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LA SEGUNDA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA Y TECNOLÓGICA Y LA

BÚSQUEDA DE UN NUEVO SISTEMA DE VALORES


REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA:

Lavado Mallqui, L. & Guillen Benavides D. (s.f.). Ética Profesional. Lima – Perú:
U.I.G.V. (pp. 42 – 49).

En primer lugar, esto se refiere a su adaptación social y a su alienación social: si el


individuo acepta como propio los valores que son aceptados por la opinión pública,
entonces sus lazos sociales son permanentes y el individuo está bien adaptado a la
sociedad; de lo contrario, se ve alienado de ella.

Los valores aceptados por el individuo determinan, o cuando menos codeterminan,


los objetivos que se fije en la vida y, por ende, determinan lo que hemos denominado
“el sentido de la vida”.

También en este caso, la sociedad influye en la forma de este carácter a través del
sistema de valores que transmite al individuo.

El papel especial que en la vida del individuo interpreta el sistema de valores que ha
acepado y la relación entre dicho sistema y la elección de las líneas principales de
acuerdo con las cuales actúa el individuo, explican su tendencia, fácil, ente
comprensible, a ser conservador. Así es como el hombre defiende la forma de su
personalidad. Pero éste no es más que un aspecto del problema: los lazos sociales
garantizados por el sistema de valores aceptados ocasionan no sólo la estabilidad de
dicho sistema en la vida del individuo, sino también su mutabilidad en la escala del
desarrollo histórico de la especie y, por ende, también la mutabilidad de los
individuos que pertenecen a ella. No hay ninguna contradicción entre estas dos
afirmaciones, porque cada una de ellas tiene un referente distinto: en un caso nos
referimos al individuo en concreto, y en el otro nos referimos a otros individuos en
otra etapa del desarrollo de la especie humana. Esto no quiere decir en los períodos
de tormentas y tensiones, cuando el sistema social de valores se derrumba y cambia,
la posición de un individuo dado que viva en tal período permanezca invariable. Se
produce un cambio, pero el proceso encuentra resistencia. Pero los cambios que
tienen lugar en las generaciones sucesivas de individuos son más importantes.

Este es, justamente, el problema que nos interesa aquí. Al mismo tiempo que
rehusamos entrar en comentarios filosóficos sobre los problemas de la axiología,
manifestamos el hecho empírico de que los valores sí cambian en el tiempo y el
espacio, de acuerdo con la totalidad de las relaciones sociales que predominen en un
período y una sociedad dados. ¿Qué ocurrirá ahora? ¿Cuál será la repercusión de la
segunda revolución industrial en el sentido de que los valores si cambian en el tiempo
y en el espacio?
Antes de responder a esta pregunta, volvamos a preguntar -ya lo hemos hecho antes
en términos generales- si tal respuesta es posible si se pueden predecir tales cosas
con cierto grado de probabilidad. La respuesta es afirmativa cuando se trata de la
tendencia del desarrollo en esta esfera, vinculada con el cambio económico y
sociopolítico que se está produciendo simultáneamente. Como hemos dicho en
ocasiones anteriores, nos referimos aquí a hipótesis de un tipo especial, a saber: las
potencialidades que los actos humanos pueden convertir en hechos. Esto da
importancia a la configuración de la conciencia humana, haciendo que los seres
humanos se den cuenta de ciertas necesidades y de las posibilidades de satisfacerlas.

¿Qué cambios pueden predecirse en la esfera que nos interesa?

Ante todo, en vista del incremento de la riqueza social en los países muy
industrializados, es probable que la gente se aleje de las pautas de la sociedad de
consumo. La lucha por los bienes de consumo y la posibilidad de estimular las
actitudes correspondientes caracterizan a los que tienen hambre en este respecto.
Esta es la única situación que engendra rivalidad, al alardear de la riqueza propia con
el consiguiente alarde de los propios niveles de consumo. Cuando se ha sobrepasado
cierto límite se produce una sensación de saturación y la tendencia se invierte: las
personas empiezan a mostrarse snobs, no acerca de la riqueza conspicua, sino acerca
del rechazo igualmente conspicuo de la riqueza. Psicológicamente, esto es muy
comprensible: este lujo sólo pueden permitírselo los que tienen todo lo que les gusta.

Citaré algunos ejemplos que, si tratamos las cosas superficialmente, pueden


interpretarse como manifestaciones de extravagancia pero que, si se reflexiona más
hondamente, son muy ilustrativos. Empecemos por el movimiento hippie. En su
mayoría lo formaban jóvenes de familias acomodadas, e incluso ricas, que
rechazaban el modelo de la sociedad de consumo y adoptaban pautas declaradamente
ascéticas. Lo mismo cabe decir de la extravagancia, que es algo mucho más profundo
de lo que parece, de los muy citados aristócratas británicos que se visten de
cualquier manera en todas las ocasiones posibles y producen así, al igual que los
hippies, pautas de una contracultura específica.

A modo de divertimento contaré lo que me ocurrió en Inglaterra. Me encontraba


en Oxford, donde me habían invitado a pronunciar una conferencia. Después de
cenar en uno de los colegios antiguos dos profesores me invitaron a tomar café en
el club de la Facultad. Durante la conversación subsiguiente uno de ellos me contó
con acento de disgusto su visita a un país en el que la gente considera necesario
cambiar de automóvil cada año. Mis anfitriones me informaron de que uno de ellos
tenía un coche adquirido en 1936, un Rolls Royee, por supuesto, mientras que el
otro tenía un Bentley más o menos de la misma época. Y ahora viene lo principal.
Uno de ellos añadió: "En este país también hay gente que quiere alardear y compra
un coche nuevo cada año, mientras que nosotros tenemos coche s que tienen
más de cuarenta años de edad. Pero no hay ninguna duda de quién tiene que
tratar de señor a quien”. Esta es una conversación auténtica cuyo
significado es mucho más profundo y que no puede tratarse como una
simple extravagancia. Y su significado es válido para el futuro también.

Puede predecirse, con muchas probabilidades de acertar, que la riqueza


material perderá su condición de valor que determina -como ocurre hoy- el
objetivo de la actividad humana en masa. Cuando se tiene todo lo que se
necesita para llevar una existencia material de alto nivel, la acumulación
de riqueza y la conversión de esto en el objetivo principal de la vida se
vuelven innecesarias, incluso ridículas. Esto quiere decir que la alternativa
de las actitudes humanas que se expresa en la formulación “tener frente a
ser” formulación que han comentado humanistas como Maritain y Fromm,
se resolverá a favor de “ser”. “Tener” perderá su sentido porque las
necesidades humanas encontrarán satisfacción en la vida corriente, d esde
luego a una escala razonable. La nueva situación significaría un cambio
fundamental en el sistema de valores, lo cual es comprensible en el caso
del hombre universal y del hombre del juego.

Este cambio deberá producir modificaciones de gran alcanc e en las esferas


moral y sociopolítica de la vida humana. En la esfera m oral, preparará
naturalmente el camino para el altruismo y la filantropía. El egoísmo
estrecho, tan común hoy día, se debe principalmente al miedo a la penuria,
aunque dicho miedo sea imaginario.

En la esfera sociopolítica el citado cambio de valores puede preparar el


camino para sus derivados: el igualitarismo (incluyendo la igualdad de
derechos para la mujer) y el compromiso individual con los problemas
sociales. Es fácil demostrar los lazos orgánicos (también en el sentido
genérico) entre esos valores y las actitudes relacionadas con ellos. De
hecho, nos encontramos ante una transformación positiva del sistema de
valores, si como sistema de referencia adoptamos el humanismo en su
interpretación más amplia.

Es ésta una perspectiva extremadamente atractiva, pero debemos tener presente


que se trata sólo de una posibilidad.

La consecución de este objetivo es ahora más probable que antes, ya que la


revolución industrial es una poderosa fuerza motriz en esta dirección, pero en
última instancia el resultado final dependerá de actos humanos conscientes. La
primacía del valor de "ser" (en el sentido de que tal valor se mide por lo que es el
ser humano) tendrá más consecuencias en la escala social de valores, sobre la cual
debemos decir algo aparte. Esta mutación (porque será un auténtico cambio
cualitativo) ennoblecerá el trabajo creativo y, por consiguiente, también a quienes
lo hacen. Hay países en los que, debido a sus tradiciones y destinos históricos, la
intelectualidad (los profesionales) en general y los intelectuales (en el sentido de
las personas que hacen trabajo mental creativo) en particular gozan de una
categoría social muy privilegiada.

Pero hay otros países en los que el concepto de intelectualidad es prácticamente


desconocido y donde se adopta una actitud más bien desdeñosa ante los
intelectuales.
Esta situación cambiará señaladamente, para mejorar, en todos los países muy
industrializados. Si "ser", en lugar de "tener", se convierte en el valor principal,
entonces la categoría social del individuo la determinará más que nada su función
social creativa: cuanto más importante sea la función, más elevada será la categoría
de quien la desempeñe. Esto, huelga decirlo, afectará no sólo a científicos y artistas
(en el sentido amplio del término), sino también a las personas que se dediquen a
la política, a la organización de la vida pública, etcétera, cuya actividad también es
intelectualmente creativa.

Este será el resultado del cambio en los cimientos del sistema de valores, pero a su
vez los cambios en la posición de las personas en la vida y en su condición social
universalmente aceptada reforzarán los cimientos del nuevo sistema de valores.
Ciertamente, los que aprovechan este cambio en la escala del prestigio social -y
serán muchos los que lo aprovecharán- serán ardientes defensores del nuevo
sistema de valores que habrá posibilitado esta operación.

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