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3/11/2018 Marcas simbólicas del totalitarismo, por Verónica Baston | Temakel

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Novedades Marcas simbólicas del totalitarismo, por Verónica Baston

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En un extenso y fecundo trabajo, Verónica Baston
Principal
estudia la historia del aciago totalitarismo
Aperturas nacionalsocialista desde la teoría psicoanalítica, y el
mundo de simbolismo mítico y esotérico. Por su
Arte extensión, lo hemos dividido en dos entradas.

Caminata urbana
Aclaración: en algunos tramos de su escrito, la autora
Este mundo alude a la ejemplificación de ciertas imágenes que no
Filosofía hemos podido incluir aquí.

Galerías de arte E.I


Historia y simbolismo

Galerías
MARCAS SIMBÓLICAS DEL TOTALITARISMO
Textos Por Verónica Baston

Literatura fantástica
Introducción
Mitología El objetivo de este trabajo es presentar una visión del
totalitarismo, haciendo hincapié en el caso
Patagonia mítica nacionalsocialista alemán, a partir del análisis del
Símbolo y geografía fenómeno, relacionándolo a algunos conceptos
fundamentales formulados por la teoría psicoanalítica.
Sonidos y cultura Asimismo, habrá un apéndice a título informativo sobre
el mito nazi pero en un plano simbólico, mitológico y
Textos olvidados
esotérico
Viajeros y exploradores El análisis será efectuado en diferentes secciones,
partiendo de una explicación del concepto de totalitarismo como tipología específica de un determinado
sistema político; luego serán introducidos los conceptos freudianos con la debida articulación de los
Textos propios
mismos con los del nazismo, estableciendo como pilares la dimensión ideológica y ciertos mitos como la
Artículos guerra.
La última parte estará destinada a las conclusiones.
Conferencias
En las leyendas nórdicas y centroeuropeas que han surgido de las religiones paganas, cuentan el
Cuentos mundo había sido creado por el Dios Wotan (1) quien residía en Asgard, el hogar de los dioses. La leyenda
dice que Wotan se sacrificó durante nueve días y nueve noches colgándose del árbol Ygdrasil, situación
Ensayos
durante la cual alcanzó la iluminación e inventó las runas. Wotan es simultáneamente un dios amable y
Poesía y prosas poéticas bueno pero también cruel, ya que representa la naturaleza humana.
Este dios todopoderoso ha creado el Valhala, que es un paraíso destinado para los soldados caídos en la
batalla. Estos héroes eran transportados hacia el Valhala por Valquirias, seres mitológicos femeninos,
Cursos y actividades algunas de ellas hijas de Wotan, que los asistían y les otorgarían la redención para que puedan regresar
Cursos y actividades con Victoria.
Los héroes montados en caballos vuelan hacia una especie de lugar iluminado que está más allá de las
nubes (supuestamente el Valhalla), mientras que en tierra hay dos mujeres que toman en sus brazos a
Buscar hombres que yacen luego de una batalla.
Buscar A este mito de los héroes, las hadas salvadoras y el paraíso de redención como el Valhalla, recurrieron los
nazis, claro está, acuñando su propia versión de la leyenda, para fundamentar su ideología en pilares de la

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tradición europea, tomando un paralelismo entre el dios todopoderoso, que redimía a sus soldados y los
Inicio de sesión
honraba con gloria, y el führer prinzip.

Nombre de usuario: * El que esta visión psicoanalítica se desarrolla en tres dimensiones se debe a que durante la investigación
del trabajo me ha motivado cierta música y ciertas imágenes artísticas, hasta llegar a la conclusión de que
todo ello podía representar de alguna manera, las ideas aquí expuestas. Aún sabiendo que la forma de
Contraseña: * evaluación de este seminario es una monografía o trabajo escrito, me tomé la atribución de entregar estas
imágenes y el disco compacto que adjunto.
Claro está, que la dimensión del trabajo la parte escrita, pero las ejemplificadoras y siniestras creaciones,
Iniciar sesión del diseñador industrial y artista plástico suizo Giger, tienen un valor representativo para relacionar con
Solicitar nueva contraseña cada uno de los conceptos aquí planteados.
A su vez, aparecen otras imágenes extraídas de otros libros pertenecientes a la temática de la mitología
nórdica, tan recurrentemente utilizada por el romanticismo tradicionalista característico del totalitarismo.
Beethoven y Wagner (2) son representantes álgidos del romanticismo alemán en su expresión artística,
y sus obras monumentales, dentro de las que aparece la idea de los sublime, lo heroico y místico, brindan
un aporte especial que puede relacionarse con los temas en cuestión.
Holst, interpretado por Elgar, con su obra Marte, el portador de la Guerra, ilustra claramente el mito de la
guerra.
Uno de los grupos elegidos son los Kraftwerk, padres de la música tecnológica y computadorizada ("Música
Tecno"), en cuyos temas aquí presentados encuentro particularmente interesante la idea de la Radio y del
Hombre Máquina y Robotizado.
Blind Guardian, grupo Heavy alemán, en su estilo representa el romanticismo alemán porque toma mitos y
leyendas tradicionales, cuentos de brujos y guerreros.

El Totalitarismo
El totalitarismo no es una invención del siglo XX, aunque probablemente haya sido en nuestra época
cuando tuvo lugar, más que en cualquier tiempo pasado, su perfeccionamiento y desarrollo. Fue en la
antigua Grecia donde aparecieron virtualmente la mayoría de los conceptos y teorías políticas, pero no sólo
eso sino que también se las llevó a la práctica. Así como Atenas ofrece el clásico modelo de la democracia
en la historia occidental, así también Esparta es la primera en tratar el clásico modelo del totalitarismo. La
vida de los espartanos estaba sujeta, de la cuna a la tumba, a una férrea disciplina que regulaba todos sus
pensamientos y acciones. No había ninguna consideración humanitaria por los débiles de cuerpo o espíritu;
el incapaz de llegar a ser un servidor o soldado del Estado, no tenía derecho a vivir. La felicidad del
individuo no significaba nada; el poder del Estado lo era todo. El valor militar y la capacidad combativa
eran consideradas las más altas dotes del hombre y los valores clave de la vida eran los típicamente
totalitarios de la autonegación indisputable, la disciplina, la obediencia y el autosacrificio. Se pueden hallar
ejemplos totalitarios similares en la historia del antiguo Egipto, de la antigüedad romana y del imperio
incaico anterior a la conquista española.
A comienzos de la década iniciada en 1930, el totalitarismo cobra importancia como problema para el
análisis científico y la comprensión del público, específicamente ante el triunfo del partido nazi en Alemania
en 1933. Muchos especialistas en ciencias políticas y publicistas alemanes proclamaron abiertamente que
el Estado totalitario (der totale Staat) era la forma más elevada de la evolución política y la única
adecuada para el pueblo alemán. Los arrestos arbitrarios efectuados por la policía secreta, el recurso
frecuente de la tortura y el asesinato y la instalación de campos de concentración, poco después del
nombramiento de Hitler como canciller del Reich, demostraron al mundo que los nazis estaban dispuestos
a todo y no iban a perder tiempo en llevar a la práctica la teoría totalitaria. Algunos años más tarde, a
mediados de la misma década, las depuraciones en masa en la Unión Soviética junto a las primeras
informaciones sobre los campos de trabajo esclavo, llevaron pronto al ánimo de todos que tanto el
nazismo como el comunismo eran fundamentalmente totalitarios. Finalmente, el pacto germano-soviético
de agosto de 1939 y junio de 1941, dieron pábulo a la expresión popular de que el comunismo no era sino
una suerte de "fascismo rojo".
El totalitarismo como forma de gobierno y como sistema de vida se caracteriza por un propósito
fundamental: el control total del hombre por el Estado. El objetivo es máximo poder del Estado,
conquistable únicamente mediante la represión máxima de la libertad individual. El Estado es el amo, el
individuo el servidor. Como resultado de ello, el sistema totalitario no reconoce derechos "inalienables" al
individuo.
En espíritu y en sus intenciones, el totalitarismo moderno está emparentado con gran número de tiranías
del pasado. El único aspecto novedoso del totalitarismo moderno es su maridaje con la ciencia y la
tecnología del siglo XX. La radio, la televisión y la prensa permitieron al moderno jerarca totalitario llegar
directamente al interior de cada hogar mucho mejor que los dictadores y tiranos de otrora.
Hay un elemento adicional en los totalitarismos del siglo XX que los distingue de formas anteriores: un
antecedente de experiencia y participación política popular. Fue sólo a partir del siglo XVIII que las masas
adquirieron en muchos países la característica de factor importante y hasta decisivo en el proceso político.
Allí donde no ha habido absolutamente ninguna experiencia política democrática o popular, el gobierno no
democrático asumirá por lo general la forma del autoritarismo tradicional o despotismo personal basado en
un ejército y una policía leales. Allí donde ha habido poca - aunque no suficiente - experiencia en materia
de participación popular en la política el totalitarismo encuentra su campo más fértil.

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Según Hanna Arendt (3), el totalitarismo es una forma de dominación radicalmente nueva, porque no se
limita a destruir las capacidades políticas del hombre aislándolo en relación con la vida política, como lo
hacían las viejas tiranías y los viejos despotismos, sino porque tiende a destruir también los grupos y las
instituciones que forman la urdimbre de las relaciones privadas del hombre, sacándolo de esta manera del
mundo y privándolo hasta de su propio yo. En este sentido, el fin del totalitarismo es la transformación de
la naturaleza humana, la conversión de los hombres en "haces de reacción intercambiables" y tal fin se
persigue por medio de una combinación específicamente totalitaria, de ideología y terror. La ideología
totalitaria pretende explicar con certeza absoluta y total el curso de la historia; se vuelve por lo tanto
independiente de todas experiencias o afirmaciones empíricas, y construye un mundo ficticio y
lógicamente coherente, del que se derivan directivas de acción cuya legitimidad está organizada por la
conformidad con la ley de la evolución histórica.
Esta lógica coactiva de la ideología pierde todo contacto con el mundo real, con la tendencia a oscurecer el
mismo contenido ideológico y a generar un movimiento arbitrario y permanente. El otro ingrediente
especial, el terror totalitario, sirva para traducir en realidades el mundo ficticio de la ideología, para
confirmarla tanto en su contenido como en su lógica deformada. Afecta a los enemigos reales (esto sucede
cuando el régimen se instaura) y también a los enemigos "objetivos", cuya identidad está definida por la
orientación político-ideológica del gobierno más que por el deseo de trastocarlo, y en su fase más extrema,
golpea también a víctimas elegidas completamente al azar. Instrumento permanente de gobierno, el terror
total, establece un control en las masas de individuos aislados manteniéndolas en un mundo que se ha
convertido para ellas en un desierto: el terror constituye la esencia misma del totalitarismo, en tanto que
la ideología es su lógica de acción y principio que lo hace mover.
Continuando con esta postura, en el plano organizativo la acción de la ideología y del terror se manifiesta
a través del partido único, cuyas formaciones elitistas cultivan una creencia fanática en la ideología y la
propagan incesantemente y cuyas organizaciones funcionales llevan a cabo la sincronización ideológica de
todos los tipos de grupos y de instituciones sociales y la politización de las áreas más alejadas de la
política (deporte y diversiones), y a través de la policía secreta , cuya técnica de operación transforma
toda la sociedad en un sistema de espionaje omnipresente, en que cada persona puede ser un agente de
la policía y todos se sienten constantemente vigilados. Asimismo, toda esta organización se caracteriza por
una falta de estructura, ya que de acuerdo con el movimiento e imprevisibilidad que caracterizan al
totalitarismo, es la voluntad del jefe quien marca su ritmo. El jefe es el depositario de la ideología, saber
que únicamente él puede interpretar o corregir. Entonces, según este enfoque, la personalización del poder
es el aspecto capital de los regímenes totalitarios.
El totalitarismo se complace en apropiarse de símbolos, métodos, instituciones y hasta de la política de un
gobierno democrático, con la doble finalidad de enmascarar y promover sus designios. Expresiones tales
como "libertad", "democracia auténtica", "derechos de los trabajadores", "la voluntad del pueblo" y otras
similares, abundan en el lenguaje tanto del fascismocomo del comunismo. Análogamente, los Estados
totalitarios denominan hipócritamente "partidos" a sus organismo políticos monopolizadores -
contradicción, ya que es un partido único que como tal sólo constituye una parte del cuerpo político, el que
asume la existencia de los restantes partidos.
Tanto el comunismo como el fascismo rechazan el tradicional concepto occidental de la forma de gobierno
que implica elecciones libres, prensa libre, libertad de asociación política, libertad de religión, de
pensamiento y de palabra, derecho de viajar y emigrar al extranjero y libertad -en el más amplio sentido
de la palabra- bajo el imperio del derecho. El totalitarismo rechaza esta concepción como meramente
formal y desprovista de contenido y significación. Para el totalitarismo la forma de gobierno autónoma no
significa el gobierno de y por el pueblo, sino el gobierno para el pueblo, o sea que los intereses del pueblo
son interpretados por el líder y el partido gobernante. En el totalitarismo la forma nazi se identificaba al
pueblo con la "raza", de modo que el gobierno que actuaba en el mejor interés de la "raza" alemana era el
que verdaderamente actuaba en el interés del pueblo. El comunismo soviético identificaba al pueblo con el
proletariado, es decir, que para él la democracia significaba un gobierno que promovía los intereses de lo
clase trabajadora mediante la propiedad pública de los medios de producción.
Para el comunista no puede haber democracia en tanto en una nación exista un sistema económico
capitalista. Para el fascista no puede haber democracia hasta que valores tales como la grandeza racial y la
expansión imperialista sean los determinantes de la política oficial. Alemania nazi pretendía asimismo que
su gobierno era auténticamente popular (Volksgemeinschaft o "comunidad del pueblo"), al revés de las
democracias occidentales que a su juicio no lo tenían por haber descuidado el dogma de la pureza de
sangre y de raza.
En una sociedad totalitaria el individuo sólo puede hacer lo que el Estado le permite o quiere que haga.
Además, se le puede penar por acciones no definidas como ilegales en ninguna ley o decreto, por
consideradas punibles por un funcionario policía basado en generalidades tan vagas como "el interés
basado del Estado" o "el interés de los trabajadores".
En una sociedad libre, la ley favorece al ciudadano con respecto al gobierno. En la sociedad totalitaria
favorece invariablemente es el Estado el que se favorece y los sujetos son arrebatados de su categoría de
ciudadanos.
Los caracteres específicos y únicos del totalitarismo son la unión de la penetración total del cuerpo social
con una movilización permanente e igualmente total, que envuelve a toda la sociedad en un movimiento
incesante de transformación del orden social y la intensificación al grado máximo y sin precedente en la
historia de esta penetración-movilización de la sociedad. Estos caracteres se encuentran tanto en la
versión antigua (Esparta y Roma) del totalitarismo como en la versión moderna con la formación de la

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sociedad industrial, en la persistencia de un panorama mundial dividido y en el desarrollo de la tecnología.
Ya que la industrialización tienda a producir la desvalorización de los grupos primarios y de los intermedios
y la atomización de los individuos (y por qué no la "robotización" de los mismos), y por este medio se hace
posible un incremento decidido de la penetración política. Por otra parte, se produce la urbanización, la
alfabetización, la secularización cultural y el ingreso de las masas a la política y por este medio impone un
incremento decisivo en la movilización política. Por tal motivo, debe crearse de manera coercitiva un apoyo
masivo que se extiende virtualmente a toda la sociedad. Así, en el último tramo de su auge, el
totalitarismo tiende a comprometer en la guerra y en la preparación bélica a fracciones cada vez más
grandes de los recursos y actividades de la nación, hasta el punto de transformar al país en una enorme
máquina de guerra. Según el diccionario de Bobbio, la anarquía internacional favorece un acrecentamiento
explosivo de la penetración - movilización en los países más expuestos a peligros externos.
Haciendo hincapié en el tipo de totalitarismo fascista como es el Nazi (en oposición a otros tipos de
totalitarismos como el comunista staliniano), la ideología sobre la que se fundamenta es organicista,
irracionalista y antiuniversalista; su punto de partida es la raza, concebida como una entidad
absolutamente superior a los hombres individuales, y asume la forma de un credo racista que trata con
desprecio, como una fábula, la idea ética de la unidad del género humano, presuponiendo la corrupción del
hombre y con el propósito de instaurar el dominio absoluto de una supuesta raza superior sobre las
demás; la dictadura, el führer prinzip y la violencia son principios permanentes de gobierno indispensables
para mantener sujetas o para exterminar a las razas inferiores.
Ideología heredera de las tendencias más extremistas del pensamiento contrarrevolucionario gestado en
Europa en el Siglo XIX, que se ha nutrido de sus componentes irracionalistas y radicalmente
antidemocráticos; y en ciertos aspectos como los mitos teutónicos, el juramento personal al jefe, el énfasis
puesto en el honor, la sangre, la tierra, y la vuelta de su mirada hacia atrás hasta un orden pre-burgués.
Es característica del totalitarismo que se establezca en sociedades en que el proceso de industrialización y
modernización ya está adelantado y a buena altura, teniendo como objetivo la movilización y
subordinación de una sociedad ya industrializada y modernizada para sus propios fines. Los apoyos al
régimen serán proporcionados por la pequeña burguesía resentida y la gran industria. El fascismo deja en
gran parte con vida la antigua clase dirigente, tanto económica como burocrática y militar, tratando
primero de hacerla su aliado y luego convertirla en un instrumento de su propia política.
La ideología nazi, si bien no requiere una transformación total de la estructura económica-social, impone
una transformación radical del orden político-social: se proponía revolucionar el mapa racial de Alemania y
de Europa mediante el exterminio de las razas consideradas por ellos inferiores y estableciendo el dominio
de la raza superior (aria) sobre las inferiores.
El totalitarismo se propone llevar a cabo la destrucción de todas las líneas estables entre el aparato político
y la sociedad.
Para el sistema nazi la violencia (pulsión de destrucción y agresividad que se manifiesta) es un principio de
gobierno permanente para conseguir y conservar el dominio de la raza superior sobre las inferiores.

El Malestar en la Cultura
Al observar esta imagen, he interpretado que la figura central: el rostro femenino con el ojo y el alfiler de
gancho atravesándolo podía ser la representación de la cultura cargada tanto de sensualidad y poder de
seducción como de represión y malestar. Este se manifestaría en forma del humo volátil que invade el
dibujo, como la insatisfacción que trae consigo la represión, dado el sentimiento de culpa provisto por el
padre del psicoanálisis toda cultura exige para su supervivencia el sacrificio de las exigencias pulsionales, e
impone un monto de insatisfacción a los sujetos que la habitan. Condición de estructura, por lo tanto
insensible a las diferentes promesas de felicidad que las variadas propuestas históricas podrían ofrecer. La
pulsión de destrucción, la agresividad, la culpa y la eficacia del Superyó serían inherentes a la condición
humana misma, y se jugarían en el campo de lo social a partir de la articulación antagónica entre pulsión
de vida y pulsión de muerte.
Si el malestar en la cultura es intrínseco a toda forma cultural, no hay época que no produzca sus propias
formas de sufrimiento. De esta manera, la brecha inevitable entre aspiraciones pulsionales y sus
posibilidades de realización genera en su misma discordancia un movimiento de búsqueda y avance. Motor
de una dimensión creativa que acontece a partir de lo faltante, el malestar y el deseo son compañeros de
ruta dado que se constituyen en causa de un recorrido incesante.
Cada época genera formas específicas de malestar. En la modernidad, los ideales totalizadores
engendraron sus secuelas de totalitarismos, fenómenos de masas y violencias múltiples. El lazo social
devino masificación alienante y tanática.
A su vez, el sujeto es el producto mismo del mundo sociocultural a la vez transmisor y generador de
cultura. La cultura se inscribe en el sujeto a través de los grupos e instituciones.
La ideología germánica nacida a principios del s. XIX era ante todo la expresión de un profundo deseo de
reencontrar sus raíces (deseo de reconocimiento), su identidad. Se trataba de una suerte de
fundamentalismo opuesto a las ideas y a los modos de vida provenientes del exterior. En su esencia, ese
movimiento constituía una verdadera "revolución cultural" contra el mundo occidental de obediencia judeo-
cristiana, que había engendrado las Luces, La Revolución Francesa, la revolución industrial. De allí la
exaltación del mundo agrario, pero también el rechazo al judío, que encarnaba a la vez el poder voraz del
capitalismo financiero y la incapacidad de cultivar su propia tierra.
Efectuando el estudio del caso alemán, el análisis precedente puede servir de molde al mismo, dado que
podemos decir que el malestar ya estaba presente en Alemania, mucho tiempo antes del surgimiento del

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nazismo debido que antes de convertirse en una Estado - Nación (Staatnation), Alemania debía
reconocerse en una cultura común, que no habiendo realizado su unidad nacional hasta 1871, el vehículo
del sentimiento nacional fue el idioma, ya que la aristocracia y las personas cultas se expresaban en
francés y era esa la "dominación cultural" que había que vencer, debía convertirse en una Kulturnation. Tal
habría sido la misión de los poetas que despertaron la conciencia nacional, dispersa en una multitud de
pequeños centros. A Höldering le preocupaba ese "desgarramiento", y Schiler se preguntaba dónde estaba
Alemania: "No puedo encontrar a este país. Allí donde comienza la Alemania intelectual, termina la
Alemania Política". Goethe comprobaba que no existía ninguna ciudad, ninguna comarca de la que pudiera
decirse: esto es Alemania. Fue necesario el impacto de las conquistas napoléonicas para dar un giro más
político al nacionalismo. Para hombres como Jahn, Arndt, y Fichte, el concepto de pueblo debía adquirir
una dimensión más heroica. La profundidad del alma y la esencia (del Geist) alemanas debía oponerse a la
civilización racionalista y superficial de los franceses. A principios del siglo XIX aparecen las primeras
expresiones de esa ideología völkisch (indicaría algo así como "nacionalismo racista", aunque es
insuficiente ese significado) que formaría el núcleo central de la doctrina nazi. Debido a la falta de
políticos, publicistas y organizaciones poderosas, esa ideología no resurge con fuerza hasta fines de siglo.
El Reich de Guillermo II constituyó un verdadero caldo de cultivo para la eclosión de ideas nacionalistas,
racistas e imperialistas, de un modo cada vez más virulento. Estas ideas fueron difundidas por políticos,
economistas, universitarios, sostenidas por asociaciones nacionales, con la intención de solucionar
problemas planteados por una sociedad muy diversificada, como también la difusión de dichas ideas a
través de novelas y folletos, asimiladas, convirtiéndose en propiedad común de muchos alemanes, a tal
punto que se vulgarizaron y dejaron de chocar. Desde antes de 1914, existía en Alemania una propensión
a un amplio consenso prefascista, pero hasta ese momento sólo en forma verbal. El malestar tendría su
viraje tanático y se plasmaría en el surgimiento del sistema totalitario nazi.
El desarrollo de esas ideas etnocéntricas (narcisismo) fue favorecido por el carácter inestable y
megalómano de Guillermo II, por debilidad de los gobiernos y por la inexperiencia de los políticos. Ese
ambiente de puja nacionalista se hizo peligroso cuando pudo ser explotado por los militares que tenían
acceso directo al trono. Su influencia marcada se sintió sobre todo durante la crisis de julio de 1914 y
1917 y también, de forma general, en las mentalidades populares: no sólo era inmenso su prestigio, sino
que muchos alemanes consideraban la guerra "como el criterio supremo del carácter de los hombres y de
la fuerza vital de una nación". Finalmente fue el impacto de la Gran Guerra, de las revoluciones y de
personalidades como Mussolini y Hitler, lo que transformó esa amalgama de ideologías y de fuerzas
políticas en nuevos fenómenos : fascismo y nazismo.
Asimismo, Marlis Steiner (5), analizando el contexto austríaco argumenta que en Austria - Hungría se
dieron las condiciones de existencia de la aparición de los movimientos "prefascistas" y nacionalsocialistas.
Al observar el clima de fines del Siglo XIX , se puede ver que Hitler es un producto de la cultura ambiente.
El mismo describe la Austria-Hungría de entonces, como un Estado fantoche gobernado por Hasburgos
incapaces de proteger a la población alemana contra el "veneno" de la mezcla con las otras nacionalidades.
El asesinato de Francisco Fernando en Sarajevo en 1914, es presentado en Mein Kampf como un acto
providencial contra un hombre partidario de la "eslavización" de Austria.
Austria-Hungría contaba con 10 nacionalidades principales: 9,1 millones de austríacos de habla alemana;
6,7 millones de checos; 5,1 millones de húngaros; 3 millones de rutenos; 2,9 millones de rumanos; 2,3
millones de polacos; 1,5 millones de servios; 1, 4 millones de croatas; 1,2 millones de eslovenos y 0,6
millones de italianos (6). En la parte austríaca, Cisleitania, las minorías eran tratadas correctamente; el
alemán seguía siendo el idioma de las administración central y del comando de los ejércitos, pero las
administraciones locales y regionales utilizaban el checo en Bohemia, el polaco en Galitzia, el italiano en
Trieste. Para la educación primaria y secundaria, las minorías podían desarrollar su enseñanza en sus
idiomas. Esta política cultural liberal fue sentida por los austríacos alemanes como un peligro para su
germanidad. En Hungría, Transleitania, se ejecutó una magiarización forzada. Junto a esas nacionalidades
reconocidas como tales, existía una minoría que una historia oficial de la monarquía publicada en 1883, no
reconocía: "Los judíos no forman una nación, pues ninguno de los vínculos habitualmente considerados
característicos de una comunidad nacional une unos a otros." Representaban entonces alrededor del 10 %
de la población vienesa, pero sólo el 1.5 % de la del imperio. En 1910, son unas cien mil personas que se
agrupan visiblemente en la capital; cerca de la mitad viven en Leopoldstadt, entre el centro y el Prater,
donde representaban el 34% de la población. Además, la burguesía judía desempeña un papel decisivo en
las finanzas y en el periodismo. El control de los grandes bancos y de la prensa "se conjuga con la lógica
de las carreras periodísticas". Bajo la dirección de Backer y de Benedict, el diario la Neue Freie Presse se
convierte en el portavoz del liberalismo. Un equipo semejante se encuentra en el otro órgano del
liberalismo, el Fremdenblatt, dirigido por el barón Gustav Heine, judío ennoblecido y hermano del escritor
Heinrich Heine.
Esa posición en dominios claves (finanzas e información) para el funcionamiento del Estado, unida a las
aspiraciones sociales de la burguesía ennoblecida -el cumplimiento más perfecto del sueño de asimilación-
hicieron de la vieja comunidad judía vienesa la fracción más leal de esos liberales convertidos a la fidelidad
de los Hasburgos. Desde esa época, entre todos los grupos que componen la monarquía, los judíos pasan
por ser los que sostienen más calurosamente al Estado multinacional, el Staatvolk por excelencia. Por lo
tanto, ya existían rasgos antisemitas en la ideología germánica, sólo que Hitler y el nazismo fueron
capaces de tomar los elementos que hacían resurgir sentimientos profundos para movilizar a las masas y
generar apoyos de las fracciones más resentidas del pueblo alemán que lo lleven a la toma del poder.

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El sujeto humano nace y se constituye como tal en el seno del vínculo primordial (la familia). Este requiere
la asistencia específica materna para estar vivo y configurar su humanidad. Esta extrema y vital
dependencia imprime en su aparato psíquico una marca estructural que lo condena a la investidura de
algún otro y a un interjuego deseante en el que anhelará la imposible saturación de la falta primordial.
Freud formula el concepto de desamparo, definido por Laplanche y Pontails como el estado del lactante
que, dependiendo por completo de otra persona para la satisfacción de sus necesidades, no puede realizar
por sí mismo la acción específica adecuada que ponga fin a la tensión interna. Esto implica para el niño la
omnipotencia de la madre. Así el factor biológico de la etapa prematura de lugar a las primeras situaciones
de peligro y a la necesidad de ser protegido y amado, que ya nunca abandonará al hombre, llevándolo en
forma constante e inevitable a la búsqueda del otro.
En el momento constitutivo, madre e hijo conforman una unidad que semeja inseparable; la operación
diferenciadora y singularizante de la separación confronta al sujeto con la falta. A partir de allí, el ser
humano intentará su recubrimiento, ilusionando recuperar una mítica completud perdida. Al mismo
tiempo, la angustia ligada al desamparo inicial constituye el prototipo de toda angustia posterior.
El niño se anticipa como ser pleno a partir del proceso de narcisización, que promueve su unificación
libidinal y anticipa su constitución yoica, que es por otra parte una de las salidas del estado de desamparo.
De esta manera, el yo se conforma como producto de una relación identificatoria de naturaleza especular,
en la que él mismo se reconoce a partir de la alienación en la mirada y el discurso del otro. Este yo,
resultado del fenómeno identificatorio, es coextensivo a la constitución del narcisismo, estructura
fundante, e interiorización de una relación en la que algo del orden del yo ideal parental encuentra su
posibilidad de encarnarse.
El vínculo incluye las subjetividades en juego y en él se despliegan tres dimensiones: una, narcisística,
marcada por la fusión y la ilusión de plenitud, ineludible en el encuentro con el otro por la marca del
desamparo primordial. Otra, simbólica, campo del deseo y del lenguaje, marcada por la castración y el
reconocimiento de la alteridad; y la tercera dimensión, el orden de la satisfacción pulsional fuertemente
enraizada en la corporeidad.
Las formas de narcisización del nuevo ser, el proyecto identificatorio con los padres y el baño de lenguaje
desde el encuentro en el cual el niño se sumerge desde el encuentro inicial, se modifican con las
condiciones sociohistóricas: las variaciones en las costumbres de la crianza del niño (edad del destete, la
costumbre de acunar al bebé en brazos, etc.) inciden sobre la constitución subjetiva.
Siguiendo a Freud, el precio de la humanización ligado a la inclusión en la cultura, parece insoslayable.
Quizá sea la exigencia superyoica, vinculada al masoquismo y al sentimiento de culpa, la que sostiene
precisamente dicho costo estructural.
La ilusión en la cultura nazi, no está encarnada en la religión como observaba Freud en El porvenir de una
ilusión y en El malestar en la cultura, sino que las ilusiones que prometen la satisfacción y el aplazamiento
del sufrimiento y son las provistas por la ideología nazi: Alemania potencia, raza germana superior,
sangre, suelo y patria, con el partido nazi como templo que alberga al jefe, führer salvador otorgará la
felicidad al pueblo alemán: el triunfo de Alemania sobre el mundo.
La adicción al líder como fenómeno masivo muestra una elevada correlación con la promesa social de
saciar lo imposible a partir de la sumisión a la liturgia nazi. El líder como organizador social, sienta por lo
tanto las bases para una cultura adictiva en la cual él es e padre protector que saciará la falta.
Cumplimiento alucinatorio y escenificación social de una voracidad satisfecha al ritmo del nazismo en su
unidad totalitaria.
En todas las épocas la cultura propone estrategias para paliar un malestar ineludible, anclado en la
imposibilidad de la satisfacción plena según el psicoanálisis el sujeto humano no es un mero sujeto de
necesidad. La condición deseante, propia de la humanización, implica el intento permanente y fallido a la
vez de saciar lo insaturable. Por ello, el deseo como causa y motor de toda búsqueda y creación, se halla
tan ligado a la angustia, dado que ésta confronta con lo que falta. La castración, en tanto remite a una
falta imposible de saturar, es el horizonte sobre el cual el eje angustia-deseo se despliega.
En lo social se halla también el despliegue del deseo y su imposibilidad de realización plena, observación
que Freud realizó en El Malestar en la Cultura: la Alemania de posguerra (primera guerra mundial de
1914), al sentir su fracaso, deseaba despertar de esa pesadilla, borrar el sentimiento de culpa que le
habían impuesto y asimismo, salir de la etapa neurótica en la que había entrado esa sociedad en crisis. Su
deseo, el deseo del "pueblo alemán" era convertirse en la Gran Alemania Potencia. Alemania, despierta!!!
El príncipe que salvaría a esa bella durmiente otorgándole su amor sería Hitler y su caballo y armas el
partido y la ideología nazi. En ese contexto, la figura de Hitler y la propuesta del nacionalsocialismo sedujo
a las masas que lo llevaron a la toma del poder y a erigir el gran castillo que se edificaría como el sistema
totalitario.
De acuerdo con Rojas y Sternbach: " Los seres humanos somos sujetos ideológicos, proclives a la
seducción de discursos que nos fascinan en una operatoria que toca los resortes del narcisismo, la
idealización y el goce." (7)
En términos de base psicológica implícita, lo que el nazismo buscó en los grupos sociales fue ese, gran
denominador común de la frustración, el resentimiento y la inseguridad que encarnan la falta. Estos
sentimientos se pueden trocar fácilmente en odio y agresión contra "los chivos emisarios" internos y los
"enemigos" externos. Debido a que tales actitudes sociales y psicológicas no son patrimonio exclusivo de
una clase social determinada, el fascismo logra obtener resonancia entre grandes masas de población.
Cuando Adolfo Hitler se incorporó al partido nazi en 1919, le correspondió el número 7 de afiliado. Y sin
embargo, en el término de catorce años el nazismo llegó a ser el movimiento de masas más grande de la

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historia alemana, incluyendo en sus filas a todos los sectores de la sociedad alemana, desde los
vagabundos hasta los integrantes de la familia imperial y las casas reales de los Estados alemanes. Hacia
1932 el voto nazi sumaba catorce millones y en marzo de 1933 diecisiete millones (casi la mitad del total
de sufragios); varios millones más votaron por agrupaciones nacionalistas y militares que eran nazis en
todo menos en el nombre. Más de la mitad de los votantes podían ser banqueros e industriales
acaudalados y que únicamente un partido con atractivo nacionalista más bien que de clase, podía obtener
tanto apoyo en masa. En ningún otro país ha sido el fascismo tan popular como en Alemania, pero ningún
régimen fascista ha podido existir sin cierta dosis de apoyo del pueblo.
Según el análisis de Ebestein (8), se aduce frecuentemente que la depresión económica es una de las
causas, sino la principal, de la aparición del fascismo. Los marxistas sostienen que el fascismo no es sino
una suerte de "capitalismo avanzado en decadencia". Esta teoría es más que una simplificación, y, en el
mejor de los casos, una verdad a medias. Las crisis económicas producen en los sistemas económico-
industriales avanzados una variedad de consecuencias políticas: en sociedades en las que la tradición
democrática y la depresión económica suele con frecuencia reafirmar la tendencia democrática existente,
como ha sido el caso de los países escandinavos, Estados Unidos, Australia, Nueva Zelandia y otras
naciones , durante la década del 30. Por contraste, cuando la tradición dominante es antidemocrática o
autoritaria, la crisis económica va en aumento y acrecienta su influencia, como ocurrió en Alemania y
Japón en el mismo período. En tales sociedades el temor y la frustración cercados por una crisis económica
socavan la fe en los procesos democráticos y cuando la fe en la democracia y en sus métodos racionales se
debilita, el fascismo puede entronizarse fácilmente. El comercio minorista imputa sus dificultades a las
altas finanzas; las grandes empresas adjudican la culpa a los sindicatos obreros que no atienden a sus
razones; los sindicatos a su vez estiman que la única salida es exprimir a los ricos; los campesinos, por su
parte, creen que no se les paga bastante por sus productos y que se les imponen precios exorbitantes por
los bienes de consumo que están obligados a adquirir, y lo peor de todo, es el descontento reinante de la
gran masa de desocupados.
De acuerdo con Ebenstein, lo que las naciones democráticas han sido incapaces de entender bien es que el
peor aspecto de la desocupación no es el sufrimiento económico, sino la sensación de inutilidad e
indeseabilidad que invade a la gente, de estar al margen de las filas respetables de la sociedad. Es entre
estos desarraigos espirituales donde el fascismo hace sus mayores estragos al producirse una depresión:
el uniforme fascista le produce a un desocupado el efecto de sentirse "pertenecer a algo" y cuando se le
asegura que es integrante de una raza o nación superior se le reintegra cierta dignidad.
Esta sensación de no pertenecer es característica de la vida de la sociedad industrial moderna en general.
La industrialización y la urbanización ha debilitado y hasta destruido frecuentemente el sentido de arraigo
y situación así como los valores tadicionales, sin reemplazarlos adecuadamente. La desorientación,
frustración y confusión resultantes de los rápidos cambios en áreas tan vitales como el trabajo y la familia,
crean el clima psicológico y social necesario para el surgimiento del fascismo cuya finalidad es restaurar en
una nación moderna el espíritu del antiguo sistema de vida de la era preindustrial.
Las confesiones de un testigo privilegiado del III Reich, Baldur von Schirach (9), son significativas al
respecto : "La catástrofe alemana no proviene solamente de aquello que Hitler ha hecho de nosotros, sino
de aquello que nosotros hemos hecho de Hitler. Hitler no ha venido del exterior, no era como muchos lo
imaginan hoy, una bestia demoníaca que ha tomado el poder a solas. Era el hombre que el pueblo alemán
demandaba y el hombre que hemos hecho dueño de nuestro destino glorificándolo sin límites. Porque un
Hitler no aparece sino en un pueblo que le desea y tiene la voluntad de tener un Hitler."
Con todo ello, quiero reflejar que si bien el totalitarismo, y específicamente el nazi, se ha impuesto en la
sociedad alemana de esa época (1933-1945) sirviéndose de los medios más terribles para entronizarse en
el poder, como el terror, la persecusión y la muerte, entre otros, el proceso que hizo posible su surgimiento
y acceso al poder no vino de afuera, el malestar se hizo notorio, la abdicación de las autoridades ante la
imposibilidad de resolución de los problemas y los factores de manipulación de las masas con mitos y
leyendas que los ha conquistado revistieron la bandera alemana de cruces gamadas bajo un escenario
monopólicamente dominado por una omnipotencia autocrática no limitada por los mismos que legitimaron
e hicieron posible el poder del dictador.
El malestar en la cultura alemana estaba presente y cobró su forma tanática erigiéndose bajo las
vestiduras del Nacionalsocialismo quien se creyó capaz de satisfacer la falta imponiendo la adhesión a su
movimiento, llevando a Alemania a una frustración extrema.

La Lucha de las Pulsiones: Eros y Tánatos


El motivo por el cual escogí esta imagen para representar a Eros, la pulsión de vida, y Tánatos, la pulsión
de muerte, se debe a que quise recurrir a la representación gráfica de los mitología nórdica de las
Valquirias, en lugar de los mitos griegos.
En la imagen, la Valquiria que está parada portando una espada, es la que vence, su actitud es
paralizante, a la vez silenciosa como la pulsión muda (de muerte), y en este caso ha vencido a la valquiria
que está tirada en el bosque, quien es contemplada por un hombre que representa al ser humano que es,
sin saberlo conscientemente, presa de la lucha de ambas.
Según el Diccionario de Laplanche, Freud define el término pulsión como un proceso dinámico consistente
en un empuje (carga energética, factor de movilidad) que hace tender al organismo hacia un fin. Una
pulsión tiene su fuente de excitación corporal (estado de tensión); su fin es suprimir el estado de tensión
que reina en la fuente pulsional; gracias al objeto, la pulsión puede alcanzar su fin. Es bastante compleja
la teoría de las pulsiones y sus diferentes tipificaciones como para tratarla aquí. Mas bien, trataré de

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focalizar en esta mitología creada por el psicoanálisis de Eros y Tánatos en la medida que aporten al
análisis del totalitarismo nazi.
Freud se pregunta ¿cómo situar esta fuerza que ataca al organismo desde el interior y lo empuja a realizar
ciertos actos susceptibles de provocar una descarga de excitación? Traspolando la cuestión al problema del
surgimiento del nazismo en Alemania, la pregunta sería ¿qué fuerzas se ubicarían de tal manera que
hicieran posible tan nefasto destino?
El padre del psicoanálsis tomó de la mitología griega (10) el nombre Eros para designar a las pulsiones de
vida, dada su base sexual, hacia lo erótico, y recupera el mito del amor planteado por Platón en El
Banquete; mientras que Tánatos (la Muerte) ha sido introducido en la literatura psicoanalítica por Federn,
en contraposición al concepto de Eros (el Amor), ya que Freud la denominó pulsión de muerte.
La teoría psicoanalítica designa como pulsión destructiva a las dirigidas hacia el exterior, teniendo como fin
la destrucción del objeto. Estas operan fundamentalmente en silencio y no pueden reconocerse más que
cuando actúan en el exterior.
En el desarrollo libidinal del individuo, Freud describió el juego combinado de la pulsión de vida y la pulsión
de muerte, tanto en su forma sádica como en su forma masoquista. Las pulsiones de muerte se incluyen
en un nuevo dualismo, en el cual se contraponen a las pulsiones de vida (comprendiendo pulsión de vida,
pulsión sexual, pulsión de autoconservación y pulsiones del yo). En la pulsión de muerte, este autor, ve la
pulsión por excelencia.
En Tres Ensayos… "estos seres míticos" que Freud ve enfrentarse como en una lucha que va más allá del
individuo humano, puesto que se encuentra velada en todos los seres vivos "las fuerzas pulsionales" que
tienden a conducir la vida hacia la muerte muy bien podrían actuar en ellos desde el principio; pero sería
muy difícil efectuar la prueba directa de su presencia, ya que sus efectos están enmascarados por las
fuerzas que conservan la vida.
La oposición entre las dos pulsiones fundamentales estaría relacionada con los grandes procesos vitales de
asimilación y desasimilación en último extremo, desembocaría "en el par antitético que impera en el reino
inorgánico: atracción y repulsión."
Se intenta designar pulsión de muerte a lo que hay de más fundamental en la noción de pulsión: el retorno
a un estado anterior, y, en último término, el retorno al reposo absoluto de lo inorgánico. Esto se hallaría
en el principio de toda pulsión. En una primera instancia, Freud propuso que el principio del placer
parecería hallarse al servicio de Tánatos, pero luego se sirvió del principio de nirvana como principio
económico de la reducción de todas las tensiones a cero, el cual sí estaría al servicio de este tipo de
pulsiones.
Esta tesis puede verse, según el Diccionario de Laplanche, como una reafirmación de lo que Freud
consideró como la esencia misma del inconsciente en lo que éste ofrece de indestructible y de arreal. Eros,
a partir de aquí, sería definida ya no como una fuerza disruptora y perturbadora, sino como principio de
cohesión: "El fin de Eros consiste en crear unidades cada vez mayores y mantenerlas: es la ligazón; el fin
de la pulsión destructiva es, por el contrario, disolver los conjuntos y, de este modo, destruir las cosas.
Así, las pulsiones de muerte tienden a la destrucción de unidades vitales, a la nivelación radical de las
tensiones y al retorno al estado inorgánico, que se considera como el estado de reposo absoluto. En
contraste, las pulsiones de vida tienden no sólo a construir a partir de éstas, unidades más amplias. Se
oponen unas a otras como dos grandes principios que actuarían ya en el mundo físico atracción - repulsión
y que se hallarían sobre todo en la base de los fenómenos vitales. El principio subyascente a las pulsiones
de vida es el principio de ligazón.
Con este dualismo pulsional, Tánatos pasa a ser la fuerza "primaria", "demoníaca" propiamente pulsional,
mientras que Eros (la sexualidad), pasa del lado de la ligazón.
Si representamos como organismo a la sociedad alemana de la época del surgimiento del nazismo,
podríamos aplicar en cierto grado el mito de la lucha pulsional focalizándolo dentro de ella acompañando al
estallido del malestar.
En un primer momento, ante el fracaso de la Primera Guerra Mundial, sólo se deseaba una cosa: volver al
estado inicial, nirvánico, al origen, al punto cero, y allí entra Tánatos; un pueblo totalmente desvastado,
inseguro, huérfano, sin padre, un Estado que caía y una nación totalmente dividida (la unidad nacional no
se había realizado totalmente). Alemania debía despertar, resurgir, revivir. Sólo había dos alternativas: la
comunista o la nacionalsocialista. Sólo la segunda evocaba los ideales de la unión del Volk y la Nación, ya
que el comunismo tenía la pretensión de universalizarse, fase que suponía tener lograda una madurez en
relación a la superación del estado nacional, pero prendio, como pulsión de vida y resurgimiento, el
discurso nazi que prometía glorificar a su tierra, su sangre y su raza, crear la sociedad de un hombre
nuevo, vital, un superhombre, y dando dignidad a sus héroes. Quien proporcionaría toda esa gloria sería
su Führer que penetraría a las masas alemanas otorgándoles un orgasmo victorioso y devolvería salud y
bienestar a su "amado Volk".
Tánatos disfrazado de Eros sedujo al pueblo alemán y convenció a los sectores de poder para entablar la
alianza que coronaría al nazismo. Si bien al comienzo Alemania Esta portada muestra una imagen
fantasiosa, similar a un sueño, donde aparecen criaturas deformes, mitad humanas mitad fantásticas,
siniestras. El triángulo que contiene el ojo, el símbolo de Dios, que se relaciona con el planteo freudiano
que supone que el hombre inventa a Dios para no perder ese Padre de la infancia y además necesita creer
en una existencia que todo lo pueda y que detenta un saber supremo, el cual pueda protegerlo y satisfacer
su falta.
Luego están presentes las banderas fascistas, la negra evoca el fascismo italiano y la roja con la svástica
al nazismo (estas banderas no pertenecen a la obra original, han sido superpuestas para darle un mejor

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sentido a la imagen).
Figura tal que evoca aquel submundo casi impenetrable pero que sí nos penetra y traspasa a todos que es
el plano de lo ideológico, a veces fascinante y otras tétrico y fantasmal que nos seduce y aliena,
transformándonos de sujetos a objetos.
Rojas y Sternbach consideran a las ideologías como discursividades totalizantes propias de la era moderna,
por ende, podemos partir de que lo ideológico es un discurso en el que lo social ha dejado sus huellas.
Desde una perspectiva que lo sitúa como inherente a cualquier discursividad social, la consideración de lo
ideológico ofrece un punto de articulación entre lo subjetivo, lo vincular y lo social.
Siendo propio de todo discurso cultural, lo ideológico cohesiona a los sujetos y es uno de los soportes del
lazo social. No es entonces pasible de desaparecer en virtud de modificaciones socioculturales. Situado,
así, en una dimensión al lazo social mismo, cumple una función de sostén imprescindible en el plano de lo
subjetivo y a nivel social.
Si bien lo ideológico es inherente a cualquier enunciado social, en ciertas discursividades cobra una
pregnancia tal que podemos hacer referencia a ellas como discurso ideológico propiamente dicho.
Lo ideológico, como una cierta modalidad de discurso, en la que éste se presenta como absoluto, oculta las
condiciones de producción en que se halla sustentado, y promueve un efecto de creencia.
Según Eliseo Verón, no se trata de determinados contenidos que pudiéramos calificar de ideológicos, sino
de ciertas modalidades en la enunciación.
La dimensión ideológica impregna, entonces, al discurso de ese caráter de racionalidad y nitidez en los
enunciados que le otorga la apariencia de simple testimonio de una verdad supuestamente impresa en la
realidad empírica.
Dimensión de lo ahistórico y de los autoevidente, naturaliza sus enunciados y oculta su genealogía. Por lo
que el discurso ideológico es básicamente afirmativo, no dando lugar a la negatividad o a la interrogación,
dimensiones de la falta a nivel discursivo. En este sentido, el nazismo y su führer van a tratar de alentar,
de movilizar, no de inspirar frustraciones: ALEMANIA, DESPIERTA!!!
Al pretender objetividad y univocidad, el discurso ideológico es un discurso sin sujeto. Al ocultar las
condiciones de su propio engendramiento, es un discurso sin memoria, y en el cual el futuro parece
despojado de imprevisibilidad.
Si el lenguaje, por definición, es ausencia y en tanto tal, deslizamiento permanente, la dimensión
ideológica pretende conjurar la amenaza de la incertidumbre de la palabra a través de la cristalización de
sentidos, en una imposible pretensión de coincidencia de la palabra consigo misma y con aquello que se
denomina realidad.
No se trata de contenidos más falsos o verdaderos; sino de un posicionamiento en la enunciación referido,
sobre todo, al plano de la falta en relación al saber. El discurso ideológico enuncia un saber al que
pretendidamente nada le falta: afirmativo, atemporal, generalizador, autogenerado, es, en última
instancia, un saber en que la castración es desestimada (Alemania : pueblo perdedor en la guerra), la
diferencia suprimida (el pueblo germano: no hay diferencias de clases), la alteridad ignorada (sólo
Alemania es la gran potencia). Este saber de la unicidad y de la mismidad enlaza a los sujetos en una
trama no ajena a la economía del narcisismo y del goce.
¿Por qué fascina lo ideológico?¿Cuáles son las raíces subjetivas que dan cuenta de su efecividad? Freud,
hacia 1927, sentaba tal vez las bases para una teorización al respecto, al localizar la eficacia de las
representaciones religiosas en la añoranza de un padre no castrado. Así, en la Alemania nazi, Hitler viene
a protagonizar ese Padre no castrado, salvador de la nación, en oposición a los representantes de la
República de Weimar, que sí estarían castrados y serían los responsables del fracaso de Alemania,
(comunistas y socialistas, y además de los judíos, los enemigos de la raza germana fuerte y viril).
La perspectiva del psicoanálisis observa que los sujetos humanos estamos inexorablemente sujetados a
una falta estructural, condición de represión, desmentido o forclusión. El amplio espectro de la
psicopatología individual, al igual que el psicoanálisis de lo vincular, lo institucional o lo social, abren
visibilidad sobre los múltiples modos en que los sujetos intentamos recubrir esta falta tan fundante como
intolerable.
Castración, la propia y la del otro, bajo las categorías de lo prohibido y de lo imposible, encarnadas en los
planos de la diferencia (sexual, generacional y cultural) y de la alteridad, nos enfrenta a una verdad que
nos localiza como sujetos deseantes a la vez que resulta casi inaceptable. (Aquí también el postulado
hitleriano, para suprimir la castración u ocultarla del pueblo alemán, muestra la raza aria como viril y
fuerte en contraposición a los judíos castrados, débiles, impotentes e incapaces).
En este lugar es donde anida la dimensión ideológica. Nuestra añoranza de saber nos coloca en la que
Käes define como "posición ideológica": sujeción a una idea, a un ideal, a un ídolo, que nos proteja
ilusoriamente de la castración(Alemania castrada ante el mundo, su único salvador de esta vergüenza: el
Führer, Adolf Hitler).
La posición ideológica echa sus raíces en el terrreno fértil de la ilusión. Ilusión de un padre no castrado: lo
absoluto de la dimensión ideológica es, sobre todo, ilusión de un enunciador omnipotente en tanto dueño
de un saber que pudiera encerrar todos los sentidos. ese otro absoluto, lugar autoengendrado e inmortal,
puede enmarcarse en un sistema de ideas, en un texto, en determinadas representaciones sociales o en el
imaginario social compartido cuando se pretende soslayar la incompletud.
Lugar de lo absoluto:¿no evoca esto, acaso, ese lugar anhelado de goce ilimitado que Freud denominara
"sentimiento oceánico" y que describiera como "ser uno con el todo"? en este sentido la posición
ideológica, efectivamente no es ajena a una economía del goce, centrado en aquel anhelo fusional

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ilimitado, ligado a la vertiente mortífera del narcisismo, que tiende a la suspensión de todo deseo en una
reducción nirvánica (11).
Si bien el hecho mismo de la palabra invalida la posibilidad de goce ilimitado, consideramos que, en tanto
el discurso siempre es conflicto, la dimensión ideológica es aquella vertiente discursiva en que este goce,
tan imposible como eficaz, intenta hacerse oir. Es así que la creencia ideológica, anulando la diferencia y la
singularidad del deseo, proporciona goce; y es, en última instancia, creencia en la ausencia de castración.
El discurso ideológico es un discurso sin memoria, pretendidamente atemporal, que oculta las
determinaciones que lo han constituido.
Desde el psicoanálisis, recuerdo y olvido son dos resultados posibles de toda operación mnémica. Recobrar
trozos del pasado, darles un sentido, establecer nexos causales, son funciones necesarias para el yo. No
hay elaboración sin memoria, y aquí interviene Freud con un supuesto enunciado en El malestar de la
cultura:
" … lo pasado puede persistir conservado en la vida anímica, que no necesariamente se destruirá. Es
posible, desde luego, que también en lo psíquico mucho de lo antiguo -como norma o por excepción- sea
eliminado o consumido a punto tal que ningún proceso sea ya capaz de restablecerlo y reanimarlo, o que
la conservación, en general, dependa de ciertas condiciones favorables. Es posible, pero nada sabemos
sobre ello. Lo que sí tenemos derecho a sostener es que la conservación del pasado en la vida anímica es
más bien la regla que una excepción."
La posibilidad de simbolizar y resignificar nuestra historia y sus condiciones de posibilidad nos abre a la
subjetivación de nuestra propia experiencia y nos permite singularizarnos en nuestra continuidad y
nuestras diferencias con nosotros mismos en el devenir del tiempo. También a nivel social, la memoria o la
amnesia son dos destinos posibles de la elaboración de las experiencias colectivas. Interrogar los discursos
sociales en sus condiciones de posibilidad, he-historizarlos, dar cuenta de las determinaciones de sus
enunciados, nos permite situar a la historia y dar sentido a enunciados que, de otro modo, estamos
condenados a repetir (sentimiento de culpa del pueblo alemán).
El psicoanálisis ha dado cuenta de la relación entre temporalidad y castración. La temporalidad está
profundamente ligada a la aceptación de lo faltante; en última instancia de la muerte. La dimensión
ideológica, congelando al discurso en el tiempo, tapona la pérdida intrínseca al plano de lo temporal en
una eternización del discurso ligada al goce de una fusión sin límites, océano mortífero de acceso a un
supuesto paraíso.
Los seres humanos somos sujetos ideológicos, proclives a la seducción de discursos que nos fascinan en
una operatoria que toca los resortes del narcisismo, de la idealización y del goce.
El discurso ideológico, de un modo incestuoso y endogámico, provee al decir de Finkielkrant, el calor
materno del prejuicio y los preceptos mayoritarios. Lo cual, en un extremo, desemboca con facilidad en
formas más o menos visibles de violencia; las que, en aras de afirmación narcisista, niegan cualquier
vestigio de alteridad.
En "Un Mundo Feliz" Aldous Huxley nos recuerda que "un Estado totalitario realmente eficaz sería aquél en
el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de
esclavos sobre los cuales no necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre".
Tal vez, justamente el fenómeno del totalitarismo, en su necesaria justificación ideológica ejenplifique bajo
un modo extremo la articulación entre PODER, CREENCIA Y GOCE. Cualquier régimen con pretensión
totalitaria debe asentarse en discursividades ideológicas que aniden en el goce a la sujeción a una gran
maquinaria, de la cual los sujetos serían meros engranajes; las violencias múltiples ejercidas en nombre
de obediencias debidas de turno dan cuenta de aspectos de esta articulación: PODER-CREENCIA-GOCE.

La cuestión de los ideales


La posición ideológica se define como sujeción, ignorada a la idea, al ideal y al ídolo.
La ideología incluye la dimensión de los ideales, aún cuando no sea reductible a ella. Los ideales de la
cultura, que forman parte de lo ideológico, son incorporados a nivel subjetivo en estrecha articulación con
las dimensiones del YO IDEAL y del Ideal del yo. Bajo la primera de estas vertientes ejercen un poder
alienante que anida en el yo especular narcisista. En la segunda dimensión, motorizan la circulación
deseante, y ofrecen una pertenencia e identidad que no obtura el despliegue de la singularidad y el
pensamiento propio.
Si bien es cierto que en todas las épocas los ideales promovidos por la cultura impregnan las
subjetividades y los vínculos, hay momentos y lugares en que el conjunto de los ideales es más restrictivo
y adopta carácter totalizante, hasta llegar a aparecer como si formase parte de una supuesta naturaleza
humana. Los ideales devienen, entonces, en absoluto incuestionable. Ligados en tal caso a las vertientes
narcisistas del YO IDEAL, unifican y homogeinizan a los sujetos sociales, a la vez que condenan a la
exclusión y marginalidad cualquier desestimación de sus enunciados. Así, cuando la fe cristiana en la Edad
Media deviene persecución y matanza de herejes o los baluarte del nazismo en el siglo XX, con su
destrucción de todo aquello no coincidente con sus creencias e ideales.
Espíritu potencialmente totalitario del ideal; que engendra, cuando deviene tal, alguna forma de violencia;
ésta sólo cede cuando su carácter absoluto se atenúa en un funcionamiento más cercano al del Ideal del
Yo. En la mayor parte de las sociedades coexisten, en una tensión dialéctica, las vertientes más
dogmatizantes con las menos restrictivas.

Alienación (12)

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3/11/2018 Marcas simbólicas del totalitarismo, por Verónica Baston | Temakel
Rojas y Sternbach consideran la alienación como una condición estructural, tanto si la enfocamos desde la
cultura como desde una mirada puesta en la subjetividad. Tan irreducible como el malestar propio de la
cultura admite a sus diversos revestimientos, siendo inherente al lazo social.
Desde el punto de vista psicoanalítico, la alienación es una operación propia de la constitución subjetiva.
Según formulaciones de Lacán, el sujeto adviene en relación con un Otro a través de dos operaciones
estructurales: Alienación y Separación. La segunda conlleva a la emergencia subjetiva a partir de un trazo
singular y es posible sólo en tanto torsión sobre la alienación primordial. No hay pues, emergencia del
sujeto sino a partir de una alienación constitutiva, condición necesaria y propiciatoria para la construcción
de un ser humano cuyos andamiajes de sentido se fundan invariablemente en el campo del Otro. A lo largo
de la vida, esta operatoria, alienación-separación, continúa reproduciéndose en una insistencia sin fin.
Piera Aulagnier, desde otra perspectiva, se ha referido a la alienación como uno de los destinos posibles del
yo y a sus consecuencias en tanto tendencia tanática a la abolición del pensamiento y la singularidad. Para
esta autora la alienación no es reductible al campo de la psicosis, de la perversión o la neurosis e implica
la adhesión masiva e incondicional al pensamiento ya pensado por otro - sea este un texto, una persona o
una institución. La alienación no sería solamente un determinante intrapsíquico, sino que daría a la vez
cuenta de una modalidad vincular basada en la identificación y la idealización masivas. Así, la tendencia a
matar el pensamiento, presente al mismo tiempo en dos o más sujetos, propendería a la desaparición de
todo conflicto y a anular el sufrimiento que conlleva al pensamiento singular. De esta manera, la
aniquilación del propio pensamiento se hallaría al servicio de un estado fusional, que, si bien objetaliza al
sujeto, lo preserva al mismo tiempo del dolor de la diferencia y la soledad. En este sentido, los alemanes
sufren como perdedores en la primera guerra, Hitler les calma el dolor con la sumisión a él. Esta situación
sólo es observable para un observador extremo, ya que los participantes no la detectan: alienador y
alienado no saben que lo están.
Se trata de una tendencia universal que se manifiesta en distinta medida y da cuenta en ciertas
modalidades vinculares, a la par que ilustra modos de ligazón del sujeto a las instituciones y a la cultura
en general.
La alienación constituye una dimensión de la vida humana en la cultura y es una de las formas posibles
que adopta, con distintos contenidos y gradaciones, el lazo social. La alienación en discursos que dan
cuenta del mundo y sus cuestiones, por lo tanto, excede la singularidad y es una vertiente en algún grado
ineludible del ser humano; el que por tanto, es "alienus", o sea, "eso que no se pertenece".
El hombre de la época se alienó en las utopías, cantadas o criticadas, caducas o perennes. Por otra parte,
alguna de ellas adquirieron en momentos críticos, un corte totalitario, un autoritarismo implacable que, en
algunos casos, implicó la acción casi pura de la pulsión de muerte. La guerra, los ataques nucleares, la
carrera armamentista, el fracaso de algunos regímenes considerados utópicos y la violencia y represión
ligadas a las luchas sociales.
Con los totalitarismos, la utopía moderna devino discurso total y autoritario y adquirió así carga tanática.
Así el autoritarismo irracional, expresión extrema y patológica de concepciones modernas, engendró
guerras y violencia de Estado, modos de destrucción no privativos de tal fase de la historia.

La ideología totalitaria
"Habla el desengañado: Busqué grandes hombres,
pero siempre encontré, únicamente, lacayos de su ideal." (13)
La ideología totalitaria posee las siguientes características:
1) Comprende todas las fases del pensamiento, la acción y los sentimientos humanos.
2) No admite ningún conjunto de creencias o valores que rivalice con ella.
3) Simplifica al máximo los problemas humanos y su solución, reduciéndolos de conformidad con un
principio único monolítico: el de la "raza" en el nazismo y el de la "clase" en el comunismo.
4) Es sentimiento fanático, pues exige la adhesión total, incondicional y sin reservas de sus súbditos, y
justifica el empleo de cualquier medio para asegurar su prevalecimiento, hasta el asesinato en masa y la
esclavización de naciones o núcleos sociales enteros.
En particular, la ideología totalitaria trasciende los límites de lo político y económico y aspira a alcanzar el
dominio sobre la vida y la mente del hombre en su totalidad. De ahí que la doctrina del marxismo-
leninismo, según está expuesta en la "línea del partido", se extiende a todos los terrenos de la actividad y
el conocimiento humanos.
Un comunista aplicado encuentra en ella prescripciones relativas a la actitud "correcta" frente a la pintura,
la poesía, la música, la arquitectura, la vida doméstica, la religión, la biología, la psicología y así
sucesivamente. La pintura abstracta y la arquitectura moderna, por ejemplo, se consideran "incorrectas"
según la ideología soviética. Ambas son síntomas de "capitalismo decadente". Por eso, todo artista que
pintara un cuadro abstracto tendría que mantenerlo oculto. No sólo le sería imposible exponerlo en una
galería de arte sino que lo denunciarían, con toda probabilidad como "lacayo de Wall Street".
Análogamente, en Alemania el nazismo desplegaba una ideología basada en el concepto de la raza, que lo
abarcaba todo. Según dicha teoría las concepciones científicas de Einstein, por ejemplo, tenían que estar
equivocadas porque Einstein era judío. Del mismo modo que para Marx y Lenin la historia mundial era una
lucha entre clases económicas, para los nazis la misma aparecía como un eterno conflicto entre razas
"superiores" e "inferiores".
La ideología totalitaria, comunista o fascista no respeta el misterio de la existencia humana y, por ello,
tampoco al hombre ni sus innumerables posibilidades. Para llegar a monopolizar todos los aspectos de la

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vida del hombre, el totalitarismo debe necesariamente ignorar la complejidad de los pensamientos y las
acciones humanas. En materia política sólo hay amigos y enemigos. En otros terrenos, únicamente lo
correcto y lo incorrecto.
La ideología totalitaria es monopolista ya que no permite competencia en ninguna esfera de la vida, y ello
se refleja en sus prácticas políticas: el Estado totalitario, comunista o fascista, sólo permite un partido, no
puede tolerar intereses de grupo alguno, sino únicamente los que son del dominio del gobierno. Cualquier
tentativa de formar un nuevo partido político constituye un serio delito, que generalmente se castiga con la
muerte. El partido político totalitario es una dependencia del gobierno con similar autonomía que el
ejército o la policía.
La ideología totalitaria se basa en diferentes instrumentos para ser difundida, y ellos son, el principio del
líder y éste en relación a las masas, el partido político, los medios de control social y los mitos y símbolos.

Medios de Control Social


El principal propósito de un "partido político" de esta especie es establecer un medio de control entre la
maquinaria burocrática del Estado y las masas de súbditos que no tienen parte decisiva en el gobierno.
Uno de sus instrumentos favoritas es la propaganda. Los nazis recurrían a ella constantemente, en un
esfuerzo por convencer al pueblo alemán de que era una "raza de amos" y que los judíos tenían la culpa
de todos los males que padecía Alemania. El partido nazi pudo así erigirse en salvador de la nación.
Persiguiendo una política de conquista en el exterior y una política antijudía en el interior, los nazis
pretendían favorecer los intereses y los más elevados ideales del pueblo alemán.
Si falla la propaganda, toma su lugar la fuerza bruta. Los campos de concentración y exterminio de
Alemania nazi . El tormento, los apaleamientos, la muerte por hambre y las enfermedades, son la regla.
Estos sitios no están destinados únicamente al castigo de los opositores políticos, sino a ser un
instrumento de dominio total. Y son expuestos al pueblo como ejemplo de lo que les ocurre a los que no se
someten al gobierno.
Hasta 1945, año de su derrota final, Alemania nazi había alcanzado a asesinar a doce millones de civiles
en Europa. Así se establece el control por medio de ilusiones:
"ante todo, procurad que haya mucha acción…Haced desfilar muchas cosas ante los ojos, de suerte que el
público se quede embelesado" Goethe.
§Relación Líder - Masas: "Un sólo Jefe, un sólo Pueblo, un sólo Estado"
Unir el gesto a la palabra: esa fue la receta de Hitler para enardecer a las multitudes. En relación a la
articulación líder - masas Freud establece lo siguiente:
"En la cima del enamoramiento amenazan desvanecerse los límites entre el yo y el objeto. Contrariando
todos los testimonios de los sentidos, el enamorado asevera que yo y tú son uno, y está dispuesto a
comportarse como si así fuera… el sentimiento yoico está expuesto a perturbaciones, y los límites del yo
no son fijos."
"Es que un sentimiento sólo puede ser una fuente de energía si él mismo constituye la expresión de una
intensa necesidad. Y en cuanto a las necesidades religiosas, me parece irrefutable que derivan del
desvalimiento infantil y de la añoranza del padre que aquel despierta, tanto más si se piensa que este
último sentimiento no se prolonga en forma simple desde la vida infantil, sino que es conservado
duraderamente por la angustia frente al hiperpoder del destino. No se podría indicar fuerza equivalente en
la infancia a la de recibir protección del padre. De este modo, el papel del sentimiento océanico, que -cabe
conjeturar- aspiraría a restablecer el narcisismo irrestricto, es esforzado a salirse del primer plano. Con
claros perfiles, sólo hasta el sentimiento del desvalimiento infantil uno puede rastrear el origen de la
actitud religiosa."
"…el sentimiento océanico ha entrado con posterioridad en relaciones con la religión. Este ser-Uno con el
Todo, que es el contenido de pensamiento que le corresponde se nos presenta como un primer intento de
consuelo religioso, como otro camino para desconocer el peligro que el yo discierne amenazándole desde
el mundo exterior."
En El Porvenir de una ilusión Freud trata el tema de lo que el hombre común entiende por su religión: el
sistema de doctrinas y promesas que por un lado le proporcionan el esclarecimiento de los enigmas de
este mundo y por otro, le asegura que una cuidadosa Providencia vela por su vida y resarcirá todas las
frustraciones padecidas en el más acá. "El hombre común no puede representarse esta Providencia sino en
la persona de un Padre de grandiosa envergadura. Sólo un Padre así puede conocer las necesidades de la
criatura, enternecerse con sus súplicas, aplacarse ante los signos de su arrepentimiento. Todo esto es tan
evidentemente infantil, tan ajeno a toda realidad efectiva, que quien profese un credo humanista se dolerá
pensando en que la gran mayoría de los mortales nunca podrán elevarse por encima de esa concepción de
la vida." Hitler sería ese padre providencial que redimiría al pueblo alemán.
El vínculo de unión entre el líder y la masa es denominado por la psicología de las masas como lazo
libidinal, ya que es de origen sexual, las masas aman al líder y el líder ama a las masas, pero con la
particularidad de que la meta de la pulsión sexual está inhibida: el elemento sexual se reprime, y el
vínculo queda fundamentado por las fantasías: "el líder está enamorado de la masa". Esta fantasía no es
comunicable, se reprime, y sobre esto opera la manipulación psicológica, sobre lo reprimido. Está
sostenida en la creencia de que el líder ama a todos y es amado por todos. El líder es alguien completo e
inmortal que asegura en y por amor contra la muerte y la castración. Las masas adhieren a alguien que
viene a salvarlas.
Además, en la masa ha habido un gigantesco renunciamiento narcisístico, donde se acepta una situación
de igualación como es la de compartir el amor del líder. Todas las diferencias en la masa son borradas:

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somos todos hermanos, camaradas, compañeros. Este amor por el líder me iguala a los demás. Por amor a
ellos dejo a un lado mis diferencias, me fusiono con la masa.
De esa manera se ven claramente dos posiciones definidas, la del líder como el Padre y la de la masa como
Hija, entablando las bases para una relación edípica. El lazo libidinal fundamenta la necesidad de
protección, donde se da una relación de tipo amorosa, siendo el líder, el activo (jugando papel masculino)
y la masa, la pasiva (rol femenino).
El líder actúa como hipnotizador, ya que el hipnotizado supone que el hipnotizador le resolverá sus
problemas porque este líder posee un saber y tiene un poder que proporcionará el goce al hipnotizado
(masa).
A su vez, aparece la cuestión de la identidad. Este líder, al cumplir la función del Padre, es el único capaz
de otorgar un nombre, una identidad a quienes se masifican. De esta forma, se redefine un nuevo lazo de
parentesco (y aquí es importante resaltar que se da esta necesidad, tomando como ejemplo que luego de
la primera guerra Alemania había quedado tan desvastada que los vínculos familiares estaban quebrados:
huérfanos, pérdidas de hermanos, viudas, etc. Era necesario redefinir un nuevo lazo parental, que ahora
sería encarnado en la "Unión del Volk" o resuelto dentro del Partido Nazi). Así como este líder tiene la
capacidad de nombrar, también posee la atribución de borrar nombres y redefinirlos como enemigos a
quienes son sus opositores o a quienes directamente persigue: Partido Comunista y judíos, por ejemplo.
Quien puede dar nombre tiene poder sobre los cuerpos: Poder Absoluto. Entre el nominador y el nominado
existe una asimetría en esa relación absoluta, y es allí donde se definen las posiciones de Master and
Servant (Amo y esclavo): "soy esclavo de las nominaciones que cayeron sobre mí". Ya que esta operación
de nominar es impuesta por el discurso del Otro, en esta identificación imaginaria que opera por sugestión
y contagio el yo asume los atributos del Otro.
El totalitarismo presenta como sublime aquello que es renuncia de los instintual. La subsunción a un orden
totalitario es mostrada como el honor y la honradez para el hombre nuevo que surgirá del Volk
Nacionalsocialista.
El líder también tiene ilusiones, ya intenta reparar la figura de ese Padre perdido, que sería encarnado en
la figura del füher, que deviene como padre real, pero oponiéndose como enemigo y tratando de superarlo.
Así, Hitler se puso en la posición de Moisés, creyendo tener un pueblo elegido y una tierra prometida. En
este caso hay dos yo en competencia, y dado que alguno de los dos debe desaparecer, se entabla una
relación especular determinada por una lucha a muerte por el deseo de reconocimiento. Pueblo Ario vs
pueblo judío, proclama el nazismo, tratando de fundamentar una mitología paralela y con pretensión de
superioriodad al de su "enemigo".
Existe un sólo discurso, el discurso del líder, de ese Otro que todo lo puede y lo sabe, quien posee una
"verdad divina", "revelada", que no falla, ya que Dios no está afectado a discusión, es Uno, no hay división
o alteridad posible. Este discurso único se propone barrer todo un poder interpretativo del oyente, no hay
conflicto, hay masa y todos están bajo la verdad sagrada del Führer.
Acerca de la base social que apoyó a Hitler y la aplicación de los conceptos psicoanalíticos se puede decir
que, En su orientación social, el fascismo ejerció particular atracción en dos grupos. Uno de ellos es el
numéricamente reducido de los industriales terratenientes dispuestos a financiar los movimientos fascistas
en la esperanza de librarse de los sindicatos obreros libres y de otras influencias radicales. No es que los
industriales estén más inclinados la fascismo que otras clases sociales, pues en realidad en los países
modernos con acentuadas tradiciones democráticas y liberales, es a ellos precisamente a quienes más
preocupan los derechos civiles y la libertad; pero cuando la democracia es débil, como ocurría en
Alemania, Italia y Japón, se lanzan a financiarlos ampliamente.
La segunda fuente primaria del apoyo al fascismo -y con mucho la más importante por su magnitud
numérica- proviene de la clase media inferior, en su mayor parte de trabajadores no manuales. A muchas
personas de este grupo les atemoriza la perspectiva de incorporarse o reincorporarse al proletariado, y ven
el fascismo como una salvación de su status y prestigio. El empleado asalariado tiene celos de las altas
finanzas, a cuyas escalas más elevadas les gustaría ascender, y al mismo tiempo teme a la clase
trabajadora, a cuyas filas proletarias le repugnaría descender. Muy inteligentemente el fascismo utiliza
estos celos y temores de la "clase asalariada", sin dejar de asaetear simultáneamente a las altas finanzas
y al sindicalismo.
Paradójicamente, el sindicalismo organizado a su vez contribuye con frecuencia la incertidumbre y
desmoralización de las clases asalariadas. Los trabajadores no manuales se muestran por lo general poco
dispuestos, por razones psicológicas, agruparse en sindicatos. Como resultado de ello sus ingresos no
aumentan con el mismo ritmo que los de los trabajadores afiliados. A medida que se ahonda la diferencia,
aumentan sus resentimientos por la pérdida del sitio que a su juicio les corresponde en la sociedad y quizá
los impulsen a volcarse al fascismo, el cual les permite fiscalizar estrictamente los sindicatos y otros
organismos descentralizados.
En Alemania una parte considerable de los obreros aceptó y hasta fue leal al partido nazi. Es frecuente
que los regímenes fascistas concedan a la clase de los trabajadores manuales un sentido de seguridad
mayor del que tuvieran hasta entonces. Algunos, por lo menos, están dispuestos a aceptar el autoritarismo
político y hasta la opresión del fascismo, en tanto reciban a cambio beneficios materiales de consideración.
Otro grupo social importante que se ha mostrado vulnerable a la propaganda fascista es el de los militares.
Hasta en un Estado democrático fuertemente establecido, los militares de carrera tienen tendencia a
sobrestimar las virtudes de la disciplina y la obediencia; cuando la democracia es blanda, este sesgo de los
militares llega a constituir una amenaza política. De ahí que en las primeras etapas del nazismo en
Alemania la clase militar de la nación, o bien apoyaba abiertamente a Hitler o, en el mejor de los casos,

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mantenía una actitud de benevolente neutralidad. Los altos jefes militares alemanes sabían que una gran
proporción de los dirigentes nazis eran criminales y hasta psicópatas, y no obstante apoyaron el
movimiento nazi como un paso hacia la militarización del pueblo alemán.
A partir de lo antedicho, se presenta el argumento de Erich Fromm:
Al considerar la base psicológica del éxito del nazismo es menester formular desde el principio esta
distinción: una parte de la población se inició en el régimen nazi sin presentar mucha resistencia, pero
también sin transformarse en admiradora de la ideología y la práctica política nazis. En cambio, otra parte
del pueblo se sintió hondamente atraída por esta nueva ideología, vinculándose de una manera fanática a
sus apóstoles. El primer grupo estaba constituido principalmente por la clase obrera y por la burguesía
liberal y católica. A pesar de su excelente organización -de modo especial en lo que se refiere a los
obreros- estos grupos, aunque nunca dejaron de ser hostiles al nazismo desde sus comienzos hasta 1933,
no dieron muestras de aquella resistencia íntima que hubiera podido esperarse teniendo en cuenta sus
convicciones políticas. Su voluntad de resistencia se derrumbó rápidamente y desde entonces causaron
muy pocas dificultades al nazismo (con la excepción, por supuesto, de la pequeña minoría que combatió
contra la tiranía durante todos estos años). Desde el punto de vista psicológico, esta disposición a
someterse al nuevo régimen parece motivada por un estado de cansancio y resignación íntimos, constituye
una característica del individuo de la era presente, característica que puede hallarse hasta en los países
democráticos. En Alemania, además, existía otra condición que afectaba a la clase obrera: las derrotas que
ésta había sufrido después de sus primeras victorias durante la revolución de 1918. El proletariado había
entrado en el período posbélico con la fuerte esperanza de poder realizar el socialismo o, por lo menos, de
lograr un decisivo avance en su posición política, económica y social; pero cualesquiera sean las razones,
debió presenciar, por el contrario, una sucesión ininterrumpida de derrotas que produjo el más completo
desmoronamiento de sus esperanzas. A principios de 1930, los frutos de sus victorias iniciales se habían
perdido casi por completo, y como consecuencia de ello cayó presa de un hondo sentimiento de
resignación, de desconfianza en sus líderes y de duda acerca de la utilidad de cualquier tipo de
organización o actividad política. Los obreros siguieron afiliados a sus respectivos partidos y,
conscientemente, no dejaron de creer en sus doctrinas; pero en lo profundo de su conciencia muchos de
ellos habían abandonado toda esperanza en la eficiencia de la acción política.
Después que Hitler llegó al poder surgió otro incentivo para el mantenimiento de la lealtad de la mayoría
de la población al régimen nazi. Para millones de personas el gobierno de Hitler se identificó con
"Alemania". Una vez que el Führer logró el poder del Estado, seguir combatiéndolo hubiera significado
apartarse de la comunidad de los alemanes; desde el momento en que fueron abolidos todos los demás
partidos políticos y el partido nazi llegó a ser Alemania, la oposición al nazismo no significaba otra cosa
que oposición a la patria misma. Parece que no existe nada más difícil para el hombre común que soportar
el sentimiento de hallarse excluido de algún grupo social mayor. Por más que el ciudadano alemán fuera
contrario a los principios nazis, ante la alternativa de quedar aislado o mantener su sentimiento de
pertenencia a Alemania, la mayoría eligió esto último. Pueden observarse muchos casos de personas que
no son nazis y sin embargo defienden al nazismo contra la crítica de los extranjeros, porque consideran
que un ataque a este régimen constituye un ataque a Alemania. El miedo al aislamiento y la relativa
debilidad de los principios morales contribuye a que todo partido pueda ganarse la adhesión de una gran
parte de la población, una vez logrado para sí el poder del Estado.
Estas consideraciones dan lugar a un axioma muy importante para los problemas de la propaganda
política: todo ataque a Alemania como tal, toda propaganda difamatoria referente a "los alemanes", tan
sólo sirven para aumentar la lealtad de aquellos que no se hallan completamente identificados con el
sistema nazi.
En contraste con la actitud negativa o resignada asumida por la clase obrera y la burguesía liberal católica,
las capas inferiores de la clase media, compuesta de pequeños comerciantes, artesanos y empleados,
acogieron con gran entusiasmo la ideología nazi.
En estos grupos, los individuos pertenecientes a las generaciones más viejas constituyeron la base de
masa más pasiva; sus hijos, en cambio, tomaron una parte activa en la lucha. La ideología nazi -con su
espíritu de obediencia ciega al líder, su odio a las minorías raciales y políticas, sus apetitos de conquista y
dominación y su exaltación del pueblo alemán y de la "raza nórdica"- ejerció en estos jóvenes una
atracción emocional poderosa, los ganó para la causa nazi y los transformó en luchadores y creyentes
apasionados. La respuesta a la pregunta referente a los motivos de la profunda influencia ejercida por la
ideología nazi ha de buscarse en la estructura del carácter social de la baja clase media. Este era
marcadamente distinto del de la clase obrera, de las capas superiores de la burguesía y de la nobleza
anterior a 1914. En realidad hay ciertos rasgos que pueden considerarse característicos de esa clase a lo
largo de toda su historia: su amor al fuerte, su odio al débil, su mezquindad, su hostilidad, su avaricia, no
sólo con respecto al dinero, sino también a los sentimientos, y sobre todo, a su ascetismo. Su concepción
de la vida era estrecha, sospechaban del extranjero y lo odiaban; llenos de curiosidad acerca de sus
amistades, sentían envidia hacia ellas y racionalizaban sus sentimiento bajo la forma de imaginación
moral: toda su vida estaba fundada en el principio de la escasez, tanto desde el punto de vista económico
como del psicológico.
Es cierto que el carácter social de la baja clase media había sido el mismo desde mucho antes de 1914,
pero también era verdad que los acontecimientos posbélicos intensificaron aquellos mismos rasgos que
eran susceptibles de recibir la más profunda atracción de la ideología nazi: su anhelo de sumisión y su
apetito de poder.

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En el período anterior a la revolución de 1919 la posición económica de los estratos inferiores de la vieja
clase media, los pequeños comerciantes independientes y los artesanos, se hallaba en decadencia, pero no
era desesperada y subsistía cierto número de factores que contribuían a su estabilidad.
La autoridad de la monarquía era indiscutible, y al inclinarse ante ella, al identificarse con ella, el miembro
de la baja clase media adquiría un sentimiento de seguridad y orgullo narcisista.
Por otra parte, también la autoridad de la religión y la moralidad tradicional se hallaba todavía firmemente
arraigada. La familia no había dejado de constituir un seguro refugio contra el mundo hostil, y permanecía
inconmovible. El individuo experimentaba el sentimiento de pertenecer a un sistema social y cultural
estable en el que poseía un lugar bien definido. Su sumisión y lealtad a las autoridades existentes
constituían una solución satisfactoria para sus impulsos masoquistas; sin llegar no obstante, a la rendición
total y conservando cierto sentido de la importancia de la propia personalidad. Lo que le faltaba en
seguridad y agresividad como individuo, lo hallaba compensado por la fuerza de las autoridades a las que
se sometía. En suma, su posición económica permanecía todavía lo bastante sólida como para
proporcionarle un sentimiento de respeto a sí mismo y de relativa seguridad, las autoridades hacia las que
se inclinaba eran lo suficientemente fuertes como para proporcionarle aquella confianza adicional que no
hubiera podido extraer de su propia posición como individuo.
Los factores psicológicos que incidieron son los siguientes: la derrota sufrida en la guerra y en la caída de
la monarquía. Como el Estado y el régimen monárquico habían constituido, por así decirlo, la sólida roca
que la pequeña burguesía había convertido en la base psicológica de su existencia, su fracaso y derrota
destrozaron el fundamento de su vida misma.
También la inflación ejerció efectos psicológicos, además de los económicos. Constituía un golpe mortal
contra el principio del ahorro contra la autoridad del Estado. Si los ahorros de tantos años, que habían
costado el sacrificio de muchos pequeños placeres, podían perderse sin ninguna culpa propia, ¿para qué
ahorra? Si el Estado podía romper sus propias promesas estampadas en sus billetes y en sus títulos, ¿en
qué promesas podría confiarse de ahora en adelante?
En el período de la posguerra esa clase no sólo sufrió una declinación económica sino también su prestigio
social. Antes de la guerra esa clase podía sentirse en una posición superior a la del obrero. Después de la
revolución, en cambio, el prestigio social del proletariado creció de manera considerable y, en
consecuencia, el de la baja clase media disminuyó correlativamente. Ya no había nadie a quien despreciar:
privilegio que nunca había dejado de representar el elemento activo más sustancial del pequeño
comerciante y sus congéneres.
El último baluarte de la seguridad de la clase media -la familia- también se había quebrado.
Esta creciente frustración social condujo a una forma de proyección que llegó a constituir un factor
importante en el origen del nacionalsocialismo: en vez de darse cuenta de que su destino económico y
social no era más que el de su propia clase, la vieja clase media, sus miembros lo identificaron
conscientemente con el de la nación. La derrota nacional y el tratado de Versalles se transformaron así en
los símbolos a los que fue trasladada la frustración realmente existente, es decir, la que surgía de su
decadencia social.
Hitler resultó un instrumento tan eficiente porque combinaba las carcterísticas del pequeño burgués
resentido y lleno de odios -con el que podía identificarse emocional y socialmente la baja clase media-, con
las del oportunista dispuesto a servir los intereses de los grandes industriales y de los junkers. Al principio
representó el papel de Mesías de la vieja clase media, prometiendo la destrucción de los grandes
almacenes con sucursales, de la dominación del capital bancario y otras cosas semejantes, promesas que
nunca fueron cumplidas. El nazismo no poseyó nunca principios políticos o económicos genuinos. Hay que
darse cuenta de que en su oportunismo radical reside el principio mismo del nazismo. Lo que importaba
era que centenares de millares de pequeños burgueses que en tiempos normales hubieran tenido muy
pocas posibilidades de ganar dinero o poder, obtenían ahora, como miembros de la burocracia nazi, una
considerable tajada del poder y prestigio que las clases superiores se vieron obligadas a compartir con
ellos. Los que no llegaron a ser miembros de la organización partidaria nazi, obtuvieron los empleos
quitados a los judíos y a los enemigos políticos; y en cuanto al resto,si bien no consiguió más "pan" logró
más "circo". La satisfacción emocional de estos espectáculos sádicos y de una ideología que le otorgaba un
sentimiento de superioridad sobre todo el resto de la humanidad, era suficiente para compensar el hecho
de que sus vidas hubiesen sido cultural y económicamente empobrecidas.
La esencia del carácter autoritario ha sido descrita como la presencia simultánea de tendencias impulsivas
sádicas y masoquistas. El sadismo fue entendido como un impulso dirigido al ejercicio de un poder
ilimitado sobre otra persona, y teñido de destructividad en un grado más o menos intenso; el masoquismo,
en cambio, como un impulso dirigido a la disolución del propio yo en un poder omnipotente, para participar
así de su gloria. Tanto las tendencias masoquistas como las sádicas son debidas a la incapacidad del
individuo aislado de sostenerse por sí solo, así como a su necesidad de una relación simbiótica destinada a
superar esta soledad.
El anhelo sádico de poder halla múltiples expresiones en Mein Kampf. Es característica de la relación de
Hitler con las masas alemanas, a quienes desprecia y "ama" según la manera típicamente sádica, así como
con respecto a sus enemigos políticos, hacia los cuales evidencia aquellos aspectos destructivos que
constituyen un componente importante del sadismo. Habla de las satisfacción que sienten las masas en ser
dominadas. "Lo que ellas quieren es la victoria del más fuerte y el aniquilamiento o la rendición
incondicional del más débil." (Mein Kampf)
Como una mujer que prefiere someterse al hombre fuerte antes que dominar al débil, así las masas aman
más al que manda que al que ruega, y en su fuero íntimo se sienten mucho más satisfechas por una

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doctrina que no tolera rivales que por la concepción de la libertad propia del régimen liberal; con
frecuencia se sienten perdidas al no saber qué hacer con ella u aun se consideran fácilmente abandonadas.
Ni llegan a darse cuenta de la imprudencia con la que se las aterroriza espiritualmente, ni se percatan de
la injuriosa restricción de sus libertades humanas, puesto que de ninguna manera caen en la cuenta del
engaño de esta doctrina. (Mein Kampf).
El deseo de poder sobre las masas es lo que impulsa al miembro de la élite, al líder nazi. Aunque si bien
son los "líderes" quienes disfrutan del poder en primer lugar, las masas no se hallan despojadas de ningún
modo de satisfacciones de tipo sádico. Las minorías raciales y políticas dentro de Alemania y el pueblo de
otras naciones , descritos como débiles y decadentes, constituyen el objeto con el cual se satisface el
sadismo de las masas. Al mismo tiempo que Hitler y su burocracia disfrutan del poder sobre las masas
alemanas, estas mismas aprenden a disfrutarlo con respecto a otras naciones, y de ese modo ha de
dejarse impulsar por la pasión de la dominación mundial.
El amor al poderoso y el odio al débil, tan típicos del carácter sadomasoquista, explican gran parte de la
acción política de Hitler y sus adeptos. Mientras el gobierno republicano pensaba que podría "apaciguar" a
los nazis tratándolo benignamente, no solamente no logró ese propósito, sino que originó en ellos
sentimientos de odio que se debían justamente a esa falta de firmeza y poderío que mostraba. Hitler
odiaba a la República de Weimar porque era débil, y admiraba, en cambio, a los dirigentes industriales y
militares porque disponían de poder. Nunca combatió contra algún poder fuerte y firmemente establecido,
sino que lo hizo siempre contra grupos que consideraba esencialemente impotentes. La "revolución" de
Hitler, se llevó a cabo bajo la protección de autoridades existentes, y sus objetos favoritos fueron los que
no estaban en condiciones de defenderse.
También existe un aspecto masoquista al lado del sádico. Existe el deseo de someterse a un poder de
fuerza abrumadora, de aniquilar su propio yo, del mismo modo que existe el deseo de ejercer poder sobre
personas que carecen de él. Este aspecto masoquista de la ideología y práctica nazis resulta evidente
sobre todo con respecto a las masas. Se les repite continuamente: el individuo no es nada y no significa
nada. El individuo debería aceptar su insignificancia personal, disolverse en el seno de un poder superior, y
luego sentirse orgulloso de participar de la gloria y fuerza de tal poder.

Simbología y Mitos
Una frase de Goethe, escogida por Freud en El malestar el la Cultura dice:
"Quien posee ciencia y arte, tiene también religión;
y quien no posee aquellos dos, pues que tenga religión!"
El nacionalismo en su variante alemana en el siglo XIX se distingue principalmente por el acento que pone
en el concepto de VOLK, el "pueblo" que se desarrolla en su medio natural y que aparece como la
expresión de todas las fuerzas vivas que lo componen. Por él, el individuo está unido a la vez a la
naturaleza y a una "realidad
superior". Dentro de ese concepto panteísta -heredado del romanticismo-, el pueblo representa una unidad
histórica que hunde sus raíces en un pasado muy lejano. Sus propagandistas evocan las "cualidades
intrínsecas" de los germanos y oponen la sociedad medieval a la civilización industrial y urbana. La Edad
Media mítica, con su sociedad jerárquica y rural, simboliza la unidad entre el pueblo y su tierra.
Muchos mitos inspirados en la historia del Sacro Imperio dejaron huellas en la imaginación colectiva y
mantuvieron la conciencia de unidad nacional. El mito de la misión imperial dejó profundas huellas en la
memoria colectiva. A menudo se lo asoció a la noción de Wahlkaiser, el emperador surgido del pueblo y
elegido por él. Kohn señala que la transferencia del centro político de Alemania de Suavia (en el sudoeste)
a Prusia, hizo surgir otros mitos, como el de la vida espartana, con el sentido del deber y de la voluntad de
acero de Federico el Grande: éste transformó un pequeño país pobre en un poderoso Estado Militar.
Los ideológos völkisch de la tradición romántica hacían particular hincapié en una nostalgia por un pasado
preindustrial, pero erraríamos si tratáramos de definir el romanticismo alemán primordialmente como un
movimiento orientado hacia atrás. El romanticismo alentaba una preocupación por un mundo de fuerzas
ocultas y poderosas, más allá o por debajo del mundo de las apariencias. Ésta era una tradición con
visiones apocalípticas donde una transformación total de un Zivilisation degenerada ocurriría mediante un
cambio repentino y violento. La Kulturnation surgiría a través de un proceso purificador de muerte y
transfiguración. Los mitos de la raza, la patria y la sangre unidos a la guerra y la virilidad de los germanos,
fueron parte de la ideología que Hitler estableció en su movimiento para atraer a las multitudes, además
de los rituales en actos políticos.
Los mitos del suelo y la sangre, tan fervientemente evocados por el nazismo en sus liturgias, eran
empleados para generar la adhesión de los campesinos con la imagen de su entorno natural. Ellos son
valores centrales que están arraigados en el inconsciente colectivo, el cual ha sido muy bien manipulado
por el führer y su maquinaria de poder, donde era imprescindible tocar los sentimientos inconscientes del
pueblo.
La tierra evoca la figura materna. El intento simbólico de restitución de un universo perdido donde la
sociedad se transforma en un útero social, en el cual se da de una manera patológica en el totalitarismo.
El totalitarismo busca la fusión entre el objeto y el sujeto. En relación a este mito de la tierra y la sangre,
pretende reintroducir al hombre en la Madre naturaleza de la cual proviene. Escena romántica pero que
representaría una "relación incestuosa" ya que sugiere que el "hijo" se acueste con la "madre". Relación
edípica, que pretende la vuelta hacia el lugar donde provenimos. He aquí otra relación con la pulsión de
muerte y el principio de nirvana: volver al estado de calma, al punto cero, a lo inorgánico.
Me gustaría hacer aquí una reseña histórica del símbolo de la svástika y luego relacionarla con el nazismo.

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3/11/2018 Marcas simbólicas del totalitarismo, por Verónica Baston | Temakel
Para tomar este tema es preciso hacer algunas referencias a la idea de "centro del mundo" y sus diversas
representaciones simbólicas, ya que esta idea del centro reviste gran importancia en todas las tradiciones
antiguas.
El centro, es ante todo, el origen, el punto de partida de todas las cosas. Es el punto esencial, sin forma ni
dimensiones, por lo tanto indivisible y, en consecuencia, la única imagen que puede darse de la unidad
primordial. De él, por irradiación, emana todo lo creado, al igual que de la unidad derivan todos los
números, sin que por ello su esencia quede modificada o afectada en modo alguno. El punto central es el
Principio, el ser puro. El espacio que llena con su irradiación es el mundo en el sentido más amplio del
término: el conjunto de todos los seres y todos los estados de existencia que constituyen la manifestación
universal.
El centro y la circunferencia conforman una rueda, la cual realiza una rotación que es la imagen del cambio
permanente al cual están sujetas todas las realidades manifiestas. En dicho giro, sólo hay un único punto
que permanece fijo e inmutable: el centro. Esto hace referencia a la noción de equilibrio, en el orden de lo
manifestado, ya que no es más que el reflejo de la inmutabilidad absoluta del Principio. La fijeza del centro
es imagen de la eternidad, donde todas las cosas están presentes en absoluta simultaneidad. Así como la
circunferencia no puede girar sino alrededor de un centro fijo, así también el movimiento, que no se basta
a sí mismo, necesita un principio situado fuera de él: es el "motor inmóvil" de Aristóteles, también
representado por el centro. El Principio inmutable, por el hecho de que todo cuanto existe y todo cuanto
cambia o se mueve, no tiene consistencia sino por él y de él depende, da al movimiento su impulso
primero y también lo que a continuación gobierna, dirige y legisla, porque el mantenimiento del orden del
mundo es, en cierto modo, una prolongación del acto creador.
El Principio, al dirigir todas las cosas desde el interior es, según la expresión hindú, el "ordenador interno"
(anartayâmî), y reside él mismo en el punto más íntimo de todos: en el centro.
En lugar de la rotación de una circunferencia en torno a su centro, puede también contemplarse el giro de
una esfera alrededor de un eje fijo. El significado simbólico es exactamente el mismo. Por eso las
representaciones del "eje del mundo" son tan frecuentes y tan importantes en todas las tradiciones
antiguas. El sentido general es en el fondo el mismo que el de las figuras del "centro del mundo". Cuando
la esfera, terrestre o celeste, termina su rotación en torno a su eje, tiene dos puntos fijos permanentes:
los polos, los extremos del eje o sus puntos de contacto con la superficie de la esfera; por ello la idea de
polo es también un equivalente de la idea de centro. El simbolismo referido al polo, que reviste a veces
formas complejas, se encuentra también en todas las tradiciones, ocupando incluso un lugar prioritario.
Las ideas que acabamos de exponer se resumen en una figura clave: la svástika, que es esencialmente el
"signo del polo"(14). Se ve en la svástika un símbolo del movimiento, pero esta interpretación es aún
insuficiente, pues no se trata de un movimiento cualquiera, sino de un movimiento de rotación en torno a
su centro y a un eje inmutable. Precisamente el punto fijo es el elemento fundamental, representado
directamente por el símbolo en cuestión. Los demás significados que conlleva la figura derivan de él. El
centro imprime a todas las cosas el movimiento, y como el movimiento representa la vida, la svástika se
convierte por ello mismo en símbolo de vida o, más exactamente, del papel vivificador del Principio con
respecto al orden cósmico.
La svástika no es un símbolo del mundo, sino de la acción del movimiento del Principio en el mundo. Está
lejos de ser un símbolo exclusivamente oriental, como a veces se cree. En realidad, es uno de los más
difundidos, lo hallamos prácticamente en todo el mundo, desde el Extremo Oriente hasta el Extremo
Occidente, existe incluso en ciertos pueblos indígenas de América del Norte. Actualmente, se conserva en
la India, en Asia Central y Oriental, posiblemente sólo en estas regiones se sabe todavía lo que significa.
En Europa todavía no ha desaparecido del todo: no se alude aquí al arbitrario uso de la svástika por parte
de determinados grupos políticos alemanes (Nazis), que lo han convertido en un signo de antisemitismo,
so pretexto de que ese emblema sería patrimonio de la sedicente "raza aria"; todo esto es pura fantasía,
sino que se quiere hacer referencia a lo ocurrido en Lituania y Curlandia, donde los campesinos siguen
trazando este signo en sus casas: ciertamente ya no conocen su sentido y no ven en él sino una especie
de talismán protector. Lo que quizá es más curioso todavía es que le dan su nombre sánscrito de svástika.
En la antigüedad descubrimos este signo concretamente entre los celtas y en la Grecia prehelénica.
Incluso en Occidente, según L. Chabonneau-Lassay, constituyó antiguamente uno de los emblemas de
Cristo y permaneció en vigor como tal hasta fines de la Edad Media. Como el punto en el centro del círculo
y como la rueda, este signo se remonta indudablemente a épocas prehistóricas. René Guénon ve en él, sin
el menor asomo de duda, uno de los vestigios de la tradición primordial.
Si en primer lugar el centro es un punto de partida, es también un punto de llegada; si todo ha salido de
él, todo debe al final retornar a él. Puesto que todas las cosas sólo existen por el Principio, sin el cual no
podrían subsistir, debe haber entre ellas y él un vínculo permanente, representado por los radios que unen
todos los puntos de la circunferencia hacia el centro. Son como dos fases complementarias: la primera
está representada por un movimiento centrífugo y la segunda por un movimiento centrípeto. Dichas fases
pueden compararse a la de la respiración, siguiendo un simbolismo al cual se refieren con frecuencia las
doctrinas hindúes. Por otra parte, se da también una analogía no menos llamativa con la función fisiológica
del corazón. En efecto, la sangre parte del corazón, se distribuye por todo el organismo, lo vivifica, y al
final retorna. La función del corazón en cuanto centro del organismo es verdaderamente crucial y se
corresponde por entero con la idea que debemos formarnos del centro en su más pleno sentido.
Todos los seres, que en esencia dependen de su principio, consciente o inconscientemente han de aspirar a
retornar a él. Esta tendencia de vuelta hacia el centro posee también, en todas las tradiciones, su
representación simbólica. Guénon se refiere aquí a la orientación ritual, que es propiamente la dirección
hacia un centro espiritual, imagen terrestre y sensible del verdadero "centro del mundo". La orientación de

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las iglesias cristianas no es, en el fondo, sino un caso particular de ese simbolismo, y se refiere
esencialmente a la misma idea, común a todas las religiones. En el Islam, esa orientación (qibla) es como
la materialización, por así decirlo , de la intención (niyya) por la cual todas las potencias del ser deben ser
dirigidas hacia el Principio divino. (René Guénon; Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada, CapVIII;
Paidós, Orientalia, 1995).
Miguel Serrano, iniciado en el Hitlerismo Esotérico, chileno, relata el simbolismo del saludo nazi:
"Nadie sabía que el saludo nazista era una Runa y que al extenderse el brazo derecho, proyectaba la
energía del Arquetipo, del Dios, del Avatar, energía que fuera recibida en el plexo solar (en el Chakra
Manipura) por el brazo izquierdo. La energía se proyectaba sobre el pueblo, sobre los partidarios, sobre la
"Orden". La posición de ambos brazos conforman la Runa SIEG y también la Runa UR, del origen de los
tiempos, del regreso a la Hiperbórea Polar y a la Edad Dorada. Hitler, sin duda, conocía bien esto…Todos
estos símbolos mueven fuerzas no humanas."(15)
Wihelm Reich, hace un análisis psicoanalítico de la cruz gamada en el nazismo:
"En las SA, el nacionalsocialismo había agrupado a su tiempo a los trabajadores con mentalidad
vagamente revolucionaria, en su mayoría parados y jóvenes, no menos partidarios del principio autoritario.
Por esto, la propaganda era contradictoria, diferente según las capas populares a las que se dirigía. Sólo
en la utilización de la sensibilidad mística de las masas era coherente y lógica.
Bastaba con conversar con los partidarios del nacionalsocialismo, especialmente con los miembros de las
SA, para darse cuenta de que la fraseología revolucionaria era el factor decisivo a la hora de ganarse a las
masas. Así, ciertos nacionalsocialistas negaban que Hitler representara al capital. Otros ponían a Hitler en
guardia contra las traiciones a la "revolución".
Entre los medios simbólicos puestos en juego, asombra el simbolismo de la bandera:
"Somos el ejército de la cruz gamada.
Elevad las rojas banderas.
Queremos allanar el camino
del trabajo alemán hacia la libertad" (pág. 136)
"Si se considera su orientación emocional, este texto es netamente revolucionario. Los nacionalsocialistas
utilizaban a sabiendas melodías revolucionarias con letras reaccionarias. A esta práctica hay que añadir
ciertas fórmulas, como las que se encontraban a centenares en la prensa de Hitler:
"La burguesía política está a punto de abandonar la escena donde se representa la historia, y está siendo
reemplazada por la clase, hasta ahora oprimida, de los trabajadores manuales e intelectuales, por las
masas trabajadoras, llamadas a cumplir su misión histórica."
Esto tiene un claro acento comunista. La bandera, compuesta hábilmente, señalaba a los ojos de las
masas, el carácter revolucionario del movimiento. Hitler escribe a propósito de la bandera:
"En nuestra calidad de nacionalsocialistas vemos en nuestra bandera nuestro programa. En lo rojo vemos
la idea social de nuestro movimiento; en lo blanco, la idea nacionalista; en la cruz gamada, nuestra misión
de combatir por la victoria del hombre ario, que será también la victoria de la eternidad que ha sido
antisemita…"
"El rojo y el negro evocan la estructura contradictoria del hombre. Pero aún no se conoce bien la
significación, en el plano emocional, de la cruz gamada. ¿Por qué suscita tan fácilmente sentimientos
místicos este símbolo? Hitler pretende que es el símbolo del antisemitismo. En realidad, la cruz gamada ha
tomado tardíamente este sentido(…) (pág 137)
Hay que decir, en primer lugar, que la cruz gamada se ha encontrado también entre los semitas, en el
patio de los mirtos de la Alhambra de Granada. Herta Heinrich la ha observado en las ruinas de la sinagoga
de Edd-Dikke, al este de Jordania, al borde del lago Tiberiades. (…)(pág 137).
La cruz gamada se encuentra a menudo junto a un losange representando entonces la primera el principio
masculino y el segundo el femenino. Percy Gadner la ha encontrado entre los griegos bajo el nombre de
"Hemera"; símbolo solar, que representa igualmente el principio masculino. Löwenthal describe una cruz
gamada del siglo XIV sobre un altar en la iglesia de María zur Wiese (Nuestra Señora de la Pradera) en
Soest, allí la cruz gamada surge de una vulva y de una cruz doble travesaño. La cruz gamada simboliza
aquí el cielo huracanado y el losange, la tierra fértil. Smigorski ha encontrado la cruz gamada bajo la
forma de la svástica india, un relámpago de cuatro direcciones con tres puntos al final de cada rama (…)
Lichtenberg ha encontrado una cruz gamada con una cabeza en lugar de los tres puntos. La cruz gamada,
por lo tanto, es un símbolo sexual primitivo que, en el curso del tiempo, ha tomado diversos significados,
al simbolizar una rueda de molino, también representaba el trabajo. Si se tiene en cuenta que en la esfera
de lo afectivo, trabajo y sexualidad se identificaban en el origen, resulta posible interpretar el
descubrimiento que Bilmans y Pengerot han realizado en la mitra de santo Tomás Beckett: la cruz gamada
originaria de la protohistoria indoeuropea lleva la inscripción siguiente:
"Te saludo, oh Tierra, crece bajo el abrazo de Dios, repleta de fruto para la salud de los hombres."
La fecundidad se representa aquí sexualmente como unión sexual de la Tierra madre con el Dios padre.
Los léxicos de la India antigua, según Tselenin, llaman con el mismo nombre al gallo y al libertino:
svástica, es decir "cruz gamada" como alusión al instinto sexual.
…las cruces gamadas…se nos revelan como la representación de dos figuras humanas enlazadas,
esquematizadas, pero fáciles de reconocer como tales. La cruz gamada… representa un acto sexual. La
cruz gamada simboliza, pues, una función fundamental de la materia viva.
Esta incidencia de la cruz gamada sobre la vida afectiva inconsciente no explica, evidentemente, la razón
del éxito de la propaganda fascista entre las masas, pero ha contribuido a ella poderosamente…Se puede
suponer, pues, que este símbolo, que representa dos personas enlazadas, ejerce una gran atracción sobre

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las capas más profundas del organismo, atracción tanto más intensa cuanto que se trata de individuos
insatisfechos, sexualmente frustrados. Si, además, se convierte a la figura en el símbolo del honor y la
fidelidad, refleja entonces los movimientos de defensa del Yo moralizador y será tanto más fácilmente
aceptada. (págs 138-140).
Por lo antedicho, podemos sacar la conclusión que el nazismo utilizó este símbolo con fines "esotérico-
mágicos" para "imponer su poder", además de otorgarle un sentido antisemita y de propaganda de
legitimación basado en relación a la creencia de que en el pasado ya se anunciaría su llegada.
George Mosse, historiador judío alemán, hace un análisis del fascismo, el cual se puede relacionar con el
tema mencionado. En su visión, el fascismo fue "una postura frente a la vida", asentada sobre una mística
nacional, que podía variar de una nación a otro pese a nutrirse de los valores de la clase media temerosa
de las consecuencias disgregadoras de la modernidad, fue un movimiento en gran medida policlasista, en
tanto se apropió de elementos provenientes del romanticismo, del liberalismo y también del socialismo.
Asimismo, destaca su carácter revolucionario, sostenido en el intento consciente de buscar una "tercera
vía", fuera del marxismo y del capitalismo, si bien la misma no apuntaba a un cambio económico y social
sino fundamentalmente ideológico (una "revolución del espíritu", en palabras de Mussolini). Inexplicable
sin la experiencia de la guerra, hace falta ir más atrás. Sostiene que el fascismo debe ser analizado a
partir del conocimiento de ciertas formas de participación política ya existentes en Europa desde el siglo
XIX. La expresión "nueva política" es utilizada para designar un estilo de acción política cuyo momento
culminante fue justamente la irrupción del fascismo después de la Primera Guerra Mundial, pero que
surgió mucho antes bajo la forma de una "religión laica" que, por medio de "ritos y ceremonias, mitos y
símbolos", se constituyó en un aglutinante político de la nación, entendida ésta como el conjunto del
pueblo, en el concepto rousseauniano de voluntad general, pero que se apartaba del parlamentarismo y de
la democracia representativa apelando a la participación de un marco litúrgico y de culto. Centrándose en
el caso específico de Alemania, Mosse defiende la existencia de "una continuidad que va desde la
resistencia a la invasión napoléonica hasta la elaborada liturgia del Tercer Reich. Como una sólida base de
religiosidad popular y, sobre todo en Alemania, sobre un milenarismo que emergía rápidamente en
momentos de crisis". El Führer, canalizando en escenarios estudiados y en ceremonias cuidadosamente
elaboradas -de las que él mismo formaba parte integrante- esa característica de las masas logró una
amplísima adhesión que no puede explicarse apelando exclusivamente al terror (que por supuesto existió),
a la propaganda o a la manipulación. (Saborido, Interpretaciones del fascismo, Biblos, Bs As, 1994, págs
95y 96).
"El mantenimiento del alfabeto gótico en lugar del latino es una revancha simbólica contra el curso del
mercado mundial." (Saborido, pág.55).
De Guerra y Muerte
El arma contiene balas que cobran forma humana con rostros y cuerpos desnutridos, degradados,
siniestros, mortuorios. En esta imagen hallé la representación de la pulsión destructiva, evocando la
guerra.
ª Tánatos: La pulsión de muerte y el concepto de la guerraª
La pulsión de muerte se manifestó en el hombre moderno en su alienación a las utopías, sistematizadas en
ideologías de corte totalitario y autoritarias. La expresión de la pulsión tanática se tradujo en guerra y
totalitarismo. Y en relación a esto Hitler se manifiesta en favor de la 1º Guerra Mundial de esta manera:
"… Aquella fue para mí la época de mayor elevación espiritual que haya vivido jamás…" (16)
" La puerta principal del panteón de la Historia debe estar reservada a los héroes y no a los que se
arrastran."(17)
"Dios es testigo de que la guerra de 1914 no fue en absoluto impuesta a las masas, sino, en cambio,
deseada por el pueblo"(18). Este es el mito que de la guerra como un fin bueno que alzó el
nacionalsocialismo para levantar a las masas.
Se debe hacer una relación que está presente en Freud para analizar la pulsión de muerte. A propósito de
situar al sentimiento de culpa como el problema más importante del desarrollo cultural" y aparece así una
cuestión colateral a este tema: la pulsión de destrucción.
En un comienzo la analizó en el contexto del sadismo: en Tres Ensayos… aparece como una de las
"pulsiones parciales" que componen la pulsión sexual. " El sadismo respondería, entonces, a un
componente que se ha vuelto autónomo, exagerado, elevado por desplazamiento al papel principal".
(pág143) En el Segundo ensayo
reconocía la primitiva independencia de las mociones agresivas: "Tenemos derecho a suponer que las
mociones crueles fluyen de fuentes en realidad independientes de la sexualidad, pero que ambas pueden
entrar en conexión tempranamente…"
Desde el comienzo se pensó que las mociones de agresividad, y también de odio, pertenecían a la pulsión
de autoconservación, y como esta era ahora subsumida en la libido, no hacía falta suponer ninguna pulsión
agresiva independiente. Y ello pese a la bipolaridad de las relaciones objetales, las frecuentes mezclas de
amor y odio y el complicado origen del odio mismo.
Hasta que Freud no estableció la hipótesis de una "pulsión de muerte" no salió a la luz una pulsión
agresiva realmente independiente, esto ocurrió en Más allá del principio del placer, cap. VI y en obras
posteriores como el cap IV de El yo y el ello, la pulsión agresiva era aún algo secundario, que derivaba de
la primaria pulsión de muerte, autodestructiva.
Según una carta que Freud dirigió a la princesa Marie Bonaparte el 27 de Mayo de 1937, en la que parece
sugerir en un fragmento que , en sus orígenes, la agresividad volcada hacia el mundo exterior poseía
mayor independencia: "El vuelco de la pulsión agresiva hacia adentro es, desde luego, la contrapartida del

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vuelco de la libido hacia afuera, cuando esta pasa del yo a los objetos. Se podría imaginar un esquema
según el cual originalmento, en los comienzos de la vida, toda la libido estaba dirigida hacia adentro y toda
la agresividad afuera, y que esto fue cambiando gradualmente en el curso de la vida. Pero quizás esto no
sea cierto."
" La guerra se apoderó de nosotros como una exaltación. Partimos bajo una lluvia de flores, embriagados
de rosas y de sangre. No dudábamos de que la guerra nos ofrecía la grandeza, la fuerza, la madurez. Se
nos aparecía claramente la acción viril: alegres combates de tiradores, en prados donde la sangre caía
como un rocío sobre las flores. La muerte más bella del mundo (19). Este trozo extraído del Diario de
Guerra de Jünger, muestra bien el estado de ánimo en que se hallaba inmerso Hitler y que lo hizo caer de
rodillas "arrastrado por un entusiasmo tumultuoso", para agradecer "de todo corazón al cielo él haberle
brindado la dicha de poder vivir en semejante época". No había querido combatir por los Hasburgos, pero
estaba dispuesto "a morir en cualquier momento por (su) pueblo y por el imperio que lo personificaba.
En este sentido corresponde hacer algunas reflexiones al tema de la guerra. Desde hace tiempo se ha
enunciado ya la idea esencial: el hombre, librado a sí mismo, instaura el principio de bellum omniun contre
omnes (la guerra de todos contra todos). Esta visión formulada por el realismo presupone que la violencia
es parte integrante de la vida, del orden social y de las relaciones entre los hombres.
La aparición de la violencia es más una condena del orden social que su justificación; su presencia deja al
descubierto los puntos débiles del sistema.
¿Por qué motivo, en tiempos de guerra, un gran número de personas, habitualmente pacíficas e
inofensivas, se dejan dominar por el odio y participan en atropellos y matanzas con un ensañamiento y
una violencia aterradores?
El psicoanálisis freudiano sitúa la raíz de esa agresividad, que se manifiesta y generaliza sobre todo en
situaciones de guerra, en el inconsciente del individuo. Podría compararse el inconsciente a una caja de
Pandora donde se reprimen y encierran las pulsiones de agresividad cuyo origen se remonta al primer
contacto con los demás. Freud lo define como el lugar "donde están almacenados los gérmenes de todo lo
malo que hay en el alma humana". Es pues la barbarie presente en nuestro inconsciente la que hace
posible esa regresión a la barbarie de la guerra. El pensamiento freudiano coincide aquí con la
demonología cristiana, cuyo postulado fundamental podría resumirse con la frase del escritor suizo Denis
de Rougemont: "El enemigo está siempre dentro de nosotros."
De ahí, podemos elaborar dos conclusiones. En primer lugar, en la guerra el hombre no renuncia a su
individualidad para dejarse invadir por un sentimiento colectivo de agresividad, cuya cualidad psíquica
sería diferente de la que caracteriza la vida psíquica individual. El hombre "normal", sólo toma parte en las
atrocidades de la guerra incitado por la participación masiva de otros miembros de su comunidad. Pero
participa, sin embargo, a título personal, y tiene para hacerlo una motivación subjetiva inconsciente.
Si el origen de la agresividad se encuentra en el inconsciente de cada individuo, la belicosidad es, por
tanto, una disposición universal y no la característica innata de una etnia o una nación determinada.
"Todos los pueblos, precisa la célebre psicoanalista francesa Marie Bonaparte, incluso los que en tiempos
de paz tienen un comportamiento particularmente humano son susceptibles de recaer en la barbarie
original."
Así, esa agresividad inconsciente, que trata de descargarse en objetos externo para no transformarse en
una fuerza autodestructora, predispone al hombre a la guerra. Sin embargo, dicha agresividad no es la
causa primordial de las guerras, sino más bien, su principal arma, o mejor dicho, el "recurso natural" e
irremplazable para que la economía bélica funcione correctamente.
"Para los nacionalistas derechistas de Weimar, la violencia de los campos de batalla, la eficiencia y el poder
de los tanques y los barcos, y las explosiones de las granadas, eran la expresión de extrema de los
impulsos internos hacia "la vida" (20).
" La experiencia bélica del pasado reciente, no de un pasado remoto, se había convertido en la utopía
concreta de la derecha, un tesoro perdido que esta tradición trataba de recapturar." Los adeptos a las
ideas nacionalistas, al romanticismo germano y a la postura nazi, sentían la pulsión tanática como erótica,
la guerra, los seducía, la guerra los inmortalizaría como héroes llevados por valquirias hacia el Walhala,
tomando la tradición nórdica.
Ahora bien, en relación a la violencia y la guerra, al Estado le interesa muy especialmente controlar y
monopolizar para él este recurso que reviste para él una importancia estratégica fundamental. "Cada
ciudadano, escribe Freud en sus Consideraciones actuales acerca de la guerra y la muerte (1915), puede
en esta guerra, constatar con pavor (…) que el Estado ha prohibido al individuo el empleo de la injusticia,
no porque pretenda abolirla, sino porque quiere monopolizarla, como la sal o el tabaco." Este paralelo
entre el odio y el capital aparece con el mismo sentido en los escritos de Marie Bonaparte: "El odio, en el
corazón del hombre, es un capital que hay que invertir en alguna parte."
¿Que procedimientos emplea el Estado, que él controla, de la agresividad de sus ciudadanos y hacer
fructificar el capital del odio? Esos procedimientos están marcados por la contradicción y la ambigüedad.
No se trata simplemente de levantar la prohibición de saquear, torturar y matar. Es posible que el hombre
desde siempre, como afirma Freud, "haya sentido la tentación de satisfacer su necesidad de agresión a
expensas de su prójimo (…), de martirizarlo. Pero a esta tentación se opone el superyó al yo (…), que es el
asiento psíquico de los modelos y los tabúes."
Rojas y Sternbach aducen en relación al Superyó: " En cuanto al Superyó, Freud dirá que, en el
antagonismo irremediable entre exigencias pulsionales y cultura, ésta última logrará interiorizar sus
restricciones por la vía del mismo. En un plano indisociable del relativo a la función del ideal, el Superyó
será un articulador privilegiado entre lo individual y lo social. A través de la internalización de los

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preceptos culturales disminuirá la necesidad de la compulsión externa, las restricciones de la cultura serán
efectivizadas y se logrará la cohesión de los sujetos y su ajuste al engranaje social." (21)
Gran número de documentos y testimonios demuestran que en Alemania el entusiasmo se hallaba más
difundido y que la guerra fue acogida por muchos como una "liberación", "pues desde hacía tiempo la gran
mayoría estaba cansada de la perpetua inseguridad". Por un momento, los alemanes pudieron olvidar sus
fracturas internas, sobre todo desde que el Káiser dijo: "Ya no conozco partidos, sólo conozco alemanes",
lo que equivalía a la "unión sagrada" francesa y conducía paz social (Burgfrieden). Pero aunque el
adoctrinamiento para el heroísmo patriótico era muy intenso en las escuelas, aunque la noción de una
"guerra fresca y alegre" estaba ampliamente difundida, parece poco probable que el obrero o el campesino
alemán hayan partido contentos a la guerra. Todo estaba bien orquestado para que el Hurrapatriotismus
(Viva el Patriotismo) se impusiera, sabiamente apoyado por la prensa, los discursos y las manifestaciones.
Ese adoctrinamiento insistía en el deber de cada uno en momentos en que se trataba "de la existencia o
del fin de la nación alemana": El amor a la patria se impuso a cualquier otra fidelidad, sobre todo a la
solidaridad obrera
La cohesión social se ve favorecida a través de la identificación de los ideales de la cultura, cuya
contracara sería la conciencia de culpa y la percepción del propio yo como deficitario en relación al ideal
(esto, vía Superyó). Esta situación sucede en todas las épocas con sus especificidades propias.
Para que el individuo normal se entregue a las atrocidades de la guerra y dé rienda suelta a su agresividad
reprimida, es necesario que engañe a su superyo. No se trata de neutralizar o eliminar la presión de la
censura moral, ni de aumentar esa presión, de inflar el superyo. Para un soldado movilizado, matar en la
guerra no es una prerrogativa o la satisfacción de un deseo oculto; es un deber, un sacrificio, un acto
heroico. Al mismo tiempo, el papel despreciable de los que, de una manera irresponsable, no piensan más
que en su propio placer recae en las personas que se niegan a participar en la guerra.
Esa paradoja aparente se explica por el proceso de identificación que Freud describe como " la asimilación
de un yo a otro, con el resultado de que el primer yo se comporta como el segundo, en ciertos aspectos, lo
imita, y en alguna medida lo acoge dentro de sí " a otro se afirma en primer lugar como interiorización del
modelo paterno, es decir como formación de una imagen ideal a través de la cual el individuo procura
afirmarse.
Esa ambigüedad reaparece también cuando se proyecta la relación padre-hijo en el plano social y político.
En el niño que se convierte en adulto, escribe Fornari en su Psicoanálisis de la guerra, "la lealtad que
profesa a su jefe, o el grupo que personifica su ideal, se equilibra con el odio que siente por otro jefe u
otro grupo. Así está predispuesto a combatir (…) Otro efecto de la división de la imagen del padre en dos
figuras: los dioses de un pueblo son los demonios de otro."
El individuo, por su estructura psíquica y la naturaleza de las relaciones que establece con otros individuos
en la sociedad, está preparado para transgredir la prohibición de matar. Para que llegue a violar
efectivamente esta ley -lo que hace en tiempos de guerra- sin caer en la locura y el crimen de ordinario, el
recurso a la violencia extrema debe justificarse adecuadamente.
Hay diversas maneras de conseguirlo. En primer lugar, dando a los actos bélicos, en particular a la
destrucción del enemigo, un valor extraordinario, incluso sagrado. La importancia de la victoria por las
armas se vuelve primordial: de ello depende la supervivencia de la nación, la integridad física de un
pueblo. A los valientes soldados incumbe el deber de perseguir, derrotar y matar a todo aquel que
represente una amenaza.
La guerra, siempre impuesta, y por tanto defensiva, nos opone a uno o varios enemigos concretos. Pero se
la presenta también como la reanudación y continuación de guerras precedentes que nuestros
antepasados han librado contra nuestros adversarios, lo que confiere a la contienda actual una dimensión
mítica. El yo no sólo participa de un nosotros presente en el escenario histórico, sino que forma parte de
una entidad colectiva in illo tempore. La guerra le brinda la oportunidad de identificarse con sus
antepasados, de vivir el tiempo de la epifanía de los héroes míticos.
En esa misma perspectiva mítica, el prestigio del jefe (de la nación, del ejército), que en un plano
psicológico es una proyección del amor al padre, se acrecienta en la medida en que aparece como la
encarnación del héroe fundador de la comunidad. "El carisma, recuerda Moscovici, tiene los rasgos de una
evocación del pasado…"
A la valoración mítica de las acciones guerreras y a la divinización del jefe corresponde, en el extremo
opuesto, la satanización del enemigo. Una etapa decisiva que abre la vía a la transgresión de la prohibición
de matar, pues la satanización expulsa al enemigo del universo humano. No sólo ya no está prohibido
matarlo, sino que su eliminación se convierte en un acto de heroísmo altamente apreciado. El enemigo
deshumanizado representa una amenaza para nuestra humanidad; así, oponerse a él es luchar en favor de
valores humanistas universales.
A modo de conclusión de esta parte, expongo la siguiente cita de Nietzsche:
"La humanidad no supone una evolución hacia un tipo mejor, más fuerte o elevado, en la forma como se lo
cree hoy día. El `progreso´ no es más que una noción moderna, vale decir, una noción errónea (…)la
evolución no significa en modo alguno y necesariamente acrecentamiento, elevación, potenciación" (22).
Para finalizar recurro al mito expresado en la leyenda nórdica de El Ocaso de los Dioses ilustra el viraje
tanático que dio el supuesto sistema que mediante su jefe redimirían a una Alemania fracasada y en plena
crisis social.
La Juventud, la ternura y la poesía habían desaparecido del Asgard.
Los dioses que quedaban veían perdida su gloria y el frío del invierno parecía cubrir sus corazones.
También la Tierra yacía desolada por los fríos vientos.
Los hombres tenían helado el corazón y las mujeres olvidaban hasta el amor que debían profesar a sus

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hijos.
Los hermanos reñían entre sí y se daban muerte como si se tratara de los más encarnizados enemigos.
Al ver todo esto, el corazón de los gigantes se henchía de gozo y no tardaron demasiado tiempo en ser los
dueños todopoderosos del Asgard.
Desaparecido el Sol del universo, las estrellas empezaron a caer una por una.
La oscuridad se hizo más densa y un extraño sonido rompió el silencio que pesaba sobre los mundos.
Mientras tanto, el malvado Loki había hecho saltar los hierros que le encadenaban desde que diera muerte
a Balder y tenía el pecho rebosante de odio y deseos de venganza. Inmediatamente corrió a reunirse con
demonios y gigantes, enemigos irreconcialiables de los ases, y la lucho no tardó en comenzar.
También el terrible lobo Fenris quebró, por fin, el cordón encantado que lo tenía sujeto a la roca.
Y la serpiente Yormungardur asió con más fuerza a la Tierra entre sus anillos, intentando sepultarla entre
las aguas.
Entonces se oyó sobre el puente del Arco Iris el grito de guerra de Heimdal, llamando a los dioses al
combate. Tan pronto como lo escuchó Odín, fue a ver a las Normas para preguntarles cómo debía conducir
la batalla.
Las tres Normas estaban cubiertas con un velo, silenciosas, sin hacer nada.
Porque su trabajo ya había terminado.
También el gran fresno Ygdrasil temblaba como si tuviera las raíces carcomidas.
Tan pronto como Odín terminó de hablarles, pudo escucharse la segunda llamada de Heimdal.
Entonces Odín regresó al Asgard, convocó a los dioses y salieron dispuestos a lucha con brillante armadura
y dorados yelmos.
Al frente de los combatientes celestes iba Odín, blandiendo en su poderosa mano la espada de Gungnor.
Detrás de él iban sus guerreros, que salían como un torrente incontenible del Walhala. Sobre sus caballos
resplandecientes, las valquirias, como un enjambre espantable los rodeaban.
Los infernales iban capitaneados por los Loki, seguido de cerca por el feroz y siniestro Fenris, cuyas fauces
chorreaban sangre. Tras ellos avanzaba un ejército innumerable de gigantes de fuego.
Chocaron las armas ferocidad inusitada.
Los gigantes parecían derretirse al tocar las brillantes armaduras de sus enemigos.
El lobo Fenris aullaba sin cesar.
Pero al ver al dios Odín se abalanzó sobre él y , tras dura lucha logró vencerle y acabó devorándolo.
Vidar, el hijo de Odín, corrió a vengarlo, lo que consiguió al hundir su espada en el corazón de la fiera.
Thor quiso combatir a su vez contra la serpiente, odiosa bestia Migdard, logrando aplastarla con su
martillo.
Pero el venenoso monstruo, antes de fenecer, haciendo un esfuerzo supremo, envolvió con sus anillos al
dios y le escupió todo el veneno que llevaba.
Thor cayó muerto en el acto.
Entre tanto, dioses y monstruo, sin olvidar los gigantes luchaban a muerte.
Loki y Heimdal se mataron el uno al otro en feroz y encarnizada lucha.
Tyr, el último de los grandes ases que quedaba vivo, murió también, después de haber acabado con la
existencia de el perro de los infiernos, Garm.
Cuando ya habían desaparecido los más grandes de uno y otro bando, se generalizó la catástrofe.
Hasta que, de pronto, se hizo un profundo silencio, un silencio absoluto, al que siguió una rápida
precipitación de aire.
Entonces se extendió por todas partes un calor de muerte y todo el universo estalló en una potentísima
llamarada.
El fuego devoró todos los mundos.
La Tierra fue tragada por el mar.
Ya no había Sol, Luna ni estrellas.
Cielos e infiernos habían desaparecido también.
Todos los dioses, los gigantes, los monstruos y, por supuesto, los hombres habían muerto.
Nada quedaba.
Absolutamente nada.
Sólo el abismo infinito lleno de rugientes aguas, de aguas que envolvían la soledad y el silencio.
Había llegado el temido fin de todas las cosas.
Y con ello, EL OCASO DE LOS DIOSES.

A modo de conclusión: el totalitarismo de lo efímero


Con la imagen de esta portada quiero mostrar una representación de lo que estaría de de sucesos o ideas
imperantes a lo largo de todo el siglo XX, resaltando la guerra, las masas, el malestar en las diferentes
épocas, y haciendo alusión al vacío que se genera en este fin de siglo, donde la caída de los grandes
relatos es representada por el desquicio o desorden impernate en el dibujo y la pérdida del sentido. Visión
quizás fantasmal del porvenir, las ilusiones quedaron atrás (esta es otra ilusión).
Grandes mitos son los que actualmente atrapan al individuo y lo controlan: el consumo donde su liturgia
reside en el Shopping como templo, la comunicación está mediatizada cada vez más por la cibernética (la
conversación pasa a un segundo plano, ahora lo que gusta es "chatear") mientras la vida se vuelve cada
vez más transparente al decir de Gianni Váttimo, el tiempo y el espacio son compactados en grandes

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urbes. El hombre, ingresa a la sociedad tecno, nunca antes fue tan prótesis. En la era nazi el individuo era
cooptado y controlado por los terroríficos aparatos burocrático-estatales, la propaganda y debía morir por
la figura de un líder: Hitler. Actualmente el hombre supone que tiene más libertad, más derechos, cuando
en realidad, está siendo absorbido por la virtualidad y el mercado. El hombre masa del nazismo formaba
parte de un todo. Ahora el hombre se masifica aislándose. Tánatos en una y otra etapas, eros sólo
parecería ser solo un personaje mitológico que nunca termina de plasmarse.
Masa, siempre, masa, el hombre no puede escapar de los límites que él mismo se ha impuesto,
remitiéndonos a Freud, el hombre nunca podrá satisfacer su falta, su superyó lo condena y su yo cada vez
se volatiliza más. Esclavo del presente, del aquí y del ahora, no proyecta, sólo vive el momento. Sociedad
de masas: Para Lipovetsky: " El Narcisismo, nueva tecnología de control flexible y autogestionado,
socializa desocializando, pone a los individuos de acuerdo con un sistema social pulverizado, mientras
glorifica el reino de la expansión del Ego puro."(23)
Se trata del consumo entendido como una lógica reguladora de lo social, vigente y eficaz, más allá de las
posibilidades concretas de acceso a los bienes en circulación. Dicha lógica se constituye en uno de los
organizadores centrales de las sociedades posmodernas sustentándose en el supuesto implícito de que el
consumo sería la via para el acceso a la satisfacción. En la sociedad flexible, opcional, posmoderna,
informatizada, el homo politicus deviene en homo psicologicus, ya que la conciencia social transmuta en
autoconciencia. El conocimiento de sí reemplaza al reconocimiento del otro. En palabras de Lipovetsky: "
Sólo aparentemente los individuos se vuelven más sociables y cooperativos; detrás de la pantalla del
hedonismo y de la solicitud, cada uno explota cínicamente los sentimientos de los otros y busca su propio
interés sin la menor preocupación por las generaciones futuras"(24). El amaestramiento social ya no se
realiza por imposición disciplinaria ni tan sólo por sublimación, se efectúa por autoseducción"(25).
La esfera socio-política se encuentra atravesada por el proceso de personalización narcisista y
massmediatizada, lo cual debilita los lazos sociales y confunde la realidad con la virtualidad de las
imágenes y ruidos.
La sociedad actual presencia la casi desaparición del espacio de lo privado, ya que los medios parecen
exhibirlo todo y donde la imagen se propone como la
única realidad. Exhibición que tiende a la anulación de los enigmas para el hombre posmoderno.
Se produce la caída de la movilización de las masas mediante un líder, una ideología, un partido político o
desde el Estado al estilo de los populismos, totalitarismos o autoritarismo que conoció la modernidad, ya
que con la expansión de los medios de comunicación y la elección a la carta el sujeto posmoderno es
movilizado por la publicidad que genera pérdida de voluntad de elección y satura al yo, por la política
espectáculo y el discurso de la libertad que en realidad es una no identidad que se esconde a través de los
signos del mercado: las marcas. La manipulación mediática ejerce la pasividad en el accionar del hombre
flexible y cool proporcionándole a partir de la oferta consumista la adaptación a esta nueva fase del
sistema capitalista.
De acuerdo con Eagleton: " Que los gobernantes no tengan necesidad de nombrarse o desplegar ideologías
es un índice de su poder" (26).
El hombre alienado al presente: necesidad de ser ahora, ya o nunca. La imprevisibilidad es la pauta que
marca la acción en presente.
La incertidumbre trajo la violencia, y ello degeneró en el III Reich. Qué trae consigo lo efímero y volátil?
Sin duda, existió un vínculo entre la sociedad, la ideología, la cultura política de Alemania y la persona de
su jefe. Hitler fue el producto de las convulsiones y de las frustraciones de la historia austro-alemana, de
la historia de un pueblo que le costaba integrarse. Sin ellas, ese representante por excelencia de la
"trivialidad del mal", acuñando la expresión de Hanna Arendt, jamás podría haberse elevado a la cabeza
de la nación. A su vez, Hitler marcó con su sello a la sociedad y a la cultura política del III Reich. Al
carácter polimorfo de ese hombre respondía una ideología heterogénea, un Estado compartimentado, un
pueblo atomizado.

Apéndice: El Mito Esotérico


En relación a este tema, durante el tiempo que me llevó realizar la investigación, dado a las entrevistas
realizadas, la búsqueda de la bibliografía en bibliotecas y librerías, y mi particular interés por los temas
esotéricos, he obtenido información pertinente al Hitlerismo Esotérico. Si bien desde la caída del nazismo
se difundió una cierta idea acerca de este tema, fue de carácter mas bien sensacionalista y tratados con
algún nivel de desconocimiento.
En esta sección mi objetivo es hacer brindar a título informativo este tema basándome en los testimonios
de Miguel Serrano, diplomático chileno e iniciado en el Hitlerismo Esotérico, cuyas argumentaciones, a mi
entender, muestran la otra cara totalitaria de este movimiento, la que tiene pretensiones de dominio no
sólo terrenal sino en el mundo espiritual, astral, "más allá", fundamentándose una mitología, mística y
magia, así como lo hiciera el Antiguo Egipto, Grecia y los pueblos prehistóricos.
No es mi intención avalar esta postura siniestra, sino que mi motivación es la de hacer conocer esta otra
visión que también puede contribuir a mostrar que más allá de la caída del nazismo, todavía hay vestigios
de adoradores y adeptos a su idea, y no solamente en un plano eminentemente político o ideológico sino
también "religioso".
Miguel Serrano ha escrito numerosos libros en torno a este tema, entre ellos, Adolf Hitler, el último avatara
y El cordón Dorado. En cuanto al primero, su título hace alusión a la concepción hindú sobre la encarnación

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de una divinidad o deidad, especialmente el Vishnú, el Preservador dentro de la Trilogía del Hinduísmo :
siendo Brahma el Creador y Shiva el destructor, Vishnú es un antiquísimo Dios védico, ario, blanco y rubio
cuya residencia se encuentra en el Polo Norte. Avatara es palabra sánscrita. Y el argumento es que hasta
ahora se han producido nueve encarnaciones en las grandes divisiones del tiempo hechas por el
hinduismo; las tres últimas conocidas son heroico-religiosas y corresponden a Rama, Krishna y Buddha. La
décima, la de Khalki, sobre el caballo blanco, cerrará el Khali-Yuga, la época de hierro de los griegos, la
Edad Más Oscura: es decir, el tiempo actual. Aparecerá en el vértice de la catástrofe final y vendrá a
juzgar. El autor de este libro sostiene que esta encarnación de la divinidad de Vishnú - Wotan, es
anunciada por Adolf Hitler (cuando hace referencia al "hombre que vendrá"), quien ya hizo su aparición
fulgurante y deberá retornar junto a su Ultimo Batallón (la Wildes Heer, la Orda Furiosa de Wotan-Odin) en
el filo de la catástrofe, a salvar a los suyos y a juzgar a sus enemigos. A su vez, este argumento pretende
explicar los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial, como así también algunos ocurridos en Chile
como el golpe de 1973.
El libro El Cordón Dorado, que es anterior al primero, el autor realiza una vinculación del hitlerismo a una
tradición milenaria, necesariamente esotérica. Gnósticos, cátaros, rosacruces, caballeros de la Orden de la
Thule, jerarcas ocultos del nacionalsocialismo peregrinan por las páginas de este libro encontrándose en
insospechados monasterios y castillos librando batallas astrales cuyos ecos recoge la historia y que se
deciden según el giro rotatorio de la svástika, símbolo que aparece inexplicablemente en épocas y culturas
aparentemente ajenas entre sí.
La carátula de este apéndice evocaría la supuesta reencarnación de Hitler tomando como forma corpórea
la del Dios Wotan haciendo el saludo nazi y regresando del Mas allá para concretar su profecía prometida.
La portada final es un collage de imágenes sobre una superficie metálica, oscura, densa, laberíntica,
industria, tecnológica y "dark", híbrida; los íconos que aparecen representan una síntesis visual de los
conceptos aquí desarrollados. La noche terrorífica; el monstruo que se apodera del árbol de la vida que
yace ante el auge del estandarte nazi; unos guerreros con sus espadas mágicas aparecen en comunidad
dentro de ese mismo bosque, representan el mito del héroe romántico que es evocado por el nazismo. La
raza superior venciendo en el hombre ario que apoya su sobre su enemigo derrocado. Abajo la promesa de
un pasado mítico fantástico y maravilloso que devendría en terror transforma a ese héroe en un monstruo,
detrás de todo este plan, subyace el líder malévolo que lo único que lleva a cabo es la total destrucción.
(*)

(*) Fuente: Este trabajo de Verónica Baston es publicado originalmente aquí.

Notas:
1.Este dios es conocido en el norte europeo, específicamente en los países escandinavos, con el nombre de
Odín, pero tanto en esa parte como en Alemania, se sigue la misma tradición en base a la misma leyenda.
2.Es conocido la predilección de Hitler por la música wagneriana, que lamentablemente la ha interpretado
en relación a sus propios fines.
3.En Bobbio, Diccionario de Política, Siglo Veintiuno Editores, 1995, págs. 1574-1588.
4.El modernismo reaccionario, J. Herf, pag. 47
5. Steiner, Marlis, Hitler, Javier Vergara Editores, págs. 33 y 34.
6. Ibid, cita pág. 62.
7. Rojas y Sternbach, Entre dos siglos, 1997.
8. Ebenstein, William, El Totalitarismo, Paidós, 1965.
9. Citado en Tradicionalismo y Fascismo Europeo, María Victoria Grillo (compiladora), Eudeba,
1999, pág. 136.
10. Eros es el dios Amor de los griegos, hijo de Afrodita. Es la virtud atractiva que lleva las cosas a
juntarse y crear la vida, es una fuerza fundamental del mundo, que no sólo asegura la continuidad de las
especies sino también la cohesión interna del cosmos. En El Banquete de Platón, Eros aparece como un
"jaimón" (fuerza espiritual misteriosa) intermediario entre los dioses y los hombres. Lejos de ser un dios
satisfecho de su poder, es una fuerza siempre insatisfecha e inquieta. Nació de Pobreza (Penía) y
Abundancia (Poros). Tánatos, genio masculino que entre los griegos personificaba a la muerte; hijo de la
Noche y hermano del Sueño. (Diccionario Mitológico Greco-Romano).
11. Para ilustrar estos conceptos expongo, según el Diccionario de Laplanche de Principio de Nirvana:
Término propuesto por Bárbara Low y recogido por Freud para designar la tendencia del aparato psíquico a
reducir a cero o, por lo menos, a disminuir lo más posible en sí mismo toda cantidad de excitación de
origen externo o interno.
El término "nirvana", difundido en Occidente por Schoppenhauer, está tomado de la religión budista, en la
cual designa la "extinción" del deseo humano, la aniquilación de la individualidad, que se funde en el alma
colectiva, un estado de quietud y felicidad perfectas.
En Más allá del principio del placer, Freud enuncia el principio de nirvana como "(…) tendencia a la
reducción, a la constancia, a la supresión de la tensión de excitación interna". Esta formulación es idéntica
a la que Freud da, en el mismo texto del principio de constancia, e implica, por consiguiente, la
ambigüedad de considerara como equivalentes la tendencia a mantener constante un cierto nivel y la
tendencia de reducir a cero toda excitación.
Con todo, no es indiferente observar que Freud introduce el término "nirvana", con su resonancia
filosófica, en un texto en el que se adentra en un camino especulativo; en el nirvana hindú o
schopenhaueriano Freud ve una correspondencia con la noción de pulsión de muerte. Esta correspondencia

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se subraya en El problema económico del masoquismo(1924): "El principio de nirvana expresa la
tendencia de la pulsión de muerte". En este sentido, el "principio de nirvana" designa algo distinto a una
ley de constancia o de homeostasis: la tendencia radical a llevar la excitación al nivel cero, como Freud la
había ya anunciado con el nombre de principio de inercia.
Por otra parte, la noción de nirvana sugiere una profunda ligazón entre el placer y la aniquilación, ligazón
que Freud consideró siempre problemática.
12. La relación que encuentro con esta sección y la portada es la siguiente: el ser central, de apariencia
poderoso, que toma entre sus manos, al parecer, un cerebro humano, de un hombre de estaría cabeza
hacia abajo, como que ha sido absorbido por esta mujer que representaría la alienación, tiene en su rostro
la expresión de sufrimiento y opresión. La cabeza de Alienación está siendo tomada por un demonio que
representaría el papel de quien tiene el poder de imponer su ideología. Aquí también el clima es denso,
oscuro, "dark", asfixiante. Los preservativos con cabezas y rostros representarían la maquinaria de
servidumbre de la que se rodea el diablo que tienta a los sujetos para perderse en ese vínculo macabro
que deviene en los sistemas totalitarios.
13. Nietzsche, Cómo se filosofa a martillazos, Edaf, 1985.
14. Según René Guénon: "Si la mayoría de los científicos modernos no han ca?do en la cuenta, es porque
carecen por completo de la auténtica comprensión de los símbolos (…) Pensamos que, en la Europa
moderna nunca se ha conocido hasta ahora su verdadero significado. Inútilmente se ha pretendido explicar
este símbolo por medio de teorías muy fantasiosas; incluso se ha llegado a ver en él el esquema de un
instrumento primitivo destinado a encender fuego. Ciertamente, si existe en efecto algún tipo de relación
con el fuego, es por razones muy diferentes". Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada, Paidós
Orientalia, 1995, Pag 57.
15. Serrano, Miguel, Adolf Hitler, El último Avatâra, pág. 37
16. Giusseppe Mayda, Hitler, documental period?stico, 1990.
17. Hitler, Main Kampf, pág 100 cit.Marlis Steinert, Hitler, Vergara
18. Hitler, Main Kampf, pág 100 cit.Marlis Steinert, Hitler, Vergara
19. Steinert, cita 6 pag.69 .
20. Herf, J., El modernismo reaccionario, FCE, México, 1993, pág. 83.
21. Op. cit, pág. 72.
22. Nietzsche, F: El anticristo, Edaf, Madrid, 1985, pág.23.
23. Lipovetsky, Gilles, La era del vacío, pág. 55.
24. Op. cit., pág. 69.
25. Ibid, pág. 55.
26. Eagleton, Terry, pág. 108

Bibligrafía Consultada
-Diccionario Mitológico Greco - Romano.
-Eagleton, Terry: Las ilusiones del posmodernismo, Paidós, Bs As, 1997.
-Ebenstein, William, El totalitarismo, Paidós, 1965.
-Freud, Sigmund: Obras Completas, Amorrortu Editores:
-Psicología de las Masas y análisis del yo, Tomo XVIII.
-El porvenir de una ilusión, Tomo XXI.
-El malestar en la cultura, Tomo XXI.
-Moisés y la Religión Monoteísta, Tomo XXIII.
-Totem y Tabú, Tomo XIII.
-Tres ensayos de teoría sexual, Tomo VII.
-El yo y el ello, Tomo XIX.
-Guénon, René, Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada, Paidós Orientalia, 1995.
-Herf, Jeffrey, El modernismo reaccionario, FCE, México, 1993.
-Hitler, Adolf, Mi Lucha, Solar, Santa Fe de Bogotá, Colombia, 1995.
-Laplanche, Pontalis, Lagache: Diccionario de Psicoanálisis, Edit. Paidós.
-Lipovetsky, Gilles: La era del vacío, Anagrama, Barcelona, 1998.
-López Gil, Marta: Filosofía, modernidad y posmodernidad, Editorial Biblos, Bs As, 1996.
-Lyotard, Jean François: La condición posmoderna, Rei, Bs As, 1997.
-Nietzsche, F.: El Anticristo, Editorial Edaf, Madrid, 1985.
-Reich, Wilhelm, La psicología de masas del fascismo, Paidós, 1973.
-Rojas, María Cristina y Sternbach, Susana: Entre dos siglos, una lectura psicoanalítica de la
posmodernidad, Lugar Editorial, Buenos Aires,1997.
-Saborido, Jorge, Interpretaciones del fascismo, Biblos, 1994.
-Serrano, Miguel, Adolf Hitler, El último avatâra, Solar, 1995.
-Serrano, Miguel, El Cordón Dorado, Solar, 1995.
-Steinert, Marlis, Hitler, Javier Vergara Editor, 1996.
-Vattimo, G. y otros: En torno a la posmodernidad, Editorial Anthropos, 1994.

Y Filmografía consultada

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3/11/2018 Marcas simbólicas del totalitarismo, por Verónica Baston | Temakel
c Ascenso y Caída del Tercer Reich, un film de Shirer, Metro Goldwin Mayer.
c El Triunfo de la Voluntad, un film de Leni Rienfenstahl, Valhalla.
c La guerra de Hitler, un film de Reginald Pulh.

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