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Los ratones expuestos a los niveles de contaminación atmosférica de una gran ciudad
presentan cambios en la expresión de genes inflamatorios y cancerígenos en su cerebro.
Cada vez más, los gobiernos locales de grandes ciudades en el mundo consideran la
contaminación atmosférica como un problema de salud pública, ya que se ha
relacionado con gran número de enfermedades respiratorias.
Sin embargo, se conoce mucho menos sobre los efectos de la contaminación en otros
sistemas del cuerpo.
Tan solo un mes de exposición fue suficiente para que los científicos detectaran
acumulación de metales tóxicos como el níquel, el cobalto y el zinc en el cerebro de los
roedores.
Además, hace un mes se publicó un artículo en el que hallaron una relación entre la
contaminación del aire y la progresión de la enfermedad de Alzheimer.
Resulta sorprendente que los efectos de la polución en el aire no se limiten a los
pulmones y vías respiratorias, sino que los contaminantes tengan la capacidad de hacer
camino hasta el encéfalo.
Pero cabe preguntarse: ¿cómo llegan las sustancias contaminantes al cerebro? Los
investigadores responden a esta pregunta con dos mecanismos.
La nariz está formada por el epitelio olfativo que, a su vez, se compone de neuronas
modificadas.
Proponen que los metales tóxicos ingresan directamente en estas neuronas y viajan a
través de ellas hasta el bulbo olfatorio alojado en la base del cerebro.