la planéte R aid”, en


Oriens. Occidens . . . , pp. 268-286.
2 4 . A . Ricius, De motu octaue spbaerae (París, 1521).
2 5. Ibid., p. 5 1.
2 6. Se refiere al Séfer ha-°ibbur ha-gadol (Compilación magna),
compuesto alrededor de 1473. Cf. F . Cantera, El judío salmantino
Abraham Zacut (Madrid, 1931) y Abraham Zacut (Madrid, s .d .).
2 7 . Traite de l’astronomie indienne et oriéntale (París, 1787),
p. 2 1 7 . (Apud. J. B . J. Delambre, Histoire de l’Astronomie du Mo-
yen Áge (París, 1849), p. 381.

13
diante consideraciones de principio y con ejem p los, que
n o la rechazo totalm ente. Si usted es capaz d e conseguir
algo en este sector, merecerá m ás h on or qu e y o , y a q u e
la astrología es de u n provecho directo y m ucho m ayor
para la h u m a n id a d . . . 28

Kepler murió creyendo en la astrología, cosa que no


podemos decir de Galileo,29 quien tuvo la mala suerte de
predecir el 16 de enero de 1609 larga vida a su protector
el gran duque de Toscana, Fernando I de Médicis (nacido
en 1549), quien murió pocas semanas después.30 En cam­
bio, Kepler, en su primer pronóstico, afirmaba31 que haría
un invierno frío, estallarían sublevaciones de campesinos
y se entraría en guerra con los turcos. Y tuvo la suerte de
que se cumpliera al pie de la letra, con lo cual quedó acre­
ditado para el resto de sus días.32 Del mismo m odo, John
Heydon quedó desacreditado cuando Oliver Cromwell
murió de muerte natural, pero recuperó el favor del públi­
co cuando el cadáver del Lord Protector fue desenterrado
y ahorcado (conforme él había previsto) por regicida.33
Este trasfondo astrológico fue el origen de una serie
de ideas, no siempre acertadas, que influyeron decisiva-

2 8 . C f. G W , 14 (Munich, 1945), p. 123.


2 9 . Cf. Dialogues et lettres choisies, introducción de G . San-
tillana, traducción de P . H . Michel (París, 1966), pp. 368-378
y 411.
30. Cf. Le opere di Galileo Galilei (Florencia, 1968), vol. X ,
pp. 226-236; vol. X I , pp. 105-116, y vol. X V , pp. 23-26.
31. Año de 1595.
32. C f. A . Koyré, La revolution astronomique: Copernic, Ke­
pler, Borellt (París, 1961), p. 3 79; P. Couderc, L'astrologie (París,
1963), p. 102, cree que ni Tycho ni Kepler admitieron la astrología.
A este último le justifica basándose en lo que escribió en el prólogo
(p . 5 ; G W , X , pp. 36-44) de sus Tablas Rudolfinas (1627). En ri­
gor ambos fueron enemigos de la astrología de los charlatanes, pero
no de la “ científica” tal y como ellos mismos la cultivaban.
C f. F. Warrain, E ssai..., pp. 93-96.
3 3. C f, S. Hutin, Histoire . . . , p. 146.

14
mente en el avance de la astronomía. Tal, por ejemplo, la
ampliación de los límites , del universo. Este último no
había cesado de crecer desde los balbuceos de la historia.
Así, en el mito babilónico de Etana, se sitúa a 6.000 km;
Hom ero lo amplía a 130.000; Tolom eo y los autores ára­
bes y hebreos medievales — excepción hecha del enorme
universo de Levi ben Gerson de Banyuls — 34 lo situaron
en unos 120.000.000 de km. Copérnico alejó la esfera de
las estrellas fijas de la órbita de Saturno (De revolutioni-
bus, 1 ,7 -8 ) y negó que aquélla tuviera movimiento diur­
no, puesto que de existir éste, su radio, com o conse­
cuencia de la fuerza centrífuga — así lo diríamos hoy — ,
tendría que aumentar de modo continuo. Por tanto, se li­
mitó a afirmar que esa distancia debía ser muy grande (in-
mensum)353 6desde el momento en que las estrellas, a pesar
del movimiento anuo de la tierra, no presentan paralaje.30
Un paso más adelante se da al aparecer la nova de
1572 que fue observada por el astrónomo español Jeróni­
mo Muñoz. Éste creyó encontrar la causa astrológica que
había motivado su formación de acuerdo con la reglas da­
das por Albumasar y, por el método de las paralajes, la
situó más allá de la esfera del Sol, lo que equivalía a ad­
mitir, en contra de los postulados aristotélicos, que en el
mundo celeste existía también la generación y la corrup­
ción. En el mismo sentido se manifestó Tycho Brahe,
quien, dicho sea de paso, cita con mucho elogio a Jeróni­
mo Muñoz en varias de sus obras.37 Tycho estableció que

34. Cf. B. Goldstein, “ Preliminary remarks on Levi ben Ger-


son’s contributions to astronomy” , ISRACSCHU, 3 ,9 (1969),
pp. 239-254.
3 3. De revólu tion ib a s 1 ,6 .
3 6. A . Koyré, Da monde clos a Vunivers infittt (París, 1962),
pp. 34-36.
3 7. C f. J. Vernet, “ U n astrónomo español del siglo x v i” ,
Physis, 1 2 ,1 (19 7 0), p. 8 8 ; Tycho Brahe, Opera omnia . . . , índices.

15
los astros aparecidos en 1572 y 1577 se encontraban más
allá de la órbita de Venus y aportó, siguiendo a Cardano
(1501-1576), tan gran matemático com o astrólogo, una
cita (1547) referida a Albumasar38 en que nos dice: “ Los
filósofos aseguran — y Aristóteles también — que los co­
metas están en la esfera del fuego y que nunca se forman
en los cielos, pues éstos no son susceptibles de alteración,
Pero están equivocados. Y o he visto con mis propios ojos
un cometa que estaba más allá de Venus. Y sé que estaba
más allá de Venus porque su color no resultó afectado.
Muchos me han dicho que han visto cometas más allá de
Júpiter e, incluso, de Saturno” .39 Evidentemente Tycho se
dejó influir por una afirmación netamente astrológica cuya
comprobación científica le llevó a romper las esferas crista­
linas que contenían al universo según sus predecesores.40
Pero entonces, ¿dónde está el límite del universo?,
¿qué cantidad de estrellas contiene? Kepler abordó el pro­
blema desde un punto de vista nuevo que, en cierto m odo,
recuerda la paradoja de Olbers,41 es decir, que si el núme­
ro de estrellas fuera infinito y, por consiguiente, también
el universo, la luminosidad del cielo nocturno debería ser
tan grande o más que la del Sol. Discute el problema en
sus obras De stella nova in pede Serpentarii (1606) y en

3 8 . C f. L . Thom dike, “ Albumasar in Sacian” , Isis, 4 5 (1954),


pp. 22-32 y, para todo el problema, W . Hartner, “ Tycho Brahe et
Albumasar. La question de Tautorité scientifique au debut de la
recherche líbre en astronomie”, en Oríens. Occidens. . . , pp. 456-
507.
3 9 . C f. Galileo, Dialogues . . . , p p. 156 y ss. Le opere . . . , vol.
V I I , pp. 7 5 y ss.
4 0 . Los antiguos parece ser que también creyeron en la exis­
tencia de cometas supralunares; v. g. Proclo apud Tycho Brahe, De
stella nova. . . , cap. I X , afirma que se había observado un cometa
a la misma distancia de la Tierra que Júpiter.
4 1 . C f. E . Millas Vendrell, El problema de la luminosidad de
fondo del cielo (Barcelona, 1973).

16
( l 'Epitome astronomiae copernicanae (1618). Analizar sus
argumentos nos llevaría muy lejos del objetivo que aquí
nos proponemos, puesto que tal com o los desarrolla no
parecen vinculados a ninguna concepción anterior42 y
sólo, remotamente, se los puede emparentar con las hipó­
tesis que establecían la distribución de las estrellas fijas
en diferentes esferas y, en consecuencia, a distintas distan­
cias de la Tierra tal y com o habían apuntado Manilio 434
Avicena14 y Gilbert en su De magnete (1 6 0 0 )454 6propug­
nando un universo infinito o no. Pero Kepler reconoce
que en todo caso el valor mínimo de la distancia de la
Tierra a las estrellas debe ser enorme y desborda todas las
apreciaciones medievales — Levi ben Gerson aparte — y
del propio Tycho. En el Epitome46 anota que “ es confor­
me a la razón que así com o el orbe de la Luna ha sido es­
tablecido com o media proporcional entre el orbe aparente
del Sol y el cuerpo de la Tierra situado en el centro, así el
límite del orbe de los móviles, o sea Saturno, debe ser
media proporcional entre la esfera más exterior de las es­
trellas fijas y el cuerpo del Sol, situado en el centro del
m undo". Aplicando los valores conocidos puede situarse el
límite del universo kepleriano en unos 720.000i000.000
de km.
Galileo, en su Systema cosmicum in quo qrntuor día-
logis de daobus maximis mundi systematibus,47 parte del
principio de que si una estrella de sexta magnitud tiene el
mismo diámetro absoluto que el Sol, y uno aparente de
10", habría que admitir que su paralaje sería alrededor
de 1,36", o sea que se encontraría a unos 15.654i000.000

42. A . Koyrc, Du monde clos . . . , pp. 52-88.


43. Astronomicon, versos 734-745.
44. C f. infra, p . 4 8.
45. Apud Koyré, Du monde clos .... pp. 60-62.
46. GW, 7 (Munich, 1953), p . 2 8 5 .
47. Le opere. . . , vol. V I I , p. 386.

17
de kilómetros de la Tierra. Como simple orientación recor­
demos que las paralajes de las estrellas más cercanas de­
terminadas entre 1838 y 1840 por Struve y Henderson
fluctúan alrededor de 1", que un año de luz equivale a
92000.000i000.000 km y que, en consecuencia, las estre­
llas más cercanas a nosotros se encuentran cuarenta veces
más distantes de las que según Kepler eran ya las más re­
motas.
Pero junto a este avance de la astronomía persisten las
viejas supersticiones tal y com o las hemos vivido en nues­
tros días cuando los astrólogos indios pronosticaron que
la gran conjunción del 5 de febrero de 1962, en que los
siete planetas de la Antigüedad se encontraban situados
entre 2 y 18° de Acuario (302 y 318 de nuestra nomen­
clatura) marcaba el fin del mundo. El pánico se desató en
la India y, por ejemplo, el periódico La Vanguardia del
4 de febrero, página 52, insertaba la siguiente noticia:

N u eva D e lh i. Santones de toda la In d ia h an dirigi­


do plegarias en m asa en los tem plos y al aire libre m ien­
tras esperan la tem ida conjunción d el S ol, de la L una,
de la Tierra y M ercu rio, V e n u s, M arte, Júpiter y Satur­
n o . L o s astrólogos han predicho u n fin de semana de
desastres desde el m o m en to en qu e la L u n a entre en el
signo de Capricornio a las 1 3 ,0 5 (hora española) de h oy.

Y no sólo fue la India. El mismo periódico nos infor­


ma que en Gran Bretaña se sube a una de las montañas
más altas para rezar y evitar, así, el fin de la vida en nues­
tro planeta y la destrucción de la Tierra. El número del
día 6, página 10, explica que durante la conjunción “ mi­
llones de personas aterradas han pasado la semana en con­
tinuos rezos y prácticas de hechicería, mientras que otros
millones de familias buscaron refugio en los campos en

18
prevención de que, por lo menos, se produjeran terremo­
tos. En el fin de semana casi todas las reservas aéreas, fe­
rroviarias y marítimas fueron canceladas y el pánico llegó
hasta tal punto a hacerse dueño de la población hindú,
que los trenes han circulado sin pasajeros... El período de
crisis ha terminado hoy con el eclipse de Sol, que, por
cierto, no es visible desde la India” .
¿Cóm o pueden hacerse tales predicciones? La astrolo-
gía mundial prevé dos sistemas: 1) mediante los horósco­
pos anuos del momento del equinoccio de primavera o
bien de las deducciones que se pueden sacar de los horós­
copos de los principales políticos, y 2) por las conjuncio­
nes planetarias. Ambos sistemas han sido ampliamente
divulgados en los últimos años48 al publicarse series de
horóscopos y predicciones medievales y renacentistas que
pueden aumentarse en gran número con la utilización del
Kitab al-kámil fi asrár al-nujüm escrito por Musa al-Naw-
baj ti. Esta obra presenta la ventaja de darnos, en su última
parte, cuatro horóscopos con su correspondiente interpre­
tación para cada año. Están calculados para los momentos
de los solsticios y de los equinoccios.
El primer método, con rectificaciones mediante el ani-
modar, fue utilizado, por ejemplo, en el informe (1604)
que Kepler escribió sobre el horóscopo de Mahoma levan­
tado por Paulo Sutorio.49 Señala la similitud del mismo
con el de Lutero, cuya fecha de nacimiento fue rectificada
por otros astrólogos que la fijaron en el 22 de octubre
de 1484. Evidentemente la interpretación de ambos ho­

48. Cf. E . S. Kennedy y D . Pingree, The astrological history


o} Masha Allah (Cambridge, 1971); y D . Pingree, The Thousands
of Abu Mashar (Londres, 1968).
4 9. C f. I I . A . Strauss y S. Strauss-Kloebe, Die Astrologie des
Johannes Kepler (Munich-Berlín, 1926), pp. 176-180; J. V em et,
“ Kepler y los horóscopos de Mahoma y Lutero” . Al-Andalus 37
(1972), pp. 453-462.

19
róscopos, a pesar de la identidad de varios aspectos, es
distinta, así com o es distinta la del horóscopo de Mahoma
según que quienes la hagan sean musulmanes o cristianos.
El segundo sistema, el de las conjunciones, en especial
las de los grandes cronocratores, es decir, Júpiter y Satur­
no, han hecho correr mares de tinta. Se basa, sustancial­
mente, en el retom o cíclico de los astros a unas posiciones
determinadas y, en consecuencia, a una sucesión de hechos
parecida a los anteriores. La Historia, de acuerdo con esta
teoría, sería una espade de espiral que pasaría por lugares
muy semejantes aunque no, necesariamente, iguales. Esta
doctrina, muy grata a los persas,50 íue desarrollada por
Kindí51 y difundida por Albumasar, quien afirmaba que
la humanidad se abandona cada vez más a la corrupción y
al materialismo hasta que una catástrofe destruye la civili­
zación y Dios envía un nuevo Profeta para inaugurar un
nuevo ciclo.525 3Kepler, que en la práctica astrológica se fia­
ba más de los aspectos que de la domificación, tuvo muy
en cuenta este sistema, y el P. Riccioli S. J. calculó en su
Almagestum novum (1653) todas las conjunciones plane­
tarias desde — 3980 y + 2358.51’
Ibn Jaldün, en sus Prolegómenos,54 establece los pe­
ríodos detallados de este sistema. Las grandes conjuncio­
nes que fluctúan entre los 960 y los 1060 años según los

50. Cf. E. S. Kennedy y B. L. Van der Waerden, “ The world-


year of the Persians”, JAOS, 83 (1963), pp. 315-327; E . S. Ken­
nedy, “ Ramifications of the world-ycar concept in Islamic astro-
logy”, Actas X CIHS, 1 (1964), _pp. 23-43.
51. Cf. O . Loth, “ Al-Kindi ais Astrolog” , en Homenaje a
H. L. Fleischer (Leipzig, 1875), pp. 263-309.
5 2 . C f. H . Corbin, Histoire de la pbilosopbie islamique (Pa­
rís, 1964), p. 210.
5 3. C f. W . Knappidh, Gescbicble der As'rologée (Frankfurt
a. M ., 1967), p . 2 70.
5 4 . C f. la traducción inglesa de I'. Rost-nthal, I I (Nueva Y ork,
1958), pp. 211-231.

20
distintos autores, son las que marcan la duración de las
religiones; las medias (240 años) fijan la suerte de las di­
nastías y las pequeñas (20 años) precisan los detalles de
un m odo que recuerda el empleado, para el tema radical
genetliaco, por las progresiones. Estas cifras son puramen­
te indicativas. Las pequeñas conjunciones se realizan du­
rante doscientos años en la misma triplicidad (fuego, tie­
rra, aire, agua) y, en consecuencia, com o observa Kepler
en De stella nova in pede Serpentarii, al cambiar de tri­
plicidad cambian substancialmente las condiciones del pro­
nóstico.
Veamos algunas predicciones realizadas por este siste­
ma y que tuvieron importancia política: los astrólogos de
Córdoba anunciaron el principio de la guerra civil que
puso fin al califato y dedujeron algunos detalles de su de­
sarrollo porque se vio primero un eclipse de Sol,55 luego
un com eta56 y finalmente, en el año 397/1007-1008, tuvo
lugar, com o en el resto del mundo, la conjunción de Júpi­
ter con Saturno en el signo de Virgo. D e todos estos acon­
tecimientos dedujeron que la guerra civil era inmediata y
del último, por ocurrir en un signo bifaz, que los sobera­
nos que intervinieran en la misma tendrían dos reinados
distintos.67 Ibn Hayyán, comentando este último detalle,
añade: “ H e revisado esas cosas y he comprobado que la
predicción se realizó en potencia y en acto y com o los as­
trólogos habían anunciado: cinco soberanos reinaron dos
veces sucediéndose unos a otros: 1) Muhammad I I b. Hi-
¡>ám; 2) Hisám II, señor de Córdoba; 3) Sulaymán b. al-
Hakam, señor de los bereberes, y 4-5) dos príncipes ham-3 *
5

3 5 . 2 4 de enero de 1004.
5 6. D e hedió entre el 1004 y el 1007 se observó un cometa
todos los años y eso sin contar con la nova de 1006.
5 7. C f. J. V em e t, “ Astrología y p o l í t i c a loe. cit.-t W . Hoe-
nerbach, Islamische Geschichte Spaniens (Zurich, 1970), p. 259.

21
müdíes, al-Qásim b. Hammüd y su sobrino Yahyá b . cA ll
b. Hammüd. Se observa que Yahyá, padre de cA lí, el pri­
mero de los soberanos hammüdíes, rompe la serie de los
soberanos que reinaron dos veces, ya que sólo gobernó
una. Por lo demás, Dios conoce y comprende sus planes
m ejor” .
La interpretación de los dobles reinados procede, evi­
dentemente, del hecho de que el 2 de noviembre de 1007
Júpiter y Saturno estuvieron en conjunción en 12° Virgo
que es signo bifaz (162°). Tenían en ese momento movi­
miento directo, pero la conjunción se volvió a reproducir
al retrogradar el 1 de marzo de 1008.58
Admitiendo esta teoría la estrella de los Reyes Magos
se debería a una triple conjunción de Saturno, Júpiter y
Marte (28 de febrero de — 5) y Mahoma sería el resultado
de la del 19 de marzo de 571. Por el mismo sistema,
Juan de Toledo predijo un cataclismo universal com o con­
secuencia de la conjunción de todos los planetas en la Ba­
lanza, signo de aire, en el mes de septiembre de 1186. N o
pasó nada.
La conjunción de todos los planetas en febrero de 1524
en un signo de agua, Piscis (entre 342° y 354°) dio origen
a dos predicciones distintas: Johannes Stoffler en su Alma­
naque de 1499 anunció un nuevo diluvio y cuando la fecha
se acercó, muchos habitantes del Sacro Romano Imperio
vendieron sus bienes y buscaron refugio en los buques;
otros pidieron a Carlos V que designara los lugares en que
debían refugiarse. H ubo quien se volvió loco de angustia
y el margrave de Brandeburgo y su corte se reunieron en
Kreuzberg, cerca de Berlín, para esperar los acontecimien­
tos. Es decir, se dio un pánico universal similar al que

58. C f. B . Tuckerman, Planetary, Lanar and Solar posilions


A .D . 2 to A .D . 1649 (Filadelfia, 1964).

22
hemos señalado hace un momento al hablar de la conjun­
ción de 1962 en la India.5 60
9
La misma conjunción era empleada, en cambio, en
España, con fines apologéticos. Martín García, obispo de
Barcelona (m. 1521) en un domingo de quincuagésima, al
predicar delante de los mudejares que tenían que oírle a la
fuerza, comentando a Lucas 18,35 “ Quod cecus stabat se-
cus viam” argumentaba de la forma siguiente: “ Por con­
siguiente, este pueblo que está ciego, está en el camino
del Señor ... ya que está tan cerca del camino de Jesucris­
to, los predicadores deben trabajar y conducirlo a Él, pues­
to que su secta debe extinguirse en breve. Según dice Al-
bumasar en el libro De magnis coniunctionibus diferencia
séptima ‘la secta mahometana durará 875 años’ . Si acepto
lo que dicen sus sabios no debe durar en ningún caso mil
años ... Y me han dicho sus sabios que según la ley de sus
doctores el principio de la perdición de su secta debe ini­
ciarse con la ruina de los reinos de Occidente ... Granada
fue conquistada por nuestro rey Fernando en 1491, la sec­
ta de Mahoma empezó en 616 y si según Albumasar ha de
durar 875 años, la suma de 616 y 875 da 1491, o sea el
año de la conquista de Granada. Aquí empezó el princi­
pio del fin de los agarenos que se extinguirán en el año
de 1524, pues según sus astrólogos, en ese año, en el
mes de febrero, han de cambiar extraordinariamente to­
dos sus reinos, pues ocurrirán más de veinte conjun­
ciones . . . ” 00
H oy en día las predicciones basadas en las conjuncio­
nes siguen impresionando a las gentes y no sólo en la In­
dia. La astrología fue utilizada en la última guerra mun-

5 9 . Melanchton, décadas después, daba esta predicción como


realizada. C f. P . Couderc, L’astrologie. . . , p . 9 8.
6 0. C f. J. Vernet, “ Traducciones moriscas de El Corán”, en
el Homenaje a Otto Spies (Wiesbaden, 1967), pp. 686-705.

23
dial por los servicios de propaganda de los adversarios y
de la conjunción del 11 de mayo de 1941 (sic) se quiso
deducir que la fuga de Rudolf Hess estaba ya, previamen­
te, señalada por los astros.61 Y no cabe duda de que mien­
tras el mundo sea mundo ocurrirán conjunciones astrales
que serán interpretadas en función de una pretendida ex­
periencia anterior, puesto que los astrólogos seguirán la
norma establecida por Kepler al estudiar la del 25 de di­
ciembre de 1604:

Tal ha sido la célebre conjunción de los tres plane­


tas superiores que, después de siete períodos de seis­
cientos años, ha alcanzado el signo de Sagitario, que es
el tercero de la triplicidad del fuego. La he descrito con
la máxima fidelidad para transmitirla a quienes nazcan
dentro de ochocientos años si es que lo merece y ellos
son capaces de juzgarla, si el mundo no ha terminado
antes y si una invasión de bárbaros no devuelve a los
hombres a la Edad de Piedra.62

6 1. C f. E . H ow e, Le monde étrange. . . , p. 264.


62. Cf. De stella nova in pede Serpentarii et ... de novo initi
Trígono Ígneo ... (Praga, 1606).

24
COPÉRNICO

El 19 de febrero de 1473 nacía en Toruñ (Thorn) Ni­


colás Copérnico. Sus padres, gente acomodada, eran Nico­
lás y Bárbara Watzelrode. El padre, comerciante, murió
en 1483 y la familia quedó bajo la tutela de su tío, Lu­
cas de Watzelrode, canónigo del capítulo de Frombork
(Frauenburg) que en 1489 fue elegido obispo de Warmia
(Ermland).
En una época en que la fragmentación ideológica de
Europa no había llegado a los extremos actuales no podía
plantearse el problema de la nacionalidad de Copérnico.
¿Fue alemán? ¿Fue polaco? El argumento lingüístico no
sirve en este caso puesto que Copérnico escribió sus obras
en latín; las notas tratando de la vida cotidiana en alemán
y hablaba corrientemente polaco. Jurídicamente fue vasa­
llo del rey de Polonia, pero al llegar a Bolonia como estu­
diante, se inscribió com o miembro de la natío germano-
rum. En aquellos tiempos una inscripción de este tipo no
tenía más valor que la que pueda hacer hoy en día un
súbdito de cualquier nacionalidad en un colegio mayor
universitario que esté puesto bajo la advocación de otra.
Un estudiante chino que se inscribe en un colegio hispa­
noamericano no pierde por ello su nacionalidad; lo único
que hace es alojarse en un centro que ha elegido en virtud
de las especiales ventajas que le ofrece o porque no ha

23
encontrado plaza en otro.1 Piénsese que en la época de
Copérnico el condestable de Borbón sirvió a Carlos V des­
naturalizándose de su señor, el rey de Francia. Copérnico
jamás hizo cosa parecida y siempre fue súbdito fiel del rey
de Polonia.
Estudió en la universidad de Cracovia1 2 entre 1491
y 1495 y aquí parece haber tenido sus primeros contactos
con la astronomía. Posiblemente siguió las clases del astró­
nomo-astrólogo Alberto Brudzewo, quien desde 1490
“ leía” el De coelo de Aristóteles. Brudzewo conocía bien
la astronomía tradicional y había escrito en 1482 un Com-
mentariolum super theoricas novas planetarum Georgii
Peurbachii que fue editado en 1495. Pero es muy difícil
que hubiera podido sugerir a sus alumnos las ideas de un
nuevo sistema planetario, aunque conociera las dudas des­
pertadas sobre el mismo por Averroes y otros pensadores
musulmanes, como Alpetragio.
Sin embargo, tuvo que ser en Cracovia en donde inició
su formación como astrónomo ya que los libros que com­
pró en esa época, y que se conservan, muestran su interés
por la geometría, la trigonometría esférica y la astrono­
mía. Después de haber fracasado su tío, Lucas, en un pri­
mer intento de hacerle nombrar canónigo de Warmia
(Ermland), en Frombork (Frauenburg), marchó a Italia y
recién llegado a Bolonia com o estudiante de derecho ca­
nónico, observó en el 9 de marzo de 1497 la ocultación de)
Aldebarán por la Luna (De revolutionibus, 4, 27) y entró

1. Agudas y polémicas observaciones al respecto se encuentran


en A . Koyré, Des révolutions . . . , p. 5 y en La révolution astrono-
mique. . . , p. 19.
2 . Cf. A . Birkenmajer, “ L ’université de Cracovie centre Inter­
national d’enseignement astronomique á la fin du Moyen A g e ",
Actas VIH CIHS, Florencia-Milán, 1956, vol. I (Florencia, 1958),
pp. 359-363. La influencia musulmana en Cracovia y en esa época
aparece señalada por ejemplo por J. Bukowski en El Correo de la
UNESCO de abril de. 1973.

26
at servicio del astrónomo Domenico María de Novara
(c. 1464-1514) “ no como discípulo sino como ayudante y
testigo de sus observaciones” .3 Novara explicó a Copérni-
co que había comprobado la disminución de la oblicuidad
de la eclíptica y que creía haber descubierto un aumento
sistemático de las latitudes desde la época de Tolom eo.4
Pero com o sus estudios en Italia iban dirigidos a conseguir
con el tiempo una canongía, inició estudios de griego, leyó
a Platón y con el tiempo llegó a traducir y publicar (Cra­
covia, 1509) la obra Tbeophzlacti Scolastiá Simocati56
Epistole morales, rurales et amatoriae, interpretatione
latina.
En 1497, y estando ausente, fue al fin nombrado canó­
nigo de la catedral de Frombork (Frauenburg) gracias a la
influencia de su tío Lucas de Watzelrode. A pesar de ello -
sigue residiendo en Italia, realizando observaciones as­
tronómicas y adquiriendo el título de magister artium.
En 1500 acudió a Roma para ganar el jubileo y trabajar
en la cancillería del Vaticano. A quí parece ser que dio una
serie de conferencias sobre astronomía a las que asistiría
Miguel Ángel y observó el eclipse de Luna de 6 de no­
viembre de 1500 (4 ,1 4 ). En la primavera de 1501 lo en­
contramos en Frombork (Frauenburg) para tomar pose­
sión de su canongía. Copérnico fue, pues, canónigo sin ser
ni sacerdote ni religioso® sino simplemente un humanista.

3. G . J. Rheticus, Narratio prima (Thorn, 1873) en apéndice


al De revólutionibus. . . , p. 4 48.
4 . C f. E . Rosen, s. v . “ Copernicus” , en el Dictionary o} Sciett-
tifie Biography (Nueva York, 1970 y ss.).
5 . Alude a Teofilacto de Simocatta (fl. 610-640). C f. K . Krum-
bacher, Gescbichte der byzantinischer Literatur (Munich, 1897),
p p. 247 -2 5 1, al que tradujo del griego al latín. En De revolulio-
nibus ( 1 ,1 0 ) aparece incluso una cita de Sófocles, cf. E . Rosen,
“ Copernicus quotation from Sophoclcs” , Didascaliae, Homenaje a
A . Albareda (Nueva Y ork, 1961), p p. 369-379.
6 . C f. E . Rosen, “ Gaíileo’s misstatemeqts about Copernicus”,

27
Esto explica en buena parte su posterior actuación po­
lítica.
En 27 de julio de 1501 obtiene permiso para regresar
a Italia, a Padua, y poder así estudiar medicina, la cual
ejerció a lo largo de toda su vida.7 Hay que pensar que los
años que pasó en esta última ciudad le permitieron cono­
cer a Nicoletto Vernia, portaestandarte del averroísmo y
maestro que había sido de Andrea Alpago, médico por
aquel entonces en el consulado de Venecia en Damasco
(cf. p. 67). Aprovechó su estancia en Padua para doctorar­
se en derecho canónico en Ferrara (31 de mayo de 1503).
Por lo que Copérnico nos dice en su Commentariolus
parece que fue en esta época, es decir, mientras estaba en
Italia, cuando se le ocurrió la idea de desarrollar las doc­
trinas heliocéntricas de la Antigüedad dándoles un soporte
matemático. Poco después tuvo que regresar a su diócesis
(1506) y desde entonces ya no volvió a ausentarse de Po­
lonia.
Su vida durante el período que ahora se inicia se ciñó
a la rutina de su cargo y de sus títulos. Fue secretario y
médico de su tío Lucas y vivió con él en el palacio episco­
pal de Lidzbark hasta que murió (1512); fue administra­
dor de los bienes del capítulo y delegado de éste en el
gobierno de la diócesis de Warmia (Ermland) (1516-1521)
que rigió desde Olsztyn (Allenstein). Pidiendo auxilios a

Isis, 49 (1958), pp. 319-320; E . Rosen, en Actas IX CIHS (Barce­


lona, 1959), pp. 579-582, y PAPhS, 104, 6 (1960), pp. 635-661.
7. Sabemos, por ejemplo, que aún en 1541, es decir, dos años
antes de su muerte, Alberto de Hohenzollern le pide que vaya a
Konigsberg para asistir a su consejero Jorge de Kunheim. E n la Bi­
blioteca universitaria de Uppsala se conservan quince obras de me­
dicina y ciencias naturales que pertenecieron a su biblioteca y es­
tán anotadas de su puño y letra. C f. L . H . Bruce-Chwatt, “ Coper-
nic, médecin inconnu”, La Presse Médicale, 67 (1959), pp. 1.523-
1 .524; G . Eis, “ Z u den medizinischen Aufreichnungen des Nicolaus
Copernicus", Lycbnos (1952), pp. 186-209.

28
Segismundo I (rey de Polonia, 1506-1548) consiguió p o­
ner la ciudad en condiciones de defensa (1520) ante un
posible ataque de los caballeros teutónicos y se preocupó
*le mejorar las condiciones económicas de sus vasallos, ya
que la orden Teutónica había realizado emisiones de m o­
neda de baja ley. Con este fin presentó en el Landtag de
Graudenz (1522) una memoria, De monetae cudendae
retío, que fue publicada algo después (1526).8 Inicia la
misma haciendo notar que la discordia, la mortalidad, la
esterilidad de la tierra y la depredación de la moneda son
la causa de la decadencia de los estados. Pero así com o las
fres primeras son aceptadas por todos com o tal, no ocurre
lo mismo con la moneda. Define a ésta como oro o plata
acuñados para evitar el. tener que utilizar constantemente
balanzas y pesar continuamente el oro o la plata en las
transacciones comerciales, ya que el cuño certifica el peso
real y la aleación y, en consecuencia, el valor. Con ella se
paga el precio de venta o de compra según los usos y cos­
tumbres propios de cada estado o soberano. Com o es una
medida debe conservar siempre un valor inalterable. Hay
que distinguir entre valor y estimación de la moneda.
Aclara que la moneda en circulación sufre desgastes por el
uso continuo — recordemos que el uso del rayado margi­
nal para evitar el desgaste fue ideado por Newton cuando
era director de la casa de moneda inglesa — y el comercio
se resiente.
La estimación de la moneda es equitativa cuando ésta
contiene un poco menos de oro o de plata que el de su
valor nominal; esta diferencia se colma con los gastos de
acuñación.

8. C f. la traducción francesa que con d título de “ Discours


sur la frappe des monnaies” figura en Écriís notables sur la mon-
naie: XVI siecle, vol. I (París, 1934), pp. 5 -2 6; M . B . Amzalak, As
teorías monetarias de Nicolau Copérnico (Lisboa, 1947).

29
La depreciación viene cuando las emisiones son excesi­
vas: la plata o el oro metales pasan a ser más codiciados
que los acuñados. Para restablecer el equilibrio hay que
esperar, sin realizar nuevas emisiones, a que el metal en
bruto alcance en el mercado un precio ligeramente supe­
rior al amonedado.
Las causas de la depreciación son: por adición de una
cantidad excesiva de cobre en la aleación, por pérdida de
peso y por el desgaste que sufre la moneda al circular.
Tras haber expuesto estas consideraciones de tipo ge­
neral examina el caso particular de la moneda prusiana.
En el transcurso de ese análisis expone, treinta años antes
que Gresham (1519-1579), la ley que hoy lleva el nombre
de éste:

No es conveniente lanzar una emisión de moneda


buena mientras que sigue circulando la mala. Falta ma­
yor la constituye el emitir moneda mala cuando está cir­
culando aún moneda buena, ya que aquélla no sólo cau­
sa la depredación de ésta sino que, por decirlo así, la
expulsa, La continua depreciación de la moneda prusia­
na, de continuar, hará que al carecer de valor intrínseco
no sirva como pago de las importaciones y, en conse­
cuencia, desaparecerá todo tipo de comercio, pues
¿quién será el comerciante extranjero que quiera cam­
biar sus mercancías por moneda de cobre?, ¿quién será
el comerciante que pueda comprar en el extranjero con
tal moneda?
Los países con una moneda sana están en la senda
del progreso, poseen numerosas obras de arte, etc.
Aquellos en los que, por el contrario, se utiliza una
mala moneda, la inacción, la indolencia y la pereza son
causa de que se olviden las artes, la cultura del espíritu
y desaparezca la abundanda.
Si se quieren evitar estos males y regenerar la mo­
neda, habrá que suprimir todas las casas de emisión ex-

30
cepto una [es decir, propone que la acuñación sea mo­
nopolio del estado y que éste acuñe en una sola fábrica
— como máximo dos — toda clase de monedas]. En
caso de ser dos, una se encontraría en el territorio del
rey y la otra en tierras del príncipe.9 En la primera se
acuñaría moneda que llevara a un lado las insignias rea­
les y al otro las de Prusia; en la segunda, en una cara
figurarían las insignias reales y en la otra el sello del
príncipe para que así ambas monedas queden sometidas
a la autoridad real y que sean por orden de su majestad
puestas en circulación y aceptadas en todo el reino; la
moneda no llevaría el nombre de una ciudad sino el de
todo el país con sus emblemas. La eficacia de esta medi­
da está demostrada por la moneda polaca que, sólo gra­
cias a esto, conserva su valor en un territorio tan gran­
de. Así se contribuiría en gran manera a tranquilizar los
ánimos y facilitar las transacciones recíprocas ... es ne­
cesario que los dos soberanos no busquen beneficios en
la acuñación, que se realice la aleación con cobre y que
la estimación sólo exceda del valor real lo que sea nece­
sario para cubrir los gastos de acuñación, desaparecien­
do el interés por fundir moneda.
Para no volver a caer en una confusión como la hoy
reinante causada por la circulación simultánea de la mo­
neda antigua y moderna es necesario que al mismo
tiempo que se emite la moderna se retire del todo la
antigua y que se cambie ésta por aquélla en las casas de
la moneda de modo proporcional a su valor. Si no, to­
dos los esfuerzos para restablecer la salud de la moneda
serán en vano y la confusión que se causaría podría ser
peor que la actual: la moneda antigua depreciaría a la
moderna...
9. T odo d problema radicaba en que las tierras d d príndpe
Alberto de Hohenzollern, Gran Maestre de la Orden Teutónica,
eran vasallas d d rey de Polonia, cuya soberanía intentaban repu­
diar de tiempo en tiempo. Una de las acciones emprendidas con
este fin fue la de realizar una emisión de moneda de baja ley. Esta
situadón es la que Copérnico quiere arreglar.

31
A continuación estudia la relación oro-plata y observa
que, “ generalmente, en todos los pueblos, una libra de oro
puro equivale a doce de pura plata” , aunque esta relación
pueda sufrir pequeñas oscilaciones.
Copérnico termina su tratado subrayando que habría
que promulgar varias medidas legales para que al hacer la
reforma no salieran perjudicados ni acreedores ni deudo­
res, pero renuncia a entrar en el detalle de las mismas.
Pero los verdaderos intereses de Copérnico se centra­
ban siempre en la astronomía. Para desarrollar las hipóte­
sis expuestas en el Commentariolus necesitaba realizar ob ­
servaciones, lo más exactas posibles. Y las noches aptas
para ello eran muchas menos en Polonia que en la soleada
Italia. Pero, a pesar de todo, su fama com o astrónomo fue
creciendo hasta el punto de que al pensar el Concilio de
Letrán (1512-1517) en corregir el calendario juliano,101el
papa León X escribió a los principales soberanos de la épo­
ca pidiéndoles que le enviaran a los principales teólogos y
astrónomos de sus respectivos países, peritos en cronolo­
gía. Y que en caso de que por cualquier causa alguno de
ellos no pudiera asistir, que emitiesen dictamen escrito
(1515). Copérnico no acudió a Roma, pero envió su in­
forme.11
Por esas mismas fechas andaba preocupado en dispo­
ner de un observatorio: para ello el 31 de marzo de 1513
compró al capítulo 800 piedras y un barril de cal para

10. Instaurado por Julio César, comete el error de un día cada


128 años. A l adoptar los católicos la reforma gregoriana (1582) tu­
vieron que suprimir varios días del año citado. Santa Teresa, muer­
ta el 4 de octubre, fue enterrada al día siguiente, 15. Rusia adoptó
este calendario después de la revolución comunista (25 de octu­
bre) y en consecuencia el aniversario de la misma se celebra el 7 de
noviembre.
11. Cf. Pablo de Middelburg, Secundum cotnpendium correc-
tianis calendara (Roma, 1516), fol. b Ir (en E. Rosen, Galileo’s
misstatements ...).

32
construir una pequeña torre en la que instalar sus instru­
mentos. Poco a poco el número de observaciones va cre­
ciendo y en 1530-1531 termina su obra magna, De revo-
lutionibus orbium coelestium, dado que en ella no utiliza
las observaciones que consta que hizo a partir de 1532.12
Por tanto cabe pensar que a partir de este momento sólo
hizo retoques a la misma y procuró averiguar cóm o sería
acogida por el público en caso de darla a la luz. Tal vez
por eso hiciera circular en estos años los manuscritos del
Commentariolus y que en algún momento pensara en cons­
truir unas Tablas del tipo de las Alfonsíes que, por su
mismo tecnicismo numérico, le hubieran puesto a cubierto
de las asechanzas de los filósofos, “ los matemáticos vul­
gares hubieran dispuesto de un medio para calcular correc­
tamente los movimientos de los astros y los sabios ver­
daderos, aquéllos a los que Júpiter mira favorablemente,
hubieran llegado con facilidad, partiendo de los datos nu­
méricos de las Tablas, a sus fuentes y principios y habrían
deducido la verdad” .13 Y en este orden de ideas calculó
en 1535 un Almanaque basado en el sistema heliocén­
trico.
En 1539 recibe la visita de Georg Joachim von Laus-
chen (1516-1574), natural de Lauschen en la antigua pro­
vincia romana de Rhaetia y de aquí el nombre de Rheticus
o Rhaeticus con el que se le designa corrientemente. Era
protestante, había estudiado en Zurich y en 1536 fue nom­
brado profesor de matemáticas en Wittemberg. Aquí ha­
bía oído hablar del nuevo sistema del mundo ideado por
el canónigo de Frombork y decidió conocerle personal­
mente. Ambos hombres intimaron y Rético pasó a ser el

12. Cf. Koyré, La révolution astronomique, p. 26, y 86 n. 49.


13. Elogio de Copérnico que sólo figura en las dos primeras
ediciones (1540 y 1541) de la Narratio prima, en Koyré, La révo­
lution astronomique, p. 70.

33
2 . — VERNET
primero y único discípulo de Copérnico a cuyo lado per­
maneció algunos meses (1539-1540), tiempo que empleó
para estudiar, si n o total, sí al menos parcialmente, el De
revolutionibus y hacer un resumen en la Narratio prima
que envió a su maestro Johannes Schóner. Éste la hizo
publicar en Gdansk (Dantzig) en 1540 sin especificar el
papel desempeñado por Rético (cf. p. 90). Un año des­
pués aparecía otra edición en Basilea en donde ya figura
el nombre de su autor.
D e regreso a Wittemberg, convertido a las nuevas
ideas, ve negado, posiblemente, el permiso de exponerlas.
Melanchton habría leído ya la Narratio prima y se empe­
ñaría en mantener la enseñanza tradicional obligando a
explicar a Alfragnano,14 Tolom eo y Sacrobosco.15 En el
segundo semestre de 1540 tocó el turno a este último. Du­
rante las vacaciones del verano de 1541 regresó al lado de
Copérnico y se dedicó, probablemente, a copiar el De re­
volutionibus con el fin de enviarlo al editor. Una parte del
mismo (1, 13-14), consagrada a la trigonometría, la publi­
có el propio Rético a su regreso a Wittemberg (1542) con
el título de De lateribus et angulis triangulorum ... Evi­
dentemente la elección de estos capítulos estaba bien he­
cha y no podía levantar las iras de Melanchton dado su
aspecto estrictamente matemático y sin implicaciones cos­
mológicas; además entraba de lleno dentro de las aficiones
particulares de Rético que ha pasado a la historia de la
ciencia no sólo com o discípulo de Copérnico sino también
com o un excelente trigonometrista.

14. Astrónomo árabe que vivió en el siglo ix , autor de un


manual de cosmografía que, en su traducción latina, fue libro de
texto en toda la Edad Media.
15. Juan de Halifax o de Holywood (m. c. 1256), inglés; autor
de un Tractatus de Sphaera que deriva én su mayor parte de las
obras de los árabes Alfragnano (al- Fargani) y Albatenio (al- Batta-
ni) y que gozó de gran popularidad hasta el Renacimiento.

34
La leyenda quiere que Copérnico recibiera un ejem-
l 'l.ir de su obra horas antes de morir, el día 25 de mayo
d<- 1.543. El origen de la misma remonta a Tideman Giese
'liiien en carta del 26 de julio decía a Rético: “ Murió de
un derrame cerebral que causó la parálisis del lado dere­
cho, el 24 de mayo, habiendo perdido mucho antes la me­
moria y el conocimiento; su obra completa la vio sólo el
día de su muerte, al exhalar el último suspiro” .1® En esta
afirmación se han inspirado los cuadros que le representan
bien en su lecho de muerte, bien reclinado en un sillón,
recibiendo el libro recién salido de las prensas de Nurem-
bcrg. Personalmente, y a pesar de la gran autoridad del
testimonio de Giese, no creemos que fuera así, puesto
que el De revolutioriibus estaba ya en el mercado el día
21 de marzo, fecha en la cual Sebastián Kurz remitió un
ejemplar a Carlos V de Alemania y I de España.1 17 Copér­
6
nico murió dos meses después, tiempo más que suficiente
para que el primer ejemplar — todos sabemos la impacien­
cia de los autores por ver los primeros sus libros y el
cuidado que ahora y siempre han puesto los editores en
complacerlos a este respecto — recorriera la distancia de
Nuremberg a Frombork.
Copérnico fue enterrado en la catedral de Frombork,
pero se ignora el lugar exacto en que reposa, puesto que
poco antes de la última guerra (1939) se procedió a la
exhumación de lo que se creía que eran sus restos, para
proceder a un estudio antropométrico de los mismos, y és­
tos se extraviaron durante el conflicto.

16. C f. J. Adamczewski, Nicolás Copérnico y su época (Var*


sovia, 1972), p. 143.
17. C f. J. Vernet, “ Copernicus in Spain”, Colloquia Coperni-
cam, l (Academia de Ciencias Polaca, Varsovia, 1972), p . 2 73 .

35
LA ASTRONOMÍA PRECOPERN1CANA

1. E l m ovim iento de la T ierra


EN LA TRADICIÓN CLÁSICA

Copérnico cita en sus obras varios astrónomos de los


cuales o utiliza sus observaciones o discute sus teorías.1
A veces, e incluso con frecuencia, no nos encontramos en
presencia de citas directas sino procedentes de los grandes
manuales escritos por sus predecesores. Manejó con asi­
duidad y explotó a fondo el Almagesto de Tolom eo y las
obras de Tábit b. Qurra, Azarquiel, Peuerbach y Regio-
montano.
En primer lugar tropezamos con el influjo pitagórico
y neoplatónico. El pitagórico ha sido ampliamente discu­
tido, pero desde un punto de vista objetivo, es decir, del
sistema astronómico que implantó, carece de importancia
determinar exactamente hasta qué punto Copérnico se
consideraba a sí mismo com o pitagórico.1 2 La adquiere, en
cambio, si se intenta establecer el desarrollo interno de su

1 . C f. G . Schiapparelü, Precursori di Copérnico néll’antichith


(Milán-Nápoles, 187 3 ); B. L . van der W aerden, “ Das hdiozentri-
sche System in der griechischen, persischen und indischen Astro-
nomie” , Neujahrsblatt (Naturforschenden Gesellschaft in Zürích,
1970), 55 pp.
2 . T . w . Africa, “ Copemicus’ relation to Aristardhus and Py-
thagoras” , Isis, 52 (1 9 6 1 ), pp. 4 03 -4 0 9 ; E . Rosen, " W as Gopemi-
cus a pythagorean?, Isis, 5 3 (19 6 2), pp. 5 04-508; T . W . Africa,
“ A repiy to Professor Rosen”, Isis, 53 (19 6 2), p. 5 09 .

36
evolución ideológica a través de los escasos textos auto-
I>i<(gráficos que de él disponemos y de otros, no mucho
más numerosos y menos probatorios, debidos a su discípu­
lo Hético. Éste, en su Encotnium, nos explica las reflexio­
nes que Tiedemann Giese, obispo de Chelmno (Kulm),
hizo a Copérnico acerca de su obra y éste

le prom etió componer unas tablas astronómicas según


nuevas reglas y le dijo que si su trabajo tenía algún va­
lor no privaría del mismo al mundo ... Pero que desde
hacía tiempo se había dado cuenta de que para que las
observaciones pudieran ser correctamente interpretadas
exigían unas hipótesis que alteraban todas las ideas que
se tenían acerca del orden de los movimientos y de las
esferas; ideas que hasta aquel entonces se habían discu­
tido, tenido como válidas, aceptadas y creídas com o ver­
daderas; las hipótesis mencionadas contradecían a nues­
tros sentidos. Se decidió, pues, a imitar más las Tablas
alfonsinas que a Tolomeo; a componer tablas con reglas
concisas y exactas, pero sin dar las demostraciones.3 Así
no provocaría la discusión entre los filósofos; los mate­
máticos tendrían un instrumento para calcular correcta­
mente los movimientos de los astros, y los verdaderos
sabios, aquellos a los que Júpiter ha lanzado una mira­
da favorable, deducirían fácilmente, a partir de los va­
lores numéricos, las fuentes y principios que habían ser­
vido de base para el cálculo de las tablas4 ... sin que el
astrónomo corriente se viera privado de su uso, que es

3. Es decir, pensaba seguir la tradición medieval de dar los


cánones o instrucciones de manejo y las tablas, prescindiendo de
toda consideración teórica.
4 . E s decir, pretendía emplear el mismo sistema que los gran­
des astrónomos medievales que se apartaron reiteradamente de las
concepciones del universo entonces en boga, pero jamás lo mani­
festaron de modo explícito construyendo sin embargo sus tablas de
acuerdo con sus propias ideas que sólo pueden descubrirse tras un
largo estudio matemático.

37
lo único que busca y desea prescindiendo de todo tipo
de teoría. Así se respetaría el principio pitagórico según
el cual la filosofía debe practicarse de tal modo que sus
secretos más íntimos queden reservados a los sabios ...
Su reverencia le hizo observar que una obra de ese gé­
nero sería un don incompleto a menos que mi Maestro56
expusiera los fundamentos de sus Tablas e incluyera, a
imitación de Tolomeo, el sistema o la teoría, los funda­
mentos y las demostraciones sobre los que se apoya ...
El Obispo añadió además que el modo de proceder de
las Tablas alfonsinas había sido causa de muchos errores
dado que nos vemos obligados a aceptarlas y aprobar
sus ideas en virtud del principio [pitagórico] de ‘el
Maestro ha dicho’; este principio nada tiene que ver
con las matemáticas.

En la Narratio prima (fol. 204), Rético vuelve sobre el


tema al hablar de las seis esferas móviles:

¿Podrá escogerse un número más conveniente y


apropiado que el de seis? ¿Qué otro número podría
persuadir más fácilmente a la humanidad y al universo
entero de que la división en esferas se debe a Dios,
autor y creador del mundo? El número seis está por en­
cima de todos los demás tanto en las profecías sagradas
de Dios como en las creencias de los pitagóricos y de
los filósofos. ¿Qué hay más adecuado a la obra de Dios
que el que la primera y más bella de todas pueda resu­
mirse en el primero y más perfecto de los números?0

5 . T ítulo que utiliza Rético casi siempre que se refiere a Co-


pérnico.
6 . E s decir: alude a la serie de números perfectos, o sea aque­
llos que son la suma de sus partes alícuotas. 6 = 3 + 2 + 1. La
primera sistematización de estos números se debe a Nicóraaco de
Gerasa (c. 3 0 -15 0 ) quien conoció los siguientes: 6 , 2 8, 4 96 y 8.128
(8.126). E l quinto, 33.550.336 fue descubierto a mediados del si­
glo xv.

38
El que el libro I del De revolutionibus se cierre en el
manuscrito (íol. l l v ) con- la carta apócrifa de Lysis7 a
II¡parco marca las concomitancias de Copérnico, por el
mero hecho de haberla copiado, con la ideología pitagóri­
ca. Pero aunque así sea, se está muy lejos de poder inter­
pretar o creer que Copérnico propugnaba la restauración
pura y simple de esa vieja escuela.8
A l citar a los pitagóricos dice que Filolao9 sabía que
la Tierra giraba alrededor del fuego en un círculo oblicuo;
de Heráclides de Ponto y de Ecfanto d Pitagórico (s. iv
a. C.) afirma que movían la Tierra no en el sentido de
traslación sino en el de rotación, com o una rueda fija en su
eje que gira de oeste a este en torno a su propio centro.101
En cambio, en el texto impreso y en este lugar, al tratar
de sus precursores no figura Aristarco,11 que sí se encuen­
tra en el original manuscrito. ¿P or qué? Probablemente
porque después de la violenta reacdón de Lutero y Me-
lanchton al enterarse de sus ideas, temía que éstas siguie­
ran la misma suerte que las de aquél. El sistema heliocén­
trico aristarqueo le era conocido a través de la cita que
Arquímedes hace en la introducción de su Arenario:

Aristarco de Saraos ha escrito un libro que contiene


algunas hipótesis, según las cuales, como consecuencia
de los supuestos admitidos, el verdadero universo es
muchas veces mayor que el que acabamos de mencionar.

7. Cf. PW , 14 (1930), p. 65.


8. En la dedicatoria del De revolutionibus a Paulo I I I , al re­
ferirse a esta carta se expresa de modo dubitativo y, a la postre, ac­
túa como un no pitagórico ya que confía sus teorías al libro en
vez de transmitirlas oralmente.
9. Cf. Isis, 43 (1952), pp. 121-123.
10. Cf. Seudo-Plutarco, D e placitis philosopborum, 3,13; Pla-
tonicae quaestiones, 8,2.
11. Cf. G. Huxley, “ Aristarchus of Sainos and Graeco-Babylo-
nian astronomy”, GRBS, 5,2 (1964), pp. 123-131.

39
Sus hipótesis son: que las estrellas fijas y el Sol se man­
tienen inmóviles; que el Sol permanece en el centro de
la órbita, y que la esfera de las estrellas fijas, que tiene
aproximadamente el mismo centro que el Sol, es tan
grande que el círculo sobre el cual se supone que la
Tierra gira mantiene tal proporción con la distancia de
las estrellas fijas como la que el centro de la esfera man­
tiene con su superficie.

Estas ideas fueron tachadas de impías por el estoico


Cleantes por “ desplazar el hogar del universo y tratar de
salvar los fenómenos con los supuestos de que el cielo
está en reposo y que la Tierra se mueve en una órbita obli­
cua mientras gira alrededor de su propio eje” .12 Y un paso
más allá lo da Dercílidas131 4quien acusa ya a Aristarco de
impiedad. Naturalmente este posible paralelo no podía es­
capar a Copérnico y de aquí la supresión del nombre de su
precursor en la dedicatoria a Paulo I I I y no en otros con­
te x to s similares o de cariz puramente matemático o me­
nos peligrosos por no dirigirse, explícitamente, a una au­
toridad religiosa com o, por ejemplo, ocurre en 1, 11; 3, 2;
3, 6; 3, 8, etc,1'1
Otra fuente de inspiración fueron las ideas neoplatóni-
cas15 y com o tal hay que considerar la cita de Hetmes
Trismegisto que figura en De revolutionibus, 1, 10. Ésta
no sólo puede venir a través de la traducción latina de
los escritos herméticos realizada por Masilio Ficino (1433-
1499), sino también de la tradición árabe pasada a la cris­
tiandad con las versiones latinas de Albumasar. Por otro

12. Plutarco, De facie in orbe Lurtae, 6.


13. Cf. Theon de Esmirna, Expositio rerum matbematiconm
ad legendutn Vlatonem utilium (Leipzig, 1878), p. 200.
14. Cf. E. Rosen, “ Was Copernicus a pytagorean?, loe. cit.
15. Cf. H . Barycz, Le neoplatonismo de Copernic (París, 1955);
R. Klibansky, The continuity of the Platonic tradition during the
Middle Ages (Londres, 1950).

40
lado, Platón afirma {De coelo, 2, 13 = 294^): “ Otros au­
tores sostienen que la Tierra, fija en el centro, gira sobre
sí misma y se mueve en torno al mismo polo a través del
universo extenso, com o se halla escrito en el Timeo ”. Y ,
según De revolutionibus, 1, 5, Platón no vaciló en mar­
char a Italia para conocer a Filolao “ según refieren quienes
han escrito la vida de Platón” .18
Mención aparte merecen las citas que hace de Hiceta
de Siracusa (s. iv a. C.) quien según Cicerón,17 junto con
los pitagóricos Heráclides y Ecfanto, hacían girar la Tierra
en el centro del M undo; y Marciano Capella (De revolu­
tionibus, 1 ,1 0 ) escribió “ una Enciclopedia18 al igual que
otros latinos. Consideraban que Venus y Mercurio giran
en torno del Sol, que está en el centro, y por esta razón no
pueden alejarse más de él de lo que les permite la convexi­
dad de sus orbes, ya que no describen un círculo alrededor
de la Tierra sino que tienen los ábsides conversos.19 Esto
quiere decir que el centro de sus orbes se encuentra cerca
del Sol. D e este modo, en efecto, el orbe de Mercurio es­
taría comprendido entre el de Venus, que debe ser más de
dos veces mayor y encontraría espacio suficiente en la am­
plitud de éste. Si aprovechando este dispositivo20 se refi­
rieran a ese mismo centro Saturno, Júpiter y Marte y siem­
pre y cuando se comprenda que la dimensión de esos orbes
es tal que, en su interior, comprenden y rodean también
la Tierra, no habría graves errores tal y com o prueba el
orden canónico de sus movimientos” .21 Es decir, nos en-
16. Seudo-Plutarco, D e placitis . . . , 3 ,1 3 .
17. C f. D e revolutionibus, dedicatoria; 1 ,5 , en Cicerón, Aca­
démicas, 4 , 29.
18. D e nuptiis Philologiae et Mercurii libr't dúo ... C f. P . Du-
hem, Le systéme du monde, 3 (París, 1915), pp. 47-52.
19. “ Sed absidas conversas habent” .
2 0 . “ Hiñe sumpta occasione”.
2 1 . La misma teoría geo-heliocéntrica la cita Macrobio en su
comentario al Sommium Scipionis de Cicerón.

41
contramos ante un esbozo del sistema de Tycho Brahe (ti-
cónico) que sólo fue recogido en la Edad Media por Juan
Escoto Erigena (m. c. 870) y Guillermo de Conches
(m. 1145).22 Y es de notar que, tal com o se expresa Co-
pérnico, éste, a pesar de haber tenido conocimiento del
mismo — e igualmente debió tenerlo de sus posibles va­
riantes — no lo tuvo en cuenta para sus propias disquisi­
ciones.
En el pensamiento de Copérnico tienen un importante
papel las figuras de Averroes (m. 1197) y Alpetragio
(m. c. 1200). El primero, aparte de su pretendida observa­
ción del paso de Mercurio por delante del disco del Sol
(1 ,1 0 ), porque puso en duda muchos de los conceptos
tolemaicos, por ejemplo, el de la existencia real de las ex­
céntricas y epiciclos23 e incitó al segundo, discípulo suyo,
a buscar un nuevo sistema basado en el de las esferas ho-
mocéntricas que pudiera explicar las apariencias ante las
cuales había sucumbido la primitiva concepción de Eu-
doxo.

2. E l m ovim iento de la T ierra


EN LA TRADICIÓN ISLÁMICA

A principios del siglo x los musulmanes conocían ya,


con toda seguridad, los distintos sistemas cosmológicos
ideados en la Antigüedad y que les habían llegado, en su
mayor parte, a través de las traducciones del corpus aris­
totélico, en especial los tratados de Física, De coelo y Me­
tafísica; a través del Almagesto de Tolom eo y de Teón de
Esmirna.24 Y , sin embargo, sus astrónomos se plantearon

22. Cf. P. Duhem, Le systeme du monde ..., p. 61.


23. Cf. Encomium y Averroes, Comentanum supra Meta-
pbysicam Aristotelis, 12,4, núm. 45 (Padua, 1473).
24. Cf. A. Sprenger, “ The Copernican system of astronomy

42
y discutieron esos sistemas muy pocas veces. C. A. Nalli-
n o25 recogió los principales hitos de la polémica y esas
discusiones más que atacar la base misma del sistema geo­
céntrico tendieron a introducir, al menos de modo explíci­
to, variantes de poca monta en la organización del mismo.
Las hipótesis en que pudieron basar sus tablas numéri­
cas eran desconocidas para el gran público y puede creerse
que, al menos en la mente de sus autores, no tenían más
que un valor fenomen ológico parecido a aquel con que
Osiander intentó justificar a Copérnico en el preámbulo
al De revolutionibus: “ N o es necesario que estas hipótesis
sean verdaderas ni tan siquiera verosímiles. Basta con que
los cálculos realizados con ellas sean conformes a la obser­
vación” . Los astrónomos musulmanes, posiblemente por
motivos religiosos, rechazaron apriorísticamente cualquier
alteración del sistema astronómico tradicional. El poeta
Bassar b. Burd (m. 784) fue castigado por sus versos

La Tierra es oscura y el fuego brillante.


Por eso se adora al fuego desde que existe.

ya que al destacar la importancia del fuego (Sol) del cual


se habían creado los ángeles, sobre la Tierra, de la cual se
había creado a Adán, contradecía la primacía de éste sobre
aquéllos consagrada en El Corán 2, 32-34. Esto le valió
ser acusado de mazdeísmo28 y sometido al suplicio del
cual murió. Pero este argumento, que pudo ser válido en
algunos momentos del siglo ix , no lo fue eternamente. La

among the Arabs” , JAS Bettgal, 2 5 (1 8 5 6); G . Sarton, “ Introduc-


tion to the History of Science” (IHS) 1 (Baltimore, 1927), p. 2 72 ;
G . Sarton, Historia de la Ciencia, 3 (Buenos Aires, 1965), p. 59.
2 5 . Raccolta di scritti editi e inediti, vol. 5 (Roma, 1944):
“ Astrologia, Astronomía, Geografía” .
2 6 . Una tradición clásica (cf. PW, 4 7 ,1 [1 9 6 3 ], p. 180) afirma
que Pitágoras permaneció largo tiempo en cautiverio de los persas
y allí concebiría su sistema heliocéntrico.

43
religión del islam no se metió, en general, en terrenos que
no eran de su incumbencia y un personaje tan ortodoxo
com o Abü Hayyán escribe en su comentario a El Corán
2 , 159-164: ’

Los astrónomos afirman que la Tierra es [como] un


punto27 en medio de la circunferencia y carece de di­
mensión apreciable [respecto de la esfera celeste]. Los
mares la rodean; éstos, a su vez, están envueltos por el
aire y el fuego rodea al aire.28 Siguen a continuación las
esferas de los planetas. El cadí Baqillaní (m. 1013), en
su libro al-Daqa’iq,29 cita la polémica que sostuvieron
los antiguos acerca de si la Tierra está inmóvil o se mue­
ve y las múltiples razones que exponen los seguidores
de una u otra hipótesis para defender la inmovilidad o
el movimiento. Igualmente se ha discutido sobre la ma­
teria (firm) de los cielos: de su color, de su tamaño30
y de los signos. Cita las escuelas de astrónomos, los ma-
niqueos y otras muchas cosas. Los astrónomos le expli-

27. Y ese “ punto” es una esfera conforme nos aclara en 2,


20-22 ( = 1,97), pues si bien algunos astrónomos lian deducido de
este versículo que la tierra era plana y que de no ser así las aguas
de los mares no se sostendrían, A b ü Hayyán niega que el versícu­
lo pruebe nada de todo eso, puesto que lo único que afirma es que
los hombres emplean la tierra para dormir lo mismo que lo hacen
sobre magdris, sean planas o esféricas, ya que es posible acostarse
en ellas dado su gran diámetro y tamaño.
2 8. Es decir, sigue la superposición aristotélica de las esferas
del mundo sublunar: tierra, agua, aire, fuego.
2 9 . Cf. GALS, 1, 3 49; G, 1 ,1 9 7 ; Zaki Mubarak, d-Natr al-fan-
ni, I I , pp. 59-81; Ibn Jallikán, núm. 5 8 0 ; Mehren, Actas III CIO,
p. 228. Pertenecía a la escuela del A scarl. E l cadí cIyyád en su
Tarttb d-madárik (ed. A . Bakr! Malimüd, Beirut, s. d .), vols. I I I -
I V , p. 601, da una lista de cincuenta y dos obras de BaqillánI. La
cita como Daqa’iq al-kdám. D e ese total sólo se conservan seis
(cf. El, *1, 988).
3 0 . A bü Hayyán, al comentar 7 ,5 2 -5 4 (p. 307), expone el sis­
tema aristotélico y da los elementos suficientes para calcular las di­
mensiones de la octava esfera.

44
carón lo qu e habían deducido con su raciocinio.31 N ada
d e todo eso se encuentra en la xaria. L o único seguro es
q u e e l único qu e conoce to d a la verdad d e estas cosas
es D io s . Y aquellos a lo s q u e É l revela alguna parte,
p u esto qu e É l rodea todas las cosas con su ciencia y
sabe el núm ero de todas.

La última frase coincide con otra de las ideas adelanta­


das por Osiander: “ nadie puede saber ni deducir ni ense­
ñar nada cierto [en este cam po] a menos de que D ios se
lo revele” .
Evidentemente los pensadores musulmanes discutieron
el sistema del universo. N o conociendo, com o parece, el
Arenario en que Arquímedes nos transmite el pasaje rela­
tivo al sistema heliocéntrico de Aristarco, tuvieron que
inspirarse en la tradición pitagórica tal com o se recoge,
por ejemplo en De coelo, 2, 13. Que es la tradición pita­
górica, la de Filolao, como veremos en seguida, la que im­
peró en el mundo del Islam, parece fuera de duda puesto
que un autor com o Qazwini32 afirma que “ entre los anti­
guos hubo algunos seguidores de Pitágoras que creían que
la Tierra se movía. Así, Rázi (tn. 932) escribió un tratado
para demostrar que la salida y la puesta del Sol y de las
estrellas no depende del movimiento de la Tierra sino de
la esfera celeste’ .33 Abü Sahl °Isá al-Masihl (m. c. 1010),
maestro de Avicena, dedicó un opúsculo a Blrünl ‘sobre la
inmovilidad o el movimiento de la Tierra’ 34 y al-Hasan
cAli ai-MarrákusI en su Kitab yamic al-mabadi’ wa-l-gayát

31. Leo bi-cuqülibim.


32. Cf. texto p. 144 traducción, 145 de su Alar al-bilad (ed.
Wüstenfcld, 1848, reeditada en 1967); en el mismo sentido IU,
315,9.
33. Cf. Fibrist, 302,2; IU, 1,318,3.
34. Cf. Nallino, Raccolta ..., p. 62.

45
nos dice83 al hablar del astrolabio zawraqh ‘Abü-l-Rayhán
al-Birünl dice que el inventor de este astrolabio fue Abü
Sa cId al-Siyzf86 (íl. 999); se basa en el hecho de que la
Tierra se mueva y de que la esfera celeste, con todo aque­
llo que contiene — excepción hecha de los siete plane­
tas — esté inmóvil. Dice al-Blrüní: ‘Esto constituye un
problema y una duda difícil de aclarar’ . Es extraño que él
encuentre difícil una cosa que es, de modo evidente, un'
absurdo. Ese absurdo lo han probado Avicena en su Sifá
(2 ,7 -8 ) y al-Rázx en el Kitáb mulajjas y en otros de sus
libros. Igualmente lo han explicado otros” .
El que Blrüru nos remita a Avicena — debía ser antes
del 1035 por lo que luego se verá — implica ya la renun­
cia de muchos astrónomos a tratar de un problema que no
acertaban a resolver experimentalmente. Recordemos, sim­
plemente a guisa de ejemplo, que la demostración del mo­
vimiento de traslación de la Tierra sólo la dio Roemer
en 1676 y del de rotación, Richer (1674) al observar la
diferencia del período de oscilación de un mismo péndulo
en las latitudes de París y Cayena, y más tarde Foucault
en 1851. En cambio, los astrónomos musulmanes se con­
sagraron más y más al estudio del movimiento de los pla­
netas — cuyas teorías admiten el contraste con la observa­
ción — y elaboraron unas doctrinas que, salvo en el helio-
centrismo, se encontraban muy cercanas a las desarrolladas
por Copérnico.
El universo “ de los filósofos” de la época era finito
— veremos más adelante sus dimensiones — y más allá
de él nada existe, la jaló, iva- la mala3
37 según la creencia
6
3
5

3 5. E n B . Carra de V aux, “ L ’astrolabe linéaire JA, 1895,


I , p. 4 66 n .; Nallino, Kaccolla . . . , p. 277.
3 6. C f. GALS, I , 3 88 ; H . Suter, D ie Matbematiker und As-
tronom en . . . , pp. 80-81.
37. C f. Al-TahánawT, Kassaf istilahát al-funün (Calcuta, 1862),
p. 1.135.

46
general que equivale al extra coelum nihil est, necque va-
cuum88 que corresponde a la afirmación aristotélica (De
coelo, 1, 9 ; col. 279a) de que “ fuera del cielo no hay ni
lugar, ni vacío, ni tiempo” . P or consiguiente nuestro uni­
verso constituye una3 39 burbuja en la nada, burbuja repleta
8
de un número variable de esferas según los autores. Para
unos bastaba con ocho, para otros con nueve y para unos
terceros más, pero siempre en número finito,40 todo ello
sin contar los artificios que se introdujeron dentro de una
misma esfera (v. g. epiciclos, excéntricas...) para hacer
coincidir las posiciones calculadas teóricamente con las
observadas.
Avicena, ampliando la mecánica celeste aristotélica ex­
puesta en De coelo 2, 8 (Sifá’ 2 ,6 ; ed. Madkür, pp. 45-
4 6 )41 nos expone que el movimiento de los astros es o
propio, estando inmóvil la esfera o el resultado de la com­
binación de los movimientos de la esfera y el astro que
contiene, o bien que el astro permanece inmóvil en su es­
fera y es arrastrado por el movimiento de ésta. La última
opinión, la aristotélica, admitía algunas variantes en cuan­
to a la causa motriz. Ésta
1. Procede del astro en ella infijo del mismo modo
que el corazón y el cerebro incrustados e inmóviles en el
centro de los animales, hacen mover a éstos.
2. La fuerza motora radica en el propio cielo, hipóte­

38. Afirmación de Enrique de Gante en A, Koyré, “ L e vide


et l ’espace infini au xive siécle”, AHDLMA (1949), p. 64.
39. La posibilidad de existencia de más de una burbuja o uni­
verso (hoy diríamos universos islas después de Herschell), que los
latinos se plantearon de modo puramente teórico a partir de 1277,
no parece haber sido pensada por los árabes. C í. A . Koyré, “ Le
v i d e ...”, loe. cit. passim.
40. Cf. FarabI, Rasd'il mutafarraqa (Hyderabad, 1 3 4 4 /1 9 2 5 ),
p. 19.
4 1 . C f. Nallino, Raccolta . . . , pp. 278-279; texto árabe p. 257.

47
sis ésta que recuerda la afirmación copernicana en De re-
volutionibus, 1 ,4 “ Mobilitas enim Sphaerae est in circu-
lum v olvi” .42
3 a. La fuer2 a impulsora del astro actúa sobre los dis­
tintos artificios (epiciclos, deferentes, etc.) el resultado de
cuyo movimiento es el camino del mismo por la esfera
celeste.
3 b. La fuerza de varios astros mueve una única es­
fera “ tal y com o ocurre con la esfera llamada de las estre­
llas fijas, a pesar de que a mí — es Avicena quien habla —
no me parece ni evidente ni claro que las estrellas fijas
estén en una única esfera o bien en distintas esferas su­
perpuestas unas a otras. Es posible que eso sea evidente
para otras personas, pero no para m í” .
Este pasaje de Avicena fue recogido por Fajr al- Din
al- RazI (m. 1210) en su comentario a El Corán, 2, 159-
164. Afirma que “ lo que puede hacer pensar en la existen­
cia de una única esfera de estrellas fijas es el que sus movi­
mientos sean iguales y, por consiguiente, que están en una
única esfera. Pero ambas premisas son débiles. La pri­
mera porque aunque los movimientos aparezcan iguales
a nuestros sentidos, es posible que no lo sean. Si calcula­
mos que una de ellas tiene un período de revolución de
36.000 años43 y que otra lo realiza en el mismo tiempo
menos diez y distribuimos la diferencia entre los días de
los 36.000 años, no cabe duda de que la cantidad que co­
rresponde a 1 día, 1 año e incluso a mil años es absoluta­
mente insensible y si es así la demostración carece de va­
lidez. La segunda premisa, es decir, que se encuentran en
la misma esfera por tener iguales movimientos, puede ser

42. Cf. La edición-traducción francesa parcial de A. Koyré,


Des revolutions ..., y la nota de la p. 143.
43. Valor de la precesión según Tolomeo (cf. Tahánawl, 2,
p. 1.136), es decir, I o por 100 años.

48
falsa, puesto que no es posible que cosas distintas estén
asociadas en un único necesario. Además añado: la hipóte­
sis de Avicena acerca de las estrellas fijas es válida para las
demás esferas, puesto que la vía de la unidad de las demás
esferas es aquella que hemos mencionado y condenado.
Por tanto es imposible afirmar la unidad de la esfera del
movimiento diurno. Es posible que se trate de múltiples
esferas cuyos movimientos difieren en una cantidad míni­
ma que no puede determinarse en el curso de nuestra
vida” .
La reacción de los astrónomos fue muy otra y se lan­
zaron a calcular distancias distintas para las estrellas fijas
en función de su magnitud sin entrar en el detalle de si
estaban incrustadas en una o varias esferas. De aquí que
algún texto de este tipo com o el publicado por B. R. Gold-
stein y N. Swerdlow44 se atribuya (aunque no le perte­
nezca) a Avicena. Y , en consecuencia, las dimensiones de
la burbuja del cosmos aumentaron de m odo notorio.45 Si
hasta ese momento la tradición greco-árabe situaba en
unos 20.000 radios terrestres, aproximadamente, la distan­
cia de las estrellas fijas, es decir, unos 126.000.000 km,
en el seudo Avicena pasa a ser siete veces mayor,
882.000.000 km.
Dentro de ese universo se encontraban los planetas y
en el centro del mismo la Tierra, la cual atraída por todas
partes con igual fuerza se mantiene inmóvil46 al igual que

44. “ Planetary distances and sizes in an anonymus Arable


Treatise preserved in Bodleian Ms. Marsh 621”, Centauras, 15,2
(1970), pp. 135-170.
45. Cf. J. Vernet, Islam and Europa, p. 68; Levi B. Gerson,
“Preliminary remarkes on Levi ben Gerson’s. Contributions to As-
tronomy”, PIASIi, 3,9 (Jerusalén, 1969), quien afirma que la dis­
tancia de las estrellas fijas a la Tierra es de 1 5 9 xl0 '2- f 6.515X
X 10“+1.338 X 10‘ +944 radios terrestres.
46. Los Ijwán al-safa exponen distintas teorías al respecto,

49
ocurriría con un ídolo metálico metido en un receptáculo
cuyas paredes fueran imanes. En rigor, y para la inmensa
mayoría de los astrónomos, la situación central de nuestro
planeta era sólo aproximada en lo que se refiere a los res­
tantes cuerpos del sistema solar, puesto que excéntricas y
epiciclos la separaban del centro geométrico del mismo
modo que en el ulterior sistema copernicano (3, 15) el'
centro de los movimientos planetarios tampoco fue el Sol.
Por ello los filósofos árabes del siglo x ii quisieron volver
al primigenio sistema de las esferas homocéntricas y movi­
mientos circulares uniformes de Eudoxo-Aristóteles sin
lograr conseguirlo, a pesar de los esfuerzos de Avempace,
Ibn Tufavl, Averroes y al- Bitrüyí.47 Evidentemente po­
dían haber probado otros modelos cinemáticos como el de
Heráclides48 que utilizaron para el cálculo de las posicio­
nes de Venus a partir del momento en que los astrónomos
de al- M a’mfin (m. 833) transformaron a Venus49 y a
Mercurio en satélites del Sol, recogiendo las dudas de Al-
magesto 9 ,1 , que alinea los movimientos medios del Sol,
Venus y Mercurio. Desde el punto de vista del cálculo de
efemérides este sistema fue utilizado en las Tablas alfon-
sinas y por Purbachius (m. 1461).
El astrónomo que más meditó sobre el sistema del

pero se inclinan por admitir, como más probable, la de los lugares


naturales. Cf. Rasá'il Ijwán al-$afa 1 ,1 6 2 ; íifá’ 2 , 7 —56,15; Blrü-
nl 4 3 ,1 9 ; Mmageslo, 18.
4 7 . L . Gauthier, “ Une reforme du systéme astronomique de
Ptolémée tentée par les philosophes arabes du x ii siécle”, JA,
1909, I I , pp. 483-510, reimpreso en la obra del mismo autor Ibn
Rochd (Averroes) (París, 1948); Duhem, Le systéme du monde;
B. Goldstein, Al-Bitruji On the principies of Astronomy, 2 vols.
(N ew Haven-Londres, 1971); O . Neugebauer, “ The transmission of
planetary theories in ancient and medieval astronomy” , SM, 22
(1956), pp. 165-192.
4 8. C f. Duhem, Le systéme du monde, 3 (París, 1915), p. 125.
49. Nallino, Raccolta . . . , 5 ,5 2 y 8 3 ; D e revolutionibus, 1 ,1 0 .

50
mundo fue, sin duda, Bírünl quien en los capítulos inicia­
les de su Qánün50 parafrasea y amplía a Tolom eo. Conocía
a través de las traducciones y comentarios del De coelo
el sistema heliocéntrico que además había sido expuesto
y refutado — con argumentos filosóficos, naturalmente —
por su coetáneo Avicena, al cual había utilizado. Este últi­
mo en al- Sifá’ fann 2, fasl 7-8 nos dice que una escuela
de los antiguos que procedía por dicotomías: bien/m al,
luz/tinieblas, etc. elogia al fuego porque da luz y despre­
cia a la tierra por la misma causa y consideran al fuego
inmóvil y en el centro; estiman la existencia de múltiples
tierras, móviles: afirman que en el universo existen mu­
chas tierras y que ésas son las que se interponen entre
nuestra vista y los luminares causando los eclipses (De
coelo, 2, 13).
Sigue la refutación de este argumento: el fuego se
corrompe; cambia rápidamente y la tierra no. D e la tierra
nace la vida; del fuego, no. T od o esto es puramente sub­
jetivo. La lógica exige que haya una sola tierra. Si hubiera
más de una tierra tendrían una misma forma (süra) natu­
ral y ya se ha demostrado que los cuerpos que tienen una
misma forma tienen un mismo lugar natural. Por consi­
guiente todas se reunirían en él, pues no podrían perma­
necer fuera de él.
Pero mientras la refutación de Avicena es filosófica, la
de al-Bírünl es puramente científica y correcta desde el
punto de vista de la física aristotélica y de las apariencias
celestes. Bxrüní procede por partes:
A . Se considera que la tierra carece de movimiento
de rotación. Si tuviera movimiento de traslación
1. Afirma que la tierra está en el centro del universo
(p. 38). En efecto: si se apartara del centro se desplazaría,

50. Cito por la edición de Hyderabad (1373/1954).

51
F igura 1. — Sistema de Tolomco (según Flammarion)

com o grave que es, en línea recta.51 Este desplazamiento


podría ser
a. En el plano del ecuador. En este caso la observa­
ción mostraría
1. Distinta longitud entre las dos mitades del año se­
paradas por los solsticios de invierno y verano.
2. Desigualdad del día y de la noche en los equi­
noccios (Almagesto, 13).

51. De coelo, 1,2; Física, 2,1 y 5,2; De revolutionibus, 1,7.

n
3. A l acercarse al límite del universo— aquí conce­
bido com o algo sólido — 52 los habitantes de la tierra que
estuvieran en el frente de avance irían viendo cada vez
menos de la mitad del d é lo y cada vez menos concavidad,
puesto que la circunferencia tiende a confundirse con la
tangente
4. E l círculo del horizonte n o correspondería53 a
180°.
6. Las distancias angulares entre las estrellas no se­
rían las mismas, medidas al amanecer que al atardecer. El
mismo argumento está expuesto por Giordano Bruno, De
immenso, 3, 5 y en la obra de Galileo, Traltato della
sfera, ovvero Cosmografía (Padua, 1597).
b. La tierra se desplaza según el eje polar
1. Los días serían desiguales a las noches para los ha­
bitantes del ecuador.
2. La eclíptica no sería dividida por el horizonte en
dos partes iguales de 180°.
3. En los equinoccios, la sombra del gnomon del mo­
mento del orto no formaría una recta con la del ocaso.
4. Los eclipses de Luna no tendrían siempre lugar en
la oposición del Sol.
“ Nosotros — dice Bxrüní — creemos que este tercer
capítulo (asi) [d e T olom eo] basta para probar que el cen­
tro del universo y el centro de la tierra son uno mismo.
Bastaría para ello con la prueba de los eclipses. ”
c. La tercera hipótesis, por ser híbrida de las otras
dos, no necesita discusión.
Finalmente en el asi 4 (=Almagesto, cap. 5) recalca
que la Tierra se encuentra en el centro, pues el horizonte
52. Esferas sólidas aristotélicas introducidas por Ibn al-Hay-
íam (m. 1039) a partir del libro I I de las Hipótesis de Tolomeo.
Copérnico admite también las esferas sólidas, Cf. D e revolutioni-
bus, 1,10; 1,4.
33. Por refracción son 181°.

53
divide en dos partes iguales al cielo.54 (C f. De revolutioni-
bus, 1, 6 ).
La última hipótesis, que la Tierra se mueve en un sen­
tido determinado y en el mismo sentido y velocidad se
mueve el cielo, com o refiere Muhammad b. Zakariyá al-
Rázi, queda también descartada. A este respecto, Avicen’a
(Sifá’ 2 , 7 ) hace notar que eso es imposible dado que la
Tierra, que es mayor que cualquier grave, tendría una ve­
locidad de caída mayor que cualquier objeto y por tanto
ninguno de ellos en caída libre podría alcanzarla.
B. Eliminada la posibilidad de un movimiento de
traslación podemos pasar al de rotación examinado por
S. Pines.05 Birüni trató del movimiento de rotación en la
obra Vi isti°áb al-wuyüh al-mumkina fi san°at al asturlab y
en Vi-l-tatriq ila isti°mal fnnün d-asturlab y en ambos se
refiere a un tipo de astrolabio, el zawraqi, inventado por
Abu SacId Siyzi que se basaba en las teorías de ciertas gen­
tes que consideran “ que el movimento universal visible
se produce porque la Tierra gira y el cielo está inm óvil” .
Y el mismo Birüni confiesa haber visto uno de esos astro-
labios construido por Yacfar b. Muhammad b. Harlr. Ese
astrolabio, pues, se basaba en las doctrinas de Arya-
bhata.56 En ninguno de estos dos textos, Birüni se define,
com o tampoco en su Miftáh cilm al-hay’a,57 pero sí lo hace
en el Qánün 49, 7 y páginas siguientes que fueron redac­
tadas después del 1035. A l pronunciarse atiende más que

54. Siendo el lím ite del universo 20.000 r, r es despreciable.


55. “ La théorie de la rotation de la Terre á l ’époque d’al-Bl-
rüní” , JA, 244 (1956), pp. 301-305.
56. C f. el artículo de D. Pingree en DSB s. v.; en India, capí­
tulo 25 (traducción de Sachau 1,276), afirma que Aryabhata y su
escuela creían en la rotación de la Tierra. Es muy posible que Bi­
rünx tuviera además en su mente la afirmación de De coelo, 2,13,
y las referencias que a Platón hace De placitis ..., 3,13 (cf. suara
p. 41).
57. Cf. Nallino, Raccolta ..., pp. 223 y 276.

54
a nada a razones físicas. Dice que el movimiento de rota­
ción es el giro de la Tierra sobre sí misma en dirección
a Oriente tal y como sostienen los sabios indios autores
del Aryahíd™ El que aceptaran esta explicación se debe­
ría a querer evitar el tener que atribuir al cielo dos movi­
mientos y así atribuían a éste el movimiento propio de
los planetas (segundo movimiento), mientras que la Tierra
era la causante del movimiento aparente diurno hacia el
Oeste (primer movimiento). Birüní parafrasea aquí los tex­
tos del Almagesto y de Aristóteles y presenta dos tipos
de pruebas para demostrar la inexistencia de la rotación.
El argumento de mayor peso radica en que si en la Tierra
se moviera un pájaro, una nube o un móvil arrojado al
cielo, tendrían que desplazarse constantemente hacia el
Oeste o, en caso de participar del movimiento de la Tie­
rra, mantenerse inmóviles.09 Y la experiencia demuestra
que eso no es cierto, puesto que tales cuerpos se mueven
en todas las direcciones (cf. De revolutionibus, 1 ,8 ).
Ahora bien: Birüní dice haber conocido un astrónomo,
posiblemente musulmán, que defendía el movimiento de
rotación y que explicaba la aparente anomalía anterior su­
poniendo que un móvil lanzado al aire tenía dos movi­
mientos: uno circular, propio del giro de la Tierra, y otro
vertical, que le lleva a reunirse con la substancia de la que
fue separado. La combinación de ambos lleva al móvil a
caer según la perpendicular, aunque, com o Pines nota, un
observador que no participara en el movimiento de la Tie­
rra, vería que la línea de caída hacia ésta no es en realidad
una perpendicular sino una oblicua hacia el Este.5 60 Ores-
9
5
8

5 8 . Es decir, Aryabhata.
5 9 . Este argumento tuvo gran fuerza a lo largo de los siglos
y aún lo discute en el mundo oriental cA li b. cUmar al-Kátibl
(m . 1277), amigo de Naslr al-Dín Tüsi.
6 0 . Para las distintas interpretaciones cf. G . Bruno, Cena, 3,
pp. 180-181; De coelo, 2 ,1 4 .

55
me, siguiendo el mismo raciocinio, cree en la posibilidad
del movimiento de rotación de la Tierra, incluso cree que
sería más razonable, de no oponerse a ello las verdades
reveladas que a veces parecen absurdas a la razón. En caso
de existir ese movimiento, la combinación del mismo con
el rectilíneo de los cuerpos daría un movimiento similar al
propugnado por el astrónomo musulmán citado.61 Am bos,
en definitiva, vienen a coincidir con la explicación de De
revolutionibus, 1, 8: “ En cuanto a las cosas que caen y
que se elevan, confesaremos que su movimiento debe ser
doble con relación al mundo y, generalmente, compuesto
de rectilíneo y circular. Las cosas que son arrastradas ha­
cia abajo por su peso lo son porque son terrosas al máxi­
m o y es indudable que las partes guardan la misma natu­
raleza que el tod o” .626
3
Pero el argumento de más fuerza para Bírünl consiste
en calcular03 la velocidad lineal de giro de la Tierra y lle­
gar a la conclusión de que esa velocidad tendría que afec­
tar al movimiento de los cuerpos ya que “ un impulso
dado en dirección al Este, se sumaría al movimiento de
rotación; en dirección al Oeste, se restaría y un salto de
igual fuerza en una u otra dirección tendría distinta lon­
gitud..., pero nada de eso se comprueba. Luego la Tierra
carece de movimento de rotación” .

61. Cf. Le livre du ciél et du monde, edición de A. D. Menut


y A. J, Denomy, libro IV (Toronto, 1943), p. 243. Esta obra no
parece haber sido accesible a Copérnico por estar escrita en francés.
62. Para Copérnico — como nota Koyré — una parte de la
Luna traída a la Tierra escaparía a reunirse con su lugar de origen
tan pronto como cesara la fuerza antinatural ( qasri, en los textos
árabes) que le obligaba a estar en nuestro planeta. No concibe,
pues, una fuerza de gravitación, sino de afinidades similares a las
químicas.
63. Qánün, 52,7-53,2.

56
3. L a h erencia m atem ático -astronómica
de la A ntigüedad y del M edioevo

A l lado de los autores hasta aquí citados, que más que


nada y en su mayoría son cosmólogos, figuran en la obra
de Copérnico algunos astrónomos observadores,0'1 es decir,
aquellos que com o Timochares, Arquímedes, Posidonio,
Menelao, A polonio de Perga y, sobre todo, Hiparco y To-
lomeo, realizaron observaciones muy exactas y basaron so­
bre ellas sus teorías. El último, autor de la Sintaxis
matemática, más conocida com o Almagesto, mantuvo su
vigencia a lo largo de mil quinientos años y fue utilizado
frecuentísimamente por Copérnico. Rético, en la Narralio
prima (fols. 212-213) afirma: “ en lo que se refiere a mi
sabio Preceptor y Maestro, querría que supiérais y estu­
vierais completamente convencido, de que para él no hay
nada mejor ni más importante que seguir las huellas de
Tolomeo y de seguir, del mismo m odo que lo hizo éste,
a los antiguos y a los que le habían precedido. Así, cuando
se dio cuenta de que los fenómenos se imponen al astró­
nomo y las matemáticas le obligaban a admitir ciertos su­
puestos, incluso contra su deseo, pensó que lo convenien­
te era lanzar sus flechas por el mismo m étodo05 y apun-6 *
4

64. Escojo estos nombres al azar y sin pretensión alguna de


ser exhaustivo.
63. O . Neugebauer en The exact Sciences in Antiquity (N ue­
va Y ork, 1957), pp. 205-206, hace notar que “ no hay mejor medio
de convencerse de la coherencia interna de la astronomía antigua
y medieval, que el de colocar uno al lado del otro el Almagesto,
el Opus astronomicum de al-Battání y el D e revolutionibus de Co-
pérnico. Capítulo a capítulo, teorema a teorema, tabla a tabla, esas
obras se desarrollan de modo paralelo. Con Tycho Brahe y Kepler
la tradición se rompe. El estilo en que esos hombres escriben es
totalmente distinto al de los prototipos clásicos. N o hay nada más
significativo en cuanto a título de una obra astronómica que el
dado por Kepler a su libro sobre Marte: Astronomía nova".

57
tando al mismo objetivo que Tolom eo, aunque él empleara
el arco y las flechas de modo y manera muy distintos al
de Tolomeo. Aquí conviene que recordemos el proverbio
que dice: ‘ Quien intenta comprender debe tener el espíri­
tu libre’ ” .
Si Rético acentúa estas semejanzas con vistas a des:
cargar a su Maestro de una posible acusación de herejía
es cosa que escapa a nuestro propósito. Pero la lectura del
De revolutionibus prueba que Copérnico dominaba a
la perfección todos los métodos matemáticos utilizados
por Tolomeo lo cual implica una lectura muy atenta y una
larga meditación del Almagesto. Es más: la mayoría de
las observaciones de la Antigüedad que conoce y utiliza le
han llegado — a él al igual que a los autores medieva­
les — a través de dicho libro.
T eón 60 sale citado, por ejemplo, en 2,14 con motivo
del catálogo de estrellas de Copérnico.
Influyen fuertemente en la obra de nuestro autor un
grupo de autores árabes, teóricos y observadores, forma­
do por Tábit b. Qurra, Battáni y Azarquiel.
Tábit b. Qurra (m. 901) escribió varios libros de as­
tronomía. Los más importantes fueron traducidos al latín
en la España del siglo Xll. Así el Canon revolutiones
anni07 y el De motu accesionis et recesionis.6S Este último
fue impreso con el nombre de Motu oclavae spherae a
partir de 1480 y fue utilizado por Copérnico en el libro 6 8
7

66. Hay dos autores de este nombre: un posible maestro de


Tolomeo (¿Teón de Esmirna?), cuyas observaciones recoge el De
revolutionibus, y el célebre Teón de Alejandría (m. c. 360), autor
de un comentario al Almagesto.
67. Cf. M. Steinschneider, Die europaischen Übersetzungen
aus dem Arabiscben bis M ine des 17. Jahrhunderts (Graz, 1956),
p. 50; F. J. Carmody, Arable astronomical and astrological Sciences
in Latín translation (Berkeley y Los Ángeles, 1956), p. 124.
68. Cf. M. Steinschneider, Die europaischen ..., p. 26; Carmo­
dy, Arabic astronomical..., p. 117.

58
I II de su De revolutionibus al estudiar la longitud de los
años trópico y sidéreo.
Battáni (m. 929) escribió un De motu stellarum tra­
ducido al latín por Platón de T ív oli69 quien trabajó en
Barcelona entre 1116 y 1138 en colaboración con el judío
Abraham bar Hiyya, también conocido como Savasorda.
La obra fue impresa en Nuremberg en 1537.
Azarquiel fue uno de los mayores astrónomos de todas
las épocas70 tanto desde el punto de vista individual
— por ejemplo su invención de la azafea — com o colec­
tiv o — dirigió el equipo que redactó las Tablas de Tole­
do, punto de arranque y base de las posteriores Tablas al-
f ominas de las cuales Copérnico poseyó un ejemplar de la
edición de 1492 — 71 Su nombre y sus observaciones se
citan o se utilizan reiteradamente en el De revolutioni­
bus en especial cuando se trata de los problemas de la
longitud de los distintos tipos de año y de la precesión y
de la trepidación.
Dentro de esta corriente ideológica hay que incluir al
judío don Profeit T ibbón72 (c. 1236-c. 1304) que aparece
citado esporádicamente en el De revolutionibus.
Copérnico en su Commentariolus nos habla de un
“ Hispalense” , es decir, sevillano, que estimó la longitud
del año trópico en 3 minutos más de tiempo que Battáni,
o sea en 365d5M 9m. Rosen73 apunta que este autor no
puede ser Yábir b. Aflah (m. c. 1145) cuya obra Gebri

69. Cf. M. Steinschneider, Die europaischen ..., p. 64; Carmo-


dy, Arabic astronomied ..., p. 130.
70. Cf. J. M. Millas, Estudios sobre Azarquiel (Madrid-Gra-
nada, 1943-1950); Narrado prima, fol. 199 v.
71. Cf. J. M. Millas, Estudios pp. 37-42.
72. Cf. IHS, I I , p. 8 50; don Profeit Tibbon, Tractat de l’as-
safea d'Azarquiel (ed. y trad. de J. M . Millás, Barcelona, 1933);
J. Vernet, D e islam en Europe (Bussum, 1974).
7 3 . Tbree Copernican treatises (Nueva Y ork, 1959), p . 6 6 , n .

59
filii Affla Hispalensis ... libri IX de Astronomía fue tra­
ducida por Gerardo de Cremona y editada en Nuremberg
en 1534; puede descartarse también a san Isidoro y al
traductor Johannes Hispalensis y siguiendo a L. A . Bir-
kenmajer71 aceptar que se trata de Alfonso de Córdoba
quien dedicó a Isabel la Católica unas Tabulas astronómi­
cas ac in easdem demonstrationum theoremata, editadas
en Venecia en 1484, en las cuales sigue o discute a veces
al judío salmantino Zacuto.7 757
4 6
Mayor interés tienen aún, por estar mucho más cerca
de Copém ico temporal y cronológicamente, dos autores
alemanes que utilizaron indistintamente fuentes clásicas
y medievales. Son éstos Peurbach (1423-1461) y su dis­
cípulo Regiomontano (1436-1476). E l primero escribió
unas Theoricae novae plañetarum editadas en Nuremberg
en 1472 y parece haber conocido la Suma del Sol de Azar-
quiel70; el segundo77 es autor de varios trabajos, algún
ejemplar de los cuales fue anotado por Copém ico, por los
que se introdujo la trigonometría árabe en Europa787 9y so­
bre todo de un Epytome in Almagestum Ptolemei79 en el
cual afirma (5 , proposición 2 2 )80: “ es digno de notarse
que la Luna no aparece tan grande en la cuadratura, cuan­
do está en el perigeo del epiciclo, mientras que si el disco
entero estuviera visible, debería tener cuatro veces las di­
mensiones aparentes de la oposición, cuando está en el

74. Mikolaj Kopernik W ybór Pism (Cracovia, 1926), pp. 12


y 2 4, en Rosen, T h ree...
75. C í. F . Cantera Burgos, Abraham Zacuto (Madrid, s. d.),
p. 123.
7 6. Cf. J. M . Millas, Estudios..., pp. 239-245.
77. Cf. E . Zinner, Leben und Wirken des Johannes Müller
von Konisberg genannt Regiomontanus (Munich, 1938).
7 8. D e doctrina triangidorum (14 6 3); De triangulis omnimo-
dis libri quinqué (edición postuma, 1537).
79. Editado en Venecia, 1496.
80. Apud. Narratio prima, fol. 201 v.a.

60
apogeo del epiciclo. Esta dificultad fue apuntada por Ti-
mocharis y Menelao quienes, en sus observaciones de las
estrellas, usan siempre el mismo diámetro de la Luna.
Pero la experiencia ha demostrado a mi Maestro (De re-
volutionibus, 4, 22) que la paralaje y las dimensiones de
la Luna difieren poco o nada, tanto si se observa en la con­
junción com o en la oposición, de donde se desprende fá­
cilmente que la excéntrica tradicional no puede atribuirse
a la Luna. Supone, pues, que la esfera de la Luna com­
prende toda la Tierra y sus elementos adyacentes y que el
centro del deferente gira, de m odo uniforme, llevando
el centro del epiciclo de la Luna” .
Hay que suponer que Copérnico no sólo utilizó para
sus trabajos las obras publicadas por la naciente imprenta,
sino también aquellas otras de las que tuvo conocimiento
a través de manuscritos y, tal vez, de comunicaciones ora­
les. Por ello conviene hacer mención aquí de un grupo de
astrónomos árabes del Próximo Oriente que idearon una
serie de modelos cinéticos para explicar fielmente el m o­
vimiento de los planetas. Esos modelos presentan sorpren­
dentes analogías con los desarrollados por Copérnico en
su De revolutionibus hasta el punto de hacer pensar que
Copérnico tuvo conocimiento — excepto para la genial in­
tuición de colocar el Sol en el centro del universo — 81 de
los trabajos de aquéllos. Los paralelos son tan estrechos
que plantean una situación similar a la del momento en
que don Miguel Asín expuso su teoría sobre los preceden­
tes islámicos de la Divina Comedia. Ahora como entonces
y antes de encontrar el eslabón de enganche, los eruditos

81. J. R. Ravetz, Astronomy and cosmology in the achieve-


ments of Nicolaus Copernicus (Wroclaw-Waszawa-Kraków, 1965),
sostiene que la falsa teoría de la trepidación (3,4), al propugnar
los movimientos cíclicos del punto Aries y de la eclíptica, pudo
sugerirle la idea del sistema heliocéntrico.

61
Figura 2. — Cuatro modelos planetarios superpuestos
(según E . S. Kennedy)

62
se han dividido en dos bandos: los que ante la evidencia
palpable de esas similitudes piensan en un fenómeno de
influencia cultural (Hartner, Kennedy ...) y el de aquellos
que creen en un caso de convergencia (Rosen). Todos es­
tos astrónomos, nunca citados explícitamente por Copér-
nico, pretenden solucionar los problemas mediante com­
binaciones de movimientos circulares uniformes de grupos
de vectores articulados de longitud constante. El observa­
dor se encuentra (generalmente) en el principio del primer
vector y el planeta al fin del último. Así se suprimen las
excéntricas y (en teoría) los ecuantes (cf. figs. 1, 2 y 3).82
Estos autores son:

Naslr al-Dín Tüsí (1201-1274), matemático, astróno­


m o, médico, etc., que tuvo un brillante papel político
com o astrólogo y visir que fue del iljan Hulagu. Su in­
fluencia política le permitió construir el observatorio as­
tronómico de Marága, en el Azerbaiján, entre cuyo per­
sonal incluyó a sabios de todo el mundo, ya que allí se
encontraron el andaluz Muhyí al-Dín b. abí Sukr al-Ma-
gribl (m. c. 1290),83 el célebre cristiano jacobita Abü-l-Fa-
ray’ bar Hebreus (m. 1286)84 y el chino Fao-mun-ji.858 6
Naslr al-Dín pasa por haber sido el inventor del instru­
mento astronómico llamado torquetum o turquet— al que
no hay que confundir con el triquetum, cf. pág. 7 2 — ,
que Regiomontano introdujo en Europa atribuyéndolo al
español Yábir b. Aflah.8®Su aportación a la astronomía se

82. Cf. E . S. Kennedy, “ Late medieval planetary theory”,


Isis, 57 (1966), p . 377.
83. Cf. IHS, I I , p. 1.015.
8 4. Cf. IHS, II, p. 975.
85. Cf. J. Needham, Science . . . 3 (Cambridge, 1961), p. 375.
86. C f. A . Sayili, The obscrvatory in Islam and its place in
the general history of the observatory (Ankara, 1960), pp. 189-203,
385.

63
encuentra en la Tadktra fi °ilm al-bay’a (3 , 4 ) cuyo inte­
rés fue ya reconocido a fines del siglo x ix por Carra de
Vaux.87

Qutb al-Din al-Sirázi (1236-1311),88 amigo y discípulo


de Naslr al-Dín, embajador de los iljanes y del cual tene­
mos motivos para sospechar que conoció no sólo al ge-

F igura 3. — Dos modelos lunares superpuestos


(según E . S. Kennedy)

8 7. Les spbéres celestes selon Nastr Eddin Attüsi, en apéndi­


ce a P . Tannery, Recbercbes sur l’histoire de l'astronomie ancienne
(París, 1893), pp. 337-361.
8 8. Q . IBS, 2, p. 1.017.

64
noves Buscarello de Ghizolfi enviado por Argun (1289)
com o embajador a Europa, sino también al equipo de " fi­
lósofos, astrónomos, gentes de todas las religiones y sec­
tas, súbditos de Catay, de Indochina, de la India, de Ca­
chemira, del Tibet, oigures y otras naciones turcas, árabes
y francos” que según testimonio del historiador persa
Rasíd al-Dín (m. 1318) trabajaron bajo el patronazgo del
citado soberano. La principal obra astronómica de Qutb
al-Dín es la Niháyat al-idrák fi diráyat al-aflák. Constituye
un desarrollo de las ideas expuestas por Tüsí en la Tad-
kira a la cual sobrepasa con frecuencia, v. g. en las teorías
de la Luna y de Mercurio (5 , 25-30).80 En ésta y en sus
demás obras astronómicas, por ejemplo la Tuhfa al-sá-
hiyya, terminada en 1284, aparecen con frecuencia refe­
rencias a otras ciencias que tienen notable interés, por
ejemplo su explicación del arco iris que, substancialmente,
coincide con la dada siglos después por Descartes.00
Ibn al-Sátir (1306-1375),8
91 relojero de la mezquita de
0
9
los Omeyas en Damasco, constructor de instrumentos as­
tronómicos algunos de los cuales son nuevos — cuadran­
tes °alá’i y perfecto — 92 escribió dos libros importantes
de astronomía: Ta°liq al-arsád (Comentario a las obser­
vaciones), perdido, y el Kitáb niháyat al-sül fi-tashih al-
usül en donde discute las teorías tolemaicas a base de un
gran número de observaciones, prescinde del deferente

89. Análisis de la obra por E . S. Kennedy en Late medieval


planetary theory ...
90. C£. E . Wiedemann, “ Zu den optischen Kenntnissen von
Qutb al-Din” , AGN, 3 (1911), pp. 187-193; J. Vernet, The Lega-
cy of Islam (Oxford, 1974), pp. 482-485.
91. C f. IHS, 3 , p. 1.524.
9 2. U n cuadrante calá’i construido en 1337 se conserva en la
Biblioteca Nacional de París. D . J. Price sugiere ( Ists, 48 (19 5 7),
p . 4 3 2 ) que los astrolabios números 6 y 142 citados por Gunther
(The astrolahes in tbe morid, Oxford, 1932) pueden ser obra de
este autor.

65
3. — VKKNCr
excéntrico y obtiene los mismos resultados introduciendo
un segundo epiciclo. Los parámetros y el m odelo cinético
que emplea para explicar el movimiento de la Luna9® tie­
nen estrechas semejanzas con los utilizados por Copém ico
y lo mismo ocurre con los procedimientos que emplea
para el cálculo de las longitudes de los planetas9 94 (no con
3
las latitudes).95 En aquéllas, es decir, en las longitudes, el
desarrollo de las ideas de Tüsx lleva al astrónomo damas-
ceno a establecer una serie de vectores articulados (cf. fi­
gura p. 62) que reciben nombres distintos: n al-má’il; 96
t2 d-hámil; 9798rs d-mudir98 y í í d-tadwir, " que movién­
dose con movimiento circular representan con gran exac­
titud el. movimiento de los planetas y conservan, de hecho,
el ecuante (lo mismo ocurre en Copérnico) mediante la in­
troducción de dos vectores adicionales. Cada uno de ellos
tiene una longitud igual a la mitad de la excentricidad;
uno se desplaza siempre paralelo a la línea de los ápsides
y el otro gira con una velocidad angular igual al movi­
miento medio, pero en sentido contrario (ro y r«).100 El

93. Cf. V . Roberts, “ The Solar and Lunar theory o f Ibn ash-
Shatir”, Isis, 48 (1957), pp. 4 2 8 4 3 2 .
9 4. E . S. Kennedy y V . Roberts, “ The planetary theory o f Ibn
ash-Shatir” , Isis, 5 0 (1959), pp. 227-235.
9 5. Cf. V . Roberts, “ The planetary theory o f Ibn al-Shatir:
Latitudes of the planets”, Isis, 57 (1966), pp. 208-219.
96. Radio del deferente de longitud 1 ,0 = 6 0 que gira con la
velocidad angular media del planeta. Equivale a nuestra M 0 (ano­
malía media X m).
9 7. Su valor es 1,5 del valor de la excentricidad tolemaica, y
se desplaza paralelo a la línea de los ápsides. E n consecuencia, su
velocidad angular es 0 .
9 8. Su valor es 0 ,5 de la excentricidad tolemaica y la veloci­
dad angular 2 \ m.
9 9. Radio del epiciclo que gira de acuerdo con el movimiento
medio anomalístico am del planeta.
100. Cf. E . S. Kennedy, Late planetary theory . . . , pp. 368 y
377 e infra figura 2 0, p. 131.

66
trabajo constante con vectores le llevó a descubrir la pro­
piedad conmutativa de su adición.
Otra de sus obras, Tablas nuevas, terminada des­
pués de 1360, enumera las obras que, aparte de la im­
portantísima de las propias observaciones, le sirvieron de
fuente: Maslama de M adrid101 (m. c. 1007), Ibn al-Hay-
tam (m. 1039), Muhammad b. al-Husayn de Granada102
(m. 1192), Nasír al-Din Tüsí, al-cUrdx, Muhyí al-Dín al
Magribí y Qutb al-Din al-SlrázI.

Las concomitancias tan estrechas que existen entre es­


tos autores y la obra de Copém ico, que se analizarán en
detalle más adelante, llevan a plantear el problema — si
es que se trata de una influencia cultural — de por qué
vía tuvo acceso el gran astrónomo europeo a la obra de
aquéllos.
La primera hipótesis de trabajo en que podemos pen­
sar es la de una dependencia directa de Copérnico res­
pecto de estos astrónomos del Próximo Oriente. Se puede
pensar que durante su época de estudiante en Padua tuvo
contactos con Nicoletto Vernia, averroísta de nota, para
el cual n o debían ser ningún secreto las palabras de Ave-
rroes en su comentario al De coelo acerca de las deficien­
cias del sistema tolemaico; o que a través de éste o del
astrónomo Domenico María de Novara — quien le admi­
tió a su lado non tam disrípulus quam adjutor et testis ob-
servationum — tuviera acceso a los manuscritos y traduc­
ciones de textos árabes que Andrea Alpago, médico (1487-
1517) del consulado veneciano en Damasco parece haber

101. C . J. Vernet y A . Catalá, “ Las obras matemáticas de


Maslama de M adrid” , Al-Andalas, 3 0 (1 9 6 5), p . 15-47.
102. Las listas de Sarton (IHS) y de E . S. Kennedy y V . Ro-
berts no coinciden en este nombre. Los últimos citan a Abü-l-W a-
lld al-Magribi, que insinúan que pueda identificarse con Averroes.

67
remitido a su cara universidad de Padua103 y en cuya
selección le ayudaba su maestro árabe, el xiita Ibn al-
M akld104 y, posiblemente también, el judío español Abra-
ham Zacuto que por aquellas fechas residía en Damasco,
cuyo gobernador era muy aficionado a la astronomía.1051 6
0
Esto no tendría nada de extraño si se tiene en cuenta que
a Alpago se debe, probablemente, la introducción en Eu­
ropa de la teoría de la pequeña circulación pulmonar des­
cubierta por el médico damasceno Ibn al-Nafís y que apa­
rece de repente en el Christianismi restitutio de Servet.108
Otro posible transmisor pudo ser el judío Elias Misrachi
(1456-1526) quien trasladó de Istanbul a Basilea libros
matemáticos.107
Mayor interés presenta la sugestiva indicación hecha
por O . Neugebauer acerca de la presencia en Italia de
manuscritos bizantinos — por tanto escritos en griego —
de astronomía, traducción, a su vez, de obras árabes. Esta
dependencia de la astronomía bizantina respecto de la is­
lámica es evidente a partir del siglo x i y está ya suficien­
temente probada,108 así com o también lo está la emigra­
ción de los manuscritos griegos de Oriente ante el avance
turco. Así, en el momento de cursar Copérnico sus estu­
dios en Italia pudo tener conocimiento del manuscrito
Vat. Gr. 211 en cuyo folio 116 r. aparece una de las inno­
vaciones de Ibn al-Sátir: un epiciclo secundario para expli-

103. Cf. F . Luchetta, II medico e filosofo bellunense Andrea


Alpago (m. 1522) traduttore di Avicenna (Padua, 1964).
104. C f. GALS, I I , p . 1 .130; Luchetta, II medico . . . , p. 7 3,
nota 1.
105. C f. J. Vernet, “ Una versión árabe resumida del Almanach
Perpetuum de Zacuto” , Sefarad, 22 (1 9 5 7), pp. 317-336.
106. C f. J. Schacht, “ Ibn al-Nafis, Servetus and Colombo” , Al-
Andalus, 2 2 (19 5 7), pp. 317-326.
107. C f. Fleckenstein, “ Petrus Ramus et l’humanisme balois”
(Colloque de Royaumont, 1957 [París, 1 9 6 0 ]), pp. 119-133.
108. C f. A . Sayili, The observatories . . . , p. 3 79.

68
car la anomalía solar.109 Es más: en el caso tan sintomá­
tico del par Tüsi-Copérnico-Lahire, dada la igualdad de
las figuras y la idéntica disposición de las letras ( 3 ,4 ) bas­
taría pensar que Copérnico hubiera visto la figura y cono­
ciera las letras del abecedario árabe — cosa muy posible
dados sus estudios de medicina en una época en que impe­
raba el avicenismo — para que su genio matemático hu­
biera hecho el resto. Es decir, com o hubiera podido ocu­
rrir con un matemático español que hace cuarenta años
hubiera estudiado también la carrera de Letras, ya que en
esa época cualquier licenciado tenía que haber cursado
sánscrito, hebreo, árabe, griego y latín.

109. Cf. O . Neugebauer, “ Studies in Bizantine astronomical


tcrminology” , PAPhS .50 (1960), 1-45. C f. Isis, 57 (1966), pp. 208
y 378.

69
COPÉRNICO COMO ASTRÓNOMO
OBSERVADOR

La nueva teoría de Copérnico se basó en un análisis


muy cerrado de todas las observaciones de los astrónomos
que le habían precedido y en las suyas propias. En este
aspecto Rético es concluyente:1

Mi Maestro tiene delante de los ojos, siempre, las


observaciones de todas las épocas junto con las suyas
propias. Están reunidas en orden, como si se tratara de
un catálogo. Cuando puede sacarse alguna conclusión o
hacer alguna contribución a la ciencia y a sus principios,
examina las observaciones, desde las más antiguas hasta
las más recientes,1
2 buscando las relaciones mutuas que
las expliquen; los resultados así obtenidos por deduc­
ciones correctas guiado por Urania las compara con las
hipótesis de Tolomeo y de los antiguos; estudiando con
suma atención tales hipótesis se da cuenta de que una
demostración geométrica exige que se abandonen; idea
nuevas hipótesis, sin duda con la inspiración divina y el
favor de los dioses; utiliza de nuevo las matemáticas y
establece geométricamente la conclusión que puede de­
ducirse de una idea correcta. A continuación armoniza
las antiguas observaciones y las suyas propias con sus
propias hipótesis y, tras haber realizado todas estas ope­
raciones, expone, por fin, las leyes de la astronomía.

1. Narratio prima . . . , foL 207 v .


2 . Utilizó también las de sus contemporáneos Bernhard W al-
ther, discípulo de Regiomontano, y de Johann Schóner.

70
Nos consta que Copérnico realizó observaciones astro­
nómicas com o mínimo desde el momento de su llegada a
Italia. A l instalarse en su diócesis continuó con las mismas
y para poder efectuarlas en buenas condiciones compró,
en 1513, ochocientas piedras y un barril de cal con lo que
se construyó una torrecita en Frombork. En ella debió
instalar los instrumentos astronómicos construidos por él
mismo, que eran los tradicionales de la astronomía me­
dieval, dado que en su época no se habían descubierto aún
los anteojos. Posiblemente eran de madera de pino y las
divisiones, hechas a mano, estaban marcadas con tinta.
Eran:3

1. El cuadrante (De revólutionibus, 2 ,2 ), muy sim­


plificado en comparación con los utilizados por Peuerbach
y Regiomontano. Debía tener un radio relativamente im­
portante, entre 1,5 m y 1,75 m, para poder dividir el lim­
bo en grados y éstos, a su vez, en minutos — si era posi­
b le — o si no en el mayor número de partes alícuotas
(de 5 ' en 5 ' o de 10' en 10') para realizar observaciones de
posición de la mayor exactitud. Ahora bien, dada la ma­
teria de construcción (madera, piedra o metal) y la falta
de máquinas de dividir los limbos — éstas aparecieron a
mediados del siglo x v m v. g. la del duque de Chaulnes —
era puramente ilusorio pretender obtener una gran aproxi­
mación.4 Rético (Efemérides, 1551) refiere que Copérnico
3 . C f. T . Przypkowski, “ Les Instruments astronomiques de N i­
colás Copemic et l’éditíon d ’Amsterdam (16 1 7) de De revolutioni-
bus” , AIHS, 3 2 (19 5 3), pp. 220 -2 2 6; una excelente monografía so­
bre los instrumentos en uso en aquel entonces es la de F. Maddi-
son, “ Medieval scientific Instruments and the development o f navi-
gational Instruments in the xvth and xvith centuries”, RUC, 2 4
(Coimbra, 1969), 61 p p.; T . Przypkowski, “ Les relations islamo-
ocddentales dans le domaine de l ’observation astronomique instru­
méntale” , AIHS, 6 4 (1963), p p. 241-250.
4 . Sobre este problema en el medioevo, cf. J. V em e t en Se-
farad, 8 (19 4 8), pp. 214-216.

71
le había dicho que si pudiera conseguir observaciones con
una precisión de 10' se consideraría más feliz que Pitá-
goras después del descubrimiento de su teorema. Una vez
construido el aparato debía situarse en el plano del meri­
diano y determinar el eje de sombra del cilindro situado
en el cuarto de círculo. Luego podía pasar a determinar el
ángulo de altura del Sol al mediodía y a calcular la latitud
geográfica y la inclinación de la eclíptica. Este aparato fue
quemado por los caballeros teutónicos en su ataque a
Frombork en 1520.56 *
2. La esfera armilar o astrolabio esférico (De revolu-
tionibm, 2 ,1 4 ). Nos dice que fue ideado por Tolom eo
(Almagesto, 5 ,1 ) para poder observar las estrellas. La
descripción de Copérnico es confusa, pero establece que
está compuesto de seis aros de los cuales dos se cortan en
ángulo recto y constituyen el plano de la eclíptica, dividi­
da en grados, y de un círculo de longitud celeste, con en­
talladuras, que puede deslizarse a lo largo de los polos de
la eclíptica.8 El radio de este aparato debió ser de unos
40 cm.
3. El triquetrum o instrumento paraláctico llamado
también por Copérnico y Tycho Brahe “ dioptra de Hipar-
c o ” (De revolutionibus, 4, 15; Almagesto, 5, 12) utiliza­
do, entre otras cosas, para medir el diámetro aparente de
la Luna. Se compone de tres varillas, dos de las cuales tie­
nen la misma longitud (200 cm) y la tercera constituye la
hipotenusa de ese triángulo isósceles. Las dos varillas
iguales están divididas en 1.000 partes y la hipotenusa
en 1.414. Uno de los lados iguales se coloca en los goznes

5 . C f. J. Adamczewski, Nicolás Copérnico . . . , p. 113.


6 . Cf. Maddison, Medieval scientific Instruments . ... pp. 8-10;
Alfonso el Sabio, Libros del saber de astronomía, vol. II (Madrid,
1863), pp. 113-222; F. Soriano Viguera, La astronomía de Alfonso
el Sabio (Madrid, 1926), p. 52.

72
fijados en el pilar que le sirve de base lo cual le permite
girar en torno a un eje. Este sistema de fijación parece uti­
lizarse por primera vez en Europa en esa época, pero era
conocido desde siglos antes en los observatorios de Ma-
rága y Samarcanda.7 Las otras dos se mantienen en el
mismo plano y fijas, con ayuda de un eje, al borde supe­
rior (lado de la misma longitud) y al borde inferior (hipo­
tenusa). La varilla superior y móvil tiene pínulas; la arista
de la misma al resbalar sobre las divisiones de la varilla
inferior indica la cifra según la cual, en la tabla de cuer­
das, puede leerse la distancia que separa de la vertical el
cuerpo observado.
Este instrumento, construido por Copérnico, fue re­
galado en 1584 a Tycho Brahe.
4. Posiblemente, Copérnico tuvo un cuadrante solar
transportable,8 pero se ignora a qué tipo pertenecía.
5. En cambio se conservan fragmentos del cuadrante
solar de reflexión que construyó en la galería septentrional
del castillo de Olsztyn9 y que domina la puerta de la ha­
bitación ocupada por Copérnico mientras administró la
diócesis de Warmía. Le permitía conocer con exactitud
la llegada de los equinoccios. La luz del Sol llegaba hasta
él mediante dos espejos, uno para las horas de la mañana
y otro para las de la tarde, y las líneas horarias se habían
trazado de un m odo empírico mediante cotejo con la hora

7. C f. A . Sayili, The observatorios . . . , pp. 200, 3 70 y 375.


8. Cf. D . J. S. Price, “ Portable sundials in Antiquity, includ-
ing an account of a new exemple from Aphrodisias”, Centauras,
14 (1961), pp. 242-266.
9. Cf. T . Przypkowski, “ La gnomonique de Nicolás Copemic
et de Georges Joachim llheticus”, Actas del V III CIHS (Florencia,
1956-1958), pp. 400-409; E . Zinner, “ L os relojes de Sol de Nicolás
Copérnico”, Investigación y Progreso, 14 (1943), pp. 172-174;
E. Zinner, “ Die Allensteiner Sonnenuhr des Nikolaus Copperni-
cus”, Naturforschende Gesellscbaft in Bamberg, 2 9 (19 4 6), pági­
nas 28-29.

73
verdadera marcada por un cuadrante situado a la intem­
perie.
Con estos instrumentos elementales101realizó cerca de
un centenar de observaciones de las cuales sólo utilizó par­
te para su De revolutionibus.
Este libro ( 1 ,1 0 ) al referirse a Marte en las vecinda­
des de la conjunción dice que se confunde con las estrellas
de segunda magnitud,11 y alude a un tipo especial de sex­
tante; es decir, Copérnico confirma la utilización en Eu­
ropa de este instrumento de raigambre árabe12 destinado
a distinguir a los astros.

10. Hay que suponer que utilizaría también el astrolabio plano


(el más conocido entonces y ahora de todos los instrumentos del
medioevo). Regiomontano v . g. utilizó u no d e ellos: cf. J. D . S. P n ­
ce, “ The first sdentific instrument o f the Renaissance” , Pbysis, 1
(19 5 9), pp. 26-30.
11. “ Máxime vero Mars pernox factus magnitudine ]ovem
aequare videtur, colore duntaxat rutilo discretus, illic autem vix
ínter secundae magnitudinis stellas invenitur, sedula observatione
sectantibus ipsum cognitis.”
12. C f. A . SayiÜ, The observatory . . . , índices s. v . sextant y
suds-i Fakbri. Este instrumento se utilizó en los primeros observa­
torios europeos como París y Greenwich. C f. E . Rybka, “ Mouve-
ment des planétes dans l’astronomie des peuples de l ’Islam”, A tti
dei i y Convegno Volta (Accademia dei Lincei, Roma, 1971), pá­
ginas 571-593.

74
EL “COMMENTARIOLUS”

Copérnico, al dedicar el De revolutionibus a Pau­


lo III, dice:

P u ed o imaginar, Santo P adre, que cuando algunas


gentes sepan que en los libros q u e he escrito sobre las
Revoluciones de las esferas del mundo sostengo q u e la
Tierra tiene varios m ovim ien tos, protestarán y sosten­
drán que m is teorías y y o m ism o d ebem os ser condena­
dos inm ediatam ente . . . E s p or eso p o r lo qu e cuando yo
pensaba m e daba cuenta d e lo absurda qu e van a con­
siderar esta lectu ra1 aquellos qu e saben que a lo largo
de los siglos se h a m antenido la op in ión d e qu e la T ie ­
rra está in m óvil en m ed io d e l cielo, co m o si fuera su
centro, si yo afirmaba que la Tierra se m u eve. P or tanto
me preguntaba si debía publicar m is com entarios escri­
tos para dem ostrar ese m o vim ien to o si, p or e l contra­
rio, n o sería m ejor seguir el ejem p lo d e lo s pitagóricos
y d e algunas otras gentes q u e, tal com o lo atestigua la
epístola d e Lysias a H ip arco ,1
2 tenían por costum bre no
transmitir los m isterios de la F ilosofía más que a sus
amigos y allegados y aun n o por escrito, sino sólo oral-
. m ente . . . M is am igos, sin em bargo, m e han convencido
después d e m ucho tiem p o d e vacilar y resistir. E l pri­
m ero entre ellos ha sid o N icolás Schonberg [1 4 7 2 -
1 5 3 7 ] , cardenal de Capua, célebre en todos los d om i­

1. En griego en el original.
2. Para Lysias, cf. De revolutionibus, 1.11.

75
nios del saber; luego Tiedeman Giese, obispo de Chel-
mno [Kulm] [1480-1550], que me aprecia mucho,
estudioso de todas las cosas sagradas y de las buenas
letras. Éste, frecuentemente, me había exhortado y es
más, me había impulsado mediante repetidos reproches,
a editar este libro [De revoluiionibus] y dar a luz la
obra que tenía guardada no durante nueve años, sino
durante cuatro veces nueve años.3

Los dos miembros de la oración, unidos por la copu­


lativa el (y) aluden por un lado al De revoluiionibus, ter­
minado entre 1529 y 1531, o sea que al ser enviado a la
imprenta hacía ya nueve años que estaba escrito; y por el
otro al Commentariolus de hypothesibus motuum coeles-
tium a se constitutis. Esta obra permaneció desconocida
a los eruditos hasta que aparecieron manuscritos de la
misma a mediados del siglo x ix en las bibliotecas de Viena
y Estocolmo.4 Fue compuesta, según Rosen,5 entre el
15 de julio de 1502 y el 1 de mayo de 1514, es decir, que
la fecha concuerda bien con la alusión de Copérnico
(1540 — 3 6 = 1 5 0 4 ) y en consecuencia podemos deducir
que concibió la idea del sistema heliocéntrico durante su
estancia en Italia.
Las copias del manuscrito del Commentariolus no de­
bieron ser muy abundantes, aunque sí algunas de ellas
llegarían relativamente pronto a Italia: en 1533, Johann
Widmanstadt expuso el sistema heliocéntrico ante el papa
Clemente V II (m. 1534) y varios miembros de la curia
entre los que probablemente se encontraba el cardenal-

3. “ls etenim saepenutnero me adhórtalas est et convitiis in-


terdum additis efflagitavit, ut librum hunc ederem et in lucetn tán­
dem prodire sinerem, qui apud me pressus non in novum annum
solum, sed iam in quartum novennium latitasset. ”
4 . C f. A . Koyré, La révolution aslronomique: Copernic, Ke-
pler, Borelli (París, 1961), p. 7 3, n. 1 y p. 86, n. 5 1.
5 . Cf. DSB, s. v. Copemicus 402 a, 406 a.

76
arzobispo de Capua, Nicolás Schónberg, que acabamos de
citar, y que más adelante {1 de noviembre de 1536) escri­
bió a Copérnico pidiéndole que le permitiera sacar una
copia de sus escritos.
La nueva hipótesis, tal com o reza el título, fue aco­
gida en el mundo romano sin prevención. El por qué pue­
de discutirse. Es posible, es más, seguro, que Copérnico
admitía la realidad física del sistema que propugnaba,
pero también lo es que la palabra hipótesis, hábilmente
introducida en el título, disimulaba esa realidad a los ojos
de sus lectores los cuales sólo vieron en el Commentario-
lus la exposición de un nuevo m odelo matemático capaz
de permitir el cálculo de efemérides de un m odo más rá­
pido y aproximado que con los procedimientos hasta en­
tonces en uso.
Sin embargo, el libro se prestaba a la polémica. Des­
provisto de desarrollos matemáticos, expuesto en espíritu
discursivo que recuerda el de los once primeros capítulos
del De revolutionibus, era fácilmente accesible a todas las
inteligencias y pronto cayó bajo los ojos inquisitoriales de
los teólogos protestantes que no se dejaron engañar ni por
la palabra hipótesis que encabeza esta obra ni por el pre­
facio de Osiander (cf. p. 91) que justificando la teoría fe-
nomenológica de la ciencia, figura en aquélla. Y así empe­
zaron las discusiones teológicas sobre el nuevo sistema.8
Lutero, en sus Conversaciones de sobremesa,6 7 en fecha
de 4 de junio de 1539 dice:

Se hablaba de u n nuevo astrólogo que pretendía


probar que era la Tierra la que se movía y no el cielo

6. C f. A . Koyré, La révoluiion astronomique . . . , p. 7 6, n. 11;


W . Norlind, “ Copernicus and Luther, A histórica! study”, Isis, 44
(1953), pp. 273-276. Este último intenta edulcorar, desde el punto
de vista protestante, el episodio.
7. fischreden, 4 (Weimar, 1926), p. 419.

77
o e l firmamento o e l S ol o la L u n a ; algo así co m o ocu­
rre a aquel q u e viaja e n u n coche o barco, q u e cree que
está sentado tranquilam ente m ientras el suelo y los ár­
boles pasan p or su lado y se m ueven . O cu rre que el
qu e es inteligente n o se deja engañar . . . E l loco [Narr~¡
quiere cam biar toda la A stro n om ía, p ero las Sagradas
Escrituras m uestran qu e Josué d ijo al S ol y n o a la T ie ­
rra que se parara.8

M e la n c h t o n 9 ( 1 5 4 1 ) v a m á s a llá : co n sid era ab su rd a la


n u e v a teoría y q u ie r e q u e las a u to rid a d e s in te r v e n g a n p ara
im p e d ir la d ifu s ió n d e u n a s id ea s q u e a m en a z a n a la socie ­
d a d c o n s titu id a s o b r e e l s e n tid o c o m ú n , la físic a a risto té ­
lica y la S agrad a E s c r itu r a . E l a r g u m e n to d e l o r d e n p ú ­
b lic o hacía d e n u e v o su ap a rición c o m o e n la é p o ca d e
A r is ta r c o . Y s i p o r e l la d o c a tó lic o la rea cció n fu e a lg o
m á s ta rd ía, n o p o r e s o f u e m e n o s v io le n t a .
El Commentariolus se in icia p o r u n b r e v e re su m e n d e
las te orías a s tro n ó m ic a s e x p u e sta s h a sta e n to n c e s so b re e l
m o v im ie n to d e lo s a s tro s : n i el s iste m a d e las e sfera s h o -
m o cé n trica s d e C a lip o y E u d o x o ( Metafísica, 1 2 , 8 ) , n i e l
siste m a d e e p ic iclo s y e xcén trica s s o n su ficie n te s. Si acep ­
ta m o s e l p rin c ip io d e q u e lo s m o v im ie n to s ce lestes d e ­
b e n ser circulares y realizarse c o n u n m o v im ie n to an gular
u n ifo r m e es e v id e n te q u e u n a serie d e cír cu lo s co n cé n ­
trico s y co p la n a rio s en cu yo ce n tr o e s té la T ie r r a no
p e r m ite e x p lic a r , p o r e je m p lo , n i la d ife r e n te v e lo c id a d
an g u lar d e u n m is m o astro a lo la r g o d e su ó r b ita n i sus
e sta c io n e s ni re tro g ra d a cio n es. E n c a m b io d efin e b ie n las
re la c io n e s ap a ren tes q u e lig a n a d o s astro s e n e l c ie lo : la
conjunción>. es d e c ir, cu a n d o d o s astro s se e n cu en tran si-

8. Texto discutido por E . Rosen, Galileo’s misstatements ...,


p. 324.
9 . C í. K ; M üller, “ Ph. Melanchton und das kopernikanische
W eksystem ’’ , Centaurus, 9 (1963), pp. 16-28.

78
A

Figura 4. — Sistema de un deferente

19
tuados en la misma longitud celeste o grado de la eclípti­
ca; y la oposición y cuadratura cuando les separan, res­
pectivamente, 180° y 90°.
El sistema de excéntricas y epiciclos consigue una
aproximación mayor entre la teoría y la realidad observa­
da. Sea T el lugar de la Tierra, la cual se encuentra sobre
un diámetro de la órbita del astro A , pero no en el centro
(C) de la misma (fig. 4). Esta disposición excéntrica per-

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Figura 6. — Movimiento aparente de Marte


entre el 15 de julio de 1879 y el 1 de abril de 1880
(según Flammarion)

80
mite ya explicar algunos de los fenómenos aludidos ante­
riormente y más aún si se. considera (fig. 5) que A no es
el lugar del astro sino el centro de un nuevo círculo (epi­
ciclo) que es aquel sobre el cual se encuentra el astro (B).
En el caso de que una órbita circular o una excéntrica
sea soporte de un epiciclo, pasa a llamarse deferente.
Este último esquema permite explicar las apariencias.
El movimiento de los círculo es en sentido directo (con-

81
trario al de la marcha de las manecillas del reloj). A l
movimiento del astro en B se le suma el del centro de
su epiciclo A sobre el deferente hasta llegar a Bi en
que la visual dirigida al mismo desde la Tierra hace que
dicho planeta aparezca en el cielo com o inmóvil: está esta­
cionario o en su primera estación; entre Bi y B¿ el planeta
marcha en sentido retrógrado (en el cielo parece que va de
Este a Oeste) hasta que la visual dirigida al mismo desde

Figura 8. — Movimiento heliocéntrico de los planetas en 1973


(según el Anuario del Observatorio de Madrid)

82
la Tierra pasa tangente al epiciclo; en ese momento parece
que el astro se detiene de nuevo: se encuentra en su se­
gunda estación. A partir de ese momento vuelve a recu­
perar el sentido directo (figuras 6, 7 y 8).
En la teoría del Sol y de la Luna una simple excén­
trica (fig. 4) (cinéticamente equivale a un epiciclo)101per­
mite explicar la distinta duración de las estaciones del
año y los intervalos entre los eclipses lunares. Pero Hipar-
co observó que este modelo no se ajustaba a las realidades
observadas cuando la Luna estaba en cuadratura. Tolom eo
descubrió así la irregularidad llamada evecdón (cf. infra,
p. 111, nota 4 7 1-11 Por otro lado, Tolom eo, estudian­
do el movimiento de Venus se dio cuenta de que para
que la observación se correspondiera con el cálculo, en es­
pecial durante las cuadraturas, debía suponerse que el cen-

Figura 9. — Sistema de un deferente y un epiciclo

10. C f. O . Neugebauer, On the planelary theory. . . , p. 9 1.


11. C f. W . Hartner, “ Nasir al-Din al-Tüsi’s Lunar theory”,
Physis, 11 (1 9 6 9), pp. 300-303.

83
tro del epiciclo giraba (figs. 5 y 9) con velocidad uniforme
no alrededor del centro del deferente C sino de un punto
E, simétrico de T respecto a C. Ese punto recibió el nom­
bre de ecuanle y se encontraba situado sobre la línea de
los ápsides o sea el diámetro que une el apogeo con el peri-
geo en una misma órbita.12
Pero Copérnico observa que las teorías de Tolom eo y
de muchos otros astrónomos, aunque parecen ser correc­
tas en cuanto a sus valores numéricos, presentan ciertas
dificultades que se han intentado salvar mediante la intro­
ducción de ecuantes con lo cual el planeta no se mueve
con velocidad uniforme ni en torno del deferente ni de
su epiciclo. De aquí que ese sistema no parezca satisfacto­
rio a la inteligencia. Dándose cuenta de estas inconsecuen­
cias, Copérnico intenta una nueva y más razonable dispo­
sición de los círculos de tal modo que cualquier irregula­
ridad aparente se pueda explicar mediante movimientos
circulares uniformes “ tal y como exige un sistema de m o­
vimiento absoluto” . Esto puede conseguirse si se aceptan
los siete axiomas siguientes:

1. N o existe un único centro para todas las esferas o


círculos celestes.
2. El centro de la Tierra no es el centro del universo
sino su centro de gravedad y el centro de la órbita de la
^Luna.
3. Todos los planetas giran alrededor del Sol, el cual

12. La exposición de estas teorías puede verse en O. Neuge-


bauer, The exací S c i e n c e s in antiquity (Nueva York, 1969a);
W . Hartner, “ The Mercury Horoscope of Marcantonio Michiel oí
Venice” , Vistas in astronomy, 1 (1955), pp. 105-138; E. Poulle,
“ Théorie des planétes et uigonométrie au xv° siecle d’aprés un
équatoire inédit, le sexagenarmm” , JS (julio-septiembre 1966), pá­
ginas 129-161; A. Wegener, Die alfonsiniscben Tafeln jür d e » Ge-
braucb eines modernen Reclinen (Berlín, 1905).
está en su centro y, en consecuencia, el Sol se encuentra en
el centro del universo.13
4. La distancia de la Tierra al Sol es despreciable en
comparación a la distancia que existe entre la Tierra y los
confines del universo.
5. Los movimientos que observamos en el firmamen­
to no son propios de éste sino que son reflejo del movi­
miento de la Tierra. La Tierra y los elementos que la
rodean — aire, agua — gira sobre sí misma en un día
mientras que el cielo permanece en reposo.
6. Los movimientos del Sol son simples apariencias
debidas a los movimientos diurno y de traslación de la
Tierra pues ésta gira en torno de aquél como cualquier
otro planeta.
7. Los movimientos directo y retrógrado de los pla­
netas son simple consecuencia del movimiento de trasla­
ción de la Tierra.

“ Habiendo establecido estos axiomas procuraré de­


mostrar brevemente cómo puede salvarse la uniformidad
de los movimientos de modo sistemático. Sin embargo he
pensado, en vista a la brevedad, omitir en este resumen las
demostraciones matemáticas que reservo para mi obra ma­
yor [D e revolutionibus}.”
Tras aludir rápidamente a los pitagóricos trata del or­
den de las esferas: la de las estrellas fijas que es la más
alta, permanece inmóvil y sirve para situar todas las cosas
y luego siguen las de Saturno, Júpiter, Marte, Tierra, V e­
nus y Mercurio. La Luna gira en torno del centro de la
Tierra como si.estuviera en un epiciclo. En el mismo or­

13. Esta afirmación tiene un valor relativo, ya que en el siste­


ma del Cotnnientariolus el centro de la órbita terrestre es a su vez
el centro de las órbitas planetarias y aquél no coincide, aunque sí
está muy próximo, del centro del Sol.

$3
den cada uno de los planetas sobrepasa al siguiente en
cuanto a velocidad de revolución: Saturno tarda treinta
años en dar una vuelta en torno al Sol; Júpiter doce; Mar­
te14 y la Tierra uno; Venus, nueve meses y Mercurio tres.
A l tratar de la Tierra explica claramente que es ésta la
que se mueve con movimiento uniforme en tom o del Sol
sobre una órbita circular siguiendo el orden de los signos
y describiendo arcos iguales en tiempos iguales. La distan­
cia del centro del círculo al del Sol es de 1 /2 5 del radio
de aquél. Esta excentricidad nos dirá en De revólutionibus
(3 ,1 6 ) que no es constante, oscilando entre 1 /2 4 de máxi­
m o y 1 /3 1 de mínimo; el segundo movimiento es el de
rotación y el tercero, “ movimiento en declinación” , que
introduce para poder explicar la sucesión de las estaciones
manteniendo siempre paralelo consigo mismo el eje de ro­
tación de la Tierra. (Cf. De revolutionibus, 1 ,1 1 .) Este
movimiento que sólo se explica por la concepción de un
universo sólido, fue descartado ya por Kepler, quien con­
cebía a los astros desligados de las esferas cristalinas.
Como los puntos equinocciales y otros puntos cardina­
les del universo tienen movimientos que les son propios,
es fácil incurrir en error al determinar la duración del año
y no todos los autores coinciden. Cita las estimaciones de
Hiparco, Albatenio, Tolomeo y el Hispalense.15
La Luna es causa de uno de los capítulos de mayor in­
terés desde el momento en que el modelo cinemático em­
pleado hasta entonces no explica los cambios de su diáme­

14. Sic. Más adelante, al hablar de los planetas superiores, in­


dica que Marte tarda veintinueve meses.
15. Rosen, Commentariolus, pp. 129-130, da una serie de po­
sibles identificaciones de este autor sin que ninguna de ellas sea
convincente. Puede pensarse en Yábir b . Aflah, un ejemplar de
cuya Astronomía (1534) fue entregado en 1539 por Rético a Copér-
nico; en Alfonso de Córdoba, quien en 1484 dedicó unas tablas a
Isabel la Católica, o en el célebre traductor Johannes Hispalensis.

86
tro aparente, puesto que nuestro satélite se encuentra en
las cuadraturas en la parte más baja del epiciclo y, en con­
secuencia, debiera aparecer aproximadamente cuatro veces
mayor (si su disco estuviera completamente iluminado)
que cuando está en oposición (llena) o en conjunción (nue­
va). Dado que la observación demuestra que esto no
ocurre, no queda más remedio que admitir la explicación
propuesta por Copém ico, un sistema concentrobiepicícli-
co (fig. 10), que se aplicará también a otros planetas y que
en De revolutionibus será sustituido por el sistema ex-
centricoepicíclico. Para él — aparte del movimiento anuo
en torno del Sol com o satélite de la Tierra — la Luna es
arrastrada: 1) por el movimiento directo del deferente191 6

Figura 10 .— Sistema concéntrico biepiciclar

16. Copémico utiliza en este pasaje como sinónimos “ deferen­


te ” y “ círculo mayor” .

87
en torno de Ja Tierra; 2) por el de un epiciclo mayor, co­
múnmente llamado epiciclo de la primera desigualdad o
argumento, que gira en sentido retrógrado;17 3) de un epi­
ciclo menor, cuyo centro está sobre la circunferencia del
mayor, que gira en sentido directo y la Luna, infija en él,
realiza dos revoluciones por mes, de tal m odo que siempre
que el centro del epiciclo mayor cruza la línea trazada des­
de el centro del círculo mayor a la Tierra, la Luna ocupa la
posición más cercana al centro del epiciclo mayor. Esto
ocurre durante las Lunas llena y nueva. En las cuadratu­
ras la Luna está lo más lejos posible del centro del epiciclo
mayor.
Sigue la explicación de los movimientos de los plane­
tas superiores (Saturno, Júpiter y Marte) mediante el mis­
m o artificio que en la Luna, ya que considera com o cons­
tante el valor de la excentricidad y la posición de la línea
de los ápsides presupuestos que abandonará en De revo-
lutionibus. Tras un breve excursus sobre el problema de
las latitudes, pasa a ocuparse del movimiento de Venus y
del ya mucho más complicado de Mercurio (cf. De re-
vólutionibus, 5 ,2 0 -2 4 ; 25-31).
El tratado termina con un párrafo de valor estadísti­
co: para explicar el movimiento de Mercurio ha necesitado
siete círculos; para Venus, cinco; para la Tierra, tres; para
la Luna, cuatro; y cinco para cada uno de los planetas
Marte, Júpiter y Saturno. En total, nos dice, treinta y cua­
tro círculos bastan para explicar la estructura completa del
universo y los movimientos de los planetas.

17. Cf. A . Aaboe, “ O n a Greek qualitative planetary model


of the epicyclic variety”, Centauras, 9 (1963), pp. 1-10, en que de­
muestra que Tolomeo (Almagesto, 9,5) tuvo que elegir entre el
sentido directo o retrógrado del movimiento del epiciclo. Eligió
el sentido directo, con lo cual la retrogradación ocurre en la vecin­
dad del perigeo; de haber escogido el retrógrado, la retrogradación
ocurriría cerca del apogeo.

88
Del ahorro de círculos realizado parece deducir Co-
pérnico en este libro su principal timbre de gloria “ 34 cir-
cutí suffiáunt, quibus tota mundi fabrica totaque siderum
chorea”. Pero en realidad no es así; si hubiera tenido en
cuenta los movimientos de los nodos de la Luna, de la lí­
nea de los ápsides y en latitud de los planetas, ese número
hubiera aumentado en siete com o mínimo. Y , a pesar de
todo, la diferencia entre el número de sus círculos no dis­
crepa tanto, com o de sus palabras finales pudiera deducir­
se, de los dados por Tolom eo.18 El mayor mérito de Co-
pérnico no radica ahí sino en haber unificado la mecánica
celeste de los planetas inferiores y de los superiores ha­
ciendo ver que las elongaciones de aquéllos y las retrogra-
daciones de éstos tenían una única causa: el movimiento
de traslación de la Tierra y que el tamaño del epiciclo del
planeta refleja no sólo la paralaje de la órbita terrestre sino
que, por añadidura, nos da una indicación de la distancia
del planeta al Sol.19

18. La complejidad progresiva del sistema puede verse si repa­


samos el número de los mismos, siempre creciente, para poder ex­
plicar los nuevos movimientos que se descubrían, dado por los dis­
tintos astrónomos: Eudoxo, 2 7 ; Callipo de Cizico, 3 3 ; Aristóte­
les, 5 5 ; Ibn al-Haytam, 47.
19. Cf. O . Neugebauer, “ The transmission of planetary theo-
ries in ancient and medieval astronomy” , SM. 22 (1956), pági­
nas 165-192.

89
EL “DE REVOLUTIONIBUS”

El libro que ha inmortalizado a Copérnico tiene com o


título completo De revolutionibus orbium coelestmm libri
sex. Es decir, trata del movimiento de las esferas celestes
y no de los cuerpos celestes puesto que éstos, com o tales,
siguen los movimientos de aquéllas.1
El manuscrito del mismo se entregó a Tiedemann
Giese (1480-1550), obispo de Chelmno (Kulm), quien a
su vez lo remitió a Rético que estaba en Wittenberg. Éste
lo entregó al impresor Johannes Petreius, de Nuremberg.
Rético, que no podía quedarse en esta ciudad, delegó el
cuidado de corregir pruebas y supervisar la edición en su
amigo el teólogo luterano Andreas Osiander (1498-1552),
quien receloso de las suspicacias que la publicación del li­
bro pudiera causar en los medios protestantes — ya era
conocida la toma de posiciones de Lutero y Melanchton
ante la Narratio prima — propuso a Copérnico y a Rético,
en sendas cartas del 20 de abril de 1541, que se hiciera
preceder la obra de una declaración en que quedara paten­
te que el De revolutionibus no pretendía que sus doctri-

1. C f. A . Koyré, “ Traduttote-traditore. A propos de Copernk


et de Galilée” , Isis, 34 (19 4 3), pp. 209-210, a propósito del título
de la traducción alemana de C . L . Menzzer, Über die Kreisbewe-
gutigen der Weltkdrper (T h om , 1879); E . Rosen, “ The authentic
title of Copernicus’ major w otk ” , Journal of the History of Ideas,
4 (19 4 3), pp. 457-474.

90
ñas correspondieran a la verdadera constitución del uni­
verso, sino que era un simple conjunto de hipótesis, es de­
cir, de “ bases de cálculo que no importa que sean falsas
siempre y cuando los cálculos realizados con ellas repro­
duzcan exactamente los fenómenos de los movimientos” .
Esta declaración serviría para acallar la oposición de los
peripatéticos y teólogos cuya oposición sospechaba y te­
mía Copérnico. Éste, sin embargo, n o parece que estuvie­
ra dispuesto a ceder.2 A l fin, la introducción que figura en
el manuscrito fue sustituida p or una carta dedicatoria al
papa Paulo I I I y ésta, a su vez, fue precedida por una
nota escrita por Osiander: “ A l lector, acerca de las hipóte­
sis de esta obra” . Entre ambas existen las suficientes dis­
crepancias para pensar que la primera fue incluida con per­
miso de Copérnico y la segunda no,3 puesto que Giese en­
vió una carta a Rético en 27 de mayo de 1543 para que la
presentara ante los magistrados de Nuremberg y éstos
condenaran a Johanes Petreius por abuso de confianza y
le obligaran a reimprimir las páginas liminares del De re-
volutionibus y a añadir una nota explicativa. A l mismo
tiempo insiste a Rético para que publique la biografía
que éste había compuesto sobre Copérnico y el trabajo
acerca de que el heliocentrismo no está en contradicción
con las Sagradas Escrituras. Rético dio curso a la querella,
pero sin mayor interés y Petreius se desentendió de todo
el asunto; en cambio no paró hasta obtener reconocimien­
to escrito, por parte de Osiander, de que éste era autor
de la nota “ A l le cto r ...” . Rético no publicó esta retracta­
ción aunque sí dio a conocer su contenido a los amigos y

2. C f. Kepler, “ Apología Tychonis contra. . . Ursum”, GW , 3


(Munich, 1937), p. 6 .
3. A pesar de que, por ejemplo, en 1 ,1 1 Copérnico, refiriéndo­
se a los movimientos de la Tierra, diga " quo tamquam principio et
bypothesi utcmur in demonstrationibus aliorum”.

91
a varios astrónomos del siglo xv i, com o Pedro Apiano
(1501-1552). Más tarde Kepler la publicó.
Osiander dice:

N o d u do de qu e algunos sabios — p uesto que ya se


ha extendido el ru m or de lo revolucionario de las hipó­
tesis de esta obra qu e pone a la Tierra co m o m óvil y al
S ol, al contrario, co m o in m óvil en el centro del univer­
so — se indignarán y pensarán qu e n o d eben introducir­
se cam bios en las disciplinas liberales qu e hace mucho
tiem po están sólidam ente establecidas. P ero si exam inan
esta obra con atención, verán qu e su autor n o ha hecho
nada qu e merezca censura. E n efecto: es obligación d el
astrónom o explicar, m ediante una observación diligente
y hábil, la historia de los m ovim ien tos celestes. Después
buscar sus causas o bien — ya qu e de ninguna manera
puede señalar las verdaderas — imaginar o inventar
unas hipótesis cualesquiera co n cuya ayuda se pueda
calcular exactam ente, conform e a las reglas de la geom e­
tría, el valor de esos m ovim ientos. A m b o s objetivos los
ha conseguido el autor de m odo adm irable, ya que, en
efecto, n o es necesario que estas hipótesis sean verda­
deras ni siquiera verosím iles. Basta con u na sola cosa:
que perm itan realizar cálculos que concuerden con la
observación. A m enos que no se sea tan ignorante en
óptica y geom etría que considere com o real el epiciclo
de V en u s y crea que es la causa por la cual V en u s pre­
cede o sigue al Sol (en sus elongaciones) en una distan­
cia de 4 0 ° . Si admite esto, necesariamente en el perigeo
el diám etro de la estrella aparecería co m o cuatro veces
mayor que en el apogeo y el cuerpo de la m ism a, die­
ciséis. Pero a esto se opone toda la experiencia de los
siglos.
E n esta ciencia hay otras cosas absurdas que no es
necesario exponer aquí. E s sabido que este arte ignora
por com pleto la causa de los m ovim ientos irregulares de
los fenóm enos celestes. Y si inventa algunos en la ima-

92
ginación, co m o ciertamente inventa u n gran núm ero,
n o lo hace en m o d o alguno para convencer d e qu e tal
es la realidad sino para fundar en ellos u n cálculo exac­
to . Pero para explicar u n solo y m ism o m ovim iento
existen, a veces, distintas hipótesis — tal ocurre con el
m o vim ien to d el S ol, la excentricidad y el e p ic iclo — ,
d e aquí que el astrónom o adopte preferentem ente la
que es más fácil de com prender. E l filósofo exigirá, tal
vez, adem ás, la verosim ilitu d; nadie, sin em bargo, com ­
prende o enseña nada cierto a m enos de qu e esto le
venga revelado por D io s . D e jem o s, pues, que estas nue­
vas hipótesis se conozcan ju n to con las antiguas, n o por­
que sean más verosím iles, sino porque son admirables,
fáciles y vienen acompañadas d e u n tesoro inm enso de
observaciones. Q u e nadie, en lo que a hipótesis se re­
fiere, crea que la astronom ía le dé algo cierto, ya q u e
ésta n o lo pretende, y si tom a p or verdaderas las cosas
hechas con otro fin, saldrá de este estudio m ás tonto
que antes d e em pezarlo.

P o r co n tra , en la carta d ed ica to ria a P a u lo I I I , C o p é r -


n ico m u e stra creer e n la re a lid a d d e las te o ría s q u e e x p o n e
y n o te m e fijar p o r escrito su s id ea s s o b re e l m o v im ie n to
d e la T ie r r a :

. . . lo que más me incitó a buscar otro m o d o de deducir


los m ovim ientos de las esferas del m undo fu e e l darme
cuenta de que los matemáticos n o están de acuerdo en­
tre ellos en el m odo de conducir sus investigaciones. E s­
tán tan inseguros de los m ovim ientos del Sol y de la
Luna que no pueden ni deducir ni observar la duración
eterna del a ñ o ;4 luego, al establecer los m ovim ientos de
estos astros y de los cinco planetas no utilizan ni los
m ism os principios y supuestos (assum ptionibus) ni las

4. Alude al problema, candente en aquel entonces, de la refor­


ma del calendario en que tan interesada estaba la Santa Sede.

93
mismas demostraciones de las revoluciones y de los mo­
vimientos aparentes. Unos sólo utilizan esferas homo-
céntricas, otros excéntricas y epiciclos por medio de los
cuales no consiguen por completo aquello que buscan...
Como medité mucho sobre la incertidumbre de las doc­
trinas de los matemáticos con respecto a la composición
de los movimientos de las esferas del mundo, me fati­
gué al ver que los filósofos, que tan en detalle han es­
tudiado las cosas más ínfimas concernientes a este mun­
do, no tienen ninguna explicación segura sobre los
movimientos de la máquina del Universo que ha sido
construida por el mejor y más perfecto de los artistas.
Por eso procuré leer los libros de todos los filósofos que
pude obtener...

Sigue con la enumeración de textos que ha leído, dta


textualmente el pasaje de Plutarco5 en que expone las teo­
rías de Filolao, Heráclides de Ponto, Ecfanto, y sigue:

A partir de aquí yo mismo he empezado a pensar en


la movilidad de la Tierra. A pesar de que me parecía
absurdo, como antes que a mí se había permitido a
otros imaginar cualquier tipo de círculos para deducir
los fenómenos de los astros, pensé que también a mí se
me permitiría experimentar si, admitiendo algún movi­
miento de la Tierra, se podría encontrar una teoría más
sólida de las revoluciones de los orbes celestes. Así, ad­
mitiendo los movimientos que más abajo en mi obra
atribuyo a la Tierra, descubrí por fin, después de largas
y numerosas observaciones, que si los movimientos de
los planetas se referían al movimiento de traslación de
la Tierra y éste se tomaba como base de la revolución
de cada uno de los astros, no sólo se deducían los movi­
mientos aparentes de éstos, sino también el orden y las
dimensiones de todos los astros y los orbes, y que en el

5. De placitls phüosophorum, 3 ,1 3 .
cielo existían tales conexiones que no se podía cambiar
nada sin que surgiese el desbarajuste en todas las partes
y en el universo entero.

Es decir, el mérito de su obra radica según el propio


Copérnico en haber podido dar unas leyes homogéneas y
válidas para todo el sistema, para toda la máquina6 del
universo. Y esas leyes tienen la ventaja de que explican
bien “ et apparentiae salvari possint, si ad terrae motus
conferantur” los valores observados. Por eso, añade:

No dudo de que los matemáticos ingeniosos y doctos


estarán de acuerdo conmigo si — así como la filosofía
exige en primer lugar — quieren estudiar y examinar,
no superficialmente sino de modo profundo, la demos­
tración de todas esas cosas que doy en mi obra.

Pero si está seguro de lo que dice, también sospecha


que puede ser atacado por los ignorantes y por ello dedi­
ca el libro

A tu Santidad, puesto que, incluso en este rincón


remoto de la Tierra en que vivo, se te considera como
la persona más eminente, tanto en cuanto a dignidad
como por el amor a las letras e, incluso, a las matemáti­
cas, para que con tu autoridad y juicio puedas reprimir
las mordeduras de los calumniadores; por más que ya se
sabe que no hay remedio contra sus acometidas.

Si, a pesar de todo, hubiera quienes sin saber nada de


matemáticas se permitieran juzgar estas cosas en base a

6. E l nuevo sistema no es, sin embargo, más fácil de entender


que el tolemaico y ni tan siquiera, a pesar de que tal vez lo creye­
se (véase lo que dice al fin del Commentariolus), más económico,
es decir, con empleo de menor número de círculos.

95
algún pasaje de la Escritura7 “ male a i suum propositara
detortura” , es decir, cambiando su sentido recto y atacar
su obra, de ésos “ no me preocupo y desprecio su juicio
com o temerario. Ya que sabemos que Laclando,8 célebre
escritor, pero por lo demás mal matemático, habló de
m odo pueril de la forma de la Tierra burlándose de los
que habían descubierto que tenía forma de esfera. Los
doctos no se extrañarán si tales gentes se burlan de nos­
otros” .
La primera edidón deNurem berg (1543) fue seguida
por las de Frankfurt (1566) y Amsterdam (1617). Esta
última bajo el título Astronomía instaurata fue acompa­
ñada de notas explicativas de Nicolás Mullerus y es la me­
jor de las publicadas hasta entonces.9 Las tres sirvieron a
Delambre para el estudio que consagró a Copérnico en su
Histoire de l’astronomie moderne. La obra debía tener,
inicialmente, ocho libros, pero en el curso de la redacdón
la dejó en seis. Incluso parece que nunca se terminó, pues
le falta una conclusión gen era l.
Los once primeros capítulos del libro I del De revo-
lutionibus han sido los más frecuentemente traducidos y
editados, ya que son una suma de cosmografía de gran va­

7. Salmos, 9 , 9 ; 1 2 ,1 2 ; y Eclesiastés, 2 5 ,2 5 .
V . g.
8.De divinis institutionibus, 3 ,2 4 .
9.Para la bibliografía véase H . Baranowski, Bibliografía Ko-
pernikowska 1509-1955 (Varsovia, 1958) y el suplemento de la mis­
ma (1956-1972), publicado en 1973. E l manuscrito ha sido repro­
ducido fotográficamente de modo cuidadosísimo en el vol. I (Lon-
dres-Varsovia-Cracovia, 1972) de la Opera omnia publicada por
la Academia de Ciencias Polaca con motivo del quinto centenario
de la muerte de Copérnico. La traducción completa del De revolu-
tionibus más abundante en nuestras bibliotecas es la de Ch. G . W a-
llis publicada por la Encyclopedia Britannica (Chicago, 1952) en la
colección “ Great books of the western w orld” , 16. Esta traducción
ha sido objeto de críticas por parte de O . Neugebauer, Isis, 46
(1 9 5 5), pp. 69-71 y 157. Traducción castellana por Manuel Tagüeña
Lacorte y Carlos Moreno Cañadas (México, 1969).

96
lor epistemológico y de escaso o nulo aparato matemáti­
co.101Tras una breve digresión lírico-científica pasa a pos­
tular ( 1 ,1 ) que el mundo es esférico bien porque ésta es
la forma más perfecta de todas y no necesita uniones o
porque es el cuerpo que a igual superficie presenta el
máximo volumen, lo cual le hace especialmente apto para
contener a la creación; puede ser que tenga esa forma
puesto que todas las cosas, v. g. las gotas de agua,11 tien­
den a adoptarla. La Tierra es esférica como se deduce de
que la estrella Canope (a Carinae) sea visible en Egipto y
no en Italia — este tipo de ejemplo era caro a nuestros an­
tepasados — y que un buque, al alejarse de la costa, des­
aparezca progresivamente empezando por la quilla y ter­
minando por el palo mayor. La Tierra ( 1 ,3 ) forma un
único globo con las aguas. Discute el volumen respectivo
de tierras y aguas y hace una rápida alusión al descubri­
miento de América. La Tierra no es ni plana, ni cilindrica
ni tiene más forma geométrica que la de una esfera per­
fecta. De nuestro mundo pasa al cielo (1 ,4 ) y sigue a Aris­
tóteles12 cuando afirma que el movimiento propio de la
esfera consiste en girar en redondo ya que el movimiento
circular es el único movimiento uniforme que puede se­
guir de m odo indefinido en un espacio finito. Esto es im­
portante puesto que de aquí se deduce que el universo co-
pemicano tiene límites, aunque éstos sean enormes en
comparación con el medieval. Esos movimientos circula­
res y uniformes, combinados entre sí, nos pueden parecer
desiguales com o consecuencia de las excéntricas y epici­

10. Cf. v. g. G . McColley, “ The universe of De revolutionibus*,


Isis, 30 (1939), pp. 452-472, y muy en especial la edición y traduc­
ción francesa anotada por A . Koyré, Des révolutions des orbes cé-
lestes (París, 1 9 7 0 = 1 9 3 4 ) , de la cual creo que se ha publicado una
versión española en Buenos Aires (E U D E B A , 1965).
11. Ejemplo éste que ya fue esgrimido por Kindí.
12. Física, 2,2; De coelo, 1 ,2 ; 2 ,1 4 ; Quaest. mech., 8.

97
4 . — VERNET
clos (cf. 5, 2). La Tierra ( 1 ,5 ) gira sobre sí misma y los
que afirman lo contrario no poseen ninguna prueba deci­
siva. “ En efecto: todo movimiento local aparente provie­
ne bien del movimiento de la cosa vista, bien del movi­
miento del espectador o bien del movimiento, desigual,
naturalmente, de los dos. Ya que cuando los móviles,
quiero decir, el espectador y el objeto visto, están anima­
dos de un movimiento igual, éste pasa desapercibido. Pero
este círculo celeste se ve y observa desde la Tierra. Por
consiguiente, si algún movimiento perteneciera a la Tierra,
éste aparecería en todas las cosas que le son exteriores,
com o si éstas tuvieran la misma velocidad pero en sentido
contrario. En esto consiste la revolución diurna: si se ad­
mite que el cielo carece de movimiento y que la Tierra gira
de Occidente a Oriente y se examina en detalle lo que
debe ocurrir con la salida y puesta aparentes del Sol, de la
Luna y las estrellas, se verá que así ocurre. Y com o el cie­
lo es lo que contiene a todo, el lugar común de todas las
cosas, no se ve claro por qué ha de atribuirse el movimien­
to al continente y no al contenido.”
De esta opinión fueron los pitagóricos Heráclides y
Ecfanto, el siracusano Hiceta según Cicerón.13 La Antigüe­
dad ya se dio cuenta14 de que los planetas no siempre es­
taban a la misma distancia de la Tierra y, en consecuencia,
que ésta no estaba en el centro del universo. Filolao15 afir­
maba que la Tierra era un planeta cualquiera y tenía mo­
vimiento de traslación. Para verlo Platón se dirigió a Ita-

13. Académicos, 4 ,2 9 ó 2 ,3 9 ; G . McColley, “ The theory of


the diurnal rotation of the earth”, Isis, 26 (1936-1937), pp. 392-
4 0 2 ; V . Stegemann, Der griechische Philosoph und Astronom Htke-
tas von Syrakus ais N ¿cetas (-us) bei Kopernikus und Giordano
Bruno. E n P. Diergart, Proteus der rheinischen Gesellschaft. . . , 3 ,4
(1940-1943), pp. 97-99.
14. Alude a Autólico, cf. 3 ,4 .
15. En el ms. (1,11) a continuación de Filolao también figura
Aristarco.

98
lia.1® Las dimensiones de la Tierra son tan pequeñas, tan
despreciables con relación a las del cielo ( 1 ,6 ) que las es­
trellas fijas no presentan paralaje. Esta ampliación brutal
del universo aparece ya en el mundo latino en De docta ig-
norantia, 2 ,1 7 , de Nicolás de Cusa, donde se dice que la
Tierra es una estrella noble y que el mundo no tiene centro
ya que “ es una esfera infinita teniendo su centro en todas
partes y su circunferencia en ninguna” .1 17 Pero Cusa no se
6
preocupó en ahondar más allá y establecer sus movimien­
tos y posición en el mundo com o hizo Copérnico. Expone
y discute en 1 ,7 -8 las causas que hicieron pensar a los
antiguos que la Tierra carecía de movimientos y sobre el
por qué se mueven libremente los pájaros y las nubes y
concluye que “ el movimiento de la Tierra parece más pro­
bable que su reposo, sobre todo en lo que se refiere al mo­
vimiento de rotación que es el más propio de la Tierra” .
Las soluciones aportadas en este capítulo recuerdan las
de Buridan y Oresme (cf. p. 59). En 1, 9 establece que el
Sol está en el centro de la esfera de las estrellas fijas; más
adelante (3 ,1 5 ) se verá que, en cambio, no es el centro
de los movimientos planetarios. Luego (1 ,1 0 ) discute el
orden de los orbes celestes y se hace eco de la disparidad
de opiniones al respecto tal por ejemplo Alpetragio18 que
sitúa a Venus encima del Sol y a Mercurio debajo; expo­
ne las ideas que se tenían sobre la posibilidad de observar
los pasos de los planetas inferiores, Mercurio y Venus, de­
lante del Sol.19 “ Averroes — dice — en su paráfrasis de

16. C f. Plutarco, De placitis philosopborum, 3 ,1 3 .


17. C f. R . Klibansky, “ Copernic et Nicolás de Cues”, Leonard
de Vina et l'expérience scientifique du XVIe siécle (París, 1953),
pp. 225-235.
18. C f. B. R . Goldstein, Al-Bitruji on the principies of Astro-
nomy, 2 vols. (N ew Haven-Londres, 1971).
19. B . R . Goldstein, “ Some medieval reports o f Venus and
Mercury transits”. Centauras, 14 (19 6 9), pp. 49-59.

99
T olom eo20 recuerda haber visto algo negro sobre el disco
del Sol al observar la conjunción del Sol con Mercurio que
había calculado.” 21 Alude al De nuptíis Philologiae et
Mercurii libri dúo de Martianus Capella (fl. s. v d. C.) en
que sostuvo que Venus y Mercurio giran en torno al Sol.
Sin embargo esta teoría no le seduce y pasa a exponer su
sistema haciendo notar que los planetas están mucho más
cerca de la Tierra cuando salen en el momento de la pues­
ta del Sol (orto acrónico), es decir, cuando están en oposi­
ción y en cambio están mucho más lejos cuando salen al
mismo tiempo que el Sol (orto helíaco), es decir, cuando
están en conjunción con el Sol. Esto indica que el centro
de sus orbes depende del Sol y que éste es el centro del
sistema. La Tierra, por su parte, va acompañada en su mo­
vimiento de traslación por la Luna. Las dimensiones del
universo son enormes puesto que si el diámetro de la ór­
bita de la Tierra se proyecta de m odo sensible en la es­
fera celeste según sea el valor de la retrogradadón de los
planetas, es decir, que cuanto más lejos está un planeta
de la Tierra tanto menor es la distancia que retrograda,
no ocurre lo mismo con las estrellas que carecen de para­
laje-. “ creo — dice — que esto es más fácil de admitir que
fatigar a la razón por una serie casi infinita22 de orbes
com o tienen que hacer aquellos que colocan a la Tierra en
el centro del m undo” . Si se admite que el tamaño de los
orbes se mide por el tiempo, se obtiene, empezando por el

2 0 . Texto citado al fin de la Narratio prima .. . La información


de Copérnico parece proceder de Pico della Mirándola, Disputatio-
nes in aslrologiam, 1 0 ,4 ; cf. Nallino, Raccolta 5 ,8 2 .
2 1. Dado el pequeño diámetro aparente de Mercurio, Averroes
no pudo observarlo y, en consecuencia, lo confundía con una
mancha solar.
2 2 . Koyré, Des revolutions . . . , p. 147, n . 18, señala que la re­
ducción de orbes entre el sistema de Copérnico y de Tolomeo o
Peuerbach no va más allá de 6 . Pero en rigor creemos que aquí
alude a las teorías expuestas supra, p. 98

100
más alto, la siguiente disposición: esfera de las esferas fi­
jas que se contiene a sí misma y a las estrellas y permanece
inmóvil. Si hay quienes afirman que se mueve,23 Copér-
nico demostrará (cf. 1,5; 3,4) que es un movimiento apa­
rente que depende de los de la Tierra. Luego siguen los
planetas: Saturno, Júpiter, Marte, la Tierra con su sa­
télite la Luna, Venus, Mercurio y el Sol. “ En efecto,
en este templo magnífico, ¿quién colocaría en otro lugar a
tal luminar que pudiera iluminar a todos a la vez? Con
razón le han llamado algunos el faro (luccrnam) del mun­
d o; otros, Espíritu y otros, su rector. Trismegisto242 6 le
5
llama el dios visible; la Electro2" de Sófocles, el que todo
lo ve. Así, en efecto, el Sol, reposando en su trono real,
gobierna la familia de astros que le rodea. La Tierra, sin
embargo, tiene los servicios de la Lima; al contrario, tal
com o lo dice Aristóteles en el De animdibus2<i poseen el
máximo parentesco. La Tierra, a pesar de ello, concibe del
Sol y engendra cada año.”
Este pasaje de valor astronómico astrológico permite
filiar a Copérnico dentro de la corriente magia de la cien­
cia renacentista.
En 1,11 expone los movimientos de rotación y trasla­
ción de la Tierra y anota que “ el ecuador y el eje de la
Tierra tienen una inclinación variable con respecto al pla­
no de la eclíptica, ya que si se mantuvieran constantes y
siguiesen el movimiento del centro no existiría desigual­
dad entre los días y las noches y (para una latitud dada)

2 3. Alude a la precesión de los equinoccios.


2 4. Cf. A . M. J. Festugiére, La révélalion d’Hermes Trisme-
glste, val. I : “ L ’Astrologie et Jes Sciences occultes” {París, 1944).
2 5. Versos 823-826; cf. E . Rosen, “ Homenaje a-Albareda” (cf.
supra, p. 2 7 ); Narrado prima, 208 v ., cita a Sócrates.
2 6. De generatione animalium, 4 ,1 0 . La cita genérica de Co­
pérnico hace pensar que ha manejado un texto latino retraducido
del árabe.

101
existiría siempre o el equinoccio o el solsticio, o el día
más corto o el verano o el invierno o cualquier estación
aunque siempre la misma” . Es decir, considera27 com o un
ángulo constante el que forma el radio vector de la eclíp­
tica ST con el eje polar de la Tierra, T N ; por tanto, seis
meses después ocupará la posición ST'N ', o sea, com o si

F igura 11. — El “ tercer” movimiento de la Tierra


(según Copérnico)

el eje diámetro polar de la Tierra tuviese que cortar siem­


pre en un mismo punto el eje SO de la eclíptica. Para evi­
tarlo y así mantener el paralelismo del eje de la Tierra
para consigo mismo, que es el que permite el movimiento
en declinación del Sol, se ve obligado a admitir que el eje
de la Tierra describe, en seis meses, un semicírculo, base
del cono PTB. Este movimiento debiera ser igual y en
sentido contrario.28 En caso de ser así “ los puntos equi­
nocciales y solsticiales y la oblicuidad de la eclíptica con

2 7. Expongo la segunda demostración del De revólutionibus,


cf. fig. 11.
2 8. Estos artificios, concebidos en función de la idea de orbes
sólidos de Copérnico, fueron ya desechados por Kepler, para quien
los astros circulaban libremente por el espacio.

102
respecto a las estrellas fijas, sería constante. Pero existe
una pequeña diferencia que sólo se aprecia con el trans­
curso del tiempo: desde Tolom eo hasta nuestros días esos
puntos han ejecutado una precesión de 21o ” . En conse­
cuencia la causa de la precesión de los equinoccios no de­
pende de los movimientos de la octava esfera (cf. 1 ,1 0 )
sino de la Tierra, y las esferas novena y décima ideadas
por los astrónomos que le precedieron son superfluas.
El libro I tenía que terminar con la carta (apócrifa)
de Lysis a Hiparco,2930pero en la edición de 1543 se la sus­
tituyó por los capítulos 12-14 que contienen la parte tri­
gonométrica de la obra y que con el título De lateribus et
angulis tñangulorum, tum planorum rectilineorum tum
sphaericorutn, había ya sido publicada de m odo indepen­
diente por Rético (Wittenberg, 1542). Empieza por alu­
dir a las diferentes medidas que se han dado al diámetro;
los antiguos lo dividían en 120 partes, pero en orden a
facilitar las operaciones se le han dado otros valores:
1.200.000, 2.000.000, sobre todo desde la introducción
de los numerales árabes, notación matemática que es mu­
cho mejor que cualquier otra latina o griega. Para sus ta­
blas Copérnico emplea com o valor del diámetro 2.000.000
y llama al seno, de modo arcaizante, “ la mitad de la cuer­
da” .80 La tabla de senos que inserta para el primer cua­
drante crece de 10' en 10'. Sigue con distintos teoremas
propios de la trigonometría plana y pasa ( 1 , 14) a la es­
férica recurriendo con frecuencia a citas de los Elementos

29. Y con ella termina la edición-traducción de A. Koyré, que


restituye así el texto primitivo que aparece tachado en el autógrafo
de Copérnico.
30. Es curioso que en esta parte de su libro sea sumamente ar­
caizante y no utilice las versiones latinas de tratados trigonométri­
cos árabes — quienes fueron los creadores de esta disciplina — que
tuvo a su disposición y en los que se empleaban además del seno,
el coseno y la tangente.

103
de Euclides. Sigue además el libro V del De triangulis pla­
ñís et sphaericis de Regiomontano. En esta breve exposi­
ción Copém ico sólo ha pretendido dar las fórmulas fun­
damentales para llevar a buen término su obra.
E l libro II constituye una astronomía esférica en que
da ( 2 ,1 ) las definiciones de los distintos círculos, estu­
dia (2, 2 ) la oblicuidad de la eclíptica y establece que
ésta sólo puede variar entre los límites de 23° 52' y
23° 28' y él, personalmente, ha calculado que en su época
vale 23° 28'; describe el procedimiento gnomónico para
trazar la meridiana según el almicantarat del Sol;31 da va­
rias tablas (declinaciones de los grados de la eclíptica, et­
cétera)3" y trata (2, 4) de la transformación de coordena­
das eclípticas (longitud y latitud celestes) en ecuatoriales
(ascensión recta y declinación). Expone las distintas posi­
ciones que el círculo del horizonte puede presentar con
respecto al cielo (2, 5) y las zonas de la Tierra que pueden
trazarse atendiendo al mismo. Los antiguos matemáticos
acostumbraban a dividir el mundo en siete climas, Méroe,
Siena, Alejandría, Rodas, el Helesponto, el Ponto medio,
Boristenes y Bizancio33 según las diferencias existentes
entre los días más largos y de acuerdo con la longitud de
las sombras que observaban mediante gnómones al medio­
día en los equinoccios y los solsticios y de acuerdo con la
altura del polo o latitud de cada zona. Sin embargo, no to­
dos están de acuerdo entre otras causas por la variación
de la oblicuidad de la eclíptica. Sigue exponiendo, según la
casuística medieval, la varia temática de la astronomía es­
férica (transformación de coordenadas ecuatoriales en ho­
rizontales; divisiones del día; arcos de visión de los pla­

31. C f. T . Przypkowski, La gnomonique...


32. Cf. O . Neugebauer, “ Three Copernican tables” , Centauras,
12 (1968), pp. 97-106.
33. E . Honigman, Die Sieben Klimata (Heidelberg, 1929).

104
netas, etc.) y cierra el libro (2 ,1 4 ) con un catálogo de
estrellas en que hace constar sus coordenadas celestes y la
magnitud. Antes nos explica que el geómetra Menelao
(vivía en el año 99, cf. 3 ,2 ) determinó la posición de va­
rias estrellas a base de observar sus conjunciones con la
Luna pero es mucho mejor determinarlas mediante instru­
mentos com o el astrolabio esférico (cf. p. 72).
El libro I I I está dedicado a tratar de los movimien­
tos de la Tierra aunque para estar de acuerdo con las
apariencias, Copérnico, al igual com o hoy se hace con los
tratados de astronomía esférica, hable de los “ movimien­
tos del Sol” (v.g. 1 ,5 ; 3 ,14 , etc.). Conceptualmente el
contenido del libro equivale a la materia que los astróno­
mos medievales trataban bajo el título de El año solar o
Movimientos de la octava esfera.M
En 3, 1, Copérnico plantea el problema: los antiguos
desconocían que pudiera existir más de un tipo de año y
por tanto consideraban iguales los años derivados de los
períodos olímpicos que se medían por la aparición de la
estrella Canícula (i. e. Proción; cf. 2 ,1 4 ) com o el año na­
tural (lo que hoy llamamos año trópico) que se contaba a
partir de los equinoccios o solsticios. Hiparco se dio cuen­
ta de que el primero o año sidéreo era más largo que el
segundo o año trópico3 35 y de aquí dedujo que las estrellas
4
o la esfera que las contenía, poseía un movimiento hacia el
Este (precesión de los equinoccios) apenas perceptible.
Para explicar esta irregularidad avanzan alternativamente

3 4. Compárese, por ejemplo, con la traducción y estudio que


O . Neugebauer ha dado en PAPhS, 1 0 6 ,3 (1962), de sendas obras
de Tábit b. Qurra que llevan este título.
35. En rigor, la diferencia entre ambos tipos de año era cono­
cida desde muchísimo antes de Hiparco. El desplazamiento constan­
te del principio de los años del período sotíaco había llevado ya a
los egipcios a preparar, en el año 238 a. C,, un decreto (el de Cano­
pe) que fue llevado a la práctica en la reforma juliana del año 46
a. C. por consejo de Sosígenes.

105
en uno u otro sentido, es decir, que tienen un movimiento
de vaivén.36 Esta oscilación o trepidación no puede exce­
der de 8o .
Esta teoría, cuya introducción en el mundo musulmán
se debe a Tábit b. Qurra (fig. 12), aparece ya descrita
en las Tablas manuales de Teón de Alejandría:37 “ Los
antiguos astrólogos — dice — pretenden, a partir de al­
gunas conjeturas, que los puntos solsticiales avanzan hacia
Oriente 8o durante un cierto período y que luego retro­
ceden a donde se encontraban. Esta suposición no parece

F ig u r a 12. — Modelo de la trepidación según Tábit b. Ourra


(apud B. R . Goldstein)

36. Cf. P. Kunitzsch, “ Neues zum Líber Hermetis de stellis


beibeniis” , ZDMG, 120 (19 7 0), pp. 126-130. Estudio filológico so­
bre las estrellas que se incluyen en ese grupo.
37. Cf. P. Duhem, Le sistéme du monde I I (París, 1914),
p. 194

106
viable a Tolom eo, pues aun no admitiendo esta hipótesis,
los cálculos hechos con las tablas concuerdan con las o b ­
servaciones hechas con los instrumentos. Por eso — dice
Teón — tampoco admitimos esa corrección. Pero de todos
modos vamos a exponer el método que siguen esos astró­
logos en su cálculo: cuentan 128 años antes de Augusto;
la fecha obtenida la consideran com o el momento en que
esa marcha de 8o ha empezado hacia los signos siguientes
(hacia Oriente), ha alcanzado su valor máximo e inicia su
receso. A estos 128 años suman los 313 transcurridos des­
de el reinado de Augusto hasta el de Diocleciano; toman
luego el lugar que corresponde a esta suma de años, ad­
mitiendo que en 80 años el lugar se desplaza Io ; restan de
8o el número de grados obtenido por esta división (del
número de años por 80); el resto indica el grado hasta el
que han avanzado los puntos solsticiales; suman este resto
a los grados que los antedichos cálculos dan para el lugar
del Sol, de la Luna y de los cinco planetas” .
Copérnico parece negar esta teoría y sus variantes
puesto que desde que se poseen observaciones astronómi­
cas el punto Aries o del equinoccio de primavera ha retro­
gradado ya cerca de 24o.38 Pero la naturaleza aún presenta
mayores sorpresas y así se ha descubierto que la inclina­
ción de la eclíptica es menor que la observada en tiempos
de Tolom eo (2 ,2 ) . Por todo ello algunos astrónomos han
introducido una novena y aun una décima esferas, pero no
han podido dar una explicación clara de la realidad obser­
vada. En la época en que Copérnico escribe hay quienes
piensan que debe introducirse una undécima esfera, pero
del estudio de los movimientos de la Tierra se desprende
que esto es superfluo y que esas irregularidades tienen fá­
cil explicación dado que el movimiento de la Tierra es algo

3 8. C f. J. Vernet, “ Tradición e innovación en la ciencia me­


dieval”, Atti dei 13° Convegno Volta (Roma, 1971), pp. 756-757.

107
más lento que el movimiento de declinación o tercer mo­
vimiento (1 ,1 1 ). En consecuencia, los equinoccios y los
solsticios parecen llegar antes de hora, es decir, se adelan­
tan. Así, pues, no es la esfera de las estrellas fijas la que
se desplaza hacia el Este sino que es el ecuador el que se
mueve hacia el Oeste. Cierra el capítulo una disquisición
de tipo léxico en la que propone que no se hable de “ in­
clinación de la eclíptica sobre el ecuador” , sino de la de
éste sobre aquélla. Huelga decir que sus ideas, basadas en
el mayor tamaño del círculo de la eclíptica, no han pros­
perado.
En 3, 2 analiza las observaciones que confirman el mo­
vimiento irregular de la precesión de los equinoccios. Aquí
aparecen citados Timochares, Hiparco, Menelao, que ob ­
servó en el primer año del reinado de Trajano, o sea en
el 99, Tolomeo, al-Battani y el propio Copérnico que se
refiere a una observación del año 1525. Por otra parte,
Aristarco150 y Tolom eo notaron que la oblicuidad de la
eclíptica era de 23° 51' 2 0 "; en la época de al-Battani era
de 23° 35'; en la de Azarquiel, de 23° 34'; en la de Pro-
fatius judío, de 23° 3 2' y según el propio Copérnico, de
23° 28' 30". De estos datos se deduce que el movimiento
fue menor durante el período comprendido entre Aristar­
co y Tolom eo y mayor entre éste y al-Battani.3 40
9
En 3, 3 pasa al estudio de las hipótesis que pueden ex­
plicar esas variaciones.41 Estos capítulos es posible que
puedan fecharse con posterioridad a 1524, fecha en la que

3 9 . Quiere decir Aristilo. IHS, 1, p. 136, nos dice que ambos


autores fueron coetáneos y Almagesto pone también esta observa­
ción a nombre de Aristarco. Corregimos siguiendo a Rosen en DSB.
4 0. Este capítulo, así como 3 ,6 , parecen depender, en cuanto
a datos históricos, de una fuente árabe transmitida por don Profeit
Tibbon. C f. V7. Hartner, Trepidation . . . , pp. 627-629.
4 1. C f. B. R . Goldstein, “ O n the theory of trepidation”, Cen­
tauras, 10 (19 6 5), pp. 234 -2 4 7; W . Hartner, Trepidation . . . , p. 619

108
escribió su De octava sphaera contra Wer nerum,42 obra en
la cual no entra a fondo' en la cuestión. Aquí, en cam­
bio, híbrida la precesión con la trepidación y supone que
el polo de la eclíptica está fijo. En estas circunstancias, el
polo del ecuador describiría una figura en forma de ocho
(8) cuyo centro estaría en el polo medio del ecuador. La
misma figura que presenta Copérnico, es decir, la de
dos círculos iguales tangentes externos, se encuentra en
la Tuhfa al-sabiyya, 2 ,7 de Qutb al-Dín al-Slráz!434 para
explicar, de modo distinto al de Copérnico el mismo fenó­
meno que éste.
El capítulo 3 ,4 , “ Cómo el movimiento recíproco o
movimiento de libración se compone de movimientos cir­
culares” presenta particular interés puesto que recoge
— y al parecer de modo directo — las teorías del astróno­
mo musulmán Nasir al-Din al-Tusi. Éste, en su Memento
sobre astronomía44 presenta un nuevo artificio matemáti­
co para explicar el movimiento de la Luna de un modo
más satisfactorio que en el Mmagesto, puesto que a la
teoría expuesta en el mismo pueden hacérsele tres obje­
ciones: 1) que el movimiento del centro del epiciclo no es
una combinación de movimientos circulares; 2) que la
ecuación del epiciclo debía ser más importante en las cua­
draturas que en las sidgias, y 3) la oscilación del apogeo
del epiciclo producido por el punto opuesto 45

42. GE. J. Dobrzycki, ‘ John W erner’s theory o f the motion


of the eight sphere”, Actas XIICIHS, vol. I I I a (París, 1968-1971),
pp. 43-45.
4 3 . C f. O . Neugebauer, On the planetary theory..., p. 9 6 ;
W . Hartner, Trepidation . . . , p . 6 22 . La tuhfa (m s. DN París, 2516,
fol. 18 r.) terminó de escribirse en 684-1285.
4 4. Tadkira fi eilm al-hay'a. Cf. W . Hartner, “ Nasir al-Din al-
Tüsx’s lunar theory” , Physis, 11 (19 6 9), pp. 287-304; W . Hartner,
Trepidation . . . , pp. 609-629.
4 5. Cf. E . S. Kennedy, “ Late medieval planetary theory”, Isis,
47 (1966), pp. 365-378; E . Poulle, “ Théorie des planétes et trigo-

109
B

F ig u r a 13. — Lema de Nasir al-Din en D e revolutionibus


(ed. princeps, 67)

El artificio se basa en el siguiente teorema que, según


dice, es de su propia invención:46 sean dos circunferencias
tangentes internas A y B con radios 2r y t respectivamen­
te. B gira en sentido retrógrado y con una velocidad 2 <pal

nometrie au x v ° siécle d ’aprés un équatoire inédit, le sexagena-


rium” , JS (julio-septiembre 1966), pp. 129-161.
46. Esta afirmación no es segura. Precedentes del mismo se
encuentran en el Comentario de Proclo a Euclides, Elementos, 1
def. 4 (traducción francesa de V er Eecke, Brujas, 1948, p. 9 6, n. 4 )
y O . Neugebauer, “ O n the planetary theory o f Copemicus” , Vistas
in astronomy, 10 (1968), p. 99.

110
mismo tiempo que su centro gira en torno al centro de A
en sentido directo con una velocidad <p. Decimos que el
punto de tangencia de B engendrará un diámetro de A .
Nasír al-Dín quiso explicar mediante este artificio los
cambios de distancia d d epidclo de la Luna a la Tierra y
la evección47 cuya aplicación al movimiento de la Luna
apenas alteraba los parámetros dados por Tolom eo y, en
consecuenda, tampoco explicaba la incongruenda de que
el diámetro aparente de la Luna no variara en la propor­
ción 1 a 2 entre sidgias y cuadraturas conforme debía
ocurrir de ser dertas las distandas reales que las teorías
geocéntricas atribuían a las distintas posidones de la Luna
en d recorrido de su órbita. Sin embargo, este argumento
que hoy nos parece dedsivo y decisivo pareció a Autólico
para iniciar la crítica de la teoría de las esferas homocén-
tricas que más adelante llevaría a la introducción de ex­
céntricas y epiciclos, no tenía gran valor, ya que siempre
se consideró que la vista era un testimonio falaz y más en
el caso de la Luna y del Sol cuyo diámetro aparente varía
en función de su altura sobre el horizonte.48
Es posible que este teorema naciera para mantener la
vigencia de Aristóteles ya que contribuía a unificar su d -
nemática resumiendo en un solo mecanismo el movimien­
to rectilíneo propio del mundo sublunar con el circular del
celeste, puesto que aquél podía ser el resultado de una
combinación de los movimientos propios de éste.
Este mecanismo fue utilizado por algunos astrónomos

4 7. Desigualdad periódica en la forma y posición de la órbita


de la Luna ocasionada por la atracción del Sol por la cual cuando
el eje mayor de la elipse que describe la Luna está dirigido hacia el
Sol, se alarga y la elipse se deforma y cuando es el eje menor ocurre
lo mismo, pero en sentido contrario.
4 8. Esta opinión remonta a Platón y buen testimonio del mis­
mo es que santo Tomás quisiera tocar las llagas del Señor (cf. san
Juan, 2 0 ,1 9 -2 9 ).

111
árabes de los siglos x iv y xv, pero lo que es más impor­
tante para nosotros es que también lo utilizó Copérnico.
En De revolutionibus, 3 ,4 , al tratar de la trepidación ex­
pone el teorema (fig. 13), diciendo:

Tracemos la línea recta AB; dividámosla en cuatro


partes iguales con los puntos C,D y E. Tracemos en un
mismo plano los círculos ADB y CDE, ambos con cen­
tro en D. Tomemos en el mismo plano de ADB y CDE
un punto F situado sobre la circunferencia del círculo
interior. Con F como centro y radio igual a FD trace­
mos el círculo GHD. Éste cortará a la línea recta AB
en el punto H. Tracemos el diámetro (del círculo ante­
rior) DFG. Hemos de demostrar que cuando los movi­
mientos de los círculos GHD y CFE compiten uno con
otro (i. e. giran en sentido contrario), el punto móvil H
se desplaza arriba y abajo a lo largo de la línea rec­
ta AB.

El texto manuscrito (fol. 75r) se extiende en otras


consideraciones — que por algún motivo omitió en el tex­
to impreso — que le llevan a afirmar que en el caso en que
el punto F estuviese en el interior del círculo GHD des­
cribiría una elipse.49
Pero de todo ello lo más importante es que la figura
n o sólo es la misma en Nasir al-Dín que en el D e revolu­
tionibus sino que, com o señala Hartner, Copérnico em­
plea transliteradas las mismas letras de la figura árabe y en
idéntica posición: alif pasa a A ; ba’, B; dñl, D ; yim, G ;
ha’, H . La única excepción — que no lo es — es F en lu­
gar de zay y sabido es que ambas letras se confunden fá­
cilmente en la paleografía árabe.

49. Teorema de Lahire, “ Traité des roulettes” , Mémoires de


l’Académie des Sciences (1 7 0 6), pp. 340-352. C f. C . B . Boyer, “ Note
on epycicles and the ellipse from Copernicus to Lahire”, Isis, 38
(1 9 4 7), pp. 54-56.

112
Con el teorema así establecido nos dice en 3, 5 que
“ es por esta razón por lo que algunos designan este mo­
vimiento del círculo com o movimiento en anchura, es de­
cir, a lo largo del diámetro. Se determina su periodicidad
y su regularidad por medio de la circunferencia y su mag­
nitud por medio de las cuerdas. De este modo se demues­
tra fácilmente que el movimiento parece irregular y más
rápido hacia el centro y más lento hada la circunferencia” .
El movimiento de A H produdrá el movimiento de la obli­
cuidad (3, 6) en 3.434 años y la variadón de G H , el vai­
vén de los puntos equinocdales a lo largo de 1.717 años.
Pero a pesar de mantener en su obra la falsa teoría de la
trepidación hibridándola con la de la precesión de los equi-
n o cd o s505
1establece para la última un valor muy próximo al
real: 0; 0, 5 0 ,1 2 ,5 anuo. Esta toma de posición de Co-
pérnico no puede extrañarnos desde el momento en que
Galileo en su Trattato della sfera61 dedica el último capí­
tulo al análisis de la precesión hibridada con la trepidadón
sin sospechar que los pretendidos avances y retrocesos se
debían a errores de observación conforme ya había demos­
trado Tycho Brahe. Sólo Newton, en sus Principia (3 ,3 9 )
dio la explicación correcta del fenómeno debido a la per­
turbación causada por las atracciones del Sol y de la Luna
sobre la zona ecuatorial de la Tierra dado que el radio de
ésta es 22 km mayor que el de los polos.
En 3 ,1 3 , Copérnico entra en el análisis de los distin­
tos años: el trópico y el sidéreo. El primero regula las

50. Alfonso X introdujo una novena esfera que era la de la


precesión continua de los equinoccios y que recorría 3 6 0 ° en
49.000 años. Ésta arrastraba en su seno a la esfera octava, la trepi­
dante, que realizaba su giro en unos 7.000 afios. Cf. J. D . North,
* Medieval star catalogues and the movement o f the eight sphere” ,
AIHS, 2 0 (19 6 7), p p. 71-83.
5 1. Edición nacional, vol. I I , pp. 253 y ss. La obra fue escrita
en 1606.

113
cuatro estaciones; el segundo las revoluciones referidas a
alguna de las estrellas fijas. Las observaciones realizadas
a lo largo de la historia demuestran que el año trópico o
natural no tiene un valor constante. El año determinado
por Callipo, Aristarco de Samos52 y Arquímedes de Sira-
cusa tenía 365,25 días y se iniciaba, según costumbre de
los atenienses, con el solsticio de verano. Pero Claudio To-
lom eo, viendo la dificultad que entraña determinar con
exactitud los solsticios y disponiendo de numerosas obser­
vaciones propias de la entrada del Sol en Aries y de la que
se debía a Hiparco sobre el mismo momento en el año 177
de la era de Alejandro, fijó el principio del año en el m o­
mento del equinoccio de primavera siguiendo así la cos­
tumbre de varios pueblos orientales que, com o el judío, o
el babilónico, hacían empezar sus años civiles o religiosos
con uno de los dos equinoccios. Tolom eo fijó el valor del
año trópico en 365a 5h 55m 12s, o sea en 365, 25-1/300.
Copérnico añade que Battani, en Arata (Harrán) observó
el equinoccio autumnal del año 1206 después de la muerte
de Alejandro. Comparando sus observaciones con las rea­
lizadas por Tolomeo el tercer año de Antonino dedujo que
el año trópico debía tener 365a 5'1 46m 24s (365, 240355).
“ Nosotros también hemos realizado observaciones del
equinoccio de otoño en Frombork en el año 1515 del Se­
ñor el día 14 de septiembre. De acuerdo con el calendario
egipcio ese año corresponde al 1840 después de la muerte
de Alejandro, al día 6 del mes de Faofi, media hora des­
pués de la salida del Sol.” Tiene en cuenta la diferencia
de longitudes entre Arata y Frombork y anota que entre
ambas observaciones han transcurrido 633 años egipcios
y 153 días 6h 45m. Comparando los dos grupos de obser­
vaciones establece que el valor de la precesión entre Bat-

5 2. Aristilo, según Rosen, en DSB, 402 b.

114
tañí y él mismo fue de 1 día por cada 128 años y que si se
considera el período mayor1de 1376 años a contar desde
Tolomeo, el período es de 1 día por 115 años. Las esta­
ciones tomadas de dos en dos, otoño-invierno y primavera-
verano, no tienen la misma duración. Esto se debe a las si­
guientes causas: desigualdad de la precesión; a que el Sol
recorre arcos desiguales de la eclíptica; a la segunda irre­
gularidad que cambia la ecuación anua y al movimiento de
la línea de los ápsides que analizará más adelante. Por
tanto “ el año solar debe medirse comparándolo con la es­
fera de las estrellas fijas, tal com o Tabit. b. Qurra53 fue
el primero en hacer y fijar el valor del año sidéreo en 365;
15, 23 54 días o lo que es lo mismo en 365a 6h 9m 12", lo
cual representa un movimiento medio solar55 de 0; 59, 8,
11o ” . Copérnico (3 ,1 4 ) coincide prácticamente con los va­
lores de Tabit: 365 a 6h 9m 40” (en Commentariolus 365a
6h y cerca de 10m).
El interés de Copérnico por estas cuestiones calendá-
ricas se puede explicar fácilmente. En un período en que
se hablaba constantemente de la necesidad de modificar el
calendario juliano56 puesto que el equinoccio civil de pri­
mavera se producía varios días después del real, cualquier
tratado de astronomía que contribuyera a encontrar una
solución eficiente tenía una amplia aceptación. Por eso C o ­
pérnico en la dedicatoria a Paulo I I I afirma que “ cuando

53. En todos estos capítulos alude y a veces sigue métodos uti­


lizados por Tabit en sus obras Sobre el año solar y Sobre el movi­
miento de la octava esfera. C f. la traducción y comentario de los
mismos por O . Neugebauer en PAPhS, 106, 3 (1962), pp. 264-299;
y J. M . Millas, Estudios sobre Azarquiel, pp. 487-509.
54. Obsérvese que utiliza un sistema sexagesimal absoluto.
55. Los valores completos son: 3 65 ; 15, 2 3, 3 4, 43 días y 0 ;
59, 8, 11, 2 7 , 3 6 °. Cf. O . Neugebauer, Thabit b. Qurra...
56. A los efectos que aquí nos interesan basta con recordar
que consideraba bisiestos todos los años de nuestra era que eran
múltiplos de 4.

115
hace algunos años, bajo León X , el concilio de Letrán con­
sideró la reforma del calendario eclesiástico, no llegó a
ninguna decisión dado que la magnitud del año, de los
meses y los movimientos del Sol y de la Luna no se habían
determinado con la exactitud necesaria. Desde entonces
presto atención a realizar observaciones exactas . . . ” . Gali-
le o B7 sostiene que es a Copérnico a quien el papa había
llamado a Roma (en realidad sólo le consultó a través de
su obispo, como a los demás astrónomos que no acudieron
a la Ciudad Eterna en 1514) para que estableciera la re­
forma del calendario que se implantó en 1582, ya que con
sus constantes y tablas, com o demostró Reinhold, se ob­
tienen los mejores resultados. Pero la realidad no fue así5 585
7 9
y tal como manifiesta la bula en que se anuncia el nuevo
calendario éste se basó en las teorías de Clavio y Aloisio
G.iglio.RI) Éste aceptaba el valor del año trópico dado por
Alfonso X como constante, cosa que Copérnico negaba,60
de aquí su preferencia por el año sidéreo, según subraya
M. Maestlin en su Mterum examen novi pontificialis gre-
goriani kalendarii (1586): “ Las tablas pruténicas distin­
guen entre el año trópico verdadero y medio afirmando
que el año verdadero es unas veces más largo y otras más
corto que el m e d io ... conforme prueba Copérnico de
m odo exhaustivo [ 3 , 5 y siguientes]. Esta variación es
absolutamente desconocida en las Tablas alfominas”. Sin
embargo, los reformadores habían previsto la posible

5 7. Le opere di Galileo Galilei, vol. V (ed. nacional, Florencia,


1 89 0 -1 90 9= 1 9 29 -1 93 9 ), 3 1 2 ,1 7 -1 9 .
5 8 . Cf. E . Rosen, Galileo’s misstalemcnls. . . , p. 328.
5 9 . Coinpcndium novae rationis rcstitucndi cdendarium, re­
producido por Clavio en Romani cdcndarii a Gregorio XIII P. M.
reslituti explicatio (Roma, 1603).
6 0 . E l valor del año trópico es de 365a242198781-0<,000006138
t, según Newcomb, expresándose t en siglos. L a variabilidad del
año en Copérnico n o responde, evidentemente, a las mismas causas
que sirven de fundamento a esta fórmula.

U6
adaptación de su obra a las teorías copernicanas sin ma­
yores dificultades.61 Esta previsión en un momento en que
empezaba a mirarse de reojo al heliocentrismo — y Clavio
y Reinhold eran refractarios al mismo — prueba, por con­
tra, el aprecio en que se tenía la doctrina matemática del
canónigo de Frombork.
En 3 ,1 5 y siguientes analiza en detalle el movimiento
de la Tierra que realiza su giro no en torno al centro del
Sol sino a un punto vecino del mismo. Dos modelos cinéti­
cos pueden explicar satisfactoriamente este movimiento:
una excéntrica cuyo centro no sea el centro del Sol y un
círculo homocéntrico (deferente) que soporte un epiciclo
conforme hizo Ibn al-Satir62 (cf. fig. 14). La equivalencia
de ambos procedimientos era ya conocida desde la Anti­
güedad.66 Ambos (3 ,1 6 ) pueden aplicarse también a los
planetas. A continuación expone los resultados obtenidos
por Hiparco y Tolomeo para el Sol y que son de 65° 30'
para la longitud del apogeo y de 1 /2 4 del radio para la
excentricidad.04 Para ellos estos valores eran constantes,
pero Copérnico analiza las observaciones realizadas por
Battani y el español Azarquiel y sobre las cuales éstos han
establecido nuevas teorías. Para saber a qué atenerse rea­
liza él mismo observaciones durante diez años, y en espe­
cial las de 1515 le confirman la variabilidad de ambos
elementos tal y com o habían supuesto los dos astrónomos
árabes citados. Para poder superar las dificultades que pre­
senta la determinación de los solsticios según el procedi­
miento Tolemaico (Almagesto, 3 ,4 ) combina las observa-

61. C f. Compendium ...Explicatio . . . , p. 11, y Clavio, Opera


matbematica, 5 (Mainz, 1611-1612), p. 11.
6 2. C f. V . Roberts, “ The solar and Lunar theory o f Ibn ash-
Sliatir", Isis, 4 8 (1 9 5 7), p. 4 30.
6 3. C f. O . Neugebauer, “ The equivalcnce o f eccentric and
epieyclic motion according to Apollonius”, SM, 24 (19 5 9), pp. 5-21.
64. C f. Almagesto, 3 ,4 .

m
Apogeo

Figura 14.— M o d e lo solar d e I b n al-Satir (según V . Roberts)

dones del momento de los equinoccios con las realizadas


en el momento en que el Sol ocupa el punto medio de
Escorpio05 o de otros signos. Aplica, en definitiva, el mé­
todo islámico consistente en utilizar no sólo los diáme­
tros ortogonales de los coluros sino también alguna de las
bisectrices de los mismos, método que seguirá luego Ty-
cho Brahe. Determinados así los elementos de la órbita 6 5

65. C f. O . Neugebauer, Sobre el aña solar p. 274,

U8
solar puede adentrarse en la ecuación del centro6® y plan­
tearse el problema del movimiento de la línea de los áp­
sides667 (3 ,2 0 ). Azarquiel,68 en contra de la opinión de
6
Tolom eo, creía que el apogeo tenía un movimiento irregu­
lar y a veces retrógrado, puesto que Battani69 había ob­
servado el apogeo en 7o 44' al Oeste del solsticio y a él le
parecía que en 193 años había retrogradado 4o 30'. Para
explicarlo atribuía al centro del mundo un movimiento
sobre un círculo menor que era el origen del acceso y re­
ceso del apogeo, hipótesis que Copérnico no considera
acertada, aunque sí se lo parece el correspondiente modelo
cinético. Las observaciones posteriores no indican alter­
nancia entre el avance y el receso y por consiguiente se
debe haber deslizado algún error en las observaciones de
quienes le precedieron. Dada la dificultad de la observa­
ción para situar el apogeo en 96° 4 0' “ nosotros no nos
hemos contentado con confiar en los instrumentos del ho­
róscopo70 sino que hemos utilizado los eclipses de Sol y
de Luna puesto que éstos ponen de manifiesto cualquier
error de nuestras observaciones. Por tanto, de acuerdo con
la mayor verosimilitud, hemos aplicado nuestra inteligen­
cia a concebir ese movimiento com o un todo: es un m o­
vimiento directo hacia el Este pero irregular; después de
estar inmóvil en el período comprendido entre Hiparco y
Tolomeo ha avanzado de modo continuo y ha aumentado
la progresión al acercarse a nuestra época” . Luego (3 ,2 1 )
fija el movimiento propio del apogeo en 2 4 " 2Ó'" 14""

6 6. En rigor no corresponde este término, exactamente, con el


mismo actual, ya que Copérnico trabaja con círculos y nosotros con
elipses.
6 7. Cf. Rosen en DSB, 4 06 a, n . 41.
6 8 . Cf. T. M . Millás, Estudios sobre Azarquiel, p. 241.
6 9. Cf. W . Hartner, “ Battani”, DSB, s. v.
7 0. Es decir, los que se utilizan para el levantamiento de ho­
róscopos.

119
anuos (en realidad, l l " 7 ) y confirma así la existencia del
año anomalístico. Hace girar el centro del orbe de la T ie­
rra (3 ,2 5 ) en tom o al centro del Sol en 3.434 años y éste,
a su vez, sobre un deferente. Finalmente en 3 ,2 6 estudia
la ecuación del tiempo de un m odo muy parecido al de
Tolomeo.
El libro IV lo dedica a tratar de la Luna y de los
eclipses. Define el plano de su órbita (4 ,1 ) y la línea de
los nodos en cuya vecindad ocurren los eclipses. Esta línea
gira sobre sí misma a razón de 3 ' diarios. Estudia ( 4 ,2 )
las características de la órbita lunar según se desprende
de las observaciones de quienes le precedieron para llegar
a la conclusión que éstas no permiten explicar las dimen­
siones aparentes de la misma, razón por la cual Menelao y
Timochares prescindiendo de toda teoría consideraron, en
sus estudios sobre las estrellas fijas, que el diámetro de la
Luna tenía un valor constante de 30'. Por consiguiente
(4, 3) hay que establecer un nuevo m odelo cinético que
haga coincidir las paralajes71 calculadas con las observa­
das. Para ello hay que utilizar los elementos facilitados
por el estudio de los eclipses. Describe ( 4 ,4 ) el ciclo me-
tónico que establece que 19 años solares contienen 235 lu­
naciones727 3y el calípico de 76 años,7* refiriendo las distin­
tas observaciones, en especial las de Hiparco, que permi­
tieron determinar el movimiento de la Luna. Estudia los

7 1. Paralaje es, en general, la diferencia que existe entre las


posiciones aparentes que en la bóveda celeste tiene un astro, según
el punto desde donde se le observe. Los principales tipos son la
diurna, la horizontal, la horizontal ecuatorial y la anua.
72. Este descubrimiento, hecho público en el 432 a. C ., sirve
de base para la intercalación de los años embolísmicos en los calen­
darios lunisolares y eclesiástico. Consta de 6.940 días.
7 3. Este ciclo mejora el de Metón ( 7 6 = 1 9 x 4 ) restándole un
día, o sea que consta de 27.7 5 9 días. Parece haber sido instaurado
en el afio 330 a. C . y fue utilizado principalmente por los astróno­
mos, v. g. Tolomeo.

120
eclipses de Luna (4 ,5 ) combinando tres de la Antigüedad
(6 de mayo de 133, total; 20 de octubre del 134, parcial;
6 de marzo del 135, parcial) con tres observados por él
mismo (6 de octubre de 1511, total; 5 de septiembre
de 1522, total y 25 de agosto de 1523, total) lo cual le
permite deducir que la excentricidad es de 0 ,0 8 6 0 4 = sen
4o 56', valor que coincide, según anota, con el de la ma­
yoría de sus predecesores a partir de Tolom eo. En 4, 8 da
los radios de los dos epiciclos que explican el movimiento
de la Luna y que resultan ser r2 = 6; 34, 55, 12 y r3 = 1;
25, 19, 12, valores prácticamente idénticos a los de Ibn
al-Satir (6 ; 35 y 1; 25 respectivamente).74 La discusión
de una observación de Hiparco (4 ,1 0 ) le permite compro­
bar que su teoría de la Luna es correcta (4, 11.) y calcular
la tabla de las ecuaciones757 6expuestas en función de los
grados de las circunferencias y en las que se ve que el
valor máximo para 7 8 /2 8 2 ° es en el epiciclo menor de
12° 28' y para el mayor 9 3 /2 6 7 ° es de 4 " 5 6' fijando
(4 ,1 2 ) la latitud máxima en 5°.7C En 4 ,1 5 describe las
reglas paralácticas y en 4 ,1 6 analiza dos determinaciones
de paralajes realizadas en Frombork: 1) el día 27 de sep­
tiembre de 1522 la paralaje, según Tolomeo, debía de ha­
ber sido de 77', pero Copérnico sólo encontró 5 0 '; 2) el
día 7 de agosto de 1524, según Tolom eo, debía de haber
sido de 98', pero según Copérnico sólo fueron 65'. Se en­
tiende que estos valores son sin corrección de refracción.
Estas discrepancias obligan a replantear ( 4 , 17) el proble­
ma de las distancias de la Tierra a la Luna, cuyo valor

74. Cf. V . Roberts, “ The Solar and Lunar theory o f Ibn al-
Shatir”, Isis, 48 (1957), pp. 428-432.
7 5. Cf. O . Neugebauer, Tbree Copernican tables. . . , p. 102;
Commentariolus, p . 132, n. 2 8 .
7 6. Ibn Amá$ür (cf. J. Vernet s. v . en 2EI, 3 , 1971, p . 724),
autor árabe d d siglo x , había observado ya la variación de la obli­
cuidad del plano de la órbita lunar.

121
máximo estima en 64 radios terrestres. Determina (4 ,1 8 )
los diámetros de la sombra de la Tierra a la distancia en
que se encuentra la Lim a;77 los de los cuerpos involucra­
dos en los problemas de eclipses y establece com o límites
del diámetro aparente solar (4 ,2 1 ), 31' 4 8 " y 33' 3 4";
para la Luna (4 ,2 2 ) esos valores son de 28' 4 5 "; 30' 0 ";
35' 3 8 " y com o máximo 37' 3 4" (este último según To-
lom eo tendría que alcanzar cerca de I o) que se correspon­
den bien con los que da Ibn al-Satir78 (mínimo 29' 2 "
1 5 '" ; máximo, 37' 58" 2 0 "'. Sigue el estudio de las para­
lajes en longitud y latitud; la determinación de conjuncio­
nes y oposiciones medias, verdaderas, etc., que son partes
inseparables de toda teoría de eclipses. Inddentalmente
saca a colación su observación en Bolonia de la ocultación
de Aldebarán el 22 de marzo de 1497 79
E l libro V se dedica al estudio de los movimientos de
los planetas.80 Agrupa los capítulos de acuerdo con el si­
guiente orden: a) características generales (1-4); b) plane­
tas superiores y Venus (5-24); c) Mercurio (25-32); d) ta­
blas (33); e) determinación de longitudes, estaciones y re-
trogradaciones (34-36). Empieza por un breve prefacio en
que alude a los nombres que Platón, en el Timeo, da a
cada uno de ellos según su aspecto. Así, Saturno, llamado

77. Cf. O . Neugebauer, On the planetary theory of Coperni-


cus. . . , p. 101.
7 8. V . Roberts, “ The Solar and Lunar theory o f Ibn al-Sha-
tir” , Isis, 48 (1957), pp. 428-432; E . S. Kennedy, “ Planetary theory
in the Medieval Near East and its transmission to Europe” , Atti
dei 13° Convegno Volta (Roma, 1971), p. 630.
7 9. Cf. O . Neugebauer, On the planetary theory of Coperni-
cus. . . , p. 100.
8 0 . Cf. N . R. Hanson, “ Contra-equivalence. A defense of the
originality of Copemicus” , Isis, 5 5 (1964), pp. 308-325 versus
D . J. S. Price, “ Contra Copernicus”, Critical problems in the His-
tory of Science (Madison, 1959), p. 2 0 3 ; sobre el problema en la
Edad Media, cf. O . Pedersen, “ The theorica planetarum. Literature
o f the Middle A ges”, Actas X I CIHS (Ithaca, 1962), pp. 615-618.

122
Phaenon, brillante o surgiente, porque Saturno permánece
oculto bajo los rayos del Sol menos que los otros plane­
tas, etc.
En el capítulo 5 ,1 da las generalidades: los planetas
tienen dos movimientos en longitud: uno depende del m o­
vimiento de la Tierra y puede llamarse propiamente de pa­
ralaje o conmutación (cf. 5, 9; 5 ,1 5 ; 5 ,1 9 ) y es el que
produce las estaciones y retrogradadones; el segundo es el
propio de cada planeta y siempre tiene sentido directo.
Para los planetas superiores el movimiento en paralaje
vale 0 en la primera y segunda estadones, es decir, duran­
te la oposidón; para los planetas inferiores (Venus, Mer­
curio) durante la conjundón y por esto, a diferencia de los
primeros, son invisibles. Los antiguos — y el propio Co-
pérnico en el Commentariolus — creían que los ápsides
planetarios estaban inmóviles. En cambio, en De revolu-
tionibus (v .g . 5 ,7 ; 5 ,1 2 ; etc.) admite ya su movimiento.
Da los valores que Tolom eo (Almagesto, 9 ,3 ) — atribu­
yéndolos a Hiparco — nos ha transmitido acerca de los
movimientos planetarios y cree que deben expresarse en
años sidéreos y no trópicos como hacía aquél. Así se es­
tablece la tabla siguiente:81

En 59a I a 6m48s la Tierra da 57 revoluciones respecto a


Saturno y éste 2 revoluciones más I o 6' 6".

En 71a 5d 45m27s da 65 revoluciones respecto a Júpiter y


éste 6 revoluciones menos 5o 41' 2" 5.

En 79a 2a 27m 3S la Tierra da 37 revoluciones respecto a


Marte y éste da 42 revoluciones más 2o
24'56".

81. Algunas de estas cifras hacen sospechar la dependencia de


una fuente oriental.

123
En 8» menos 2" 26m 46s la Tierra da 5 revoluciones respec­
to de Venus y éste da 13 revolucio­
nes menos 2° 24' 40".
En 46a menos 34m 23s la Tierra da 145 revoluciones res­
pecto de Mercurio y éste 191 revo­
luciones más 34' y 23".

De acuerdo con esto, los circuitos de paralaje tienen


los siguientes valores: Saturno, 378'1 5m 32H1 1 " '; Júpiter,
398a 23m 25“ 5 6 '" ; Marte, 779a 56m 193 7 '" ; Venus,
583a 45m 17s 2 4 '" , y Mercurio, 115" 52m 42” 1 2 '".
Es decir, Copérnico nos transmite en último extremo
los goal-year, Z iehl-Jahr o períodos límite descubiertos
por los astrónomos babilónicos82 y que tan útiles fueron
a los astrólogos ya que les permitían — y les permiten —
calcular, por simples adiciones, la reiteración de los mis­
mos aspectos celestes (cf. figs. 15 y 16), al igual como
los saros, pero con menos exactitud,83 permiten determi­
nar series de eclipses. Tablas similares a éstas, las de Pro-
feit Tibbón, fueron utilizadas por Dante en el P u rga torio
(cap. I, 19-21) para una posición de Venus.84

82. Cf. B. van der Waerden, Anfaenge dcr Astronomie (Gro-


ningen, 1966; Basel, 1968), p. 4 01; F. X . Kugler, Stemkunde und
Sterndienst in Babel, 1 (1907), p. 4 4. La primera tableta de
este tipo parece ser la del 2 16 a. C .; B. van der Waerden, “ The
date of the invention o f Babylonian planetary theory” , AMES, 5 ,1
(1968), pp. 70-78; M . Boutelle, “ The almanac of Azarquiel”, Cen-
taurus, 12 (1967), pp. 12-19, y reseña de este último trabajo en
MR, 2 (1971), núm. 5.149.
83. Cf. J. M . Torroja Menéndez, “ Contribución al estudio ge­
neral del problema de la repetición de los eclipses”, Memorias del
Observatorio del Ebro, 8 (19 4 1), 99 pp.
84. Cf. E . S. Kennedy, Rlanetary theory. . . , p. 5 9 9 j E . Poulle
y E . Gingerich, “ Les positions des planétes au Moyen Age. Appli­
cation du calcul électronique aux Tables Alphonsines” , CRAIBL,
106 (1967), pp. 531-548; I . Capasso, “ L ’astronomia nella Divina
Commedia”, Physis, 7 (19 6 5), p. 7 7 ; Dante empezó su viaje al in­
fierno el 25 de marzo del 1301.

124
Creemos que más que establecer un análisis de este
libro capítulo tras capítulo, com o hasta aquí hemos he­
cho, es preferible reproducir la comparación de las cons­
tantes tal com o las resumen E. S. Kennedy83 y Fuad
cAbbud.8868
5 7

u rs r« r5= r «
Saturno
b . al-Sátir 5 ; 7,30 1;42,30 6 ;3 0
Commentariolus 5 ; 7,39 1 ;42,42 6 ;3 1
De revolutionibus 5 ; 7,26 1 ;42,36 6 ;3 2
Mmagesto 6 ;3 0
Júpiter
b. al-Sátir 4 ; 7,30 1 ;22,30 1 1 ;3 0
Commentariolus 4 ;3 9 ,1 6 1 ;3 3 , 5 11;31
De revolutionibus 4 ; 7,19 1;22,26 1 1 ;3 0
Mmagesto 1 1 ;3 0
Marte
b. al-Sátir 9; 0 3; 0 3 9 ;3 0
Commentariolus 8 ;4 7 2 ;5 6 3 9 ;2 8
De revolutionibus 8 ;4 6 3; 0 3 9 ;2 9
Mmagesto 3 9 ;3 0
Venus
b. al-Sátir 1*41 0 ;2 6 4 3 ;3 3
Commentariolus 1;48 0 ;3 6 4 3 ; 12
De revolutionibus 1 ;52 0 ;37 43; 9
Almagesto 4 3 ; 10
Mercurio
b. al-Sátir 4¡ 5 0 ;55 2 2 ;4 6 0 ;33
Commentariolus 4; 2 1;21 2 2 ; 34
De revolutionibus 4 ;2 5 1;16 2 2 ; 35 0 ;34 ,1 2
Almagesto 2 2 ;3 0
Luna®
b. al-Sátir 6 ;3 5 1 ;25
De revolutionibus 6 ;3 4 ,5 5 1;25,19

85. “ Late medieval planetary theory”, Isis, 5 7 (1966), pági­


nas 365-378.
86. “ The planetary theory of Ibn al-Shatir. Reduction o f the
geocentric models to numerical tables”, Isis, 53 (1962), pp. 4 9 2 4 9 9 .
87. Tomado de la tabla de Fuad eAbbud, p. 497.

125
F igura 15. — P erío d o s lím ite d e J úpiter

Puede observarse que existen pequeñas variaciones en­


tre los valores dados en el C o m m en ta n o lu s y el D e rev o-
lutionibus; que el orden de los vectores no es siempre
idéntico; que el mecanismo que explica el movimiento de
Venus (5, 20-24) y el de los planetas superiores (5,4 -19 )
es de hecho el mismo que en Ibn al-Sátir (figs. 17 y 18)

126
y que las alteraciones en el orden de los vectores que exis­
te entre el Commentariolus y el De revolutionibus no afec­
ta para nada al fondo de la cuestión y había sido ya pre­
vista por los astrónomos árabes antes mencionados al
establecer la propiedad conmutativa de la adición de vec­
tores.
Así, para los planetas superiores es, a partir de la Tie­
rra, n , r2, n , r3, en De revolutionibus, 5 , 4-19 mientras
en Commentariolus es u , ti, r2 u serie que se obtiene

127
F igura 17. — Sistema de los planetas superiores y Venus
segtln Ibn al-Satir (apud E. S. Kennedy y V. Roberts)

desplazando el último vector de Ibn al-§átir (fig. 18) al


primer puesto.
En el caso de Mercurio, verdadera cruz de los astróno­
mos de todas las épocas, Qutb al-Dín al-Slrázi88 y sobre

88. Cf. E. S. Kennedy, “ Late medieval planetary theory

128
5 . — VERNET
129
i

Modelo de Qutb d-Dln para Mercurio


F igura 1 9. —
(según E. S. Kennedy)
130
F igura 20. — Modelo de Mercurio según Ibn al-Satir
(apud E. S. Kennedy y V. Roberts)

todo Ibn al-Sátit80 obtienen un modelo (cf. figs. 19 y 20)


que coincide — salvo ligerísimas variantes en los paráme­
tros— con el de De revolutionibus (5 ,2 5 -3 0 ) hasta el
punto que la misma figura sirve para la obra de ambos
autores.
E l movimiento de este planeta dio bastantes quebra­
deros de cabeza a Copérnico (cf. 5, 32) no tanto por su
complejidad, que sólo se ha resuelto en nuestro siglo al*8 9

pp. 371-373; O. Neugebauer, On the planetary tbeory o f Coperni-


c u s ..., pp. 95, 98 y 100.
89. Cf. E. S. Kennedy y V. Roberts, The planetary tbeory of
Ibn al-Shatir, pp. 231-232.

131
poderse explicar con la teoría de la relatividad restringida
el desplazamiento de su perihelio, sino porque, com o dice
en 5, 30, las nieblas del Vístula no le permitieron realizar
observaciones aceptables del mismo y tuvo que fiarse de
las realizadas por Bernard Walther (1491), discípulo de
Regiomontano y Juan Schoner (1504). Hace notar (5 ,2 5 )
que Mercurio, “ por su propio movimiento no describe
siempre el mismo círculo, sino círculos muy distintos, se­
gún su distancia al centro: el más pequeño cuando está
en K, el mayor cuando se encuentra en L y el intermedio
cuando está en I, de modo muy parecido a lo que sucede
en el epiciclo de la Luna. Pero lo que en el caso de ésta
sucede en la circunferencia, en el de Mercurio se realiza
mediante movimientos recíprocos sobre el diámetro com­
puesto por movimientos regulares. Cómo se realiza lo he­
mos expuesto al hablar del movimiento de precesión de
los equinoccios” (3 ,4 ) , es decir, mediante el par del fOsI,
en que el movimiento del punto menor que engendra el
diámetro es una función armónica en que

A H = 2 r (1 —eos f )

Copérnico, pues, soluciona el problema mediante mo­


vimientos uniformes circulares debidamente articulados
apartándose así de la tradición del occidente cristiano y
musulmán — que le era indudablemente conocida — y
que ante la imposibilidad de hacer coincidir las posiciones
observadas con las calculadas habían roto, de modo ex­
plícito y para el caso de Mercurio, con la pretendida ar­
monía circular de las esferas. En efecto, Azarquiel, en su
lámina de los siete planetas o ecuatorio00 sitúa en una
cara de la lámina los deferentes de Venus, Marte, Júpiter9 0

90. Cf. E, Poulle y F. Maddison, “ Un équatoire de Franciscus


Sarzosius” , Pbysis, 5 (1963), pp, 43-64.

132
y Saturno y en la otra “ está el círculo de Mercurio y el del
Sol. La causa de haberse dispuesto de esta manera aislada
la esfera o círculo de Mercurio es que tiene la figura se­
mejante a un huevo (en el texto árabe baydí), según la
forma llamada ovalada entre los técnicos en la astronomía,
la cual ofrece una convexidad prominente en dos de sus
puntos: en el apogeo y en el perigeo” .01 Este texto, publi­
cado en 1950, confirmaba plenamente la lámina que figu­
ra en el libro III, p. 282, de los Libros del saber de astro­
nomía del Rey D. Alfonso X de Castilla,92 y que coincide
a su vez con las manifestaciones de Penerbach “ circum-
ferentiam deferenli circulareni sed polius figurae habentis
úmililuiinem plana oval't periferiam describere” ,93 y que
acaba siendo una de las hipótesis de Kepler®4 que le lle­
varon a la formulación de: su primera ley.
Copérnico, en 5, 35 trata de las estaciones y retrogra-
daciones siguiendo a A polonio (Almagesto, 1 2 ,1 ) y, en el
libro V I, se enfrasca en la determinación de latitudes de
un m odo que parece independiente de Ibn al-Sátir9r> y
mucho más elaborado de acuerdo con las teorías tradicio­
nales de las tres correcciones.

91. Cf. J. M. Millas, Estudios sobre Azarquiel ..., pp. 459


y 468.
92. Edición de M. Rico y Sinobas (Madrid, 1863-1867).
93. Theoricae vovac planetarum (Nuremberg, 1472), fol. 21,
apud. W. Hartner, “ Tlic Mercory Horoscope of Marcantonio M i-
chiel o£ Venice”, VA, I (1955), pp. 84-138.
94. Astronomía nova (Hcidelberg, 1609).
95. V. Roberts, “ The planetary theory of Ibn al-Shatir: latitu­
des of the planets” , Tsis, 57 (1966), pp. 208-219.

133
LA DIFUSIÓN DEL SISTEMA
DE COPÉRNICO

La supervivencia del sistema heliocéntrico desarrollado


por Copérnico a lo largo de los siglos xvx y xvix se debe
más al contenido matemático del mismo que al ideológico.
Y a antes de que ápár'é'ciera el De revolutionibus los teó­
logos protestantes se oponían a su doctrina cósmica y, bue­
na prueba de ello, es la nota anónima de Osiander que
precede a la obra básica de la astronomía moderna. Cabe,
pues, suponer — y todos los datos que poseemos invitan
a pensar que se trata de una realidad — que al ser puesta a
disposición de los lectores en 1543 fue estudiada con pa­
sión. ¿Por quiénes? El público general difícilmente podía
pretender seguir, con conocimiento de causa, más allá de
los diez capítulos iniciales del libro I. Y éstos eran los que
escandalizaban a los filósofos y a los teólogos. Más allá, a
partir del capítulo 12, la materia, era tan téenica que sólo
los matemáticos podían entenderla. Y , evidentemente, si­
guieron adelante descubriendo que los procedimientos de
jcálculo y las hipótesis ( !) en que aquéllos se basaban, arro­
baban resultados más exactos que los obtenidos con las
Tablas alfonsinas. La consecuencia es de fácil deducción:
el De revolutionibus permitía calcular das tablas y lo sa l-
manaques, tan necesarios a los astrónomos y astrólogos de
la época, y por tanto debía ser utilizado con tal fin sin
entrar en disquisiciones — siempre peligrosas ante las igle­
sias— de si Copérnico había expuesto una teoría o se

134
trataba de simples hipótesis conforme apuntaba el pre­
facio.1
En esta línea se sitúa el cálculo paralelo, por los dos
sistemas, copernicano y alfonsino, que hizo Lauterbach
(Wittenberg) de la conjunción de Júpiter y Mercurio del
21 de diciembre de 1544 y del eclipse de Luna del mismo
mes. Las observaciones dieron la razón al De revolutioni-
bus. Un paso más adelante lo da Reinhold, enemigo del
sistema heliocéntrico, pero admirador del aparato y pro­
cedimiento matemático utilizado por Copérnico,1 2 quien
calculó, según sus métodos, el calendario de 1545. Ani­
mado por la exactitud de los resultados obtenidos en­
tre 1544 y 1549, Reinhold redactó unas tablas que dedicó
al duque Alberto de Pmsia y que por eso reciben el nom­
bre de Tablas prusianas o pruténicas.
En 1552, Steinmetz apuntó que la mayor exactitud
obtenida en los cálculos realizados de acuerdo con la nor­
mativa del De rcvolnlUnill'its era una prueba en favor del
heliocentrismo mientras q u e , por contra, Melanchton, re­
afirmándose en sus ideas < \puestas en 1541, en sus hútiis
doctrinas physicac ( 1549) al comentar el brillo extraordi­
nario de Júpiter cu la oposición del verano de 1548, arre­
mete contra el sistema heliocéntrico considerándolo como
una hipótesis absurda: " Aunque no faltan quienes se ríen
cuando un físico acude a pruebas teológicas, tenemos no
obstante por conveniente relacionar la Filosofía con la Pa-

1. Sigo en este capítulo a K. Zinner, Entstehung und Ausbrei-


tung der Coppemicanischcu IrPre (Erlangen, 1943). A. Romafiá,
“ La difusión del sistema «le Copérnico”, Euclides, 4, 35-36 (1944),
23 pp.; J. Vemct, “ Copcmii us in Spain” , Colloqitia Coperni-
cana, 1 (V) (Ossolínoinn, I'»/ ’ ), pp. 271-291; A. Romana, “ Le
monde, son origine et sa sim rune aux regarás de la seience et de
la fo i”,Essai sur Dicu, l’lntwwí- et l’univers, pp. 115-172.
2. Cf. A . Birkcnniajcr, “ I .«• «-ommentaire inédif do K. Reinhold
au De revolutionibus de Co|H-inie” La Science an X V I * siccle (Pa­
rís, 1960).
labra de Dios y, cuando el espíritu se halla en tinieblas,
investigar la divina disposición cuanto podemos. Un Sal­
m o afirma con toda claridad que el Sol se mueve. Y de
la Tierra dice otro: ‘Has puesto la Tierra firme, no se in­
clinará por los siglos de los siglos’ . Y en el primer capítulo
del Eclesiastés, dice Salomón que la Tierra permanece es­
table eternamente en tanto que el Sol sale y se pone y
corre a su sitio hasta que sale nuevamente. Pero además
hay una serie de pruebas físicas que concuerdan con las
manifestaciones de la Sagrada Escritura: 1) Cuando un
círculo gira, su centro permanece en reposo; 2) Porque no
se observan los fenómenos físicos que se seguirían de
no estar la Tierra en el centro del mundo” y que son los
mismos que hemos mencionado al tratar [p . 51] de la
hipótesis de Bimni, puesto que “ cualquiera de esas tres hi­
pótesis es absurda” . Melanchton continúa aduciendo ar­
gumentos de tipo clásico que, de un m odo u otro hemos
analizado más arriba.
Peucer, profesor de la universidad de Wittenbetg, en
sus Elementa doctrinae de circulis coelestibus et primo
mota (1551) expone con claridad sus ideas al landgrave
de Hesse en el sentido de que debe prohibirse la enseñan­
za de la doctrina heliocéntrica y, en cambio, autorizar el
uso de los métodos matemáticos expuestos en el De re-
volutionibus. Por su parte, Gemma de Frisia, en una carta
dirigida a Stadius (1555) rechaza la teoría y Clavio, en su
comentario a la Esfera (1570) de Sacrobosco utiliza a Co-
pérnico con frecuencia, sigue sus cálculos, le elogia como
observador, pero rechaza su teoría con argumentos pare­
cidos a los de Melanchton. Católicos y protestantes están
ya de acuerdo en este punto.
La suerte de Copérnico en el resto de Europa — ex­
cepción hecha de España e Inglaterra — no fue mucho
mejor que en Alemania: se aceptaron sus procedimientos

136
de cálculo, pero no sus teorías: las universidades de Zu-
rich (1553), Rostock (1573) y Tubinga (1582) conde­
naron el heliocentrismo. En Italia, Moleti utilizó para el
cálculo de sus anuarios de 1564 a 1584 los métodos de
Copérnico para los planetas superiores mientras que, para
el resto, y hasta 1580 prefirió las Tablas alfonsinas. Pero
a partir de la última fecha sólo trabaja con los primeros
“ porque las Tablas alfonsinas no responden a las realida­
des celestes y nos encontraríamos perdidos y en una situa­
ción imposible si Nicolás Copérnico, el Hércules de nues­
tro tiempo, no las hubiese acomodado con sus hipótesis y
sus números” . Pero se nos habla de hipótesis para no
incurrir en suspicacias. Maurolico (1494-1575), en el pre­
facio de su Computus ecclesiasticus (Venecia, 1575) dice:
“ Sea también aniquilado Copérnico, que deja quieto al
Sol y hace girar la Tierra com o un trompo y más merece el
látigo que una reprimenda” .
En Francia la situación es idéntica. La Sorbona, al
emitir informe sobre la reforma gregoriana declara (1578):
“ Entre los nuevos maestros — lobos cuenta también la
Facultad a los nuevos astrónomos — tanto com o contra
Lutero, Calvino y Beza ... se vuelve la Facultad contra
aquellos ... que revolviendo la Tierra con los délos, sos­
tienen alegremente que todo el orbe de la Tierra se mue­
ve. Tales enseñanzas deben ser extirpadas no menos que
las de los herejes” . Pero frente a la Sorbona puede poner­
se el ejemplo de Salamanca. En los Estatutos hechos por
la muy insigne Universidad de Salamanca3 bajo la rúbrica
del año 1561, en el título X V I I I referente a la cátedra
de astrología se establece claramente que en “ el segundo
curso [deben leerse] seis libros de Eudides y Aritmética
hasta las raíces cuadradas y cúbicas y el AJmagesto de To-

3. D iego Cusió, 1395.

137
lomeo o su Epítome de Monte Regio o Geber o Copérnico
al voto de los oyentes. En la sustitución la E s f e r a Esta
decisión es sorprendente y más teniendo en cuenta las pe­
ripecias, puestas de manifiesto por E. Bustos en un estudio
reciente,4 que sufrió la redacción de este título. Y es más
sorprendente aún desde el momento que se da en la Es­
paña de Felipe II, después de los decretos sobre censura
de libros y prohibición de viajes de estudio al extranjero
(1558) que se aplicaban sin excepción de personas o es­
tamentos. Y las doctrinas del De revolutionibus eran co­
nocidas desde el momento de su publicación puesto que
el 21 de marzo de 1543, Sebastián Kurz, agente de Car­
los I en Alemania, había remitido a éste un ejemplar con
un billete en que aludía claramente a las polémicas en
torno al mismo. Salamanca precedió así a la misma Cra­
covia5 en la difusión del sistema heliocéntrico sin sufrir
intromisiones ni del poder real ni de la Inquisición. Des­
de 1582 se aplicaron sus doctrinas al cálculo de efemérides
(Vasco de Piña); Juan de Herrera, director de la Acade­
mia de Matemáticas, pidió en 1584 al embajador de Es­
paña en Venecia que le enviara un lote de libros entre los
cuales figuraba el de Copérnico “ si ha sido traducido a
una lengua vulgar” y lo que es más, un monje agustino,
D iego de Zúñiga (1536-1597) en su Comentario a Job
(1579) demuestra que, rectamente interpretadas, las Sa­
gradas Escrituras no se oponen al movimiento de la Tierra,
ya que la doctrina de Copérnico “ no contradice la afirma­
ción de Salomón en Eclesiastés [1 , 4 ] : ‘La tierra está fija

4. “ La introducción de las doctrinas de Copérnico en la Uni­


versidad de Salamanca” , RRACEFN 67, 2 (1973), pp. 235-252.
5. J. Adamczewski, Nicolás Copérnico ..., p. 73, afirma que en
esta última universidad se explicó por primera vez entre 1578 y
1580 por Walenty Fontanus con ayuda de un instrumento llamado
astrolabium acrum. Compárese esta noticia con lo que más arriba
hemos dicho sobre Abu Zayd Siyzi.

138
eternamente’ . Esto quiere decir que por más siglos que
transcurran, por más generaciones de hombres que se su-
cedán sobre la tierra, la tierra siempre será la misma y se
mantendrá sin cambios. Y eso quiere decir, según el con­
texto, ‘ Pasa una generación y otra viene, pero la tierra
sienqpre es la misma’ . Por tanto no se ajusta con el con­
texto si se interpreta, com o generalmente hacen los filóso­
fos, en el sentido de la inmovilidad de la Tierra. En cuanto
a sacar un argumento de que este capítulo del Eclesiasíés
y muchos otros de la Sagrada Escritura que mencionan el
movimiento del Sol, al que Copérnico coloca en el centro
del universo, no invalidan la opinión de éste, puesto que
en el lenguaje corriente el movimiento de la Tierra se atri­
buye al Sol y el propio Copérnico lo hace, ya que frecuen­
temente habla del movimiento del Sol refiriéndose al de la
Tierra. En resumen: en las Sagradas Escrituras no hay nin­
gún pasaje que diga claramente si la Tierra se mueve o no.
El pasaje aludido muestra el maravilloso poder y sabiduría
de Dios que puede mover la Tierra a pesar de lo pesadísi­
ma que e s ” .
Estas afirmaciones desaparecerán, naturalmente, en las
ediciones que siguieron a la condenación de Galileo por el
Santo O ficio (1616) y en las anteriores a esta fecha que
estuvieron en manos de gentes piadosas que las rasparon
o borraron. Por eso son pocos los ejemplares intactos que
han llegado hasta nuestros días. En cambio, la utilización
de los procedimientos matemáticos del De revolutionibus
siguió sin mayores contrariedades en los almanaques de
Suárez Argüello (1608), Freyre de Sylva (1638), Lázaro
Flores (1 6 3 3 ), etc.
En Inglaterra es Tomás Digges quien creyendo que las
variaciones de luminosidad de la nova de 1572 eran prue­
ba del movimiento de traslación de la Tierra, se lanzó a
propagar, m mi apéndice a los Pronósticos (1576) de su

139
padre, matemático también, el sistema heliocéntrico,tra­
duciendo parcialmente al inglés y anotando el libro I del
De revolutionibus. Para Digges las estrellas fijas se hallan
todas en el último cielo, pero a distintas distancias <^e la
Tierra tal y com o hemos visto ya había apuntado Avicena.
Tres grandes personalidades intervienen de modcj de­
cisivo en la posterior suerte del sistema: Tycho Bjpahe
(1546-1601), quien al conseguir determinar desde sil ob­
servatorio de Uraniborg las posiciones de los astros con
la mayor exactitud conseguida hasta entonces, se encontró
en situación de poder juzgar, con conocimiento de causa,
entre los dos máximos sistemas del mundo: para Saturno,
el cálculo copernicano era mejor que el tolemaico en cuan­
to a longitud, no en cuanto a latitud; para Júpiter, mejor
en los dos casos, pero peor para Mercurio. Por una parte
le repugnaba el vacío inmenso que había que dejar entre la
esfera ( que él mismo contribuyó a destruir) de Saturno y
la de las estrellas fijas (falta de paralaje anua de éstas)6
y por otra parte él mismo había corregido satisfactoria­
mente a Copérnico en las teorías del Sol (afirmando que la
excentricidad crece y en consecuencia los pronósticos que
de ella se habían sacado eran falsos),7 y de la Luna, pues
habían mejorado tan satisfactoriamente el cálculo de los
eclipses que, en lo sucesivo, Simón Mario y Kepler si­
guieron sus procedimientos. Por tanto, nada le impedía
idear un nuevo sistema — que no es exactamente el mis­
mo de Heráclides de Ponto — que armonizara ciencia y
religión. Como éste se puso a prueba en el cálculo de
efemérides y demostró ser eficaz, el ticonianismo pasó a
ser el sistema preferido por los defensores a ultranza del

6. Tycho consideró que Saturno distaba 12.300 radios terres­


tres de nuestro planeta (Copérnico, 10.477) y 14.000 las estrellas
fijas.
7. Cf, p, 12.

140
gebcentrismo. A pesar de la remora que esto supuso para
el desarrollo del heliocentrismo, Tycho tiene el mérito in­
dudable, junto con Jerónimo Muñoz, de haber desterrado
para siempre el dogma de las esferas cristalinas, de haber
vapuleado la física aristotélica en lo que tenía de censura­
b le y de haber reconocido a Copérnico las dotes de obser­
vador genial y superior, en sus teorías, al propio Tolom eo
justificando sus errores en el escaso y deficiente instru­
mental de que dispuso.
Kepler, discípulo de un copernicano convencido, Mast-
lin¡ y ayudante de Tycho, estaba imbuido de ideas aprio-
rísticas acerca del sistema del mundo y quiso darles un
fundamento racional. El Sol es para él “ fuente de la luz,
así también se hallarán en el alma, la vida y el movimiento
del mundo; y según esta disposición, en tanto que las es­
trellas fijas permanecerán en reposo y los planetas se mo­
verán con un movimiento producido, al Sol tendremos que
asignarle el papel de m otor que siempre es incomparable­
mente más noble; de acuerdo, por lo demás, con lo que
corresponde de hecho a un astro tal, que por la magnifi­
cencia de su aspecto, la eficacia de su fuerza y el brillo de
su luz, deja atrás a todos los restantes. Gracias a lo cual
se le darán con mucha más razón que antes los nombres
gloriosos de Corazón del Mundo, Rey y Príncipe de las
estrellas, Divinidad visible y tantos otros que se le han
tributado” .8
El trabajo constante de Kepler y el poder disponer
éste de las observaciones de Tycho Brahe, desembocó en
el descubrimiento de sus tres célebres leyes que constitu­
yen el máximo monumento levantado a la memoria de
Copérnico. En el H a rm o n ices m undi (1618) puede confe­
sar que “ mucho tiempo he perdido con este arduo trabajo,

8. Mysterium cosmographicum (1596).

141
pero por fin me encuentro cerca del verdadero ser de jas
cosas. Y o creo que esto ha ocurrido por especial disposi­
ción divina, pues he hallado por casualidad lo que an es
no había podido descubrir por ningún camino; sin duda
ha sido así porque no he cesado de pedir al Señor <ue
sacase mis planes adelante si Copérnico había dicha la
verdad” . Que sus doctrinas triunfaran o no en aquel mo­
mento le tenía sin cuidado. “ La suerte está echada; el li­
bro está escrito. Si me aprobáis, me alegraré; si me retro­
báis, no me importa ... Quizá tendré que esperar un siglo
para conseguir un lector; Dios ha esperado más de seis p il
años para que un hombre comprendiese sus leyes.”
Sin embargo, el sistema copernicano no fue conocido
por el gran público hasta el momento en que Galileo fue
condenado por la Santa Inquisición. Ni el juicio, condena^
y ejecución de Giordano Bruno, heliocentrista convenci­
do y poético, habían conseguido tanta resonancia. A l ob-j
servar los objetos celestes con el anteojo y considerar
com o una realidad lo que veía se dio cuenta de que todq
confirmaba las teorías de Copérnico desde el momento en
que los fenómenos que de las mismas se deducían se pre-i
sentaban en la naturaleza,9 fases de Venus, o bien de­
mostraban la falsedad de los presupuestos aristotélicos
acerca de la incorruptibilidad de los cuerpos celestes (mon­
tañas en la Luna; manchas en el Sol; satélites de Júpiter).
La utilización, imprudente, que hizo de la Sagrada Escri­
tura para probar unos fenómenos científicos que nada te­
nían que ver con ella10 le atrajeron no sólo su condena
sino también la del De revolutionibus (3 de marzo
de 1616) que fueron ratificadas, tras la publicación del
Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, el

9. C f. A . Romañá, “ La obra astronómica de Galileo Galilei”,


Revista Matemática Hispano Americana, 2 (1942).
10. C f. A . Romañá, “ Le monde ...”, pp. 150-154.

142
2 l de junio de 1633. Galileo se vio obligado a jurar “ que
sií npre he creído, creo y con la ayuda de Dios creeré en el
fu uro todo aquello que considera, predica y enseña la
Saita, Católica y Apostólica Iglesia. Mas com o por este
Santo Oficio, tras haber sido jurídicamente intimidado
mediante un precepto del mismo a abandonar totalmente
la ¿Isa opinión de que el Sol es el centro del mundo y que
no'fee mueve, y que la Tierra no es el centro del mundo
y que se mueve, y habérseme ordenado que no podía con­
siderar, defender ni enseñar de ningún m odo, ni de viva
voj¡ ni por escrito, la mencionada doctrina. Tras habérse-
i notificado que dicha doctrina es contraria a las Sagra-
2 s Escrituras, por haber yo esci ito y publicado un libro
pn el cual trato de dicha doctrina ya condenada y aporto
tazones muy eficaces en su favor sin aportar solución al­
guna, he sido juzgado vehementemente sospechoso de he-
, rejía, es decir, de haber mantenido y creído que el Sol es
el centro del mundo e inmóvil y que la Tierra no es el
centro y que se mueve; por todo ello, queriendo yo apar­
tar de las mentes de sus Eminencias y de todo fiel cris­
tiano esta vehemente sospecha, <le mí justamente conce­
bida, con corazón sincero e infinita fe, abjuro, maldigo y
detesto los mencionados errores y herejías y en general
cualquier otro error, herejía o secta contraria a la Santa
Iglesia, y juro que en el futuro no diré ni afirmaré, ni de
viva voz ni por escrito, cosas tale; por las cuales pueda yo
ser objeto de tales sospechas; y si yo conociera algún heré­
tico o sospechoso de herejía, lo denunciaré a este Santo
Oficio o al inquisidor u ordinarii • del lugar donde me en­
cuentre
Esta condena alineó a la Igle ia católica junto a las re­
formadas y dificultó la difusión d ;1 nuevo sistema que sólo
pudo hacerse por el resquicio entreabierto p or Osiander:
el de las hipótesis. En lo sucesivo los astrónomos optarán

143
por una de estas tres posiciones: 1) someterse a la autori­
dad eclesiástica y seguir con el sistema geocéntrico; 2) p-
ventar o aceptar otros sistemas que no se opongan a ks
Sagradas Escrituras, y 3) defensa a ultranza, bien copo
teoría, bien com o hipótesis, del heliocentrismo. Pero to­
dos ellos utilizan, cuando les conviene, los procedimientos
de cálculo divulgados por Copérnico.
1. La defensa a ultranza de Tolom eo o de la fínica
aristotélica pierde fuerza rápidamente en beneficio del ¿sis­
tema ticónico. Casos com o el de Gassendi en Francia ibn
raros. Escribe en una de sus epístolas de De motu m-
presso a motore translato (1641): “ Aunque los copernim-
nos sostienen que los pasajes de la Escritura que atribur
yen la inmovilidad a la Tierra y el movimiento al Sol, séj
deben entender de las apariencias con todo, como¡
hombres que tienen tanta autoridad en la Iglesia los en­
tienden de otra manera, me separo en ello de los coperni-
canos y no me avergüenzo en este asunto de cautivar mi
inteligencia” . En Inglaterra es A . Ross quien en su The
new Vianet not Vianet, or the Earth no waniring Star
(1641) quien mantiene el tolomeísmo a ultranza — es uno
de los poquísimos ingleses que tal hizo — refutando así la
obra del obispo J. W ilkins, Discovery of a new world
(Londres, 1640), que no sólo sostenía que la Tierra era un
planeta sino que la Lima era una especie de Tierra habi­
tada. En España, Salamanca, que tan avanzada se había
mostrado en el siglo x v i, pasa al punto opuesto y aun
en 1770 se niega a que en sus aulas se explique a Newton,
Gassendi y Descartes, puesto que sus principios o no es­
tán de acuerdo con la verdad revelada o con Aristóteles.
2. El sistema ticónico no sólo no contradecía a las
Sagradas Escrituras (aunque sí a Aristóteles) sino que fa­
cilitaba unos modelos matemáticos capaces de representar
muy bien las realidades observadas. De aquí que muchos

144
astrónomos lo adoptaran. Por ejemplo los alemanes Müller
(1609), amigo personal de-Kepler; el padre jesuíta Schei-
ner, rival y enemigo de Galileo y fundador de la heliofí-
sica, y el sueco Longomontanus, que había sido ayudante
de Tycho. En su Astronomía danica (Amsterdam, 1622
y 1640) considera como físicamente absurdo el movimien­
to de traslación de la Tierra — las estrellas fijas no pre­
sentan paralaje anuo — , pero admite, en cambio, el mo­
vimiento de rotación.
El padre Juan Bautista Riccioli modifica el sistema ti-
cónico haciendo girar alrededor del Sol a Mercurio, Venus
y Marte; y al Sol, la Luna, Júpiter y Saturno en torno a la
Tierra. Sus libros Almagestum novum astronomiam vete-
rem novamque complectens (Bolonia, 1651) y Astrono-
miae refórmatele (Bolonia, 1665) tuvieron una gran difu­
sión en el mundo católico e influyeron de m odo decisivo.
En la primera de las obras citadas juzga doctrinalmente
la sentencia de Galileo con las siguientes palabras: “ Com o
no ha habido sobre esta materia definición alguna del So­
berano Pontífice ni de un Concilio dirigido y aprobado por
él, no es en m odo alguno de fe que el Sol gire y la Tierra
esté inmóvil, a lo menos en virtud misma del Decreto del
Santo O ficio” , y el P. A . Kochansky, polaco, manifestaba
unos años después (1685): “ Será permitido y aun nece­
sario abandonar esta interpretación literal de estos pasajes
de la Sagrada Escritura el día en que se encuentre una de­
mostración físico-matemática incontestable del movimien­
to de la Tierra, y esta demostración todos tienen el dere­
cho de buscarla” . En España, cuando ya todo el mundo
culto admitía el copernicanismo, el médico filósofo Andrés
Piquer, a mediados del siglo x v m , aún defiende en su Ló­
gica el sistema ticoniano:11 “ Dice Copérnico que la Tierra

11. Cf. J. Vemet, Copernicus ..., p. 282.

145
da cada día una vuelta entera sobre su eje, y que en iin
año la da alrededor del Sol, que supone estar en el centro
del mundo. Y considerando el entendimiento que no se
conforma este hecho que refiere Copérnico con las verda­
des que alcanzamos con las Sagradas Escrituras ni con
aquellas que adquirimos con la experiencia, lo mira como
inverosímil. Por el contrario, diciendo Tycho Brahe que
la Tierra está en el centro del mundo, que el Sol y todos
los demás planetas dan una vuelta cada día alrededor de
ella, y que Marte, Júpiter, Saturno, Mercurio y Venus dan
su vuelta anual alrededor del Sol, y hallando el entendi­
miento todas estas cosas conformes con la experiencia y
con la razón, tiene al sistema de Tycho Brahe por verosí­
m il” . Pero lo que es más sorprendente es que José Santia­
go de Casas invente un nuevo y desatentado sistema que
expone en su Relox universal de péndola y en él nueva
idea del sistema del universo (Madrid, 1758).12
3. Evidentemente en el mundo católico el problema
había quedado definido de m odo general con la sentencia
de 1633. Pero esto no fue obstáculo para que el profesor
de Lo vaina Van Velden se atreviera a anunciar para el
15 de enero de 1691 la defensa de unas tesis en que decía
que “ la teoría copernicana de la revolución alrededor del
Sol de los planetas, entre los cuales se cuenta con razón
a la Tierra, es indudable” . El Claustro le recordó la prohi­
bición del Santo Oficio y suprimió el acto. Pero Van Vel­
den lo celebró el día 22 cambiando la palabra indudable
por segura. El Decano le condenó a una multa y estar tres
meses separado de la cátedra, a lo cual no se avino y, con
ayuda de los estudiantes, intentó seguir el curso normal­
mente. Esto fue origen de un pleito y com o resultado del
mismo pudo continuar su docencia hablando de los moví

12. Cf. J. Vemet, Copernicus ..., p. 281.

146
mientos de los planetas, pero sin citar explícitamente a la
Tierra. A lgo después, en 1719, en Ingolstadt (Austria), un
profesor de medicina, J. J. Treiling, apoyaba unas tesis en
las que incidentalmente no sólo se elogiaba a Copém ico
por encima de Tolomeo sino que además afirmaban que no
era cierto que estuviera en contradicción con la Biblia. La
Facultad de Teología protestó pidiendo que se aclarara
que todo lo que se decía era una simple hipótesis.
Más trágico fue lo sucedido en esas mismas fechas en
el mundo luterano: Nils Celsius fue ju 2 gado y condenado
en 1679 por la Facultad de Teología de Upsala por haber
querido defender públicamente las afirmaciones de su te­
sis de doctorado De principiis astronomicis propiis. Los
profesores que le apoyaban, com o Stole, le abandonaron y
volvieron al sistema geocéntrico. Celsius, que no quiso re­
nunciar a sus ideas, no accedió a la cátedra hasta 1719 y
aun así tuvo que abstenerse de explicar claramente el sis­
tema copernicano.
En el transcurso del siglo x v i i los heliocentristas van
adquiriendo cada vez mejores argumentos en favor de sus
ideas: así Simón Stevin (1 6 0 8 )13 en Holanda y J. Strauss
(1627) en Alemania; Boullian (1639) y Deschales (1674)
en Francia; Coronelli (1693) en Italia. A l mismo tiempo
la difusión de los planetarios de Blaeus y más tarde los
construidos por Harris14 familiarizaban más y más a las
gentes con las ideas de la nueva astronomía que quedó
confirmada con la aparición de los Philosophiae naturalis
principia mathematica (1687) de Isaac Newton. Éste, al
conseguir unificar la dinámica de los cielos y de la Tierra
rigiéndolas con una única ley de la cual eran casos partícu-

13. Cf. A . Gerlo, “ Copernic et Simón Stevin” , C id e l T eñe,


69 (1 9 5 3 ), PP- 277 -2 8 8.
14. Véase v. g. el cuadro de J. W right que representa a un
grupo de estudiantes holandeses alrededor de un planetario inglés.

147
lares todas las hasta entonces enunciadas, incluyendo las
célebres de Kepler, dio un golpe mortal a las teorías geo­
céntricas. Tan es así que el triunfo definitivo del copemi-
canismo es, en cada país, el de la fecha de la introducción
en el mismo de los Principia. A partir de 1732 se difun­
den en Francia por obra de Maupertuis quien, más tarde,
tras su expedición a Laponia, confirmaría la existencia del
achatamiento polar de la Tierra tal y com o debía ser como
consecuencia de su movimiento de rotación y tal como ha­
bían hecho sospechar las mediciones del período de osci­
lación del péndulo a distintas latitudes realizadas por Ri-
cher a fines del siglo xvn. En Italia, Capelli, en su Astro-
sophia numérica (1733) dio a conocer las bases matemáti­
cas de la nueva filosofía natural; en Alemania y en Suecia
se aceptaron las tesis newtonianas a partir de 1716.
Todo ello explica que los más despiertos teólogos de
las distintas iglesias se manifestaran muy liberales en el
siglo xvin . El P. Amort (1730) sostiene que “ la opinión
de Copérnico encuentra actualmente, tanto entre los cató­
licos com o entre los protestantes, tan favorable acogida
que la mayoría de ellos no se avergüenza de considerar el
movimiento de la Tierra com o una verdad averiguada y,
por así decirlo, inmediata” .
En España fue Jorge Juan quien a mediados de siglo
se puso a la cabeza del movimiento renovador dejando de
lado los subterfugios de los padres Caramuel, Tosca y Za­
ragoza. El triunfo del sistema copernicano en la Península
influyó en la expansión del mismo por Hispanoamérica.
En el virreinato de la Plata lo defendió ya Pedro A . Cer­
vino (m. 1816) y en el de Nueva Granada José Celestino
Mutis cuyas polémicas científicas permiten ver el grado de
libertad de pensamiento al que se había llegado a fines
del siglo xvill.
Las observaciones de Richer, Maupertuis y La Con-

148
damine eran pruebas más que suficientes de que la Tierra
posee un movimiento de rotación conforme vino a con
firmar Foucault, ya en el siglo xix, con su brillante expe­
rimento realizado en el Panteón de París. En cambio, d
movimiento de traslación fue discutido durante latí',o
tiempo debido a la falta de paralaje anua de las estrellas.
En rigor debiera haber bastado con la determinación ¡li­
las dimensiones de la órbita terrestre realizada por 1 W
mer en 1676. Pero los geocentristas argüían, incapaces de
imaginar un universo de las dimensiones del nuestro, que
la falta de paralaje estelar implicaba el geocentrismo. Los
intentos de Otto von Guericke para determinar las para­
lajes de Sirio y Vega fracasaron (1663). En 1727, Horre-
bows lo intentó de nuevo, pero también sin éxito. Un año
después, el descubrimiento de la aberración de la luz por
Bradley dio la primera prueba objetiva del movimiento de
traslación de la Tierra, que quedó confirmada un siglo más
tarde (1838) cuando Bessel consiguió medir la paralaje de
la estrella 61 de la constelación del Cisne.
A partir de este momento pudo ya afirmarse, sin lugar
a dudas, que Copérnico había triunfado.

149
ÍNDICE

Astrología y astronomía en el Renacimiento . . 5

C o p é r n ic o ............................................................. 25

La astronomía precopernicana........................... 36

1. El movimiento de la Tierra en la tradición


clá sica ....................................................... 36

2. El movimiento de la Tierra en la tradición


i s l á m i c a ................................................. 42

3. La herencia matemático-astronómica de la
Antigüedad y del M e d io e v o ................ 57

Copérnico com o astrónomo observador . . . . 70

El “ Commentariolus” ...................................... 75

El “ De revolutionibus” ...................................... 90

La difusión del sistema de Copérnico . . . . 134


HUV-

Durante el Renacimiento, cuando la astronomía y la a i


trología intentaban dar una explicación coherente do
universo, Copérnico, uno de los más grandes cien!
ficos de la historia de ia humanidad, supo extraer km
últimas consecuencias de todos los datos que la tr il,
dición le legaba. Las observaciones realizadas por lo:,
principales astrónomos de la antigüedad y de la ejjad
media, unidas a las suyas propias, le convencieron (h:
que el sol se encontraba en el centro de nuestro sis
tema planetario —verdad que ya había sido entrevista
por varios de sus precursores— y tuvo la valentía
— que faltó a ia mayor parte de aquéllos— de procla
marlo públicamente. Para demostrar su tesis realizó
numerosos cálculos, fruto de los cuales fue su obra
maestra, De las revoluciones de los orbes celestes
que el profesor Vernet, catedrático de la Universidad
de Barcelona, analiza teniendo en cuenta ios traba­
jos d.e los precursores de Copérnico, y poniendo de
relieve su influencia hasta fines del siglo XVIII.

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