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De máquinas y Churros

Por Gustavo Ferrero

El psicoanálisis fue, como toda disciplina, fruto de su tiempo, empapado del


positivismo (ideas de cura y ansia de descubrimientos), evolucionismo
(aparato psíquico y su desarrollo) y hegelismo (conflicto entre fuerzas) que se
respiraban en la sociedad victoriana donde transitaba Freud. Como Michel
Foucault señala en “Las palabras y las cosas”, la botánica introdujo un sistema
de categorizaciones de objeto que posteriormente se emparejaría con todo
tipo de saber, haciendo que el discurso acerca de una verdad como la
sexualidad (tema más que recurrente y hasta se podría decir fundante del
psicoanálisis) fuera categórico y específico, agrupándose dentro de una
disciplina que, aunque aparentemente pionera en metodologías y
teorizaciones, no lograría salir del pensamiento “general” de la época. El
psicoanálisis, como todo gran sistema de pensamiento, construía discursos
categóricos de verdad.

La vida de la burguesía victoriana (primeros conejillos de india del


psicoanálisis) transcurría en ambientes donde los placeres y las gratificaciones
socialmente aceptadas exigían una decodificación simbólica acentuada,
relegando el goce a grandes esfuerzos intelectuales. Si bien existía mucho
tiempo de ocio, el mismo era utilizado para cultivar el intelecto. El acceso al
mundo simbólico de la lectoescritura era indispensable para entender y
sociabilizar en el entorno cultural que rodeaba a estos individuos,
potencializando ciertos procesos de simbolización que la técnica psicoanalítica
supo captar y categorizar dentro del funcionamiento primario del
denominado aparato psíquico. El psicoanálisis victoriano trabajaba entonces
con el lenguaje. Un lenguaje lleno de símbolos recurrentes que surgían gracias
a los procesos psíquicos que los sujetos cotidianamente activaban ante la
presión y coerción del sistema social burgués.

Podríamos decir que en sus orígenes el método psicoanalítico trabajaba


entonces como una máquina de hacer churros, donde la masa estaba
previamente preparada (procesos de simbolización) para poder ser en cierta
medida transformada en un producto que era -hasta cierto punto, debido al
efecto profiláctico y la noción de normalidad- indefinido. Cada churro era
diferente en tamaño y forma, dependiendo de la masa, el pasaje por el
dispositivo y el corte.

¿Pero qué pasaría si en vez de una masa elaborada para churros


introdujésemos en la máquina una masa apelmazada como la de los “ojitos”,
o una elastizada y líquida como la de la pizza? ¿Y si intentáramos hacer pasar
un refresco cola a través de ella?

La modernidad trajo las ciudades, las fábricas y con ellas al Tiempo como
medida estandarizadora de la existencia humana. Para acceder a los privilegios
que la tecnología de la producción en masa prometía, debía existir un gran
porcentaje de la población con acceso a los procesos de adquisición de
códigos simbólicos como la lectoescritura y las matemáticas básicas, para
obtener así la capacidad de operar la tecnología que posibilitaba este supuesto
desarrollo. Einstein y su teoría de la relatividad especial, con su espacio y
tiempo curvos fueron fruto de un contexto sociocultural que devino en
paradigma, necesario –entre otras cosas- para capitalizar los espacios
temporales y docilizar los cuerpos y las mentes a la vida asalariada. A su vez -
utilizando el término introducido por Buttler en “El género en disputa”-,
performativamente, a partir de estos discursos de verdad, devinieron
diferentes corrientes científicas, filosóficas, epistemológicas y artísticas, que
retroalimentaron los propios paradigmas. El psicoanálisis fue apadrinado por
muchas corrientes de pensamiento o discursos de verdad –un fuerte ejemplo
de esto fue el surrealismo- pues captaba la atención de estos paradigmas que
ganaban lugar desde las ciencias duras, donde nada era constante o estático.
Todo parecía ser masa de churro, o al menos una masa que al pasar por la
máquina transmutaba de alguna manera. El mercado vendía máquinas de
churros, había demanda de máquinas de churros. Y no sólo la burguesía
compraba máquinas de churros.

Hoy la física cuántica y la imprevisibilidad de las partículas, el experimento


de la doble rendija y la Teoría del Todo, parecen describir una forma azarosa
de transitar los espacios, llenos de gratificaciones y placeres exentos de
esfuerzo o procesos previos. Se es si se vive. Así como un fotón
individualizado puede existir sólo si es medido en el “aquí y ahora”, el
mercado parece apuntar a que sólo importa el momento, el goce individual y
narcisista de ese “aquí y ahora”. “El mundo conspira a tu favor, vive tu leyenda
personal” dice Cohelo en su Best Seller el Alquimista.

Corren tiempos de consumo de productos exacerbado, desmedido, donde


malestares y ansiedades se funden y tienen la presunta posibilidad de ser
calmados o adormecidos a través de diversos métodos accesibles por medio
del dinero. Psicofármacos, alcohol, drogas ilegales, viajes, productos
orientados a cada elección identitaria predefinida, etc., son formas
socialmente aceptadas y que al mismo tiempo ejercen presión social a la hora
de calmar la angustia. La frustración es infravalorada, preferentemente
evitable y sustituible: siempre es mejor cambiar de actividad que obtener un
fracaso. Las gratificaciones son casi instantáneas, perdiendo terreno cualquier
acción o diligencia que la anteponga a algún esfuerzo previo. La imagen
explícita cobra protagonismo frente a la codificación simbólica del lenguaje
escrito. Los procesos de simbolización por ende parecen ir cambiando
respecto a generaciones anteriores, aunque coexistiendo aún con antiguas
formas, gracias al esfuerzo constante de entes sociabilizadores tradicionales y
en mutación como la educación formal o la familia.

La lectoescritura ya no es un medio indispensable para moverse en el


entorno cultural como lo era para la burguesía victoriana, o un método para
apropiarse de las tecnologías que promueven el desarrollo de la producción,
como lo era en la modernidad. Los procesos de simbolización parten de
imágenes que pueden ser decodificadas de forma casi universal e instantánea,
siendo el lema del mercado producir aparatos de manejo lo más intuitivo
posible.

¿Quiere decir esto que la mente humana está en detrimento, que todo está
peor que cien años atrás? Tal vez haya que recordar antes de contestar a
Cervantes cuando parodiaba en El Quijote la creencia popular de que leer
libros de caballería iba a convertir en idiotas o locos a las generaciones
venideras.

Podríamos afirmar que los procesos de adquisición del lenguaje, la capacidad


de simbolización, están cambiando. La masa para churros escasea. La
demanda de máquinas de churros decrece. Microondas o freidoras de
McDonalds parecen ser más idóneos para satisfacer las demandas pulsionales
actuales.

¿Debemos adaptar el psicoanálisis a una lógica de mercado?

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