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La firme determinación del adviento: volver el rostro hacia Jerusalén

José Jesús Carrera Mendoza

El año para el cristiano, el calendario litúrgico, inicia con el primer domingo de adviento, tiene su
culmen en la pascua y termina con la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo. Al iniciar
nosotros este tiempo de espera y preparación, llamado adviento, tiempo para preparar los
senderos, rellenar los barrancos, rebajar los montes y enderezar lo que se dobla (Cfr Lc 3,4) es de
vital importancia preguntarnos ¿por qué hacerlo? La respuesta es una: preparar el corazón para
que Jesús pueda nacer, y así reinar, en mi corazón y mi vida.

Al pequeño niño Jesús, que ya viene, le espera un final glorioso: la exaltación en la cruz. El
nacimiento de Jesús tiene sentido en relación con la cruz, y ésta sólo en relación con la
resurrección. El evangelio de Lucas narra de buena manera la vida de Jesús, un Jesús que a los
doce años ya es consciente de ser Hijo de Dios y cuando la Virgen lo cuestiona sobre por qué se
quedó en el templo, él le responde: ¿por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo estar en la
cosas de mi padre? (Lc 2,49).

El mismo Jesús después de recorrer todas la ciudades y pueblos predicando y anunciando el Reino
de Dios (Cfr Lc 8,1), sabiendo que se acercaba su momento de glorificar al Padre «tomó la firme
determinación de emprender el viaje a Jerusalén» (Lc 9,51). Le tomará alrededor de diez capítulos
en el Evangelio llegar a Jerusalén, «Su propósito es convertir el viaje o «éxodo» del Mesías en una
escuela de discipulado misionero, pues al ritmo de su itinerario a Jerusalén revela disposiciones,
exigencias y misión que el Mesías pide a quien quiera seguirlo». (Biblia de América)

Al iniciar un año litúrgico más, estamos llamados a tomar la firme determinación de emprender el
viaje a Jerusalén, esto es, decidirse, optar por el plan de Jesús, por el proyecto del Reino de Dios.
Caminar en una experiencia de amigos, de discipulado a través de la Palabra que se será
proclamada solemnemente por la Iglesia y que no lleva a adentrarnos en el misterio de la vida de
Jesús. Preparar el camino, como nos dice Juan, es disponer el corazón para que, al igual que Jesús,
optemos por la cruz, para voltear el rostro a los hermanos en el servicio descubrir la voluntad de
nuestro Padre, manifestada plenamente en la gloria de Cristo.

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