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Daniel Bustamante Fernández

Aborto, consumo de drogas y regulación estatal

Los casos de Chile y Colombia

I. Introducción

El Estado moderno en las democracias liberales se instituye, en la práctica, como un


regulador tanto de las relaciones sociales como de las decisiones y prácticas que conciernen
enteramente a la esfera privada. Sobre esto último, tanto el porte y consumo de sustancias
psicoactivas como la interrupción voluntaria del embarazo constituyen dos materias entorno
a las cuales paulatinamente se ha trasegado desde ordenamientos jurídicos restrictivos hacia
perspectivas legales cada vez más progresistas. No obstante, para el caso latinoamericano, en
términos generales, la regulación continúa siendo significativamente restrictiva con respecto
a estos asuntos. Particularmente, países como Chile y Colombia han adoptado en su
ordenamiento jurídico prescripciones que, por un lado, les otorgan a las mujeres la facultad
de decidir en torno al aborto siempre y cuando se cumpla alguna de las tres causales estimadas
en la ley, siendo estas i) gestación producto de una violación; ii) salud física de la madre en
riesgo y iii) malformaciones del feto. Por otro lado, en lo que concierne a las regulaciones
sobre el porte y consumo de drogas, ambos países presentan ordenamientos jurídicos
similares. Para el caso colombiano, la Corte Constitucional, en su sentencia C-221 de 1994,
despenalizó el porte y consumo de sustancias psicoactivas siempre y cuando estas no
superasen la denominada “dosis personal”, cuyo gramaje exacto queda a discreción de lo que
los consumidores consideren como su dosis mínima (Dinero, 2018). Por su parte, en Chile,
la Ley 20.000, promulgada en 2005, no señala directamente el consumo de drogas como un
delito, aunque sí es estipulada como una falta que acarrea sanciones mas no demanda
implicaciones penales (Ministerio del Interior y de Seguridad Pública, s.f.). Con base en la
propuesta teórica desarrollada por la profesora Mala Htun (2003), el presente ensayo busca
proponer una breve explicación que de cuenta de los factores que han conllevado a la
despenalización de las tres causales de aborto señalados en ambos países —con una
significativa distancia temporal entre ambos países—, así como al carácter restrictivo
relativamente estable en que se fundamenta el marco jurídico en torno al consumo de
sustancias psicoactivas. En Colombia se lograron avances progresistas mucho más pronto
que en Chile en ambas materias gracias al papel activo de la Corte Constitucional, a la

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existencia de redes de interés que centraron sus actividades de presión en este actor y al
escaso protagonismo que tiene la Iglesia como institución subsidiaria o de consulta, a
diferencia del trámite legislativo que debieron surtir ambos campos en Chile, la existencia de
redes de interés sin abanderados claros y organizados, y a la preeminencia de la Iglesia
Católica como institución reguladora de la vida social.

II. Marco teórico

La regulación de la vida social y de los asuntos privados es un asunto que suscita profundo
interés investigativo entre círculos académicos de distintas disciplinas sociales. En el año
2003, la profesora Mala Htun presentó Sex and the State, una investigación acerca de las
regulaciones que los Estados latinoamericanos del cono sur, Argentina, Brasil y Chile, habían
adelantado durante el último tercio del siglo pasado con respecto al aborto, el divorcio y el
régimen patrimonial familiar. A medida que los tres países emprendían sus transiciones hacia
la democracia, se presentaron álgidos debates en torno a estos temas, impulsados por el
crecimiento del movimiento feminista, los cambios sociales y las relaciones entre Estado e
Iglesia Católica. Los principales hallazgos del mencionado libro dan cuenta que, durante las
dictaduras militares, los derechos de las mujeres fueron expandidos en los tres países. Bajo
el gobierno dictatorial brasileño se legalizó el aborto, mientras que esta práctica continuaba
siendo ilegal en Chile aún tras su tránsito a la democracia. De igual forma, ningún país
latinoamericano propendió por liberalizar el marco penal en torno al aborto.

Las transformaciones que efectivamente se llevaron a cabo en los tres países estudiados, ya
sea durante el régimen militar o gracias a la transición hacia la democracia, en materia de
derechos de las mujeres, son explicadas en la autora con base en un argumento que recalca
la necesidad de abordar específicamente los asuntos de género particulares sobre los cuáles
se configuran redes de interés. Dichos asuntos de género “difieren en cómo son procesados
políticamente, los grupos que crecen en el debate político y las ideas en confrontación” (Htun,
2003, p. 4). La autora sostiene que, por ejemplo, algunas preocupaciones políticas que ocupan
la agenda pública provocan un debate retóricamente cargado e informado en el que se
confrontan cosmovisiones, creencias arraigadas y tradiciones éticas y religiosas. Por otro
lado, existen preocupaciones políticas que ocupan grupos pequeños que dedican días a
argumentan sobre detalles de sintaxis y secuencia. Estas diferencias se traducen, a su vez, en

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el enfoque con que son adoptadas las políticas en torno a estos temas. Cuando se abordan
desde un sentido absolutista, las políticas tienden a ser vistas en términos simbólicos,
provocando “respuestas viscerales y choques de valores” (Htun, 2003, p. 4). La Iglesia
Católica juega un rol importante en el cambio hacia una agenda absolutista. Por su parte,
cuando los asuntos políticos se abordan desde una perspectiva técnica, se demanda de
conocimiento experto en la materia, provocando usualmente escasa controversia pública, en
tanto los grupos religiosos no adoptan una posición defensiva sobre tales asuntos.

Además de la influencia que tiene este procesamiento diferenciado de los asuntos de género
sobre el éxito de los ímpetus reformistas, el segundo elemento —y, a la postre, el principal—
que determina el alcance del cambio en la política de género lo constituyen las denominadas
“redes de interés”, concebidas como “coaliciones de élite de abogados, activistas de
movimientos feministas, doctores, legisladores y oficiales del Estado” (Htun, 2003, p. 4).
Estas redes, influenciadas por las ideas de la modernidad, equidad y libertad, los cambios
emprendidos en otros países —primordialmente en Europa—, así como los tratados
internacionales, configuran las dinámicas que subyacen a la reforma.

Las reformas que se pretendían implementar para entonces en materia de asuntos de género
atañen modificaciones sustanciales a los códigos y leyes criminales de los países
latinoamericanos, las cuáles presentan un arraigo social significativo, por un lado, y, por el
otro, un fuerte y sensible componente ético, sobre el cuál convergen agudas perspectivas
morales y sociales, lo que sitúa el debate no sólo en términos prácticos, técnicos o de salud,
sino también en un espectro ideológico altamente polarizado. Así, consecuentemente, las
posibilidades de éxito del cambio político dependían en cómo estas redes de interés sean
capaces de conectarse a las instituciones estatales. Las características institucionales de los
regímenes militares y democráticos, así como la relación entre Iglesia y Estado dieron forma
a este encaje entre las redes de interés y la burocracia estatal (Htun, 2003, p. 5).

Un gobierno democrático supone, al menos en teoría, una ventana de oportunidad para que
dichas redes logren canalizar sus prerrogativas en un marco institucional que, de entrada, se
presenta como significativamente más proclive a la integración de opiniones disímiles. El
éxito de las redes de interés en un sistema político como este podría llegar a ser más variado,
en tanto, en palabras de Htun, “dependía del peso del legado autoritario, del sistema de

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partidos políticos y de la fuerza de los compromisos ejecutivos y partidarios con los derechos
de la mujer” (2003, p. 5). No obstante, los gobiernos militares también adelantaron reformas
que beneficiaron las prerrogativas instauradas por dichas redes. Las dictaduras del cono sur,
particularmente la brasileña, se respaldaron en el criterio técnico de comisiones de expertos
con el propósito de modernizar el Estado y la sociedad. “Influenciados por tendencias
internacionales e ideas circulando en los círculos legales cosmopolitas —sostiene la autora—
estos expertos propusieron reformas que en algunos casos dieron luz a significativas
modificaciones al estado civil de las mujeres y a sus derechos de propiedad” (Htun, 2003, p.
7). A pesar de los avances en estas materias, el aborto continuó provocando
considerablemente mayor escándalo moral y polarización social (Htun, 2003, p. 153). Los
opositores al aborto se vislumbraban a sí mismos como defensores absolutos de la vida
humano, una posición que restringió la posibilidad de un compromiso político fuerte y
variado, la cual limitó, inclusive, la generación en la opinión pública de un debate riguroso
en torno a la conveniencia de descriminalizar o liberalizar la práctica del aborto.

III. Los debates en torno a la liberalización del aborto y la despenalización del


consumo de sustancias psicoactivas

Sobre esto último, la autora presenta una aclaración conceptual que permitirá comprender los
alcances de su argumento. Según esta, descriminalizar el aborto implica legalizar la práctica
de este. Por su parte, liberalizar el aborto significa promulgar leyes menos restrictivas. (Htun,
2003, p. 144). La liberalización de la legislación busca ampliar la normatividad existente
añadiendo más campos al aborto legal. Así, un país que solo permite la práctica del aborto
bajo una circunstancia específica y claramente delimitada liberalizará dicha práctica en tanto
amplíe las circunstancias en las cuáles esta no acarrea sanciones legales. En América Latina,
sostiene la autora “El rompecabezas no sólo se refiere al fracaso uniforme en la
despenalización, pero también la incapacidad de todos los países, excepto Cuba, de ampliar
las bases para el aborto legal” (Htun, 2003, p. 144).

Esta incapacidad se explica, en términos de Htun, a raíz del escaso alcance y tamaño que
adquirieron las coaliciones en pro de ampliar los derechos de interrupción del embarazo.
Estas redes de interés raramente han trascendido a “algunos políticos individuales, algunos
médicos y practicantes de la medicina, los movimientos feministas de derechos

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reproductivos, mientras que la opinión pública se mantiene ambivalente” (Htun, 2003, p.


153). Sociológica, política y electoralmente, las redes de interés y, principalmente, los
políticos encargados de situar tal debate en la agenda pública consideran que el aborto es una
materia costosa y censurable, lo que podría acarrear pérdidas significativas. En tanto las
mujeres de clase media generalmente cuentan con acceso a abortos seguros en clínicas
privadas, muchas consideran innecesario ejercer presión para la liberalización de las leyes
que restringen el aborto (Htun, 2003, p. 152). Son las mujeres pobres quienes sufren las
consecuencias de la práctica clandestina del aborto. A su vez, el peso político de los grupos
en contra de la liberalización del aborto ha ganado fuerza significativa en América Latina. El
movimiento antiaborto ha resistido con éxito las propuestas locales para liberalizar la
práctica, fundamentando sus argumentos a partir de una interpretación particular en torno a
los principios de los derechos humanos. “Argumentando que los estados democráticos que
buscan proteger los derechos humanos deben defender la vida fetal inocente y prohibir el
aborto, los opositores al aborto sostienen que el derecho a la vida desde la concepción es el
cumplimiento lógico de las normas internacionales sobre derechos humanos” (Htun, 2003,
p. 152).

Los casos chileno y colombiano son ejemplarizantes respecto a la limitada liberalización que
se ha dado en materia de interrupción voluntaria del embarazo. En lo que concierne al
panorama colombiano, la Corte Constitucional estableció, por medio de la sentencia C-355
de 2006, que la interrupción voluntaria del embarazo por alguna de las tres causales —peligro
para la salud física o mental de la gestante, embarazo resultado de una violación o de incesto
y malformaciones en el feto que son incompatibles con la vida extrauterina— es un derecho
fundamental de las mujeres que debe ser garantizado por el Sistema de Seguridad Social en
Salud. La puesta en práctica de esta liberalización del aborto ha contado con sendas
limitaciones, principalmente por parte de las instituciones de salud que se niegan a adelantar
tal procedimiento médico. Asimismo, distintas tutelas han intentado limitar la decisión,
buscando establecer un número máximo de semanas hasta donde sería legítimo interrumpir
la gestación. Sin embargo, la misma Corta he desestimado tales consideraciones y ha
mantenido en firme la sentencia del 2006. No obstante, en Colombia aún no se suscita un
debate riguroso acerca de la posibilidad de ampliar los derechos de decisión sobre el cuerpo
de las mujeres.

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En Chile, por su parte, hace poco más de un año, a mediados de septiembre de 2017, fue
promulgada una ley que despenaliza parcialmente la práctica del aborto únicamente en las
causales de violación, inviabilidad fetal y riesgo de vida de la madre. El gobierno de Michelle
Bachelet presentó el proyecto hacia 2015. Durante años anteriores, se había generado un
debate en la opinión pública y en comisiones de expertos que destacaban la necesidad de
legitimar la práctica del aborto al menos bajo las señaladas circunstancias. La Iglesia Católica
ha sido un férreo contradictor de la despenalización del aborto, lo que explica, entre otras
cosas, la tardía legislación en torno a esto, así como los incipientes debates en torno a la
despenalización total del aborto.

El panorama en torno a la regulación del consumo de sustancias psicoactivas en la región es


bastante similar al ecosistema que se ha construido en torno al aborto. Uruguay es el único
país latinoamericano en el que el consumo de marihuana en sitios públicos es completamente
legal. Inclusive, “la marihuana es producida por el mismo Estado uruguayo, que igualmente
le pone un sello de garantía de calidad” (Colombo, 2017). Con la promulgación a finales del
2013 de la Ley 19.172, conocida como la ley de la marihuana, se legalizó plenamente la venta
y el cultivo de cannabis. Las farmacias del país disponen de sobres de cinco gramos de
marihuana, la cuál únicamente se puede adquirir al Estado uruguayo. Otros países
latinoamericanos, como México, Ecuador, Chile, Colombia, Paraguay, Perú y Venezuela
permiten la posesión de cannabis con fines de consumo recreativo en cantidades que varían
entre los 8 y 20 gramos por persona (Caracol Radio, 2018). A nivel mundial, Portugal lleva
la vanguardia en materia de despenalización de consumo de sustancias psicoactivas. Desde
hace 16 años, en el país lusitano es legal el porte de una cantidad de droga inferior a la dosis
contemplada para 10 días de consumo personal, estipulada como un gramo de heroína o de
anfetamina; dos gramos de cocaína, o 25 gramos de cannabis (Oakford, 2018). La propia
ONU destaca el modelo lusitino, señalando que el éxito de dicha estrategia se debe a una
combinación oportuna entre la ley y los servicios médicos que se prestan. Quienes son
interceptados con cualquier cantidad de droga son citados ante los denominados “comités de
disuasión”, creados por psicólogos, abogados y profesionales sociales. Si comparecen
continuamente, se les sugiere que emprendan un tratamiento. Entre otros logros, Portugal es
uno de los países que tiene menor incidencia de muertes relacionadas con las drogas,
situándose en un indicador de tres personas cada millón de habitantes, en comparación con

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las 17,3 personas cada millón de habitantes que constituyen el promedio de los demás países
europeos (Oakford, 2018).

Particularmente en Colombia, desde 1994 la Corte Constitucional en su sentencia C-221


despenalizó el consumo de sustancias psicoactivas, así como el porte de estas en su dosis
mínima, cuya métrica queda a discreción del consumidor. Durante el mandato del
expresidente Álvaro Uribe Vélez, se intentó en cinco ocasiones, tramitar leyes con el
propósito de restringir el consumo de dichas sustancias, buscando obligar a los consumidores
que fuesen descubiertos a un tratamiento en centros de salud, pese a que para entonces no se
disponía ni con la infraestructura ni con un enfoque preciso que abordara las drogas como un
problema de salud pública (BBC, 2009). Durante el presente año, el recién iniciado gobierno
de Iván Duque promulgó un decreto que busca incautar toda cantidad de droga que sea
descubierta en manos de los ciudadanos, multando a estos con una suma económica si no
superan la cantidad que penalmente se sanciona con cárcel.

En Chile, por su parte, ha sido el legislativo quien, por medio de la promulgación de la Ley
20.000 de 2005, ha reglamentado el consumo de sustancias psicoactivas. No obstante, esta
ley es ciertamente ambigua en tanto, si bien señala que el consumo de drogas no es una
actitud punible, si acarrea sanciones y censura social. Las sanciones, estipuladas en el artículo
50, propenden por obligar a los consumidores que sean requeridos a hacer trabajo social en
sus comunidades. Durante el año 2013, se suscitaron debates en torno a la posibilidad de
precisar las instancias de consumo que no acarrean sanciones, en tanto la ley es ciertamente
ambigua (Gallardo, 2013). No obstante, la legislación ha permanecido estable desde
entonces.

IV. Posibles explicaciones a los casos chileno y colombiano

La exposición que hasta aquí se ha presentado da cuenta de dos panoramas relativamente


similares en torno a dos temas sobre los cuáles comúnmente se han trazado agudos debates
en una opinión pública altamente polarizada. El aborto y el consumo de sustancias
psicoactivas son dos asuntos sobre los cuáles levitan aún amplios y arraigados tabús morales
y sociológicos. Las discusiones acerca de la conveniencia de desregular ambos asuntos se
enmarcan, usualmente, en una lucha entre valores y derechos, en donde la regulación se erige
como una forma de control social que busca homogenizar las actitudes de los ciudadanos,

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limitando sus libertades como tal (Rounavaara, 1997). Estas discusiones han conducido, por
distintos medios, a lograr avances significativos en tales materias en países como Chile y
Colombia. Partiendo de la propuesta teórica recogida líneas atrás, es posible señalar que en
lo que concierne al aborto, la despenalización de las tres causales sucedió en Colombia antes
que en Chile debido a que esta, en primer lugar, fue estipulada desde la Corte Constitucional
y no mediante un trámite legislativo. En segundo lugar, las redes de interés que se
constituyeron en torno a este tema lograron aislarse de un debate público que censuraba
moralmente dicha práctica, centrándose en ejercer presión frente a la Corte Constitucional
para lograr tal propósito. Por último, en tanto las relaciones entre Iglesia y Estado se
desarrollan a partir de un enfoque laico, la incidencia de la primera es menor. Situación
similar sucede en el caso de la despenalización del consumo de la dosis mínima de drogas.
Fue la Corte Suprema la encargada de liberalizar el porte y consumo, pese a contar con un
rotundo rechazo a sus intervenciones por parte de la administración Uribe, cuyos intentos por
bloquear el alcance de la normativa fueron insuficientes. No obstante, ante la inexistencia de
un movimiento pro-legalización suficientemente consolidado y con capacidad de injerir en
el marco institucional, ya sea mediante congresistas abanderados o mediante círculos de
debate abiertos, la despenalización completa del consumo de sustancias psicoactivas
continúa representando un tema tabú en el país, facilitando la implementación de medidas
que responden más con un populismo punitivo y que criminalizan al consumidor.

En Chile, podría señalarse que, en tanto la Iglesia ha jugado un papel fundamental como
articulador social en la era democrática, continuando con el lugar que ocupó durante la
dictadura, ha sido más complicado adelantar las iniciativas, en la ausencia de una Corte que
entre a ocupar el vacío y el inmovilismo con el que se desarrolla el quehacer legislativo.
Asimismo, la aprobación de las causales de aborto responde antes que a una liberalización
directa de la autonomía de la mujer sobre su cuerpo, a un concepto técnico impulsado por
una red de interés en donde las posiciones del Ministerio de Salud Pública, así como en los
círculos académicos de medicina, jugaron un papel trascendental en apoyo al movimiento
feminista. Por su parte, la legislación continúa siendo ambigua en materia de porte y consumo
de sustancias psicoactivas, en tanto no es preciso el alcance de la ley de drogas en lo que
concierne a estos aspectos. Por ello, diputados de distintos partidos han buscado poner en la
agenda la necesidad de ampliar la desregularización del consumo de drogas. Esto ha

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conllevado a que la opinión pública chilena parezca cada vez estar más abierta y proclive a
ampliar las condiciones de consumo, aunque sin acercarse al estándar de Portugal. Inclusive,
su legislación en torno al consumo de drogas le deja distante de lo que hasta hace unos meses
era el marco normativo colombiano.

Bibliografía

Dinero (2018) ¿La dosis mínima estimula el microtráfico de estupefacientes? Disponible en


https://www.dinero.com/pais/articulo/dosis-minima-estimula-el-microtrafico-de-
drogas/257075

Colombo, S. (julio 15, 2017). ¿Por qué fue posible legalizar la marihuana en Uruguay? The
New York Times. Disponible en https://www.nytimes.com/es/2017/07/15/por-que-
fue-posible-legalizar-la-marihuana-en-uruguay/

Caracol Radio (2018). ¿Cómo es la política de drogas en el mundo? Disponible en


http://caracol.com.co/programa/2018/09/05/hora_20/1536121287_959312.html

Gallardo, C. (junio 25, 2013). Diputados piden revisar Ley 20.000 de drogas. 24 Horas.
Disponible en https://www.24horas.cl/nacional/diputados-piden-revisar-ley-20000-
de-drogas-711634

Htun, Mala (2003) Sex and the State. Abortion, Divorce, and the Family Under Latin
American Dictatorships and Democracies. Cambridge: Cambridge University Press.

Ruonavaara, H. (1997). Moral Regulation: A Reformulation. Sociological Theory, 15(3),


277-293. Retrieved from
http://www.jstor.org.ezproxy.uniandes.edu.co:8080/stable/223307

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