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Ignacio Bosque
Cuando visité esta gran ciudad por primera vez, hace ya muchos
años, mis amigos rosarinos me explicaban que es imposible perderse en
ella. Como es completamente cuadriculada —me decían— basta con saber
si la calle por la que uno circula desemboca en el río o va en dirección con-
traria. Más tarde aprendí que, como en otros muchos aspectos de la vida,
las cosas no eran tan simples. El curso del río dibuja una amplia curva, de
modo que las calles que desembocan en él pueden ir hacia el noreste o ha-
cia el sureste. Recuerdo que un día que salí a pasear sin rumbo fijo y sin
mapa en la mano tuve que mirar al sol y tener en cuenta a la vez, para no
perderme, la hora del día en la que daba mi paseo.
No sé si en los pocos días que pasaré esta vez en Rosario seré capaz
de transitar por sus calles sin la asistencia de un mapa —empeño en el que
fracasé en todas mis visitas anteriores— pero en cambio sé muy bien que
no necesito asideros para gozar en esta ciudad del aprecio, la amistad y el
afecto de un buen número de compañeros de profesión, de fatigas y de
intereses, con cuya amistad me honro desde hace muchos años. Entiendo,
1
pues, que el Doctorado Honoris Causa que tan generosamente me concede
hoy la Universidad Nacional de Rosario, y que tan sentidamente les agra-
dezco ahora, no es tanto el reflejo de mis méritos como la expresión del
afecto y de la amistad con que mis colegas rosarinos me han distinguido a
lo largo de todo este tiempo.
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b) La segunda perspectiva es muy diferente de la anterior. Podemos lla-
marla regulativa. Se trata de un punto de vista, fundamentalmente social,
que tiene sentido siempre que sea posible distinguir conjuntos de normas
de conducta o de convenciones establecidas, sean estas expresas o tácitas.
Tales normas provienen unas veces de la tradición, o de cierto consenso
social no escrito, pero en otras ocasiones proceden de alguna autoridad,
que generalmente podemos identificar, lo que permite enlazarlas con muy
diversas convenciones, reglamentos y leyes que seguimos en nuestra exis-
tencia diaria, a veces al mismo tiempo que las soportamos.
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pensamientos que no hemos armado lingüísticamente nosotros mismos;
como si los matices de cada expresión lingüística no fueran el reflejo de
nuestra propia voluntad.
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hace años me pregunto por qué parece que los niños la pierden cuando
llegan a la escuela, en lugar de mantenerla y desarrollarla a lo largo de toda
la vida.
No quiero decir, desde luego, que las tres actitudes se puedan dis-
tinguir en cualquier disciplina. Entre las que las admiten está, por ejemplo,
la música, pero no es menos cierto que en algunas de ellas predomina cla-
ramente la dimensión regulativa (por ejemplo, en la ortografía, en el dere-
cho mercantil o en la organización del tránsito de una gran ciudad), a la
vez que en otras solo reconocemos la científica o la artística, al menos a
primera vista.
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mente un músculo. A nadie se le ocurriría confundir el conocimiento pre-
ciso de la estructura y el funcionamiento de los músculos, que esperamos
del especialista en fisiología, con el simple hecho de poseerlos, ejercitarlos
y experimentar su rendimiento.
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Pero si uno examina una pequeña parte de las numerosas referencias
que se encuentran en los textos de los escritores acerca de la gramática
como disciplina, y de los gramáticos como profesionales de ella, no perci-
birá con igual claridad tales distinciones. No es mi deseo aburrirles con
sartas de citas, pero me parece oportuno transcribir algunos de los nume-
rosísimos testimonios, antiguos y modernos, que apuntan a esa triste con-
clusión.
Ni que decir tiene que, por extendido que pueda estar, este juicio
carece del menor fundamento. Aunque se le quisiera buscar apoyo en el
énfasis que la filología tradicional puso siempre en analizar conjuntamente
los textos literarios y los que no lo son, lo cierto es que ningún filólogo —
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clásico o moderno— confunde el estudio de las estructuras gramaticales, o
el sistema lingüístico que estas conforman, con el uso artístico que los crea-
dores pueden hacer de ellas. Resulta, en consecuencia, no poco sorpren-
dente el que sean tantos los escritores que han dado a entender exacta-
mente lo contrario. Las palabras siguientes pertenecen a Federico García
Lorca:
«A Góngora no hay que leerlo. Hay que amarlo. Los gramáticos críti-
cos aferrados en construcciones sabidas por ellos no han admitido
la fecunda revolución gongorina, como los beethovenianos empe-
dernidos en sus éxtasis putrefactos dicen que la música de Claudio
Debussy es un gato andando por un piano. Ellos no han admitido
la revolución gramatical».1
«…una novela que forzaba los límites del género, se reía de gramá-
ticas y de preceptivas, e imponía al fin su verbo inagotable y su
mundo poderoso.»3
1 Federico García Lorca, “La imagen POÉTICA de Luis de Góngora”, Revista de la Residencia de Es-
tudiantes, núm. IV, Disponible en línea.
2Macedonio Fernández, Papeles de Recienvenido: Continuación de la nada. Buenos Aires, Losada,
1944.
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Como sabrán aquellos de ustedes que la hayan leído, Paradiso es una novela
escrupulosamente escrita, en la que su autor se ajusta hasta en el más pe-
queño detalle a ese sistema gramatical del que, según su prologuista, “se
ríe” en sus páginas. Aquí tenemos, en consecuencia, otro juicio sobre la
gramática que resulta imposible no ya de demostrar, sino siquiera de pro-
cesar y de comprender.
4 Gabriel García Márquez, “Botella al mar por el Dios de las palabras”, conferencia plenaria en el
Congreso Internacional de la Lengua Española, Zacatecas, 1997, Centro Virtual Cervantes. Acce-
sible en línea.
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«[…] lo que sobró de mí fueron unas piltrafas de prosa lírica sin cri-
terio ni estilo y rematadas por el sectarismo gramático del co-
rrector de pruebas.»5
Cabe suponer que la única gramática que García Márquez concebía era la
normativa, que el Premio Nobel tacha de “sectaria”. Quizá fuera así porque
suponía que los especialistas pretendían juzgar su estilo con criterios gra-
maticales. Pío Baroja transmitía esa misma impresión de manera mucho
más rotunda:
7Roberto Arlt, «El idioma de los argentinos», en Aguafuertes porteñas. Cito por la edición de 1998,
Buenos Aires, Losada.
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academias en la higiene de los ciudadanos, y también puede analizarse el
valor de sus diccionarios de términos médicos y el de otras investigaciones
suyas, pero, desde luego, resultaría absurdo pedir públicamente a esas aca-
demias un esfuerzo para “simplificar” la fisiología del homo sapiens.
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«La frase es una totalidad autosuficiente; todo el lenguaje, como en
un microcosmo, vive en ella. A semejanza del átomo, es un orga-
nismo sólo separable por la violencia. Y en efecto, sólo por la violen-
cia del análisis gramatical la frase se descompone en palabras.» 8
«[Yo] quería solamente ser poeta. Y lo quería con furia, pues a los
veinte años aún no cumplidos me consideraba casi un viejo para ini-
ciar tan nuevo como dificilísimo camino. Vi entonces, con sorpresa,
que lenguaje no me faltaba, que lo poseía con gran variedad y ri-
queza […] Empecé a prestar más atención en mis lecturas, obser-
vando cada palabra, consultando en el diccionario con frecuencia y
no hallando jamás en la gramática solución a mis vacilaciones.»9
También aparece con frecuencia entre los escritores, aunque no solo entre
ellos, la peregrina idea de que los gramáticos pretenden buscar en el len-
guaje pautas sistemáticas que, al parecer, no existen. Fernando Vallejo se
hace eco de este juicio generalizado con estas transparentes palabras:
8Octavio Paz, Obras Completas, vol. 1. La casa de la presencia. México, Fondo de Cultura Económica,
1994.
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La animadversión contra la gramática entendida como corsé, y con-
tra los gramáticos percibidos como sus fabricantes y distribuidores, ade-
más de como estrafalarios perseguidores de entelequias, entronca con una
larguísima tradición de descrédito hacia el estudio científico del lenguaje.
En un libro de divulgación titulado Historias de la historia (Segunda Serie,
Barcelona, Planeta, 1988), Carlos Fisas afirma que «Heráclito odiaba a los
médicos; repetía frecuentemente que serían los seres más necios de la tierra
si no existieran los gramáticos».
Es bien sabido que Erasmo de Rotterdam arremetió en su famoso
Elogio de la locura contra todo y contra todos, pero no es tan conocido el
hecho cierto de que los gramáticos ocupaban un lugar preeminente entre
los destinatarios de sus envenenadas invectivas:
11Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura. Traducción del latín de A. Rodríguez Bachiller, Ma-
drid, Aguilar, 1949.
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[…], y si desentierran en alguna parte un fragmento de piedra anti-
gua, en el que leen una mutilada y borrosa inscripción, entonces, ¡oh
Júpiter!, ¡qué transportes de alegría!, ¡qué triunfos!, ¡qué encomios!
¡Como si hubiesen conquistado el África o tomado Babilonia!»
Por alguna extraña coincidencia —tal vez una alusión velada a Erasmo di-
rigida a la memoria del buen conocedor de los clásicos— el escritor español
Luis Landero comenzaba su vehemente arremetida contra la gramática y
los gramáticos con una alusión similar a un conocido suyo. El artículo, que
se publicó hace ya 17 años en el diario español EL PAÍS (14-12-1999), se
titulaba “El gramático a palos”, evocando la famosa comedia de Molière, y
comenzaba así:
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«Como en aquel relato de Kafka donde el mensajero del emperador
no podrá llegar nunca a su meta porque la inmensidad del propio
imperio se lo impide, o por la misma razón por la que Aquiles no
conseguirá darle alcance a la tortuga, […] tampoco mi joven amigo
sabe bien lo que lee porque, entre él y los textos, se interpone siempre
la gramática, como un burócrata insaciable.»
«¿Y para qué sirve la lengua? ¿Para qué necesitan saber tantos requi-
lorios gramaticales y semiológicos nuestros jóvenes?»
Añadiré, para no ser del todo injusto, que la incendiaria diatriba de Lan-
dero intentaba apoyarse en una base razonable, ya que en su escrito aludía
con objetividad a las enormes dificultades que poseen los estudiantes para
entender los textos, para distinguir matices léxicos o para redactar fluida-
mente un discurso bien articulado y argumentado. Más aún: cuando Lan-
dero escribió su artículo todavía no se había popularizado Internet ni los
teléfonos celulares, y no había jóvenes que se pasaran el día enviando y
recibiendo mensajes de Whatsapp. Incluso podría decirse que leían los tex-
tos y los comprendían casi en su totalidad, a diferencia de lo que, como
sabemos, sucede en nuestros tiempos.
Pero de unas premisas correctas no se debe obtener una conclusión
errónea. El hecho de que resulte imprescindible que los estudiantes adquie-
ran los conocimientos lingüísticos prácticos que a menudo se denominan
“instrumentales” no implica que deban ignorarlo todo sobre sus funda-
mentos objetivos. El sistema gramatical no es una navaja multiusos que
abrimos o cerramos en función de nuestras necesidades inmediatas, ni
tampoco un vehículo que nos conduce a múltiples lugares en función de
nuestro deseo, y sobre cuyo motor podemos ignorarlo todo. El sistema gra-
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matical es, por el contrario, una parte esencial de nuestra propia natura-
leza, un componente que deberíamos intentar conocer mejor. Lo llamamos
demasiadas veces “instrumento” sin tener en cuenta que los instrumentos
se caracterizan por ser externos a quien los usa. Pero, como ven ustedes,
para algunos la gramática no es ni siquiera un instrumento, sino una ba-
rrera que nos separa de la comprensión de los textos, algo así como un có-
digo que, en lugar de ayudarnos a descifrar los mensajes, los encriptara
todavía más.
Cuando el profesor de ciencias naturales explica en clase la estruc-
tura del corazón, el alumno sabe que le está hablando de su corazón. Por
el contrario, el estudiante de gramática recibe demasiadas veces la impre-
sión de que el profesor le está explicando algo ajeno, algún sistema abs-
truso y arbitrario ideado por las instituciones; un entramado que no tiene
nada que ver con sus intereses, con sus preocupaciones o con su misma
naturaleza. En cierto sentido, no es del todo ilógico que llegue a esa triste
conclusión, ya que, con todas las excepciones que sea oportuno señalar, la
forma de enseñar la lengua durante muchas generaciones ha hecho que los
estudiantes se sintieran completamente ajenos al sistema lingüístico que se
les mostraba.
Uno de los sambenitos que acompañan a los gramáticos desde hace
siglos es el bizantinismo: la acusación de que dan un sinfín de vueltas a
cosas sin importancia. Landero usa en su escrito, como acabo de señalar, el
sustantivo requilorio. En su Diálogo de la Lengua (1535), Juan de Valdés lla-
maba gramatiquerías a las disquisiciones gramaticales, término que ha aca-
bado triunfando:
12Juan de Valdés, Diálogo de la lengua. Cito por la edición de 1825 que reproduce la Biblioteca
Virtual Cervantes. Accesible en línea.
13Leopoldo Alas, Clarín, Cánovas y su tiempo. Madrid, 1887. Accesible en línea en la Biblioteca
Digital de Castilla y León.
17
Menéndez Pelayo llamaba a estas disquisiciones sutilezas gramaticales, y
también quisquillas:
Alfonso Reyes —sea por su propia boca o por intermediación de algún per-
sonaje— usaba los términos sutilezas, puntillos y melindres:
14Marcelino Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles. Madrid, Editorial Católica,
1978. Esta edición está disponible en línea en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
15Alfonso Reyes, Los Héroes. Obras Completas, vol. 17, México Fondo de Cultura Económica,
1965.
16 Ramón Pérez de Ayala, Obras Completas. Vol. 3, p. 1180; accesible en Google Books.
18
la amplia luz de la síntesis artística capaz de abarcar en una mirada
el conjunto de la obra»17
Como se ve, a las “minucias” del gramático analítico opone aquí el prolo-
guista una “síntesis artística”, que le parece mucho más adecuada.
17Eduardo de la Barra, Prólogo a Azul, de Rubén Darío. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes,
accesible en línea.
18Benito Pérez Galdós, Doña Perfecta. Madrid, 1876. Accesible en línea en la Biblioteca Virtual
Cervantes.
19
«Gramática: complicado instrumento que te enseña la lengua pero te
impide hablar».
Ciertamente, tampoco esta imagen es nueva. De hecho, tiene una larga tra-
dición en la cultura europea la figura del preceptor de gramática (en reali-
dad, profesor de lengua latina o romance), presentado como un hombre
pedante, soberbio, fatuo, y a menudo también ignorante. Lo cierto es que
el estereotipo del preceptor engreído y ridículo no se limita al gramático,
sino que se extiende frecuentemente en la tradición al maestro de retórica
y al de filosofía. Aun así, es muy evidente que los gramáticos ocupan un
lugar preeminente en ese cliché tradicional.
En 1586 el poeta andaluz Luis Barahona de Soto publicaba Las lágri-
mas de Angélica, un extenso poema de variada temática que fue muy cele-
brado por Lope de Vega. A ese texto corresponden los versos siguientes:
19Miguel de Cervantes, El Coloquio de los perros. Edición de Florencio Sevilla. Accesible en línea
en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
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En su justamente célebre novela El Criticón, publicada a mediados del siglo
XVII, Baltasar Gracián traza una extensa y no poco pesimista alegoría que
contiene una completa visión de su época en casi todo ajustada al universo
ideológico del barroco. En ese texto leemos lo siguiente (respeto la grafía
original):
Corde.
21
«Mira la vanidad de los gramáticos, que, soberbios con el conoci-
miento de la lengua latina, se atreven a discurrir en todas las scien-
cias y profesiones»22
Diego de Saavedra Fajardo, República Literaria. Edición de Francisco Javier Díez de Revenga,
22
23Javier Espino Martín: «Entre la regeneración educativa y las polémicas literarias: la ‘sátira gra-
matical’ y la figura del profesor de latinidad en escritores y ‘hombres de letras’ del siglo XVIII
español», Nueva Revista de Filología Hispánica (NRFH), 65(1), 2017, pp. 1, 101-141. Véase también,
del mismo autor, «Sátira gramatical y emancipación: la figura del profesor de latín en la obra de
Fernández de Lizardi», Nova Tellus, 31(1), pp. 159-186; Evolución de la enseñanza gramatical jesuítica
en el contexto socio-cultural español entre los siglos XVI y primera mitad del XVIII. Tesis doctoral, Uni-
versidad Complutense de Madrid, 2004, accesible en línea; «Enseñanza del latín e historia de las
ideas: la revolución de Port Royal y su repercusión en Francia y España durante el siglo XVIII»,
Minerva. Revista de Filología Clásica, 23, 2010, pp. 261-284.
22
y, por supuesto, Francisco de Quevedo, cuyo “licenciado Cabra” del Bus-
cón responde perfectamente al estereotipo.
Las críticas a los gramáticos que se publican en el siglo XVIII heredan
la larga tradición que las precede, pero la completan con el estereotipo del
petit-maître ridículo y pedante que fue blanco de numerosas burlas en la
literatura francesa. Como antes, los gramáticos no son los únicos destina-
tarios de las nuevas invectivas, ya que a menudo las comparten con filóso-
fos, eruditos, predicadores, maestros de muy diversas disciplinas y otros
personajes a los que hoy no dudaríamos en aplicar el término intelectuales.
Aun así, lo cierto es que los gramáticos son situados con frecuencia en la
punta de estas envenenadas flechas. Los nombres de los protagonistas es-
tán inventados a veces a partir de términos gramaticales, como en la Histo-
ria del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, del Padre Isla (1758) o en
la obra Gramática y conducta de Don Supino, de Manuel Ignacio Vegas (1790).
Paradójicamente, la obra de Juan Pablo Forner Los gramáticos. Historia chi-
nesca (1782) no resulta ser tanto una crítica directa a la labor de estos últi-
mos, como una sátira alegórica contra Juan y Tomás de Iriarte, enemigos
declarados del autor
Como sucede en otros muchos ámbitos, la fuerza de los estereotipos
los mantiene casi inalterados a través de los siglos. El padre Isla describe
ácidamente en su Fray Gerundio la vestimenta del gramático de esta forma:
25José Francisco de Isla, Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes. Texto
digitalizado a partir de 1.ª edición, accesible en línea en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
23
«Son señores de cuello palomita, voz gruesa, que esgrimen la gramá-
tica como un bastón, y su erudición como un escudo contra las
bellezas que adornan la tierra. Señores que escriben libros de texto,
que los alumnos se apresuran a olvidar en cuanto dejaron las aulas,
en las que se les obliga a exprimirse los sesos estudiando la diferen-
cia que hay entre un tiempo perfecto y otro pluscuamperfecto»
(ibid).
27Luis Vélez de Guevara, El diablo cojuelo. Cito por la versión digitalizada de la 1.ª edición reali-
zada por la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, disponible en línea.
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Como ven ustedes, se trata de una muy antigua imagen que el paso de los
siglos apenas ha modificado.
Además de locos, pedantes, excéntricos, bizantinos y ratones de bi-
blioteca, los gramáticos son a menudo considerados simplemente incom-
prensibles. Vuelvo a elegir la descripción de un personaje hecha por Pérez
Galdós, esta vez en El doctor Centeno, para ilustrar este arraigado estereo-
tipo:
28 Benito Pérez Galdós, El doctor Centeno. Edición digital basada en la de 1883. Biblioteca Virtual
Miguel de Cervantes, disponible en línea.
29 Ramón María del Valle-Inclán, Tirano Banderas, referencia tomada de Corde.
25
Cultura Económica), en el que trazaba, de manera esquemática pero pre-
cisa, las etapas fundamentales de la evolución de nuestra lengua. Dedica
en él varios párrafos a Nebrija, y pretende alabarlo de esta peculiar manera:
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nos expresamos les parece a muchos una tarea absurda, aburrida o ridí-
cula, entre otros calificativos similares que aparecen en los textos que he
repasado.
30 El profesor Bagno ha dedicado varios estudios a esta cuestión y a otras vecinas. Mencionaré
entre ellos A norma oculta: língua & poder na sociedade brasileira (São Paulo, Parábola Editorial, 2003)
y “Preconceito contra a lingüística e os linguistas”, Jornal de Debates (Observatório da impresa), ac-
cesible en línea. Véase también, sobre esta misma cuestión J. C. Rocha Blesa: «Intolerância contra
o linguista no discurso do senso comum», Lingüística (Alfal), 31(2), 2015, pp. 47-60 , y las referen-
cias allí citadas.
27
Casi 500 años después de que se escribieran estas rotundas palabras, son
muchos los jóvenes que siguen considerando “odiosa la sciencia ó doc-
trina” gramatical. Habrá, pues, que concluir que una parte al menos de la
responsabilidad de ese duro juicio nos corresponde a los profesores de
Lengua.
Para que no se queden ustedes con el mal sabor de boca que dejan
las citas que he ido ensartando —al menos aquellos de ustedes que tengan
algo que ver con la diana a la que apuntan— les dejaré con alguna referen-
cia de tono positivo hacia los gramáticos y su disciplina por parte de escri-
tores y de otros hombres de letras. Me ha costado bastante encontrar estas
otras citas, que son escasas, pero no negaré que alguna he hallado.
La excelente escritora nicaragüense Gioconda Belli explicaba hace
unos años en una conferencia su modo de abordar cada nuevo relato:
32Gioconda Belli, Por esta ruta hacia las estrellas. Lección Inaugural del Año Lectivo 2006, Univer-
sidad Nacional Autónoma de León, Nicaragua. Accesible en línea.
33 Fernando Pessoa, El libro del desasosiego, Barcelona, Seix Barral, 1985.
28
puedan así pasar exámenes y aprobar cursos. Hemos de conseguir que
vean la sintaxis como lo que verdaderamente es: la arquitectura de nuestro
pensamiento. Así de simple, y a la vez de complejo y de estimulante. Lo
expresó mejor que yo Alfonso X El Sabio en su General Estoria, que vio la
luz en el año 1275:
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