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La modernidad trajo las ciudades, las fábricas y con ellas al Tiempo como
medida estandarizadora de la existencia humana. Para acceder a los privilegios
que la tecnología de la producción en masa prometía, debía existir un gran
porcentaje de la población con acceso a los procesos de adquisición de
códigos simbólicos como la lectoescritura y las matemáticas básicas, para
obtener así la capacidad de operar la tecnología que posibilitaba este supuesto
desarrollo. Einstein y su teoría de la relatividad especial, con su espacio y
tiempo curvos fueron fruto de un contexto sociocultural que devino en
paradigma, necesario –entre otras cosas- para capitalizar los espacios
temporales y docilizar los cuerpos y las mentes a la vida asalariada. A su vez -
utilizando el término introducido por Buttler en “El género en disputa”-,
performativamente, a partir de estos discursos de verdad, devinieron
diferentes corrientes científicas, filosóficas, epistemológicas y artísticas, que
retroalimentaron los propios paradigmas. El psicoanálisis fue apadrinado por
muchas corrientes de pensamiento o discursos de verdad –un fuerte ejemplo
de esto fue el surrealismo- pues captaba la atención de estos paradigmas que
ganaban lugar desde las ciencias duras, donde nada era constante o estático.
Todo parecía ser masa de churro, o al menos una masa que al pasar por la
máquina transmutaba de alguna manera. El mercado vendía máquinas de
churros, había demanda de máquinas de churros. Y no sólo la burguesía
compraba máquinas de churros.
¿Quiere decir esto que la mente humana está en detrimento, que todo está
peor que cien años atrás? Tal vez haya que recordar antes de contestar a
Cervantes cuando parodiaba en El Quijote la creencia popular de que leer
libros de caballería iba a convertir en idiotas o locos a las generaciones
venideras.