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Martín Tanaka
Pontificia Universidad Católica del Perú
Profesor Principal - Departamento de Ciencias Sociales
Diciembre 2018
Lanzo estas ideas para contribuir, espero, al necesario debate sobre el futuro de
nuestra universidad que debemos tener en la PUCP.
velar por el bienestar el reino, representarlo ante otros reinados vecinos, pero
respetar escrupulosamente a los diversos feudos, base de su reinado.
Había muchos señores notables, magníficos, dignos de admiración y reverencia;
también los había bárbaros o simplemente mediocres. Se trataba de una sociedad
de castas, jerárquica y estamental; más cerrada en unos ambientes, más abierta
en otros, pero me atrevería a caracterizar de ese modo a la universidad en la que
me tocó estudiar. Políticamente hablando, la derecha académica estaba y era
influyente en la universidad; la parte importante de la izquierda académica
estaba en las ONGs, así que la que estaba regularmente en la universidad
quedaba subordinada, vista como infiltrada gracias a la generosidad del padre
Mac Gregor. En este marco, lo más “fresco” creo que venía de los teólogos de la
Teología de la Liberación, de la Facultad de Ciencias Sociales y de los “Wisconsin
Boys” en Derecho (uno formado por ellos, Marcial Rubio); si bien el movimiento
estudiantil era hegemonizado por la izquierda, desde la presidencia de la FEPUC
de Javier Diez Canseco en 1970, el grueso y lo más influyente del profesorado no
compartía la radicalización que se veía en los estudiantes.
Con los años del fujimorismo muchas cosas cambiaron. Después del cataclismo
de finales de los ochenta y del ajuste de inicios de los noventa, el país empezaba
lentamente a recuperarse, pero bajo nuevos términos. Muchas más universidades
privadas empezaron a aparecer, las opciones de la élite ya no eran solo la
Católica, la de Lima y la Pacífico: aparecieron la Universidad de Ciencias
Aplicadas y la San Ignacio de Loyola, por ejemplo, entre muchas otras, ubicadas
al este de la ciudad. Las elites empezaron a alejarse de Pando. Al mismo tiempo,
una nueva sociedad emergía, y una nueva clase media empezó a acceder a la
PUCP. La ciudad hizo cada vez más complicados los desplazamientos, y nuestra
universidad es hoy en buena medida una institución de Lima norte y oeste.
Nuestra universidad empezó a crecer y a diversificarse, y a nutrirse de la llegada
de personas con otras formaciones y sensibilidades.
Una historia trágica. Este rectorado, me parece, mereció y pudo tener un mucho
mejor final. Le tocó lidiar con fuerzas, enfrentar a adversarios terribles, dentro y
fuera de la universidad, en nombre de la institucionalización, la modernización,
la defensa de la autonomía. Pero en algún momento se perdió el rumbo. Un final
triste, injusto, pero dadas las circunstancias, inevitable.
cuenta de que debemos movernos con decisión hacia una universidad abierta,
igualitaria, democrática, transparente, plenamente republicana. Nuestro modelo
de universidad es único: somos privada, pero no tenemos dueño y no tenemos
fines de lucro; parecemos por nuestra autonomía una universidad pública, pero
no recibimos ningún apoyo del Estado. Somos Pontificia y Católica, pero con
pluralismo, libertad de conciencia y libertad de cátedra. En realidad, somos una
suerte de república independiente, integrada por ciudadanos (profesores,
estudiantes, graduados, trabajadores), con derechos a elegir y ser elegidos, a
decidir colectivamente nuestro destino, conscientes de que llevamos sobre
nuestros hombros una tradición y trayectoria de más de cien años, cuyas
realizaciones debemos honrar. Se han hecho públicos problemas muy diversos,
pero ello ocurre no porque seamos peores que otros, sino porque somos en buena
medida una universidad democrática, capaz de discutir sus problemas de manera
abierta y sin temores. En este proceso, por supuesto, se incurre en excesos,
injusticias y exageraciones, pero es peor la discreción si ella no empuja los
cambios.
Ahora que lo pienso mejor, acaso más que hablar de una república, que puede
sonar pomposo y grandilocuente, y llevar a la consideración de la existencia de
una “clase política” alejada de los ciudadanos, quizá haya que pensar en nuestra
universidad como una suerte de cooperativa, autogestionaria, educativa y sin
fines de lucro. Todos somos trabajadores y somos iguales. Sin accionistas
mayoritarios, sin privilegios, regidos por el principio de un trabajador, un voto.
Podemos ocupar cargos directivos, pero solo transitoriamente, Somos
esencialmente trabajadores. No deben formarse castas burocráticas o
administrativas. Quienes gobiernan transitoriamente, deben regirse por la
búsqueda del bien común, por el mantenimiento y crecimiento del patrimonio
común, por nuestros principios recogidos en nuestra Constitución (estatuto), y
legitimarse en el consenso, el respaldo y el entusiasmo capaces de generar en
todos los socios. Y al dejar de ser autoridades, hemos de volver a ser un docente
sufrido más, que tiene que asegurarse de cumplir su carga horaria semestre a
semestre. Aspiro a ese modelo de universidad, y creo que es posible. Creo que el
terremoto, el cataclismo, la ruptura del pacto social interno que estamos viviendo,
abre la gran oportunidad para que dejemos definitivamente atrás prácticas que a
estas alturas deben ser totalmente erradicadas, y reconstruyamos una
universidad de la que podamos sentirnos plenamente orgullosos.