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EL CONCEPTO DE ESTADO
El Estado y el institucionalismo.
El Estado es la institución clave de la sociedad moderna, la cual ha alcanzado progresivamente una
importancia significativa por su tamaño y características en todas las sociedades del mundo.
El Estado es, ante todo, una estructura constitucional generadora de reglas. Se reserva el derecho
exclusivo de fijar y cambiar las reglas que organizan el sistema en su conjunto y de las partes
componentes, y los grupos o individuos que de él forman parte deben acatarlas. Sin embargo,
estas reglas que configuran el orden social son el fruto de un acuerdo o pacto entre el Estado y la
sociedad y quedan reflejadas en el contrato social, o constitución, lo que permite la condición
indispensable para la gobernabilidad.
Por todo lo anterior, el Estado es la organización institucional por excelencia debido a: su
ubicación estratégica, su gran capacidad, por generar las reglas del sistema sociopolítico, y
también por operar y gobernar el sistema socioeconómico.
Luego de todo este análisis, estamos en condiciones de desarrollar una definición de Estado
basándonos en Weber y Mann:
El Estado es un conjunto diferenciado de instituciones y personal que implica una centralidad, en
el sentido de que las relaciones políticas irradian desde el centro y hacia el centro para abarcar
un territorio delimitado (Mann). El Estado reclama sobre este territorio el ejercicio del
monopolio de la coerción física legítima (Weber), a fin de garantizar un orden que sostiene una
multiplicidad de relaciones insertas en una matriz político-social, la cual asigna probabilidades
diferenciales a los actores protagonistas de las mismas.
El Estado racional como asociación de dominio institucional con el monopolio del poder
legítimo.
Desde el punto de vista de la sociología, el Estado no se puede definir por el contenido de lo que
hace, sino a partir de un medio específico que le sea propio, como a toda asociación política. Este
medio es la coacción física. “Todo Estado se basa en la fuerza”.
Entonces, decimos que el Estado es una comunidad humana al interior de un territorio
determinado que reclama con éxito para sí el monopolio de la coacción física legítima.
La política sería así la aspiración a la participación en el poder, o a la influencia sobre la
distribución del poder, ya sea entre Estados o al interior del mismo. Cuando algo presenta un
“carácter político” está relacionado a la distribución, conservación o desplazamiento del poder. El
que hace política aspira a poder.
Para que un Estado subsista es menester que los hombres dominados se sometan a la autoridad
del Estado que los domina. Existen, según la argumentación weberiana, tres motivos de
legitimidad de la dominación:
I. Autoridad de la costumbre: tiene una validez inmemorial y se ha ejercido desde siempre
una dominación “tradicional”. Es decir, un pueblo se subleva por costumbre, porque lo ha
hecho desde la dominación del patriarca, del príncipe hasta llegar al Estado.
II. Autoridad del don de gracia personal extraordinario: refiere al carisma. El hombre
deposita su confianza y es devoto de revelaciones, heroísmo y otras cualidades del
caudillaje del individuo. Por ejemplo, un profeta, un guerrero heroico o un jefe político de
un partido.
III. Dominación en virtud de “legalidad”: creencia en la validez de un estatuto y de las
relaciones fundadas en reglas racionalmente creada, es decir, disposición de obediencia
en el cumplimiento de deberes conforme a un estatuto.
Ahora bien, ¿cómo hacen los poderes políticamente relevantes para mantenerse en su dominio?
Toda empresa de dominio necesita, por una parte, la actitud de obediencia en la actuación
humana, y por otra parte, por medio de dicha obediencia, la disposición de aquellos elementos
materiales eventualmente necesarios para el empleo físico de la coacción física. Es decir: el cuerpo
administrativo personal y los medios materiales de administración.
Este cuerpo administrativo no sólo debe acatar las órdenes del referente político principal por una
cuestión de legitimidad, sino que también por dos intereses personales: retribución material y
honor social.
Sin duda, la burocracia no es ni con mucho la única forma moderna de organización, como la
fábrica no es tampoco la única forma de empresa industrial. Pero ambos son, con todo, las que
imprimen su sello a la época presente y al futuro previsible. El futuro es de la burocratización.
SOCIEDAD Y ESTADO.
Algunas definiciones preliminares.
Estado: componente específicamente político de la dominación de una sociedad territorialmente
delimitada.
Dominación: capacidad de imponer la voluntad sobre otros. Incluso, pero no necesariamente,
contra su resistencia.
Político: control sobre los medios de coerción física legítima sobre un cierto territorio.
La dominación es racional: es una modalidad de vinculación entre sujetos sociales. Es una relación
de desigualdad, ya que existe un control asimétrico de los recursos de la dominación.
Los recursos de dominación son: a) control de medios de coerción física, b) control de recursos
económicos, c) control de recursos de información, y d) control ideológico.
El recurso más eficiente es el recurso ideológico, ya que permite mantener cierta legitimidad de la
dominación. La coacción es el recurso más costoso y presupone que ha fallado el control
ideológico. Generalmente existe una alta correlación de estos recursos: quien controla los
recursos “A” y “B” es altamente probable que controle simultáneamente “C” y “D”.
Estos recursos son la base de toda dominación.
Bases de dominación.
El control de los recursos de dominación no está distribuido al azar y son muy variados los factores
que determinan el acceso a dichos recursos. El gran diferenciador del acceso a los recursos es la
clase social, producto de un Estado capitalista.
En un Estado capitalista, la principal relación de dominación es la relación de producción entre
capitalista y trabajador asalariado. Este es el gran principio contradictorio que ordena
desigualmente la sociedad civil. En este caso, el control ideológico funciona para evitar los
conflictos o contradicciones que genera el funcionamiento del mercado.
¿En qué sentido las clases sociales son el gran diferenciador del acceso desigual a los recursos de
dominación? La posición de clase social determina en gran medida esa desigualdad. De esa
posición surgen probabilidades diferenciales de lograr situaciones que a su vez permitan acceder
al control de otros recursos de dominación. Por ejemplo, prestigio social, educación, acceso a
información, etcétera.
Las dimensiones del Estado, o de lo propiamente político, no son ni una cosa, ni una institución, ni
Aspectos y sujetos sociales concretos.
una estructural: son aspectos de una relación social.
En la génesis de las relaciones capitalistas de producción se halla una difusa coerción económica
que no puede ser imputada ni a los capitalistas concretos ni a las instituciones estatales; sólo
puede ser descubierta como una modalidad de articulación general de la sociedad. Por su parte,
una vez entablada la relación, ni el capitalista ejerce la coacción ni éste ni las instituciones
estatales pueden obligar coactivamente a continuar vendiendo fuerza de trabajo; el trabajador
asalariado es siempre libre de terminarla. Finalmente, el Estado aparece como una objetivación
institucional que concreta el control de recursos últimamente coactivos y como un no capitalista
que sólo sea garante de la existencia de clases a través de su respaldo a la relación social que las
constituye como tales.
Entonces, de la relación entre: surgen de la cristalización de los
Trabajador asalariado recursos coactivos que el capitalista no controla. Aparecen
Burgués capitalista como un NO capitalista que, además, respalda la continua
reposición de capitalistas y trabajadores asalariados como
clases. El Estado entonces fomenta la reproducción de una
relación social que articula desigual y contradictoriamente a la
sociedad.
Exterioridad.
Las relaciones de dominación no son puramente económicas. Son también inherentemente
políticas y también ideológicas, al menos en parte.
Si lo estatal, o lo político, es un aspecto de las relaciones sociales de dominación, la oposición
entre lo “privado” y lo “público” o estatal es falsa. El Estado o lo político no está “afuera” de la
sociedad, sino que es parte intrínseca de ésta. La exterioridad del Estado se debe a que es un
tercero que asegura las relaciones de producción que provocan la desigualdad, y se lo considera
como tal.
Racionalidad acotada.
El Estado aparece subsumido en sus objetivaciones (instituciones) y, por lo tanto, desligado de su
primordial imbricación en la sociedad. El problema es saber si esas instituciones expresan desde su
propio plano la condición inherentemente capitalista del Estado y de qué manera lo hace.
Magareth Wirth dice: ¿Cómo el Estado hace, de manera diferente a los capitalistas individuales,
para conocer las condiciones de esa reproducción social? Lo explico: Wirth se pregunta sobre
cómo el Estado conoce las mejores posibilidades de reproducir el sistema capitalista en su
accionar. O, en otras palabras, cómo hace el Estado para hacerlo lo mejor posible.
La burocracia del Estado no sabe cuáles son las medidas objetivamente necesarias para el
mantenimiento del sistema en los casos concretos dados.
Esto se debe a que el ser humano está sujeto a agudas limitaciones cognitivas. No puede buscar ni
hallar soluciones óptimas, sólo le queda el método de prueba y error, que brinda soluciones no
óptimas, pero sí satisfactorias.
El Estado garantiza la reproducción de una sociedad capitalista porque se encuentra en una
“complicidad estructural” con ella. El Estado o lo específicamente político es el mismo sesgo con
que la sociedad tiende a reproducirse como capitalista, a través de sus instituciones.
¿Cuándo y cómo hacen las instituciones para garantizar y reproducir la sociedad capitalista?
I. A través de una administración burocrática que cumple tareas rutinarias de organización
general de la sociedad.
II. Como respuestas a situaciones percibidas como crisis.
¿Qué y cómo es lo que estas instituciones hacen?
I. Administración rutinizada: es el tejido habitual y poco visible, junto con el derecho, de las
múltiples decisiones diarias de sostén y organización de la sociedad. El entramado de
sostén y organización estatal de la sociedad se teje también por sus instituciones en diaria
rutinas que presuponen a la sociedad en tanto capitalista.
II. Como reacción a “crisis”: ¿qué es una crisis? Sucede cuando algo “anda mal” y una
institución estatal se encarga de arreglarlo. En un Estado impregnado por la racionalidad
capitalista, una crisis sería la amenaza de la reproducción de la fuerza de trabajo o que le
genere “desorden”. Esta misma definición presupone también un concepto de “orden” o
“normalidad”.
La expansión de las instituciones estatales son intentos por sobrellevar el contradictorio desarrollo
de la sociedad.
La arquitectura institucional del Estado y sus decisiones (y no decisiones), son por una parte
expresión de su complicidad estructural y, por la otra, el resultado contradictorio y,
sustantivamente irracional de la modalidad, también contradictoria y sustantivamente irracional,
de existencia y reproducción de su sociedad.
Las instituciones del Estado también están atravesadas por las luchas y las contradicciones de la
sociedad, y suelen contribuir a garantizar y organizar la reproducción de la sociedad en tanto
capitalista.
Por eso, la intención de ser una “racionalidad” superior es falsa. El Estado se cree un orden justo al
que sirve como un árbitro neutral, pero no es así.
Contradicción.
¿Cómo legitimar la coacción, justificar lo coerción incluso contra las clases dominantes y, en
definitiva, fundamentar la obligación política de obedecer el “orden” que el Estado garantiza y
organiza? Claramente, no de la sociedad civil.
La contradicción del Estado capitalista es ser hiato y a la vez necesidad de mediación con la
sociedad civil. Esas mediaciones son la expresión ambigua y últimamente contradictoria de esto.
La clase capitalista es el beneficiario indirecto de la garantía estatal.
Encubrimiento y ruptura.
Ninguna sociedad es puramente capitalista. La ciudadanía, la nación y el pueblo son
contradictorios cada una a su manera. Fundamentan un orden que fomenta la desigualdad, a
pesar de utilizar un discurso que quiere evitar esto. Pero existe la posibilidad de que estos
descubran el fundamento de su condición.
ALGUNAS CONCLUSIONES.
Si queremos estudiar los determinantes sociales del proceso de conformación del Estado,
debemos preguntarnos cuál es el grado de desarrollo de otras manifestaciones de organización y
funcionamiento social, con las cuales aquel proceso se halla interrelacionado.
Algunas definiciones:
Estado: concibo al Estado como una relación social, como la instancia política que articula un
sistema de dominación social. Su manifestación material es un conjunto interdependiente de
instituciones que conforman el aparato en el que se condensa el poder y los recursos de la
dominación política.
Nación: aquí se conjugan elementos materiales e ideales. Los primeros se vinculan con el
desarrollo de intereses resultantes de la diferenciación e integración de la actividad
económica dentro de un espacio territorialmente delimitado. Los segundos implican la
difusión de símbolos, valores y sentimientos de pertenencia a una comunidad diferenciada
por tradiciones, etnias, lenguaje u otros factores de integración que configuran una identidad
colectiva.
¿Qué factores influyen en la creación de condiciones para que dichos atributos se adquieran? Es
decir, es necesario hallar en el tiempo las condensaciones de fenómenos sociales que puedan
vincularse a la causa del proceso de adquisición y consolidación de los atributos de ese Estado. Si
recordamos la relación estipulada entre el desarrollo de una economía capitalista y la
estructuración de los Estados nacionales, podríamos explorar hasta qué punto aquel proceso
puede proporcionarnos algunas claves para entender las alternativas de este último.
Esto significa que se vuelve necesario observar la relación economía-política, donde se pueda
distinguir etapas en las que se diferencian rasgos de un modelo de producción y un sistema de
dominación que con el tiempo adquirirían una adjetivación común.
Oszlak, para esto, hace un repaso sobre los trabajos de Schmitter y otros autores, donde se
proponen tres “modelos” o “imágenes” claramente vinculadas a fases diferentes del desarrollo
histórico, mediante los cuales podría conceptualizarse la relación entre las dimensiones económica
y política del proceso de formación estatal.
El primero, es el MERCANTILISMO. Durante esta etapa se da un orden económico tradicional y
atrasado, lo que hace que la maquinaria administrativa colonial presente importantes resabios.
El segundo, es el LIBERALISMO. Se caracteriza por la inserción de las economías latinoamericanas
al mercado mundial. Nuevas formas de producción, nuevos actores, la expansión económica, son
algunos de los factores que llevaron a que el Estado asuma nuevas funciones y se expanda.
El tercero es el INTERVENCIONISMO. El Estado se encuentra en esta etapa en su definitiva
consolidación. Se da una complejización del Estado y la sociedad civil. Se tiene mucho más en
cuenta los procesos internos a un aparato institucional más burocrático, a una sociedad más
compleja y a un Estado mucho más interpenetrado con la misma.
Estos tres modelos son complementarios, es decir, en ellos encontramos buena parte de las
características que fue asumiendo el Estado en los países de la región. Estos modelos centran su
atención en diferentes etapas donde se adquirían atributos de “estatidad”. Sin embargo, este
proceso de adquisición no se puede enlistar, ya que no se da como un proceso histórico lineal. Por
tal razón es que Oszlak propone hacer un estudio más agudo en ciertas cuestiones.
El aparato del Estado se manifiesta entonces como un actor social diferenciado y complejo. El
referente común de su diversificado comportamiento es la legítima invocación de la autoridad del
Estado que, en su formalización institucional, pretende encarnar el interés general de la sociedad.
Podemos concebir su ámbito de competencia y acción como una arena de negociaciones y
conflictos, donde se dirimen cuestiones que integran la agenda de problemas socialmente
vigentes. El proceso histórico mediante el cual estas cuestiones se problematizan, plantean y
resuelven, da lugar a contradictorias relaciones entre sociedad civil y Estado que, aumentan la
heterogeneidad del aparato institucional de éste último, y tornan imprecisos los límites entre
ambas esferas. Entonces el origen, la expansión, diferenciación y especialización de las
instituciones estatales, reflejan intentos de resolución de la creciente cantidad de cuestiones que
va planteando el desarrollo contradictorio de la sociedad.
La expansión del aparato estatal implica la apropiación y conversión de intereses “civiles”,
“comunes”, en objeto de su actividad.
La expansión del Estado deriva entonces del creciente involucramiento de sus instituciones en
áreas problemáticas (o “cuestiones”) de la sociedad, frente a las que adoptan posiciones
respaldadas por recursos de dominación, que expresan variables grados de coerción o consenso.
Estos actos de involucramiento suponen al Estado como parte, lo cual implica reconocerle
potestad para (1) invocar un interés superior que subordina a los de las otras partes, y (2) extraer
los recursos que posibilitarán sus intentos de “resolución” de las cuestiones planteadas.
Las acciones del Estado siempre se hallan respaldadas por alguna forma de legitimidad.
EL PODER DE LA BUROCRACIA.
Por doquiera, el Estado moderno está sometido a la burocratización. El hecho de que la burocracia
sea, técnicamente, el medio de poder más efectivo al servicio del hombre al servicio del hombre
que lo control, no determina la gravitación que la burocracia como tal puede tener dentro de una
formación social específica.
En condiciones normales, el poder de la burocracia en plena extensión siempre resulta
impresionante. Toda burocracia tiende a acrecentar la superioridad de los profesionales
informados conservando en secreto sus conocimientos y propósitos. La administración burocrática
siempre propende a ser una administración de “sesiones privadas”. Para que el secreto esté bien
guardado, el control público de la administración diplomática debe ser muy limitado. La
administración debe, necesariamente, enfatizar el secreto de sus medidas más importantes. La
idea de “secreto oficial” es un invento específicamente burocrático, y la burocracia defiende
fanáticamente ese sigilo. La burocracia prefiere un parlamento mal informado y en consecuencia
impotente, al menos en la medida en que la burocracia hace coincidir sus intereses de poder con
la ignorancia de los demás.
Administrador público: nos referimos principal pero no exclusivamente a aquellos que tienen
la responsabilidad de realizar las tareas del gobierno. Estos se enfrentan a decisiones que a)
afectan la vida de las personas, b) se toman en nombre del pueblo y c) emplean recursos
públicos. Estos cumplen los mandatos legítimos de la sociedad, y así trabajan en el “interés
público”.
La administración pública es la ocupación de todos aquellos que actúan en nombre del pueblo y
cuyas acciones tienen consecuencias para los individuos y los grupos sociales. Todos los que
participan en la administración pública toman decisiones con base en las leyes, las normas y las
tradiciones públicas. Pero además sus decisiones reflejan juicios axiológicos.
Las decisiones que la burocracia toma son respuestas públicas a problemas. Constan de dos
partes:
I. La política: es la línea de acción a seguir.
Distinción entre teoría y práctica.
II. La administración: lleva a cabo tal política.
A pesar de la definición de administración, esta se vuelve más compleja al conciliar intereses,
rendir cuentas por determinadas consecuencias y determinar ciertos actos. La actividad
gubernativa se ocupa casi exclusivamente en la mediación entre una parte de la sociedad y otra.
Definición de organización.
Ocho definiciones de organización:
Daniel Katz y Robert Kahn: es un sistema energético de entrada y salida, donde el regreso
energético de la salida reactiva el sistema (inputs y outputs). Es una transacción entre la
organización y su entorno. Realizan actividades reguladas.
David Silverman: son instituciones sociales con ciertas características especiales: son creadas
de modo consciente en un momento determinado; sus fundadores les han dado metas
importantes, la relación entre sus miembros y la autoridad legítima es bien definida.
Relaciones interorganizacionales.
Es el campo administrativo más amplio. El administrador trata con los representantes de otras
dependencias. Estas relaciones se dan a final de cuentas de organización a organización y afectan,
definen y modulan la idea que la dependencia tiene de su misión y, por ende, las actividades de
sus administradores. Es decir, son las más importantes ya que proporcionan la infraestructura y la
legitimidad del funcionamiento de la organización.
Este campo exige una gran diversidad de funciones administrativas como de desempeño. También
que los actores y observantes ponderen la más amplia variedad de valores sociales y políticos para
comprender el desempeño eficaz de las funciones.
Relaciones intraorganizacionales.
Refieren a las relaciones que crean la estructura interna y definen vínculos dentro de la
organización. Podemos distinguir al interior de una organización entre relaciones formales e
informales. Las primeras son aquellas relaciones prescritas oficialmente o autorizadas y
reconocidas públicamente. Las segundas aluden a las relaciones que surgen de la convivencia y la
tradición. Estas dos relaciones anteriores pueden verse como los canales por donde fluye el poder
y la información.
Las funciones intraorganizacionales difieren en un grado significativo de las interorganizacionales.
La convivencia dentro de una organización suele traer problemas que generalmente se afrontan
de manera implícita, muy secreta. La bibliografía organizacional propone como respuesta a estas
dificultades más bien soluciones tecnológicas a soluciones políticas.
ADMINISTRACIÓN BUROCRÁTICA
Se ha dicho que la burocracia es incompatible con la democracia, lo cual no es cierto. El gobierno
democrático tiene dos pilares: la primera es la ley. Ningún juez o funcionario tiene derecho a
entrometerse en la vida de los individuos a menos que una ley lo obligue o lo faculte para ello. Los
legisladores pueden cambiar leyes deficientes. El sistema debe responder al soberano: el pueblo.
La administración no está solamente sometida a la ley, sino también al presupuesto. No puede
gastarse un solo centavo sin la aprobación del Parlamento.
Entonces, la administración burocrática en un régimen democrático, significa administración de
estrecho acuerdo con la ley y el presupuesto. Los soberanos (el pueblo y sus representantes)
hacen la política y la dirigen, y las burocracias la llevan a cabo.
La afirmación de que la administración burocrática es un instrumento indispensable del gobierno
democrático resulta paradójica. Es decir, ¿cómo puede el gobierno democrático, algo tan bueno,
funcionar junto con la burocracia, uno de los grandes males? Podemos decir, según Von Mises,
que la burocracia no es ni buena ni mala. Como método de administración, el aparato de gobierno
recurre a ella. Lo que se considera un mal no es la burocracia en sí, sino su expansión a diferentes
esferas. En América siempre ha habido burocracia; lo que caracteriza nuestro tiempo es la
expansión de la intromisión del gobierno en los negocios y en otros aspectos de la vida del
ciudadano.
Luego de este trabajo, Waldo expone un trabajo de Paul Appleby publicado en 1945. En éste,
Appleby enfoca la administración pública de una manera consciente y directa hacia el “interés
público”, que tiene para él la máxima importancia y la mayor dificultad. No niega que la
administración privada sirva al interés público, pero sí niega que la administración pública sea un
problema de escasa importancia, como hace parecer Von Mises.
EL GOBIERNO ES DIFERENTE
La similitud entre el gobierno y todas las demás formas de acción social es mayor que las
similitudes existentes entre estas formas.
Muchas son las personas que en tiempos normales sienten poca inclinación a entrar en el servicio
público, al paso que otras se sienten fuertemente atraídas por el mismo. Esta situación produce
factores que determinan el resultado general, el panorama.
Sin embargo, existen situaciones donde un número abrumador de personas ingresan a trabajar en
organizaciones públicas, y puede ser que algunas de esas personas, por razones personales, no
sean aptas para este trabajo, como puede ser también que algunas sí lo sean, y sean muy buenas.
Mientras estas personas más hayan triunfado en campos no gubernamentales, más habrán
desarrollado intereses y maneras de pensar que los hacen ineptos para el gobierno.
Las dependencias oficiales en general constituyen un sistema, y este sistema no se puede
comprender más que en términos de los empleados públicos mismos, la comprensión que estos
tengan de sus posiciones y las actitudes del público acerca de lo que se exige y espera de los
funcionarios civiles. Estos elementos reunidos constituyen un sistema de gobierno y, en su
combinación, forman lo que denominamos burocracia.
A
P FIGURA 1
B
C
P FIGURA 2
Un grado de complejidad relativamente mayor resultaría
D
de superponer las Figuras 1 y 2, tal como lo ilustra la
Figura 3. Sin embargo, (1) P parece extremadamente
determinada por A y por B, lo cual excluye de toda posibilidad de iniciativa relativamente
autónoma por parte del Estado mismo; (2) los impactos C y D no suelen ser causados sólo por P.
Conviene también tener presente la frecuente ocurrencia de impactos directos pero inesperados,
así como impactos secundarios generados.
A C
FIGURA 3
B D
Política estatal o pública: conjunto de acciones y omisiones que manifiestan una determinada
intervención del Estado en relación con una cuestión que concita la atención interés o
movilización de otros actores en la sociedad civil.
Nudo: refiere a la toma de posiciones por parte de los actores sociales que terminan por
entablar una secuencia de relaciones sociales. Las políticas estatales, por ejemplo, son nudos.
8. Los cambiantes actores del proceso social tejido alrededor de una cuestión
La pública toma de posición del Estado acerca de una cuestión tiende a generar respuestas de
actores sociales y de unidades estatales; pero no todas las respuestas ocurren simultáneamente.
Algunos actores se movilizan alrededor de ella más tardíamente, otros pueden “retirarse” y otros,
por fin, pueden ser excluidos. A lo largo del proceso de solución de una cuestión, los actores
cambian naturalmente.
9. Recapitulación
Luego de haber abordado tantos temas, es necesario recordar la necesidad de considerar las
políticas estatales en el marco de cuestiones. Esas cuestiones tienen una historia, que comienza en
un período en el que no eran tales, sigue en los procesos que llevan a su surgimiento, continúa
durante su vigencia y eventualmente concluye con su resolución. Esa historia es la cuestión, es
desde ella que las políticas estatales adquieren sentido y pueden ser explicadas. Además, esa
historia es la de un proceso social al que concurren diversas políticas. Esto resume la visión de un
complejo proceso, tejido por interacciones a lo largo del tiempo. Incluyen también una dimensión
subjetiva, referente a cómo cada actor define (y redefine) la cuestión y percibe la toma de posición
de otros actores.
Es claro que entraña un grado de complejidad que no sabríamos tratar con un modelo riguroso y
plenamente cuantificable.
Podemos, en cambio, plantearlas en términos de una batería de preguntas cuya elucidación en
relación con diferentes cuestiones y contextos puede contribuir a precisar teóricamente esas
dimensiones.
EL PROCESO DE LA POLITICA
Es dominante en los estudios de política pública considerar que la política es un proceso que se
desenvuelve por etapas, cada una de las cuales posee sus actores, restricciones, decisiones,
desarrollos y resultados propios, influye en las demás y es afectada por lo que sucede en las otras.
La noción de policy process es propiamente un dispositivo analítico, intelectualmente construido,
para fines de modelación, ordenamiento, explicación y prescripción de una política.
Las etapas del proceso denotan sólo los componentes lógicamente necesarios e interdependientes
de toda política, integrados a la manera de proceso, y de ninguna manera eventos sucesivos
realmente separables.
Separar en diversos tramos la elaboración de una política es algo artificial y puede ser hasta
desviante. Es decir, la separación analítica no debe ser confundida con una separación real, una
secuencia temporal.
Harold D. Lasswell (1971) habló de un “modelo de proceso de decisión” y lo entendió como una
“secuencia de siete fases”:
LA FORMACIÓN DE LA AGENDA
Innumerables problemas fluyen cotidianamente hacia el gobierno en busca de atención y solución.
Cada uno es tratado con diferente interés, apoyo, tiene distinto nivel de consenso, posee un grado
variado de dificultad, y se presenta como rutinario o innovador. En suma, las relaciones cotidianas
entre sociedad y Estado toman la forma de problemas y soluciones, demandas y ofertas, conflictos
y arbitrajes, necesidades y satisfactores. El Estado es el encargado de resolver los problemas que
las relaciones entre los privados ocasionan o que son incapaces de resolver.
Sin embargo, no todos los problemas logran llamar la atención gubernamental y despertar su
iniciativa. Algunas cuestiones son descartadas desde sus primeros pasos en busca de la atención
de la sociedad y del gobierno. Cuando logran colarse en la agenda del gobierno, no alcanzan los
primeros lugares en la jerarquía de temas enseguida y reciben apenas un trato de rutina o
emergencia. Algunas cuestiones ni siquiera llegan a alcanzar la calidad de cuestión pública y son
remitidas a la clase de asuntos privados o particulares exclusivos, sin interés para el Estado. No
todas las cuestiones se vuelven públicas ni todas las cuestiones públicas se vuelven cuestiones que
deben ser objeto de la acción gubernamental, “agenda” de gobierno.
La manera en cómo se elabora la agenda de gobierno, se le da forma y contenido, reviste
fundamental importancia política y administrativa, tanto en el plano teórico como en el práctico.
Políticamente, expresa la vitalidad o flojedad de la vida pública en un sistema político dado. Entre
las libertades individuales y los poderes del Estado existe, o no, un ámbito que es producto de la
mayor o menor energía de las libertades políticas. Suele llamarse ámbito público. Cumple la
función de mediar entre Estado y sociedad, entre política y economía, entre la constitución política
y la constitución real de una sociedad, entre la norma general y los intereses y necesidades
particulares.
Los individuos y sus organizaciones buscan transformar sus intereses y necesidades particulares en
asuntos generales de interés y utilidad para todo el conjunto del Estado. La formación de la
agenda de gobierno, así como de hecho sucede, evidencia la salud o enfermedad de la vida
pública. La más importante de las decisiones de un gobierno es la que concierne a la elección de
sus asuntos y prioridades de acción: a su agenda. Ellas dan el tono y dirección a un gobierno,
prefiguran su éxito o descalabro. En efecto el proceso de elaboración de la agenda es el momento
en el que el gobierno decide si decidirá o no sobre un determinado asunto, en el que delibera y
decide intervenir o bien decide no intervenir, aplazar su intervención.
En décadas pasadas, los gobiernos activistas decidieron hacer suyo de inmediato cualquier tipo de
problema y necesidad, hasta que se desplomaron fiscalmente exhaustos. Hoy, después del
aprendizaje, los gobiernos son más cuidadosos y ponderados en armar su agenda, en seleccionar
las cuestiones y ordenar sus prioridades. Las actuales liberalizaciones, privatizaciones,
des(re)regulaciones, desconcentraciones, descentralizaciones, administraciones delegadas,
contratadas o compartidas… son expresiones y efectos de un manejo más ordenado de su agenda.
La filtración
Agendade de
lasgobierno:
cuestionesconjunto
se vuelvedeentonces unademandas,
problemas, actividad estratégica.
cuestiones, asuntos, que los
gobernantes han seleccionado y ordenado como objeto de su acción y, más propiamente, como
objetos sobre los que han decidido que deben actuar o han considerado que tienen que actuar.
El gobierno decide actuar sólo sobre lo que previamente ha llamado y fijado su atención. La
atención, definición y tratabilidad del problema son componentes determinantes del proceso por
el cual el problema alcanza su carácter de agendum: algo sobre lo que se debe actuar.
La agenda política-administrativa está integrada por las demandas que los formuladores de las
políticas han escogido o respecto de las cuales se sienten obligados a actuar. Anderson.
Por formación de la agenda se entiende el proceso a través del cual problemas y cuestiones
llegan a llamar la atención seria y activa del gobierno como asuntos posibles de politica
publica. La importancia del proceso se debe basicamente a dos hechos: primero, la capacidad
de atencion de los gobiernos es limitada: son siempre mas los asuntios en liza por la atencion
del gobierno que lo que el gobierno considera efectivamente. Segundo, los problemas de una
politca no son datos a priori, si no mas bien asuntos por definir. Los problemas son
elabroaciones humananas … Los problemas de la politica son entonces construcciones socials
que plasman ciertas concepciones particular de la realidad. Cobb y Elder.
Si bien la agenda es del gobierno, los problemas que la componen se configuran y originan en el
sistema político. Hay una agenda de los ciudadanos, del estado o del sistema político, que puede
preceder o determinar la agenda del gobierno o ser inducida por las preocupaciones y prioridades
gubernamentales. Es decir, existen dos agendas. Los nexos o las inconexiones entre las dos
agendas son propios de la dinámica de las relaciones entre la sociedad y el Estado.
Muy productivamente, Cobb y Elder distinguieron entre dos tipos de agendas: la primera agenda
es llamada “sistémica”, “pública”, “constitucional”; la segunda “institucional”, “formal” o
“gubernamental”. La primera está integrada por todas las cuestiones que los miembros de una
comunidad política perciben comúnmente como merecedoras de la atención pública y como
asuntos que caen dentro de la jurisdicción legítima de la autoridad gubernamental existente. Toda
comunidad política, local, estatal y nacional, tiene su propia agenda sistémica. El segundo tipo de
agenda es la institucional, gubernamental y formal, la cual puede ser definida como el conjunto de
asuntos explícitamente aceptados para consideración seria y activa por parte de los encargados de
tomar las decisiones. Por lo tanto, cualquier conjunto de asuntos aceptados por cualquier
organismo gubernamental en el nivel local, estatal o nacional, constituirá una agenda institucional.
Muchos asuntos pueden haber alcanzado atención, visibilidad o interés en una comunidad
política, haber sido considerados por la mayoría de los ciudadanos como asuntos públicos que
merecen el involucramiento del gobierno por caer dentro del ámbito de las obligaciones
constitucionales del Estado y ser materia de la competencia gubernamental, y sin embargo no
logran llegar a ser objeto de consideración seria y activa de ayuntamientos, ejecutivos,
legisladores, jueces, burocracias. También muchos asuntos significativos, sustentable como
públicos, se desvanecen si no logran visibilidad, difusión, aceptabilidad en la comunidad política o
si se los califica como ajenos y contradictorios a la letra y al espíritu institucional. La naturaleza y
dinámica de las dos agendas es diversa y pude llegar a ser discrepante.
La distribución e interacción de las dos agendas plantea dos órdenes de cuestiones teóricas. El
primero, relativo a la agenda sistémica, busca saber cómo determinados asuntos y problemas
logran expandirse, obtener visibilidad y consenso general, alcanzar la calidad de “problema
público”. El segundo orden, relativo a la agenda específica del gobierno, busca saber cómo
determinados asuntos y problemas independientemente de si han despertado o no el
reconocimiento e interés de toda la comunidad política, logran obtener la atención de políticos y
funcionarios y ser aceptados como objetos de intervención.
En la primera es fundamentalmente predominante la pregunta de cómo conflictos, necesidades y
demandas de grupos particulares se convierten en asuntos públicos en el doble sentido de que
suscitan la atención general y terminan por ser considerados de interés general; es el clásico
problema político de “la generalización de intereses”. La segunda cuestión, más cerrada al
comportamiento del gobierno, se pregunta cuál es el proceso decisional por el cual el gobierno
determina la estructuración de su agenda, cómo decide que tal o cual asunto deba ser
incorporado a su agenda.
La literatura ha tratado de ofrecer modelos que ordenen la dinámica de las dos agendas
respectivas. Tal es así que Cobb y Elder han ofrecido un modelo integrador del proceso de
formación de la agenda sistémica o pública desde la premisa de los conflictos de grupo,
preguntándose cómo los conflictos logran dilatar su “alcance, intensidad y visibilidad”, convertirse
en asuntos públicos y demandar la intervención gubernamental. Para que un asunto tenga el
acceso a la agenda necesita cumplir tres requisitos: que sea de objeto de atención amplia, que una
buena parte del público considere que se requiere algún tipo de acción y que dicha acción sea
competencia de alguna entidad gubernamental. El modelo parte con la idea de que la
conflictividad actual o potencia de un asunto en la comunidad política es el factor que favorece su
expansión y difusión.
Acontecimientos sociales que sirven de “mecanismos de disparo” y actores sociales que se
encargan de convertirlos en cuestiones y ofrecer su primera definición (los iniciadores) son el
primer paso del trayecto. Las características de la definición son también factores que favorecen o
impiden la difusión del problema entre un mayor número de ciudadanos. El trayecto culmina
cuando la definición de una cuestión, después de inevitables ajustes y depuraciones a lo largo de
su polémico camino, se coloca en el orden del día de la comunidad política. En este momento la
cuestión puede llamarse pública y se coloca como reclamos ciudadanos frente al gobierno,
exigiendo un lugar en la agenda formal de sus organizaciones y programas. El trayecto de la
cuestión hacia la agenda política es en realidad una confrontación de decisiones y el resultado en
el que remata el recorrido suele ser la aceptación colectiva de que existe un problema
insoportable y que la sociedad y/o el gobierno tienen que hacer algo.
Averiguar y modelar cómo se forma la agenda gubernamental formal es un segundo orden de
discusión e investigación. El gobierno puede ser un iniciador de discusiones en la comunidad
política y seguramente participa en la expansión o freno de determinados asuntos a través de sus
discursos, medios de información, organizaciones, líderes e intelectuales afines. Intervienen
estratégicamente en la vida pública tratando de dar forma a las cuestiones a la luz de sus
posibilidades de intervención.
Cobb, Elder y Kingdon coinciden en señalar que el establecimiento de la agenda formal del
gobierno es un proceso decisional que la mayoría de las veces es contingente, tornadizo. Rara vez
el proceso está bien estructurado, y en mucho se asemeja a las “anarquías organizadas”, las cuales
tienen tres principios: preferencias problemáticas, tecnologías no claras y participación fluida. Su
proceso decisorio es cambiante y hasta caprichoso. De hecho, se parece a un “bote de basura” o
“papelera”, en el que los participantes arrojan varios tipos de problemas y soluciones a medida
que los genera. Se introducen así en el proceso de decisión organizacional toda suerte de
problemas y tipos de solución, a granel, con diversos niveles de análisis y pruebas, con diversos
propósitos, prioridades, procedimientos y tiempos. Los encargados de la decisión en parte
expresan las ideas y preocupaciones de los demás y en parte introducen sus propios intereses,
preocupaciones, visiones y tecnologías. El proceso decisional de una anarquía organizada se
caracteriza entonces por ser una colección de decisiones que están en busca de problemas; de
cuestiones y sentimientos que están en busca de ocasiones de decisión para poder ventilarse; de
soluciones en busca de las cuestiones que pueden responder y de decisores en busca de trabajo.
Por tanto una decisión es el resultado o la intersección de varias corrientes relativamente
independientes entre sí que se mueven dentro de una organización. La decisión es básicamente el
resultado de cuatro corrientes: los problemas, las soluciones, los actores participantes y las
oportunidades de elección.
La decisión gubernamental de introducción en su agenda de asuntos públicos específicos va a
depender de si el gobierno se encuentra o no en una oportunidad de elección favorable, si las
cuestiones y demandas son o no tratables, si los participantes en la toma de decisiones están o no
interesados en intervenir en la cuestión por muchas razones. Dicho clásicamente, el gobierno
sigue siendo el arte de lo posible, la capacidad de hacer crecer los proyectos y desahogar los
conflictos en el marco de la limitaciones inescapables de la realidad.
Sin embargo, aunque en mucho las decisiones públicas se caractericen por las contingencias, los
sistemas políticos y los gobiernos de manera deliberada o espontánea han ido creando pautas,
conductos, tiempos, organizaciones y liderazgos para regular tanto el flujo de las demandas
públicas como el de las respuestas gubernamentales.
El flujo de los problemas públicos rumbo a la agenda informal es regulado por las preferentes
propensiones y hasta proclividades y prejuicios del sistema político-administrativo en general y de
las oficinas gubernamentales particulares. Hay pues una reducción de la multiplicidad y
variabilidad, por lo que se configura un patrón de atendibilidad y aceptabilidad de las cuestiones
públicas. Lo mismo ocurre con las soluciones en busca de problemas. No todas las respuestas
imaginables y disponibles pueden disponerse operativas. Hay restricciones fiscales, legales,
morales, tecnoproductivas, políticas. Sobre todo, tristemente, hay restricciones mentales. Muchas
respuestas pensables, argumentables, plausibles, son inhibidas de inmediato, caricaturizadas, o
simplemente nunca pasarán por la cabeza los políticos y funcionarios. Hay pues, un patrón de
plausibilidad político-administrativa, determinado por restricciones de recursos e ideas.
Sin embargo, el factor con mayor peso causal en la configuración de la agenda formal de gobierno
es la fuerza de los actores políticos que intervienen en el proceso, y las relaciones políticas y
administrativas que han tejidos entre ellos y con el gobierno. Este punto de estudio es el más afín
e interesante para la ciencia política, por cuanto tiene que ver con la localización, descripción y
explicación de las fuerzas de los diferentes grupos sociales y de sus correlaciones de fuerzas.
El gobierno formal es fatalmente la fachada de los pocos intereses organizados que son los que
gobiernan efectiva y eternamente determinadas áreas de asuntos, llamados tal vez públicos, pero
de hecho son particularistas.
A raíz del crecimiento de la intervención estatal, los gobiernos estuvieron más expuestos a la
presión de los grupos de interés y tuvieron que ser más solventes técnicamente en la solución de
los problemas de asistencia pública y bienestar social. La política se desplazó hacia las políticas, se
consolidó la interdependencia entre política y administración y apareció la figura del “político de
políticas” (policy politician). Para representar realmente los intereses y resolver efectivamente los
problemas se requería introducir conocimientos orientados y aplicados, cada vez más complejos,
especializados. Había una necesaria y crucial medición técnica entre sociedad y gobierno: la
famosa racionalidad técnica.
Para poder hoy colocar determinados asuntos como prioridad del gobierno se requieren sólidos
conocimientos, cálculos muy elaborados y evidencia relevante.
Los expertos de asuntos están finalmente en función de los asuntos que los grupos de interés
dentro y fuera del gobierno determinan.
LA DEFINICIÓN DE LOS PROBLEMAS PÚBLICOS
Difícilmente podría un gobierno democrático hacer suya una definición que no contara con el
conceso político ciudadano, marchara en contra de la legalidad establecida, consumiera
dudosamente los recursos públicos y escapara a formas de supervisión y cooperación social. La
búsqueda de definiciones teóricamente consistentes, culturalmente aprobables y
gubernamentalmente tratables es tan difícil como exigida en el campo del análisis y la
recomendación de políticas.
Por definición de problema se entienden los procesos mediante los cuales una cuestión ya
aprobada y colocada en la agenda de la política pública, es estudiada, explorada, organizada y
posiblemente cuantificada por los interesados, quienes no raramente actúan en el marco de una
definición de autoridad, aceptable provisionalmente en términos de sus probables causas,
componentes y consecuencias.
“Quien define es quien decide” es una máxima que quiere subrayar el hecho de que los grupos
sociales y/o gubernamentales que han tenido la capacidad de ofrecer el planteamiento y la
definición aceptable de la cuestión son los que influyen efectivamente en la decisión. Pero, quiere
decir también que la manera como se ha definido un asunto público condiciona la configuración
de los instrumentos, modos y objetivos de la decisión pública, las opciones de acción.
Los problemas públicos no son sencillos, fácilmente solubles. En los Estados contemporáneos, aún
en el nivel de los gobiernos locales, los problemas públicos son de gran escala, complejos,
interdependientes, subjetivos, tornadizos, conflictivos. Su alto grado de dificultad se debe, en gran
parte, a que los privados y sus organizaciones suelen convertir justamente en públicos los
problemas que ocasionan y que son incapaces de resolver con sus intercambios competitivos y
cooperativos. La debilidad de ciertos consumidores y productores, incapaces de resolver
satisfactoriamente sus problemas privados mediante intercambio entre privados, ocasiona que
politicen sus situaciones de vida y que transformen en público sus penosas dificultades
particulares.
Los problemas públicos han sido llamados wicked problems: problemas retorcidos, malignos,
embrollados, tramposos. Es decir, problemas sin una formulación definitiva, sin criterios que
establezcan cuándo se alcanza la solución, cuya solución no es nunca verdadera o falsa, sino buena
o mala, y carece además de una prueba inmediata o resolutoria, problemas frecuentemente
inéditos, sintomáticos de problemas de mayor trascendencia. Problemas cuya complejidad e
irresolubilidad aumenta en la medida que se profundiza la intervención estatal y la sociedad se
acostumbra a considerar que la única manera de abordarlos es por la vía estatal.
Frente a muchos problemas públicos no hay solución, sino re-solución. Hay que atacarlos una y
otra vez, sin desmayo, para ir removiendo sus aspectos más nocivos y más extendidos e irlos
transformándolos mediante la intervención sistemática.
Los llamados problemas no son datos externos, realidad objetivas, sino “construcciones”, datos
seleccionados y caracterizados con referencia a ciertos esquemas cognoscitivos y valorativos de
los sujetos que los observan o experimentan, el problema público manifiesta toda su complejidad
y variabilidad, particularmente en el marco de las sociedades abiertas, plurales y gobiernos
democráticos. Los problemas públicos no son independientes de las valoraciones y las
perspectivas de los ciudadanos y sus organizaciones. No hay problemas “en sí”, no existen
objetivamente. Son construcciones sociales políticas de la realidad.
El problema se vuelve entonces una cuestión: se debate sobre sus componentes, causas,
consecuencias y planteamientos.
El problema de la definición de los problemas públicos es entonces doble. Por un lado, enfrenta la
dificultad de construir y estructurar una definición aceptable, que supere los escollos de la
polémica y pueda alcanzar de alguna manera consenso; por el otro, debe conducir a una definición
operativa que dé pie y espacio a una intervención pública viable con los instrumentos y recursos a
disposición del gobierno.
Lo que nosotros experimentamos son situaciones problemáticas; no experimentamos problemas
que, a la manera de los átomos y las células, son construcciones conceptuales. Hay que distinguir
claramente en la expresión “problema” del lenguaje ordinario dos niveles: el problema vital y el
problema cognoscitivo.
Las “situaciones problemáticas” son efectivamente hechos vividos u observados por el sujeto y
que al ser referidos a su cuadro valorativo arrojan conclusiones negativas de reprobación y
malestar. Se trata de discrepancias entre las condiciones vividas u observadas y las deseadas. La
vida en sociedad está llena de estos problemas vitales y situaciones problemáticas.
Los “problemas” tienen, en cambio, una naturaleza cognoscitiva más que vital o valorativa, son
construcciones lógicas que articulan, ordenan los datos y elementos que la tensión entre la
factualidad y el deseo liberó y los reúnen en una definición.
Los gobiernos y sus analistas deben construir definiciones de problemas aceptables y solubles,
legal y políticamente aceptables, fiscal y administrativamente viables. Una de las mayores
dificultades en la definición y solución de problemas públicos es que con frecuencia la definición
del problema construida por el gobierno difiere significativamente de la definición que del
problema tienen los afectados y los interesados.
La solución forma parte de la misma definición del problema. Es insostenible, contradictoria, la
noción de problemas irresolubles. Por consiguiente, definir un problema significa “crear el
problema”, en línea con la tesis organizacional conocida de “soluciones en busca de problemas”.
Crear un problema consiste en encontrar un problema acerca del cual se puede y se debe hacer
algo.
H. Simon fue de los primeros en llamar la atención sobre la estructura de los problemas y
distinguió entre problemas bien o mal estructurados. Los problemas bien estructurados se
distinguen por tener características precisas. Un problema bien estructurado tiene la característica
de contar con un “solucionador general del problema”, es decir cualquiera conocedor de su
estructura tiene en principio la capacidad de resolverlo. Un problema mal estructurado es
obviamente del que carece de las características mencionadas. No se requiere mucha información
para saber que muchos problemas públicos, no todos, al final de su construcción poseen una
estructura laxa, imprecisa, que dificulta al público y al gobierno saber qué resolver, cómo
resolverlo, y saber si las operaciones efectuadas llegaron a resolverlo.
Frente a los problemas hay una memoria institucional y administrativa que se despierta y se pone
a la obra. Hay problemas iguales o análogos a los anteriormente tratados, que serán estructurados
y procesados como en el pasado; hay también problemas nuevos, inéditos. Éstos, sobre todo, sí
son de gran complejidad y tamaño, son reelaborados y reestructurados por los organismos
gubernamentales, al analizarlos en sus diversos componentes y, particularmente, en aquellos
componentes particulares para los cuales cuentan con información, teoría y tecnología probada,
condiciones políticas y jurídicas favorables, tiempo. Un ataque integral al problema mayor sería
una invitación al fracaso o un desmontaje de los grandes problemas públicos en pequeños
problemas manejables.
Sin embargo, no todos están de acuerdo en que sea siempre correcta la estrategia analítica de
fraccionar el problema mayor en problemas menores. Esto podría confundir los síntomas con las
causas y ocasionar mayores y más graves problemas. En efecto, los problemas públicos resultan de
múltiples relaciones sociales que se enlazan con otras relaciones sociales y éstas con otras. No dan
lugar a realidades separables o tratables por separado.
Las políticas públicas conocen muy bien, debido a sus límites y fracasos de intervención, cuándo
los problemas públicos son problemas de problemas, se engarcen unos con otros dificultando
soluciones exhaustivas y cortantes.
Importante es entonces saber estructurar o plantear los problemas, para no hallar la solución
correcta al problema equivocado. Ahora bien, plantar correctamente los problemas significa un
muy depurado ejercicio lógico y científico. Se trata nada menos que de la formación de los
conceptos sociales y de la formación y prueba de los enunciados causales: la cruz epistemológica
de las ciencias sociales sobre la que han escrito las mejores inteligencias. En los problemas
públicos mal estructurados no se sabe cuáles serán los fines u objetivos preferidos a realizar y/o
los medios para realizarlos.
Ahora bien, para escapar de decisiones inciertas, bajo la presión hostil de los reclamantes, se
tiende a definir el problema en términos accesibles a los modelos, teorías y tecnologías que
dominan las organizaciones gubernamentales y que han demostrado ser eficaces en otras
circunstancias.
Estructurar bien un problema es entonces producir tal definición del hecho calificado como
problema, que pueda volverse el sujeto u objeto de un enunciado causal. Hay que estructurarlo
como “causa de” o “efecto de”. Las políticas públicas son hipótesis de trabajo, no programas a
seguir y ejecutar rígidamente. Las políticas serán experimentales en el sentido en que deberán ser
objeto de observación constante y experta para conocer las consecuencias que ocasionan cuando
se ponen en acción.
Sociedad y gobierno deben reconocer la situación de incertidumbre o de riesgo que acompaña a
muchas decisiones públicas. En muchos campos de acción, es más probable el error que el acierto,
el fracaso que el éxito. Esta probabilidad es explicable y justificable por la naturaleza rebelde de
los problemas públicos.
Si algo enseña el difícil arte de estructurar bien los espinosos problemas públicos, es darse cuenta
de que es más decisivo para el buen gobierno contar con organizaciones públicas capaces de
aprender, de reconocer y remediar sus errores inevitables, que intentan diseñar políticas
infalibles, inmunes de todo error. Jamás pondrán el punto final a los problemas públicos, pero
pueden contribuir a hacerlos manejables, despojándolos de sus aspectos más nocivos
colectivamente.